Draco no se molestó en fingir que había pasado la noche en su casa, sino que se dedicó a volar en su escoba, tratando de pensar. Por alguna razón, su mente actuaba mejor cuando se encontraba en el aire, y en ese momento, él trataba de sacarle el máximo partido.
Astoria no debía seguir tomando el veneno, pues si lo hacía moriría. El problema era que, si no lo hacía, también moriría, y él estaba seguro de que el conde destruiría cualquier rastro de la poción que hubiese preparado en cuanto se celebrase la boda. Así pues, no tenía tiempo que perder. Pero no se le ocurría nada.
Se desesperó. En otro tiempo, la solución habría estado al alcance de la mano. Habría hablado con su antiguo profesor, Snape, y él se habría encargado de todo. Pero Snape estaba muerto, y no podía perder el tiempo pensando en lo que habría pasado si no fuese así.
Pero había otra persona que podría ayudarle, recordó. El profesor Slughorn había oído hablar de esa droga, y le había hablado al detalle sobre ella. Quizá él pudiese ayudarle.
Draco hizo virar su escoba y se dirigió hacia el lugar desde donde el profesor le había enviado su carta.
Desde el final de la guerra, Slughorn se había atrevido a vivir en una casa de su propiedad, aunque muy bien protegida. Draco logró encontrarla tras sobrevolar un rato la zona, y con mucho cuidado, aterrizó en el jardín. No pasó nada, y eso le dio confianza. Quiso llamar a la puerta, pero la encontró abierta, y se atrevió a entrar en la vivienda, con mucho cuidado.
–¿Profesor Slughorn? –llamó–. Profesor Slughorn, necesito hablar con usted.
Entonces algo le golpeó por la espalda, y antes de que pudiese reaccionar, Draco se vio colgado boca abajo, dando vueltas sin parar.
–Más te vale decirme quién eres, jovencito, y no se te ocurra intentar mentirme –dijo Slughorn, desde algún lugar.
–Profesor, soy Draco Malfoy –respondió él, aún girando en el aire–. Necesito su ayuda, es urgente.
–¿Mi ayuda? ¿Y cómo sé que puedo fiarme de ti?
–No pretendo hacerle nada, se lo juro –gritó Draco. Se estaba mareando–. Una persona va a morir, y usted puede evitarlo ¡Tiene que escucharme!
Slughorn le detuvo, y se acercó un poco a él.
–¿Qué estás diciendo, muchacho?
–La poción por la que le pregunté, el Sueño de la Muerte, la están usando, y ella va a morir, señor, y no se me ocurre nadie más a quien...
–Alto, alto –le detuvo el profesor. Decidió dejarle en el suelo, aunque no dejó de apuntarle con la varita–. Vayamos por partes, ¿de qué hablas?
Draco trató de recuperar el equilibrio, y después comenzó a hablar. Se lo contó todo, desde los planes de boda hasta la forma en la que el conde había envenenado a Astoria. Por una vez, Slughorn le escuchó sin interrumpirle.
–... y ayer le obligó a beber una dosis mucho mayor de la que ella estaba acostumbrada, y ahora Astoria está como muerta –Draco hablaba a toda prisa, tratando de ser lo más claro posible–. Y morirá, profesor, si no hacemos algo. Usted es la única persona que puede ayudarnos, señor –añadió, suplicante. Slughorn le miraba totalmente asombrado.
–Muchacho, me has dejado sin palabras –admitió–. No sé qué decirte. Este asunto es muy preocupante, pero me estás cargando con una gran responsabilidad. No sé si yo soy el más indicado para...
–Usted es el único que puede hacer algo –insistió Draco–. ¡Por favor! Mis padres no me creen, y el conde está decidido a matarla si es necesario. ¡No sé a quién más recurrir!
