Capítulo 8

Después de dos días en los que apenas pudo salir de la habitación debido al dolor que sentía en la pierna, Sakura por fin se animó a dejar aquellas cuatro paredes que parecían querer consumirla. Durante esos días, una doncella le había acercado todas las comidas del día. Además, le habían llevado una tina para poder bañarse y le habían hecho sentir casi como una invitada en lugar de una prisionera.

Sakura no podía creer el trato que le dispensaban y, aunque a veces la miraban de soslayo y temerosas, al final se mostraban amables y cercanas.

Para ese día le habían llevado un vestido azul con ribetes dorados en las mangas mientras que en la falda se mostraban los colores del clan Uchiha. La vestimenta era sencilla, pero para ella era perfecta, pues cualquier cosa sería más bonita que el hábito que tenía que llevar en el convento.

Mientras se miraba en el espejo para comprobar que todo estuviera en su lugar, Sakura pensó en Itachi. No lo había vuelto a ver después de que el guerrero la llevara de regreso al castillo. Ni siquiera se había vuelto a preocupar por su herida, para la cual había enviado a una de las doncellas que tenía ciertos conocimientos de curación. Ni una nota, ni visita, nada... Parecía que la había olvidado desde entonces e Sakura no estaba segura de que fuera mejor eso o tener su mirada sobre ella durante todo el día.

La joven suspiró e intentó alejar el creciente enfado de su interior, por lo que se animó una vez más al decirse que iba a salir por fin de ese dormitorio y pasearía por los alrededores del castillo. Pero cuando abrió la puerta con la sonrisa dibujada en el rostro y vio a un guerrero apostado en la puerta que impedía que pudiera salir, esa sonrisa desapareció de golpe.

El guerrero se giró y la miró, sorprendido por la vehemencia con la que la joven había abierto la puerta.

—¿Por qué estáis frente a mi puerta?

—Itachi me ha ordenado que vigile todos vuestros pasos, señorita.

—¿Y eso por qué? —preguntó cruzándose de brazos y elevando la barbilla con orgullo. El guerrero elevó una ceja.

—Habéis intentado escaparos, muchacha. Sakura apretó los dientes y soltó el aire.

—¿Y puedo salir de este dormitorio o me mantendréis encerrada?

—Podéis salir, pero yo os acompañaré.

Sakura soltó un bufido antes de asentir con mala cara y caminar hacia las escaleras. Tras ella sentía y escuchaba los pasos y la mirada del guerrero sobre ella, algo que en cierta manera la incomodaba, pero al menos, se dijo, podía salir del dormitorio. A pesar de haber transcurrido varios días, la pierna le molestaba todavía a cada paso que daba y cojeaba ligeramente cuando apoyaba la pierna, pero ya casi estaba curada.

Sus pies la dirigieron hacia la salida del castillo. Durante el trayecto se cruzaron con varias doncellas y sirvientes, pero la que más le llamó la atención fue la misma que había irrumpido en el dormitorio mientras ella se bañaba y le había dicho que iban a cortarle la cabeza. Esta la miró con el ceño fruncido e Sakura tuvo la sensación de que quería decirle algo, pero tras una mirada hacia el guerrero que la acompañaba, se mantuvo en su sitio.

Sakura caminó de nuevo hacia la puerta de salida y cuando a ella llegó la imagen de los guerreros del clan entrenando, se quedó paralizada en el primer escalón. La joven necesitó tragar saliva tras divisar a Itachi entre ellos sin camisa, a pesar del frío, y mostrando su escultural cuerpo y su fortaleza ante todos. El guerrero luchaba contra su propio hermano y a cada movimiento que realizaba se marcaban todos sus músculos.

El corazón de Sakura comenzó a latir con fuerza y durante unos segundos deseó poder tocarlo. Itachi se movía con rapidez, parando cada estocada que su hermano lanzaba y desde su posición Sakura podía escuchar los rugidos que ambos exclamaban.

—Es el mejor guerrero que he conocido nunca.

La voz del guerrero que había tras ella la sobresaltó y la joven dio un respingo. Lo miró como si fuera la primera vez que lo descubría y después volvió a mirar al grupo de guerreros que entrenaban.

