Disclaimer
Los personajes y el universo de este fanfic no me pertenecen. Son propiedad de Ichiei Ishibumi. Yo solo los utilizo para mi propio entretenimiento y sin ánimo de lucro.
Esta historia es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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Este fanfic es una obra de ficción. Los personajes, nombres, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o locales es pura coincidencia.
El autor no tiene la intención de infringir ningún derecho de autor, marca comercial o propiedad intelectual. Todos los derechos reservados a los propietarios originales.
Este fanfic se publica únicamente con fines de entretenimiento. No se permite la reproducción, distribución o venta de este fanfic sin el consentimiento expreso del autor.
El autor no se hace responsable de las opiniones o creencias expresadas por los personajes en este fanfic. Las opiniones y creencias expresadas son únicamente las de los personajes y no reflejan las del autor.
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Se advierte a los lectores que este fanfic puede contener contenido que no sea apto para todos los públicos. Se recomienda la discreción del lector.
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Emerjo de la bruma del sueño con un sobresalto que eriza mi piel. Mis ojos se abren de golpe y chocan con la cruda realidad de una sala de autopsias. Las luces apenas penetran en la atmósfera densa y cargada de olores antisépticos. Una mesa de acero gélido sostiene mi cuerpo, y las sábanas blancas dan testimonio de mi inesperada ubicación, mientras la luz mortuoria de la morgue revela el entorno desolado que me rodea. El zumbido constante de una nevera cercana y el parpadeo de luces fluorescentes crean una sinfonía siniestra, que acentúa la frialdad del acero y la blancura espectral de las sábanas. Me invade una oleada de náusea, mientras trato de comprender cómo he llegado a este lugar de muerte. Mi último recuerdo coherente me sitúa en mi hogar, donde me dormí en mi propia cama.
La confusión se apodera de mí, como un velo que oscurece mis pensamientos. El único sonido que perturba el silencio sepulcral es el zumbido constante de la nevera de cadáveres, un recordatorio omnipresente. La desconexión entre mi último momento consciente y la realidad actual.
Observo a mi alrededor, mi memoria se aferra con desesperación a la imagen de mi cama, un refugio familiar que ahora parece un sueño lejano. Mis ojos se posan en los estantes de acero repletos de instrumental médico, reluciente bajo la luz artificial, una colección de herramientas que parecen instrumentos de tortura en este escenario macabro.
Mi ropa desaliñada y la sensación de desamparo acentúan la extrañeza de la situación. No hay heridas visibles, ninguna explicación aparente para justificar mi presencia en este oscuro rincón de la existencia.
Mientras mi mente se debate entre la incredulidad y la urgencia de comprender mi situación, un escalofrío recorre mi cuerpo al levantarme de la fría mesa de acero. Mis pies descalzos rozan el suelo frío y húmedo, enviando un nuevo escalofrío por mi espina dorsal. La morgue parece un laberinto de sombras y silencio, solo iluminada por la luz tenue y parpadeante de las lámparas fluorescentes, que crean un ritmo macabro.
La puerta de la morgue se alza imponente, cerrada y desafiante. Me enfrento a mi propia existencia, atrapado en la penumbra de este espacio destinado a albergar a los muertos. No sé cómo llegué aquí, pero la necesidad de respuestas me impulsa a enfrentar la dualidad de mis pensamientos.
Me froto los ojos con fuerza, como si al disipar la niebla que nubla mi vista, pudiera disipar también la pesadilla que me envuelve. Las sombras alargadas por la luz mortecina parecen bailar en las paredes, creando formas grotescas que se burlan de mi desdicha. Una etiqueta en mi muñeca lleva información médica.
Con un temblor en las manos, tomo la etiqueta que cuelga de mi muñeca y leo la información médica que contiene, como si en ella se escondiera la llave que me abrirá las puertas de este oscuro enigma, pero para mí desgracia está en otro idioma que no me parece conocido en este momento.
El nudo en mi garganta se aprieta mientras reflexiono sobre cómo el sueño reparador en casa se ha transformado en este despertar surrealista en la morgue. Un nauseabundo olor a antiséptico y formaldehído invade mis fosas nasales, acentuando la sensación de desamparo, me sumerjo en la búsqueda de respuestas. Mis manos tiemblan al tocar la fría superficie de la mesa, como si buscara algún indicio que me ayude a comprender. Solo puedo escuchar el eco de mis propios latidos acelerados.
Avanzo con cautela, mis pasos apenas audibles sobre el suelo frío y pulido. Las paredes blancas parecen estar impregnadas de la tristeza y el dolor de aquellos que han pasado por aquí. Las luces parpadean intermitentemente, lanzando sombras inquietantes que danzan en las paredes como espectros inquietos. Cada rincón de este lugar desconocido me susurra secretos oscuros, y la etiqueta médica en mi muñeca se convierte en un enigma incomprensible que alimenta mi creciente desesperación.
De repente, un ruido metálico resuena en la sala, haciendo que mi corazón casi se detenga. Me detengo en seco, el miedo paraliza mis músculos. Un tenue sonido de pasos se acerca desde el final del pasillo. Una voz lejana resuena en la penumbra, fragmentos de palabras en un idioma desconocido que reverberan en mis oídos. Una figura alta y delgada se aproxima, envuelta en una capa blanca que semeja un sudario.
Mi corazón late con fuerza, tratando de encontrar respuestas en aquel sonido distorsionado que parece provenir de algún lugar al final del pasillo. ¿Es un doctor? ¿Un fantasma? La figura se acerca cada vez más, su rostro oculto en la oscuridad. La tensión es casi insoportable.
Tiemblo al escuchar el eco de pasos que se aproximan por el pasillo. El miedo se apodera de mí y, en un acto instintivo, busco refugio. Mis pies descalzos rozan el suelo frío y húmedo mientras me apresuro. Un armario entreabierto me ofrece un refugio temporal, un espacio oscuro y estrecho donde puedo contener la respiración y esperar.
La puerta se entreabre y la tenue luz se filtra, revelando la figura alta y delgada de un médico que avanza con una carpeta en la mano. El doctor entra en la morgue y su mirada penetrante recorre la sala. Un ceño fruncido se marca en su rostro al notar la ausencia del cuerpo en la mesa de acero. Sus ojos se posan en la etiqueta médica que yace en el suelo, la misma que colgaba de mi muñeca hace solo unos instantes.
Desde la oscuridad de mi escondite, observo cómo el médico se detiene frente a la mesa donde momentos antes reposaba mi cuerpo. Su expresión de desconcierto es evidente, y la carpeta que sostiene cae al suelo con un golpe seco. La tensión en el ambiente se palpa con cada segundo que pasa, mientras sus ojos escanean la sala, buscando respuestas en la ausencia inesperada del cadáver. Un ligero aroma a colonia invade mis fosas nasales, mezclado con el nauseabundo olor a antiséptico y formaldehído que impregna la morgue.
