Disclaimer: Naruto no me pertenece.
Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.
Advertencias: Escenas insinuantes. Futuro: Pet Play. M-Dom. Dominance & Submissive Role Play.
Pareja: Madara Uchiha/Hinata Hyuga.
Agradecimiento especial a Prcrstncn por el precioso dibujo MadaHina que me inspiró a escribir esta historia.
Atenciones
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Capítulo Primero
—No quiero interrupciones ni llamadas, absolutamente nada. ¿Entendido?
Shiho, la asistente personal de Madara Uchiha asentía a toda las indicaciones, deslizando con el dedo la pantalla, dando la opción de cancelar a todas las reuniones que tenía pendientes su jefe ya que a éste, de la nada, se le ocurrió irse a encerrar a su oficina, cerrando la puerta de roble frente a la cara de la mujer quien apenas pudo detener sus pasos antes de chocar y romperse las gafas.
Bufó en silencio, nada contenta por el trato pero siendo la cobarde que era —y dependiente completamente de su trabajo cómo única fuente de ingresos— no dijo nada y se limitó a ir a su escritorio, tomar el teléfono y lidiar ella sola con los socios y personas que tenían citas pendientes con el Uchiha mayor, rogando para que no tuviera que repetir más de una disculpa.
No fue hasta que un joven de coleta de caballera negra se acercó hasta ella, haciéndole levantarse rápidamente de la silla, pese a que éste le indicó que podía volver a sentarse, provocándole un sonrojo en sus mejillas debido a su comportamiento.
—Itachi-sama.
El menor de los Uchiha y sobrino del actual presidente de la Compañía Sharingan contestó al gesto con una inclinación leve de la cabeza, observando las puertas cerradas de la oficina presidencial. Por la mirada que la asistente le indicó, para Itachi fue obvio que nuevamente su tío había hecho de las suyas. Se sintió repentinamente cansado al saber que tendría que lidiar personalmente con los socios en espera ya que a su tío le dio en gana no hacerse cargo de sus responsabilidades presidenciales. Por eso odiaba que gente tan temperamental estuviera en cargos importantes.
—¿Está Madara-san disponible? —Itachi no le gustaba llamar a su tío como tal en público, ni siquiera le veía como un familiar directo, sino como un jefe, el hombre en la cima de la jerarquía interna de la familia Uchiha a quien debían mostrar respeto. O al menos un comportamiento que no hiciera a Madara Uchiha tomar alternativas un tanto ortodoxas.
El trío de hermanos Uchiha fueron criados con mano dura por su fallecido abuelo, no era de extrañar que los dos mayores —tío Izuna era demasiado joven, quizá cinco o cuatro años mayor que él para considerarlo en el mismo círculo al que pertenecían su progenitor y tío mayor— se comportaran de esa manera en la que no solamente a él le hacían pasar por dolores de cabeza, sino que a Sasuke le fastidiaba en extremo.
Por algo entendía la rebeldía de su primo mayor, Obito, y hermano menor en cuanto a las figuras de autoridad dentro de la familia. A veces hubiera deseado que tío Kagami siguiera vivo, seguramente relajaría las reuniones familiares que se hacían todos los años con sus chistes graciosos y anécdotas de joven aventurero que lo llevaron a viajar por casi todo el mundo.
—Lo siento, Itachi-sama —Shiho negó. Aun cuando se tratara de la propia familia de Madara, ella no tenía permiso de dejarle entrar, no quería ser despedida ni mucho menos regañada por su jefe—, Madara-sama se encuentra demasiado ocupado —en realidad dudaba de eso pero no iba a indagar sobre los asuntos que provocaron que su jefe decidiera cancelar todo en su agenda, como si no fuera un hombre bastante ocupado—. ¿Quiere que le deje su mensaje cuando se desocupe?
—No, está bien así —contestó, sintiendo algo de lástima por esa pobre mujer de apariencia desalineada, sin duda una consecuencia de trabajar bajo la estricta personalidad de alguien como Madara—. Pasaré en otro momento. Gracias por informarme, Shiho-san.