—Cuando estaba en el castillo de mi padre, alguna vez vi entrenar a sus hombres, pero la verdad es que nunca he visto nada igual.

Y era verdad. Los hombres de su padre eran de mayor edad que los Uchiha. El grupo que a su padre le gustaba tener eran los que había tenido el abuelo de la joven años atrás, pues su padre no confiaba en nadie, y menos en los guerreros jóvenes, ya que pensaba que no tenían la suficiente valentía

en el campo de batalla.

Pero eso no era lo que Sakura estaba viendo en ese instante. Los guerreros Uchiha eran, en gran parte jóvenes, aunque alguno sí parecía sobrepasar la treintena. Y lo que ella divisaba era un acto de valor mayor que los que había visto en su propio castillo. La fortaleza de unos y otros, la masculinidad, la pasión y seguridad que rezumaban por cada poro de su piel los hacía parecer temibles e invencibles.

—Pues si vuestro padre no suelta al hermano del señor, tendrá que medir fuerza con nosotros.

Sakura sintió un escalofrío, pero no por miedo a los de su clan, sino porque estaba segura de que serían los Uchiha los grandes vencedores del combate. Y no le gustaría verlos en una pelea real, ya que después de lo que estaba viendo en ese momento, sabía que sus rostros serían aún más temibles que ahora.

Cuando Sakura pensó que no podía parar de mirar a Itachi, este pareció darse cuenta de su presencia en la escalinata de la puerta principal del castillo y pidió a su hermano que parara la lucha. Después se volvió hacia ellos e Sakura tuvo la imparable sensación de que quería correr y esconderse de nuevo por ser descubierta mirándolos con la boca abierta.

El laird se dirigió hacia ellos guardando la espada en el cinto y después se paró al pie de las escaleras.

—Compruebo que vuestra pierna está mejor... —le dijo casi con solemnidad.

Sakura se sorprendió y no respondió al instante. No podía creer que el guerrero la tratara ahora como si no la conociera después de lo ocurrido en su dormitorio tras curarle la pierna. No había sido imaginación suya, sino que entre ellos parecía haberse parado el tiempo mientras sus miradas se encontraban y la del guerrero bajó hasta los labios de ella. Y aunque la había ignorado, días atrás había percibido la atracción entre ellos.

Sakura carraspeó y levantó con orgullo el mentón. Lo miró intentando controlar la ira que comenzaba a sentir y le dijo:

—Ya veis que sí, Uchiha, para vuestro desagrado. —Lo vio elevar una ceja—. Supongo que así tendríais junto a vos a este guerrero, una boca menos que alimentar y una cabeza menos que cortar.

Tras ella escuchó la exclamación de sorpresa del guerrero y cuando Itachi comenzó a subir las escaleras con la mirada fija en ella, el arranque de valentía de Sakura desapareció de golpe. Sí, estaba enfadada con él por haberla llevado allí y no haberse preocupado por ella durante esos días. Y, aunque se decía que Itachi no sentía nada por ella y por ello no debía preocuparse, una parte de la joven no quería sentirse rechazada por él.

Cuando Itachi subió el último escalón, menos de un metro los separaba y entonces la joven sintió la peligrosidad que desprendía. Desde ahí le llegaba el aliento del guerrero y el aroma de su piel sudorosa. Todo él rezumaba masculinidad por sus poros, algo que a Sakura la desestabilizó. La joven dio un paso atrás, pero se encontró con el cuerpo del otro guerrero, por lo que no pudo huir de él, que dio otro paso más hacia ella, acortando así la distancia.

—Dad gracias, muchacha, de que hoy me haya levantado de buen humor. Si no, es verdad que mis guerreros ahora estarían jugando con vuestra cabeza en el patio.

Sakura tragó saliva.

—Dad gracias también porque a pesar de ser una prisionera de los Uchiha dejo que salgáis del dormitorio que os hemos cedido en lugar de la mazmorra que teníais destinada. Y espero que no volváis loco a Kisame —continuó señalando al guerrero tras ella— o tendré que tomar otras medidas... ¿Lo habéis entendido, prisionera?

