Blood, sweat and tears
Era un bello domingo cuatro de abril del año 1937. La luz del sol primaveral de Nueva Orleans entraba brillantemente por la pequeña ventana de aquella triste celda de cuatro por cuatro metros que habían sido su hogar durante los últimos tres años.
Alesteir, o Alastor, como gustaba de presentarse a sí mismo en su trabajo "real", fuera de su pasatiempo como radiodifusor, pensó que seguramente el mundo allá afuera de su nueva realidad estaría bullendo de alegría y efervesciendo con la primavera.
Y no es que su vida en reclusión fuese mala, en realidad, lo trataban amablemente, tenía las tres comidas al día, y algunas veces, el sacerdote que venía a confesarlo le traía algunos libros clásicos; también, a los guardias les gustaba escuchar jazz decente, y en algunas ocasiones le ofrecían cigarrillos. Era como estar de vacaciones, permanentemente.
Por supuesto, todo ese buen trato se lo había ganado a pulso. La educación era parte de sí mismo y era natural comportarse amablemente con sus anfitriones; además, sus pecados habían sido perdonados de alguna manera por aquellos que le veían la cara diariamente, probablemente debido a su móvil.
En efecto, les hacía ruido lo que había hecho con sus víctimas luego de ultimarlas, pero lo consideraban una especie de antihéroe extraño y bien educado que sólo asesinaba a basuras humanas. Por supuesto, muy pocos sabían que además le gustaba un poco el ocultismo, pero ¿qué se le iba a hacer? En la experiencia de Alastor, a la sociedad le encantaba buscar cosas que aminoraran un poco las tragedias simplemente para no molestarse en tener miedo de que algún monstruo estuviese viviendo a la vuelta de la esquina.
Tontos, eso eran ante sus ojos, sin embargo, no quería sacarlos de su fantasía, de todas maneras, gracias a eso no la estaba pasando tan mal en lo que esperaba la ejecución.
A veces se preguntaba si su caso ya se había olvidado en la ola de acontecimientos que estaban ocurriendo en el mundo, y que le llegaban como meros susurros sobre política que a veces Franklin y Joseph, sus guardias más formados académicamente, tenían.
¡Ah! Pero esas preguntas no podrían ser contestadas, porque, lo interesante de aquel domingo primaveral de abril, es que Alesteir Doucet, la ex celebridad de radio, sería ejecutado por el método de la silla eléctrica.
Alesteir, o Alastor, recostado en el catre de su pequeña habitación presidiaria, centró su vista en esa porción de límpido cielo azul tras las rejas de la minúscula ventana. Le hubiese gustado poder salir al menos una vez más al patio de la cárcel simplemente para poder ver el paisaje de, al menos, el patio y escuchar algunos piares de esas bribonas aves acostumbradas a comer las migajas que algunos reos de buena conducta y maneras les arrojaban para entretenerse.
Pero lo tenía claro, desde hace un par de años atrás, él tenía terminantemente prohibido acercarse a otros compañeros suyos debido a "algunos" incidentes que se originaron gracias a la falta de educación de sus congéneres encarcelados.
Si se lo hubieran permitido, Alastor hubiese querido que su última comida fuese un poco de carne de esos cerdos del pabellón este que el gobierno de estados unidos de américa tenía a bien de engordar. Pero, tristemente, la carne humana, aunque ellos fuesen cerdos con apariencia de una persona, estaba prohibida para él.
La puerta de su celda se abrió en un chirrido estridente. Esa era una de las cosas que le desagradaban del lugar, pero no podía quejarse porque, la capacidad humana para adaptarse incluso a lo que le repulsa era increíble, y de alguna manera, se logró acostumbrar.
Tras la metálica y pesada puerta, apareció un joven vestido de uniforme, de ojos azules, tan azules como el cielo de aquella mañana y cabello oscuro como el cielo nocturno, de apariencia madura, pero de maneras suaves, tan suaves como lo podrían ser en un policía.
—"Buenos días, Roses" —Saludó Alastor con una amplia sonrisa mientras se incorporaba de donde estaba recostado. Su uniforme de preso, a rayas, lo hacía verse más delgado de lo que era. En efecto, la vida en prisión era monótona, aburrida y sedentaria para él, pero eso no le impidió mantenerse en forma, con la esperanza de que de alguna manera pudiese liberarse de su encarcelamiento milagrosamente.
Obvio era que eso no iba a suceder, mucho menos en la hora previa a su ejecución.
—"¿Estás listo?" —Respondió Roses con un dejo en su voz, como si considerara que quizá para su interlocutor, lo que pasaría a continuación sería terrible. A Alastor le causaba gracia que gente buena y recta como él y algunos otros mostraran empatía hacia él. No la necesitaba, tampoco la quería, pero le eran sumamente entretenidas aquellas muestras de humanidad.
