Harry S. Riddle.

Pare... por favor, deténgase...

El susto de mi pesadilla lanzó por mi cuerpo un torrente de miedo que me despertó y me semi incorporó por tercera vez esta noche. El llanto y las suplicas de mi madre dejaron de reproducirse en mi mente.

Me senté y miré mi ventana abierta, dispuesta así para que mi lechuza Hedwig ingresara a su gusto; era de noche y los muebles de mi alcoba apenas y eran visualizables. Sin luna, la oscuridad era combatida en unanimidad por la chimenea de mi alcoba, muy necesaria a pesar de ser inicio del verano. Los rituales de magia oscura de papá dejaban el castillo donde vivíamos helado como paleta de hielo.

Cinco días atrás finalizó Hogwarts, yo permanecí en casa a tiempo completo con la bilis subiendo por mi garganta cada vez que pensaba en la nueva adicción a la alcoba de papá. En el pasado, jamás me hice problema con el asunto de la doble violación de mi madre; la señora Potter fue, por más de una década, una extraña sin rostro que permanecía a salvo de la ira de padre, protegida en el hogar que formó con su esposo. Ahora, ante la posibilidad de que papá secuestrase y realizase innombrables atrocidades con mi madre sin una fecha de culminación, yo no podía dormir.

Las cinco noches las pasé en vela, quedándome dormido tan entrada la madrugada que luego mi cuerpo dormía hasta mediodía.

Duerme lo que quieras, te lo mereces, fuiste el mejor promedio de la escuela —dijo papá.

Hasta la fecha, papi no había incumplido su promesa de pasar tiempo conmigo cada día, al menos una hora, pero yo me di cuenta que librarse de mí por la mañana le permitía a él realizar más cosas. Decidí no hostigarlo porque no quería verlo. El tiempo juntos lo pasábamos hablando de mi nuevo juguete, la batería que papá me compró; de mi excelente adelanto con la cerámica o de lo que él hiciese en su día, endulzándome los temas con humorísticas escenas.

Cuando me sentaba con papá y él se esforzaba tanto en hacerme reír, yo no hallaba fuerzas para pedirle que, por favor, se olvidase de la cruel promesa que le hizo a mi madre aquel 31 de octubre. Quizás tendría mejor suerte en hacerle la petición a papi en el desayuno, pero para eso tendría que permanecer despierto.

—Tempus.

4:56 a.m.

Era una hora medianamente razonable considerando las noches anteriores. Y si yo no recordaba mal, papá ya estaría activo, pues dijo que hoy iría a correr.

Me levanté de la cama, yendo descalzo hasta el cuarto de papá. Últimamente no me gustaba ponerme zapatos, andaba descalzo a todas partes, lo que a papá le sacaba de quicio.

Una cosa fue el año pasado, pero yo no salí de la miseria para que tú pases tu tiempo como un salvaje.

Llevo trece años con zapatos, no me matará quitármelos un tiempo.

La respuesta de papá siempre era la misma:

Ay, ridículos años adolescentes, ojalá se acaben pronto.

Y yo me reía, lo que nos cambiaba de tema.

Las luces en el pasillo estaban prendidas, dándome la razón: papá ya estaba despierto.

Ante la vacía alcoba, me dirigí a la gran cama de papi para acostarme cubriéndome en mi totalidad con las sábanas. Vagamente recordaba jugar a algo así con papá siendo niño mientras él se cambiaba de ropa. Sacudí mi mano, apagando las luces en la habitación; sin chimenea encendida, allí sí reinaba la oscuridad absoluta.

Aguardé sin destaparme la cabeza a la llegada de papá. Me quedé dormido, pues me descubrí con los ojos cerrados al sentir un pellizco en el dedo pulgar de mi pie derecho. Me retiré con fuerza las sábanas.

—Boo —dije. De niño, jugar al fantasmita era más divertido.

Papá alzó una ceja. Su vestuario era deportivo y él estaba cubierto por una fina capa de sudor.

—¿Qué haces aquí? —no lo decía con voz de regaño, sino con incredulidad —. Harry, son las cinco de la mañana.

—Esperarte para ir a desayunar.

Papá no notó que yo no era del todo sincero porque se estaba retirando los zapatos y no me veía. Él salía a trotar en las madrugadas cuando su trabajo disminuía.

—Entonces vuelve a dormir porque yo me voy a bañar.

—¿Me puedo bañar contigo?

Papá alzó los ojos para verme.

—¿Por qué? —me encogí de hombros. Papá rodó los ojos —. Está bien, pero no te acostumbres.