El médico murmura palabras ininteligibles, su voz cargada de preocupación y sorpresa. De repente, su mirada se posa en la mesa vacía y sus ojos se abren de par en par. Un gesto de alarma se dibuja en su rostro y su voz aumenta de tono, transformando la preocupación en pánico. Comienza a murmurar palabras en un idioma que no reconozco. Se acerca a las estanterías de instrumental médico, buscando algún indicio que explique la desaparición del cuerpo. Sus manos inquietas revisan cada estante, cada cajón, sin encontrar respuesta alguna.
La tensión aumenta con cada minuto que pasa. Me mantengo en silencio, acurrucado en el armario, conteniendo la respiración y rogando por que el doctor no me descubra. La incertidumbre y el miedo me corroen por dentro, sin saber qué destino me espera.
La situación se vuelve aún más tensa cuando el doctor, visiblemente alterado, saca un pequeño dispositivo de comunicación de su bolsillo y comienza a murmurar palabras apresuradas en un intento desesperado de obtener respuestas. Mi escondite se convierte en un refugio efímero, mientras los segundos transcurren con la angustiante sensación de que el velo de lo desconocido se estira aún más.
El doctor está frente a mi escondite, puedo sentir su presencia tan cerca que aguanto la respiración, temiendo que los latidos de mi corazón sean tan fuertes en mi pecho, lo alerten de mi presencia. Finalmente, después de lo que parece una eternidad, el doctor, aún alarmado, se aleja en busca de ayuda, dejándome solo en la sala de autopsias.
La necesidad de desentrañar el enigma de mi situación se vuelve más apremiante que nunca. Desde mi escondite, intento comprender las palabras del médico, pero el idioma desconocido y la urgencia en su tono solo aumentan mi confusión. La verdad parece deslizarse entre mis dedos como arena fina, escapándose antes de que pueda comprenderla por completo.
El frío del suelo de la morgue se cuela entre mis pies descalzos, impulsándome a salir de mi escondite, tembloroso y exhausto. La adrenalina corre por mis venas, mezclándose con el miedo y la incertidumbre. Un único pensamiento domina mi mente: escapar. El silencio es ensordecedor y solo se rompe por el eco de mis propios pasos mientras me dirijo hacia la salida.
Al salir al pasillo, me envuelve el silencio, que se es roto por mi mera presencia. La tenue luz de las lámparas fluorescentes crea una atmósfera fantasmal, intensificando la sensación de desolación. Los murmullos incomprensibles ahora adquieren un tono familiar, y en un destello de reconocimiento, me doy cuenta de que el idioma es japonés, un idioma que he escuchado en películas y series. Me detengo en seco, sintiendo que mi corazón casi se saliera de mí. ¿Qué significa esto?
—No soy de aquí. No pertenezco a este lugar. ¿Cómo he llegado a esta morgue? ¿Y por qué nadie habla mi idioma? —La necesidad de escapar de este lugar sombrío se apodera de mí, mientras el recuerdo de mi cama y mi hogar contrasta con este ambiente de horror viviente.
Sin entender completamente cómo llegué a este lugar, me apresuro por el pasillo, buscando una salida de la morgue. Cada paso que doy parece alejarme de la pesadilla que viví entre las mesas de acero y la luz mortuoria. Comienzo a buscar una salida, recorriendo los pasillos de la morgue en busca de una puerta que me lleve al exterior. Cada paso me acerca a la libertad, pero también aumenta mi miedo a lo desconocido.
Finalmente, encuentro una puerta entreabierta que me ofrece una posibilidad. La empujo con cautela y asomo la cabeza, encontrándome en una sala de descanso. Un escritorio con una computadora portátil llama mi atención, y en la pantalla, un mapa de la ciudad se ilumina con puntos de luz.
No tengo tiempo para descifrar el mapa; mi objetivo es simple: salir de este edificio. Un armario entreabierto revela ropa y calzado. Un par de zapatos negros y una camisa blanca me esperan, como un regalo del destino.
Me visto apresuradamente, cada movimiento marcado por la urgencia, sin importarme si la ropa me queda ajustada o no. No puedo permitir que me encuentren en este estado. Finalmente, con la ropa puesta y los zapatos en mis pies, me dirijo hacia la puerta. Un último vistazo a la habitación me confirma que no he dejado nada atrás.
Salgo de la oficina y me encuentro de nuevo en el pasillo. La luz sigue siendo tenue, pero ahora me siento más seguro. La ropa me proporciona una sensación de falsa protección, una capa de normalidad que tanto necesitaba.
Respiro hondo, tratando de calmar mis nervios. Mis pasos son ligeros y silenciosos. A lo lejos, puedo escuchar el débil sonido de la conversación, un recordatorio de que no estoy solo en este lugar. El frío de la morgue cala hasta mis huesos, pero no es nada comparado con el escalofrío que me recorre la espalda al pensar en lo que estoy a punto de hacer. Un paso en falso, un ruido inoportuno, y todo se derrumbaría.
Avanzo por el pasillo con cautela, cada uno acompañado con latidos en la oscuridad. La adrenalina corre por mis venas, agudizando mis sentidos. Las sombras alargadas de las camillas parecen bailar en la penumbra, creando una atmósfera fantasmal que eriza mi piel. A lo lejos, escucho el eco de una conversación, pero no puedo distinguir las palabras. Me detengo, conteniendo la respiración, hasta que el sonido se desvanece.
Llego a la puerta de salida y la observo con atención. La luz del exterior se filtra por debajo, creando una franja dorada que me invita a la libertad. Empujo la puerta con cuidado, sintiendo cómo la madera cruje bajo mi mano. Un chirrido agudo me hace estremecer, pero por suerte no parece haber llamado la atención de nadie. Un escalofrío me recorre la espalda al pensar en las cámaras de seguridad que podrían estar vigilando.
Salgo y cierro la puerta con suavidad. La noche me recibe con un abrazo fresco, el aire cargado con el aroma de la tierra mojada. Me alejo de la morgue con pasos apresurados, sin mirar atrás. La adrenalina que corre por mis venas va disminuyéndose, mezclándose con el miedo y la incertidumbre los cuales van en alza. La luna, ilumina el camino. A lo lejos, el rugido de la ciudad me recuerda que estoy vivo, que he escapado.
Comienzo por caminar sin rumbo fijo, solo alejándome de la morgue. Cada paso me aleja de la muerte, me acerca a la vida. La ropa que llevo, aunque robada, me da una falsa sensación de seguridad. Me siento como un actor interpretando un papel, un personaje en una obra de teatro.
Debo mantener la calma, no cometer errores. La paranoia me consume, imaginando ojos vigilantes en cada esquina. Cada sombra, cada ruido, me hace saltar. No sé cuánto tiempo camino, ni a dónde me dirijo. Solo sé que no puedo parar, no puedo descansar, sigo por lo que me parecen horas.