Itachi se alejó de la oficina de su tío para ir al elevador y regresar a la propia. Sin duda era una desventaja trabajar en el mismo lugar que la mayoría de su familia, ocupando un puesto importante del cual su padre no dejaba de presumir, seguro de sí mismo que en el futuro la presidencia le pertenecería cuando Madara decidiera retirarse. Pero su tío era ambicioso, no dejaría que nadie le arrebatara lo que por derecho de nacimiento le pertenecía. Ni siquiera las ambiciones de su hermano menor.
Dentro de la nueva generación de la familia, quienes tenían más oportunidades de heredar la mayoría de las acciones de la empresa eran ellos, dando paso a nueva sangre Uchiha para ocuparse de todo. Sin embargo, quien Madara siempre designaba como el posible candidato era tío Izuna, a quien consideraba más capacitado para llevar sobre los hombros el peso de la presidencia, pues contaba con mejores cualidades que las de Fugaku Uchiha, el actual vicepresidente.
Madara no tenía herederos, al menos no ahora. A pesar de su recién matrimonio con la hija de un importante empresario, Hinata Hyuga —ahora usando el apellido Uchiha de manera oficial— y el enorme poder que la Compañía Sharingan obtuvo de aquella unión empresarial, las posibilidades de que su tío embarazara a la joven mujer eran insólitas. Inexistentes, como Obito divertidamente comentaba con un par de copas de más ante la mirada desaprobatoria de Shisui quien le quitaba la botella, peleando en el intento.
Pero si llegaba a tener uno, bueno, los planes de su padre se arruinarían. Aunque eso también daría paso al complot que secretamente se estaba organizando para quitar a su tío de la presidencia.
Itachi suspiró, cansado de todo ese drama familiar.
Cuando Hinata descubrió, a temprana edad, lo que sucedía con ella, naturalmente se sintió avergonzada y con miedo de que aquello le ganara más desprecio por parte de su padre que de por sí ya la consideraba un fracaso. Aun con el apoyo de su madre y su genuina preocupación por los síntomas presentados de lo que después conocería como Trastorno de Hipersexualidad, nada cambió en su relación con su padre. Y cuando su progenitora murió en un accidente, dejándola descobijada, todo empeoró.
Tuvo terapias con cuanto profesional su padre contactara; obviamente, en secreto, porque nadie debía saber que la hija mayor de Hiashi Hyuga asistía con el psiquiatra para hablar sobre ese impulso de querer cumplir miles de fantasías sexuales que se repetían en su mente sin dejarla en paz. Pero solo ayudaban a controlar muy poco, orillándola a actuar más y más fuera de sí, sin juicio alguno.
Ocasionó muchos problemas a causa de sus desinhibiciones que por poco le cuesten un escándalo, sobre todo en su época como estudiante de preparatoria, cuando aquel apuesto profesor le correspondió a sus coqueteos mal empleados, terminando acostándose con él en la enfermería, rebotando sobre él y gimiendo complacida. Su padre tuvo que pagarle al educador para largarse de la escuela y a otro distrito, sin atreverse a decir nada o usaría el hecho de haber tenido relacionas sexuales con una menor de edad si quería vociferar todo el asunto.
Ese día Hinata vio a su padre furioso que le volteó el rostro más de una vez, escuchándole gritar con tanta fuerza que de verdad ella temió por su vida de que, conducido por la ira del momento, pudiera matarle.
Desde ese entonces Hinata procuró esforzarse para tratar de sobrellevar su padecimiento, siguiendo cada una de las indicaciones de parte del especialista, mostrando al mundo exterior que era una mujer normal.
Eso le funcionó por unos cuantos años, cuando precipitadamente, aquel hombre con el que ahora compartía el lecho matrimonial, le pidió casarse con él.
