16. La derrota.

Santuario

Laila cayó pesadamente sobre la tierra, frente a ella una mujer de armadura violeta la miraba, su cabellos eran púrpuras y rizados, sus labios negros disentían con su piel pálida y sus ojos verdes eran desafiantes y amenazadores. Laila no supo en qué momento aquella mujer, le había acertado cantidad de golpes que la dejaron fuera de combate más rápido de lo que ella hubiera querido. A lo lejos vio a Marín luchar con la otra mujer, quien no se le estaba poniendo fácil tampoco, por lo que no pudo apartar la idea de que todos allí iban a morir y ella no se sentía con fuerzas para continuar.

—Te conozco —dijo la sueca sin aliento—. Eres Naule, tú me presentaste con Camus. Lo recuerdo.

La otra no contestó, por lo que Laila se arrojó con fuerza hacia su adversaria quien en un rápido movimiento la interceptó clavándole un fuerte rodillazo en la zona del abdomen. La sueca recibió el impacto que la dejó sin aire, y antes de caer al suelo por el dolor, Naule la golpeó severamente en el rostro lanzándola unos cuantos metros adelante.

—Dime Laila, ¿para que las mujeres guerreras de Athena tenían que usar máscara? —le preguntó mientras la levantaba por el pelo—. ¿Acaso es para que el enemigo no destruya sus rostros? Deberías ponerte tu máscara, Laila. Ese bello rostro quedara arruinado —continuó dándole una fuerte patada que le rompió el tabique por el golpe. Laila quedó boca arriba con la cara llena de sangre—. Dime una cosa: ¿Por qué no obtuviste una armadura, Laila? —La sueca intentó inútilmente ponerse de pie—. Es porque eres débil, ¿cierto? ¡Vamos, levántate!

Laila con el rostro destrozado y escupiendo sangre logró después de mucho esfuerzo ponerse de pie, miró con desprecio a la mujer delante suyo.

—¡Eres una maldita desgraciada! —logró articular, la visión se le dificultaba.

—Te contare un secreto, pequeña Laila. Sé porque usan aquellas máscaras —explicó, Laila le sostenía la mirada con soberbia—. Déjame recordar bien, decía más o menos así: 'Mujer que has llegado a la tierra de Athena, hoy te desprenderás de aquello que significa feminidad, como una guerrera pelearás, demostrarás tu fuerza, utilizarás la máscara como signo de que toda fragilidad desaparece de tu cuerpo. Aquel hombre que ose mirar por debajo de ella, deberá morir, pero si tu corazón y orgullo es débil, amarlo es tu deber. Pues así Athena lo designa. Si ignoras esta regla deberás sucumbir por la ira de tus compañeras o de ser necesario has de tomar tu vida por tus propias manos'.

Laila escuchó con atención aquellas palabras, las conocía de memoria, en su tiempo como aprendiz en el Santuario tuvo que recitarlas varias veces para nunca ser olvidadas, porque como mujer, debía ser obligada a usar una máscara, ellas tenían que obedecer esa regla, para ser tratadas igual que a los hombres, porque la belleza y fragilidad de una dama no servía de nada en el Santuario.

—Quien haya vivido lo suficiente en el Santuario conoce esa regla —expresó Naule—. ¿Cuántos hombres creen que se aprovecharon de ella? —Su mirada cambió—. ¿Cuántos hombres con poder no habrán arrebatado esas máscaras sólo para tomar lo que no era suyo?

—Creciste en el Santuario —señaló lo obvio.

—¿No te parece absurdo que hayamos sido obligadas a portar una máscara cuando el resto de nuestros cuerpos siempre estuvo expuesto? ¿Cuál era realmente la finalidad de la máscara?

—¡Ja! ¿Acabas de recitar las palabras de iniciación de una amazona al pie de la letra y aun preguntas por la finalidad de la máscara? Parece que jamás entendiste aquellas palabras, parece que jamás comprendiste su propósito ni el poder ni la guerra que día a día tenía que afrontar una mujer santo —sonrió con desprecio—. Es el colmo que sólo por eso te hayas rebelado contra nuestra señora. ¿Por una máscara? ¿Te negabas a usarla y te rebelaste?

—Claro que no —soltó en una carcajada—. En realidad me aterraba el hecho de que mi careta se cayera. ¿Sabes cuantos hombres escuché que sólo me decían que me arrancarían la máscara para que los amase? Rompí muchas narices en mi época, pero siempre había una gran posibilidad de que me encontrará con alguien más fuerte que yo, más si, aún no me había despertado mi cosmos.

Laila soltó un resoplido.

—Así que siempre estuviste aterrorizada por algo que jamás pasó —se burló—. No te voy a negar que muchas fuimos víctimas de las circunstancias, pero niña, no estábamos en un castillo, no llegamos a estas tierras para ser tratadas como princesas por el simple hecho de ser mujeres. Aquella que aceptara llevar una máscara renunciaba a su feminidad, a su fragilidad, si queríamos ser vistas y tratadas con el mismo aprecio que los hombres, teníamos que olvidar que éramos diferentes a ellos y lo único que nos quedaba por hacer era demostrar que no éramos débiles, sin importar si eso significaba ocultar nuestros rostros. ¡Si alguien osaba a mirarte sin ella era tu deber matarlo! ¡Esa era la regla! ¿Así que, cual miedo? ¡Si se supone que tenías las habilidades para palear y soportar! ¡Qué harías pagar a cualquiera por su afrenta! ¡Tus fundamentos son flojos y ni siquiera sabes porque peleas!

—¿Y lo dice una mujer aprendiz para santo dorado? ¿Una mujer que era protegida celosamente sólo por su rango? ¿Una mujer…?

—¡Una mujer que también sufrió los estragos de su género! ¡Una mujer que si quería triunfar en un mundo de hombres tenía que pelear! ¡Una mujer que perdió su feminidad porque decidió ser una guerrera y como una guerrera debía luchar! —La secuaz de Némesis guardó un profundo silencio —. ¡Naule, niña tonta, no eres más que el desprecio del orgullo amazónico! Vienes hablarme a mí de la moral del Santuario, cuando no conoces el significado de eso. Te cuento una cosa niña —soltó con hastío—. No estabas en un palacio, somos guerreros y como guerreros teníamos que aguantar y soportar. Si pensabas que el Santuario era un lugar de ensueño era lógico que tu ilusión se esfumara. Si pensabas que por el simple hecho de ser mujer te tratarían con respeto, no pudiste estar más equivocada, de ti dependía rendirte ante el mal o luchar como una verdadera guerrera, en este lugar nunca hubo mimos ni contemplaciones para absolutamente nadie. —Un aura color plata se generó alrededor de la sueca—. ¡Deja de llorar niña estúpida! recuerda que al usar esa máscara todo rastro de fragilidad debía desaparecer de tu cuerpo. ¡Al final resultaste siendo débil, por eso nunca pudiste ser un Santo de Athena!