La bañera de papá era ondulada y más grande que la mía, contando con una repisa a un lado para poder tomar vino o whisky y la capacidad de vibrar si uno lo pedía en pársel. Los dos nos desnudamos y nos internamos en el agua sin burbujas.

—¡Está congelada! —chillé tras haber metido los pies. Papá, frente a mí, se recostó muy cómodo. De niño solía colarme en cada aspecto de su vida, su desnudez no es nueva o sorprendente para mí; suponía que era normal, él era mi padre.

—Hará calor todo el día —farfullé ante su respuesta desabrida, mas mi queja no lo convenció. Entré en el agua estirándome y colocando mis piernas sobre los fuertes muslos de papá —. Elige un olor.

—Lilas.

Lilas, Lily. Me arrepentí de haber mencionado tal fragancia porque, al tener la imagen de mi madre fresca en mi mente, me sería inevitable no sacar el tema. Para darme tiempo, mencioné lo obvio.

—Me está saliendo pelo —dije. El líquido oloroso descendió por su cuenta de la estantería y se vertió en el agua.

—Sí, se llama vello púbico —explicó olisqueando el aire. A él le gustaba ese aroma, pero prefería los amaderados.

—Desperté con una erección el viernes. ¿Es normal?

—Sí, según crezcas, se harán más continuas. ¿Qué hiciste con tu erección?

—La ignoré —junto a mí, el agua empezó a moverse. Era papá, dirigiendo con magia pequeñas olas en mi dirección, salpicando mi cara —. También... hay algo extraño en la punta de mi pene. Lo descubrí cuando terminó la semana de exámenes.

—¿La punta? ¿Debajo de la cabeza?

—Sí, escondido en los pliegues. Es... una especie de líquido espeso, pastoso, realmente no es líquido —vacilé. La cosa esa no me alarmó en su momento, pero era un buen tema para charlar mientras mi mente buscaba formas de abordar el destino de mi madre.

—Se llama esmegma. Hace unas semanas tus axilas empezaron a oler feo, ¿no? —arrugué la nariz y asentí —. Es básicamente lo mismo, ahora necesitas lavar tu prepucio y el glande una vez al día para que el esmegma no se acumule. Digo, si no lo quieres ahí.

—¿Qué es glande? Y, si es suciedad, ¿para qué la querría yo ahí?

—Porque es divertido humillar a una mujer al obligarla a...

—Igh, ¡para! —exclamé alzando las manos. Papá sonrió —. Ya entendí.

—¿Enserio? ¿No quieres la descripción gráfica?

—¡No!

Papá rio de mi indignación.

—Sobre tu otra pregunta, el glande es la cabeza de tu miembro. El esmegma se acumula entre la el glande y el prepucio, que es la tela que cubre tu glande.

Me tomó un par de segundos asimilar los significados y comprender a lo que él se refería. Queriendo saldar mi curiosidad, me paré en la bañera y me apoyé en el muro detrás de mí. Sujeté mi miembro y lo miré.

—¿Esto es prepucio? —pregunté señalando la telita de piel que se arrugaba al inicio de mi pene.

—Sí —con torpeza, papá se aproximó a mí, tomó mi mano derecha y estiró mi índice —. Prepucio —él, empleando mi mano como herramienta, no tuvo reparos continuar explicando —. Desliza la piel para atrás... ese es el glande. Esa ranura es la uretra, por ahí pasa la orina y el semen.

—Ah.

Comprendiendo, me senté de nuevo; papá volvió a su posición inicial riendo entre dientes.

—¿Tienes idea de lo inusual y satisfactorio que es hablar de tu desarrollo contigo?

Miré el agua, buscando una respuesta.

—No. ¿Los niños no hablan de esto con sus padres?

—Es raro. Es aún más raro, por no decir único, que un hijo de casi catorce años permita que su padre lo vea desnudo y le explique de esta forma el funcionamiento de su cuerpo.

Parpadeé, incapaz de entender su punto.

—Pero... ¿a quién más le preguntaría si no es a ti? No me desnudaría frente a otra persona.

—Por eso es satisfactorio —sonrió ampliamente —. Tendrás una adolescencia rebelde, ya me resigné, pero por sobre todas las cosas, confías en mí.

Fue mi turno de sonreír.

—¿Por qué sabes que seré rebelde?

—Fuiste un niño muy educado, al crecer te estás independizando y convirtiendo en ser un humano individual en pensamiento, ética y comportamiento. Te lo prometo: habrá momentos en los que explotarás, otros en los que yo querré matarte, sin embargo, es mejor así.

