Voldemort.
Leí el documento y lo firmé. Era una citación, el martes tendría lugar la reunión con los padres de los niños abusados, la decisión que ellos tomaran sería la que se expondría el viernes de la misma semana ante un juez. Si la decisión era mantener a Dumbledore en Askaban, yo me daría por bien servido, si no, Rodolphus ya preparaba el atentado.
Revisé mi reloj. Se acercaba la hora de almorzar. Hoy era sábado. En tecnicismos yo podría irme a las doce, pero me quedaría hasta la una para adelantar unos documentos.
—¡Iris! —llamé a mi secretaria. La mujer se asomó a mi puerta momentos después. Le tendí la citación —. Aquí pone los nombres de los interesados, que se les envíen copias en sobres sellados; este documento tiene que estar hoy en poder de las personas a citar. No me quedaré para la tarde, puede irte a almorzar a las doce. Mañana nos vemos a las nueve, saldremos a las doce también.
—Sí, mi señor. Permiso.
Y tomando la citación, se dirigió a su cubículo frente a mi oficina cerrando la puerta.
Esta mañana, ella se me acercó para preguntarme por mi salud. Fue extraño e incómodo constatar que esta mestiza ya me conocía lo suficiente para reconocer que me encontraba enfermo. Por supuesto, le dije que se metiera en sus asuntos y que no, que yo estaba perfecto, que sólo tenía calor. Era fiebre. Nagini me mordió en la madrugada, fue un despertar horrible, creí que me atacaban mientras dormía.
—Fue por golpear al niño.
Debí imaginarlo, Nagini era muy protectora con Harry. Durante los días que Harry estuvo preso en las mazmorras, mi serpiente no se alejó de él, siendo su compañía día y noche.
—Harry y yo lo acordamos. No te metas —le respondí.
Sus dientes quedaron marcados en mi muslo. El veneno de Nagini era especial; yo era inmune, pero no significaba que mi cuerpo no tendría que luchar en contra de las toxinas. Presenté fiebre desde las cinco de la mañana y no esperaba que el malestar desapareciera sino hasta la noche.
—Me meteré en lo que se me dé la gana, mocoso.
Le hice una mueca y traté de volver a dormir. Nagini, poseedora del corazón tierno de una madre, se acurrucó a mi lado y, siseando que debería ser más considerado con la «pequeña cría», me permitió acariciarle la cabeza. Al irme a trabajar, ella permaneció dormida en mi cama desordenada.
Con la citación atendida, tomé una carpeta de contabilidad nacional y le eché una hojeada sin concentrarme. El asunto de Dumbledore me tenía inquieto; por culpa de mi política de no interferir y tratar de simular que esto en verdad no era una dictadura para evitar revueltas, debería esperar al viernes para tener una respuesta al futuro del viejo director.
0oOo0
Harry Riddle.
Mi tempus me reveló que eran casi las diez cuando desperté. Margaux no estaba a la vista y las sábanas mostraban signos de la actividad de la noche anterior. Acudí al baño para tener una merecida ducha y al retornar, mi alcoba lucía impecable.
Secándome el cabello con mi toalla, tomé un pijama y me vestí. No planeaba salir hoy de mi habitación, me sentía agotado; las pocas energías que hubiese recargado las gasté anoche. Ese recuerdo me hizo sonreír. Fue divertido.
—Quiero desayuno —murmuré yendo a mi escritorio. Tardíamente agregué —: Elfo, desayuno, por favor.
Si no llamaba a los elfos, ellos no sabrían que les estaba hablando. No era que me vigilasen, aunque sí tenían alertas para saber cuándo yo me despertaba y me iba de mi habitación para asear sin ser vistos.
En lo que aparecía el desayuno en mi mesa, me distraje con las cartas a un costado en mi escritorio de madera. Eran sobres sellados. Alguien me había escrito.
Tres cartas de Alec Lestrange, el hijo de Bella; dos cartas de Seamus y tres misivas de parte de Luna Lovegood, la exnovia de Neville.
Como ninguna estaba fechada, tomé la última y la abrí. Era de parte de Alec.
Hola, joven señor.
Le escribo desde Francia, vine a visitar a unos familiares. Volveré a Inglaterra el primero de julio. Mi padre me escribió respecto a su curso de equitación y me sugirió que me uniera; él dijo que casi todos los alumnos son muggles y que la experiencia era interesante.
(Con interesante creo que se refiere a desagradable, pero yo sí tengo curiosidad de saber cómo son esos muggles).
Le llevaré dulces locales.
Hasta luego,
Alec.
