Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. La historia es de tenneyshoes y los personajes son de Masashi Kishimoto, yo únicamente traduzco.
Capítulo 8
Los hombres llevaban tres horas jugando al póker cuando Naruto empezó a sentir un insidioso cosquilleo en algún lugar de la profundidad de los recovecos de su mente. Frunció el ceño cuando Sai, precisamente, consiguió leerle el rostro y vio su apuesta porque había estado distraído. En la siguiente hora, el cosquilleo se convirtió en un hormigueo que le puso los nervios de punta y le costó más prestar atención al juego mientras una sensación de intranquilidad se le acumulaba en la boca del estómago.
Sin previo aviso, algo al fondo de su mente se estiró y luego chasqueó. Si hubiera tenido que hacerlo, Naruto habría descrito la sensación como sentir como si cada clon de sombra que hubiera invocado en su vida hubiera desaparecido al mismo tiempo, arrojando información, colores, olores y recuerdos a su consciencia en un instante.
Fue vagamente consciente de que se había desplomado contra la mesa antes de caer de la silla y al suelo, enterrando los dedos en las sienes en un esfuerzo por aliviar aunque fuera una fracción del palpitante dolor que golpeó contra el interior de su cráneo. Como si estuviera a gran distancia, oyó que Kiba le gritaba a Sasuke que fuera a buscar a Sakura y que se reunieran con ellos en el hospital. Notó algo suave presionando contra su mejilla y abrió los ojos solo lo suficiente para encontrar pelaje blanco contra su rostro mientras Akamaru, con Naruto en su lomo, salía disparado del apartamento de Kiba. El propio hombre gritó que iba a ir a por Hinata y que se reuniría con ellos en el hospital antes de lanzarse a las calles oscuras.
Caras, lugares y sucesos giraron en su mente un tiempo, aunque no podría haber adivinado cuánto, y luego se puso todo negro.
Estaba reclinado en una silla ligeramente incómoda, chirriante y fabricada sintéticamente. Tumbada en la cama ante él, una agotada Hinata recuperaba un poco del muy merecido sueño. Yacía, ovillada, en el mismo borde de la cama y tenía una mano extendida hacia el moisés que tenía al lado. Los ojos azul cobalto de Naruto pasaron de su hermosa esposa dormida al pequeño montón de mantas de la cesta. Tras nueve largos meses y diecisiete horas de agotador parto, el pequeño Jiraiya Uzumaki al fin había salido al mundo.
Hinata se movió ansiosamente, su cuerpo exhausto se negaba a soltar su urgentemente necesario descanso mientras sus instintos maternales asomaban la cabeza. Jiraiya se estaba moviendo inquieto, empezando a gimotear, y Naruto se levantó rápida pero silenciosamente de su silla y fue hacia su nuevo hijo. Suavemente, tal y como le habían enseñado Sakura y la abuela Tsunade, las grandes manos de Naruto se deslizaron bajo la pequeña espalda del niño y lo tomó en brazos. El bebé se tranquilizó inmediatamente en el abrazo protector de su padre y Naruto lo acunó contra su pecho. Al principio, Naruto había estado nervioso. La idea de sostener algo tan diminuto y frágil en sus grandes manos torpes lo había asustado más que nada. Nunca antes había tenido un bebé en brazos. Cuando era pequeño lo habían aislado. No había ni una posibilidad en el cielo o en el infierno de que un padre fuera a dejar que estuviera a menos de tres metros de su hijo.
Pero sostener a Jiraiya había sido algo natural.
Sus ojos recorrieron su diminuto rostro, preguntándose si así era como se habían sentido sus padres. Sabía que solo había tenido minutos de edad antes de que se desatara el infierno, pero Naruto no pudo evitar sentir que sus padres debían de haber sentido al menos un poquito del orgullo, el miedo y la emoción por el futuro que él sentía ahora, al mirar a la cara de este perfecto pequeño niño.
Y era perfecto. Los diez dedos de las manos y los diez de los pies, dos orejitas que se parecían sospechosamente a las de Hinata, una nariz que apuntaba rebeldemente hacia arriba y un brillante mechón de pelo dorado sobre su perfecta cabecita culminaba todo para crear la criatura más perfecta que Naruto hubiera visto nunca.
