Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.

Advertencias: Contenido maduro. Uso de juguetes sexuales. Escenas no aptas para menores. Dominación. Vocabulario inapropiado. Sexo sin penetración.

Agradecimiento especial a Prcrstncn por el precioso dibujo MadaHina que me inspiró a escribir esta historia.


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Atenciones

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Capítulo Quinto


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El escritorio de Madara estaba hecho de un material oscuro que lograba emitir brillos tornasoles, teniendo como cristal la superficie de éste, con el fría chocar contra su piel caliente en un inquietante contraste que no dejaba de hacerla temblar. Las vibraciones continuaban a un ritmo del cual no se podía acostumbrar; cuando Hinata imaginaba que por fin podría controlar la llegada de su orgasmo, Madara nuevamente volvía a cambiar el ritmo. Si iba demasiado rápido, lo apagaba o le daba pausa para tener un deleite. Ella solo podía suspirar descontroladamente, recordándose a sí misma que no estaban en la comodidad de su hogar, sino en la oficina del Uchiha donde miles de personas se encontraban trabajando, con la enorme posibilidad de que alguien entrara a la oficina de su esposo y los encontrara de esa manera.

Lo que dirían. Lo que otros pensarían en lugar de asustarla provocó que Hinata apretara más los muslos y soltara un trémulo suspiro. Se permitió cerrar los ojos, entregarse al disfrute que el juguete le permitía. Claro que no se podía comparar con los dedos de Madara moviéndose en su interior, pero que él estuviera a cargo de su placer a través de la aplicación le provocaba una ansía que solamente aumentaban cada vez más y más.

Que Madara se encontrara en esos momentos con ella, observándola, le hacían sentir tan femenina que tuvo el impulso de dirigir una mirada a Madara, aun estando en su posición, cargada con el más honesto sentir que los orbes opalinos de Hinata podían expresar.

Le gustaba ser dominada por los hombres quienes sabían cómo dominar apropiadamente. Tardíamente lo confesó para así. Tener a Madara así era algo que le gustaría experimentar hasta el final; quería que él llegara hasta el final con ella sin que las dudas de si estaba de acuerdo o no intervinieran. Hinata era una adulta y estaba casada con él. Podía tomar sus propias decisiones, especialmente aquellas que involucraban el placer de su cuerpo. Y Madara era lo que ella quería en esos momentos.

No quería pensar en las consecuencias de dejarse llevar por esas urgencias que siempre le hacían elegir malas decisiones. Simplemente quería que él la tocara y la besara como lo hizo anoche. Sin interrupciones. Sin pensar en más.

―¿Qué ocurre? ―por fin la voz de Madara resonó por encima de los suspiros reprimidos de Hinata. Ésta ladeó el rostro para tener un mejor acceso al rostro serio del hombre que jugaba con el teléfono de ésta―. ¿Mucho para ti? ―preguntó con seriedad sin dejarse tentar por la imagen de Hinata encima del escritorio, con los muslos apretados sin que le molestaste que el recatado vestido se le hubiera subido a la altura de las costillas, con los senos femeninos asomándose de una manera tan apetitosa que Madara se preguntaban a sí mismo si tendría la voluntad de no tocarla.

Pero Hinata no merecía una premiación por su conducta. Había ingresado a su oficina con un vibrador. Un maldito vibrador. Debajo de ese vestido que la hacía lucir como una dulce esposa llevaba un juguete sexual que la había hecho humedecerse, que su néctar dulce se escurriera por fuera de la panty, y ella aún tenía el descaro de comportarse naturalmente, como si nada estuviera ocurriendo; como si no se percatara de las sensaciones que le hacían sentir.

Madara todavía podía saborear el sabor de ella en el paladar. La suavidad de la piel de Hinata rondaba en las memorias de sus yemas. La visión de su cuerpo caliente y tierno, bajo suyo, completamente obediente. Tuvo que aspirar profundamente para no perder la compostura ni ver rojo.

Con un movimiento más del pulgar bajó la intensidad del vibrador pero sin apagarlo, lo suficientemente suave cómo para que Hinata no llegara al clímax y pudiera mantener una conversación con él.

―Responde ―exigió Madara.

