Capítulo 01: En movimiento.

La noche estaba limpia de nubes y las estrellas brillaban en el firmamento. Una suave brisa entraba por la ventana abierta del balcón, trayendo el aroma de los árboles recién florecidos.

En la habitación apenas iluminada, recostada sobre el borde de una cama que daba a la vista exterior, descansaba una joven de largos cabellos rubios. Sus ojos celestes miraban hacía el cielo y en sus dedos largos y finos jugueteaba con un delicado anillo de plata engarzado con un corazón rosa. Era minúsculo y delicado, pero para ella, pesaba toneladas.

—Serena…—La voz de una gata violeta con la marca de media luna dorada en la frente, la tomo de improviso. Había aparecido desde las sombras de un rincón.

—Luna…—La muchacha se sentó dejando que algunos mechones de su pelo cayeran sobre uno de sus hombros. Abrió la boca para hablar, pero no emitió sonido alguno. La gata la vio, como lo hacía desde hacía ya muchas noches. Serena estaba con la mirada perdida, los ojos opacos y la sonrisa casi desaparecida.

—¿Qué ocurre? —Preguntó el animal con un tono de voz despreocupado.

Serena la miro y después de dejar escapar un suspiro lánguido, le contestó —Yo, ahora no se que hacer… Como seguir… —Su mirada se volvió más triste aún y sus ojos comenzaron a humedecerse.

—Por qué dices eso? ¿Te peleaste otra vez otra vez con Darien? —La gata no recibió respuesta— ¿Qué fue lo que hiciste ahora?

La rubio negó con la cabeza, los cabellos apenas se movieron. —Es solo que no se siente bien…

La gata se acercó un poco más y mirándola con la cabeza ladeada le respondió con cansancio —Serena, no se en que capricho estés pensando ahora… Pero tu mayor deseo era estar con él…

—Ah… Eso… Eso era así…—Levanto su mirada encontrándose con los ojos de su mascota.

—¿Era? —Meneo nerviosamente la cola y un suave temblor apareció en su voz— ¿Algo así cambió?

—Todo y nada… Yo cambie… Ya no puedo hacerlo… —La joven tiro su cabeza hacia atrás. Le dolía todo el cuerpo y su cabeza le daba vuelta. ¿Todo esta mal y fuera de control… Es que acaso ¿nadie lo nota?

—¿No me digas que hiciste algo de lo que nos podamos arrepentir? Acaso… —La gata salto a la cama y comenzó sobre la colcha con una gran cara de preocupación —¿Qué vamos a hacer?

Serena se sobresalto—¿Qué vamos a hacer?... No entiendo…

— Serena ya no eres una niña. Tienes responsabilidades. ¡Tu deber es cuidar de este planeta!

—¿Y nada más? —Dijo elevando un poco la voz.

—¿Quieres más? ¡Es una gran peso el que tienes! ¡Y últimamente ni siquiera lo estas haciendo! —Luna le respondió con una mirada dura y sin contemplación.

—Si para eso crees que es mi vida, ¡ya no se si quiero cuidarlo! —El grito sobrepaso las reclamaciones de la gata mientras el ambiente se inundo de una extraña sensación.

Luna detuvo su caminata y entre cerro sus ojos, los bigotes le temblaban de la bronca —¿Pero que estas diciendo? No puedes…

—¡¿Qué no puedo?! —Serena se había parado. Sus ojos antes tristes ahora proferían una cólera ciega. Sus brazos tensionados terminaban con sus manos en puños cerrados. —Estoy cansada de que ustedes siempre me digan que hacer… ¡Yo también tengo una vida y quiero vivirla! —Su pecho subía y bajaba. Las lágrimas de bronca y frustración caían sobre su blanca tez.

—Serena…. Yo… —La gata intento avanzar los pasos que había retrocedido ante la ira de la rubia.

—No digas nada. No tienes ese derecho… Y por favor, déjame sola —La joven la dio la espalda.

