Isadore volvió al trabajo y la señora Hart, a su acostumbrada soledad. A su rutinaria nada.

Fue a la cocina; no tuvo que preparar la comida: Izzy ya había llenado el frigorífico de platos y fiambreras para toda la semana. Luego inspeccionó las superficies de los muebles; ni una mota de polvo había sobrevivido a su zafarrancho de limpieza. ¿Había basura que sacar?; no, Izzy ya se había ocupado de eso. ¿Quizás hubiera dejado desordenado su cuarto, ya que siempre salía con la hora justa? Oh, parecía que no, porque todo estaba en su sitio y la cama, perfecta.

¿El suelo? Tan limpio que se podía comer en él. ¿La despensa? Llena. ¿La colada? Ya seca, doblada y en su sitio.

Izzy no le había dejado nada que hacer...

Pensaría que le estaba haciendo un favor a su abuela, pero en realidad la había despojado de lo más cercano que tenía a un propósito. ¿Qué haría ahora hasta que él volviera de trabajar? ¿Qué iba a hacer sola en casa? ¿Sentarse frente a la televisión y dejar pasar las horas? ¡No! ¡Ella no! ¡Ella nunca había sido tan vaga! ¡A ella le gustaba el movimiento, la excitación, sentirse útil! De modo que supuso que volvería a la colcha que estaba cosiendo. Parecía que, mientras Isadore estuviera rondando, tendría tiempo de sobra para hacer las que quisiera.

O puede que no. Igual que el día anterior, sus ojos encontraron a los pocos minutos algo más interesante que mirar afuera. A pesar de sus esfuerzos, no hacían más que volverse hacia la ventana en vez de a su labora. Más concretamente, hacia el jardín de los Murphy.

Allí estaba otra vez. El pequeño Pip. Y de nuevo estaba solo.

Tras unos minutos de resistencia inútil, la señora Hart se rindió a lo evidente: no estaba haciendo el menor caso a su trabajo. Ya que esto era así, no tenía por qué seguir mintiéndose a sí misma y fingir que quería hacer algo que en realidad no quería hacer. Lo dejó a un lado y se dijo que podía preguntarle al Padre Stewart si necesitaba ayuda con las actividades de la parroquia, con los niños de catequesis o con algo, lo que fuera, ya que no veía en el cielo que fuera a ponerse a llover pronto y su Izzy no estaba allí para preocuparse por ella.

No era su intención detenerse junto a la puerta de los vecinos. O quizás lo había sido desde el principio. Fuera como fuere, el camino hacia la Calle Mayor implicaba pasar por allí por fuerza, y la señora Hart no pudo resistirse a echar un vistazo. Pip estaba echado sobre su estómago sobre el césped, jugando con un par de muñecos de plástico monocromos, de un niño bien vestido y de un gato que llevaba un peto. Murmuraba diálogos como si no quisiera que nadie salvo él mismo oyera de qué hablaban.

Al notar que no estaba solo, el niño alzó la cabeza. La señora Hart se quedó sin aliento al ver los ojos más azules que había visto nunca, muy abiertos de la sorpresa.

— Hola—se le escapó.

— Hola—respondió Pip con timidez.

Un pequeño silencio.

— ¿Esos son Beans y Buddy?

Pip tornó sus ojos hacia sus muñecos, luego a la anciana.

— Sí.

Tras obtener su permiso tácito, la señora Hart cogió las figuritas y las miró de cerca, desde distintos ángulos.

— Yo los veía cuando tenía tu edad—dijo—. En aquellos tiempos no estaban en la televisión, sino en el cine. Los echaban con los noticiarios y las películas. Mi padre me solía llevar los fines de semana.

Se los devolvió a Pip y él los acarició distraídamente.

— Yo los veo en la tele—dijo—. Mi padre no me llevaría al cine.

— ¿Por qué?

— Siempre está trabajando. Es...de ventas...ventas...¡gestor de ventas! Eso. Siempre está visitando a gente y con el móvil. Nunca tiene tiempo para esas cosas.