Así que las siguientes cartas de mi amigo fueron enviadas durante mi estadía en la celda. Ignoré la carta de Seamus y de Luna para tomar la siguiente de Alec, esperando que la cronología estuviera correcta.
Hola, joven señor.
No sé si deba referirme a lo ocurrido en el ministerio, pero permítame decirle que lo que usted hizo fue increíble.
La información que he obtenido al respecto ha sido por medio del Profeta, de los que yo no confío en realidad. De todas formas, por lo que sea que haya ocurrido, usted se enfrentó a su padre para defender a su madre. Es... alucinante. Usted es muy valiente.
Lo respeto. Sólo quería decírselo.
Alec.
Le sonreí a la carta. Tomé el último sobre sellado por mi amigo.
Hola.
Papá me contó de su deterioro físico, imagino que por eso no me ha contestado las anteriores cartas.
Ya estoy en Inglaterra, en la casa de mis padres. Mamá le manda besos.
Papá dice que una vez usted se sienta mejor, iremos a equitación juntos. Lo estaré aguardando. Por favor, mejórese.
Con aprecio,
Alec.
El hijo de Bella y Rodolphus lograba sonar respetuoso incluso por texto. A lo largo de estos tres años, él obtuvo un equilibrio entre nuestra amistad y su obediencia ciega hacia mí. Quien carecía de aquel tacto era Seamus. Su primera carta era de unos días antes del treinta de junio, en esta él me contaba de sus vacaciones y me invitaba a quedarme unos días en su casa. En la segunda carta...
Harry, estás loco.
¿Estás bien?
¡Tu padre perdió la cabeza!
En el periódico dijeron que él te encarcelaría tres días, que era tu castigo. ¿Te convertiste en mortífago? Bueno, en El Profeta dijeron que no... pidieron una declaración a tu padre, él dijo que fue un trato y que si te alcanzaba te torturaría. Por tu salud, no vuelvas a hacer algo así. Aunque tu madre se salvó.
Eres mi héroe. Muchos dicen que harían lo que fuera por sus madres, pero dudo que más que unos cuantos se enfrenten a tu padre de tú a tú (él da miedo).
Respóndeme para saber si sigues vivo. Ah, mamá te manda a decir que eres muy valiente.
Seamus.
PD: ¿Recuerdas que comentaste que le preguntarías a tu padre si me podía quedar contigo un par de días? Mamá dice que no, que nunca. Lo siento.
Traté de no sentirme mal por la decisión de la señora.
Las primeras dos cartas de Luna me narraron de su verano, ella insistía en haber visto hadas en una noche sin luna y quiere salir a explorar de nuevo, a lo cual me invitaba. La última carta fue...
Tu padre es un sujeto muy extraño, ¿sabías, Harry?
Mi padre tocará el tema en el Quisquilloso, espero que no te importe. Ojalá estés bien. ¿Tu celda tiene ventana? ¿Tendrás buena vista? Oh, ¡y tu pobre brazo!
Debes de estar enojado, o feliz. Yo estaría feliz por haber protegido a mi madre, pero igualmente estaría encantada, siempre me parecieron bonitos los moretones. ¿No lo crees? Morado, verde, amarillo, son colores lindos, lástima que duelen.
Cuando te hayas recuperado, escríbeme.
Con amor,
Luna.
No olvidaba que el padre de Luna era el dueño de una revista mágica. Mi amiga tuvo una reacción bastante positiva, aunque me preguntaba qué diría su padre en el ejemplar de esta semana.
Tomé una pluma de colores y alcancé un pergamino apartando la charola con comida a medio terminar.
Hola, Luna.
Mi brazo se encuentra mucho mejor, gracias por preguntar. No me he visto a un espejo, pero me imagino que morado, verde y amarillo son colores que me identifican en este momento.
¿Podrías enviarme una copia del Quisquilloso? Quisiera leerlo.
Yo no acostumbraba a redactar cartas, solían salirme cortas.
Hola, Alec.
Estoy muy cansado, papá usó un hechizo conmigo y me tiene agotado. Si quieres, ven a casa, aunque me temo que duermo la mayor parte del tiempo. Podríamos armar un rompecabezas o algo así.
Dale las gracias a tu madre de mi parte.
Fui más cuidadoso con Seamus.
¿Qué tal, Seamus?
Gracias por tus palabras.
Sí, papá me encerró tres días, pero no te preocupes, tuve comida y una manta todo el tiempo, no fue tan malo; dormí mucho.
Entiendo lo de tu mamá. Lo sé, papá asusta.
No fue mala idea el trato, lo que me hicieron a mí no fue nada comparado con lo que le haría a la señora Potter. Además, papá nunca me mataría.