Sakura apretó las manos. Odiaba que le recordara que estaba cautiva en ese lugar y estuvo a punto de darle la espalda y regresar al interior del castillo, pero se dijo que debía mostrar valentía, por lo que asintió de mala gana y le preguntó:

—¿Sabéis algo ya de mi padre? Hace días que enviasteis la misiva.

—¿Tenéis prisa por regresar al convento? —le preguntó con cierto tono burlón.

Sakura inspiró con fuerza y le sostuvo la mirada a Itachi hasta que no pudo aguantarla. ¿Por qué demonios la enfurecía tanto?

—Eso no es asunto vuestro.

—Lo de vuestro padre tampoco —le espetó—. Eso solo le importa al clan Uchiha.

—¡Se trata de mi vida y mi libertad! —se quejó—. ¡Claro que me concierne!

Itachi se giró para bajar los escalones y cuando la joven creyó que no iba a responderle, se volvió de nuevo hacia ella y le dijo:

—Cuando vuestro padre nos envíe la respuesta, lo sabréis. Al fin y al cabo, vuestra vida depende de ello...

Sakura soltó el aire de golpe, mostrando su queja. Ya le había dicho que nunca había matado a ninguna mujer, pero ¿y si ella era la primera? No podía fiarse de él si la vida de su hermano corría peligro junto a su padre. Solo deseó que este respondiera pronto a los deseos de los Uchiha, pues temía volverse loca en ese lugar.

Kisashi Haruno sacudió la mano después de propinarle un sonoro puñetazo a Shisui Uchiha. El joven escupió sangre a los pies del laird de los Haruno, pero este se mantuvo impasible. Estaba comenzando a cansarse del tono jocoso del Uchiha, pues parecía que aquel encierro le divertía en lugar de derribar sus defensas, que era lo que pretendía. La verdad es que debía reconocer que el chico tenía aguante, pues desde que lo habían encerrado allí le había dado una paliza casi diaria con la única intención de sacarle información, pues estaba seguro de que los Uchiha buscaban algo en sus tierras, por lo que no creía al joven cuando le decía que había ido únicamente para robar ganado.

Kisashi respiró hondo y se apoyó contra la pared. Estaba cansado. Hacía días que apenas dormía por la noche, pues su mente vagaba de un lugar a otro y aunque su mujer, Mebuki, le pedía que dejara aquella obsesión y se centrara en el clan, no podía. Estaba realmente obsesionado con el clan vecino, del que esperaba un ataque en cualquier momento.

Cuando recuperó el aliento, Kisashi se incorporó para seguir con el interrogatorio, pero la aparición de uno de sus hombres por las escaleras lo interrumpió.

—Señor, acaba de llegar un mensajero Uchiha con esta misiva.

Kisashi frunció el ceño y aceptó entre sus manos la carta que su guerrero le tendía.

—Dile que se marche de nuestras tierras inmediatamente.

—Nos ha dicho que esperará respuesta, tras leer la carta. Kisashi lo encaró.

—Leeré la carta después. Mi respuesta a su petición para liberar al prisionero sigue siendo negativa.

El guerrero asintió con seriedad y subió de nuevo las escaleras. Kisashi se quedó mirando la carta que sostenía entre sus manos mientras Shisui se levantaba del suelo y lo encaraba con una sonrisa en su labio partido.

—Vaya, parece que mi hermano insiste.

—Todos los Uchiha sois unos desgraciados. ¡Jamás conseguiréis nada de mis tierras!

Shisui dejó escapar un bufido.

—Tengo la sensación de que has perdido la cordura, Haruno. Ves fantasmas donde no los hay.

—Ya veremos... —le espetó antes de darse la vuelta y salir de la celda, dejándolo completamente solo y en la oscuridad absoluta.

El laird subió las escaleras con la carta entre sus manos. Tuvo la sensación de que aquella misiva pesaba más de lo que aparentaba, como si dentro de ella hubiera una noticia importante que requería de su atención. Sin embargo, antes de abrirla ya sabía lo que en ella se pedía: la liberación del prisionero.