—¿Y si continúo siendo un hijo modelo? —increpé.

Yo no era tan malo, solo no usaba zapatos y dormía hasta tarde. Papá debía estar exagerando.

—Los niños que no presentan una dificultad en los años de adolescencia están reprimiéndose o actuando. Como sea, prefiero la libre honestidad que me dejará mal ante los demás en muchas ocasiones por encima de un hijo hipócrita. Volviendo al argumento inicial, es agradable que confíes en mí para todo, sigo siendo tu figura de respaldo para cuando las cosas van mal, lo que me lleva a preguntarme: ¿qué es lo que quieres mencionar, pero te acobardas tanto que terminas prefiriendo hablar de los antecedentes de tu vida sexual?

Lo miré fijamente por un largo momento. Al rato, papá alzó las cejas dos veces en una rápida secuencia.

—¡¿Cómo te diste cuenta?!

—¿Ves a lo que me refiero? Antes no habrías gritado, aunque sí habrías usado esa misma cara de shock, solo que con menos ira —me señaló con humor —. Nené, lo admito, has aprendido a mentir, pero yo te leo a ti como a un libro. Lo he notado todos estos días y me esperé a que sacaras el tema. Y, con todo indicando que no te atreviste, yo...

—¿Enserio necesitas que te aclare qué me puede estar pasando? —lo interrumpí.

—... es por tu madre.

—Sí.

Noté a qué se refería él: yo estaba hablando con fuerza, espetando las palabras, casi con grosería.

—Cariño, puse un hechizo permanente en mi alcoba, te prometo que nunca volverás a escuchar gritos o alaridos. Dormirás como un bebé.

—Lo dudo —bufé —. Ya me bañé, me voy.

—Oh, no —papá me sujetó del brazo, impidiendo que saliera de la tina.

Me zafé de su agarré y lo encaré con enojo.

—¿Qué quieres que te diga? Tienes razón, no quiero hablar esto contigo. No lo quiero hablar con nadie.

—¿Por qué?

¿Era un chiste?

—¿Por qué? —repetí con lentitud, estupefacto de la falda de humanidad de mi padre —. Tienes una maldita sala de tortura con el nombre de mi madre, ¿como por qué yo no estaría molesto?

—... ¿por qué te importa tu madre? Te parió, eso fue todo. No la quieres y no la necesitas, ¿por qué te importa?

Solo lo miré con cansancio.

—Estás mal de la cabeza.

Papá se detuvo a pensar; pasó un tiempo antes de que uno de los dos hablase. El agua se fue estancando y la luz empezó a entrar por la ventana. El baño de papá era muy luminoso y lleno de productos propios de un hombre: crema de afeitar, colonia, una navaja, abundantes toallas blancas. En comparación, mi baño era infantil con sus cuadros de navíos, una estantería con juguetes y azulejos azules.

—Odio a mi madre —con esa frase, papá rompió el silencio —. Yo nací y ella murió. Si alguien la trajese de la muerte y la torturara frente a mí, yo no me inmutaría. Ella no fue lo suficientemente fuerte para vivir y protegerme, en semejanza con tu madre, que no tuvo el poder de defenderte de mí. Tú eres un buen niño, entiendo que no la odies, pero no comprendo por qué ella te importa. Te haré una pregunta, ¿la amas o solo quieres que Lily Potter esté a salvo?

—¿Es relevante? Diga lo que diga, harás a tu gusto con ella. Esta conversación no tiene sentido, papá.

—Responde.

—Yo noté el hechizo de silencio desde que lo pusiste, y es por eso no he estado durmiendo. ¿Quieres que yo, en las próximas semanas, me dedique a roncar por las noches y a jugar por los días mientras la mujer que me dio la vida es atada, amordazada y violada por cada agujero de su cuerpo? No puedo. Trata de entenderme, es muy simple: no puedo no hacer nada, pero tampoco puedo ir contra ti.

—¿Porque no tienes la fuerza o porque no quieres ir contra mí?

Lo miré a los ojos con ira.

—Me ofende la pregunta. Jamás te atacaría para dañarte, eres mi padre, pero no quiero que le hagas nada a ella. ¿No puedes olvidar la estúpida promesa? Eras tú siendo un... —me frené, incapaz de hablarle de tal modo a papá.

—Dilo —me incitó —. No tendrás represalias, dilo.

—Un hijo de perra.

Papá sonrió y se inclinó hacia mí.