Hubo varias razones por las cuales Hinata se negó la primera vez. La diferencia de edad era la que más pesaba, un argumento sólido para no acceder y las notables diferencias que había entre las dos familias a las que pertenecían. Por un momento pensó que su padre se negaría hasta el cansancio, dejar que su hija mayor se uniera a los Uchiha, pero éste la sorprendió al acceder a que Madara Uchiha la cortejara. Hinata entendió en aquel entonces que su padre de verdad quería deshacerse de ella, dejar de tenerla bajo el mismo techo, entregarle esa responsabilidad a alguien más.
Pues le cumplió su deseo, se casó con Madara Uchiha, siendo ahora su joven esposa, la que siempre llevaba del brazo en las reuniones importantes, pulcramente vestida, como un accesorio más que servía para resaltar el poder del hombre.
Su relación no era amorosa, era un negocio. Madara estaba más ocupado en atender su empresa que en comportarse como un esposo ejemplar. Ella tenía como responsabilidades responder a las invitaciones de las esposas del círculo de inversionistas de la Compañía Sharingan o acompañar a Mikoto-san a sus reuniones con mujeres importantes, aprendiendo cómo debería ejercer su papel a partir de ahora como la flameante esposa del CEO. Era estresante tener que sonreír todo el tiempo, estar de acuerdo con las tonterías que esas mujeres decían, las risas escandalosas y los platillos altamente costosos que no le gustaban y que si por ella fuera, escupiría, pero estando en un lugar de clase alta como esos debía comportarse como la mujer de etiqueta que supuestamente era.
Sí, su vida era patética. Al menos la mayor parte.
Con un último ajuste Hinata se encontró satisfecha por cómo aquel pequeño body de charol la hacía lucir, especialmente en la zona de los glúteos donde su intimidad era apenas cubierta por ese diminuto pedazo de tela que dejaba demasiado a la imaginación. Antes el reflejo de ella vestida en ese estilo siempre la hacían sentirse avergonzada, insegura de su propio cuerpo, preguntándose si se sentiría mejor si no tuviera los pechos tan grandes o las caderas demasiado anchas, pero ahora se sentía cómoda, quizá por su reciente gusto por usar ese tipo de vestimentas cuando tenía la casa para sí sola.
Madara siempre llegaba a horas demasiado altas en la madrugada, sin que se vieran a las caras, con ella profundamente dormida y repitiéndose la misma rutina. Ni siquiera se topaban en el desayuno cuando él era el primero en salir siempre, si despedirse o desearle un buenos días, a menos que fuera una reunión especial en la noche donde le repetía que debería ir a comprar un vestido para el evento, dándole el permiso de gastar cuanto fuera necesario.
Pero sabiendo que llegaría tarde por estar demasiado ocupado, Hinata aprovechaba el tiempo para probarse todas sus compras recientes. La visión de ella en el espejo, con ese atuendo que solo había visto en Internet o en chicas usándolo en fiestas alocadas de Halloween.
No tenía preocupación alguna de que su marido llegara a casa y descubriera su más reciente pasatiempo de probarse cualquier tipo de disfraz coqueto, tomarse fotos que nunca enviaba al chat personal que mantenía con él —que solamente servía como un buzón de instrucciones— y mantenerlas guardadas para luego borrarlas, sabiendo que no podía poseer nada escandaloso que pudiera ser usado en su contra si alguien decidía robarle o hackear su celular.
Debía agradecerle a su padre por ponerla así de paranoica.
Hinata decidió tomarse un par de fotos con el atuendo puesto, sin embargo al descubrir que le hacían falta las orejas fue hacia la cama matrimonial donde dejó el resto del paquete, sacando el accesorio faltante, colocándoselo. Al ponerse al frente empezó a ubicar qué ángulo le favorecía, por lo que acomodó su cuerpo al reverso, dejando que su retaguardia tomara el protagonismo en todas las poses captadas por su celular. No era la mejor para tomarse fotos pero no se quejaba, lucía bien y dentro de sí se sintió linda, sensual y sexy, tanto que no le importaba no llamar la atención de su actual esposo, sabiendo que Madara Uchiha simplemente le veía como una inversión a largo tiempo que había hecho que su familia accediera a unir sus negocios por medio de un matrimonio concretado.