Aquí dudé. Yo vi ese destello verdoso en la punta de la varita de papá. Tendría que preguntarle al respecto.
Supongo que no podrás venir. ¿E ir yo a tu casa? Aunque por ahora no puedo, sigo muy cansado. Papá usó un hechizo extraño para sanarme el brazo en minutos, pero me tiene agotado.
Hasta luego.
Tomé mi leche y la acabé de un sorbo. Era leche de cabra; la tomaba desde que papi me nombró su heredero. En mi plato quedaban champiñones, los tomé con las manos ojeando mi escritorio. Hacía mucho que no me sentaba a leer o a tratar de dibujar, ya no era un niño aplicado. Fue raro ver mi estilográfica de oro, la había olvidado, igual que al gran paquete de tintas de colores que usaba en Hogwarts. Entre mis cuadernos y pergaminos amontonados capté un sobre blanco.
Eran las entradas de Quidditch. Los cuartos de final ocurrirían en estos días, si no recordaba mal, y la semifinal sería a mitad del mes, siendo la final en agosto, después de mi cumpleaños. Iría con Alec y Elena... o con Luna, a ella le gustaba el Quidditch, si yo no recordaba mal... ¿a Iovanna le interesaría ir a un partido?
Parpadeé pesadamente. Mi cuerpo me ordenaba ir a la cama de nuevo. Me arrastré como pude lamiendo mis dedos untados con el guiso de los champiñones. Tardé en dormirme, pero, durante mi tiempo recostado, en mi mente no se agitó ningún pensamiento. Mi madre estaba a salvo y yo estaba en paz.
Desperté un tiempo después, el sol estaba alto en el cielo y su luz hubiera entrado de forma irritante de no ser por las cortinas que algún elfo debió organizar para que mi descanso no se viera perturbado. Hedwig estaba durmiendo en su percha.
—¿Qué hago hora? —musité para mí, aburrido y acalorado.
Me daba algo de miedo darme un baño y dormirme en la tina. Muerte por ahogamiento, papá reiría hasta unirse a mí en el más allá.
Decidí caminar. Fui a la habitación de papá, donde él no estaba. La puerta de la celda de mi madre continuaba allí, traté de no mirar ese rincón de la habitación al salir. Recordando mi infancia, me colé en el armario de papá y abrí su gabinete con corbatas, acariciando la tela de cada una de ellas. Los elfos aún hacían los nudos de mis corbatas escolares, debería aprender a hacerlo por mi cuenta. Papá tenía una decente colección de cadenas que jamás usaba, unos relojes mágicos que tampoco se ponía; lo que sí usaba de vez en cuando eran los gemelos que adornaban los puños de la camisa. Hoy se colocó unos, faltaba un par.
Después fui al baño de papá. Al igual que Draco, papá tenía un estante con jabones de olores comunes hasta mezclas exóticas; aunque papi no era de prestarle atención ese tipo de detalles y rara vez salía de su jabón de avena. Talvez su desinterés tenía relación con su infancia llena de escases. Eso no explicaba sus intentos de que yo usase mejores cosas que los hijos de sus mortífagos. Lo más probable era que papá conservaba sentimientos de inferioridad desde su juventud y trataba de compensarlo de forma económica y material.
Las conjeturas se mezclaban en mi mente al mismo tiempo que un repentino mareo me obligaba a deslizarme por el suelo, sujeto al inodoro. Por suerte, los elfos dejaban la tapa del inodoro abajo.
La cerámica fría se sintió agradable contra mi piel. Aquel fue mi último pensamiento coherente hasta la aparición de una mano sobre mi frente.
De mi boca salió un ruidito.
—Sabes, el día que te traje conmigo imaginé que algún día te encontraría desmayado junto a un inodoro. Nunca esperé que fuera antes de los diecinueve años.
Alcé el rostro. Papá estaba allí, de traje y con un gesto burlón.
—¿Qué?
—¿Qué haces aquí? —preguntó devuelta, sosteniéndome para ayudarme a incorporar. Me senté en el inodoro, mi mareo había desaparecido, pero me dolía el cuello.
—Estaba aburrido.
—¿Y terminaste en mi baño? —papá sonó risueño.
—Me mareé.
Su ceño se frunció con suavidad. Pronto, su mano se depositó en mi frente.
—Tienes fiebre. Ven.
Sosteniéndome de los hombros, papá me guió a su cama, donde me recostó sobre sus almohadas, de forma que mi cuerpo no quedó recto, sino ligeramente inclinado. Esta semana, el cubrelecho de papá era de color crema, una visión extraña si recordábamos de quién se trataba.
La alcoba de papá era bastante sencilla, decorada en colores oscuros. Los elfos se encargaban del lugar y la mantenían limpia y fresca.