— ¿Y tu madre?

— Ella también se pasa el día fuera de casa, haciendo cosas que cree que son importantes. Los bebés de la guardería la ven más que yo.

— ¿No tienes amigos con los que ir?

— Claro que sí, están Carman y Nathan, y supongo que Sean también, pero pasan el verano fuera.

— Es una lástima.

Pip se encogió de hombros como si estuviera acostumbrado a ello, aunque no le gustara. Luego volvió a su timidez anterior, como si se hubiera dado cuenta de que hubiera hablado demasiado.

— ¿Te da miedo hablar con desconocidos?—la señora Hart intentó adivinar a qué se debía este cambio de comportamiento—. Te conozco de toda la vida. No pretendo hacerte daño.

— Sé que no. La he visto antes.

— Supongo que las viejas somos una panda de momias metomentodo.

— ¡Claro que no!—Pip se levantó rápidamente, temiendo que se pensara que la había llamado eso—. Pero...Por favor, no se lo diga a Mamá ni a Papá...

— Por supuesto. Todo lo que me has dicho queda entre nosotros. Puede ser muy penoso no tener con quien hablar de las cosas que nos gustan o que nos pasan, ¿no crees?

Pip asintió calladamente.

— Si te sirve de consuelo...—sonrió la señora Hart—, yo estoy sola la mayor parte del tiempo, pero, al contrario que tú, no tengo juguetes con los que pasar el rato y mi nieto Izzy es muy mayor para ver dibujos.

— ...¿Querría verlos conmigo?

La oferta pilló por sorpresa a la señora Hart. Miró durante largo rato a Pip y vio que hablaba en serio.

— Eres muy buen chico, y me encantaría—respondió finalmente.

Él le devolvió la sonrisa. Era probablemente la primera vez que le veía sonreír con sinceridad y, oh, parecía un querubín con esa expresión en la cara. Ese algo que había sentido antes volvió con más intensidad. Lo que no sabía, porque para Pip era un poco pronto para confesarlo, era que él había sentido exactamente lo mismo cuando le había mirado.

¿Es posible sentir tal sensación de comodidad con alguien a quien se acaba de conocer?


Kath se encontraba limpiando las ventanas cuando Ben volvió de trabajar. Intercambiaron una breve mirada antes de que Ben se metiera en su casa. Kath deseó que le hubiera dicho algo, hola, aunque fuera, o que se hubiera quedado embobado mirando lo bien que le quedaba aquel top. No es que le gustara que los hombres se pusieran a babear como perros en su presencia, pero habría significado que estaba vivo, que tenía sangre en las venas. Daba miedo cuánto se parecía a un robot. Parecía vivir para trabajar, se limitaba a existir, igual que una silla o una lechuga. ¿Es que no se permitía un momento de diversión, una travesura de vez en cuando, no tenía sueños?

Quizás no...Quizás por eso se había quedado allí, en Warner Falls, después de graduarse...

Miró su propio reflejo en el cristal. ¡Mira quién habla!

Antes de empezar con las rumiaciones de siempre, un cierto sonido la distrajo, gracias al cielo. Un sonido tan familiar que le trajo buenos recuerdos y atrajo toda su atención. Dejó sus tareas y salió de la casa para encontrarse a Sheldon jugando a chutar tiros a una mini canasta barata que había instalado hacía mucho, mucho tiempo sobre la puerta de su garaje para no usarla jamás.

— Uhm, eh.

Ella fue a su encuentro, con las manos metidas en los bolsillos.

— ¿Te apuntas? Uno contra uno, vamos—le propuso Sheldon, con una enorme sonrisa en la cara, botando desafiante la pelota—. Venga, ¿se te ha olvidado cómo se hace?

Pues claro que no. De hecho...pensaba en ello constantemente.

Kath asintió y jugaron un rato. Kath lo vapuleó, marcando siete canastas, mientras que Sheldon no fue capaz de retener la pelota más de tres segundos. Pero lo intentó. No podía decirse que no lo había intentado.