—¡Basta! ¡Tú también le diste la espalda al Santuario!

—¡Te equivocas! ¡No soy yo la que pelea en contra de los suyos! ¡Tú no sólo le has fallado a tu diosa, le estás fallando a tu raza y a tu género, y estoy harta de escuchar tus palabras! —La luz alrededor de Laila cobró más fuerza, y una armadura de plata se ensambló sobre su cuerpo, su poder irradió delante de su enemigo, quien al verse superada se echó para atrás—. Tienes miedo, Naule —le dijo en el mismo tono en el que le hablaba a ella hace algunos momentos—. Deberías temer. ¡Te mostraré que nosotros los santos de Athena estamos por encima de ustedes despreciables guerreros!

X-X

Con la daga en su cuello Sorrento pudo apreciar más de cerca al guardián de Némesis, sus ojos amarillos parecían los de una bestia y sus garras afiladas le daban un aire peculiar. El General no supo si aquella persona era humana o una bestia, pero sin dejarse amedrentar y viéndose superado usó su ilusión de una sirena alada de color morado y dientes afilados para liberarse.

Erick se alejó instintivamente, más preocupado por un posible ataque sorpresa que por la imagen que acababa de ver; ya a una distancia prudente de su oponente notó como el general llevaba peligrosamente su flauta a la boca y con tanta fascinación entonaba una melodía bella, suave y profunda, el guerrero de la violencia sintió sus músculos tensarse, aquella melodía aunque bella le estaba desgarrando cada neurona, se llevó las manos a las orejas intentando inútilmente evitar que las notas entraran en su cabeza, pero fue infructífero, levantó la vista y vio al general de Poseidón levantar su mano derecha y liberar un poder de color plata que se dirigió en línea recta directo hacia él.

Debido al aturdimiento de la flauta de Sorrento, Erick no fue capaz de evitar aquel impacto, recibiendo de lleno aquel hercúleo golpe. El general vio a su enemigo caer pesadamente unos cuantos escalones abajo, y esperó por un momento que aquel hombre se pusiera de pie, pero nada pasó, así que se dispuso a subir las escalinatas, su trabajo en el templo del carnero había terminado, sus habilidades y su ayuda eran mucho más necesarias unas casas más arriba. Apenas y dio la vuelta, un frío recorrió su cuerpo y una ráfaga pasó tan cerca de su rostro que casi termina hecho pedazos, de no haber sido por su extraordinario poder, en ese momento, en aquel preciso momento Sorrento de Sirena estaría muerto.

Alejado unos cuantos metros de lo que estuvo a punto de matarlo el general vio al imponente Erick delante suyo, con su sable afilado, aquel mismo sable que casi le arranca el corazón, el peliblanco tenia dibujada una sonrisa casi demencial, era claro que su pelea no había terminado y que su oponente era mucho más fuerte de lo que se imaginó, sin perder tiempo llevó su flauta nuevamente hacia su boca, pero Erick quien no quería ser víctima otra vez de tan horrible sensación lanzó un contra golpe antes de que Sorrento pudiera hacer algo para atacar a su enemigo, el General se vio inmerso en un poder inimaginable que lo rodeaba, al principio usó su flauta como escudo y a pesar de poder repeler varias embestidas se vio atrapado, el poder del guerrero de Némesis superó sus expectativas y logró impactarlo fuertemente arrojándolo contra las columnas.

—Me gusta tu forma de pelear —pronunció Erick—. Eres fuerte, niñito, sin tanto drama, has demostrado ser un digno adversario.

—¿Te parece? —le dijo mientras intentaba ponerse de pie, aquel golpe le había rotó gran parte de su armadura, mientras que la de Erick estaba un poco agrietada, excepto por su corona, la cual ya estaba hecha añicos sobre el suelo—. ¿Acaso debería sentirme alagado? Porque la verdad yo me siento asqueado al ver que estoy perdiendo tanto el tiempo con un adversario tan insignificante como tú.

Aquellas palabras las soltó con soberbia, esperaba que aquel que se hacía llamar el guerrero de la violencia actuara como tal y a que aquello le hiciera equivocarse, y le otorgara la victoria al general, pero por más que esperó un acto impetuoso por parte de su oponente, lo único que recibió fue una cínica sonrisa. Se sostuvieron la mirada por algunos minutos, pendientes de los movimientos del otro, Erick esperaba el momento adecuado para dejar fuera de combate al general, y Sorrento calculaba la situación intentando ser más rápido que su adversario, pues si lograba entonar nuevamente su canción, el guerrero de Némesis estaría en desventaja.

Como espécimen sobre una mesa de laboratorio, cada uno observaba al otro con atención, si alguno daba un paso hacia adelante el otro lo daba hacia atrás, era como si estuvieran bailando al compás de una vieja melodía y tuvieran la mejor sincronización. Una fuerte elevación de cosmoenergia en el templo principal llamó la atención de ambos, a Erick aquella situación le causó gracia mientras a Sorrento le produjo desazón.

—Pronto todo eso que dicen proteger desaparecerá. Mi diosa acabara con los tuyos —señaló el guerrero de armadura plateada.

Sorrento que no salía de su asombro se angustió realmente al saber a su dios en peligro, Némesis estaba en el Templo principal, Némesis peleaba contra Athena y por alguna extraña razón, el cosmos de Poseidón estaba sellado. ¿Qué estaba pasando? Tenía a como de lugar llegar hasta los aposentos de la diosa, no podía perder más el tiempo.

—¡Dulce Melodía de Réquiem! —anunció aprovechando el alarde de Erick.

El peliblanco se vio nuevamente atrapado entre el cantico he intentando no darle ventaja a su oponente, se arrojó con fuerza hacia este; el dolor se hacía más fuerte, y su velocidad bajó significativamente, pero tenía como fuera llegar hasta el general y acertarle el golpe final, de esa forma él estaría al lado de Némesis apreciando la inevitable derrota del dios de los mares y la diosa de la guerra.

