Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aclaraciones: Universo Alternativo. Modern Times.

Advertencias: Confesiones. Traumas. Conspiraciones. Mikoto puede no ser tan linda como pensamos. Hinata poniendo sus límites. Un momento importante entre la relación entre Madara e Hinata. Madara cocinando y siendo un conocedor del tema. (Quizá de los pocos varones Uchiha que sí sabe cocinar un huevo frito ―lo siento Itachi―). Madara siendo open mind.

Agradecimiento especial a Prcrstncn por el precioso dibujo MadaHina que me inspiró a escribir esta historia.


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Atenciones

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Capítulo Sexto


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Salir de la oficina de Madara resultó ser más difícil de lo que se imaginó, especialmente con aquel temblor en las piernas que no dejaba de sacudir a Hinata con cada paso dado. Imaginó que el azabache le impediría ir a acompañar a Mikoto-san al spa, pero éste se limitó a darle indicaciones a la Uchiha de no llevársela por más tiempo. Eso logró que Mikoto pusiera una sonrisa que no supo bien cómo interpretar, más el suspiro con el que Madara respondió indicó a Hinata que probablemente esa era el modo en que la mujer lograba salirse con la suya.

―No te preocupes, Madara-san, prometo traerte intacta a Hinata-san. Solo pasaremos un agradable momento juntas ―la Uchiha mayor le tomó con suavidad del brazo. Ella reprimió un grito lleno de sorpresa por el movimiento, sintiéndose abochornar por encontrarse tan sensible―. ¿Verdad, Hinata-san?

―Ah, uhm ―asintió por educación, sabiendo que la mujer había sido muy amable de no solo invitarla, sino también de llevarla hasta la empresa por ese día―. S-Si eso no le molesta a... ―miró a su marido, tratando de adivinar si era buena idea salir en esos momentos considerando lo sucedido hace unos minutos, cuando él tuvo su hombría desnuda demasiado cerca de todo su centro lleno de placer, a casi un roce de volverse un solo cuerpo.

El recuerdo tiñó de rosa las mejillas de Hinata, preocupándose fugazmente por su apariencia. Había tenido especial cuidado de volver a colocar cada prenda en su lugar y planchar más de una vez las rebeldes arrugas por el ajetreo. Incluso Madara le peinó el cabello con sus varoniles dedos, haciéndola sentir sorprendida y pequeña, tentada a dejarse llevar por esas caricias que lejos de parecerle bruscas tuvieron un tacto cuidadoso, gentil del cual por poco se sintió arrullada hasta que la puerta de la presidencia fue tocada, dando paso a la figura de Mikoto interrumpirlos.

Madara bufó pero eso no pareció presentar una señal que demostrara molestia que su cuñada saliese con su esposa durante la tarde.

Por supuesto que el encuentro entre ambos sobre el escritorio seguía siendo una perfecta distracción con la cual tendría que lidiar el resto del día, especialmente al tener el aroma de la pura esencia de Hinata se impregnado en los dedos.

Pelear con Mikoto por la atención de la joven mujer sería una batalla sin sentido; esa esposa de Fugaku era más letal que una serpiente cuando se lo proponía.

―Puedes hacer lo que te plazca, Hinata ―respondió después de un momento de silencio―. Estoy seguro que Mikoto cuidará de ti.

―Claro que lo haré ―Mikoto dio un golpecito cariñoso a la mano de la esposa de su cuñado, sonriéndole―. No hables como si fuera a llevarla a un lugar lleno de perdición. Solo iremos al spa y nos relajaremos. Y no te preocupes por las demás esposas, Hinata-san, me encargué de que no nos molesten: solo seremos tú y yo.

―G-Gracias, Mikoto-san.

―No tienes nada qué agradecer, querida. Somos familia ―la mujer miró al presidente―. En fin, nos retiramos. Prometo dejarla en tu casa en cuanto terminemos, Madara-san.

Mikoto no dio tiempo a Hinata para despedirse apropiadamente de Madara en cuanto giró con ésta para salir de la oficina presidencial, llevándose casi a tropiezos a la dueña de ojos Luna quien intentaba seguirle el paso a la mujer mayor, dejando atrás a Madara quien solo se limitó a cruzar los brazos en cuanto el sonido de la puerta hizo clic.

El escritorio en el cual tuvo a Hinata a su completa merced se hallaba ahora más ordenado. Recogió una carpeta y leyó superficialmente el contenido, era de un proyecto importante del cual no se percató en el momento en cuanto los ojos brillosos de Hinata se posaron sobre él, suplicándole en silencio que la hiciera correrse. Bufó exasperado por haberse encontrado tan ensimismado en ella que ignoró la importancia de cada formato en papel que tenía en la oficina.

Recordó que aun llevaba el vibrador de Hinata consigo, razón por la cual palpó el bolsillo del saco interno, pensando en cómo deshacerse de él o esperar a llegar a casa. Seguramente Hinata tenía una rutina de cómo hacerse cargo de sus pertenencias.

Aunque le gustaría que ella le explicara detalladamente qué otras sorpresas tenía ocultas.

No deseaba indagar en la privacidad de Hinata. Tenía el derecho de mantener sus secretos. Pero después de saborear su piel y sentir cómo explotaba en miles de fragmentos cuando la hacía llegar al clímax, no se sentía lo suficiente generoso para continuar ignorando lo que esa mujer podía causarle.

Un Uchiha nunca niega lo que desea. Y siempre lo obtiene.

Siempre creyó que esas palabras repetidas por padre sin cansarse eran una bola de estupideces o simplemente parafraseaba poemas casi extintos que un antepasado pensó era de gran importancia para el lema familiar. Sin embargo debía dar cierto crédito que tal filosofía lo había llevado a conseguir lo que actualmente tenía.

Y aunque estaba enterado de que Fugaku deseaba hacerse de la presidencia, usando a sus sobrinos para conseguirlo, él era demasiado ambicioso cómo para dejar pasar en alto los planes demasiado obvios de su hermano.

Eso le hacía recordar las razones por las cuales pidió la mano de Hinata Hyuga a Hiashi, para así obtener más poder y financiamiento.

Las familias de ambos habían competido por años en el mundo económico del país en la búsqueda de proclamarse como el vencedor. Y aunque las estrategias que Madara empleaba para conseguir más socios dispuestos a apoyar sus proyectos e invertir en éstos era Hiashi quien lograba un mejor trato gracias a sus conexiones en el extranjero.

A comparación de los Uchiha, los Hyuga tendían a ser más educados y creativos con sus invitaciones lujosas, además de ser unos mejores anfitriones; dotes de los cuales Madara no poseía por estar más centrado en los negocios que en comportarse como una persona social. Le había dado aquel papel a Mikoto, siendo aquel puesto el mejor que su cuñada podía interpretar debido a su gran influencia en el mundo social en el que todos ellos se movían.

Era algo que, aunque no le gustara admitirlo, reconocía de los Hyuga; misma razón por la cual prefirió buscar una unión que les hiciera ganar provechosos beneficios y engrandecer las respectivas fortunas de cada uno.

Ya que Hinata no heredaría completamente los bienes del Grupo Byakugan, seguía siendo la hija mayor de Hiashi Hyuga. Tenía entendido que su joven esposa había estudiado una especialidad en Economía y Finanzas ―como Sasuke― pero no ejercía como tal su profesión. Eso no lo tomó a consideración al importarle más que el documento que respaldaba el matrimonio entre ambos estuviera firmado por ambas partes sin que nadie que se opusiera.

Fue una estrategia que le hizo ganarse las inversiones de Hiashi sin perder nada a cambio. Quizá su libertad como soltero, pero apreciaba más el aumento de ganancias que deshacerse de los encuentros apasionados con extrañas.

En ningún momento Hinata le había ocasionado problemas; no los que él imaginó al principio.