Serle infiel a su marido no era una idea que se le cruzara a Hinata porque no quería causar molestias o problemas que podrían perjudicarle en el futuro; un divorcio era lo que menos deseaba, especialmente una denuncia por parte de la familia Uchiha a causa de una infidelidad de su parte. Y aunque algunas de las mujeres de las altas esferas tenían más de alguna aventura, ella no estaba en posición de hacerlo ya que ninguno de sus maridos era alguien peligroso como lo era Madara.
Casarse con ese hombre la había condenado a seguir todo lo que él dictara cabizbaja, sin poner resistencia y limitándose a comportarse como una sumisa esposa, la típica mujer casada japonesa que era la fantasía de todo hombre.
Volvió acostarse en la amplia cama, buscando esta vez tomarse una foto a partir de aquel ángulo, sería la primera vez que probaba algo así. Optó por que su rostro no saliera al descubierto, enfocándose únicamente en sus dotes más sobresalientes, abriendo las piernas, tomando fotos de cómo se elevaban sus estilizadas piernas en el aire aun con los tacones de diseñador que decidió ponerse, todo a juego con el conjunto.
Teniendo el servicio de limpieza que asistía a la casa a limpiar tres veces por semana, había pocas cosas que mantenían a Hinata ocupada. La mayoría de las veces se quedaba a ver televisión casi todo el día en la sala principal, perdida en sus pensamientos. Su padre no le permitió seguir trabajando en el Grupo Byakugan cuando se casó con Madara Uchiha, quedándose como un ama de casa sin ningún otro oficio, salvo asistir a los eventos a los que su marido era invitado. Ni siquiera tenía que cocinarle porque él nunca se paraba a la casa, solamente para dormir y bañarse.
—Sin duda mi vida es muy triste —musitó, con la mirada ahora perdida en el techo completamente blanco, la mano en el celular y con el respirar lento, sin querer moverse de la cama ni de su actual posición por el repentino cansancio que la invadió, el peso de lo que era su vida.
No le gustaba quedarse tanto tiempo en silencio porque era el momento favorito de las voces escondidas en su interior para salir y abrumarla con su eco infinito. Odiaba el cómo repetían constantemente la vida que pudo tener de no ser un fenómeno, quizá de ese modo habría ganado la aprobación de su progenitor o causado menos problemas, al punto de siquiera considerarla alguien útil dentro de la familia y no un peso extra del cual quitarse de encima, arrojándola al primero que pidiera hacerse cargo de ella a cambio de tener un contrato.
Hinata cerró a los ojos, tratando de entregarse a una siesta ligera que lograra espantar cualquier angustia devoradora de la poca calma que tenía, entregarse a las fantasías que vivían aun en su cabeza en donde ella podía ser misma.
De las amplias ventanas en la habitación la luz dejó de entrar por los espacios de las cortinas. Hinata ya no escuchó más el canto de las aves o el sonido lejano de los comercios aun abiertos y los autos transitar en las ocupadas calles del distrito de Ginza. Poco a poco comenzó a abrir los parpados, dándose cuenta de la oscuridad en toda la habitación. Había dormido más de lo que hubiera deseado.
Se irguió un poco, tratando de ubicarse, dándose cuenta que aun llevaba el atuendo de conejita puesto; debía quitárselo rápido y tomarse una ducha para ir a cenar algo ligero o solamente beber un té e ir a la cama. En cualquier momento podía llegar Madara y no sería una buena idea de que le encontrara así…
—Al fin despiertas.
El corazón de Hinata dejó de latir cuando escuchó esa voz provenir de las sombras más allá de la cama. Como si se tratara de una película de horror, miró hacia la zona de donde imaginó que escuchó esa familiar entonación, encontrándose con la silueta silenciosa de una figura masculina que disfrutaba sentado en la pequeña sala su estado.
—¿M-Madara-san…? —preguntó a la nada, deseando que fuera su imaginación y que su marido no estuviera ahí, viéndola en esos momentos.