Hinata reguló las respiraciones y obligó a su corazón a dejar de latir como un desesperado. Madara la veía desde arriba, se había acercado hasta el escritorio para quedar posicionado donde su cabeza quedó ubicada, viéndola directamente con ese par de ojos negros que parecían querer devorarla. Trataba de pensar claramente, elegir la respuesta correcta para no hacerlo enfadar, pero algo dentro de sí le susurró de manera dulce orillar a Madara a tomar medidas mucho más estrictas…

Había sido una buena esposa, todo el tiempo cumplía con lo que él le decía. Por miedo principalmente. La idea de que él la destruyera usando a su familia regularmente la hacía ponerse derecha y continuar con el show sin quejas ni excepciones. Pero ahora, sintiéndose deseada, sin que Madara pudiera desviar la mirada, el cómo su respiración agitada se lograba notar aun debajo de aquel saco perfectamente ordenado y pulcro, le hizo sentir poderosa.

No importaba que ella estuviera encima del escritorio en una posición de completa sumisión, podía observar las sensaciones que podía despertar en Madara. Y eso era poder, un sentimiento glorioso se extendía por todo el cuerpo así como el nerviosismo de lo que le depararía si continuaba presionando.

Hinata sonrió levemente y él no supo si era genuina felicidad lo que dibujaba ese gesto o un deje de altanería. Hinata y los comportamientos ególatras típicos de los Hyuga no eran palabras que congeniaran amigablemente, acostumbrado siempre a ver a la morena con vista hacia el piso, demasiado tímida en dar a conocer su verdadera opinión o ser una molestia en los eventos de gran importancia; pero ahora, cuando ella le miraba así, con los ojos humedecidos por el placer recorrerla de pies a cabezas, los labios hinchados por el frecuente mordisco a sus delicados labios en una tortura autoimpuesta que prometía calmar el calor en su intimidad, el cabello despeinado que lejos de hacerla lucir desalineada solamente realzaban la belleza sutil y mortal que poseía.

Se sintió hipnotizado como si ella fuera un maleficio que lo conducía a un hoyo negro.

―Hace un gran trabajo con el vibrador, Madara-sama ―susurró ella como si estuviera diciendo secretos de suma importancia que él no tuvo que volver a preguntarle repetir nuevamente lo dicho. Pudo escucharla a la perfección, la melodía de su voz, la intencionalidad de su tono seductor―. Pero sigue siendo insuficiente… ―Hinata soltó un suspiro, traviesa, estirándose, con los brazos a los extremos cuando sintió que la intensidad del juguete volvía a incrementar―. Sus dedos se sienten mucho, mucho mejor ―logró articular antes de que otra serie de gemidos volviera a callar sus palabras para retorcerse sobre la cristalizada base.

―Y aun así viniste a mi lugar con esa cosa dentro de tu vagina ―Madara chasqueó la lengua e Hinata halló tan atractivo aquel gesto―. No parecer ser muy honesta tu confesión.

―L-Lamento eso ―replicó Hinata cuando pudo controlarse, viendo a Madara―. S-Soy inquieta ―confesó.

―Comienzo a notarlo. ¿Y bien? ¿Dónde habías mantenido oculto todo esto? ―Madara de verdad sentía una innata curiosidad; Hinata tenía demasiados secretos que él comenzaba a cuestionarse si ella era buena ocultando sus adquisiciones o él un idiota―. Nunca sospeché que te gustara jugar contigo misma ―volvió a subir la intensidad del vibrador, viendo para su deleite los ojos abiertos de Hinata por el cambio de velocidades; la manera en que la espalda femenina se retorció le hizo acercarse más a ella, tocando las puntas de las hebras de tonalidades de cielo nocturno―. Sin duda demasiadas cosas que desconozco de ti. Dime, ¿con qué otros fetiches te gusta fantasear, querida?

No era esencial saberlo, realmente Madara no necesitaba saberlo porque siempre el placer propio era el que predominaba en sus relaciones sexuales. Más con Hinata era distinto. Sentía una satisfacción verla así de entregada al placer que él le proporcionaba. Y aunque el rostro de las diversas parejas con las que compartió la cama siempre era atractivas, especialmente cuando se contorsionaban por el placer, ninguna se igualaba al de Hinata. No sabía precisamente por qué era distinta a las demás. Tal vez eran las facciones puras, ese aspecto de ángel, los ojos opalinos que daban a conocer un sentimiento honesto sin ocultarlo bajo una máscara de orgullo para proteger el ego. A Hinata no le importaba mostrarse como alguien superior, la prueba de ello era que ella usaba el anillo que comprobaba que era su esposa.

Era verdad que recibió ayuda de Hiashi cuando éste aceptó la propuesta que le hizo, así como la jugosa oferta de invitarlo a invertir en la compañía y asegurarle grandes ganancias al futuro. Vio a Hinata como un boleto para conseguir sus objetivos. Los matrimonios arreglados eran el factor más viable para conseguir la unión de dos empresas. Con los beneficios que le prometía a Hiashi era obvio que éste no iba a negarse. Ni siquiera dudó dos veces cuando él propio Hyuga le entregó a su hija.