Fue hasta el sofá para coger el aparato que él había quebrado. Esperó a que éste prendiera pero por la pantalla estrellada supo que ahora era obsoleto. Tendría que comprarle uno nuevo a Hinata, aunque ella no pareció muy preocupada por el estado del celular, más ocupada en calmarse y ocultar cualquier atisbo de lo que ocurrió en esa oficina antes de que Mikoto hiciera su oportuna aparición.

―Cierto ―recordó que el picante álbum del cual su esposa era la principal modelo se hallaba dentro de la memoria de ese celular.

Sintió cierta decepción de saber que probablemente no se conseguiría respaldar dicha información; dudaba que Hinata guardase dichas fotos comprometedoras en la nube digital.

Madara dio un detallado vistazo al modelo del aparato, pensando en qué modelo le gustaría a Hinata tener esa noche.

―Shiho ―llamó a la asistente, de inmediato ésta respondió por el intercomunicador.

―¡H-Hai, Madara-sama!

―¿Tengo pendientes para el resto del día? ―preguntó, jugando con el celular.

―Ah, uhm... ―se logró escuchar movimiento al otro lado de la línea, como si la mujer estuviera hojeando la agenda―. No, Madara-sama. A-Al menos no con socios importantes. ¿Q-Quiere que le contacte con alguien en especial...?

―No ―negó, yendo hacia el closet donde guardaba los cambios de ropa―. Me retiraré temprano hoy. Puedes hacer lo mismo. Si alguien quiere hablar conmigo, dale una cita.

―Ah... H-Hai ―la duda se dejó escuchar a través de la voz de Shiho pero Madara no le puso demasiada atención; seguramente estaba sorprendida de que le dejara salir tan temprano.

Él también lo estaba al sentirse con la necesidad de llegar a casa, por primera vez, más temprano de lo usual.

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La atención en el spa era de lujo. Mikoto no le mintió a Hinata al comentarle que tendrían todo el lugar para ellas solas, sin la interrupción casual de las demás mujeres que conformaban el círculo social al que ella tenía que asistir a sus aburridas reuniones para entablar amistades superficiales. Eso era lo que la Uchiha mayor le enseñaba, señalando quiénes eran los blancos más convenientes y a quienes evitar para no aparecer en rumores maliciosos.

No tuvo problemas en aprender rápido, el modo de sobrellevar una imagen pública no era tan distinta de lo que había hecho en su propia familia. Y aunque no dejaba de sentirse en ocasiones nerviosa por hacer algo mal, Mikoto siempre le sonreía y le tomaba de las manos, asegurándole que todo iba a salir bien, que bastaba respirar con calma para pensar con claridad y que estaba con ella en esos momentos.

A veces tenía que recordarse que no estaba más bajo la sombra de la autoridad de su progenitor. Era una mujer casada, una que podía tomar sus propias decisiones a pesar de sentirse amarrada en ocasiones. Su relación con su padre se había distanciado desde que se mudó al hogar que Madara consiguió para ambos; no era que Hiashi Hyuga le pidiera ir a visitarlo con frecuencia, aunque le gustaba pasar en ocasiones para saludar a Hanabi y a Neji-niisan.

Le era más natural y relajante hablar con ellos en la comodidad de su propia casa que estar en eventos sociales con cámaras disparar flashes por todas direcciones.

Mikoto había pedido el servicio completo, desde máscaras relajantes en el rostro, tratamiento para el cabello, pedicura, manicure y masajes, hasta una sesión en el sauna. No dejaba de sonreír, completamente a gusto de estar en esos momentos ahí, compartiendo la experiencia con Hinata.

―Es de mis lugares favoritos ―confesó después de echar un poco de agua sobre las piedras que hicieron brotar más vapor―. La gente es servicial y amable ―señaló― Y lo que más disfruto: son confiables.

Hinata correspondió al gesto de la mayor con una sonrisa pequeña.

―Cuando eres parte de una familia tan... hablada, lo más difícil de encontrar es lealtad y confiabilidad. Me la pasé casi sola todo el tiempo desde que me casé con Fugaku; no me podía fiar nunca de nadie. Y mi suegro era alguien que no quería que se generaran escándalos en la familia. Así que hice mi función como buena esposa, siempre cuidándome la espalda. Muchos tienen la idea equivocada que solo los varones dentro del clan Uchiha son de cuidado, pero nosotras también lo somos. Por algo mantengo a raya a mi marido y a mis cuñados.

Podía asegurar de que cada palabra que Mikoto Uchiha decía era verdadera. El brillo de sus ojos, a pesar de ser dulces, también poseían el ingenio y la inteligencia que cualquier otro Uchiha expresaba en su mirar.

―Pero pasar tanto tiempo sin compañía es demasiado aburrido ―continúo Mikoto―. Por eso me alegro de que Hinata-san se haya unido a la familia.

―D-Debo ser yo la que agradece haber sido recibida por usted, Mikoto-san.

―No digas tonterías, Hinata-san. Eres demasiado adorable como para dejarte sola. Lamento no haberte invitado con anterioridad, pero casi no te veo, salvo en las reuniones que se organizan a favor de la empresa. ¿Has estado ocupada últimamente?

Hinata apretó la toalla sobre el cuerpo sin saber cómo responder a esa cuestión.

Desde que se casó con Madara la rutina se había anclado a pasar todo el día en casa, buscar con qué entretenerse, evitar a su marido y vivir sintiéndose atrapada, observando a las aves viajar con la libertad que ella misma añoraba, sentada en el balcón, escuchando el movimiento en las calles del barrio rico en el que vivía.

Habría deseado tener la confianza de preguntarle a Madara si podría usar una de las habitaciones para adaptarla a un estudio personal. Quizá podría volver a retomar las clases de pintura que dejó pausadas durante la preparatoria cuando su padre le prohibió continuar dibujando al considerarlo un pasatiempo innecesario.

Pero siempre se quedaba callada cuando tenía al azabache en frente, encargándose de hablar lo menos posible con él.

Y aunque el encuentro que tuvo con Madara la había acercado un poco más ―al menos, físicamente―, no consideraba la atracción que los dos sentían como el paso faltante para depositar la plena confianza sobre el otro.

―No mucho ―respondió con una sonrisa un tanto forzada, no queriendo confesar lo inútil que se sentía de sentirse como una decoración de un hombre poderoso―. La verdad... Uhm, aun me sigo adaptando a... A ser la esposa de Madara-san.

―Oh, querida ―Mikoto se acercó más a Hinata, con una mirada de culpa―. No quise ofenderte.

―N-No, no lo hizo Mikoto-san. Es solo que... ―jugó con los pliegues de la toalla pero rápidamente los soltó al escuchar el eco de su padre ordenarle dejar de hacer eso―. Siempre estuve preparándome para ser la heredera que mi padre deseaba... Yo... Bueno ―intentó que su voz no temblara, que no diera a conocer ese pedazo roto de su alma al exterior, a indicarle a todo el mundo que no era feliz―. Yo nunca imaginé que Madara-san fuera a pedir mi mano. D-Digo, M-Madara-san no es un mal hombre, s-siempre me ha respetado. P-Pero... Tuve siempre la idea de que mi padre me dejaría, al menos, demostrarle lo capaz que soy para hacerlo sentir orgulloso antes de que eligiera a mi marido. L-Las cosas resultaron más apresuradas de lo que me imaginé.

―Lo lamento tanto...

―Uhm ―Hinata negó con rapidez para hacer desaparecer el ambiente deprimente en ese lugar. Mikoto la llevó ahí para que convivieran ambas, no para que se quejara―. N-No se disculpe. No fue su culpa.