—Ven acá un segundo —lo obedecí sin saber qué me esperaría. Papá tomó mi cabello, lo reorganizó con sus dedos para dejar mi frente despejada y plantó un beso allí —. Estas diciendo groserías, estoy tan orgulloso de ti.

Me sonrojé de molestia, vergüenza y fastidio.

—Ay, papá —me devolví a la pared de la tina cruzando los brazos sobre mi pecho.

Papi rio entre dientes sin moverse del centro de la tina. Mis piernas rodeaban las suyas sin enroscarse entre ellas.

—Lo que sientes al pensar en tu madre sodomizada se llama impotencia. Vamos a buscar entre los dos una forma de lidiar con tu sentimiento.

—¿Acabas de entrar en modo psicólogo?

—No te burles, estudié esto en la universidad. Ahora, quieres salvar a tu madre, pero no agredirme a mí ni atacarme directa o indirectamente.

—Yo tengo una estrategia: suplicar hasta convencerte.

Papá apretó los labios.

—No funcionará.

—Ha funcionado antes.

—No lo ha hecho —reveló. Fruncí el ceño, confuso —. Yo sé que batallas pelear y cuales dejar pasar.

—Siempre haces de todo para hacerme feliz —argumenté.

—Es medianamente cierto, pero tu argumento falla porque le falta un pequeño dato: ya me detuve en eso de hacerte feliz.

Algo doloroso me apuñaló en el pecho.

—¿Ya no me quieres? —pedí en un hilito de voz.

—No se trata de eso, nené —dijo papá con cariño —. Escucha, lo que voy a decir no es para echártelo en cara, pero muchas de esas pequeñas cosas que te hacían feliz, a mí me costaban. Sacrifiqué sueño, descanso, salud y mucho más para que tú estuvieras bien. Esa es la labor de los padres, ser la tabla que sus hijos pisan para no salpicarse de agua los zapatos, pero hay un límite.

—¿Por qué ella es el límite? ¿Qué la hace diferente?

—Nada en particular, es un capricho. He renunciado a noches con prostitutas solo para estar contigo hablando del día porque tuviste un fuerte caso de depresión infantil en el que no te iba a dejar tirado, pero ya estás bien y el mundo tiene que continuar.

Enmudecí para luego decir:

—¿Qué me ofreces?

0oOo0

Voldemort.

Negación, ira, negociación. Íbamos por buen camino.

—Te ofrezco la oportunidad de salvarla. El último día de junio raptaré a tu madre. Te daré diez minutos de ventaja, tú irás y le avisarás para que ella escape. Si no alcanzo a ninguno de los dos y cuando yo llegue a casa tú estás sentando a los pies de mi trono, habrás cumplido con éxito tu misión. Si fallas y yo la rapto, me esperarás arrodillado junto al trono para castigarte como a un mortífago que falla una misión. Si te alcanzo a poner la mano encima, lucharemos en un duelo, donde te ganaré y torturaré.

—¿Con cruciatus?

Por supuesto que no.

—Será sorpresa —me mostré intrigante, permitiendo que el niño se pusiera nervioso.

—¿Ir y advertirle?

—Sí, tú solo, por tus propios medios. Si yo no te encuentro, pero al volver yo, tú no estás aquí, te buscaré y te castigaré allí donde estés.

—¿Y después? Me refiero a ella.

—Después volveré a tratar de secuestrarla.

—¡Pero eso no soluciona nada!

Traté de no inmutarme ante su enojo.

—Harry, tú le estarás diciendo a un auror, casada con otro auror, que Lord Voldemort está detrás de su vagina, ¿crees que volveremos a verla en Inglaterra?

—¿Puedes decirlo de otra forma?

Bufé.

—No, tú ya estás grande. Sabes lo que quiero de tu madre. No lo podré obtener si le avisas. Soldado avisado no muere en guerra, y si muere...

—Es por pendejo —él completó por mí el dicho.

—Y si yo, después de tu advertencia, capturo a tu madre, será culpa de ella. Tú le dijiste y ella se descuidó, se merece lo que le pase.

Harry sonrió.

—Te equivocaste, me sigues haciendo feliz, no importa cómo trates de ocultarlo. Me acabas de dar una oportunidad para salvarla. Gracias, papá.

Recibí su sonrisa amorosa negando con la cabeza.

—No esta vez, nené.

Yo no le diría que, tras esa noche en Gringotts hace catorce años, yo tenía el poder de rastrear a Lily. No existía lugar en el que ella pudiese ocultarse.