Solo había visto a Hinata como una pieza en su tablero, una pieza que debía cuidar y mantener alejada de cualquier distracción. Era consciente que la vida marital que la joven vivía no era lo que seguramente habría deseado desde la infancia. No dudaba que existieran tentaciones que pudieran distraer a su joven esposa, más de una vez había pensado sobre ello pero luego recordaba la manera en la que Hinata temblaba cuando le pasaba el brazo alrededor de la cintura en los eventos con los otros socios, provocando que la sonrisa cordial con la cual saludaba a todos se aflojara un poco.

No, Hinata nunca le sería infiel. Y aunque él mismo se lo permitiera, ella jamás podría. Podría ser una mujer de apariencia débil y sumisa, pero con un honor incuestionable.

Sin embargo, esa misma mujer de mirada nerviosa, ademanes tranquilos y sonrisa inocente que hacía que Mikoto quisiera protegerla todo el tiempo se hallaba encima del escritorio de Madara.

Semi desnuda y retorciéndose como una puta.

Y él, carajo, se sintió tan atraído hacia ese bizarro pero sensual contraste.

Nunca nadie le había hecho estar duro así de rápido, menos durante su jornada laboral.

Madara era estricto consigo mismo y respetaba arduamente los horarios de oficina. El sexo era genial pero el dinero lo era todo para él. No podía permitirse perder sus acciones en Nueva York solo por una pussy. Para ello reservaba un par de horas para ver a una de sus amantes en un hotel exclusivo, desvestirla, recibir un fellatio y después lanzarle a la cama y hundirse en la calurosa cavidad femenina hasta alcanzar el propio éxtasis.

Siempre fue así y estaba acostumbrado a esos hábitos que adquirió desde que se hizo el presidente de la compañía.

Más todos esos años de disciplina se vinieron abajo con Hinata suspirando, moviendo las caderas en un sincronizado movimiento en el que sus pliegues se rozaran contra el vibrador en los interiores privados de su oficina presidencial.

Cuánto deseaba castigarla.

Madara volvió a colocarse en el espacio donde los muslos de Hinata se pegaban celosamente. Los separó sin medir la fuerza, escuchando el grito de sorpresa de ella que de inmediato ocultó tras la mano por el miedo de que allá afuera escucharan todo. No le importó a Madara, se dedicó a quitar la prenda interior de Hinata, deslizándola con facilidad por las torneadas piernas cubiertas por medias que llegaban a medio muslo. Frunció el ceño. Era una visión divina, la blancura de la piel de Hinata contra el negro de la prenda traslucida hacía ver más apetitosa su carne.

―Mira esto ―atrajo la atención de ella, alzando con un dedo la prenda completamente humedecida―. Tsk, qué niña tan sucia ―susurró e Hinata pareció temblar pues le miró directamente con las mejillas coloreadas―. Definitivamente tengo que corregirte. Tu padre hizo un pésimo trabajo contigo.

Hinata esperó un movimiento de parte del azabache pero no hubo nada. Ni siquiera se molestó en ocultar la decepción cuando éste rodeó el escritorio, alejándose de ella. Más no dijo nada, se dedicó a esperar a pesar de que en su interior las ganas de replicar y pedirle que la tomara ahí mismo quisieron salir de su boca.

―¿Qué tan flexible eres?

La pregunta la alteró más de lo que ella hubiera deseado. El aliento caliente de Hinata chocó contra su oreja y no supo en qué momento llegó tan rápido hacia ahí. Más no lanzó ninguna queja cuando él la tomó por debajo de las axilas para reincorporarla al antojo del Uchiha quien la acomodó hasta dejar la espalda de Hinata apoyada contra el pecho masculino de Madara.

Se quedó por un par de segundos confundidas del por qué Madara querría saber lo flexible que era. Era cierto que antes practicó gimnasia rítmica cuando su madre vivía, pero cuando ésta murió lo dejó para seguir al pie de la letra con cada indicación. Hacía mucho que no lo practicaba y no sabría contestar si aún contaba con la habilidad de realizar un maravilloso performance.

―N-No lo sé ―Hinata hacía gestos para intentar concentrarse. Madara todavía no apagaba el vibrador―. S-Solía serlo, pero eso fue hace mucho… ¡¿Hmm?!