―Pude convencer a Madara-san de optar por otra opción para soldar un contrato beneficioso entre las dos compañías, pero cuando a ese hombre se le mete algo en la cabeza no hay poder humano que pueda quitárselo. Y aunque intenté que la ceremonia fuera lo más privada posible para no incomodarte, pienso que no me enfoqué en lo verdaderamente importante ―Mikoto tomó con cuidado las manos de Hinata entre las suyas, calmando ese ligero temblor―: tus sentimientos.

Quizá la única persona quien realmente se preocupó por sus emociones fue su madre. Con la muerte de ésta, la estabilidad emocional de Hinata decayó abruptamente, quedándose en una casa demasiado grande que con el tiempo se tornó en una prisión asfixiante a causa de las peticiones extremistas que su padre le exigía para ser la mejor y hacerle olvidar lo avergonzado que se sentía por padecer tan vulgar padecimiento que orillaron a Hiashi a usar más de una vez sus influencias y así evitar que una nota amarillista y escandalosa invadiera los principales buscadores en la web relacionados con el apellido Hyuga.

―Entiendo el mundo en que nos movemos, Mikoto-san ―respiró hondamente para recordarse que no era propio de su familia dar a conocer sus verdaderos males a nadie. Y aunque Mikoto era una mujer amable, con alguien capaz de sentirse segura, no podía confesarle todo lo que le abrumaba―. He sido preparada para esto. S-Solo fue más precipitado.

―Cariño, tratar de convencerte es un buen ejercicio para sobrellevarlo, pero en ocasiones es mejor declarar que todo esto ha sido un movimiento muy injusto de personas egoístas que no les importa el futuro de las víctimas que usan para desempeñar el papel de peón en su tablero de juegos. Tu padre y Madara-san son hombres movidos por la ambición, el dinero y el poder. Tú solo fuiste una pieza clave para el beneficio de ambos. Pero eso no les da derecho a usarte como lo deseen. Sigues siendo una persona ―Mikoto alzó la barbilla de Hinata con dulzura; una dulzura tan gentil que hicieron a Hinata verla como alguien de confianza―. Una con el poder de hacer sus propias decisiones.

―No cuento con el poder para hacerlo ―respondió ella con una sonrisa decepcionada de saberse sin las fuentes necesarias para seguir con el ritmo que realmente deseaba vivir su vida.

De haber sido su propia decisión, hubiera deseado tanto estudiar una maestría en Arte o Historia del Arte. Viajado a Europa donde las obras de sus artistas favoritos descansaban. Abrir una galería de arte sin sentir la presión de su familia. Tener un gato tricolor, beber té en las tardes y pintar lo que ella deseara sin seguir un horario predispuesto. Estar todo el día en pijama, usar la ropa que deseara sin importarle estar presentable para la ocasión. Aprender otros idiomas, lo que ella quisiera y no los que debía aprender. Enamorarse de verdad, experimentar salidas sin temor a avergonzarse de su síndrome...

Formar una familia...

―Cuentas con mi apoyo ―interrumpió Mikoto a los pensamientos de Hinata que la ensimismaron por unos cuantos segundos.

Ella miró a la azabache sin comprender.

―¿Disculpe?

Mikoto acomodó los mechones humedecidos de Hinata a causa de la temperatura de la sala sauna, mirándole con una profundidad que heló a la joven mujer por un momento.

―¿No has pensado en divorciarte de Madara-san, Hinata-san?

―¿Eh?

―Divorciarte ―tal sugerencia era una idea irreal que ni siquiera ella se le atravesó por la cabeza―. Es bastante común en estos días.

―Yo... ―se había hecho la idea de que estaría al lado de Madara por toda la vida, sin excepciones. Y aun si éste decidiera pedir la separación absoluta, hacerlo implicaría perder el apoyo absoluto de la familia Hyuga, algo de lo cual podía estar segura que Madara jamás soltaría―. N-No he pensado en esa... posibilidad.

―Lo siento ―otra vez la expresión de culpa reflejada en el rostro de la Uchiha, aunque ésta vez Hinata pudo percibir que no lucía genuina como la primera vez―. Es solo que eres tan joven y bonita. No mereces estar atrapada en un matrimonio vacío.

―M-Mi matrimonio con Madara-san no es... ―mordió sus labios al estar a punto de decir lo que tenía atorado en la garganta cuando ni ella misma sabía en qué lugar se encontraba en la lista de valores de gran importancia para Madara; seguramente era preciada por éste, como el boleto dorado que le permitía obtener el apoyo condicional del clan Hyuga a cambio de ganancias monetarias.

Pero después del encuentro en esa tarde, el cómo la respiración caliente de Madara le erizó todo el cuerpo le hizo tener esperanza de que, probablemente, algo surgiría entre ambos: bien podría no ser el amor que ella en algún momento deseó experimentar, pero al menos ya no serían más dos extraños viviendo bajo el mismo techo.

Carraspeó y luego se enfrentó contra la mirada llena de incredulidad de Mikoto Uchiha.

―Considero que mi matrimonio con Madara-san es sólido. No tengo razones por las cuales pensar en un divorcio... Y en caso de hacerlo, las cosas serían demasiado complicadas.

―Podrían serlo, pero no tienes que esperar tanto para que eso se cumpla.

―Mikoto-san, ¿está tratando de decirme algo?

La pregunta de Hinata tomó por sorpresa a Mikoto quien por un segundo la sonrisa dulce flaqueó para dar paso a un ligero quiebre en su máscara que los ojos perlados de Hinata pudieron notar sin problema alguno.

―Querida, para nada. Solo trato de empatizar con tus circunstancias. Cualquier mujer de tu edad tiene el derecho de vivir con libertad, encontrar a un hombre con quien desee pasar el resto de su vida. No tienes por qué desechar esos planes. Existen las segundas oportunidades. Es verdad que lograr un divorcio pacífico en estos tiempos es casi imposible, y en tu caso requeriría mucho papeleo y abogados. Pero se puede lograr. Yo estaría de tu lado. Tengo contactos de buenos abogados que estarían encantados de...

―Agradezco su preocupación, Mikoto-san ―Hinata interrumpió educadamente a Mikoto, manteniendo una serenidad en sus facciones que no expresaban enojo o una furia contenido, aun así la azabache no tuvo la seguridad de continuar―. Pero la halló innecesaria. Tengo un fuerte deber del compromiso. Y mi marido no me ha dado razones para pensar sobre el divorcio o el querer pedir el consejo de un abogado sobre la repartición de bienes en un proceso de separación ―Hinata fue la primera en levantarse, con una elegancia digna de una dama que ha dado por finalizada una conversación de la cual no desea participar más―. Ahora, si me permite, saldré primero. Creo que mi tolerancia a esta temperatura ha llegado a su límite. La esperaré en la recepción. Con permiso.

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―¿Lo desea envuelto o en bolsa?

La cajera le hizo la pregunta de rutina y Madara no consideró que aquello fuera demasiada importancia. Pero optó por la primera opción.

―Envuelto.

―Hai.

No consideraba que comprarle un nuevo celular a Hinata ameritara el gasto de papel de regalo y el moño de tonalidad rojiza que la mujer del personal seleccionaba para la caja, pero suponía que ese tipo de gestos le serían agradables a su joven esposa. Tampoco había pasado demasiado tiempo en la tienda; elegir cosas para otros no formaba parte de sus habilidades, prefiriendo optar por modelos servibles y útiles, eligiéndolos por su funcionamiento en lugar de la apariencia. Aunque optó por un modelo apto para su esposa, de un color agradable.

La mujer deslizó el regalo envuelto hacia él, realizando una reverencia respetuosa por la compra. Madara solo emitió un movimiento de la cabeza para dar marcha atrás y salir del establecimiento, viendo a la multitud de gente pasearse por el pasillo principal del centro comercial. Buscó caminar por los espacios menos transitados, enfocado en llegar lo más pronto posible a la salida y llegar al auto para marcharse.

No había ido ahí con el propósito de tardar tanto.