Recordando el cómo se encontraba vestida, Hinata se cubrió patéticamente el cuerpo, deseando que las sombras de la habitación le permitieran algo de decoro.
—N-No imagine que llegaría temprano… —susurró con nervios, buscando una excusa para salir corriendo al baño y encerrarse—. I-Iré a prepararle…
—Dime —él la interrumpió, como siempre, no esperando a que terminara de hablar, aun escondido en la penumbra de los rincones—, ¿sueles vestirte seguido con esos conjuntos tan atrevidos? Parecías tan cómoda durmiendo que preferí no molestarte con la pregunta, esperando a que despertaras para que me contestaras tú misma.
—E-Esto tiene una explicación —respondió, alarmada de que Madara supiera su sucio secreto, buscando una explicación que justificara el por qué estaba usando un conjunto tan erótico. Pensó en decirle que era una sorpresa que le había preparado pero Madara ni siquiera parecía sentir ese tipo de atención hacia ella, ni siquiera le había tocado o insinuado que le provocaba el mínimo interés sexual; decir aquello solamente la haría lucir como una tonta—. Uhm, y-yo…
—¿También te gusta tomarte fotos indebidas? —la luz prenderse de repente dejó alumbrar a Madara sentado, tal como Hinata sospechaba—. Deberías poner una mejor contraseña a tus dispositivos, querida.
Madara agitaba el celular de Hinata en la mano, mismo que ahora no se encontraba consigo, provocándole ansiedad de que él hubiera visto las fotografías. Sintió miedo de que él usara en su contra las imágenes explicitas guardadas, que quisiera chantajearle para hacerle conseguir más poder por parte de la familia Hyuga y así engrandecer la fortuna de los Uchiha.
Ella no pensaba maravillas de su esposo, era consciente de la personalidad de éste, pero sobre todo de la ambición; la prueba de ello era que se encontraba ahí, temiendo que hiciera uso de su actual situación, recordándole nuevamente quién de ambos tenía el poder.
Una vez su padre le dijo que no hiciera enojar a Madara, que siguiera y cada una de las órdenes que éste le pedía, incluso que lo contentara cuando algo tuviera que ver con el Grupo Byakugan. Hinata solo pudo decir una afirmación muy quedita, dudando de lograr aquello por tenerle un constante miedo al hombre que la esperaba en la oficina donde el juez esperaba a que firmaran los papeles de matrimonio, con los testigos rodearles y abogados.
La idea de echarlo todo a perder debido a su síntoma le aterrorizó. Su padre estaba vez no le tendría misericordia.
—Por favor —empezó a suplicar, temiendo por todo—, haré todo lo que me pida. P-Pero no comparta ninguna de esas fotos… T-Tampoco me obligue a hacer algo que no quiera, como pedirle a mi padre más…
—¿Por qué desearía pedirle a Hiashi Hyuga más cosas? Tengo suficiente dinero y a ti, su hija como mía. No hay algo que él tenga que me haga querer arrebatárselo. Ahora cálmate —le hizo saber a la joven aun entre las sábanas blancas, avergonzada, aunque para él era obvio que estaba atemorizada—. Si alguien descubre tu particular pasatiempo, te pondrás en peligro. Los buitres sedientos de chismes rondarán cerca de ti hasta que te canses y lo aceptes todo.
Le escuchó levantarse del sillón, acercarse a ella hasta la cama aun con los pasos amortiguados por la alfombra. Hinata se hizo más pequeña, queriendo fundirse contra la pared que tenía a la espalda y desaparecer del campo de visión de Madara que gustaba siempre hacerla sentir como si fuera una presa atrapada en el territorio del león.
Buscó la manera de cubrirse pero sus palmas no servirían demasiado ahora que sintió la mirada negra de él puesta sobre ella, estudiándola en silencio, algo que la estaba comiendo viva por no saber qué le haría o si le diría que era una sucia pervertida como su padre solía repetirle hasta el cansancio.
—Mírame cuando te hablo, Hinata.