Él le elevó las piernas en un ángulo que muchos señalarían de doloroso. La parte inferior de su cuerpo quedó cerca de su pecho. Luego recordó que estaba desnuda porque Madara le quitó su prenda íntima. El aire frío de la oficina chocó contra los labios húmedos de su vagina y eso la hizo volver a gemir y apretar los muslos para cobijar su feminidad.

―¿M-Madara-san? ―exclamó con sorpresa, sintiendo el brazo de Madara cerrarse debajo de la curvatura de las rodillas, quedando con sus piernas en el aire en una posición que la dejaba demasiado expuesta.

―Shh ―ordenó él, con la boca aun pegada en su oído que a Hinata le hicieron casi entregarse al arrullo de la voz masculina de Madara―. Solo quiero comprobar qué tan flexible puedes ser… ―dicho eso, apretó más―. Tal cómo lo sospechaba: tu diminuto cuerpo oculta muchas cosas. No solo son tus curvas o el tamaño de tus senos, es la facilidad con la cual puedo moldear tu cuerpo en la posición que me plazca, como ahora.

―¿Q-Qué va hacer conmigo…?

―Divertirme un poco contigo. Debiste pensarlo dos veces antes de venir a mi oficina con un vibrador en tu interior.

―Ésa no fue mi intención… Y-Ya le dije…

―¿Qué pasa, Hinata? ¿No te gusta esta posición?

―E-Es… ―demasiado quiso decir pero decidió no decir nada porque la idea de estar así con Madara la estaba haciendo sentir más húmeda que antes. Y lo peor de todo, era que lo veía. Madara la tenía de tal manera que podía ver su intimidad y eso la avergonzaba y al mismo tiempo la hacía sentir excitada.

―Voy a jugar contigo un poco más usando tu juguete. Pero tienes prohibido correrte.

―E-Eso es… ―lloriqueó ante la amenaza pero Madara la calló con otra oleada de placer―. Uh-uh.

―No he terminado de hablar ―remarcó Madara con voz estricta, apegando más a Hinata hasta su pecho.

Ella era pequeña, el cuerpo se acoplaba a la perfección y el aroma de su deseo inundó todo el lugar. Hasta se vio tentado a pasar saliva por lo dulce que debía saber en esos momentos. Y ahora con la intimidad de Hinata justo delante de sus ojos, viendo directamente cómo la humedad pintaba de brillo la carnosidad rosada y dulce de los labios vaginales de Hinata le hacía querer hundir la lengua por cada tramo de piel la tentación era cada vez más difícil de suprimir.

―No vas desviar la mirada. No me importa qué tan bien se sienta, no me importa si sientes que te vas a partir en dos, por nada del mundo vas a dejar de mirar cómo tu vulgar y patética vagina se estremece. ¿Fui claro?

―Sí, Madara-sama…

Era incómodo manejar el celular en tal posición pero Madara halló la manera de hacerse cargo. No dio aviso de cuándo comenzaría, simplemente deslizó el dedo en el punto más alto de la aplicación y el ruido del juguete sonó desde el interior de Hinata. La respiración de Hinata se agitó nuevamente, percibió el temblor debajo de la piel de ella a través del brazo que le sostenía las piernas y muslos en lo alto a Hinata. Las manos de ella se cerraban con fuerza en los bordes laterales del escritorio que hasta pensó si podría agrietarlos por la fuerza ejercida.

―Ah… ―Hinata no podía dejar de gemir, era demasiado lo que estaba sintiendo en esos momentos. No solamente era ver cómo se humedecía, como cada célula del cuerpo se sacudía con violencia, también era la presión de los brazos fuertes de Madara mantenerle en su lugar sin que escapara.

La presencia de él era lo que la hasta haciendo sentir así; que él estuviera manipulando el vibrador, jugando con ella en la oficina de éste en plena luz del día y que en la puerta cualquiera pudiera llamar del otro lado le obligaba a morderse los labios para no elevar el sonido de sus exclamaciones que se obligaba a ahogar para no llamar la atención de nadie allá afuera.

Desconocía si la posición era la principal razón por la cual ese remolino debajo de su vientre tomaba más fuerza. No era la primera vez que Hinata usaba un vibrador o cualquier otro juguete sexual que le pareciera interesante, más nunca experimentó similares sensaciones como ahora lo hacía. Siempre quedaba insatisfecha por más veces que lo repitiera. Con ella en el centro de la cama, la puerta con llave y la mirada llena de lágrimas al techo, maldiciendo una y otra vez su estado.