Dejó el regalo en el asiento del copiloto mientras encendía el motor del auto que ronroneó cual minino, saliendo del estacionamiento y dirigiéndose a su hogar.

Aun no estaba seguro si Hinata se encontraría ya en casa, desconocía por cuánto tiempo una sesión en el spa podría durar, pero si Mikoto organizó personalmente esa salida podía asumir que serían horas.

El tráfico retuvo a Madara por varios minutos pero al cabo de un rato logró conducir a través de las vialidades libres que lo condujeron a Ginza; estacionó el auto en el lugar asignado en el estacionamiento del complejo departamental y salió con el regalo bajo el brazo. El vigilante le saludó y él correspondió con un gesto más breve al oprimir el botón del ascensor. Una pareja, que asumía eran vecinos, salieron de éste no sin que estos le sonrieran amigablemente, cosa que Madara solamente correspondió con el mismo gesto de indiferencia, entrando a la caja metálica para elegir el botón con el número de su piso.

Las luces del departamento estuvieron apagadas en cuanto él entró, todo lucía en su lugar sin una mota de polvo decorar ninguna superficie de los muebles. No recordaba si el personal de limpieza que contrató vino esa mañana. O si Hinata se encargó de eso personalmente. Dejó el saco en el closet correspondiente, aflojándose la corbata mientras caminaba hacia a la sala, dejando el regalo sobre la mesilla de café cristalina para caminar hasta la habitación que compartía con Hinata; a cada paso las bombillas del lugar se iluminaban, entrando sin dificultades a la alcoba, específicamente al baño donde dejó su corbata en la cesta de ropa y pasar a lavarse las manos.

Al secarse las manos Madara se percató del ordenado espacio que le pertenecía a Hinata. No poseía tantos productos como él imaginó, salvo unas cuantas cremas, aceites corporales y exfoliantes. Todos eran de marcas distintas que a él no le importaban mucho, a menos que fuera una campaña que le hiciera ganar dinero. Una botella en particular llamó su atención y la cogió, leyendo los ingredientes que estaban escritos en inglés, destacando de todo aquel texto el aroma principal:

Lilas.

―Por eso su piel huele tan bien ―musitó al recordar cada tramo de la piel de Hinata y su inolvidable esencia.

Volvió a dejar la botella en su sitio, girándola en el mismo eje en el que recordaba. No se sentía del todo bien indagar sobre las pertenencias de su esposa, era un acto demasiado cercano, algo que aún era precipitado.

Aún era temprano ya que en los cielos apenas el atardecer se pintaba detrás del Monte Fuji y la Torre Tokio. Fue hasta la cocina y abrió el refrigerador. No tenía la costumbre de comer en casa, siempre quedándose casi todo el tiempo en la oficina, siendo el primero en entrar y el último en salir. Lograba sobrevivir con comida relativamente sencilla, sin demasiadas complicaciones. Y aunque no era fanático de la comida empaquetada que en cualquier autoservicio vendían, resultaba bastante práctico ingerirla, iba acorde con su horario.

Todo estaba abastecido, las verduras y la fruta se hallaban perfectamente organizadas. Nuevamente Madara pensó si aquello era obra del personal de limpieza, aunque no recordaba que sus servicios integraran el acomodo de víveres.

Tuvo que abrir más de una vez las lacenas de la cocineta para identificar dónde estaban los utensilios que necesitaba para preparar la cena. Soltó más de un gruñido al darse cuenta que no conocía la ubicación de las cosas en su propio hogar, percatándose de lo desconocido que el lugar resultaba en esos momentos. Lo único que podía conocer con completa seguridad era la habitación en la que dormía y el estudio personal donde guardaba su colección de jazz y whiskey. Buscó algo con que cubrirse la parte superior para no mancharse la playera con la preparación de la cena, arremangándose las mangas para preparar ese lomo de cerdo que encontró.

Estaba a mitad de sazonar la carne con toda la mezcla de especias que integró para la salsa agridulce cuando escuchó el pitido de la cerradura digital abrirse. Elevó su oscura mirada de su proyecto culinario para mirar el pasillo principal la figura de Hinata, quien parecía caminar con paso sonoro gracias a sus tacones hacia la sala, sin percatarse de él.

Verla tan ensimismada se había vuelto una característica que Madara asociaba a los hábitos de su esposa, pero esta vez su cara sumida en un profundo pensamiento no protagonizaba en ninguna de las expresiones de la Hyuga quien venía con el ceño levemente fruncido.

Parecía molesta.

―Nunca creí verte molesta ―dijo para llamar su atención, notando cómo el cuerpo de ella se sobresaltaba, mirándole directamente a los ojos desde la sala, él aun estando al otro lado de la cocineta―. Es inusual ―señaló el espacio entre sus propias cejas donde la pequeña arruga deformaba las tranquilas facciones de Hinata esa noche.

―¿M-Madara-san? ―Hinata no pudo ocultar la sorpresa de hallarlo tan temprano en casa. Pensó que estaría aun en la oficina―. ¿Q-Qué está haciendo aquí?

Madara subió una ceja.

―Vivo aquí.

―A-Ah, e-eso lo sé, yo... ―Hinata carraspeó para formular mejor la pregunta―. P-Pensé que llegaría más tarde... Uhm... ―se removió un tanto inquieta―. Ahm, d-de haberlo sabido hubiera tratado de llegar más temprano para encargarme de la cena y...

―Eso está resuelto ―indicó Madara al señalar el platillo, llevándolo al horno integrado con la cocineta que previamente había calentado―. ¿Te gusta la carne?

―Eh, s-sí ―respondió, viendo cada movimiento que Madara hacía. Le era extraño verlo en casa, estar en el mismo espacio, pero sobre todo presenciar ese momento. Esa nueva faceta de Madara la había dejado sorprendida―. M-Me gusta la carne.

―El platillo de hoy será lomo de cerdo en salsa agridulce. Espero no tengas problemas.

―N-No, en lo absoluto. Yo... Yo le agradezco por tomarse la molestia de cocinar por esta noche. Uhm, s-si me lo permite, seré yo la que encargue s-si es que planea regresar temprano a casa...

―Hoy hice una pequeña excepción, no creo que se repita tan seguido.

―Oh... E-Entiendo.

Madara miró por el hombro a Hinata. Aquel deje de decepción no pasó desapercibido por él, menos ese rostro un tanto decaído.

―Ve a cambiarte, terminaré con el resto.

―¿E-Está seguro? Puedo lavar lo que ensució si...

―Hinata.

La manera en la que le llamó, ese tono que le señalaba que cualquier queja que estuviera a punto de salir de sus labios era mejor quedársela guardada, la hizo quedarse callada. Madara se limpiaba las manos, revelando sus antebrazos que se destacaban todavía más debido a sus mangas recorridas. Incluso se había recogido el largo cabello en una media coleta, seguramente para que no le estorbara al momento de cocinar o por higiene; de cualquier modo, él lucía tan hermoso que le costó dejar de admirarle, dándose cuenta que había sido demasiado obvia, tan fácil de leer.

―Ve a cambiarte.

―H-Hai.

Sin tener otras opciones, y no dispuesta a contradecir ese tono lleno de autoridad por parte de Madara, Hinata se dirigió hacia los aposentos para cambiarse de prendas por algo más cómodo.

Regularmente usaba una pijama para quedarse en la sala viendo algo de entretenimiento que le hiciera sentirse lo suficientemente cansada para irse a dormir. Pera esa noche era distinta porque Madara se encontraba ahí, lo que significaba que pasaría la noche. Y eso la hacía experimentar sentimientos encontrados.

Desconocía si lo sucedido en la oficina de Madara había sido el detonante de ese cambio en la rutina del Uchiha, o simplemente una decisión al azar, o un espacio libre en su apretada agenda, pero ahora se hallaba delante de su closet pensando en qué escoger.