Finalmente, el cansancio me vence. Me refugio en un callejón oscuro, acurrucado entre la basura y los desechos. El frío me cala hasta los huesos, pero no me importa. Estoy vivo, he escapado.
Cierro los ojos y duermo, un sueño profundo. Otra vez el frío acero de la mesa de la morgue me helaba hasta la médula. Mis ojos se abrieron de golpe, desorientados por la penumbra que reinaba en la sala. Un tenue halo de luz verde provenía de una lámpara de escritorio en la esquina, iluminando parcialmente el rostro demacrado de un hombre que yacía inerte sobre la fría losa.
Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar cómo había llegado allí, pensé que había escapado, como me encontraron. La persecución, la adrenalina, el terror... todo se mezclaba en una nebulosa de recuerdos que me provocaban náuseas. Me encontraba en la morgue, escondido entre los cuerpos sin vida, sin saber qué hacer ni a dónde ir.
De repente, un ruido metálico resonó en la sala. Me incorporé sigilosamente, conteniendo la respiración, y observé con terror cómo la puerta de la morgue se abría lentamente. Una figura alta y delgada, vestida con una bata blanca, entró en la sala. Era el forense, un hombre de mirada fría y penetrante que me producía un escalofrío inexplicable.
El forense se acercó al cuerpo del hombre que había visto antes y comenzó a examinarlo con minuciosidad. Sus dedos enguantados palpaban la piel fría y pálida, mientras que sus ojos escrutaban cada detalle con una precisión aterradora.
Me encontraba petrificado, observando la escena como si fuera un espectador en una película de terror. Un sudor frío me bañaba la frente y mi corazón latía con fuerza que amenazaba con salir de mi pecho. En cualquier momento, el forense me descubriría escondido en la oscuridad.
En ese momento, el forense se giró bruscamente hacia mí, sus ojos grises como la tormenta clavados en los míos. Un escalofrío me recorrió la espalda y un grito ahogado escapó de mi garganta.
—¡No! —Grité mientras me despertaba abruptamente. El sudor me empapaba, y mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Había sido una pesadilla, un horrible sueño que me dejó con una sensación de terror e intranquilidad. Los tuenes rayos del sol se filtra por las rendijas del callejón, anunciando un nuevo día. Me levanto, con el cuerpo dolorido.
A medida que recobraba la conciencia, me di cuenta de que no estaba en mi país. La ciudad que se extendía frente a mí era ajena y exótica. Al caminar por las calles desconocidas, notaba la arquitectura peculiar: rascacielos que se alzaban como gigantes de acero y cristal, y neones destellantes que habían iluminado el amanecer. Pero ahora, bajo la tenue luz del día, todo parecía surrealista y fuera de lugar.
La ciudad se revelaba ante mis ojos mientras caminaba por sus calles estrechas y bulliciosas. Edificios modernos, de líneas limpias y arquitectura contemporánea, se entrelazaban con estructuras tradicionales, creando un paisaje urbano que fusionaba lo antiguo con lo contemporáneo.
La energía de la ciudad era palpable: los transeúntes se desplazaban con determinación, sumergidos en su propio ritmo acelerado. El sonido constante de la actividad urbana, desde los motores de los autos hasta las conversaciones animadas, formaba una sinfonía caótica que me envolvía y me confortaba de forma extraña.
Mientras paseaba por las calles de esta ciudad, un sentimiento de desconcierto se apoderó de mí. No tenía recuerdos claros de cómo llegué allí, ni cómo me embarqué en este viaje a través del Pacífico. Las imágenes de mi escape de la morgue aún rondaban mi mente, pero mi llegada a Japón era un enigma.
Intrigado y desorientado, me sumergí en la maraña de callejones y avenidas, tratando de encontrar respuestas en la esencia única de esta ciudad que se revelaba ante mis sentidos.
La arquitectura, las calles estrechas y el bullicio evocaban un ambiente que contrastaba con la inquietud que sentía por no poder recordar. Lentamente, mi paciencia se agotaba. Caminé por las transitadas calles, mi presencia pasando desapercibida en medio de la multitud que se apresuraba en todas direcciones Me obsesionaba descifrar el misterio de mi llegada.
Mientras caminaba, entre el bullicio de una ciudad que no conocía, me sentí como un espectador de mi propia vida, ajeno al escenario que se desenvolvía ante mí.
Mi estómago rugió, recordándome que necesitaba encontrar algo para comer. Al intentar comunicarme con la gente que pasaba, me di cuenta de que no hablaba el idioma local y las miradas desconcertadas me indicaban que mi presencia no pasaba desapercibida.
La ropa que me cubría, ajustada y en mal estado por pasar la noche en el callejón, no ayudaba a que pasara desapercibido. Caminaba por las estrechas calles con la esperanza de encontrar algo para comer, pero cada paso se sentía como un desafío en un territorio desconocido.
Las luces de los restaurantes y puestos de comida callejera llenaban la ciudad, pero mi falta de recursos me impedía saciar mi hambre. No tenía dinero y la barrera del idioma complicaba aún más la situación.
Mis ojos escudriñaban los rostros de la gente que pasaba, buscando empatía o comprensión, pero solo encontraba indiferencia. Me sentía solo en medio de la multitud, perdido en una ciudad que parecía indiferente a mi presencia.
A pesar de la carencia de recursos y la confusión que rodeaba mi situación, avanzaba por las calles, inmerso en mi propia realidad desgastada. El atractivo visual de la ciudad, a pesar de su belleza, se convertía en un laberinto impenetrable, y mi búsqueda de respuestas persistía en silencio, acompañada por el eco de pasos fatigados y la indiferencia de una urbe que parecía no advertir mi existencia.
Mientras me desplazaba por calles completamente ajenas, la ansiedad se apoderaba de mí de forma abrumadora. Cada rincón, ruido y rostro desconocido contribuían a esa sensación de estar fuera de lugar. Las estrechas calles, ahora más enmarañadas y confusas, se convertían en un laberinto que reflejaba mi propia confusión interna.
La arquitectura continuaba siendo un mosaico desconcertante, con la modernidad de los rascacielos chocando de frente con los pequeños templos que se asomaban tímidamente entre los edificios. Aunque podría haber encontrado belleza en esa fusión de lo antiguo y lo nuevo, la ansiedad persistente nublaba mi capacidad de apreciación.
La multitud seguía su curso, ajena a mi presencia. Mis ojos escudriñaban las caras indiferentes que pasaban, buscando algún indicio de conexión en vano. La barrera del idioma continuaba siendo un obstáculo infranqueable, y me sentía como un extraño en un mundo que no comprendía.