Había pasado tanto tiempo desde que unas manos grandes y calientes la habían tocado. El día de ayer cortó cualquier distancia que mantenía a Madara y a ella en sus respectivos lugares dentro de aquel juego de apariencias. Sabía su lugar en la vida de Madara y en la de su padre. Era una pieza más. Hiashi halló utilidad en la hija que veía como alguien patética. Y aun cuando no fuera capaz de manipular las decisiones de Madara, ni mucho menos convencerle de hacer decisiones a favor de la empresa de su familia, al menos podría mantener el papel de la esposa que Madara necesitaba en sus apariciones en el mundo externo y de ese modo ayudar.

Pero en esos momentos no quería ser solo una figura gris con una máscara perfecta. Quería ser ella sin filtros. Sin miedo a que nadie la juzgara. No quería volver a salir lastimada.

Necesitaba respirar.

Respirar como el día de ayer que Madara la hizo llegar al clímax.

El vibrador se sentía genial, especialmente cuando era Madara quien lo usaba con ella. Pero no era lo mismo. Lo necesitaba a él. A sus dedos, sus labios ardientes sobre ella y la seguridad de su cuerpo sólido chocar contra el de ella para hacerle saber que no era una fantasía más o un fantasma que ella misma creó para no sentirse sola.

Hinata comenzó a chorrear. Madara tuvo que apretarla más para sí e ignorar la calidez y la imagen mental de su escritorio humedecido por su esencia. Ella no dejaba de suspirar ni moverse entre su prisión. Cada vez que ella hacía el intento por arquear la espalda, Madara se aseguraba de mantenerla en su sitio y regresar la vista hacia su jugosa vulva.

No supo cuánto tiempo había transcurrido y realmente le importaba una mierda. Hinata era más importante en esos momentos. Castigarla era esencial. La ligera capa de sudor dibujarse en la suavidad de su elegante cuello lo orilló a mordisquear la parte, sin dejar de observar el temblor que la azotaba. Él no se perdería de ningún detalle. Necesitaba verlo, ver el momento en que ella se derretía, en que todo en ella explotaba.

―No tienes permitido correrte, Hinata, recuérdalo ―gruñó cerca de ella cuando agudizó el cómo los suspiros eran más frenéticos―. Sé una buena niña y obedece.

―E-Es tan injusto ―Hinata se atrevió a quejarse. Todos sus sentidos estaban a flor de piel, tan sensibles. El encaje del sostén le rozaba dolorosamente los pezones erectos y sentía cómo si las piernas poco a poco fueran a rendirse―. M-Me castiga como si todo hubiera sido mi culpa… Y-Yo no planeaba venir a su oficina… M-Mikoto-san fue tan amable, n-no podía rechazarla… Ha sido muy gentil conmigo desde… Desde que me casé con usted…

―No quiero escuchar excusas ―dijo con voz ronca Madara―. Si Mikoto te hubiera invitado o no, eso no hace desaparecer el hecho de que decidieras usar un vibrador. Ya fuera en mi oficina o en mi casa.

―N-No pensé que esto sucedería…

―Por supuesto que no. Planeabas hacerte correr estando en plena vía pública, regresar a casa y fingir que nada ocurrió.

Madara volvió a aumentar la intensidad del vibrador y no despegó el pulgar de ahí. La sacudida que agitó a Hinata le anunció que no estaba tan lejos de llegar al clímax.

―E-Era la mejor manera de calmarme… ―confesó ella, teniendo tantas dificultades por continuar manteniendo esa conversación cuando solo quería venirse―. D-Después de lo de anoche…

―Explícate mejor, Hinata. Frases muy abstractas no funcionan conmigo.

Hinata apretó los labios, suspirando más y deseando tanto que la mano de Madara dejara de sostener su celular y lo posara en sus senos hasta apretarlos con fuerza.

―Usted… Usted es el culpable de todo esto…

―¿Yo? ―la manera en la que sonó no ocultaba la malicia con la que debería estar sonriendo, de eso Hinata estaba completamente segura―. ¿Por qué soy el culpable de tus decisiones?

―Porque me dejó así… T-Tan…

―¿Tan qué?