Sorrento quien no podía dejar de sentirse angustiado y desorientado por lo que estaba pasando en el templo principal, se aferró a su flauta y entonó su melodía con todo el poder y decisión que como nunca antes en su vida había logrado manifestar. Vio a Erick dirigirse hacia él, no tan veloz como antes, pero aún con su poder imparable e intacto, si el guerrero llegaba hasta él antes de poder eliminarlo sería su derrota, así que se esmeró más, su canto se escuchó con más potencia, Erick tastabilló un par de pasos, pero nuevamente emprendió la embestida.

Asgard

Gheiro se llevó una gran sorpresa al ver a los dos guerreros de Odín parados delante suyo sin mayor problema, aunque sus armaduras se habían visto comprometidas por el golpe y tenían algunas lesiones, ambos hombres se mantenían de pie como si nada hubiera pasado. Los miró con recelo y se sonrió para sus adentros reconociendo la fuerza de sus oponentes, pero no volvería a fallar, y nuevamente elevó su poder y lo arrojó contra los asgardianos quienes con gran agilidad lograron esquivarlo.

—¡Excelente guerreros! —reconoció—. Me sorprende su resistencia, en realidad creí que no me darían problema, de hecho pensé que los atenienses serían más duros de aniquilar que ustedes, pensé ingenuamente que los aplastaría con facilidad, tanto a ustedes como a su dios.

—Nos subestimaste y ese será tu error —retó Frodi.

—Como quieran —contestó restándole importancia al tono del dios guerrero—. Sólo no me limitaré la próxima vez, para mí siguen siendo insignificantes, tengo que aplicar un poco más de presión. ¡Destello Infernal!

—¡Estallido del Jabalí!

—¡Paard Briller!

Las técnicas chocaron entre sí ocasionando que todo el campo se colapsará, los tres hombres tuvieron que saltar por los aires para evitar ser engullidos por la espesa tierra y la avalancha que se desplegó producto del impacto. Sigmund observó la torrencial caída de nieve sobre la montaña, afortunadamente esta no causó destrozos y se detuvo fácilmente antes de alcanzar el primer pueblo, suspiró aliviado, pero su descuido le costó; con gran agilidad Gheiro se lanzó contra su cuerpo impactándolo fuertemente contra la marea blanca de nieve.

Frodi quien estaba un poco más lejos no podía permitir que su amigo y compañero fuera derrotado tan fácilmente, así que se arrojó contra el guerrero para golpearlo de igual manera que este lo hiciera con Sigmund, pero Gheiro lo interceptó rápidamente y con gran habilidad logró acertare un gran golpe en el rostro arrojándolo al mismo lugar donde había caído segundos antes el otro dios guerrero.

—¡Patéticos! —observó a lo lejos el pueblo por el que Sigmund se había descuidado—. Interesante —levantó una mano y con ella una gran capa de nieve se alzó, su propósito enterrar el pueblo bajo ese manto blanquizco, pero antes de poder hacer algo una flecha se clavó fuertemente en su mano derecha—. ¡Maldición! —bramó buscando a quien le había herido—. ¿Dónde estás, maldito?

Santuario.

Malakai logró separarse del ataque de Shaina, la vio delante de él con un porte imponente y poderoso, y se preguntó que era lo que hacía que aquella mujer lograra plantarle cara. La armadura plateada cubría su figura femenina y sus ojos verdes la hacían ver como una enemiga increíble y peligrosa, sin duda era la cobra de antaño, la mujer que durante su estancia en el Santuario se había caracterizado por ser despiadada.

La peliverde no parecía estar cansada, como si aquella explosión de energía al liberar su técnica e invocar su armadura no la hubiera afectado en lo más mínimo. ¿Cuánta tenacidad podía tener aquella mujer? ¿Qué era lo que le hacía pelear con tanta decisión? Shaina no era una guerrera cualquiera. Malakai sonrió maliciosamente, su deber era llevar a Shaina con Silvia, pero ahora que la cobra se le enfrentaba con tanta alevosía tenía la excusa perfecta para darle muerte, además, no importaba lo que quisiera Silvia, Silvia no era su dueña, no era su señora, aquella frágil mujer no era más que el recipiente de su diosa, a Némesis no le importaba Shaina, eso era asunto de Silvia, y Silvia no era más que una banal humana, así como lo era Shaina, y ambas obtendrían lo que merecían. Al final de la batalla el mundo entero caería, por lo que mantener a la cobra con vida ya no era necesario.

Elevó su cosmos a lo lejos ya se sentía la batalla entre su diosa y Athena, así que era cuestión de tiempo para que todo acabara, vencería a Shaina, y de seguro debía vencer a las otras dos, porque era un hecho que sus ineptas compañeras perderían ante las guerreras de Athena, porque él, él no era como Naule y Ezafnara, ellas eran simplemente aficionadas, humanas ordinarias llevadas por la venganza, Malakai, era un guerrero de Némesis poderoso.

—Mujer, no debiste enfrentarme —le dijo con parsimonia formando una bola de energía en su mano derecha—. Ahora morirás, pero no te sientas mal, ante mi mano, o la de Némesis, igual ibas a morir, lo que haces es luchar por una causa perdida.

—Estás muy seguro de tu victoria, pero nosotros ya hemos vencido a otros dioses, dioses realmente poderosos, Némesis no tiene la fuerza para someter a Athena.

Malakai soltó una sonora carcajada:

—No sabes realmente lo que está pasando, mujer, nuestro poder va más allá de tu compresión —dijo arrojando una bola de energía.

Shaina vio detalladamente la técnica del enemigo, así que para ella fue fácil eludir el embaste, saltó por los aires lejos de su oponente, vio como la bola de energía se estrellaba contra uno de los árboles pertenecientes al bosque que rodeaba el campo femenino, viró su vista hacia Malakai quien le devolvió la mirada, pero antes de que Shaina pudiera caerle encima, este desapareció y la cobra terminó golpeando el suelo formando un gran boquete a su alrededor, sorprendida se giró rápidamente justo en el momento en que el castaño aparecía a su lado dispuesto a acertarle un golpe en el abdomen. Adelantándose a los movimientos de su enemigo, Shaina se dio media vuelta, evitando el ataque e intentó golpearlo en la espalda con su codo, él advirtiendo aquel impacto lo interceptó con rapidez alejándose de ella.