— Jopé, ¿qué has desayunado?—preguntó Kath, parando para secarse el sudor que caía por su frente.

— Lo de siempre—sonrió Sheldon.

— ¿Tienes buenas noticias o algo? ¿Te cogieron de la entrevista? ¿Te has echado novia? Escúpelo.

— No, nada de nada. Pero no sé. Me siento a tope de energía.

— Ya lo veo...¿Me das una poca?

Se sentaron a la puerta de Sheldon.

— No sé. Es muy curioso, en verdad. Apenas duermo últimamente. Tan sólo una hora aquí y allá. Pero me siento...con mucha energía. No me he sentido así nunca antes, en plan...¡si no voy corriendo a todas partes y hago mil cosas a la vez, exploto!

— ¿Es posible que estés preparado para pelear, después de que ese tipo entrara en tu casa y te chillara a la cara?

— Hmm...

— Tu cerebro podría temer que volviera o que te ocurriera algo parecido y te mantiene alerta.

— Puede ser...Aún sigo pensando en lo que me dijo. Creí no haber entendido ni papa, pero se me han quedado algunas cosas aquí dentro, en la cabeza, como un disco rayado.

— ¿Qué cosas?

— ...No lo sé. Sueño con ello, pero al despertar se me olvida. Recuerdo haber soñado algo excitante, mi corazón sigue latiendo como loco cuando me levanto, peor intento recordar de qué iba y...¡puf!

— Eso es que no es nada que valga la pena.

Sheldon miró la pelota, la tomó en sus manos y la contempló como si tuviera algo interesante.

— ...La cosa es, que todo esto es lo más interesante que me ha pasado...nunca...Lo cual es muy triste...Y yo me pregunto...¿la vida va de esto? ¿Vivimos para trabajar de nueve a cinco para pagar las facturas, hasta que te haces viejo, demasiado viejo para hacer lo que te gusta, y ya sólo te queda esperar a morirte? ¿Pasar el día intentando ver lo bueno de lo que te toca en suerte?

— Guao, el no dormir te ha dejado tocado...

— Hablo en serio, Kath.

La chica suspiró y sostuvo la cabeza sobre sus manos.

— ...¿Y qué esperas que sea la vida? ¿Un carnaval sin fin? Quizás para algunos lo sea, pero para la gran mayoría...Esas cosas nunca pasan.

— Cuando era niño quería salir en películas, ser una estrella de Broadway. He estado pensando: «eh, ahí es donde debería estar, no aquí». Siento que esto no es para mí, como...si debiera estar en otra parte...Y todo por lo que dijo...Insistió en que estábamos en...Matrix o algo así...Desde que apareció, he estado pensando...que debe haber algo más...Todo lo que nos rodea es un asco...

— Lo es, pero eso te lo parece por todo lo que te ha estado pasando, el despido, el ataque...No es que haya una conspiración en marcha...

Sheldon calló. Se percató de la forma en que ella estaba mirando la pelota que tenía en las manos.

— Lo echas de menos, ¿verdad?—murmuró.

— ¿El qué?

— El baloncesto. Me han dicho que eras un as. Tan buena como para ser una estrella de la WNBA, vivir en una mansión, ponerle tu nombre a cajas de cereales, tener tu propia línea de ropa deportiva...

Kath desvió la mirada.

— Era una cría. Cuando eres niño, crees que podrás hacer lo que te hace feliz todo el tiempo, pero...

Sus ojos se desviaron hacia su casa. Calló para escuchar con atención, para tratar de percibir si su madre la llamaba.

— ...Creces y la realidad de golpea en la cara.

Miró hacia otro lado y luego añadió con voz callada:

— Bueno...A veces sucede al contrario: la realidad de parte los morros y el dolor te hace crecer de golpe.

Sheldon no respondió a eso. Kath sacudió la cabeza.