Cuando Hinata y él habían tomado la decisión de empezar a intentar tener un bebé hacía un año, Naruto no había anticipado cuánto podría cambiarle la vida. El último mes había sido completamente estresante, intentando prepararse para una personita que nunca había conocido, asegurándose de que Hinata se estuviera tomando las cosas con calma, equilibrando su vida en casa con misiones.
Y luego había estado el nacimiento en sí. Naruto había estado en la Academia, ayudando a Iruka con una lección sobre clones cuando una serpiente blanca se había deslizado bajo la puerta y se había enroscado alrededor de su tobillo. Entre los siseos, a Naruto le informaron de que su mujer había roto aguas y de que Sasuke la había llevado al hospital, y que más le valía mover el culo si no quería perdérselo todo.
Naruto ni siquiera había tenido tiempo de pedirle disculpas a Iruka antes de que saliera por la ventana y estuviera corriendo por la aldea a toda velocidad. Si hubiera sido cualquier otra situación, Naruto se habría caído al suelo de la risa cuando entró en tromba por la puerta de la habitación de su esposa y vio la expresión contraída e incómoda en el rostro de su mejor amigo mientras Hinata le aplastaba los huesos de la mano mientras resistía una contracción. Tal como estaba, Naruto había apartado al último Uchiha de en medio bruscamente, rodeando con firmeza la pequeña mano de Hinata y se había disculpado profusamente por llegar tarde.
Su ansiedad se había triplicado cuando Sakura envió a Sasuke a que fuera corriendo a buscar a Tsunade. Su aliento lo abandonó cuando ella explicó que el bebé estaba de costado y que tal vez tendrían que operar si no podían conseguir que se girase.
Pero todo había resultado bien. El pequeño Jiraiya se había girado solo en el último momento y, a partir de ahí, las cosas habían progresado con normalidad hasta que Tsunade lo llamó con señas desde el lado de Hinata y le indicó que cortara el cordón umbilical. Había observado, completamente mudo, mientras la mujer que se había convertido en una abuela para él depositaba a su hijo en el pecho de su esposa y, por primera vez en su vida, ¡Naruto tenía una familia! Una familia de verdad, carne de su carne. Naruto ni siquiera había intentado evitar que las lágrimas bajaran en cascada por sus mejillas mientras presionaba un tierno beso contra el pelo de Hinata, susurrando lo mucho que la amaba y lo increíble que era, ¡y gracias, gracias, gracias, gracias!
Ahora, horas después, Naruto estaba en la silenciosa y oscura habitación de hospital en mitad de la noche, acunando a su perfecto hijo en brazos, maravillándose ante el hecho de que hubiera llegado en este momento de su vida contra todo pronóstico.
—¿Cómo está nuestra pequeña ranita? —Los ojos azules de Naruto se levantaron del bebé dormido en sus brazos para encontrar a Hinata sonriéndole perezosamente. Parpadeó somnolientamente y se movió, su cuerpo maltratado intentaba ponerse cómodo, pero era inconfundible la abrumadora sonrisa complacida que adornó sus labios mientras le tomaba el pelo a su marido.
Naruto sintió que le ardían un poco las orejas y se acercó más al lado de su esposa, poniéndose en el borde de la cama para que ella pudiera pasar una mano por el escaso pelo rubio de Jiraiya y contar los dedos de la mano que asomaba de sus mantas.
—Eh, no es culpa mía que pareciera una rana en aquella foto cutre —se quejó, susurrando para no despertar al niño. No pudo contener la sonrisa cuando Hinata se rio disimuladamente con cansancio. Le había estado tomando el pelo desde su primer ultrasonido cuando le había informado, en voz muy alta, a Tsunade que su máquina estaba rota porque solo mostraba una foto borrosa de una ranita bebé. Desde entonces, Hinata se había referido a su hijo que aún no había nacido como «Ranita» y se le había quedado el nombre. Al volver a mirar al niño, Naruto suavizó la sonrisa—. Es increíble. —Hinata canturreó en señal de conformidad, rozando suavemente la mejilla del niño con un dedo.
—Apenas me creo que al fin esté aquí —susurró Hinata. Naruto sabía que una de las mayores ambiciones de Hinata era ser madre. Aparte de él, la madre de Hinata había sido su heroína y siempre había aspirado a ser como ella. Sonriendo, se inclinó y depositó un beso suavemente en su mejilla.