―Tan necesitada de usted, Madara-san… N-No he dejado de pensar una y otra vez lo que me hizo sentir anoche… ―otro suspiro y la sensación de quedarse sin habla―. Hace mucho tiempo yo… ―cerró los ojos, hallando vergonzoso admitirlo, especialmente en la situación actual―. Hace mucho que no estaba con un hombre… A-Alguien que realmente me hiciera sentir bien… Yo… No puedo evitarlo… El recuerdo de su voz… S-Sus dedos dentro de mí… M-Me sorprendo incluso de lo obsesionada que soy con el sexo, p-pero… No puedo mentirme… Lo deseo, Madara-san… Lo deseo tanto…

El celular cayó al piso, a Madara no le importó si se rompía o no; de cualquier modo podría comprarle otro a Hinata de ser el caso. La confesión de ella le hizo sentir la enorme urgencia de atraerla hacia él y besarla. No ignoró los impulsos y tomó el rostro de ella para guiarla hasta su boca hambrienta que ella respondió de la misma manera. Se irguió contra ella de tal modo que tenía un mejor acceso.

Con las bocas unidas, Madara utilizó la mano restante para ingresar sus dedos al interior de Hinata. Soltó un gruñido entre sus bocas por la húmeda que estaba, fue tan fácil ingresar tres dedos. Ella gimió, gustosa de las atenciones. Él no le permitió separarse. No quería arriesgarse a que Hinata fuera más sonora y alguien de verdad lo escuchara atrás. Podría lidiar con Shiho ordenándole que se largara pero con Mikoto era otra historia, esa mujer entraría a como diera lugar. No quería que nadie de afuera viera a Hinata en tal estado, era una imagen que solamente estaría reservada para él.

Un instinto de posesividad le hizo tomar el vibrador aun activo y sacarlo. Pudo sentir a Hinata temblar pero ni así le permitió despegarse de él, menos con ambas de sus lenguas jugando entre ellas. Desechó el juguete a un rincón olvidado mientras regresaba a ingresar sus dedos a la vagina de Hinata hasta lo más profundo que pudiera permitirse. La humedad ayudaba a que resbalaran mejor. El sonido viscoso no tardó en hacerse cada vez más alto. La posición en la que tenía a Hinata ayudaba a que las sensaciones fueran distintas. Tenía un mejor acceso. Podía sentir tan cerca de sí todo lo que ella padecía con la estimulación que le daba. No faltaba mucho para que Hinata se corriera, las paredes a los alrededores de sus dedos se apretujaban más y podía percibir el meneo de caderas que ella empleaba para que las puntas de sus yemas llegarán más allá.

Y como si hubiera encontrado la perla más preciada del tesoro, Madara dio con un punto que dejó a Hinata con la respiración en pausa. Ella tuvo el impulso de alejarse de él más el Uchiha se lo impidió. La escuchó gemir y lloriquear al mismo tiempo cuando todo en ella padeció una explosión interna que humedeció por completo sus dedos y mano. También el gruñó con el ceño fruncido, abriendo los ojos en el preciso momento en el que las facciones delicadas y dulces de Hinata Hyuga se desfiguraban para dejar la mueca sincera de sus sensaciones.

Placer puro.

Solo cuando los temblores dejaron de agitar el cuerpo de Hinata fue que Madara se permitió bajar las piernas de ella, que su cuerpo quedara recostado contra el cristal frío. La respiración de él también estaba descontrolada pero tenía mejor pinta a comparación de la joven mujer quien parecía haberse quedado perdida en un oasis encantado, pues no dejaba de mirarle a la cara con una expresión que le resultó adorable.

Bufó con una sonrisa.

―¿Eso era lo que querías? ―preguntó con voz más profunda a causa del deseo que él también experimentaba. Tan centrado estuvo en ella que en esos momentos era que sentía el pantalón más apretado que antes.

Hinata no tuvo la fuerza necesaria para hablar y se limitó a asentir.

Él se despegó y de inmediato Hinata sintió como si todo el calor se alejaba de ella. Se sentía tan débil como para sostenerse por sí misma por lo cual rodó por encima del escritorio para quedar con la cabeza recostada contra la fría superficie en un intento por bajar la temperatura corporal. Todavía temblaba y el cosquilleo no dejaba de hormiguear. Había sido grandioso. Totalmente diferente a cuando llevó el vibrador. Por más que Madara aumentara la velocidad o la intensidad, podía acostumbrarse a los patrones por más que él la sorprendiera, pero cuando él ingreso sus dedos y unió sus bocas no pudo aguantarlo más.

A comparación del pedazo de plástico suave, los dedos de Madara se movían en movimientos inesperados, sin repetir una sincronización programada. Y cuando movía su lengua dentro de su boca al mismo tiempo que sus dedos se volvía en una combinación mortal.

Hinata pensó que era todo. Madara seguramente le diría que se vistiera y recogiera sus pertenencias. Seguramente tendría que pasar la tarde con Mikoto-san tal como la mayor se lo pidió. Quizá eso le ayudaría.