La gata se había quedado inmóvil, con las orejas zumbándoles y el corazón latiéndole fuerte. Pasados unos minutos fue recobrando el sentido, salto de la cama y se dirigió hacía el balcón. Serena cayo rendida a la cama y se acostó dándole la espalda a la gata.

Fuera de la habitación, Luna se quedó mirando hacía el firmamento, y tomo una decisión. No se había dado cuenta cuando fue que Serena había cambiado sus sentimientos. Pero por el fututo, ella tendría que convertirse en la Neo Reina. Y sin mirar atrás, salto hacía la calle.

La alarma del despertador empezó a sonar con más fuerza. Estiró uno de sus brazos fuera de las sabanas y lo apagó. El sol brillaba y atravesaba con sus rayos la tela en la que se refugiaba.

No quería levantarse. Todo su cuerpo le dolía por la tensión con la que se había quedado dormida, la cabeza le latía y le ardían los ojos. Y encima… La culpa. Sabía que por la noche se había portado muy mal con Luna y que tendría que disculparse… Aunque muy en el fondo lo que dijo era verdad. Ella quería ser capaz de decidir sobre su vida.

Finalmente, después de unos cuantos suspiros y de estirarse un poco, salió de la cama y se cambió. Camisa sin mangas, unos jeans y unas zapatillas. Algo simple, pero cómodo. Una de las cosas buenas de haber empezado la facultad había sido el abandonar su viejo uniforme escolar.

Cuando salió del baño ya se encontraba aseada y maquillada, así que bajo a desayunar. Sólo su madre se encontraba en la casa.

—Buenos días hija. ¿Cómo has dormido?

—Hola mamá —Deposito un beso en la mejilla de su madre— No muy bien— Y pese a que no tenía hambre, se sentó frente a la comida.

—¿Paso algo con Darien? —Ikuko se sentó al lado se su hija. Ella no se consideraba una madre entrometida, pero hacía semanas que la notaba extraña, y hacía meses que Darien no aparecida por la casa o llamaba.

—Mamá… Yo… —La rubia la miro y la abrazó descargando en su pecho todo el dolor acumulado. Ikuko solo la abrazo dándole a entender que siempre estaría con ella.

—Gracias. Realmente lo necesitaba —Dijo mientras se arreglaba el maquillaje.

Ikuko le sonrió con ternura —No se qué fue lo que ocurrió, pero sólo quiero que seas feliz. Y para eso, debes seguir a tu corazón.

La rubia le respondió con una sonrisa. Se despidió y salió con su bolso a lo que sería un largo día de clases. Si ella supiera que no es tan fácil…

Serena suspiro con poco, mientras hacía garabatos en la hoja. Las primeras materias eran teóricas por lo que le costaba prestar atención, a ella le gustaban los talleres que se dictaban después del almuerzo.

Seguía sin hambre, pero algo debía comer, se la había prometido a su madre, así que se dirigió al comedor. Compraría algo, aunque sólo fuera para cumplir con su palabra. Así que eligiendo un emparedado y un agua sin gas se dirigió a pagar. Tenía el bolso colgado del brazo cuando vio por las ventanas el día despejado. Sin pensarlo mucho guardo todo en el bolso y salió por la puerta para poder comer afuera.

Había salido del edificio, pero no había llegado a terminar de bajar las escaleras cuando escucho una voz llamándola.

—¡Serena!

Conocía esa voz. Y no era una persona que quisiera ver el día de hoy.

—¡Serena!

Siguió caminado como si nunca la hubiese escuchado.

—¡Serena!

Ya no podría escapar. Volteo y saludo a la joven que se acercaba a grandes pasos. Tenía el pelo negro suelto, un poco más largo que en la secundaría. Vestía un sencillo pero lindo vestido rojo a tirantes y una camisa de jean por encima como si fuera una campera, bastante acorde a la temporada primaveral en la que estaban.

—Rei… Hola. ¿Como estas? —Dijo con una sonrisa fingida.