Madara detestaba cuando ella siempre le rehuía la mirada, siempre haciéndole sentir irritado de que en lugar de estar hablando con una mujer aparentemente adulta se encontrara lidiando con una niña miedosa que ni podía siquiera mirarle por más de cinco segundos seguidos sin cortar el contacto visual. Sabía que la hija mayor de Hiashi Hyuga era tímida, recordaba siempre esa chica muda que asistía a los eventos anuales de clubes exclusivos o alguna reunión organizada por futuros socios, misma que siempre salía huyendo cuando su tonto sobrino Sasuke se acercaba a ella, como si le provocaba un pavor profundo tener que encontrarse al joven Uchiha pero solo cuando se casó con ella descubrió que la introvertida Hinata rayaba constantemente sus límites debido a su personalidad.
Confesaba que era fácil de manejar y vivir con ella era similar a cuando lo hacía solo. No le causaba problemas, seguía al pie de la letra todas sus indicaciones y nunca hacía una escena de celos, como cualquier otra esposa que ve cómo otras mujeres le coquetean descaradamente. Mikoto constantemente le repetía que fuera amable con Hinata ya que era demasiado joven para él —esa cuñada suya le encantaba remarcar esa diferencia de edades entre ambos— y estar casada con su persona no era un cuento de hadas. Madara hacía lo que creía conveniente, dándole cada tarjeta de crédito sin un límite, esperando que tardes en los centros comerciales, llenando la cajuela del auto de miles de cosas que ella quisiera serían suficientes para mantener la joven contenta pero en ningún momento había recibido notificación alguna del banco que le indicara que su esposa gastara siquiera un yen.
Hinata era una mujer rara. Nunca le pedía nada y solo decía un claro Sí cuando le pedía hacer algo. Aunque la considerara una joven hermosa, con ese peculiar color de ojos siendo su mayor atractivo —incluso siendo más especiales dentro de la familia Hyuga por no parecerse al de ningún otro miembro de esos estirados, teniendo un leve rastro de lavanda cuando el Sol daba hacia ellos—, ella no le despertaba nada, viéndola como una mujer que le ayudaba a cumplir con sus objetivos y a espantar a cualquier peste que quisiera colarse debajo de su brazo y andar presumiendo ser la amante de Madara Uchiha.
Con Hinata a su lado ese tipo de molestias redujeron considerablemente y podía dedicarse con tranquilidad a su trabajo.
Estaba acostumbrado a verla con prendas largas y que le cubrían prácticamente todo el cuerpo, sin dejar un atisbo de piel. No se cambiaba frente a él, siempre se iba al baño, cerrando el cerrojo y saliendo con una bata de dos piezas; fuera pleno verano o invierno, Hinata no dejaba al descubierto nada de su piel, salvo esas noches especiales donde la hacía ir a comprarse un vestido adecuado que lograra hacerla ver bien en frente de todos los invitados, percibiendo de cerca la tibies de la pie femenina cuando la llevaba del brazo, saludando a todos los invitados de interés, cautivando los ojos de varios hombres con la joven a su lado que saludaba amablemente y se ganaba sonrisas e invitaciones al hogar del Uchiha para continuar conversando sobre más negocios.
Verla así fue una sorpresa.
Madara salió esa tarde de la oficina —más temprano de lo usual— con el propósito de llegar a casa, servirse una buena botella de whiskey, escuchar un disco de su colección privada de jazz y ver hacia los horizontes desde su estudio personal. Había pocas cosas que le hacían molestar y entre ellas eran los planes bastante obvios de su hermano menor en querer arrebatarle lo que le pertenecía. Aun siendo de la misma familia la jerarquía debería ser respetada y eso a Fugaku se le olvidaba con bastante facilidad. Por eso se fue de la oficina, por primera vez en años, más temprano, saliendo directo a su casa, cancelando cualquier reunión que tuviera agendada y dejando que su asistente se encargara de todo hasta que se encontrara de buen humor para afrontar las metidas de pata que solamente el tonto de Obito podía hacer junto con Fugaku y su constante palabrería de cómo debería manejar la empresa cuando él lo ha estado haciendo por los últimos diez años bien.