―¡¿Uh?!

Más los planes quedaron arruinados cuando sintió las manos de Madara colocarse en los laterales de su cuerpo, atrayéndola hacia el borde del escritorio, quedando con los pies rozando contra el piso y en una posición vulnerable. Pero aquello no era lo único que la hizo gemir sorprendida por segunda vez, sino fue ese bulto pegarse a su intimidad.

―¿M-Madara-san? ―exclamó sorprendida de sentir ese pedazo duro de carne frotarse con ella en un vaivén que comenzaba a nublarle la cabeza. ¿Acaso él…?

Quiso girarse para verle a la cara y preguntar qué planeaba, más la mano de él presionar su cabeza contra el escritorio en una silenciosa indicación de quedarse en su lugar la hizo guardar silencio de inmediato.

―Quédate ahí ―masculló él, enredando el puño entre la suavidad de los cabellos de Hinata, procurando no jalar con demasiado fuerza―. No puedo quedarme en la oficina luciendo así ―explicó, colocándose de tal manera que su miembro quedara ubicado entre la zona sensible de Hinata pero sin llegar a penetrarla―. Ni arriesgarme a que nos hallen así. Por ahora, compórtate y mantén tu preciosa boca sellada.

Hinata cerró los ojos abriendo sus labios para soltar un mudo gemido cuando sintió la dureza de Madara rozar contra su intimidad. Era tan caliente y duro, de un grosor que estaba segura la haría delirar.

―Eso ―halagó Madara, pasando su miembro por ese pedazo húmedo de carne rosada que le hacían fruncir el ceño, totalmente concentrado en no gemir él también por lo bien que se sentía―. Buena chica.

No quería imaginarse cómo se sentiría estar dentro de Hinata.

―Hmm ―Hinata soltó aquello al escuchar eso provenir de Madara. Nunca pensó que le encantaría que alguien le llamara así.

El ritmo que Madara empleaba la hacía agarrarse constantemente de cualquier cosa que encontrara sólida. Eso era totalmente distinto a los dedos de Madara o al vibrador; estaba sintiendo en carne cómo sería tenerlo adentro. Solo bastaba un pequeño empujón y él no tendría problemas en penetrarla.

Más Madara se estaba conteniendo, hallando aquello como la mejor manera de aliviar su problema y no tener incomodos accidentes. El día aun no terminaba y tenía obligaciones que cumplir todavía. No podía olvidarse del trabajo.

No obstante, sentir cómo la punta de su miembro palpitaba cuando la ubicó en la entrada de Hinata, de donde la humedad brotaba lo obligó apoyar el brazo libre encima del escritorio para no perderse. Hinata se sentía tan bien y el cómo ella gemía le estaba costando mantenerse en control. Quería hundirse y hacerla gritar, pero bastaba alzar la mirada y observar las paredes de su oficina para saber que aquel no era el lugar perfecto.

«En casa. La haré mía en casa ―pensó, tomando con más fuerza el cabello de Hinata y elevar el rostro para dejar caer con suavidad su cuerpo contra el de ella, sentir cada curva de piel cerca del suyo―. Por ahora esto ayudará».

―Levanta las caderas, Hinata ―ordenó Madara e Hinata obedeció, alzando las caderas.

Ésta vez Madara se restregó con un ritmo frenético.

Fue imposible que Hinata pudiera evitar gemir más fuerte. El ruido de la carne de ambos chocar más sonoramente debido a la humedad propia la obligó a tapar su boca o de verdad alguien los escucharía.

―La próxima vez que… ―la advertencia de Madara venía a pausas, debido a que por momentos se sentía tan bien que debía suprimir un par de gruñidos― pienses que es buena idea utilizar tus juguetes contigo, teniéndome a mí, recuerda lo de esta tarde. Recuerda que fueron mis dedos los que te hicieron correr, y que con solo rozar mí verga contigo te tengo de esta manera…

Madara utilizó una de sus rodillas para elevar la otra pierna de Hinata. La fuerza de los movimientos hacía crujir el escritorio, con la latente amenazada de que podría romperse. Aun así Madara no detuvo el ritmo. La mano que mantenía la cabeza de Hinata en su lugar ejercía más fuerza pero eso parecía no molestarla porque no dejaba de gemir con éxtasis.

―Así que sé agradecida y confórmate con esto ―dijo, agregando una nalgada que hizo rebotar las nalgas de Hinata que de inmediato tembló.