—Vas a ser la mejor madre del mundo, 'Nata. ¡Igual que eres la mejor esposa del mundo!
Cuando abrió los ojos, la cabeza comenzó a martillearle de nuevo, como si alguien estuviera golpeando un martillo contra su cerebro asumiendo equivocadamente que era un yunque. Entrecerró los ojos contra la tenue luz proveniente de la lámpara de arriba y presionó los dedos contra su sien, gimiendo.
Naruto escarbó en su mente, buscando al zorro. En lugar de la habitual caverna en la que aparecía Kurama, Naruto se encontró en un largo pasillo. Ante él había una puerta, ligeramente entreabierta, con los restos desgastados de un sello destrozado pegados a ella. Con precaución, Naruto empujó la puerta para abrirla y entró a un almacén tenuemente iluminado lleno de archivos ordenados. Kurama estaba rebuscando en un cajón a su derecha.
—Hola —llamó Naruto en voz baja. Kurama miró por encima del hombro antes de devolver la mirada al cajón. Buscó entre unas cuantas cosas más antes de cerrar el cajón y girarse para encarar a Naruto, mirando de forma crítica el cuarto.
—Bueno, aquí están —dijo, pasando la mirada por las estanterías y los cajones.
Naruto alzó una ceja en su dirección, sin comprender de qué estaba hablando el zorro.
—¿Qué es lo que está aquí?
—Tus recuerdos extraviados. —Naruto lo miró con la boca abierta y una sonrisa taimada se extendió por el hocico de Kurama—. Hubo que buscar mucho. Tu mente es un laberinto de locos, pero al fin encontré algo que no correspondía. Algo, o alguien, había sellado tus recuerdos.
—Pero ¿ahora no están sellados? —preguntó Naruto con incertidumbre. La sonrisa ladina de Kurama se volvió sumamente malintencionada.
—No.
—¿Qué pasó?
—Me encargué de ello. —Kurama se giró, traspuso la puerta y salió al pasillo. Naruto no tuvo otra elección que seguirlo.
—Entonces, ¿qué demonios me acaba de pasar? ¡Pensaba que me iba a explotar la cabeza!
Kurama lo miró por el rabillo del ojo, sin perder el ritmo en ningún momento.
—Eso deben de haber sido los efectos de que yo rompiera el sello. Me disculpo. Tal vez debería haber mostrado un poco más de cautela al quitarlo, pero nunca he apreciado mucho los sellos y no estaba del todo complacido al encontrar otro dentro de tu cabeza. Mi chakra debería encargarse de los efectos adversos pronto —aseguró.
Naruto suspiró pesadamente, cerrando los ojos mientras se tomaba un momento para asimilarlo todo. Sus recuerdos habían vuelto. Ya podía acceder a ellos, pero pasar de uno a otro empeoraba el martilleo de detrás de sus ojos. Se los habían arrebatado así como así y, así como así, habían vuelto de nuevo. Sin ceremonias, sin una gran revelación fantástica. No, simplemente se habían ido y luego vuelto. Tenía que admitir que estaba harto de que la gente anduviera haciendo el idiota en su cabeza.
Cuando abrió de nuevo sus orbes cerúleos, Kurama estaba delante de él, con un puño extendido. Esbozando una sonrisa, Naruto lo chocó con el suyo.
—Gracias, Kurama. Te debo una.
Al abrir los ojos otra vez, Naruto se incorporó en la cama de hospital, entrecerrando los ojos para ver la tenue habitación. Era tarde, el reloj de la pared daba casi las cuatro y media y, a juzgar por los pálidos haces plateados de la luz de la luna que se filtraban a través de la ventana, eran las altas horas de la madrugada.
Gimió, pasándose una mano por la cara y llevándosela al pelo para tirar de los mechones rubios. Hinata iba a matarlo por pasar otra noche entera con los chicos, especialmente teniendo en cuenta que había acabado en el hospital. Una sonrisa dividió su rostro y no pudo contener una corta risita mientras recordaba, recordaba de verdad, otras veces en las que Hinata se había enfadado con él por no llegar a casa hasta el amanecer. Ahora que lo pienso, debería estar aquí, pensó. Recordaba vagamente a Kiba corriendo para llegar hasta ella cuando él se había desmayado.