¿Le agradaría a Madara que usara una vestimenta tan sencilla como la de ese juego de blusa y pantalón holgado que tanto amaba usar? ¿O era apropiado usar ese camisón de seda de tono crema perlado que compró para una ocasión especial?

No había pensado mucho en cómo lucir frente a Madara al saber que él solo le daba importancia a su modo de vestir cuando se trataba de eventos sociales que requerían su presencia. Y aunque Madara nunca hizo un acercamiento o una insinuación, su timidez natural le impedí mostrar demasiada piel en su presencia. Tal idea lograba cohibirla, paralizarla de miedo ante la idea de atraer la atención de Madara de esa forma.

Pero ahora...

Miró ese camisón, detallando con sus manos la tela lisa, agradable al tacto. Era elegante, hermosa y... sensual, a pesar de no tener un corte demasiado pronunciado en la clavícula y el dobladillo llegaba por debajo de las rodillas. No era tan llamativo.

No como para que Madara sintiera una urgencia de quitárselo...

Había estado tan ofuscada por la conversación que mantuvo con Mikoto-san esa tarde que olvidó por completo el encuentro ardiente que tuvo con Madara ese día. El calor nuevamente la invadió y tuvo que correr hacia el baño, encerrarse y mojarse la cara con agua fría para bajar el bochorno.

Se comportó tan desinhibida. Ni tiempo tuvo de recriminarse por comportarse apropiadamente en un lugar tan riesgoso como la oficina de Madara. Tuvo suerte de que él tuviera el poder para rechazar cualquier persona que amenazara con entrar, pero aun así no fue la forma correcta. Ni aunque Madara hubiera encaminado la conversación a ese punto de querer fusionarse, de sentirlo completamente de una vez y que la hiciera perder la voz por toda una semana.

―C-Cálmate ―se regañó a sí misma, apretándose sus mejillas, con su colorido reflejo en el amplio espejo―. S-Solo te pidió que te cambiaras, no que te quitaras la ropa frente a él. Tranquilízate.

Uno de los síntomas que su Hipersexualidad le generaban problemas era ese deseo sexual incontrolable que siempre estaba relacionado con las fantasías creadas en su imaginación con protagonistas de rostros desconocidos que la llevaban más de una vez al ansiado clímax que su cuerpo necesitaba. Tal como ahora al no poder dejar de pensar en lo que podría ocurrir después de la cena. ¿Madara le pediría terminar lo que comenzaron ese día? ¿O irían a dormir como si nada hubiera pasado? No quería comportarse como una obsesiva o alguien desesperada por el tacto de un hombre, a pesar de que por dentro de verdad lo ansiaba.

Él ya sabía que lo deseaba, pudo corroborarlo esa mañana cuando sumergió esos dedos en la intimidad de su vagina, manchándose con su jugo, haciéndola gemir en esa inusual posición que lejos parecerle incómoda le resultó fascinante, percatándose de la experiencia con la que Madara contaba para hacerla sentir tan deseosa por el toque del azabache.

Pensando las cosas con más claridad, Hinata optó por usar el conjunto de dos piezas. Era cómodo y tibio.

La única diferencia es que no usó ropa interior.

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La cena transcurrió con total normalidad que Hinata consideró que había sido una mala idea haberse prestado a sus pensamientos intrusivos, mirando a Madara comer con normalidad pero sin dejar de verse elegante. Pensó que le recriminaría su vestimenta pero no recibió nada más allá de una invitación de pasar al comedor, sorprendiéndose con encontrar todo listo para que ambos cenaran.

Al dar el primer mordisco ella se sorprendió de lo bien que sabía. No frecuentaba comer platillos occidentales al haberse educado en un hogar con tradiciones tan marcadas y en cuya preparación de alimentos típicos japoneses que su nana frecuentemente le repetían era el modo de ganarse a un esposo.

Observó a Madara, degustando los vegetales con la textura perfecta y el equilibrio perfecto de sabores.

―Esto... Está delicioso ―halagó al azabache―. No sabía que cocinara, Madara-san.

―He pasado una gran temporada solo, tuve que aprender a cocinar ―respondió él al dar un sorbo a su vino―. ¿Te sorprende tanto que pueda hacerlo?

―B-Bueno... ―esperaba no haberlo ofendido. Siempre pensó que los Uchiha no se hacían cargo de tareas tan molestas―. E-Es una parte que desconocía completamente de usted.

Madara asintió, estando de acuerdo con ella.

―En eso te doy la razón, no hemos tenido la oportunidad de conocernos adecuadamente. Pero hoy aprendí varias cosas de ti ―dijo al cortar otro trozo de carne, haciendo a Hinata verle sin entender.

―¿S-Sí?

―De hecho, fueron tres cosas ―señaló, mirándole directamente―. Una: tu cuerpo es muy flexible, y eres pequeña, perfecta para manipularte en cualquier posición que yo desee. Dos: te enojas. Sueles fruncir el ceño en esta parte cuando algo te molesta ―señaló el espacio entre las cejas―, algo que nunca imaginé ver. Y tres: tienes un buen apetito. Pensé que te quejarías por la porción que te serví pero veo que la disfrutas ―Madara mandó una sonrisa galante que tuvo el poder de aumentar aún más el sonrojo de Hinata después de escucharle decir la primera observación―. Me gustan las mujeres con buen apetito.

―N-Nunca consideré un crimen disfrutar de la comida.

―Y no lo es. Pero la mayoría de las mujeres tienden a preocuparse por la cantidad de calorías que consumen, algo demasiado tonto si me lo preguntas ―masculló Madara―. Lo entendería si tuvieran una justificación médica o una enfermedad crónica pero torturarte voluntariamente para no comer algo que deseas siempre me ha parecido una idiotez. Por eso me agrada que comas sin problemas.

―Mi madre solía decirme que disfrutar la comida que otros preparan cuidadosamente es un modo de agradecer el gesto ―dijo Hinata, sonriendo inevitablemente al recordar las palabras de su madre―. Es algo con lo que crecí. A-Aunque eso me ha hecho ganar algo de peso en ocasiones... T-Tiendo a ser débil con los postres.

―¿Tienes debilidad por algún postre en particular?

―Ahm... ―recordó que estaba hablando con Madara y que esas preguntas eran raras, ese ambiente entre ambos como si pudiesen permitirse un momento de relajación, como si se olvidaran un poco de que su matrimonio estaba basado en intereses monetarios―. R-Rollos de canela.

Madara soltó una risa.

―Tienes el gusto de una niña pequeña.

―S-Son deliciosos ―defendió su preferencia, aunque tampoco pudo negar el lado negativo de consumirlos tan seguido―. Pero también engordan fácilmente.

―¿Engordar? ¿De qué hablas? ―Madara frunció levemente el ceño, en total desacuerdo―. Tienes las curvas en los lugares correctos. Si me lo preguntas, eso te hace lucir muy atractiva.

La cara de Hinata padeció otro bochorno.

―¿D-De qué está hablando? ―tartamudeó, tratando de mirar a su plato como si fuera la cosa más importante en el planeta―. M-Mi silueta es completamente normal, n-no tiene nada de maravilloso...

―Si tuvieras una silueta normal no habría perdido los estribos en mi oficina y haberte hecho correr dos veces sobre mi escritorio.

El pedazo de carne casi se le atoró en la garganta debido a la sorpresa de que Madara sacara el tema, ella con la guardia baja de que nada de lo sucedido en la oficina de él sería hablado por esa noche.

Madara rio, divertido de ver las reacciones Hinata. Dentro de sí era ver a un pollito hiperventilar. Deslizó su propia copa de vino hacia Hinata, quien le seguía mirando con duda pese a que sus ojos seguían llorosos por la tos.

―Bebe o de verdad te ahogarás. Y no creo que sea buena idea quedar viudo entre semana. Aún tengo muchos planes contigo.