Al ver el carácter frío de Malakai, Shaina se preguntó si no sería mejor salir huyendo de esa pelea, nuevamente lo vio formando una nueva bola de energía, pero por una extraña razón ese poder venia cargado de un tremendo voltaje. Malakai no dudó ni un instante en arrojarlo, era muy rápido, superaba la velocidad del sonido, por lo que superada la velocidad de la amazona, consciente de que no sería capaz de esquivar aquel ataque lo único que atino a hacer fue rodearse con su propio cosmos, incorporándose un poco y protegerse con sus brazos para resistir tanto como pudiera aquella poderosa técnica.

La bola de energía surcó el lugar rápidamente, quemó el césped a su paso y se impactó ante una película de cosmos muy fina que se formó sobre ella, aquella delicada protección se desboronó con el golpe y quien recibió el daño tiñó con su sangre la tierra. Shaina levantó su rostro agitada, pero para su sorpresa estaba ilesa, como si el poder arrojado por Malakai se hubiera esfumado con el aire. Una gruesa capa de polvo se levantó, por lo que no podía ver con precisión donde estaba su oponente, cuando la nube se hubo disipado, quedó impresionada al reconocer porqué el ataque de Malakai no la alcanzó.

—¡Ban! —expresó atónita, el santo estaba parado justo delante de ella y se encontraba severamente herido, pero se mantenía de pie, con la respiración entrecortada pero inamovible—. ¿Tú?

—¿Se encuentra bien, señorita Shaina? —le preguntó con una cálida sonrisa. Shaina no pudo sentirse más aliviada, y le contestó afirmativamente con un movimiento de su cabeza—. Qué bueno, pensé que no llegaría a tiempo, espero me perdone.

—No tengo nada que perdonarte, al contrario, debo agradecerte.

—¿Cómo te atreves a interrumpir una batalla? ¿Quién eres? —bramó furioso Malakai.

—Soy Ban de León Menor, santo de bronce.

—¿Así que vienes a proteger a una mujer que no pudo con su oponente?

—Vine a evitar que te comieran vivo, hombre —contestó antes que Shaina. Malakai resopló.

—Basta de juegos, los mataré a ambos en este momento. ¡Aullido Mortal!

Ban nuevamente hizo gala de su poder y su postura, detuvo el impacto con agilidad entre sus manos, Shaina aprovechó nuevamente para saltar por los aires; su cuerpo se obligaba a recordar su habilidad de guerrera que aún estaba intacta, sin contar que todavía contaba con la ligereza de hacía diecisiete años.

El castaño estaba absortó en destrozar aquel hombre que se había interpuesto entre él y su presa, así que quería destrozarlo. En vista que Ban atrapó su técnica entre sus manos Malakai aplicó más potencia, le arrancaría los brazos y sí el hombre no era tan resistente de seguro lo mataría instantáneamente, pero una patada en su quijada lo arrojó unos cuantos metros por delante.

Si no hubiera estado tan encolerizado, si no hubiera olvidado que estaba peleando contra dos guerreros, si no hubiera subestimado a Ban, y si no hubiera bajado la guardia contra Shaina, no estaría en ese momento con el cuerpo herido y la boca llena de sangre y tierra. La patada de la cobra le había desencajado la dentadura, y el sabor a metal era repugnante, escupió sobre la tierra y se maldijo una y otra vez por su impertinencia.

Levantó la vista y la vio, a esa endemoniada mujer que lo estaba poniendo en un predicamento, y quiso tirarle los dientes, arrójala contra el suelo y escucharla suplicar por su vida, unos paso más atrás estaba él, ese hombre de apariencia impresionante, pero de cosmos debilucho, dos seres absurdos: Una mujer y un simple santo de bronce lo estaban acabando, se puso de pie con dificultad miró con rabia a sus dos rivales y nuevamente escupió sangre.

—Los mataré —pronunció casi en un susurro, los atenienses le clavaron la mirada—. ¡Los mataré! ¡A los dos los mataré! ¡Relámpago Mortal!

—¡A mi cobra!

—¡Bombardeo del León! —ejecutó Ban plantándose delante de Shaina.

X-X

Marín había sido empujada por la fuerza de su enemiga lejos de la vista de Shaina y Laila, desesperada por el estado de sus amigas peleaba con fuerza para poder ir ayudarlas, la pelea estaba siendo exhaustiva, además de agresiva, la mujer que la atacaba, era violenta y rápida. Ezafnara era su nombre, una mujer de ojos verdes y cabellera rubia, lucía una armadura de un color verde oscuro y de adornos grotescos, cada vez que Marín lograba atinarle un golpe, su enemiga le devolvía el impacto con mayor fuerza.

—Eres patética, ateniense —la miró con hostilidad—. Me dijeron que tú y Shaina eran guerreras peligrosas, ahora entiendo que no fueron más que exageraciones. —Marín le sostuvo la mirada sin inmutarse por los comentarios—. Aunque debo admitir que has soportado los golpes con valentía.

—No eres una guerrera ordinaria —se atrevió a decir—. Puedo ver que no eres como los que nos atacaron cuando el Santuario estaba vulnerable, eres incluso más fuerte que ellos, pero también he notado que no eres tan poderosa como aquellos que están atacando en este momento los doce templos, tal vez tú…

—Soy un humano común y corriente, es verdad. Me entrené en el campo de Némesis, adquirí mi fuerza y mi tenacidad ante la diosa sólo con una intensión. ¡Vengarme del Santuario!

—¿Y cuál es tu historia? —preguntó cínicamente, aunque en realidad no le apetecía escucharla—. ¿No pudiste ser un guerrero? ¿Alguien muy querido murió? —Bajo este interrogatorio Ezafnara frunció el ceño—. ¿Es eso? ¿Alguien murió? ¿Alguien a quien amabas? Te tengo una sorpresa, a un santo de Athena lo único que le espera es la muerte, a eso se enfrentaba tu ser querido, a morir, es la realidad de este lugar. No se viene al Santuario de paseo.