Kurama había tenido razón, su chakra ya estaba haciendo efecto. El martilleo de su cabeza remitió y Naruto se puso en pie y fue hasta la puerta que daba al pasillo. Al abrirla, encontró a un pequeño montón de gente de pie justo al fondo del pasillo desde su puerta.
—¡He buscado por todas partes! No consigo encontrarla —insistió Kiba, desplazando ansiosamente su peso de un pie a otro mientras la Hokage lo intimidaba con la mirada.
—¿A quién no consigues encontrar? —llamó Naruto por el pasillo mientras salía de su habitación. Naruto se encontró confrontado con las miradas de todos los Diez de Konoha y de la Hokage—. ¿Qué? ¿Quién falta?
—Naruto, ¿qué haces fuera de la cama? —exigió Tsunade, ignorando sus propias preguntas—. ¡Te desmayaste hace cuatro horas y ya estás corriendo de un lado a otro como si estuvieras en tu casa!
—¡Abuela Tsunade, estoy bien! —afirmó Naruto—. Kurama averiguó qué me pasaba. —Eso la calló—. Algo, o alguien, me selló la memoria. Kurama encontró el sello y lo rompió. Eso fue lo que me hizo desmayarme. Mis recuerdos ya han vuelto y estoy bien. ¿Quién falta?
Todos parecieron conmocionados, mirándolo fijamente con ojos como platos y algunos boquiabiertos, pero sin responder a su pregunta.
Ino se abrió paso hasta el frente a codazos.
—¿Has recuperado la memoria? ¿Qué quieres decir con que alguien la selló? ¿Cómo rompió el sello Kura…?
—Mirad, os lo explicaré todo alegremente más tarde, pero Kiba sonaba como si fuera algo urgente. Quién. ¿Falta? —exigió Naruto. Mientras aumentaba la inquietud, preguntó por la persona de la que ya sospechaba, simplemente por su ausencia—. ¿Dónde está Hinata?
El silencio le contó tanto como podría habérselo contado cualquier otra cosa. De inmediato, se estiró hacia el sello del Hiraishin que le había puesto, pero no sintió nada. Naruto podía sentir sellos por toda la aldea, pero el sello ligeramente modificado que había colocado en Hinata no estaba por ninguna parte.
Unos ojos azules muy abiertos se levantaron para encontrar los de Tsunade, el pánico empezaba a removerse. La Hokage frunció el ceño y se adelantó, colocando unas manos firmes en sus hombros.
—¿Naruto? ¿Qué pasa? —preguntó, mirándolo directamente a los ojos.
Negó con la cabeza, sin comprender del todo lo que estaba pasando.
—No… no puedo sentir su sello. El Hiraishin que le coloqué. No está.
—¿Y el modo Sabio? —apuntó.
Naruto se quedó quieto, cerrando los ojos. Sus amigos observaron, apenas atreviéndose a respirar durante casi cinco minutos antes de que Naruto se desmoronara. Simplemente estaban pasando demasiadas cosas en su cabeza. Su cerebro iba a un kilómetro por minuto, pasando entre recuerdos, intentando resolver dónde podía estar Hinata, dónde estaba Jiraiya, qué iba a hacer cuando los encontrara. Se apartó de Tsunade, retrocediendo y sujetándose la cabeza entre las manos, temblando.
—¡No puedo hacerlo! No puedo concentrarme. ¿Dónde demonios está?
La consciencia encontró a Hinata lentamente y estuvo precedida de un lento ardor en su hombro que creció hasta convertirse en un abrasador florecimiento de dolor mientras volvía en sí. No se movió en mucho tiempo. Yació, bocabajo, en un suelo de tierra poco compacta. Estaba oscuro y Hinata no podía ver, así que no tenía ni idea de lo grande que era realmente la habitación, pero el olor metálico a sangre le llenó la nariz, su estómago se agitó de forma desagradable. Cualquier pequeño movimiento que hacía lanzaba punzadas de dolor a la herida de su hombro, así que yació lo más quieta posible e intentó respirar por la boca mientras pensaba en lo último que recordaba.