—"¡Nunca lo estuve tanto como ahora, querido amigo!" —Para el guardia, Alesteir Doucet era un completo enigma. No podía entender cómo es que alguien tan educado, inteligente y amigable como él podría haber cometido tales crímenes, ni cómo podía enfrentar a su inminente muerte con esa eterna sonrisa que le caracterizaba.
En efecto, Roses sabía que Alesteir no estaba arrepentido, no un poco, y también aceptaba que su persona tampoco lo estaría si hubiera hecho lo mismo. Porque, ¿quién no fantaseaba con cargarse a uno o dos hijos de puta que maltrataban mujeres y niños? ¿Quién no hubiese deseado matar a uno o dos parias sociales, violadores y asesinos? Es por eso que Roses había entrado al cuerpo policial, porque quería justicia para los desvalidos, pero entendió pronto que la ley no era suficiente.
Entonces, conoció a Alesteir. Un ciudadano ejemplar, común, cuya infancia fue no muy común pero sí marcada por la injusticia y el tremor de la violencia. Alguien que no tuvo miedo de llevar la clamada justicia con sus propias manos, y quien ayudó a más personas que las que pudo haber asesinado.
No lo admiraba, pero sí lo respetaba, porque hizo cosas terribles en pos de mejorar un poco las condiciones de vida de algunas mujeres y niños. O eso es lo que había entendido luego de leer todo su expediente. Por supuesto, él había negado conocer a las víctimas de sus propias víctimas, y declaró en cada ocasión que simplemente lo hacía porque le gustaba cazar cerdos salvajes con piel humana.
Y bueno, tenía razón. Criminales como esos eran cerdos, no había otra palabra para describirlos.
Pidió, con una voz suave y amable, a Alesteir que extendiera sus manos para colocar las esposas. Éste obedeció dócilmente, con los ojos entrecerrados, como si lo que estuviese pasando lo hubiera esperado por mucho, mucho tiempo. Quizá, pensaba Roses, Alesteir simplemente había aceptado la muerte, así como había aceptado sus crímenes.
Sin embargo, los pensamientos de Roses no podrían estar más equivocados.
Alastor simplemente estaba disfrutando un poco de los últimos momentos que le quedaban de vida, rememorando algunos de sus actos violentos más notables. Imaginando la textura, el sabor y el volumen de la carne sangrienta humana en su boca, siendo masticada tranquilamente por su mandíbula.
También, le hacía gracia todo lo que estaba pasando.
Nunca se había imaginado que terminaría así, sobre todo porque creyó que su día final sería cuando Lucifer mismo viniera por su alma. Por supuesto que aquella imagen la había considerado de manera literal desde el momento en que cerró un trato con el mismo gobernante del inframundo.
Para gente como Roses, si Alastor hubiese declarado que le había vendido su alma y cerrado un trato con el mismo Lucifer desde temprana edad de manera pública, pensarían que estaba bromeando. De hecho, en alguna ocasión le confesó al padre Gilbert, quien tenía a bien visitarlo para la salvación de su alma semanalmente, y éste sólo estalló en risas, creyendo que era uno de tantos pequeños chistecillos que a veces tendía a decir Alastor como un medio para evitar ciertos temas.
En primer lugar, la invocación de Lucifer fue un evento de pura suerte que tuvo en su juventud, luego de su primer asesinato.
El parricidio, parecía ser, era una de las cosas favoritas de aquel ser, porque la sangre de su padre hizo que el pentagrama y todo el ritual de invocación funcionara, cosa que no logró anteriormente con sangre animal.
Ciertamente, Alastor vendió su alma por poder en este mundo y en el otro. Era joven pero no era tonto, y estudió bastante bien el contrato que había hecho. Sin embargo, parecía ser que Lucifer no pensaba cumplir del todo con su parte cuando, un poco más de una década después, Alastor debía morir de una manera humillante ante la ley del hombre.
Esperaba, a su llegada al infierno, hacer una pequeña reclamación debido al incumplimiento de contrato de parte de su socio.
Ni siquiera se dio cuenta cuando llegó a la sala de ejecución. Roses lo miraba lastimeramente y eso le chocó, sin embargo, no dejó de sonreír, y como acto de despedida, le agradeció por los cigarrillos y la música que a veces le permitían escuchar.
El padre Gilbert estaba en la puerta de la sala, esperándolo para escoltarlo hasta la silla eléctrica, seguramente. Por desgracia, parecía que Roses, ni Franklin o Joseph, podían entrar al lugar. Simplemente, los vio y les agradeció con una mirada y una sonrisa el hecho de que estuvieran presentes a pesar de que era el día de descanso de dos de ellos.
El sacerdote, con apenas canas en su cabello y de apariencia jovial, tomó el hombro de Alastor y lo escoltó hacia su destino.