—¿Y morir por la injusticia era necesario? —Marín guardó silencio—. Mi hermano, era un santo de plata realmente poderoso o eso decía mi madre, yo nunca estuve en el Santuario, fue a él a quien escogieron para pelear por la diosa, pero el Patriarca mintió, le mintió a todos. Mi hermano murió por una mentira al enfrentarse a los hombres que protegían a la verdadera diosa, ¿y qué hizo Saori Kido cuando tomó el poder? Nada, absolutamente nada, los traidores y aquellos que siguieron el juicio de Arles no fueron castigados. Athena perdonó a aquellos que se levantaron contra ella y al final fue a Saga a quien le devolvió la vida. ¿Y mi hermano? ¿Acaso él no merecía una segunda oportunidad?

—Las cosas no son como tú crees —intentó razonar con ella.

—No, son mucho peor. ¿Cómo es posible que tú te hayas mantenido apacible ante la muerte de un colega? Le sirves a una diosa que no conoce de justicias —dijo con los ojos inundados de lágrimas—. Le dio justicia a los renegados, pero aquellos que de verdad luchaban por la paz, aquellos como mi hermano que fueron engañados por Saga de Géminis, a ellos, no se les dio justicia alguna, quienes lo asesinaron siguieron viviendo su vida a plenitud y el causante de toda esta desgracia fue declarado un mártir, y fue a él y no a mi hermano al que se le dio una segunda oportunidad, al hombre que no le importó dejar morir a sus propios camaradas sólo porque quería el poder.

—Lamento mucho tu pérdida —le confrontó—, pero te aseguro que tu hermano murió por causas nobles, por lo menos para él. Él puede que no haya conocido la verdad del falso Patriarca y que jamás haya entendido que luchaba y peleaba contra su diosa, pero se fue pensando que era Athena quien lo acompañaba y como un guerrero honorable peleó y murió.

—¿Crees que con esas palabras honraste la memoria de mi hermano? Quiero justicia Marín, quiero que todos los que estuvieron implicados en la muerte de Capella paguen con sus vidas. Tal vez no pueda hacerle frente a Saga pero le haré tanto daño como pueda. Serás la primera en pagar la muerte de mi querido hermano.

Un aura oscura rodeó el cuerpo de Ezafnara, Marín no pudo evitar echarse para atrás, sintió el poderoso poder proveniente de su enemiga. Aquella dama estaba cegada por la venganza, la ira y el odio invadían con ahínco la mente de la rubia. Era lógico pensar que no habría palabras para hacerla entrar en razón, tenía un buen punto y estaba en el derecho de estar molesta. Si lo que quería era vengar a su hermano, Águila le haría frente, entendía su proceder, entendía su amor y su rabia. Pero no por eso se daría por vencida.

—¡Demuéstrame tu fuerza, guerrera de Némesis! ¡Honra la memoria de tu hermano!

—¡Triste Melancolía!

El aire alrededor de Marín se tornó oscuro, el miedo se apoderó de su mente, las palabras se esfumaron con el viento, le era imposible respirar, atacar o defenderse no eran una opción, estaba atrapada en una profunda melancolía, en su pecho el dolor se manifestó con fuerza, no era un dolor físico, aquel dolor venia de su alma. Era angustiante, devastador. Marín sentía que todo a su alrededor estaba muriendo, se sintió cansada, harta de pelear, harta de vivir, el vacío en su alma era palpable, doloroso, de ser posible Marín se dejaría llevar en los brazos de la muerte gustosamente, porque no quería esforzarse más, ya nada importaba, sólo quería dormir y no volver a despertar.

La fuerza que le había acompañado cada día ya no estaba, no había razón para vivir, su amor se transformaba en odio y en soledad, su valentía se esfumaba, su devoción se marchitaba, estaba deprimida y empezó a tener pensamientos suicidas, porque era lo único que quería, morir, dejar de sufrir, de luchar. Tal vez su muerte no le importara a nadie, tal vez su muerte pasara desapercibida. Marín no veía una razón para seguir en aquel mundo, donde seguramente nadie la iba extrañar, cansada, exhausta de luchar se dejó llevar por la oscuridad de Ezafnara, sintió que sólo en aquella tenebrosa alma podía encontrar paz.

X-X

Ambos guerreros estaban muy cerca el uno del otro, Erick acercaba su sable plateado contra el pecho del general, y este a su vez levantaba su mano para insertar el golpe final. La sangre cayó ligeramente sobre el mármol frío del templo de Aries, el corazón de Sorrento fue alcanzado por la daga afilada de guerrero de la violencia, y a su vez, el corazón de Erick fue alcanzado por el puño de Sorrento. Ambos hombres se miraron uno al otro, con su pecho perforado y la vista nublada, ninguno de los dos caía, sin embargo, ambos seguían haciendo presión en la herida del otro, el sable entraba más en el cuerpo del guerrero de Poseidón y el puño del general se adentraba más en el dorso de su oponente.

El dolor se hizo presente en toda la anatomía de ambos guerreros, al mismo tiempo retiraron daga y puño del otro, sus cuerpos empezaron a sangrar con un flujo tremendo. Erick hincó una rodilla en el suelo mientras intentaba con su mano detener el sangrado, miró a Sorrento parado delante de él con la vista perdida en el firmamento y sintió una gota de agua caer sobre su piel pálida, intentó decir algo, pero las palabras no acudieron, el daño hecho por Sorrento había sido significativo, su corazón estaba comprometido, perforado, realmente herido. Más gotas de agua empezaron a caer sobre ellos, la lluvia los empapó en cuestión de segundos, y un último suspiro se llevó con el viento de aquella tormenta que empezaba a formarse el cuerpo de Erick.

Sorrento sintió a Erick desvanecerse entre la lluvia, con la cabeza hacia arriba se había visto en la obligación de cerrar sus ojos para que el agua no lo lastimara, la sangre en su pecho caía como una cascada y el agua arrastraba el líquido escarlata escaleras abajo, tanto su sangre como la de su enemigo se habían mezclado gracias al líquido cristalino que le regalaba el cielo, ahora, estaba oscuro, no supo si era por las nubes negras que deberían estar adornando ese cielo griego o porque en algún punto él perdió la conciencia.

X-X

—Creí que no tenías ninguna armadura —musitó asustada.

—Cuando el ropaje sagrado de Piscis fue tomado por mi hermano, la armadura de Lebreles fue dada a mí por mi maestro, pero nunca la porté. Al marcharme del Santuario fue otro su dueño, ahora el ropaje de plata me ha reconocido como su legitima dueña, y no la defraudaré, te venceré Naule. ¡Tu traición no tiene perdón! ¡Carrera Mortal de Lebreles!