El rugir constante de mi estómago se mezclaba con los sonidos caóticos de la ciudad, una sinfonía discordante que aumentaba mi sensación de alienación. Las luces brillantes de los restaurantes y puestos de comida callejera parpadeaban como destellos fugaces en medio de mi desorientación.
El peso de la noche se desvanecía lentamente, y la ciudad comenzaba a revelar su rostro diurno. Sin embargo, la claridad del día no hacía más que acentuar mi desconexión. Mientras caminaba por las calles, evitando las miradas curiosas de aquellos que se cruzaban en mi camino, me sentía como un intruso en un mundo que no me pertenecía.
La necesidad de encontrar respuestas seguía presente, pero la ansiedad nublaba cualquier intento de racionalizar mi situación. Cada callejón parecía una puerta hacia lo desconocido, y mi caminar era más una huida silenciosa que una búsqueda activa.
A medida que avanzaba, la ciudad se transformaba en un escenario extraño, donde los contrastes de lo familiar y lo ajeno se mezclaban en una amalgama incomprensible. Las calles adoquinadas resonaban con mi paso apresurado, y mi existencia se perdía en la vastedad de la ciudad.
La soledad persistía, envolviéndome como una sombra inseparable. A pesar de la bulliciosa actividad que me rodeaba, me sentía solo en mi propia ansiedad, atrapado en una ciudad que seguía su curso, ajena a mi lucha interna. La búsqueda de respuestas continuaba en un silencio ansioso, acompañada por el eco de pasos rápidos y la indiferencia de una ciudad que ignoraba mi presencia.
El sol ascendía sobre la ciudad, iluminando las calles con su luz dorada. Los aromas matutinos se mezclaban con el ruido del tráfico y el canto de las aves, mientras observaba el paisaje desde un callejón, sintiéndome como un intruso en este mundo desconocido.
Mi ropa, sucia y arrugada, atestiguaba la noche que acababa de pasar, y el hambre apretaba en mi estómago, recordándome mi precaria situación. Sin un destino claro, inicié mi caminar, y las calles me condujeron a un parque donde ancianos practicaban tai chi o eso creo yo, bajo la sombra de árboles centenarios. Sus movimientos lentos y precisos despertaron en mí una envidia por su paz interior.
Posteriormente, me encontré en un mercado lleno de colores y aromas, donde vendedores pregonaban productos como frutas exóticas, especias aromáticas y artesanías. Me detuve frente a un calígrafo que, con tinta negra y pincel de bambú, creaba obras de arte efímeras.
En un callejón solitario, me detuve a descansar. El cansancio se apoderaba de mí, y la incertidumbre sobre mi futuro pesaba en mi alma. Cerré los ojos, respiré profundamente, buscando calma en medio del caos, solo descanse un rato sé que no puedo quedarme ahí para siempre.
El sol caía implacable sobre la ciudad, intensificando el bullicio y el calor sofocante. El sudor perlaba mi frente, una molesta compañía en mí ya agobiante situación. Deambulé sin rumbo por las calles, absorbiendo la caótica energía de la ciudad. Los aromas de la comida callejera se mezclaban con el humo de los escapes y el perfume de las flores en los puestos ambulantes.
Un grupo de estudiantes riendo y charlando pasó junto a mí, su despreocupación despertó envidia. En ese instante, me sentí como un náufrago en una isla desierta, sin brújula ni mapa para navegar por este mar de asfalto y concreto.
De repente, un sonido familiar me detuvo. Era el canto de un pájaro, idéntico al que cantaba en la ventana de mi hogar lejano. La nostalgia me invadió, intensificando mi sensación de desamparo y soledad.
Sin razón aparente, me dirigí hacia el sonido. Atravesé callejones y esquivé multitudes hasta llegar a un pequeño parque en el corazón de la ciudad. Allí, bajo la sombra de un árbol, encontré la fuente del canto: un pequeño pájaro anaranjado pálido en el pecho con rayas oscuras finas en los costados, su pico es bicolor, más oscuro arriba y más pálido abajo, en una jaula dorada.
Me senté en un banco cercano y observé al pájaro durante un largo rato. Su canto melodioso me transportaba a un lugar lejano, a un tiempo de paz. En ese momento, no importaba cómo había llegado allí ni la incertidumbre sobre mi futuro. Lo único que importaba era la belleza del canto del pájaro y la sensación de paz que transmitía.
Cerré los ojos, me sumergí en la melodía y olvidé todo lo demás. La ciudad, con su bullicio, se desvaneció, dejando solo la música del pájaro y la quietud del parque. En ese instante fugaz, encontré un pequeño oasis de paz en medio del caos, un breve respiro de todo lo que ha pasado.
Abrí los ojos lentamente, sintiendo una extraña sensación de calma. El canto del pájaro había terminado y la ciudad volvió a rugir a mi alrededor, pero la paz que me había transmitido permanecía en mi interior. Me levanté del banco y me acerqué a la jaula. El pájaro me miró con sus ojos negros y brillantes, como si me comprendiera.
No sé cuánto tiempo estuve allí, observando al pájaro. Tal vez fueron minutos, tal vez horas. El tiempo se había detenido para mí en ese pequeño parque, en ese oasis de paz en medio del caos.
Sin pensarlo dos veces, extendí mi mano a través de los barrotes y toqué suavemente su plumaje suave y cálido. El pájaro no se inmutó, solo me miró con una quietud serena. En ese momento, sentí una conexión profunda con esa pequeña criatura.
Una tos seca me sacó de mi ensoñación. Un hombre anciano se acercaba a la jaula con un paso lento.
—Es hora de volver a casa —Obviamente no le entendí.
El pájaro pió alegremente y el hombre agarro la jaula.
—Gracias por cuidarlo —Dijo el hombre antes de alejarse, yo creo que me agradeció.
En ese momento, un ruido fuerte me sacó de mi ensoñación. Un hombre corpulento con uniforme de policía se aproximaba, mirándome con severidad.
—¿Qué haces aquí? —Me preguntó en inglés mirándome como un criminal.
—Solo estaba admirando al pájaro —respondí con timidez, fue bueno estudiar ese idioma, aunque fue muy molesto.
—Este lugar no es para vagabundos —gruñó el policía. —Levántate y vete de aquí.
Bajé la cabeza y me alejé de aquel lugar, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia. La paz que había encontrado se había disipado en un instante, reemplazada por la cruda realidad de mi situación.
Caminé sin rumbo fijo por las calles, sin saber dónde ir ni qué hacer. La ciudad, que antes me había parecido un laberinto, ahora se me antojaba un lugar hostil e indiferente.
En ese momento, me di cuenta de que solo estaba perdido en Japón. No tengo hogar, ni dinero, ni familia, ni amigos. Soy un alma errante, sin pasado ni futuro.