Había seguido a una mujer al bosque con la esperanza de ayudar a una chica herida. La habían conducido a un claro con una pequeña cabaña y nada más. Hinata supuso que estaba encerrada en aquella choza, quizás en un sótano hecho toscamente. Algo le había disparado, una flecha desde fuera de su rango de visión. Hinata maldijo su estupidez por solo inspeccionar el claro y no más allá. Había sido un error descuidado y uno del que probablemente iba a llegar a arrepentirse más de lo que ya lo hacía.
Una punzada le atravesó el pecho cuando de repente recordó que Jiraiya había estado con ella. Lo llamó en voz baja por su nombre, sus ojos esforzándose contra la oscuridad, intentando ver algo, pero era inútil. Su llamada se encontró con silencio y su mente empezó a trabajar furiosamente. ¿Dónde estaba ahora? ¿Estaba bien? ¿Aquella mujer le había hecho algo? ¿Había salido herido cuando le habían disparado a ella? Hinata no quería imaginarse lo que podría haberle pasado a su pequeño, lo que podría hacer aquella mujer si lo consideraba innecesario para sus planes, pero era una shinobi y las posibilidades brotaron en su mente a pesar de sus esfuerzos por impedirlo.
Resuelta, Hinata se levantó, mordiéndose el labio para evitar gritar del dolor de su hombro, conteniendo la necesidad de vomitar mientras su estómago se rebelaba tanto del dolor como del niño que crecía dentro de ella, y se apoyó suavemente contra el muro de tierra que tenía a la derecha. Un peso grande tiró de su tobillo derecho y, tras palpar un poco con los dedos, Hinata descubrió un pesado grillete de metal bien cerrado y una cadena que desaparecía en la oscuridad más allá de la vista de sus dedos. Todavía luchando contra el fuerte dolor, estiró la mano izquierda detrás de ella y encontró la punta dentada y rota de una flecha, todavía incrustada profundamente en la carne musculosa de su espalda, clavando un fino trozo de papel contra ella. Suponía que debía estar agradecida de que hubieran dejado la flecha en su sitio, o podría haberse desangrado, pero la heredera Hyuga estaba encontrando sorprendentemente difícil encontrar aunque fuera un poco de gratitud dentro de ella en este momento. Mordiéndose el labio de nuevo, Hinata tiró del papel, todavía húmedo de lo que asumía que era su propia sangre y se deshizo empapado en sus dedos.
Hinata canalizó chakra a sus ojos para activar su Byakugan y frunció el ceño cuando sus ojos no respondieron. Volvió a intentarlo con el mismo resultado. Su mente pasó a través de las posibilidades, siendo la más lógica que alguien hubiera colocado sellos amortiguadores de chakra por la habitación. Sin luz no podía estar segura, pero era una de las únicas tres formas que conocía de suprimir el chakra de alguien, siendo las otras drogar al objetivo o cerrarle los tenketsu, y esa habilidad solo era conocida casi en exclusiva por su propio clan. Era una posibilidad, pero no era probable. El papel ante ella sugería sellos y las drogas tendían a anular más que solo el sistema de chakra, dejando al objetivo ralentizado y aletargado, adormilado, incluso. Al pasar los dedos sobre los tenketsu claves, Hinata no encontró ronchas y, al encontrarse con todas las capacidades mentales, confirmó que los amortiguadores de chakra eran la opción más probable.
Exhalando una respiración lenta y controlada, y todavía intentando mantener su estómago bajo control, Hinata catalogó todo lo que sabía sobre amortiguadores de chakra. A diferencia de bloquear los tenketsu, los amortiguadores de chakra eran, aunque efectivos, no tan amplios. Solo hacían lo que implicaba su nombre: amortiguaban. Evitaban que el individuo sellado dentro de su círculo usara grandes cantidades de chakra, amortiguando el sistema de chakra, prohibiendo una formación grande de chakra. El defecto de usar sellos, y lo que los hacía inferiores a la técnica Hyuga, era que aun así podían pasar a la fuerza muy pequeñas cantidades de chakra.
Respirando controladamente de nuevo, Hinata forzó el más mínimo hilo de chakra a sus ojos. Un brumoso mundo de sombras cobró vida ante ella. Era como mirar a través de una cascada, no se distinguía nada, y era casi imposible ver nada a menos que estuviera justo delante de su rostro. Hinata miró el papel manchado que tenía en la mano. Una mancha oscura cubría la mayor parte del sello, pero Hinata era capaz de distinguir que era un amortiguador de chakra con un sello adicional escrito en él.
