Draco Malfoy jamás pensó que su vida daría un giro tan intenso. Apenas una semana antes, creía tener todo su futuro escrito y asegurado: finalizaría sus estudios en la escuela Hogwarts de Magia y Hechicería, se haría cargo de una parte proporcional de los negocios de su familia, y en el transcurso de unos pocos años, se casaría con su novia, Pansy Parkinson.

Las dos primeras cosas de su lista ya se habían cumplido; hacía un año que se había graduado con excelentes notas, a pesar de los problemas causados por las repercusiones de la guerra, y ahora estaba plenamente dedicado a aprender todo lo que hiciera falta para sustituir algún día a su padre a la cabeza de las empresas Malfoy.

El tema de la boda era el que había cambiado por completo. No es que fuera a permanecer soltero, ni mucho menos. De hecho, la fecha del enlace se había adelantado. La gran diferencia era que su futura esposa no era Pansy, sino una completa desconocida: Astoria Greengrass.

El motivo de este repentino cambio de opinión era que la famosa Astoria era ni más ni menos que una futura condesa. Los señores Malfoy no habían podido resistirse a esa repentina tentación, y habían decidido casar a su único hijo con la mejor postora.

Draco había intentado hacerles razonar, diciendo que seguramente el conde Greengrass sería descendiente de muggles, ya que los magos no tenían títulos nobiliarios, pero Narcissa Malfoy ya se había encargado de revisar el antiguo árbol familiar de los Greengrass, y había averiguado que el condado fue conseguido en la Edad Media por August Greengrass, quien había logrado engañar a uno de esos estúpidos reyes muggles haciéndoles creer que iba a serle fiel.

Tras conseguir el condado, August le había traicionado ante sus enemigos, y había manejado la situación con tal astucia que había logrado conservar el título para sus descendientes. Por ese motivo y por muchos otros, el conde Greengrass era uno de los aristócratas más influyentes del Reino Unido.

Draco pensaba en todo esto mientras viajaba hasta el castillo del conde en un carruaje que él mismo les había enviado. Los señores Malfoy hablaban de las ventajas de aquel enlace, pero él no participaba de su entusiasmo.

Aunque siempre había sabido que se casaría por interés, había pensado que al menos le dejarían escoger a la mujer con la que debía compartir el resto de su vida. No es que amase a Pansy, eso estaba fuera de la discusión. La admiraba, si, y la respetaba, pero no estaba enamorado de ella, ni creía que eso fuera importante. Al fin y al cabo, lo que importaba era la pureza de sangre de su familia. Pero eso no evitaba que se sintiese incómodo ante el repentino cambio de planes, después de todo, él nunca había conocido a Astoria.

Recordaba a su hermana mayor, Daphne, quien había sido su compañera de curso, pero nunca se había fijado en Astoria ni había oído hablar del título de su padre ¿Cómo lo habían sabido los señores Malfoy? ¿Y por qué esa prisa a la hora de celebrar el enlace?

El carruaje traspasó los muros de piedra que rodeaban los amplios terrenos de los Greengrass, pero aún les quedaba un largo camino hasta llegar a su destino.

Draco recordó entonces cuando había invitado a Pansy al baile que se había celebrado durante el Torneo de los Tres Magos. Todo el mundo había pensado que le gustaba la chica, pero en realidad se había limitado a hacer lo que se esperaba de él ¿Había algo más adecuado que agradar a la hija del magnate de la joyería? Sus padres se habían mostrado complacidos, y los de ella aún más.

No quería ni imaginar lo que pensaría Pansy cuando se enterase de la futura boda de Draco con Astoria. Aunque tampoco le importaba demasiado. Tras la guerra, muchos de sus intereses habían cambiado, y el futuro de su vida amorosa no estaba entre sus prioridades.

Por fin llegaron a la residencia de los Greengrass. En su día había sido una fortaleza de piedra gris, y aún se podía ver un alto torreón superviviente de esa época. Sin embargo, los descendientes del primer conde Greengrass habían hecho construir una mansión que a lo largo de los siglos se había ido agrandando y modernizando. El efecto era impresionante.

Cuatro elfos domésticos vestidos de uniforme les guiaron a través de pasillos repletos de carísimas obras de arte. Draco miraba de reojo los retratos que posaban con aire digno, esperando ver alguno de su futura esposa. No sabía qué aspecto tenía, ni cómo sería su carácter, y se preguntó si sería tan guapa como Daphne, pero a cabo de unos minutos decidió que no tenía importancia. Después de todo, los de su clase no se casaban por amor.

El conde Greengrass les esperaba en un salón ricamente adornado e iluminado por los rayos de sol que entraban a raudales por los amplios ventanales. A través de las ventanas se podían observar frondosos jardines y fuentes. Si Lucius y Narcissa habían albergado alguna duda acerca del enlace, se les disipó en ese momento. Por ningún motivo iban a permitir que se les escapase una fortuna así.

El conde, un personaje rechoncho, con entradas en la frente y patillas oscuras, les dio la bienvenida de forma elegante y cordial. Los adornos de su túnica lanzaron destellos cuando él avanzó cojeando, ayudado por un bastón. Miró a Draco de arriba abajo, aunque sin demasiado interés. El chico se preguntó si a ese hombre le importaría realmente con quién se iba a casar su hija, o si al igual que los Malfoy, buscaba su propio beneficio.