Un sentimiento de profunda soledad me invadió. Me senté en un escalón y comencé a llorar, sin importarme que la gente me mirara con lástima o desprecio.
En ese momento de profunda desolación, me juré a mí mismo que encontraría una forma de salir adelante. No me rendiría. Lucharía por encontrar volver a mi país, por construir una vida digna, por encontrar un modo de volver a mi hogar.
Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, pequeñas y tímidas al principio. Pero en cuestión de segundos, se convirtieron en un torrente que caía con furia sobre la ciudad. Las calles se llenaron de gente buscando refugio bajo toldos y aleros. El cielo, antes azul y radiante, se había oscurecido con nubes grises y amenazantes. Un viento frío comenzó a soplar, agitando las hojas de los árboles y levantando polvo del suelo.
Yo me encontraba en medio de la tormenta, sin ningún lugar donde esconderme. La lluvia me empapaba hasta los huesos, calando mi ropa y haciéndome sentir miserable. Me refugié bajo un árbol frondoso, tratando de protegerme del diluvio.
Observaba a la gente correr por las calles, buscando refugio bajo techos y paraguas. Algunos se reían y disfrutaban de la lluvia, mientras que otros se apresuraban con el ceño fruncido, buscando llegar a su destino secos.
No tenía a dónde ir ni qué hacer. La ciudad, antes tan familiar, se había convertido en un lugar extraño y hostil. Los colores se diluían, las calles se convertían en ríos y el bullicio habitual se apagaba bajo el sonido del agua. Me sentía como un náufrago en medio de un mar embravecido, solo y vulnerable.
La lluvia caía sin cesar, y el frío calaba hasta mis huesos. Me preguntaba cuánto tiempo duraría la tormenta y dónde encontraría un lugar cálido y seco para pasar la noche.
De repente, un rayo iluminó el cielo, seguido por un estruendo ensordecedor. Un escalofrío me recorrió la espalda. La tormenta era cada vez más intensa y yo me encontraba completamente desprotegido.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Un relámpago rasgó el cielo, iluminando la ciudad con una luz cegadora. Un segundo después, un trueno ensordecedor retumbó, haciendo vibrar el suelo bajo mis pies. La lluvia caía con furia, empapándome hasta los huesos.
Inesperadamente, un rayo descendió del cielo como un látigo incandescente, impactando directamente sobre mí. El dolor fue insoportable, una explosión de fuego que recorrió mi cuerpo y me lanzó al suelo. La lluvia, que aún caía con furia, se mezcló con mi sangre.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Cuando desperté, la lluvia aún caía con fuerza, empapando mi ropa y mi cuerpo. Mi cuerpo dolía por todas partes, como si me hubieran apaleado con saña. Intenté levantarme, pero caí unas cuantas veces. Lentamente, me incorporé. Mi ropa estaba hecha jirones y mi piel quemada en el punto donde el rayo me había golpeado. Me miré las manos, temblorosas y magulladas, pero vivas.
Apenas había dado un paso cuando otro rayo me alcanzó, esta vez en el pecho. Sentí como si un hierro candente me atravesara, el dolor fue tan intenso que me hizo gritar, y volví a caer al suelo, perdiendo la conciencia una vez más.
Desperté de nuevo, empapado y tembloroso. La lluvia no amainaba, y la tormenta parecía ensañarse conmigo. Un tercer rayo me golpeó. El dolor era insoportable, y pensé que moriría allí mismo.
Pero no morí. Sobreviví al impacto, aunque mi cuerpo quedó maltrecho y dolorido. Me arrastré por el suelo, buscando refugio de la tormenta implacable.
Un cuarto rayo me alcanzó, esta vez en la cabeza. La descarga eléctrica fue tan intensa que me cegó y me dejó sordo. Caí al suelo, sin saber si estaba vivo o muerto.
Perdí la conciencia una vez más. Cuando desperté, la lluvia había cesado. El sol comenzaba a asomar entre las nubes, iluminando un paisaje devastado.
Me levanté con dificultad, tambaleándome como un borracho. Mi cuerpo estaba lleno de quemaduras y moretones, y el dolor era constante. Pero estaba vivo.
Perdí la cuenta de los impactos, de las veces que la oscuridad me envolvía. Cada vez que despertaba, me parecía un milagro. Mi cuerpo estaba lleno de quemaduras, magulladuras y cortes, pero aún respiraba. No sé cómo, pero lo había hecho. La tormenta me había puesto a prueba, y yo había salido victorioso.
Me encontraba en un callejón, solo y desorientado. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí. Lo único que sabía era que había sobrevivido.
Y eso era suficiente. La lluvia finalmente comenzó a amainar. Las nubes se dispersaron y la luna, débil y pálido, se asomó en el horizonte.
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo todo en un manto de oscuridad. La lluvia había cesado, dejando a su paso un aire húmedo y frío. El cielo estaba plagado de estrellas, que brillaban con intensidad en la oscuridad.
Yo me encontraba solo en las calles, con mi ropa harapienta y mi cuerpo dolorido. No tenía a dónde ir, ni qué hacer. La tormenta me había quitado todas mis esperanzas, excepto mi vida.
Deambulé por las calles sin rumbo fijo, buscando un lugar donde descansar. De repente, vi un edificio a lo lejos. Era una estructura antigua y destartalada, con las ventanas rotas y la pintura descascarillada. Un letrero colgaba precariamente del techo, con un mensaje escrito.
No podía leer el idioma, pero no importaba. Los dibujos en el letrero eran lo suficientemente claros. Una grúa gigante levantaba una bola de demolición, a punto de destruir el edificio.
Era el lugar perfecto para descansar. Un lugar donde nadie me molestaría, donde podría estar solo con mis pensamientos.
Me acerqué al edificio con cautela, empujando la puerta principal que crujió al abrirse. El interior estaba oscuro y polvoriento, con telarañas colgando de las vigas del techo. Un olor a humedad y abandono impregnaba el aire. Los muebles estaban rotos y cubiertos de telarañas, y las paredes estaban llenas de grafitis.
Avancé por los pasillos largos y oscuros, tropezando con escombros y charcos de agua. El único sonido era el eco de mis propios pasos.
Encontré una habitación vacía en el último piso. El techo tenía una gotera, y el suelo estaba cubierto de escombros. Las paredes estaban desnudas y el suelo estaba cubierto de polvo. Una única ventana, tapiada con tablones de madera, dejaba entrar un tenue rayo de luz. Pero era un lugar donde podía descansar, al menos por esa noche.
Me senté en el suelo, exhausto con la espalda apoyada en la pared. Cerré los ojos y respiré profundamente. El dolor de mi cuerpo era intenso, pero la fatiga era aún mayor.
Cerré los ojos y me dejé caer en un sueño profundo e intranquilo. En sueños, los rayos caían del cielo una y otra vez, golpeándome con una fuerza brutal. La lluvia me azotaba el rostro y el frío me calaba hasta los huesos.