Suponía que la adaptación era lo que había ocasionado que cayera con tanta facilidad. Como shinobi, Hinata no era ajena al dolor, y una flecha en el hombro, aunque increíblemente dolorosa, de lo que era muy consciente en ese momento, no debería haberla tumbado tan rápidamente. Incluso con Jiraiya, Hinata debería haber sido capaz de escapar. El sello modificado debía de haber tenido un efecto separado sobre ella que la había dejado inconsciente. Arrugó el sello en un montón empapado y lo tiró en el suelo de tierra, la frustración se acumulaba dentro de ella.
Hinata se puso de pie, jadeando mientras el dolor destellaba de nuevo en su hombro y se le agitaba el estómago, amenazando con recolocarse de dentro a fuera, y trastabilló por la habitación, con una mano en la pared de tierra a su lado mientras la cadena traqueteaba con cada paso. En el centro de cada pared, a excepción de la pared con una puerta torcida, había sellos pegados a la tierra. Hinata intentó arrancar esas cosas de la pared, pero ni siquiera pudo tocarlos. Lo sabía, los amortiguadores de chakra, como la mayoría de sellos, siempre tenían una forma concreta en la que había que sacarlos y simplemente arrancarlos de la pared habría sido demasiado fácil como para igualar la forma en que el resto de su vida había transcurrido últimamente.
Había un sello a cada lado de la puerta y, cuando Hinata intentó atravesarla, la puerta cedió unos centímetros antes de golpear contra algo al otro lado. Supuso que era una viga de madera y supo que había sido esperar demasiado el pensar que la puerta no estaría atrancada de algún modo. La cadena atada a su tobillo estaba anclada a una viga de madera en el centro de la habitación y, con el dolor destellando en su hombro, Hinata no tuvo ganas de probar su solidez. Renqueó de nuevo hasta su asiento contra la pared opuesta y se dobló en el suelo, sintiéndose mareada.
Liberó el flujo de chakra de su Byakugan, permitiendo que las sombras turbias se desvanecieran en la oscuridad y presionó la frente contra la fría tierra de la pared. Tenía que encontrar una forma de salir. Tenía que escapar, encontrar a su hijo y conseguir ayuda. No pudo contener una oscura carcajada al darse cuenta de lo absurdo de la idea de ser capturada y encarcelada entre las paredes de su propia aldea. Asumía que seguía en la aldea, de todos modos. Sería bastante difícil transportar a una embarazada inconsciente y herida, que resultaba ser la esposa del héroe de la aldea, y a su hijo por la puerta. Abandonar la aldea de cualquier otro modo habría alertado a las fuerzas de la barrera y los habrían detenido.
La mente de Hinata trabajaba en círculos, intentando idear un plan, pero no se reveló nada. Maldijo los amortiguadores de chakra mientras, de nuevo, su contrato de invocación flotaba al frente de su mente. Si no fuera por esos condenados sellos, podría invocar a la inversa a Naruto con ella, pero cuanto más fuerte fuera la invocación, más chakra requería. Kurama era sin duda la criatura más poderosa que Hinata podía invocar según el contrato y los amortiguadores nunca le permitirían que amasara el chakra necesario. De repente, se le ocurrió una idea y Hinata la trazó hasta el final.
Aunque era verdad, cuanto más poderosa la invocación más chakra se necesitaba, cuanto más familiar y experimentado fuera el vínculo entre el invocador y la invocación, más se reducía el chakra requerido. El vínculo entre Hinata y su propia invocación personal había crecido hasta tal extremo que la invocación ahora requería más sangre que chakra.
Hinata hizo rápidamente los sellos manuales, retorció de nuevo la mano izquierda tras ella, manchando con la sangre todavía húmeda su pulgar y estampó la palma en el suelo de tierra. Un silencioso pop ante ella anunció el éxito de algo y Hinata permitió que un pequeño pálpito de esperanza se formara en su mente.
—¿Roku? —le preguntó en voz baja a la oscuridad y una pata le tocó la pierna suavemente.
—¿Adónde diablos me has traído, Hinata? —Unos helados ojos azules brillaron entre la humeante oscuridad ante ella y Hinata contuvo la necesidad de llorar.