Le extrañó no encontrarse a Hinata en la sala, lugar donde comúnmente la encontraba o en la biblioteca, por supuesto, las contadas veces en que se encontraban ambos. O en las que él llegaba a casa más temprano de lo habitual, siempre hallándola dormida en el lado derecho de la cama profundamente. Imaginaba que al no tener en qué dedicar su tiempo estaría dormida y fue a verificar que así fuera, solamente para anunciarse que estaba ahí y no darle un paro cardíaco —Hinata era muy fácil de asustar— cuando la encontró dormida pero vestida de esa manera que le hizo cerrar la puerta, reflexionar si lo que vio era real o producto del agotamiento que venía cargando. Sin embargo, al volver a abrir y toparse nuevamente con la imagen de Hinata, o mejor dicho: el redondo trasero de ella saludándole, vestida con aquel coqueto conjunto que solamente había visto en mujeres en primeras plantas en publicidad exclusiva para caballeros.
Estuvo tentado a despertarla y preguntarle por qué estaba vestida —la idea de que tuviera a un amante escondido no le era del todo desconcertada— pero prefirió quedarse en silencio ya que ella parecía tan apacible que una extraña amabilidad en él nació y prefirió dejarla seguir durmiendo en los brazos de Morfeo. Tomó el celular que ella mantenía cerca de sí, preguntándose si su repentina curiosidad por los pasatiempos de su esposa sería aliviada cuando invadiera la privacidad de ella.
Madara de verdad esperó que la joven pusiera una contraseña más complejo para salvaguardar su información, incluso de él. Pero la mujer era más ingenua de lo que pensó. Puso la fecha de nacimiento de Hinata y en el primer intentó logró acceder. No indagaría más de lo necesario, solo quería descubrir qué secretos guardaba la hija de Hiashi Hyuga para haberla encontrado en tal estado, con la guardia baja y de esa manera que le comenzaba a inquietar en una particular zona de su anatomía.
Lo que encontró lo hizo elevar sus cejas. Una galería completa de distintas fotografías de Hinata en diferentes poses y con diversos conjuntos de los cuales no tenía idea que ella poseyera. Se preguntó dónde los escondería o cómo los compró sin que él sospechara nada pero después recordó que su relación no era completamente cercana, eran prácticamente un par de desconocidos unidos por un acuerdo matrimonial que era el medio más conveniente para unir a dos gigantes de la economía en el país. Era obvio que no supiera mucho de la joven durmiente.
Pero con aquel descubrimiento el interés de Madara estaba comenzando a surgir.
Deslizó cada una de las fotos, dándose cuenta que la mayoría eran bastante atrevidas y en poses que nunca imaginó que Hinata, la tímida mujer que él conocía —o pensó hacerlo— gustaba posar. Una en particular, con ella con las piernas abiertas, precisamente con el disfraz de conejo, dejando una gran vista de su intimidad apenas cubierta, con sus muslos apetitosamente deseables a causa de las medias semi transparentes que le llegaban hasta la mitad de éstos. No era que el disfraz por sí solo fuera el culpable pero el cuerpo de Hinata, con esas curvas y pechos dotados harían a cualquiera pensar si no haber tocado a su esposa durante todo ese tiempo era algo idiota.
—Escondes más cosas de los que imaginé, Hinata —susurró con una sonrisa maliciosa, dejando de lado el celular y pensar en qué haría con la mujer cuando ésta despertara.
Solo se le había pasado por el pensamiento avergonzarla, que ella revelara por qué le gustaba andar vistiéndose con esos trajes y tomarse fotos atrevidas sin enviarlas a ningún contacto. Ver como el rojo decoraba todo el rostro de la mujer era divertido, pero sintió una fascinación por ver cómo esos ojos perla temblaron cuando dio a conocer su presencia entre la oscuridad, sin que ella lo previera, tomándola por sorpresa.