–De acuerdo, de acuerdo –cedió Slughorn, abrumado por las insistentes súplicas del chico. En el fondo, su carácter sensible y orgulloso había podido con sus recelos. El saber que podía ser el héroe de la historia le había empujado a querer colaborar–. Intentaré hacer un antídoto para contrarrestar el efecto de la poción. Pero necesito una muestra de ese veneno. Cualquier variación en su preparación podría determinar los componentes del antídoto.
–Se lo conseguiré en cuanto se haga de noche –le prometió Draco, aliviado y agradecido–. Es el único momento en el que el conde no la vigila.
–Sería mucho mejor que la consiguieses antes, pero puedo ir preparando los ingredientes esenciales de la poción, y terminarla cuando sepa los detalles –accedió el hombre. A Draco le faltó poco para abrazarle.
Le prometió que tendría la muestra de la poción cuanto antes. Después de eso, regresó a su casa. Aunque seguía preocupado por Astoria, ahora tenía esperanza. Si Slughorn había accedido a ayudarles, significaba que le creía, y que haría todo lo que pudiese.
Mientras avanzaba por el pasillo, sin rumbo fijo, descubrió que su madre le estaba buscando.
–Draco ¡por fin te encuentro! –exclamó Narcissa, muy preocupada–. Ha pasado algo horrible. ¡La condesa se está muriendo!
–¿Qué? –preguntó él, sobresaltado. ¿El estado de Astoria había empeorado desde que él la dejó?
–El conde nos lo ha comunicado con una lechuza. Hemos decidido adelantar la boda a mañana, porque no sabemos cuánto tiempo resistirá.
–¿Mañana? ¿Y por qué no hoy? –preguntó Draco, olvidándose por un momento del encargo de Slughorn.
–No lo sé, cielo, ha sido todo tan precipitado... –Narcissa parecía preocupada–. Pobre chiquilla, esperemos que aguante lo suficiente.
–Yo también lo espero, madre –afirmó él, con sinceridad. Entonces se le ocurrió una idea tan brillante que se preguntó por qué no la había pensado antes–. Madre ¿crees que podría pedirle al profesor Slughorn que fuese mi padrino? –preguntó. Narcissa le miró asombrada.
–¿Slughorn? No sabía que tuvieses tan buena relación con él.
–Me ayudó mucho a superar los ÉXTASIS, y hemos mantenido el contacto desde entonces –mintió él.
–Si esa es tu elección... no creo que ni a tu padre ni al conde les importe –dijo ella.
Draco sonrió. Al menos, Slughorn podría tener la oportunidad de ver a Astoria y evaluar su situación. Ahora sólo quedaba decírselo al profesor.
...
Las horas se hicieron eternas. Draco no paró en todo el día, andando de un lado para otro. Cada dos por tres miraba el reloj y maldecía.
–Tranquilízate, hijo. Sólo son unas horas –le dijo Lucius, mirándole divertido.
¡Qué fácil era para él decirlo! ¡Él no tenía nada que temer!
Pero Draco sentía una agonía que nunca había experimentado. ¿La lechuza urgente del conde estaba justificada, o había exagerado el peligro que corría su hija para adelantar la boda? Kali había dicho que el empeoramiento de su salud se había producido a propósito, pero ¿y si el veneno estaba ganando la batalla?
¿Conseguiría Astoria aguantar hasta el día siguiente? ¿Y él? ¿Qué haría si ella se moría? ¿Qué pasaría si no llegaban a tiempo?
El recuerdo de Astoria, inconsciente y fría volvió a su mente, angustiándole. Su pecho dolía al pensar que podía perderla.
En cuanto vio que el sol comenzaba a descender, cogió su escoba y se escabulló. Era más temprano que nunca cuando llegó a la falsa garita y subió por las escaleras escondidas, llegando a la habitación de Astoria.
Nada había cambiado desde la noche anterior, salvo que esa vez Kali se había quedado dormida a los pies de la cama. Parecía que se había vuelto a castigar. Draco avanzó de puntillas hasta la jarra del veneno, y llenó con cuidado el recipiente que debía darle a Slughorn.