—¡Rokushi! Gracias a Kami que pude invocarte. —Hinata enterró los dedos en el denso pelaje del cogote del zorro.
—¡Estás herida! ¿Qué diablos está pasando? —exigió Rokushi, acariciando con la nariz la parte delantera del sensible hombro de Hinata.
Hinata se encogió, mordiéndose el labio para evitar gemir ante el dolor y Rokushi se apartó.
—No lo sé. Había llevado a Jiraiya al parque a jugar y una mujer llegó corriendo del bosque. Estaba agitada, decía algo de que su hermana estaba herida. Le prometí que ayudaría y la seguí, pero me condujo hasta un claro con una choza. Me dispararon en la espalda y me desmayé, solo para despertarme aquí. Hay amortiguadores de chakra por toda la habitación y apenas puedo usar mi Byakugan en absoluto. Ni siquiera sabía si sería capaz de invocarte.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó el zorro con paciencia. Hinata deseó poder ver el brillante pelaje blanco de Rokushi, deseó salir de esta oscuridad.
—¿Crees que puedes excavar para salir de aquí? Necesito ayuda, pero no puedo hacer nada.
—¿Y si quien sea que te capturó vuelve y ve un agujero en la pared? —preguntó Rokushi con ecuanimidad. Siempre había sido una pensadora directa y sensata. Miraba desde todos los ángulos antes de decidirse por una forma de proceder, pero, una vez decidida, seguía ese procedimiento con una decisión que pondría celoso a cualquier Uchiha.
—Da igual. Alguien tiene que enterarse de dónde estamos y eso no pasará a menos que puedas salir. Yo estaré bien —aseguró Hinata.
De nuevo, el zorro hizo una pregunta.
—¿Por qué no pelear en cuanto salga de aquí?
Hinata negó con la cabeza, pero no estaba segura de si Rokushi podía verlo, incluso con sus agudos ojos, así que respondió en voz alta.
—No. No sé cuántos hay aquí o qué habilidades tienen. Podría ser solo la mujer o podría ser un pequeño ejército. No tengo ni idea de quién está detrás de esto o qué intención tiene. Es mejor si puedes escabullirte e ir a buscar ayuda.
—Voy a ello —prometió Rokushi y empezó a excavar inmediatamente en la pared. Cavó en silencio y ninguna estuvo realmente segura de cuánto tiempo había pasado en la oscuridad antes de que oyeran pasos encima. Rokushi se quedó paralizada y ambas agudizaron los oídos. Los pasos cruzaron hasta la esquina opuesta y luego hubo silencio durante un corto rato antes de que un débil brillo comenzara a crecer alrededor de la puerta en la pared opuesta.
Hinata solo captó la sombra de Rokushi mientras salía disparada por el suelo hasta la pared de la puerta y se tumbaba contra el suelo. La pesada barra al otro lado de la puerta se desplazó raspando y la puerta se abrió de golpe. El zorro blanco salió disparado antes de que la puerta estuviera abierta del todo, lanzándose entre las piernas de la persona que estaba al otro lado.
La persona, una mujer, gritó, y la bandeja y la lámpara que había estado sujetando chocaron contra el suelo mientras subía por las escaleras de tierra detrás del zorro. Hinata oyó un grito desde la planta superior, un bramido y un choque de algo que se hacía trizas mientras una de las bolas de fuego de Rokushi chocaba contra algo, probablemente la puerta de la choza. Los pasos resonaron por los tablones de madera encima de la cabeza de Hinata antes de detenerse abruptamente. El silencio reinó durante mucho tiempo.
Al final, regresaron los pasos. Más silenciosos y tranquilos que antes, cruzaron lentamente hasta el centro, por encima de la viga, según calculaba Hinata, y algo raspó contra el suelo de madera, posiblemente una silla.
Los nervios crispados de Hinata se calmaron un poco mientras el silencio tomaba una vez más el control. Le había preocupado que su captora fuera a bajar a su celda. Como shinobi, Hinata no desconocía la tortura, aunque había sido lo suficientemente afortunada hasta el momento como para nunca ser la perjudicada. Pero parecía que sus preocupaciones fueron en vano, su captora no tenía ninguna intención de bajar a interrogarla. Consciente de su hombro, se acomodó contra la pared a esperar la ayuda.