Un crujido agudo me despertó de golpe. Abrí los ojos y me encontré en la oscuridad de la habitación, desorientado por un momento. El temblor se intensificó, haciendo vibrar las paredes y el suelo. Un sonido de crujidos metálicos resonó en el edificio, como si los cimientos mismos estuvieran gimiendo bajo la presión.
Me levanté de un salto, el corazón palpitando en mi pecho. La habitación se sentía inestable, como si fuera a derrumbarse en cualquier momento. El polvo caía del techo y las paredes agrietadas parecían a punto de desmoronarse.
Me levanté y me tambaleé hacia la ventana. La luz de la luna se filtraba por los tablones de madera, revelando una escena aterradora. El edificio se tambaleaba, como si una fuerza invisible lo estuviera empujando desde un lado a otro.
Los escombros caían del techo, golpeando el suelo con un sonido estruendoso. Las paredes se agrietaban, dejando escapar un polvo fino que me irritaba los ojos y la garganta.
Un nuevo temblor, más fuerte que el anterior, me tiró al suelo. Me golpeé la cabeza contra una esquina de la pared, un dolor agudo me recorrió el cráneo. Un instante después, una viga de madera se desprendió del techo y se estrelló contra el suelo a pocos metros de mí.
El edificio se estaba derrumbando.
Corrí hacia la puerta, pero estaba bloqueada por escombros. Un nuevo temblor, aún más fuerte que el anterior, me tiró al suelo. Me golpeé la cabeza contra la pared y un dolor agudo me recorrió el cráneo.
Aturdido y con la visión borrosa, me arrastré hacia la ventana. La luz de la luna se filtraba a través de los tablones de madera, permitiéndome ver el exterior. El edificio se balanceaba de un lado a otro, como un barco en una tormenta.
Los ladrillos se desprendían de las paredes y caían al suelo con un ruido aterrador. Las vigas de acero crujían y se doblaban, amenazando con ceder bajo el peso del edificio.
En ese momento, me di cuenta de que estaba atrapado. No tenía forma de escapar. El edificio se derrumbaba a mi alrededor y yo no podía hacer nada para evitarlo.
Un terror paralizante me invadió. Cerré los ojos y esperé el inevitable final.
Los temblores se intensificaron, convirtiéndose en una sacudida violenta y constante. El sonido de la destrucción era ensordecedor. El edificio se inclinó hacia un lado y yo me deslicé hacia la pared, golpeándome la cabeza de nuevo.
Un golpe seco me dejó sin aliento. El edificio se había derrumbado sobre sí mismo, convirtiéndome en un prisionero en una tumba de polvo y escombros.
La oscuridad era total. El aire era irrespirable, lleno de polvo y el olor acre del humo. Sentía el peso del edificio sobre mí, aplastándome, asfixiándome.
Grité con todas mis fuerzas, pidiendo ayuda, luchando por salir de esa pesadilla. Pero mi voz se ahogó en el silencio de la destrucción.
Estaba solo. Atrapado. A punto de morir.
La oscuridad me envolvía, sofocante y opresiva. El polvo se metía en mis ojos, nariz y boca, dificultando la respiración. Un zumbido agudo resonaba en mis oídos, producto del golpe y la presión del edificio sobre mí.
Mis pensamientos eran un torbellino de terror y confusión. Imágenes de mi vida pasaban por mi mente como una película en cámara rápida. Mi familia, mis amigos, mis experiencias... todo parecía desvanecerse en la oscuridad.
Me preguntaba si esta era mi última hora. Si muriese aplastado bajo los escombros, sin nadie que me encontrara, sin nadie que supiera lo que me había pasado.
Un sentimiento de impotencia me invadió. No podía hacer nada para escapar. Estaba a merced del destino, a la espera de un final inevitable.
Pensé en la muerte, en la fría oscuridad que me esperaba al otro lado. Pensé en el dolor que mi muerte causaría a mis seres queridos. Pensé en todas las cosas que nunca haría, en todos los sueños que nunca alcanzaría.
Un sentimiento de profunda tristeza me invadió. Me arrepentía de todas las cosas que no había hecho, de todas las palabras que no había dicho. Me arrepentía de haber desperdiciado tanto tiempo, de no haber vivido la vida al máximo.
Pero también sentí una extraña paz. La muerte ya no me parecía tan aterradora. Era una liberación del dolor, del sufrimiento, de la incertidumbre.
Cerré los ojos y me concentré en mi respiración. Poco a poco, la avalancha de pensamientos se calmó. La paz se apoderó de mí, una sensación de aceptación y resignación.
Estaba listo para morir.
De repente, una figura humana con alas apareció en mi campo de visión. Era una silueta oscura, apenas discernible en la penumbra. Sentí una mezcla de sorpresa y confusión. ¿Qué hacía una figura alada en ese lugar desolado?
La figura se acercó a mí, sus pasos resonando en el silencio sepulcral. Sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural, como dos faros en la oscuridad.
—No pensé encontrar a nadie aquí —dijo una voz distorsionada y resonante, como el eco de un trueno. No pude evitar sorprenderme. La criatura podía hablar. Y no solo eso, sino que hablaba mi idioma. —¿Qué haces aquí? —Preguntó con clara confusión en su voz.
—Me atrapó el derrumbe —Mi voz pierde fuerza, aun luchando por comprender la situación.
La figura me miró en silencio durante un largo minuto. Sus ojos escudriñaban mi alma, como si buscara algo en lo más profundo de mi ser.
—Es extraño que alguien haya sobrevivido —Dijo finalmente, con un tono de sorpresa en su voz.
Esperaba que me ayudara, que me sacara de ese infierno asfixiante de polvo y escombros. Pero la figura no hizo ningún movimiento para ayudarme.
—¿Quién eres? —Pregunté, con un hilo de esperanza en mi voz.
La figura se quedó en silencio por un momento más. Luego, con un tono aburrido, respondió —Importa poco, de todos modos, vas a morir —Sentándose en la pila de escombros cerca de mí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La esperanza que se había encendido en mi interior se apagó de golpe, dejando solo un vacío abismal.
—¿M-morir? —Tartamudeé, sin poder creer lo que escuchaba. —¿Por qué? Yo… yo no entiendo —Murmuré, confundido y aterrorizado.
—Es mi culpa que el edificio se derrumbara —Dijo la figura con indiferencia. —Lo hice para liberar estrés. No pensé que hubiera alguien dentro.
Un escalofrío me recorrió la espalda. La figura no solo era responsable de mi situación, sino que tampoco parecía tener ningún remordimiento.
—¿Qué? —Pregunté, con la voz apenas un susurro. —¿Por qué... por qué harías algo así?
La figura se encogió de hombros, con un movimiento casual que contrastaba con la crueldad de sus palabras.