Naule fue arrojada contra un árbol por el poder de Laila, con la vista nublada se puso de pie dispuesta a no darse por vencida, miró a la sueca de pies a cabeza y soltó una fuerte carcajada

—Creí que serias más fuerte, pero puedo notar que no son más que palabras —le dijo con desdén.

—¿Bromeas? Estás siendo vencida por un santo de plata que había dejado su entrenamiento durante años.

—¿Crees que me estás venciendo? No Laila, puede que yo no haya aprendido a manejar mi cosmos aquí en el Santuario, pero en la tierra de Némesis fui tratada como una igual, aprendí a manipular mi poder con vehemencia. No me confundas con aquellos a los que se tuvieron que enfrentar antes, yo sí soy una guerrera de verdad, y no tuve la necesidad de esconder mi rostro para ello.

Laila ignoró las palabras de la otra y se movió con gran habilidad acercándose tanto a su contrincante para darle un fuerte puño en el rostro en lo que Naule se echaba para atrás escupiendo sangre.

—¡Eres una maldita! —le dijo tocándose el labio seriamente partido.

—Si tuvieras una máscara eso no hubiera pasado —se burló la otra—. No decías que para eso era que los usábamos. ¡Vamos, Naule, demuéstrame de que estás hecha!

—¡Llanto Celestial!

—¡Carrera Mortal de Lebreles!

Ambas técnicas chocaron con fuerza, a su alrededor el prado se quemó debido al gran poder de las dos técnicas, las guerreras fueron despedidas por los aires producto de la explosión ocasionada.

—¡Te gané, Laila! —Naule se levantó con parsimonia completamente lastimada.

—No lo creo —le contestó sentándose en el piso, no tenía fuerza para levantarse—. Mírate bien. —Naule bajó la mirada, en su pecho una rosa blanca estaba clavada la cual se teñida rápidamente de rojo—. Esa flor absorberá toda tu sangre —sonrió mientras Naule intentaba levantar la mano para apartar la planta que le estaba succionando lentamente la vida—. Es inútil. La Rosa Sangrienta, es una técnica devastadora de los santos de piscis y yo no fui la excepción al aprenderla, tú… tú pierdes.

El cuerpo de Naule cayó pesadamente sobre el césped quemado. Con su enemigo fuera de combate Laila se permitió descansar sobre el prado.

—Fue la única técnica de Piscis que aprendí —susurró antes de perder la consciencia.

Asgard

—¡Aquí estoy! —pronunció un hombre de cabellera de un rojo muy oscuro que contrastaba con el azul claro de sus ojos—. Nunca me oculté de ti —le espetó burlándose del guerrero. El extraño llevaba puesto una trusa de color verde y en su espalda arco y flecha le acompañaba, a un costado de su cintura, se veía la empuñadura dorada de una espada perfectamente guardada en su funda—. Soy Thingol —pronunció con mucha suavidad—. Rey de los Teleri, un elfo de las tierras medias.

—¿Un elfo? —susurró, no estaba seguro si aquel enemigo podía ser temible, poco se sabía de aquellos seres inmortales diestros con el arco. Sonrió—. Sólo alguien como tú podía lograr esto —señaló la flecha en su mano—. Fui descuidado, lo acepto —continuó retirando con dificultad la saeta—, pero también hay que reconocer tu gran talento y tu poderosa vista. ¿Por qué quieres interferir en esta batalla?

—Ya en otros tiempos nos hemos mantenido al margen de la guerra de los hombres, pero hoy me es imposible permanecer apacible ante el mal que tú y tu diosa ejercen contra el mundo. He vivido durante muchos años —pronunció con la misma tranquilidad con la que se había expresado todo ese tiempo—, pero nunca había sido testigo de tanta crueldad, hombres han muerto, y he visto perecer a varios de los míos casi hasta su extinción. Pero el genocidio que se está llevando a cabo en estos momentos va más allá de mi comprensión y es mi deber como rey defender estas tierras, destruir el mal es mi único propósito. ¡Así que desaparece, espíritu maligno!

—¡Tonterías! —soltó el otro escapando del camino de una nueva flecha lanzada por el elfo y apareciendo a un costado de Thingol.

Para el rey, aquello no fue sorpresa, como un elfo que había vivido tanto tiempo era lógico tener la habilidad suficiente para enfrentarse a guerreros como ese, y como un ser de extraordinario poder, poder que solo el tiempo le podía otorgar, tomó otra flecha y apenas Gheiro apareció frente a sus ojos una nueva sagita lo atravesó esta vez en el pecho.

—¡Maldición! —manifestó el guerrero de Nemesis rompiendo la flecha, pero sin sacarla de su herida.

—No poseo las habilidades de un dios guerrero, ni la de un general marino, ni mucho menos de un santo de Athena, pero tengo sabiduría, he peleado en muchas guerras y aunque llevo tiempo oculto entre mis tierras, aún persiste en mí la sangre de un guerrero. ¡Gheiro, tu error ha sido el subestimarnos! ¡Eso te está costando la vida!

—¡Cállate hombrecito de pacotilla! —vociferó, no podía creer estar perdiendo ante un solo enemigo que le había lanzado un par de flechas, flechas que no había logrado esquivar, flechas que habían impactado directamente en su cuerpo, flechas que de alguna manera le estaban debilitando—. ¡Maldito!

—Dices eso mucho —le dijo—. Esas flechas llevan el poder impregnado de mis ancestros, tienen la habilidad de sellar el cosmos, es por ello que te sientes débil —le explicó como si pudiera leerle la mente.

—¡Maldito! —volvió a bramar esta vez con más potencia—. ¡Maldito elfo! ¡Un insignificante ser como tú no me derrotará! ¡Muere! —manifestó lanzando una gran bola de energía contra el pelirrojo, la cual fue rápidamente interceptada por Sigmund.

—Muchas gracias, su majestad —pronunció Frodi llegando ante el rey junto con su compañero—. Ha sido de gran ayuda.

—Pensé que era hora de intervenir —pronunció con su voz tranquila.

—No debería exponerse —dijo Sigmund—. Su pueblo lo necesita.

—No habrá un pueblo si este hombre destruye Asgard, es el único lugar en el mundo, donde mi gente ha podido encontrar paz y es mi deber al igual que ustedes protegerlo, así que no me pidan que me vaya, porque no lo haré.