—Tenemos que hablar —La mirada de la morocha era fría—Ahora—Dijo tajante.

—Lo siento. Estaba a punto de ir a almorzar, todavía tengo clases por la tarde. Que te parece si…

—¡Dije ahora! —La sujeto por el brazo con fuerza y la arrastro escalones abajo dirigiéndose hacia uno de los campos de la institución.

—¡Rei! ¡Basta!—Serena le grito ahogando la voz. No quería hacer un escándalo.

Cuando llegaron cerca de la arboleda, la joven de cabellos negros dejo de caminar y la soltó con un empujón. —¿Es verdad lo que le dijiste?

—¿Se puede saber que te pasa? —Serena se colocó bien el morral que se había deslizado por el hombro y empezó a frotarse el brazo tironeado y ahora colorado.

—Darien…

Una palabra. Un nombre. Fue suficiente escuchar decir su nombre para que su corazón empezara a palpitar fuerte y mil sensaciones oprimidas le quemaran en la garganta. Trago fuerte y le contesto algo molesta. —¿Qué pasa con él?

—¿Es verdad que no te vas a casar con él?

La rubia sintió como si le tirasen un balde de agua fría. Aunque… pensándolo un poco, debía de haberse imaginado que Darien recurriría a ellas; sin contar con que Luna correría a contarles la pelea que tuvieron en la noche

—Así que ya lo saben…—Su voz era un susurro— No me extraña…

—Así que es verdad. —Rei seguía mirando a la rubia frente a ella. Estaba tranquila y eso le extrañaba. Porque tenía esa actitud. ¿Acaso era por ese tipejo? —Desde que ellos se fueron nada volvió a hacer lo mismo… Con bronca le pregunto —¿Por qué? ¿Qué le viste a ese idiota?

—¡No le digas así! —El grito de Serena no fue tan fuerte como la bofetada que le dio a Rei. Estaba tan enojada que lo mencionara que su brazo y su mano se habían movido por acto reflejo. —Ustedes no entienden nada.

—¿Acaso te olvidaste todo lo que pasamos por ti? —Rei hablaba en susurros ahogados por su pelo— ¿Por lo menos le dijiste la verdad a Darien? ¿Él sabe el por qué? ¿Se lo dijiste?

—No. Y tampoco es de su incumbencia.

Ahora el golpe fue para Serena. Y fue tan desprevenido que la tumbo y cayó sobre el césped. La cara le ardía y las lágrimas se acumulaban en sus ojos claros.

—No empieces a llorar… Aunque parece ser que es lo único que sabes hacer —La miró una vez más y se fue con pasos largos y rápidos.

La rubia quedo sentada sobre el pasto. Se llevo la mano derecha al cachete izquierdo. Le dolía, pero no tanto como el saber que había comenzado. Primero Luna, ahora Rei. Con seguridad más tarde seguirían las otras. Se levanto y se limpio las pocas lágrimas que habían caído. Pasara lo que pasara, estaba convencida de que esta vez hacía lo correcto, y no había nadie que le hiciera pensar otra cosa. Respiro fuerte y cerro sus ojos, se agacho, recogió su bolso y corrió al baño. Tenía que arreglarse antes de entrar a clases.

A millones de kilómetros de la tierra, un joven alto de cabellos oscuros y largos, cubierto con una capa, salía furtivamente desde la ventana de un gran palacio, mientras la oscuridad de la noche lo escondía.

—Así que te vas... —Una voz melodiosa y tranquila lo sorprendió— Aunque me gustaría que al menos fuera de otra forma.

—Princesa… Yo…

Los ojos del joven, de un azul zafiro se encontraron con los de la joven que salió de las sombras de los árboles. Estaba vestida completamente de rojo, igual que su pelo suelto que caía como cascada sobre su espalda.

—Lo siento —Y se arrodillo ante ella y bajo su cabeza. No podía verla a los ojos— Se que no es la manera. Pero, aunque no haya oportunidad… Quiero verla —Su voz era triste, pero decidida.