Con eso último fue que Hinata no pudo seguir soportando la presión que una vez más se acumulaba en el vientre.

―Madara-san ―clamó el nombre de él, tratando de respirar bien y que la habitación dejara de dar vueltas―. Voy a… Voy a… ―otro lloriqueo―. N-No puedo…

Madara no la dejó continuar porque subió su cara para quedar cerca de él y besarla fuerza, callando los gemidos desesperados de ella cuando sintió el segundo orgasmo pegarle con fuerza. Ella escuchó cómo el agarre en su cabello se apretaba más y saboreó el gruñido de Madara junto con algo caliente caer en su espalda. La sensación fue placentera al igual que le resultó increíblemente sexy escuchar a Madara gruñir de esa manera mientras aun rozaba el miembro ahora en su espalda baja.

Se besaron por otro rato más hasta que él se separó de ella, viéndola con los ojos oscuros más hermosos que hasta ese momento se atrevía a admitir para sí.

―No vuelvas a sorprenderme así ―le dijo él con una mirada estricta de la cual Hinata no objetó―. Ni mucho menos a utilizar cualquier otro vibrador sin que yo lo sepa ―continuó―. O a menos que esté presente. ¿Entendido?

―Hai ―contestó ella, sintiéndose tan ligera, casi como una pluma.

La presencia de Madara desapareció de su espalda y lo escuchó acomodarse los pantalones, así como el sonido metálico del cinturón volver a ser colocado. Ella quedó recostada un rato más, recuperándose de todo lo sucedido, tratando de no caer en la siesta que lentamente la arrullaba.

―Hinata ―Madara la llamó y ella giró un poco la cabeza para verle. El cabello lo tenía un poco despeinado―. Mikoto vendrá en cualquier momento, será mejor que te vistas.

Asintió sin contradecir a Madara. Tenía razón. Mikoto vendría a buscarla y no era buena idea de que le viera casi desnuda encima del escritorio de Madara.

Al sentarse a la orilla del escritorio, notando lo arrugado que su vestido quedó, Hinata sintió los bordes húmedos, llevándose la sorpresa de ver su reflejo distorsionada por el exceso de líquido. Eso la hizo sonrojarse hasta el alma de notar la intensidad de sus deseos.

―L-Lo siento mucho, Madara-san ―pidió de manera inmediata disculpas al hombre que parecía recoger el celular olvidado en el piso―. D-De inmediato lo…

―Ponte de rodillas ―dijo él sin verla e Hinata no entendió.

―¿Eh?

Madara lanzó el celular con la pantalla estrellada al sillón, pensando en qué modelo le gustaría a Hinata cuando la escuchó. Se giró para verla, totalmente sonrojada, despeinada y con las ropas hechas un desastre. No dejó de pensar que realmente lucía linda así, sobre todo con la leve luz entrar por los ventanales traseros de su oficina. El Sol la remarcaba como si ella tuviera un halo propio.

―Dije que te arrodilles ―repitió con paciencia―. No dejaré que te marches sin que limpies tu desastre.

Sin entenderle completamente, Hinata obedeció al Uchiha. Apoyó sus rodillas, quedando sentada sobre éstas, esperando la siguiente indicación de Madara quien caminó hacia ella, acariciando su cabeza en un gesto tan suave y cálido que Hinata estuvo tentada a dejarse llevar por las caricias.

Más el agarre se tornó firme detrás de su cuello, haciéndola girar hacia donde estaba el borde con su néctar.

―Lame hasta que quede limpio.

Tal indicación abochornó a Hinata, incluso miró al hombre, pero éste le regresó la cara al mismo sitio y no soltó la mano de su cuello. Aunque no dolía, la firmeza no flaqueaba.

―¿Vas a ser una chica buena y hacerme caso? ¿O volverás a hacerme enfadar?

Hinata sacó la lengua y la paseó por el borde. Sintió un estremecimiento por lo frio del material y el desconocido sabor de sí misma. Nunca antes lo había probado, ni por más curiosidad que hubiera tenido. A veces se preguntaba si era tan deliciosa como el profesor le confesó cuando le dio cunnilingus la primera vez, estando tan nerviosa de que alguien lamiera ese lugar, temerosa de que lo pudiera hallar desagradable.

La mezcla tenía un sabor a salado pero también dulce, era una rara combinación que lejos de parecerle repulsivo la hizo lamer hasta la última gota.

El pulgar de Madara acarició la zona de su nuca con suavidad.

―Bien hecho ―felicitó, quitándole unas hebras de cabello a Hinata de la frente.