Hinata bebió de la misma copa de Madara, sintiendo el sabor dulce pero a la vez fuerte. Calmó su propia respiración, asegurándose de que no había peligro, limpiándose cualquier rastro de la bebida con la servilleta.

―G-Gracias ―susurró, ignorando esa última frase de que él tenía muchos planes con ella en mente.

―¿Quieres más? ―preguntó al tomar la botella del centro de la mesa, haciendo a Hinata negar.

―No, g-gracias. No acostumbre beber vino... tan tarde ―musitó con poca convicción, algo que hizo a Madara encogerse de hombros, sin presionarla por seguir bebiendo, vertiendo el líquido rojizo en la misma copa que él volvió a coger y beber sin importarle que ella hubiera tomado también.

La idea de haber compartido la misma copa le aceleró el pulso a Hinata.

―A veces el vino ayuda a relajarte ―explicó él―. Es como la leche tibia, aunque en una presentación más madura.

―No tengo razones por las cuales estresarme.

―Vivimos en una ciudad demasiado acelerada, por supuesto que hay razones por las cuales estresarte ―mencionó con un tono que parecía como un adulto regañando a una niña―. Lo vi en ti hoy. Llegaste molesta. ¿Quién te hizo enfadar? ¿Alguien del personal del spa? Solo dime su nombre y correré a la persona para mañana.

―¡N-No es necesario llegar a tales extremos! ―la idea llenó de pánico a Hinata por la normalidad con la cual Madara hablaba del asunto―. El personal del spa se comportó profesionalmente, no tuve problemas con ninguno de ellos. Y-Y no llegué molesta, s-simplemente estaba agotada por el transcurso del viaje.

―Hinata, las mentiras y tú no se llevan. Lo veo perfectamente. No me mientas.

Ella tragó silenciosamente al sentirse atrapada, especialmente él usando ese tono que dejaba afuera cualquier excusa. No obstante no quería relatarle a Madara lo sucedido con Mikoto-san durante esa tarde. No era su plan poner en contra a los miembros del clan Uchiha entre sí.

A pesar de que ella fuera la esposa del actual líder y CEO de la Compañía Sharingan, era obvio que Mikoto tenía más poder debido a su experiencia y a ser una Uchiha desde nacimiento.

No tenía voz en su familia política ni más poder en la propia. Y aunque seguía repitiéndose que probablemente mal interpretó las palabras de Mikoto-san, ella no era tonta. Había lidiada con víboras astutas desde la infancia, sabía reconocer una maliciosa intención.

Y aunque Hanabi y Neji-niisan siempre se encargaron de tales comportamientos pasivo-agresivos hacia su persona, Hinata tenía la completa seguridad de poder defenderse a sí misma.

No tenía la firmeza de su padre ni la seguridad de su hermanita o la habilidad de crear argumentos aplastantes como Neji-niisan, pero tenía un toque especial para librarse de situaciones incómodas o conversaciones que buscaban hacerla aceptar un consejo que nunca pidió.

Su sonrisa educada y su elegante comportamiento. Esas eran sus armas.

Y esperaba que Mikoto-san hubiera captado el mensaje.

―Madara-san, usted... ―bajó los utensilios y miró a su esposo, enfrentándose con esa mirada negra que la estudiaba con paciencia, sin tener una idea de qué estaría cruzando en la mente de su marido en esos momentos―. ¿Usted ha pensado en el divorcio?

A Madara la idea se le cruzó un par de ocasiones.

Lo que le importaba era la inversión de los Hyuga a través de un acuerdo sólido y sin puntos débiles. Un matrimonio arreglado había sido la mejor salida. Aprovechó el hecho de que Hinata Hyuga se encontrara soltera y sin pretendientes provechosos para pedirle su mano a Hiashi.

Cuando el documento generado por el propio Gobierno Nipón le aseguró que Hinata Hyuga era su esposa, a Madara no le importó nada más. Haber convivido con ella no tuvo mucha diferencia a su estilo a cuando vivió como soltero, salvo a dejar de lado sus salidas con sus amantes.

Era consciente que la diferencia de edad era un factor que podía poner en juego su relación con su esposa. Ella era joven. Pero consideraba que Hinata era una mujer madura y seria con los compromisos.

―¿Y qué tal si te engaña? ―la voz de Izuna resonó en el jardín de la Casa Principal de la familia, moviendo sus fichas blancas, intentando encerrar a sus tropas en esa jugada de Go.

Madara tomó con paciencia sus piezas de tonalidades negras, estudiando los movimientos de su hermano pequeño. Izuna no disfrutaba de los juegos de mesa como él, los consideraba una pérdida de tiempo a pesar de que le recordaba numerosas veces que aprender estrategias para cualquier reto de la vida se aprendía perfectamente en el tablero de juegos.

―¿Si me engaña quién? Sé más específico.

―Tu esposa.

―¿Tienes pruebas de que lo esté haciendo?

―Claro que no. ¿Me ves la cara de ser tu detective personal? Eso te concierne a ti, aniki.

Madara puso otra pieza en el tablero, sacando un gruñido al Uchiha menor.

―A Hiashi Hyuga no le conviene que este matrimonio termine pronto. Estoy seguro que le dejó claro a su hija sobre no cometer adulterio mientras estemos casados ―continuó, bebiendo un poco de sake, sintiendo la brisa del verano moverse entre sus largos cabellos―. Tiene una gran cantidad de dinero invertido en la empresa después de haberle dado a conocer los beneficios. No dejará que Hinata cometa una estupidez.

―Suenas bastante seguro ―soltó Izuna con una mueca de burla―. Sobre todo con tu edad.

―¿Tu punto?

―Es joven. Muy joven. Para ti ―aclaró, buscando qué nueva pieza mover―. Si la hubieras comprometido con Sasuke o Itachi no habría discusión de que ella pudiera caer enamorada de alguno de esos dos, pero... ¿De ti? Lo dudo mucho.

―¿No consideras mi encanto más suficiente para mantenerla a mi lado?

―No ―negó Izuna sin miedo a ser fulminado por su hermano menor; privilegios de ser el favorito.

―Hinata es la heredera. O era la heredera de Hiashi antes de que se casara conmigo y declarara a Neji Hyuga como el siguiente en la lista de liderar al Grupo Byakugan. Y yo soy el actual líder. La diferencia de edades nunca ha importado en los matrimonios arreglados. Siempre ha funcionado así. Y siempre trae buenos beneficios. El amor es secundario. Y en cuanto a Sasuke o Itachi, no pienso elegir a ninguno de ellos como el próximo CEO. Fugaku debe dejar de vivir en esa fantasía.

―¿De verdad me estás considerando a mí para el puesto? ―Izuna bufó―. Es demasiado trabajo.

―Es hora de que asumas tus responsabilidades.

―Regresé al país para asistir a tu estúpida boda y hacerme cargo de un par de asuntos, no para que me señales como el nuevo blanco de Fugaku. Será tu culpa si mi auto explota.

―Fugaku no es capaz de llegar a esos extremos ―rio Madara por la activa imaginación de su hermano quien no lucía divertido―. Es demasiado cuidadoso para mancharse las manos. Por eso no lo considero apto para la presidencia.

―Aniki, no estoy hecho para heredar el puesto. Son tantas formalidades. En una junta donde ninguno de los socios esté de acuerdo con lo que pido, no creo tener la voluntad de quedarme callado y escuchar sus quejas. No tengo tu autocontrol.

―Aprenderás con el tiempo, ya lo verás.

―Aniki...

―Confío en tus capacidades.

Izuna bufó y movió otra pieza blanca. Enseguida Madara encerró la ficha y él gruñó.

―Ni siquiera puedo ganarte en este estúpido juego ni una sola vez ¿y me pides que me haga cargo de una empresa que nunca me ha importado? Solo estudié lo que papá quería para que me dejara en paz. Y no me sacara del testamento.