—Estaba estresada —Dijo con una voz aburrida. —Necesitaba desahogarme.
Me quedé sin aliento, sin palabras ante la indiferencia de la figura. Su mirada gélida me clavaba en el suelo, como si yo fuera un insecto insignificante.
Su indiferencia me enfureció. —¡No tienes derecho a hacer esto! —Grité, con la voz llena de furia. —¡No puedes simplemente destruir una vida y luego seguir adelante como si nada!
La figura me miró con una mirada fría y penetrante.
—¿Y quién dice que no puedo? —Respondió con una voz áspera. —¿Quién eres tú para juzgarme?
Me quedé sin palabras, atónito por la crueldad de sus palabras. La ira se mezcló con la impotencia y la resignación.
En ese momento, me di cuenta de que no tenía ningún poder sobre mi destino. La figura alada era dueña de mi vida, y podía decidir mi destino con un solo gesto.
—Ayúdame —Supliqué, con la voz quebrada por la desesperación. —No me dejes morir aquí.
La figura se rio, una risa amarga y burlona.
—¿Ayudarte? —Dijo con sarcasmo. —¿Por qué debería hacerlo? Tú no eres más que una mota de polvo en el universo. Tu vida no tiene valor.
Sus palabras me golpearon como un puño en el estómago. La esperanza se extinguió por completo, dejando solo una profunda tristeza y un vacío existencial.
Un silencio incómodo se apoderó del lugar. La figura alada, aún sentada en la pila de escombros, observaba el cuerpo inerte del muchacho con una mirada extraña. Un ligero temblor recorrió su cuerpo, ser, una mezcla de tristeza y empatía que no había experimentado antes.
En ese momento, la figura se vio a sí misma reflejada en el muchacho. No era una identificación consciente, ni una compasión sentida, sino más bien una resonancia profunda, un eco de la falsa libertad que tienen ellos.
La figura no lo dijo, ni lo mostró. Su rostro permanecía impasible, sus ojos ocultos en la oscuridad. Pero en su interior, una pequeña chispa se había encendido, una chispa que desafiaba su apatía actual.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó la figura de nuevo, esta vez con un tono ligeramente diferente pero aun distorsionado.
El muchacho no respondió. Su cuerpo permanecía inmóvil, su respiración apenas perceptible.
La figura se levantó de la pila de escombros y se acercó al muchacho. Se inclinó y lo miró de cerca, observando las líneas de dolor y sufrimiento en su rostro.
—¿Qué te llevó a este lugar? —Preguntó la figura en voz baja.
Un silencio tenso se apoderó del lugar. El muchacho, aún con la mirada nublada por el polvo y la confusión, apenas levantó la vista hacia la figura alada. Su cuerpo, magullado y dolorido, reflejaba la dura batalla que había librado contra la muerte.
Las palabras de la figura resonaron en su mente, "¿Qué te llevó a este lugar?". Un torrente de recuerdos y emociones lo invadió: su despertar en la morgue, la huida, el callejón, la indiferencia de las personas, el canto, el policía, la tormenta, los rayos, la búsqueda de un refugio, la oscuridad de la noche, el temblor del edificio, la caída estruendosa, la agonía bajo los escombros...
Un sollozo escapó de sus labios resecos. La pregunta de la figura era tan simple, pero la respuesta tan compleja. ¿Cómo explicar la cadena de eventos que lo había conducido a esa situación? ¿Cómo resumir la fragilidad de mi vida, la impotencia ante el destino, la crueldad del azar?
Con un esfuerzo titánico, el muchacho logró articular una respuesta:
—La vida... me llevó aquí —Dijo con voz temblorosa, apenas un susurro en la penumbra. —Buscando un refugio, la lluvia me había empapado y necesitaba un lugar para descansar... y luego, todo se derrumbó.
La figura permaneció en silencio, absorbiendo las palabras del muchacho. Sus ojos, como dos pozos de oscuridad, parecían escudriñar su alma, buscando la verdad en sus palabras.
La figura asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Y lo encontraste aquí —Dijo con un tono reflexivo. —En un lugar que yo misma destruí.
El muchacho guardó silencio. La culpa lo invadió. De alguna manera, se sentía responsable de lo que había sucedido.
—¿Y ahora? —preguntó la figura, su voz cortando el silencio. —¿Qué esperas ahora?
El muchacho se quedó sin aliento. La pregunta lo golpeó con la fuerza de un martillo. ¿Qué esperaba ahora? ¿Esperanza? ¿Rescate? ¿Un milagro?
No lo sabía. La experiencia lo había marcado profundamente, dejando una cicatriz imborrable en su corazón. La muerte lo había rozado varias veces el mismo día.
—No lo sé —Respondió finalmente, con la voz cargada de duda. —No sé qué esperar.
La figura asintió con un gesto apenas perceptible. Sus ojos se posaron en el rostro del muchacho, y por un breve instante, una chispa de humanidad pareció brillar en su mirada. Se apartó un poco, como si estuviera reconsiderando algo en su interior.
El silencio persistió, solo roto por el murmullo distante de la ciudad. Mis pensamientos se agolpaban, luchando contra la desesperación que se apoderaba de mí. No sabía si esa figura alada sería mi salvación o mi perdición.
Finalmente, la figura habló con un tono más suave, menos distorsionado que antes. —No deberías estar aquí —Dijo, aunque su voz aún mantenía un dejo de frialdad. —Pero tampoco debería dejarte morir sin más.
Un destello de esperanza surgió en mi pecho. ¿Había cambiado de opinión? ¿Iba a ayudarme después de todo? La figura se inclinó hacia adelante, sus alas extendiéndose levemente, como si estuviera considerando sus opciones.
La figura alada, mientras me mira con sus ojos que brillan en la oscuridad, se sume en un debate interno. Las alas, que antes se mantenían firmes, ahora se agitan ligeramente, revelando una agitación interna.
Después de la breve pausa, la figura alada se preparó para actuar. La tensión en el aire era palpable mientras sopesaba las posibles consecuencias de su elección.
—No puedo dejarlo morir. Está sufriendo, y yo puedo ayudarlo. Si lo dejo ahí, morirá solo y con dolor. No es como si me importarse, pero —Reafirmó la voz emocional de su cabeza, sintiendo la urgencia de actuar.
La voz lógica intentó disuadirla nuevamente —Pero si lo salvas, te meterás en problemas y de los gordos. Ambos somos jóvenes, y tenemos toda la vida por delante, bueno el no obviamente. No vale la pena arriesgar tu futuro por un completo desconocido.
—Lo has visto, su estado ya es un milagro en sí que todavía siquiera esté vivo —Contrapuso la voz emocional, reconociendo la fragilidad de la situación.
La lógica insistió —Pero hay otras entidades que pueden ayudarlo, tu solamente lárgate y olvídalo. No tienes que ser tú la que lo haga.