La sala estaba completamente vacía, con algunas sillas acomodadas tras una mesa, y frente a aquello, estaba el artefacto con el que su vida llegaría a su fin: la silla eléctrica.
Esa cosa era toda una imagen para ver. Le recordaba a algunos artefactos de la inquisición que se utilizaban para torturar. Esperaba que al menos éste no fuese tan brutal.
Por otra puerta frontal a la que había ingresado, llegaron un par de tipos de traje. Probablemente jueces, escoltados por un par de militares. Esto último era nuevo, porque los asuntos civiles nunca se mezclaban con lo marcial, era de conocimiento común.
Uno de los hombres de traje ordenó a los militares que procedieran a "poner cómodo" a Alastor, cosa que hicieron abruptamente y sin modales, logrando molestar al asesino serial. Sin embargo, su sonrisa permanecía, un poco más oscura y tenebrosa, pero constante.
Alastor, sumido en sus pensamientos con respecto a quienes eran esos dos de traje, olvidó rápidamente la grosería de sus escoltas. Moría de curiosidad, y si le permitían unas últimas palabras, quería gastarlas en saber quiénes eran.
—"Hoy, Alesteir Doucet, tienes que morir, de una manera u otra." —Dijo uno de los hombres de traje. El más alto y corpulento, quien tenía una cara amable a pesar de que era tan grande que parecía un oso.
Los militares habían vuelto a sus lugares, tras aquellos dos hombres. Lo que le pareció curioso a Alastor es que, a pesar de que estaba el padre Gilbert, nadie más que él y aquella gente desconocida estaban en la sala.
Ni siquiera se encontraba el encargado de accionar la palanca de la corriente eléctrica.
Simplemente esto era… ¿extraño?
Una sonrisa de complacencia adornó el rostro de Alastor. Empezaba a entender todo un poco.
Domingo, 4 de abril de 1937. Berlín.
Deustches Ahnenerbe. Edificio de la unidad de investigación y enseñanza sobre la Herencia ancestral alemana; tercera planta, dedicada a la investigación de Agartha y el Shambala.
Hermann Wirth, un hombre estudioso de las runas, la religiosidad y el paganismo de la raza aria, estaba completamente extasiado.
Desde sus días como miembro de la sociedad de Thule, y luego con su anexión a la Ahnenerbe, había soñado con este momento. Su cara adornada por su espeso mostacho y su nariz aguileña no podía contener la alegría de lo que acababan de obtener luego de décadas de investigaciones.
Una habitante de Agartha.
La chica, quien había aparecido por el portal apenas estable que pudieron crear por menos de un minuto, yacía en el piso.
Su cabellera rubia, casi dorada con todos rosados, su estatura, su belleza. Ella era el ideal ario por excelencia. Con ella, él podía darle pruebas al mundo sobre la supremacía aria y sobre sus conexiones con el país de la tierra hueca Agartha.
Las ropas de la jovencita eran extrañas, parecidas a las que usaban los varones en el siglo pasado, sin embargo, se veía muy femenina, y hermosa. Las telas de color rosa y negro parecían estar tejidas con oro y plata, con algunas joyas extrañas engarzadas en los puños y el cuello en colores a juego. Las mejillas de la chica aún estaban sonrosadas a pesar de estar desmayada, y su piel pálida, tan blanca como la nieve, remarcaban aún más aquel color rojo y rosado que parecía su sello característico.
Ordenó a sus colegas de investigación que la llevaran a una habitación cálida y le proporcionaran todas las comodidades necesarias hasta que recobrara el conocimiento.
Sumido en su éxtasis, él creía que al despertar, podría cortejarla y aprender cosas de su mundo. Su idioma, principalmente, y así, continuar con la investigación hasta que el portal estuviese completamente terminado y estable, para empezar a establecer relaciones entre aquel lugar mítico y el tercer Reich.
Hermann soñaba con encontrar tras el portal aliados fuertes, hermosas mujeres, tecnologías nuevas y, sobre todo, la razón de todas las teorías que había tenido a lo largo de los años.
Y justo en ese momento histórico, la ciencia había confirmado todo lo que él había escrito. Quería ver las caras de aquellos que lo llamaban despectivamente "pseudocientífico", "embustero", "ocultista" cuando mostrara los resultados de sus experimentos de los últimos meses.
Realmente, no podía esperar a que la bella chica de Agartha despertara y le enseñara todo lo que tenía que saber.
Charlie estaba en su habitación en el palacio de su padre. Su prometido, Harold, le había enviado un diamante negro bastante grande para la ocasión, pero ella no quería usarlo.
Sabía que ese día era bastante esperado, al fin anunciarían la fecha de la boda, pero para Charlie, se sentía como si le dieran la fecha en la que la entregarían a los ejecutores anuales.