―Izuna, con quejarte no me convencerás.

―¿No puedes simplemente embarazar a la Hyuga y declarar al bebé como el próximo heredero?

La propuesta de Izuna tuvo el poder de detenerlo, hacer pausa en sus pensamientos y verle con seriedad, esperando que Izuna dijera que todo era broma y continuar pensando en cómo ganarle a pesar de que él ya sabía cómo terminar la partida en tres movimientos.

―¿Tú realmente tienes fe en este matrimonio, no?

―Solo digo algo lógico. Están casados. Y, por lo que sé de ti, no eres gay. Y ella es... atractiva. Un heredero legítimo te convendría más. Y destruiría cualquier plan de Fugaku. Él piensa que nada pasará entre la Hyuga y tú. Ni siquiera un acercamiento. Y aunque tenga razón, quizá un poco ―Izuna se corrigió al notar la irritación en la mirada de su hermano mayor―, el deseo sexual es innegable. Incluso en los matrimonios arreglados. A menos que ella sea completamente rígida en la cama. ¿Siquiera la tocaste en la Luna de Miel?

―¿Te refieres al viaje que Mikoto organizó totalmente? No. Estuve trabajando en las propuestas y ella estuvo leyendo todo el tiempo. Y mis asuntos personales no te incumben.

―Por favor, nunca has tenido problemas de presumirme tus experiencias.

―Eso fue para ayudarte a que entendieras el por qué era esencial que no dejaras a ninguna chica embarazada en la preparatoria y universidad y supieras ponerte el condón adecuadamente...

―Entendí, entendí. No tienes que revivir el trauma, aniki.

―E Hinata no es una mujer cualquiera, es mi esposa. No voy a revelar nada sobre ella ―Madara movió la otra pieza a su favor, logrando llevarse la victoria que hizo a Izuna acercarse más al tablero para intentar ver si podía hacer otro movimiento―. A pesar de que no me importa mucho sus rutinas o secretos, ni siquiera sé si estará teniendo una aventura a mis espaldas ―bebió la última gota de sake del platillo―. O siendo una espía de su padre ―Madara despeinó los cabellos negros de Izuna quien se quejó de inmediato―. Te dejaré para que estudies el por qué perdiste. Y no te levantarás hasta que lo entiendas. Tómalo como una lección para ser el futuro CEO.

―¡Aniki!

―¿Te gusta otro hombre? ―preguntó con un desazón en la lengua.

Hinata negó fervientemente.

―¡N-No! ―incluso usó sus manos para dar énfasis.

―Entonces no entiendo el punto de preguntar por el divorcio.

―S-Solo quiero saber si usted...

―¿...He pensado en divorciarme de ti? Un par de ocasiones.

―Oh... L-Lo ha pensado ―dijo ella con una expresión gris, haciéndole sentir la urgencia de aclarar.

―Lo hacía. Pero ya no.

―¿D-De verdad? Entendería si usted no me considerara lo que esperaba para ser su esposa. S-Sobre todo con mis recientes comportamientos. E-Es decir, n-nadie está preparado para lidiar con... mis imperfecciones. A-Así que...

―Hinata.

―¿Uhm? ―empezó a jugar con la servilleta, doblándola para perderse en su propio mundo e ignorar lo que sucedía en el exterior.

―Mírame.

Ella se rehusó, temerosa de ver en esa mirada llena de abismo una verdad que demostrara que lo ocurrido entre Madara y ella no era lo suficiente como para acercarlos y dejar atrás esa relación de extraños.

Lo oyó suspirar con irritación, y aunque un estremecimiento le hizo encogerse de hombros, no levantó los ojos.

―No me gusta repetirme, te lo he dicho varias veces. Ésta es la segunda vez en el día. Ahora mírame y deja esa maldita servilleta en paz.

Por más que quiso negarse Hinata fue incapaz de ignorar ese tono demandante y el gruñido de trasfondo. Observó el rostro de Madara que estaba serio, sin esa relajación que le había visto al mantener la conversación antes de que sacara el tema del divorcio, una espinita de inseguridad que Mikoto plantó en su interior.

―No voy a divorciarme de ti. Y espero que tú tampoco lo hagas. Hago lo posible para darte tu espacio y no hacerte sentir incómoda; ser lo más cercano a un buen marido que cumple sus funciones. Sé perfectamente que este no es el matrimonio con el cual soñaste, pero prometí respetarte, y eso hago ―habló con claridad sin apartarle la mirada, asegurándose de que ella estuviera escuchando en cada momento―. En cuanto a tus imperfecciones, no les veo el problema. Quizá para alguien más sería escandaloso pero hasta un hombre como yo sabe que vivimos en el siglo XXI. La libertad sobre la sexualidad ya no sigue siendo un tema tabú en el mundo. Quizá mi única preocupación es que realices algo que pueda generarte un rumor que pueda acabar con tu reputación, como que alguna de tus fotos acabe publicada en un sitio de Internet al alcance de todos, pero fuera de ello, no me encuentro incómodo con tu comportamiento. De hecho, me causa curiosidad.

―¿L-Le causa curiosidad?

Madara asintió, sin ver problema con su confesión.

―¿Qué esperabas que sintiera?

―Asco ―enumeró Hinata―. Desagrado, vergüenza, rechazo... Indignación... O cualquier sinónimo de alguna de esas palabras.

―Hablas como si fuera pecado tener fantasías. O fetiches.

―Al vivir en un hogar tan tradicional como el mío, tener este tipo de comportamiento no es el más... adecuado. Ni correcto. Mi padre siempre me repetía que se sentía asqueado de que una de sus hijas, su descendencia, estuviera tan obsesionada con el sexo... Lo metí en varios problemas al no saber cómo lidiar con este problema. Cuando madre vivía, me sentía protegida, capaz de superarlo, pero después ella murió y quedé sola... Sin ser comprendida. Padre no dejaba de enviarme con cualquier especialista en turno, exigiéndole que me cambiara, que no importaba los métodos usados con tal de que mis síntomas dejaran de avergonzarlo. En ocasiones no podía evitarlo e iba al baño en la escuela, sintiéndome incapaz de... tocarme. Nunca fui atrapada, pero varias compañeras se quejaron con la profesora de que iba demasiado al baño. Tener este tipo de privilegios, incluso en una escuela femenina, era demasiado... Así que padre se enteró y... Bueno, no tuvo que pensar demasiado para saber qué hacía yo en los baños.

Madara escuchaba en silencio, dejando que Hinata hablara sin parar, sin detenerse. Presentía que era un momento serio, que ella estaba revelando algo demasiado intimo en esos momentos y que a él le tocaba escuchar, por respeto y porque era su marido.

―I-Incluso me llevó con un sacerdote cristiano ―ella soltó una risa que lejos de sonar divertida, lograba reflejar cierto color―. Me dejó toda una semana en ese convento..., dándoles completa autoridad de que hicieran lo conveniente para que el mal que me había poseído se fuera. Pasé horas hincada rezándole a una figura de la cual no profeso ninguna fe, con las monjas cuidándome, el sacerdote despreciándome en silencio y mojándome con agua bendita cada vez que lo que creía pertinente... Me dejaban encerrada para que reflexionara sobre mis actos y hablara con Dios para que me perdonara... Yo... Yo solo lloraba por tener este defecto.

―No es un defecto, es un síndrome. No te eches la culpa por algo que la Naturaleza decidió.

Hinata sonrió con tristeza.

―Tengo dificultades para aceptarlo como tal. Siempre que me tocaba pensaba que estaba haciendo mal, temiendo incluso de mi propio cuerpo. Sintiendo tanto rechazo... H-Hasta que... Un día, alguien me hizo sentir amada, aunque fuera... poquito. Que todo estaba bien y que no había nada de malo ―confesó, con las mejillas sonrojadas y un brillo adorable que seguramente las memorias atesoradas le provocaban.