—Seiya… —Kakyuu, la princesa del planeta de las flores, se arrodillo frente a él y lo rodeó con sus brazos. —Será lo que el destino quiera que sea —Suspiro y apartándose un poco, le acaricio la mejilla— Aquí estaremos nosotros… Siempre para ti…

—Princesa… —Seiya metió su mano en el bolsillo de la capa y saco su broche de transformación. Lo sujetaba con tanta fuerza que los dedos de sus manos estaban blancos.

La mujer lo tomo de las manos. Ambos sabían que significaba que ella aceptara el broche. Ella cerró los ojos con fuerza, pero cuando los volvió a abrir, sus ojos rojos brillaban con fuerza.

—Te deseo mucha suerte Mi Estrella —Diciendo esto, deshizo el agarre y se quedó con el broche. Con cuidado se fue incorporando y dedicándole una última sonrisa, regreso por las sombras por la que había aparecido.

Seiya se levantó lentamente y contestándole al viento murmuro —Princesa… Muchas gracias por entender…

—Ella puede entender, ¡pero nosotros no!

El ojiazul se sobresalto. Y busco al dueño de esa voz. Era Yaten.

—¡Así que te vas! ¡Abandonando a nuestra princesa! —Un joven de cabellera plateada recogida en una cola baja, lo miraba con los ojos verdes esmeralda llenos de rencor. Tenía puesta la ropa de entrenamiento, el sudor le bajaba por el cuello. Yaten avanzo los pocos pasos que los separaban y lo sujeto del cuello de capa.

—¡Basta Yaten! —El grito los separo a los dos.

—Taiki… —La voz de Seiya se perdió al ver a su hermano corriendo hacía ellos. Era el más alto de los tres y también el más centrado. Su pelo castaño y largo estaba alborotado por la corrida. Sus ojos violetas opacos por la preocupación. También tenía puesto el uniforme de entrenamiento, lo que le pareció extraño al pelinegro.

—Taiki… Quiere abandonarnos… ¡Y a nuestra princesa!

—No seas así. Ella le dio permiso… —Taiki entorno sus ojos— Si ella así lo quiso… ¿Te vas a oponer?

Yaten miro a sus hermanos. Sus ojos verdes estaban desenfocados. Miro con desden a Seiya y lo soltó con bronca. Suspiro un par de veces y se alejo maldiciéndolos.

—Lo siento… Ahora también esta enojado contigo… —La voz del ojiazul estaba cargada de cansancio.

Taiki se rasco la cabeza —Tenes que entenderlo. No es lo mismo para nosotros. Una cosa es haberla protegido en esa oportunidad… Pero nuestro deber… Esta aquí.

—Yo… No puedo…

—¿Aunque no tengas oportunidad?

—Sólo lo sabré cuando la vea —Sonrío.

—Es probable que lo que veas no te guste… Y talvez hasta te lastime. —Taiki se froto los ojos y continuó —No nos malinterpretes. Serena nos cae bien y nos ayudo mucho… Sólo que no es nuestra princesa.

—Lo se…

Taiki paso el peso de una pierna a la otra y miro sobre el hombro del pelinegro, hacía el palacio que estaba a atrás suyo. Sabía que tarde o temprano esto iba a pasar. Durante los últimos días había intentado distraer a Yaten entrenando, pero no había sido muy bueno en eso.

Seiya iba a decir algo más pero Taiki no lo dejo hablar y se adelantó —Él no te quiere ver sufrir… Y yo tampoco… Talvez lo tomaría con otro humor, si las cosas fueran diferentes.

—Lo se… Como también se que en algún momento se le pasará.

—Esperemos —Taiki se acerco a él y lo abrazó— Que tu suerte brille como tu estrella hermano mío.

—Gracias… —Le dijo con los ojos vidriados por las lágrimas que reprimía. Se separaron y mirando una vez más alrededor, cerró los ojos y se envolvió de energía mientras se elevaba en el cielo confundiéndose entre las estrellas fugaces.