Oyó unos pasos fuera de la habitación, y supo que debía marcharse cuanto antes, pero no podía irse de allí sin despedirse de Astoria.
El estado de la joven no había mejorado, y seguía pálida e inmóvil. Parecía tan frágil y débil que Draco sintió una opresión en el pecho al pensar en lo que podría pasar si el antídoto no estaba listo a tiempo. Se sentó a su lado, y le cogió de la mano.
–Dentro de unas horas nos vamos a casar –susurró–, y todo habrá terminado. Debes aguantar hasta entonces ¿me oyes? Porque si no lo haces yo... yo no sé qué voy a hacer si te mueres, Astoria, así que no te mueras ¿De acuerdo?
Draco se sentía tan inútil e impotente que no sabía qué decir. Se le habían nublado los ojos
–Ojalá estuviese yo en tu lugar –susurró–. Te prometo que cuando te recuperes no dejaré que vuelvan a hacerte daño. No lo permitiré –dijo, acariciándole su fría cara. Tras unos segundos de duda, se inclinó y apoyó su frente sobre la de ella–. Creo... creo que me he enamorado de ti. No me preguntes cómo, porque ni yo mismo lo sé, pero yo... yo te quiero, Astoria... y espero poder quererte durante mucho tiempo más.
Sus lágrimas cayeron sobre los párpados de ella cuando se inclinó un poco más y la besó suavemente en los labios. Habría dado cualquier cosa porque ella se moviese o reaccionase de cualquier forma, pero Astoria seguía inconsciente de todo lo que pasaba a su alrededor.
Draco tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse y marcharse de allí. Cuando bajaba por las escaleras se dio cuenta de que su corazón se quedaba atrás.
...
Se dirigió a toda prisa a la casa de Slughorn, y le entregó el frasco con la droga.
–Muy bien, muchacho, aún hay tiempo para tenerla lista –dijo el profesor–. ¿Cómo está la chica?
–Inconsciente. No da muestras de reaccionar –respondió él, con un nudo en la garganta. Slughorn le miró fijamente.
–De verdad te importa lo que le suceda ¿eh? –comentó, perspicaz.
–No me gusta que la gente muera –se defendió él, con brusquedad–. Y menos aún por una estupidez como esta.
Slughorn no comentó nada más, pero se puso manos a la obra. Vació el frasco en un pequeño caldero, y lo acercó al fuego.
–Por cierto, profesor –comentó Draco, observando cómo trabajaba–, he pensado que sería una buena idea que usted fuese mi padrino. Así, si sucede algo durante la boda, usted podría hacer algo.
–Me siento honrado, hijo –declaró el viejo profesor, dedicándole una breve mirada–. Procuraré tener el antídoto listo para entonces.
–¿Necesita que le ayude? –preguntó Draco, al verle ir de un lado para otro.
–Desde luego que no –respondió el otro–. Creo que puedo apañármelas muy bien solo a la hora de desentrañar los ingredientes de una poción.
–Bueno, me refería...
–Muchacho, vete a dormir, lo estás necesitando –dijo Slughorn–. No necesito ayuda, y no podrías ayudarme, y de todas formas, necesitas descansar. Te lo recomiendo, la recuperación de tu querida condesa no será fácil.
En otras circunstancias, Draco habría respondido mal al desbordante orgullo de su profesor, pero era cierto que estaba demasiado cansado, y que en el fondo, no había mucho que pudiese hacer para ayudar a Slughorn. Así que regresó a su habitación y trató de dormir, pero le resultó del todo imposible.
Por mucho que pensase en Astoria, siempre la recordaba pálida y fría, al borde de la muerte. ¿Lograría recuperarse? ¿Volvería a ser la persona sana y alegre que era? ¿Se libraría por fin de la oscura amenaza del conde? ¿Habría alguna probabilidad de que ambos pudiesen ser felices juntos? Y mientras Slughorn preparaba a toda prisa el antídoto milagroso, él daba vueltas y más vueltas, pensando...