Razzle y Dazzle traían la gran caja de metal y piedras preciosas donde el collar con el gran diamante reposaba sobre terciopelo. La princesa del infierno se sintió asqueada ante tanta pomposidad; negando con la cabeza, los pequeños ayudantes entendieron el estado de ánimo de su ama y salieron con aquel artículo en busca de algo menos ostentoso.
El largo cabello de Charlie había sido acomodado en un estilo recogido, y su delicada figura, cubierta con las ropas ceremoniales de la princesa de su pueblo. Diamantes de sangre, rubíes de fuego y geodas crepusculares la rodeaban y le hacían sentirse pesada; ella nunca quiso algo así, en realidad. Estaba harta del mundo de la realeza infernal, y siendo honesta consigo misma, estaba harta de Harold.
Él había sido su amigo de infancia, su primer amor, y su primer mala experiencia. Cierto, Harold podía ser amable, pero explotaba con facilidad, arrastrándola con él, y ella ya no quería eso. Podría ser educado, pero no creía en ella ni en sus sueños o deseos, y Charlie no quería pasar la vida con alguien que no compartiera su visión, y si de alguna manera debía hacerlo, quería que al menos esa persona se abstuviera de romper sus ilusiones con palabras despectivas e hirientes.
Por supuesto, no todos los hombres en el infierno podrían ser como su padre.
Porque Lucifer podría ser el rey del inframundo, el ser más malvado del universo, pero al menos, sabía tratar a la gente que amaba con la cortesía que se merecían, y aunque a Charlie le había dado palabras hirientes debido a su terquedad con respecto a la redención de los pecadores, esas palabras eran para que ella aprendiera algo de las mismas experiencias de su padre, no eran como las palabras de Harold, que simplemente nacían para lastimar y burlarse.
Es por ello que ella estaba completamente convencida que tenía que parar esto. Por eso, mirando su figura frente al espejo, se quitó el pesado peinado que con cuidado se había hecho, dejando caer las horquillas con perlas que debían mantener su cabello en orden, dejando sólo una coleta larga y simple tras ello.
Quitó su falda larga, el corsé y todo aquel traje pomposo, y se pidió a sus cabras que le trajeran ropa que su padre usaba y que le quedara.
En pocas palabras, en lugar de vestirse como una princesa, acudiría al banquete como ella misma: sólo Charlie.
Y aunque la ropa que le trajeron era ostentosa de por sí y pasada de moda, no lo era tanto como el pesado vestido ceremonial. Eligió zapatos cómodos de tacón bajo, y salió así hacia el salón de ceremonias.
Los sonidos de sus pisadas resonaban en el eco del pasillo hacia las escaleras que daban al salón de la planta baja.
Originalmente, Razzle y Dazzle debían ayudarla a sostener la pesada cola de su ropa planeada para la ceremonia, pero ahora, sólo la escoltaban como su apoyo emocional, felices de que su ama al fin decidiera a hacer su voluntad.
Cuando llegó al inicio de los escalones por los que debía bajar, el silencio se hizo en el ambiente. Decenas de adornadas cabezas de la nobleza infernal voltearon a ver a la princesa, una princesa que estaba cometiendo una herejía a sus costumbres. No sería tan escandaloso el hecho, si no fuese porque la familia a la que le estaba haciendo el desplante era la segunda más poderosa del lugar.
Charlie suspiró. Sabía que presentarse así armaría un escándalo. Lo que ella estaba haciendo, rechazando portar las ropas con el escudo y los regalos del novio, era un acto de ruptura de toda relación. Ahora, sólo necesitaba declararlo en voz alta, y el compromiso de años con Harold y la familia Eldritch terminaría.
Su padre y su madre la miraban con sorpresa, pero sabía, la apoyaban. No era un secreto que últimamente ella estaba descontenta con su relación, y más de una vez Lucifer le había sugerido terminarla si eso es lo que ella quería. "Tienes toda la eternidad para encontrar a alguien, sea lo que sea que quieras", le había dicho. Y tenía razón.
Sólo, que Charlie hubiese deseado decidirse mucho antes y no ahora.
Y justo cuando empezó a hablar, un haz de luz la envolvió frente a la mirada estupefacta de los asistentes.
Lo último que vio Charlie antes de ser tragada por la oscuridad de la inconsciencia, fue a su padre tratando de llegar a ella con sus alas oscuras extendidas.
Notas de autor:
Hola, sé que tengo otro fic, el cual, por ahora, tendré en hiatus porque no sé cómo meter ciertas cosas en él que me causan conflicto y aunque tengo el capítulo 12 listo, no quiero darles otros capítulos malos como los anteriores hasta que resuelva el conflicto que tengo con la historia.
Por otro lado, este fic es un lindo AU que se me ocurrió y que ya tiene final y todo. Será corto, así que no me preocupo porque quede en hiatus como el otro.
Gracias.