Lucius llevó el peso de la conversación, y Narcissa se mostró encantadora, como ella sabía hacer, mientras Draco, un poco apartado, admiraba aquel extraño arte de tratar de seducir al rival. Por supuesto, ninguna de las dos partes quería arriesgarse demasiado con la dote que debían ofrecer, pero trataban de venderse lo mejor posible. Sin embargo, aquello no se diferenciaba demasiado de un negocio normal y corriente, y por un momento Draco tuvo la impresión de que estaban tratando la venta de una propiedad, en lugar del matrimonio de sus respectivos hijos.

Cuando terminaron de hablar de sus magníficas propiedades y de sus ganancias anuales, Narcissa hizo la pregunta que Draco había estado esperando.

–¿Cuándo tendremos el placer de conocer a la condesa? –su voz resultó casual, y tan encantadora como antes, pero el conde cambió su expresión sonriente por otra más seria.

–Me temo, mi querida señora, que se encuentra un poco indispuesta –se excusó.

–¿Indispuesta? –aun sentada, Narcissa seguía erguida, mostrando toda su estatura.

–No es nada grave, tan solo padece una fuerte jaqueca –suspiró el conde–. El cambio de clima le ha afectado, pero espero que se recupere con prontitud. Le haré llegar vuestros saludos.

Narcissa le dedicó una radiante sonrisa.

–En tal caso, queda disculpada –asintió.

...

–¿De verdad os creéis lo de la jaqueca? –les preguntó Draco a sus padres cuando llegaron a la intimidad de su mansión.

–Ni por un segundo –se rio Narcissa, quitándose la capa y tirándola indiferente sobre el respaldo de una silla–. Esa pobre niña debe ser horriblemente fea, y por eso la oculta. No creo que nos deje verla hasta antes de la boda.

–¿Qué? –preguntó Draco, atónito ante el comportamiento de su madre.

–Tranquilo, cariño, seguramente no sea nada que no se oculte con un buen hechizo, y de todas formas, cuando estéis casados, podrás dejar de verla cuando tengáis un hijo varón –le miró por encima del hombro–. Ten eso muy en cuenta, Draco, los hombres son mucho más baratos de casar que las mujeres.

Draco estaba escandalizado ante esa indiferente superficialidad ¡Estaban hablando de su futuro!

–Tienes razón, Cisa –dijo Lucius, haciéndole una carantoña a su mujer–. Tu padre casi se arruinó con tu dote.

–Pero valió la pena ¿verdad?

–Ya lo creo –sonrió él–. Por cierto, ¿volverás a hablar con el conde?

–Sin duda. Uno de los elfos comentó que Greengrass salía de caza mañana, así que podré entrevistarme a solas con la condesa. Esperemos que ella sea menos escueta que su padre.

...

Pero durante su segunda visita, Narcissa tampoco pudo ver a la condesa.

Cuando regresó a la Mansión Malfoy, echaba chispas por los ojos, y caminaba furiosa de un lado a otro.

–¿Pero quién se ha creído que es? Negarme una entrevista ¡A mí!

–A lo mejor es verdad que está enferma –sugirió Draco.

–¿Enferma? ¡Ja! –Narcissa lanzó una risotada–. Ese conde es muy listo. Estoy segura de que ha recibido otras ofertas matrimoniales y también está negociando con otras familias. Procura darnos largas para que desistamos y nos marchemos.

–Se me ocurre otra razón –intervino Lucius, pensativo–. Quizá esa muchacha no es tan virginal como nos quieren hacer creer.

–¿Qué quieres decir? –preguntó ella.

–Puede que esté embarazada y la estén ocultando hasta que logren deshacerse del crío.

–Eso sí que sería denunciable.

–Madre, no es ilegal –Draco miraba a sus padres con los ojos como platos. Nunca habían hablado de esa manera delante de él.

–Sí que lo es. Una vez que se está pactando el tratado matrimonial, ambas partes se comprometen a ser transparentes y no tratar de engañarse mutuamente –explicó Narcissa–. Si Greengrass está pactando a la vez con otras familias, tenemos derecho a pedir una indemnización, al igual que ocurre si nos engaña. Se supone que la condesa es una joven sana e intacta. Vamos a pagar mucho dinero porque sea así, y no vamos a permitir que nos engañe, por muy conde que sea.

–Un contrato es un contrato, Draco, para ambas partes –añadió Lucius–. Y si está tratando de ocultarnos algo o piensa engañarnos, tendremos que llevarlo ante la ley.

...

Y por eso, la tercera vez que visitaron al conde, Lucius y Narcissa no estaban tan sonrientes ni sentían tantas ganas de agradar. Draco no sabía qué pensar de la situación, y temía que Lucius sacase su vena de mortífago y torturase al conde. Por tercera vez, Greengrass les dio evasivas con respecto a su hija, pero en esta ocasión, Narcissa se mantuvo firme.

–Queremos saber qué está pasando, Sebastien ¿Tienes algo que nos quieras contar? –preguntó–. No nos gustaría ser tus enemigos.

El conde miró uno a uno a los tres Malfoy, y luego suspiró con pesar.

–Mucho me temo que Astoria no se va a recuperar. Se está muriendo.