— Podrías haber sido un gran artista—dijo en tono más animado, incluso sonriendo—. El Show de Sheldon Schwimmer. Diantres, suena genial.

— ¿Verdad que sí? No saben lo que se pierden.

— Tú no pienses en ello. La inquietud se te pasará con un poco de tiempo, cuando veas que ese hombre se fue y no volverá a molestarte, ya verás.

— Sí, probablemente.

¿Qué era eso que le había llamado aquel tío? ¿Pato Lucas? El Show del Pato Lucas...Eso le sonaba aún mejor.


— Billy, eh, Billy.

Billy miró a Warren sin mirarlo realmente. ¿Lo estaba olfateando? Igualmente, aquel hombre parecía más un animal que una persona.

— ¿Sabes quién soy? Soy Warren, ¿recuerdas? El sheriff. Tú ya sabes que quiero ayudarte.

La respuesta de Billy fue un rugido, y Warren tuvo que echarse atrás para escapar de sus manos, que coló entre las barras para tratar de atraparlo y arañarlo. Bueno, no había manera. El doctor dijo que era todo cuestión de tiempo,´pero Billy parecía infatigable. Incluso su garganta estaba dañada de tanto rugir y gritar; tenía que ser doloroso para él, y ni con esas paraba. No dormía, apenas probaba bocado...¿De dónde sacaba la energía' Era algo realmente penoso.

Warren fue hacia Luc.

— Voy a ocuparme del marciano. ¿Puedes echarle un ojo a Billy?

Bien sûr—asintió el agente.

Con esas, Warren se marchó. Casi al mismo tiempo entró Julie, cautelosa. Miró a Billy con temor, su forma vacía de mirar, cuánto se parecía a una bestia...

Luc se percató de su presencia y alzó las cejas.

— ¿Puedo ayudarla, mademoiselle?

— Uh, hola, señor...—echó una ojeada a la placa que tenía prendida en su pecho—Pourcel...Quería saber si Wyatt está por aquí.

— Me temo que se encuentra patrullando.

— Oh...Ha vuelto a dejarse la comida en casa.

— ¿Otra vez?—Luc sacudió la cabeza con una diminuta sonrisa, poniendo los ojos en blanco—. Bueno, puedo ocuparme de eso, así no habrá venido en balde.

— Es todo un detalle por su parte, señor. Gracias—Julie no se fue de inmediato, como pretendía hacer. En lugar de eso, movida por una enorme curiosidad, apretó los labios y escondió un mechón de pelo detrás de su oreja—. Este...¿Le ofendería si le hiciera una pregunta?

— ¿Uh? ¿Cuál?—preguntó Luc, sorprendido.

— Ese...mechón plateado que tiene...¿Es...de verdad? ¿O se lo ha teñido usted?

Tras un segundo de duda, Luc vio claro de qué hablaba. Esa porción de pelo blanco en su pompadour negro. En lugar de sentirse como un bicho raro, como Julie temía, una sonrisa iluminó su cara mientras se pasaba una mano por el pelo.

— Sí, es natural, mademoiselle. Nunca me lo he tocado. Es una condición médica con la que nací. Poliosis. Esos cabellos no tienen pigmentos de color. Mi madre lo tiene. Mi hijo Maximilian lo tiene.

— Me recuerda a...

— ¿Las mofetas? Oh, sí. Me llamaban 'Monsieur Le Putois', 'Don Mofeta' en el ejército.

— Oh, la gente puede ser muy cruel. Yo creo que le sienta de maravilla. Casi parece hecho aposta.

— Es usted muy amable, señorita Julie.

— ...¿Ha dicho que estuvo en el ejército?

— Sí. En la Légion Étrangère, para ser exactos. Uh, la Legión Extranjera.

— Debe de haber visto mucho.

— Mucho. Sí.

— ¿Cómo ha terminado en Warner Falls? Oh, lo siento, estoy metiéndome donde no me llaman...

— Nunca le niego a una dama la respuesta a sus preguntas. Y la respuesta es por amor. Tan simple como eso.