—Pero yo soy la única que está aquí ahora. Obviamente solo hay otra entidad que lo puede hacer, pero no me la imagino haciendo eso. Si no lo ayudo yo, nadie lo hará. —Afirmó la voz emocional, decidida a marcar la diferencia en ese momento crucial.
La voz lógica señaló las posibles consecuencias —Piensa en las consecuencias. Si te descubren, te castigarán severamente, tu clan obviamente, los demás se burlaran de ti, además de aislarte socialmente. ¿Estás dispuesta a arriesgarte por eso?
Después de un silencio reflexivo, la voz emocional suspiró, consciente de la gravedad de su elección. Finalmente, respondió— No te presiones. Tómate tu tiempo para decidir…
…
…
…
—¿Ya has tomado una decisión? —preguntó la lógica, ansiosa por conocer la elección final.
—Sí. He decidido ayudarlo —Confirmó la voz emocional con determinación.
—¿Estás segura? —Insistió la lógica.
—Sí, estoy segura. No puedo dejarlo morir —Respondió la voz emocional, preparándose para enfrentar las posibles consecuencias.
—Entonces adelante, y que tengas suerte —Dijo la voz lógica, reconociendo la valentía de la figura alada.
—Gracias. La voy a necesitar —Afirmó la voz emocional, antes de dirigirse hacia el muchacho necesitado, listo para ofrecer su ayuda.
Con cautela, se acercó al muchacho y se arrodilló a su lado. Observó su rostro pálido y su respiración dificultosa. La compasión la invadió y una oleada de determinación la recorrió. Tomó su mano entre las suyas y le transmitió una suave energía curativa.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la vida del muchacho se escapaba. Sus ojos se abrieron por última vez, buscando la luz en la mirada de la figura alada. Un último aliento escapó de sus labios y su cuerpo se quedó inerte.
La figura alada se quedó petrificada, con la mano del muchacho aún entre las suyas. Un frío glacial recorrió su cuerpo y la invadió un profundo desconcierto. Un nudo se formó en su garganta, eso la desconcertó gravemente ya que es la primera vez que le pasa, después de recibir esa noticia de compromiso.
Había fallado. No había podido salvarlo. Las palabras de la voz lógica resonaron en su mente: "Te meterás en problemas… No vale la pena arriesgar tu futuro… Te castigarán severamente."
Se levantó, con la mirada apática y el corazón apretado. La resignación y la perplejidad son abrumadores para ella. Se sentía impotente y pasmada.
¿Qué había hecho mal? ¿Por qué no había sido suficiente?
En ese momento, la voz lógica se hizo presente. —No te culpes, además es genial que se muriera, nos evitó mucho. Hiciste todo lo que pudiste, en tus manos. No es tu culpa que no haya sobrevivido, pero claro está que, si lo es de que lo hubieras matado, accidentalmente claro está. Después de todo es un humano común y corriente, a quien le importa.
La figura alada se golpeó varias veces su cara y respiró hondo. La voz lógica tenía razón. No debía pensar demasiado en ello, por algo que estaba fuera de su control.
La figura alada encontró consuelo en el hecho de haber intentado ayudar. Había hecho todo lo que estaba en su poder para salvarlo. Y aunque no lo había logrado, su acto de bondad no había sido en vano. Pero es demasiado tarde o no.
Dentro de la mente
—No puedo negarme. Usar una Evil Piece para revivir a este muchacho es una oportunidad única. —(Lado angelical)
—¿Estás loca? ¡No sabes nada de este chico! Ni siquiera te importa en lo más mínimo. Incluso hace un momento lo ibas a dejar morir. Y sabes que te conozco mejor que nadie. Además, usar una Evil Piece, eso es mucho peor que ayudarlo. —(Lado demoníaco)
—No importa quién sea. Su muerte quizás sea por mi culpa o totalmente, y tengo el poder de revertirla. —(Lado angelical)
—Pero usar una Evil Piece es un asunto muy serio. Podría tener graves consecuencias, no solamente para ti esto incluye a tu clan. Quizás expulsarte de él, de todos modos, tienen un remplazo para ti. —(Lado demoníaco)
—Lo sé, pero el riesgo vale la pena, quizás o no, aunque pienso que sea esta última. No puedo vivir con la duda de haber dejado morir a alguien cuando pude haberlo salvado. —(Lado angelical)
—¿Y si no funciona? ¿Y si la Evil Piece lo rechaza? ¿Y si se vuelve loco? ¿Y si trata de escapar? ¿Y si se vuelve en contra a ti? ¿Y si llega a traicionar a los demonios? ¿Y si te llegara a matarte? ¿Y si se suicida? —(Lado demoníaco)
—Entonces tendré que vivir con eso, no es que realmente me importe mucho. Pero al menos habré hecho todo lo posible. —(Lado angelical)
—¿Y qué hay de tu estatus? Si esta decisión te trae problemas con los demás demonios, que claramente lo hará, tu posición como heredera del Clan se verá comprometida, y seriamente dudo que tus padres te ayuden con esto. Por no mencionar que no van a cancelarlo. No vas a escapar de eso tan fácilmente. —(Lado demoníaco)
—Mi posición es justamente lo que podría aguantar ese tipo de golpe, digamos que no es un gran escándalo como otros. Además, si este chico demuestra ser un buen siervo, podría ser un gran activo para nuestro clan. —(Lado angelical)
—Eso es una apuesta muy arriesgada. Pero no como las otras cuatro ya que tienes el respaldo de tu hermano, y créeme tu suerte terminara tarde o temprano. Aunque lo menciono tu tercamente lo seguirás haciendo. —(Lado demoníaco)
—Lo sé, pero estoy dispuesta a correr el riesgo. Tengo cien por ciento de fe en que este chico puede ser un gran aliado. Quizás. Algún día. Probablemente. Posiblemente. A lo mejor. Tal vez. —(Lado angelical)
—Está bien, sentimental y terca. Haz lo que quieras. Pero no digas que no te advertí. Enserio te lo advertí. —(Lado demoníaco)
Con un brillo rojizo, intenso y vibrante, como una llamarada repentina, inunda el lugar. Las tinieblas se rinden ante la ardiente luz, que tiñe de carmesí cada rincón del lugar, creando un ambiente fantasmagórico. Los escombros del edificio colapsado, testigos mudos del ritual, se tornan de un rojo enfermizo, como si la sangre se hubiera derramado sobre ellos. Los rostros del muchacho y la figura alada se iluminan con un tono cálido.
Nota del autor:
El archivo se me perdió, afortunadamente encontré un respaldo.
No me había dado cuenta de que le faltaba algunas correcciones que si cambia el contexto en la parte final, y alguna que otra cosa.
Sean robado el cable de mi internet. No se hasta cuando se actualizara.