—Pero que grupo más interesante —expuso Gheiro—. ¿Cuánto aguantarán? —pronunció mientras el viento cobraba más fuerza—. ¡Escúchenme seres insignificantes, yo destruiré estas tierras, elfos y hombres caerán ante el gran poder de Némesis! —Gheiro se elevó por los aires, el viento cobró un poder inimaginable, la tierra se estremeció y la nieve cayó con potencia—. ¡Todos morirán este día!

Frodi vio el poder de su adversario cobrar fuerza, sintió la tierra crujir y aquel frío al que se había acostumbrado desde muy pequeño, le estaba calando los huesos como en los viejos tiempos cuando apenas y entendía el mundo y la vida en la que había nacido, sentía frío, estaba congelado de pies a cabeza, ni su cosmos podía darle calor. Miró por encima de su cabeza, Gheiro, hombre malicioso revolvía el viento y la nieve a su alrededor, entonces lo entendió. Él dejaría caer aquella fuerza magnánima sobre Asgard, y Asgard desaparecería con aquel impacto.

—¡No puede ser, no lo permitiré! —Frodi elevó su cosmos a niveles insospechados, si tenía que morir lo haría, pero no permitiría que aquel hombre se llevara su tierra.

—No nos amedrentarás —interrumpió Thingol apuntando con su arco y flecha a Gheiro.

La flecha salió despedida surcando el cielo a gran velocidad, el guerrero de Némesis elevó su mano y la saeta se cubrió de hielo y cayó sin ningún reparo sobre el suelo blanco.

—Tus flechas son inútiles elfo —se burló el peli azul.

—Es sin duda un manipulador del hielo, igual que el santo de acuario —hizo ver Sigmund.

—No, no es así —advirtió el elfo, los dos guerreros de Asgard se quedaron mirándole—. El no congeló la flecha —señaló—. La cubrió de nieve nada más.

—¿A qué te refieres? ¿Acaso le atacaste para observar su poder? —quiso saber Frodi.

—Sí, observen bien. Él no manipula el hielo, no está haciendo nevar a placer, la nieve no viene del cielo, viene del suelo, está levantando los copos a su alrededor y con su poder está creando esa tormenta.

—¿Telequinesis? —apuntó Sigmund.

—No tan poderosa para manipular a seres vivos, pero si lo suficiente para mover cualquier objeto a su alrededor.

—Todo Asgard está sumergido en una fuerte tormenta de nieve —hizo ver Frodi.

—Te equivocas —volvió a explicar el elfo—. Es una ilusión. —Los otros dos se quedaron sorprendidos—. Una ilusión tan poderosa que engaña hasta los dioses, pero una ilusión nada más. Es un engaño, nos hace creer que Asgard se está yendo al infierno es su estrategia. Si tu enemigo está aterrado —miró de un lado a lado los rostros de sus aliados—, será fácil vencerlo, nos saca de quicio, nos desespera con sus técnicas, el frío que sentimos no es real. —Frodi frunció el ceño—. Si viéramos fuego en vez de nieve, sentiríamos calor —explicó—, así funciona la mente.

—Según tú, no deberíamos preocuparnos por ese ataque —espetó con amargura Frodi.

—Sí. Debemos preocuparnos por ese ataque. Nos matará a los tres y destruirá el pueblo que está más adelante y su poder se llevará por delante muchas vidas. No lo subestimes, Frodi —expuso con calma—. Es un enemigo peligroso, nos engaña, pero es poderoso, su estrategia es desestabilizarnos mentalmente para luego acabar con nosotros.

—Cualquiera que sea su cuchicheo —advirtió Gheiro— déjenlo en este momento, ¿es que acaso no ven que todo Asgard está en riesgo? —No obtuvo respuesta, tres pares de ojos se le quedaron viendo—. Parece que tienen miedo, no teman más y mueran bajo mi magnánimo poder. ¡Avalancha Infinita!

—¡Estallido del Jabalí!

—¡Paard Orkaan!

Santuario

—Marín, no te rindas.

—¡Aioria! —Águila alzó su vista decidida en lo que Ezafnara se quedaba perpleja al ver la rapidez con la que se sobrepuso la amazona. La guerrera de Athena se levantó, y aunque tenía los ojos inundados de lágrimas en su mirada se notaba mucha soberbia—: Aioria, él está conmigo, no estoy sola, con tu técnica me has hecho creer que lo estaba. Plantaste en mí un dolor que no tenía por qué existir, jugaste con mi alma y mi corazón, ¡no te lo voy a perdonar! Aquí hay personas que me quieren y me esperan, ¡y tú me hiciste creer que no valía nada con tu hostil poder!

—No debí subestimarte —se burló.

—¡Le has fallado a tu hermano! —le dijo logrando molestar a la rubia la cual rápidamente cambió su semblante—. A él no le hubiera gustado verte del lado equivocado. Si querías honrar su memoria fracasaste miserablemente.

—¡No permitiré que hables de mi hermano como si lo conocieras!

—¡Y yo no te permitiré que hables de un guerrero que entregó su vida por Athena! ¡No lo convertirás en un mártir! ¡No menospreciaras su talento como un Santo! ¡Jamás entenderás el sacrificio de Capella, porque nunca sabrás lo que es pelear por el bien del mundo y por el bien de todos!

—¡Basta! ¡No me conoces! No pienso escuchar una palabra más de ti. Esta vez te quedaras encerrada en mi prisión. ¡No hay nadie que te salve! ¡Triste Melancolía!

—Una técnica no funciona dos veces contra un santo de Athena. ¡Destello de Águila!

Marín se elevó por los cielos, para luego dejarse caer con una fuerte patada hacia su adversario, la técnica de Ezafnara fue rápidamente consumida por el poder de la ateniense la cual sin problema logró golpear con bastante tenacidad a su oponente; la guerrera de Némesis se vio superada, y sin poder defenderse recibió el golpe de águila causándole la muerte.

—Es una pena que las cosas hubieran sido así Ezafnara, pero nunca entenderás el sacrificio de tu hermano. Engañado o no, él murió para proteger a quienes amaba.

X-X

Las tres técnicas chocaron con una fuerza abrumadora, Shaina se sintió mareada, por lo que se forzó para no caer antes de tiempo, por su parte Ban al observar a su compañera delicada, ejerció más presión, elevándose aún por encima de sus capacidades, no le importaba su propia vida, la daría gustoso con tal de proteger a la amazona. Ban hacía un doble trabajo, contrarrestaba el ataque del enemigo por un lado y por el otro usaba su cuerpo como escudo para proteger a la italiana.