— Debe de ser una mujer muy especial, para irse tan lejos por ella...

— Y Gansburg es un hombre muy afortunado de tener a alguien como usted cubriéndole las espaldas, y tan guapa, si me lo permite.

Julie se ruborizó con una sonrisa.

— Eh, Luc, si has terminado de ligar con la señorita, podrías echarme una mano con Billy—lo llamó una de sus compañeras.

Él y Julie intercambiaron una mirada y ahora los dos se sonrojaban y reía como idiotas. Luc intentó pedirle a su colega que no dijera tonterías, que los dos estaban con alguien, pero terminó mezclando español y francés de forma que no se entendió ni a sí mismo.

— Debería irme. No quiero que...—balbuceó Julia.

— No pasa nada. Le daré recuerdos al sheriff de su parte.

— Sí, por favor. Gracias, señor Pourcel.

— Llámeme Luc.

Julie salió rápidamente y Luc siguió a su compañera, mas volteó la cabeza para seguir a Julie con la mirada. Quizás fuera la forma en que le quedaba aquella falda de lunares y esa blusa blanca. Quizás se había hecho algo en el pelo o había cambiado su maquillaje. Fuera lo que fuera, le gustaba. Le habría distraído de Billy de no ser porque se hacía oír con sus gruñidos constantes, que retumbaban en toda la comisaría.

La celda contigua se abrió y Warren ladeó la cabeza.

— Tienes una cita.

El Hombre de las Estrellas apenas reaccionó.

— Con el loquero, supongo...—murmuró, abriendo los ojos.

Debían cerciorarse de que era seguro dejarlo en la calle, visto lo que le había llevado a hacer su locura. Aparte de eso, cuanto más lejos estuviera de alguien tan influenciable como el Viejo Billy, mejor.

— Si te portas bien, no debería ser malo. No te preocupes, no te pondría en manos de quien quisiera hacerte daño—respondió Warren.

El Hombre de las Estrellas asintió lentamente. Sin oponer resistencia, se levantó y siguió al sheriff.

— ¿Podría pedirle un favor, Sheriff?

— Claro, hijo.

— Mi perro se quedará solo...

— No temas, cuidaremos de él.

Después de meditarlo un segundo, El Hombre de las Estrellas asintió.

— Gracias.

Lo hizo todo muy fácil, sin montar ningún jaleo. Warren terminó por pensar que todo no había sido más que una mala noche. Quizás el asaltado le había tomado por lo que no era y había dicho algo que le había hecho enfadar, había contradicho sus fijaciones y le había puesto a la defensiva...No estaba en su sano juicio, pero era un hombre educado y agradable. Lo vio meterse en la ambulancia dócil como un corderito, y esperó que los médicos pudieran curarlo. Dio los buenos días y las gracias al conductor y éste, embozado en su uniforme blanco, gorra incluida que le tapaba la cara, lo saludó con una mano y se alejó.

Cian Andrews, o Comandante X2, o Marvin se sentó en el interior del vehículo con las manos sobre el regazo, sin permitirse pensar mucho. Pensar demasiado era tan malo como no pensar en absoluto. Podía volverlo loco, frustrarlo. Estaba decidido a proteger su consciencia a toda costa aunque tuviera que dejarse llevar por las circunstancias y ver adónde iba esto. Lucas le había fallado, o eso parecía, pero ya se le ocurriría qué hacer...

Puesto que no estaba distraído del todo, se dio cuenta de que el conductor no era muy bueno. Era casi como si la ambulancia marchara sola.

Un escalofrío recorrió su espalda, segundos antes de sentir algo rozándole el pie. Parecía una pequeña barra roja con una...mecha...

«TNT»

Warren estaba de vuelta a la comisaría cuando la explosión le hizo a él y a cuantos estaban en la calle besar la acera. No quedó un solo cristal sano. Una nube de humo denso lo cubrió todo, pero pudo ver con claridad una bola de fuego donde instantes antes había una ambulancia.