—No es nada —dijo tras una revisión médica con magia —. A veces ocurre por exceso de cansancio.
¿Se refería a lo ocurrido en el ministerio, el hechizo o Margaux? Como fuese, mi mente le restó importancia a mi malestar.
—Sabes, el día que te traje conmigo imaginé que algún día te encontraría desmayado junto a un inodoro. Nunca esperé que fuera antes de los diecinueve años.
—¿Papá?
—¿Qué?
—¿En qué pensabas el día que fuiste a la casa de los Potter a buscarme?
Se formó un silencio entre nosotros. Papá aligeró su corbata. Los gemelos en los puños de su camisa eran redondo y plateados.
—¿Quieres saber por qué tomé la decisión de criarte?
Asentí.
La respuesta de la mayoría de los padres era que amaban a sus hijos y que no podían imaginarse lejos de ellos, o eso suponía yo. Sin embargo, papá no encajaba en esa idea.
—Sí... por favor.
—Temía que, si te dejaba en manos ajenas, alguien lograría revisar con un hechizo de ascendencia tus antepasados. Al ser un bastardo, la magia solo revelaría los nombres de tus progenitores, pero... la posibilidad estaba allí. Después de todo, la base de mi... eje político es la pureza de sangre.
—Y tu padre es muggle —susurré.
Él asintió. Se quitó su saco y lanzó al suelo su corbata, soltando los botones superiores de su camisa.
—Sí. Mi error al no usar protección al momento de violar a Lily Potter devastó años de avances. No quería imaginar que ocurriría de saberse mi realidad de mestizo.
Mi error... traté de no sentirme mal por aquella forma de referirse a mi existencia.
—¿Alguien lo sabe?
—A parte de nosotros dos, Dumbledore. Es la única persona con ese conocimiento que yo no logré asesinar.
—¿Y el por qué no lo ha divulgado?
Ahí, papá sonrió.
—Porque yo sé un secreto del viejo, uno tan malo como el mío.
—¿Es sangre sucia?
—No, es sangre limpia. Es un secreto diferente, no se vincula a la sangre. Es una... desviación.
—¿Desviación?... ¿las vértebras de su columna están mal?
Papá bufó.
—Ay, Harry, nunca cambies —rió entre dientes antes de responder —. No. Dumbledore es un homosexual. ¿Conoces esa palabra? —negué con la cabeza, aunque el término me sonaba —. Bien, te he mantenido aislado de esa basura. Son hombres que no satisfacen sus deseos sexuales con mujeres, sino con hombres. Es similar a lo que a veces hacen las esclavas entre ellas, salvo que nos referimos a varones.
En el mundo de depravaciones acontecidas dentro del hogar de papá, jamás vi una escena entre dos hombres.
—Jamás había escuchado del tema.
—Mejor. El mundo mágico es más abierto que hace unos años con ese tipo de... desviaciones, no obstante, el historial romántico de Dumbledore sería réprobo incluso en la civilización más gentil y blandengue.
—¿De quién se enamoró?
—De Gellert Grindelwald, el anterior señor oscuro.
—¿El que está preso en el Castillo de Nurmengard?
—El mismo.
Eso hizo que me incorporara con violencia.
—¡¿Qué no fue Dumbledore el que lo metió preso?!
—Oh, la historia de ese par podría ser publicada como novela romántica. Sí. Fueron amantes en la adolescencia, se distanciaron y terminaron siendo enemigos, pero en medio del caos de la guerra y las conspiraciones se reunían en privado para intimar —papá hizo una mueca de asco —. Y con el dolor de su alma, siendo incapaz de asesinar a su amado, Dumbledore lo encarceló. ¡Ja! Hasta lo visitó cada semana. Dumbledore estuvo detrás de la insistencia de que los guardias de la prisión se mantuvieran en el exterior, que adentro ingresaran solo los elfos domésticos con la excusa de que la magia del lugar era más que suficiente y que los presos eran demasiado peligrosos para humanos; de ese modo, ambos podían tener sexo sin testigos.
Vaya...
—Oh, pero me imagino que desde que su llegada a Askaban, Dumbledore no ha podido comunicarse con el señor Grindelwald —comenté —. Pobrecito.
—Ay, Harry, eras tan blando como la gelatina —papá rodó los ojos, pero, de pronto, se paralizó. Su cabeza se ladeó, en su mente algo se cocía —. Eres un maldito genio, niño.
—¿Qué dije?... oye, me antojé de gelatina.
—Pídesela a los elfos, tengo que enviar una carta —papá palmeó mi mejilla —. Gracias por la idea.