A Madara no le agradó completamente pero no dijo nada al respecto.

―F-Fue la primera vez que me sentí bien, no tuve miedo de ser yo misma... Pero luego nos descubrieron y... Padre lo amenazó y lo obligó a irse de la ciudad, asegurándole que si seguía enseñando en el colegio lo delataría con la policía por haber abusado de una menor... N-Ni siquiera era tan menor, estaba a punto de cumplir los 18. Y-Y él no era un mal hombre; n-no es un mal hombre. Siempre fue educado, atento... Y-Y gentil.

―¿Fue tu primer amor? ―preguntó Madara, bebiendo el resto del vino al sentir todavía el malestar.

―N-No lo consideré como tal, s-solo una agradable experiencia. Algo que me ayudó a entender, poco a poco, que el sexo... N-No es tan malo. Pero, hay días en los que el pasado me sigue atormentando, que la mirada de mi padre, llena de decepción, me sigue acechando a pesar de que ya no vivo bajo el mismo techo que él.

―¿Por eso escondías eso de mí?

Hinata guardó silencio.

―El modo de pensar de Hiashi Hyuga difiere completamente del mío. No soy un hombre puritano, Hinata, pienso que eso lo has descubierto con lo ocurrido de hoy y ayer. Tu abrumador apetito sexual no me atormenta, ni me hace despreciarte o considerarte un fenómeno.

―N-No quería incomodarlo.

―No lo haces. Nunca lo hiciste. No tuviste el tiempo, casi no me la pasaba en casa. Y no somos tan cercanos.

―L-Lo sé, e-es solo que, esa noche... C-Cuando descubrió las fotos y me encontró con el disfraz, yo... I-Imaginé lo peor.

Madara suspiró. Sí, él también reconocía que ese no fue el mejor modo de enfrentarse contra los secretos de Hinata y sus aficiones. Seguramente le hizo sentirse asustada.

―No fue apropiado el cómo me comporté ―dijo con sinceridad―. Me tomaste por sorpresa. No esperaba que mi esposa me recibiera semi desnuda, con un atuendo salido de una sex shopp en mi cama.

―E-Entendí el punto, p-puede dejar de recordármelo.

―... Con su firme trasero apuntándome desde la cama, unos senos apretados en ese atuendo de cuero brilloso y una posición de la cual pude haberme aprovechado. Tienes suerte de que tuviera autocontrol.

―¡M-Madara-san!

Verla quejarse y sonrojada le hizo recuperar la sonrisa, dejando a un lado ese ambiente pesado.

―Puedes ser tú misma en casa. Comportarte como lo desees. Seguir comprando tus juguetes o tus llamativos disfraces y sacarte fotos. No tengo problema con ello.

Hinata parpadeó sin entender lo fácil que había sido que él aceptara esa parte de ella; esa misma parte que le generó tantos problemas, tantas inseguridades y miedos, tanto dolor y malas experiencias.

La honestidad de Madara era genuina, incapaz de pasar como una mentira bien elaborada, tal como la que Mikoto quiso emplear con ella con su falsa preocupación.

―¿U-Usted me acepta... así?

Madara volvió a suspirar.

―Sí. ¿Debo decírtelo en varios idiomas?

―P-Pero... ¿P-Por qué? E-Es decir, yo... No comprendo... M-Mi enfermedad es... Un gran problema, p-podría causar dificultades entre usted y yo...

―No veo cómo tu gran estamina para el sexo pueda ser contraproducente. De hecho, lo veo provechoso.

―¡N-No bromee!

―¿Me ves cómo alguien que bromea?

El chirrido de la silla sonó en toda la sala, dejando a Hinata quieta en su lugar, viendo la figura de Madara caminar alrededor, sintiéndose congelada y temerosa de hacer un mal movimiento.

Incluso tragó ruidosamente al no saber si el comentario enojó a Madara.

La mano de él posarse en su hombro la hizo quedar más firme sobre el respaldo, con los ojos más abiertos y las mejillas rojas. Vio cómo dejaba un paquete envuelto elegantemente con aquel moño rojizo a un lado y hacía al costado el plato aun con comida para deslizar la cajilla frente ella.

―Nuestro encuentro en la oficina me hizo destruir tu celular. Espero que no haya inconvenientes. Según la explicación del técnico, podrás pasar todos tus datos y aplicaciones al nuevo por tener un sistema para ello. Ábrelo.

Hinata asintió, tomando los extremos del moño para soltarlo y dejar libre el paquete. Tenía una envoltura tan elegante que no quiso destruir el papel pero no creía que Madara contara con la paciencia para esperar a que ella abriera el regalo cuidadosamente.

Se topó con la sorpresa de que era un nuevo celular, de esos plegables que habían salido el último mes en tonalidad blanca. Debió costar demasiado. No gustaba gastar el dinero de Madara en cosas, a pesar de que en la cartera tuviera una tarjeta con un crédito más que accesible para comprarse todo lo que deseara sin tener un límite fijo. Prefería usar la parte de sus ahorros para darse sus propios gustos.

Abrió la tapa, quitando cualquier protección para sacar el modelo y verificar la textura brillosa y de metal que hacía contacto con sus yemas. Era lindo.

―G-Gracias, Madara-san. N-No tuvo que tomarse tal molestia. M-Mi celular pudo ser arreglado...

―¿Estarías dispuesta a dejar con un completo extraño la memoria de tu anterior celular? Confías demasiado en las personas, Hinata.

―E-Es que, no había necesidad...

―Sí la había. ¿Te gusta? De lo contrario puedo comprarte otro de tu preferencia. Incluso un modelo diferente o de otra marca. Puedes pedirlo.

―N-No, m-me gusta. De verdad. Gracias.

Esperaba que su acto de gratitud le hiciera quitarle su contacto porque esa mano en el hombro no le dejaba de repetirle que lo tenía a espaldas, demasiado cerca sin que la mesa los separara.

Recordar que estaba sin ropa interior alarmó a Hinata, preguntándose si él ya habría adivinado la travesura que al principio le pareció una buena idea.

―También compré una memoria para tu celular. Creo que la anterior quedó dañada.

―¿Eh?

Madara pegó su cara al otro extremo, dejándola quieta, sin poder mirar a otro lado que no fuera la pequeña pastilla con la cantidad de 2TB. No entendió por qué Madara-san buscaría algo como eso cuando el celular ya contaba con suficiente memoria interna.

―Desconozco cuántas fotografías puedan quedar almacenadas, pero creo que tomará meses lograr llenarla ―dijo él con indiferencia, como si no se percatara de lo nerviosa que la estaba colocando con su cercanía inesperada―. Solo espero que tengas la cantidad de disfraces necesarios para conseguirlo.

―¿E-Eh?

―Eres bastante densa para estas cosas, ¿no? ―Madara tomó la cabeza de Hinata para pegar su boca al oído derecho, haciéndola estremecer y aguantar la respiración―. Será una actividad que integraremos en nuestra rutina, la cual planeo cumplir siempre y cuando tú también te propongas algo...

―¿M-Me proponga qué...?

―Dejar de pensar que no puedes tener una buena vida con tu padecimiento, Hinata. O disfrutar del sexo.

―¿Q-Qué está diciendo...?

―Lo que estoy diciendo es que configures ese celular, le pongas esta memoria y vayas al lugar donde sea que escondas tus singulares disfraces. Vas a usarlos para mí a partir de esta noche ―Madara dio un beso delicado pero igual de ardiente en el lóbulo de Hinata que le hizo soltar un suspiro lleno de sorpresa―. Te doy diez minutos para que estés en mi despacho ―otro acercamiento más―. Y de preferencia, no uses ropa interior, solo el disfraz. Así que no me hagas esperar. O vendré por ti, estés lista o no.