La actitud de ella hacia Madara no le pareció extraña ya que no era una persona amable ni mucho menos un buen samaritano, tenía su fama e Hinata sabía al respecto. En ningún momento le ocultó cómo era, aunque prefería guardar ciertas actitudes que solo reservaba para personas que realmente le cabreaban. No tenía ningún trato especial con Hinata, no la trataba con demasiado cuidado ni era cariñoso, y eso nunca representó problema alguno. La joven parecía entenderlo y no se arrastraba hacia él para pedirle alguna muestra de cariño, se comportaba indiferente, como si tenerlo cerca no le causara algo más allá que el miedo de desobedecer sus órdenes o provocar cólera.
Tal como en esos momentos. Aunque gustara jugar con el miedo de la Hyuga —ex Hyuga— no le había agrado que considerara que de verdad fuera a chantajearle con revelar esas fotos al público, sería algo idiota y un instinto de posesividad se instaló en él. De ninguna manera dejaría que nadie, solo él, viera lo que había debajo de los largos vestidos que Hinata siempre usaba.
Ella levantó la cabeza, aun con miedo, pero siguiendo sus instrucciones. Saber que ella le hacía caso le hizo sentirse poderoso, pero era un poder distinto al cual estaba acostumbrado cuando mandaba en su empresa o a cualquier otra persona. Acarició su barbilla, maravillándose de la tersa piel y el cómo los ojos pálidos de ella, resplandeciendo en toda la oscuridad, se agradaban.
Con el pulgar apreció la suavidad de sus rosados labios, sintiendo sobre su piel la respiración trémula. Era hermosa y atractiva, nunca antes había visto alguien tan tentadora como lo era su tímida esposa enfundada en ese conjunto sexy.
—Eso está mejor —halagó, continuando con su travesía a través de las yemas de los dedos—. Me gusta cuando me obedecen.
—¿Madara-san? —cuestionó Hinata cuando no entendía las acciones del hombre pero dentro de sí algo comenzaba a removerse, una emoción que pensó quedaría controlada con las citas con el terapeuta y consumir estrictamente sus pastillas.
Madara nunca le había tocado, ni siquiera insinuado querer tomarla. Eso la tranquilizó porque la idea de compartir la cama más allá de solo dormir atemorizó a Hinata en el primer mes de casados, pero con la rutina que se estableció en ambos el miedo de que aquello se cumpliera poco a poco desapareció.
Pero ahora que la mano de Madara viajaba con bastante tranquilidad por su rostro, enfocado en sus labios con el pulgar trazando las diminutas líneas en estos, Hinata no sabía cómo al reconocer una chispa de deseo en el mirar del Uchiha. Se preguntó si sería por lo que estaba usando en esos momentos o por qué descubrió a quién tenía como esposa.
Él era un hombre atractivo. A pesar de su actitud y esa imagen de hombre poderoso, Madara aun lograba llamar la atención de las generaciones jóvenes con ese porte, la figura debajo de sofisticados y serios trajes que lo hacían lucir más atractivo, con esas facciones tan propias de los hombres de la familia Uchiha que los convertían en imanes de constante admiración. Y ella no era inmune, no ahora que esa mirada oscura se posaba con ella, viéndola sin decoro, analizando los detalles en su cuerpo que hasta en esos momentos se había detenido a apreciar.
El instinto travieso que habitaba en ella se apoderó de su cuerpo, desechando cualquier pensamiento razonable, esa vocecita del buen juicio se fue apagando, dejándola con su consciente en total negro, guiada por los bajos impulsos que la carne le dictaba realizar.
Abrió sus labios y atrapó el pulgar que cuidadosamente los detallaba, apretando suavemente la carne de éste entre sus dientes, mirándole, notando cómo el pecho de Madara parecía hacer una gran pausa.
Con su lengua acarició la punta de la yema, indicándole al hombre la temperatura de su cuerpo, el cómo repentinamente se le hacía emocionante el encuentro, como si antes no estuviera temblando de miedo e inesperadamente una fuerza mayor hubiera poseído el cuerpo de Hinata.