Finalmente, la onda de choque los arrojó a los tres por los aires, Ban cayó pesadamente pero de inmediato se puso de pie y buscó con la vista a la Malakai el cual tastabillaba para poder recuperarse. El bronceado no lo pensó dos veces y sin darle tiempo de reaccionar a su oponente, se lanzó con fuerza y lo aprisionó entre sus manos rompiéndole el cuello en el instante. El cuerpo de Malakai cayó con fuerza y Ban tomó una bocanada de aire y miró a su alrededor buscando a Shaina, la lluvia empezó a empapar su rostro y se sentía sumamente agotado. Cuando por fin pudo ubicarse logró distinguir a la cobra tirada sobre el suelo completamente quieta.

—¿Señorita Shaina, está usted bien? —preguntó tumbándose a su lado acariciando con delicadeza su cabellera verde—. Shaina, por favor despierte.

La Cobra respiró profundo abriendo los ojos para cerrarlos inmediatamente, sintió la mano pesada de Ban meterse debajo de su espalda para ayudarla a levantar y se quedó mirando a lo lejos un buen rato pendiente a la voluntad de su cuerpo, estaba muy agotada.

—¿Está bien?

—Sí, Ban. Gracias, estoy bien. Mareada, pero bien.

—¿Seguro, que está bien? —le preguntó no muy convencido, no recordaba haber visto a la Cobra así antes.

—Sí, sí, estoy bien, estoy bien —repitió intentando darse calor, el frío de la lluvia le estaba empezando a incomodar, por lo que Ban quiso tener algún abrigo para cubrirla.

—¡Shaina! —gritó Marín llegando a su lado—. ¿Estás bien? —le preguntó postrándose delante de ella, Shaina asintió—. Qué bueno, qué bueno.

—¿Qué hay de Laila? —quiso saber la italiana.

—Su cosmoenergia es débil —contestó Marín.

—Vamos a buscarla —sugirió Ban ayudando a Shaina a levantarse.

Los tres se encaminaron en dirección de Laila, al llegar la vieron tumbada sobre el suelo completamente empapada por la lluvia y la sangre.

—¡Laila! —llamó Marín arrojándose al suelo para ver a su compañera—. ¿Laila? Vamos linda abre los ojos.

—Marín —susurró la sueca al sentir la suave energía de Águila envolverla.

—¿Ella está bien? —preguntó Shaina llegando apoyada de Ban.

—Sí —contestó Marín—. Sé que todos están cansados, pero debemos ir con Athena.

Asgard

Las técnicas chocaron entre sí, el poder de los tres hombres combinado creó un remolino alrededor de los cuatro guerreros, Thingol salió despedido por los aires dando volteretas, sin embargo, logró empuñar su espada y clavarla en el suelo para no ser empujado más lejos. Frodi y Sigmund mantenía con fuerza el impacto del golpe de Gheiro que se formaba con más resistencia y los empujaba con más precisión.

—¡No lo olviden! —rugió el rey por encima de la tormenta—. ¡Parte de su estrategia es una ilusión! ¡No crean en todo lo que ven sus ojos!

Frodi y Sigmund se miraron entre sí, difícilmente podían creer que el poder de Gheiro fueran meras fantasías, la fuerza ejercida se sentía real, el dolor en sus extremidades era genuino. ¿Qué parte del poder de Gheiro no era una ilusión? ¿Cómo saberlo? Un zumbido se escuchó cerca de los dos guerreros de Odín, una flecha cruzó en medio de ambos clavándose entre ellos y su temible oponente, un aura verdosa se extendió alrededor cuando la flecha penetró el frío suelo cubierto de nieve, aquel poder les permitió a los dioses guerreros ver la técnica de Gheiro con precisión. El poder de Thingol desvaneció la ilusión del peliazul permitiéndole a Frodi y Sigmund ver la esencia real de su adversario.

—¡Es ahora! —gritó Frodi y ambos hombres elevaron su cosmos ocasionando con ello una poderosa explosión que formó una avalancha que se llevó a los cuatro hombres con ella—. ¡Sigmund! ¡Thingol! ¿Dónde están? —preguntó emergiendo por encima de la nieve, siendo aún arrastrado por esta—. ¡No puede ser! —susurró al ver la gran velocidad que llevaba el manto blanco y que se dirigía con gran impetuosidad hacia el pueblo más cercano.

El dios guerrero de Gullinbursti tomó su espada Siegschwert para lograr salir a flote de la marea nevada, corriendo con gran velocidad, intentaba ganarle al flujo de nieve, y así poder llegar primero y detenerla a como dé lugar antes de que las personas a unos cuantos kilómetros de ahí quedaran atrapadas bajo la avalancha. Un fuerte golpe en su pierna derecha le hizo caer de bruces sobre el alud siendo arrastrado nuevamente, cuando alzó la vista vio a un colérico Gheiro intentando darle alcance.

—¡Maldito! —dijo procurando no morir ahogado bajo la ventisca.

—¡Muere guerrero de Odín! —Una gran bola de energía salió despedida hacia Frodi, pero antes de que ésta le alcanzara fue levantado por los aires por Sigmund. El dios guerrero de Gullinbursti miró de soslayo y vio la cara desencajada de Gheiro—. ¡Malditos guerreros! —Elevó nuevamente su poder persiguiendo ambos hombres, pero antes de hacer nada sintió el impacto de una flecha en su torso—. ¡Elfo! —atinó a decir al tiempo que sentía su vista nublada.

—¡Paard Briller! —expuso Sigmund y Gheiro no fue capaz de esquivarlo, recibiendo el golpe de lleno.

A pesar de que los tres guerreros lograron salir de la avalancha, y a pesar de haber logrado derrotar a Gheiro, ninguno fue lo suficientemente rápido ni hábil para evitar que el alud continuara su recorrido y arrasara con todo el pueblo a su paso. Frodi estrelló su puño contra el frío suelo logrando que la nieve a su alrededor se levantara sobre él. Su esfuerzo había sido en vano ahora que mucha gente había muerto producto de su batalla.

—Vamos —consoló Sigmund, a su lado un melancólico Thingol les observaba—. Debemos ir con nuestras señoras. Depende que Athena y sus santos logren vencer a Némesis.

Frodi no dijo nada, sólo se puso de pie y con paso firme emprendió el camino.

Continuará…