Cuando llegó al piso superior, Kisashi le pidió a su hombre de confianza que fuera con él al despacho para hablar de algo importante y a pesar de que su mujer estaba cerca de él, al pasar por su lado apenas la miró. Mebuki lo miró sorprendida y apretó los puños con rabia. Cada día que pasaba estaba más enfurecida con él, pues Kisashi no era capaz de mirar más allá de los muros del castillo, por lo que le era desconocida la hambruna que estaban pasando algunas de las familias del clan. Por ello, se dijo que de ese día no pasaría que hablara con él seriamente, así que sin que su marido y el otro guerrero la vieran, los siguió y cuando estos se metieron en el despacho, la mujer corrió a apoyarse en la enorme puerta para escuchar con atención lo que ocurría dentro de ese lugar.

—¿Habéis echado al Uchiha de nuestras tierras?

—Sí, hace rato que se ha ido. No quería marcharse hasta que no leyeras la carta. Insistía en que lo hicieras, pues hay algo que debes saber.

Kisashi frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Yo no deseo saber nada de ellos, tan solo por qué andaban en nuestras tierras. Su hombre de confianza carraspeó, incómodo. Y miró la misiva sobre la mesa.

—El Uchiha parecía muy preocupado por esta carta. ¿Por qué no la abrimos y vemos qué contiene?

Kisashi caminó de un lado a otro hasta que finalmente paró frente al guerrero, alargó una mano y cogió la carta. La abrió lentamente, como si temiera que de ella saliera algo que pudiera matarlo y cuando un mechón de pelo cayó sobre la mesa, elevó la mirada y miró sorprendido al guerrero.

—¿Esto qué demonios es?

—No estoy seguro, pero ¿no parece el mismo color de pelo que tu primogénita?

—¿De Sakura? No puede ser... Ella está en el convento.

Con rapidez, Kisashi desplegó la carta y la leyó en voz alta sin saber que tras la puerta estaba su sorprendida y horrorizada mujer, cuyo cuerpo temblaba a cada palabra que escuchaba.

¡Los Uchiha habían secuestrado a su hija! Mebuki estuvo a punto de correr hacia las mazmorras para suplicarle al prisionero para que los suyos no hicieran daño a su hija. Ella no quería que la enviaran al convento ni deseaba alejarla de allí. La culpa de todo la tenía Kisashi, su detestable marido, al que odiaba mucho más cada día que pasaba. La mujer se contuvo y escuchó tras la puerta, puesto que su marido continuó con la conversación y ella deseó que hiciera algo por Sakura para salvarla.

—Pero los Uchiha no saben cómo es tu hija como para mentir ahora sobre su cabello y tampoco se ha extendido la noticia de que estaba en un convento.

Kisashi suspiró y finalmente asintió.

—Lo sé, solo intento negar lo que es evidente.

—¿Y qué hacemos, lo soltamos?

—¿Al Uchiha? —vociferó—. Antes muerto... No...

—Pero tu hija...

El laird arrugó la carta entre sus manos. Estas temblaban con fuerza por la ira que le había ocasionado aquella carta, pero no estaba dispuesto a dejar que sus enemigos pisotearan su orgullo y honor, por lo que no estaba dispuesto a ceder ante ellos.

—A mi hija se la pueden quedar... Ella ya no es nadie para mí.

Los ojos de Mebuki se abrieron desmesuradamente detrás de la puerta tras escuchar aquellas palabras y necesitó de todas sus fuerzas para contenerse y no entrar al despacho echa una auténtica furia. No... Siempre había actuado sin que nadie se enterara, y esta vez no iba a ser menos. No iba a dejar que su marido fuera el culpable de la muerte de su hija Sakura. Por ello, sin ser capaz de escuchar nada más de aquella conversación, se alejó del despacho en dirección a su dormitorio, obligándose a sí misma a contenerse y disimular frente a su marido si volvía a cruzárselo el resto del día.

Mientras tanto, en el despacho de Kisashi, ambos hombres siguieron hablando:

—Entonces, ¿cuál será nuestro próximo movimiento? —le preguntó el guerrero.

—No pienso hacer nada por Sakura, pero tampoco puedo dejar que los Uchiha crean que pueden conmigo... —Kisashi caminaba de un lado a otro del despacho intentando pensar un plan de acción contra el clan enemigo—. No enviaremos al Uchiha a su clan, pero sí podemos mandar otra cosa...

Kisashi miró a su hombre de confianza y sonrió enigmáticamente.

—Los Uchiha desearán no haberse metido con los Haruno.