Draco abrió los ojos, sin saber dónde estaba. Miró a su alrededor, demasiado confuso para estar asustado, y al ver la habitación de Astoria lo recordó todo.

Se incorporó de un salto, buscando con la mirada a Kali y a Slughorn, pero ninguno de los dos estaba allí. Sin embargo, alguien había dejado las cortinas medio abiertas, y el sol de la mañana se colaba entre ellas, iluminando la habitación. Draco se giró hacia Astoria, temiendo lo que se iba a encontrar, pero su corazón se calmó al ver que la joven lucía un aspecto completamente normal.

Estaba dormida, libre al fin de la cápsula de mantas que la habían tapado, y su respiración era suave y rítmica. El color de su piel, aun siendo pálido, ya no era enfermizo, y sus labios volvían a mostrar signos de vida.

Draco se tumbó a su lado, procurando moverse lentamente, y trató de asimilar que por fin se había producido el milagro. Astoria había sobrevivido, lo había conseguido. El alivio era tal que por un momento se sintió mareado. La observó dormir, deseando acariciarle la mejilla y abrazarla, pero se contuvo. Ella se merecía descansar después de todo lo que había pasado.

Sin embargo, no pasó mucho rato hasta que ella se estremeció y suspiró, abriendo los ojos de forma perezosa. Al principio miró a Draco como si no le reconociera, pero luego pareció darse cuenta de lo que había pasado, y entonces se miró a ella misma, palpándose el pecho y el cuello.

–¿Cómo estás? –le preguntó Draco.

–No lo sé. Creo... creo que estoy bien –Astoria se giró y se quedó mirando fijamente al techo, como si mentalmente estuviese comprobando si algo iba mal–. Aunque muy cansada. Me siento como si hubiese corrido una maratón –entonces frunció el ceño y miró a Draco–. Recuerdo a mi padre haciéndome beber la droga. Llenó el vaso más de la cuenta, y luego... –no fue capaz de continuar. No tenía palabras para describir la angustia que había sentido antes de hundirse en la oscuridad sin fin de la inconsciencia.

–Luego nos casamos –dijo Draco, con suavidad–. ¿Recuerdas?

–Sí... No... No lo sé... Sólo recuerdo oscuridad –respondió ella–. Aunque creo que hubo un momento en el que mi cama estuvo rodeada de gente, pero no estoy segura.

–Abriste los ojos un segundo, pero no estaba seguro de si te dabas cuenta de lo que pasaba.

–¿Cómo logré recuperarme?

–Hablé con mi profesor de pociones del colegio, y le convencí para que nos ayudara –confesó Draco–. Él preparó el antídoto para extraerte el veneno del cuerpo. Estuviste muy enferma, y por un momento... –Draco se mordió la lengua. No era necesario preocuparla más–. Pero ahora estás bien, y eso es lo que importa.

–¿Cuánto tiempo he estado así?

–Tres días y tres noches, sin contar con la noche del día de la boda. Le pedía a tu padre que me concediera el derecho de maridaje.

–¿Qué? –Astoria abrió mucho los ojos, y por primera vez, sus mejillas se colorearon. El contraste con la blancura de su piel fue muy llamativo–. Entonces mi padre piensa que...bueno, ya sabes –su cara se puso más roja aún. Draco quiso tomarle el pelo, ya que le divertía su reacción, pero se compadeció de ella.

–No sé qué pensará, pero ese tiempo nos ha servido para salvarte la vida.

–Jamás podré agradecéroslo.

–No es necesario que lo hagas.

Permanecieron unos minutos sin decir nada. Draco la miraba, muy tranquilo, aliviado por ver su mejoría, pero ella no lo estaba tanto, y no podía fijar sus ojos en ninguna parte. Se puso a jugar con su anillo de casada antes de fijarse en él.

–Espero que te guste –comentó Draco, como si tal cosa–. Mi madre puso mucho empeño en que tuviese más kilates de los que puedo contar.

–Es impresionante –admitió ella–. ¿Mi padre te dio el sello del condado? –él miró por primera vez el grueso anillo de oro macizo que cubría su dedo. Tenía grabado en relieve el escudo de los Greengrass–. Es un poco ostentoso –se disculpó Astoria.

–Hay que guardar las apariencias ¿no te parece?

Ella se rio, y por fin se atrevió a mirarle fijamente a los ojos.

–¿Te das cuenta de que estamos casados? –comentó, con timidez. La parte maliciosa de su mente añadió "¿Y en la misma cama?"

–¿Te arrepientes? –preguntó él, acariciando su mano.

–¡No! –Astoria exclamó con tanta vehemencia que incluso a ella le pareció exagerado. Se sonrojó aún más–. No... ahora no tendré que tomar el veneno nunca más y... –ya no era posible que su cara se pusiera más roja–, me alegro de que estés aquí, Draco. Me alegro de que seas tú quien... quien esté a mi lado.

El efecto que tuvieron esas palabras en Draco es difícil de describir. Por un momento sintió que su corazón no cabía en su pecho, y sintió un súbito deseo de abrazar a Astoria.

–Pero aún queda algo muy importante por hacer para que seamos marido y mujer –comentó, como si tal cosa.

–¡No puede ser! ¿Qué es lo que falta? –ella abrió los ojos, asustada–. No puede ser mi consentimiento ¡Mi padre fue mi representante!

Draco se rio divertido.

–Tranquila, es sólo una pequeña formalidad.

–¡Dime cual! ¡No puede salir nada mal! ¿Es mi padre? ¿Ha puesto algún problema? ¿Quiere anular el matrimonio?

–Astoria...

–¡No es justo que ponga trabas! ¿Es por el dinero? ¿Quiere más?

–Ya basta –se rio él, acercándose a ella–. No es nada de eso.

–Pero has dicho...

–No es nada que se no pueda solucionar.

–¿De qué forma?

–Así –y cogiendo su cara entre las manos, la besó con suavidad.

Ella le respondió de igual manera, y poco después se abrazaron, sin dejar de besarse.

–Por un momento me has asustado –sonrió ella, cuando se separaron.

–No esperaba que reaccionaras así –se rio Draco–. ¿Me perdonas? –susurró, rozando su nariz con la de ella.

–Según cómo te portes –respondió. Pero cuando Draco volvió a besarla, no tuvo mucho más que objetar.

...

Kali llevaba la bandeja del desayuno a la habitación, algo temerosa por lo que se podría encontrar. La última vez que había visto a su señorita, esta parecía recuperada, pero nunca se sabía ¿Y si había empeorado?

Sin embargo, antes de abrir la puerta pudo oír su voz y su risa, y desde ese momento supo que todo había salido bien.

Cuando entró en el cuarto, pudo ver a Astoria sentada en la cama, de espaldas a ella, tratando de ponerse en pie. Draco cogía sus manos y tiraba suavemente de ella, dándole ánimos. Ninguno de los dos se dio cuenta de que la elfina les miraba.

Astoria posicionó bien sus debilitadas piernas, y tiró de las manos de Draco para darse impulso. Logró ponerse de pie, un poco tambaleante. Ambos sonrieron.

–Ahora intenta caminar –dijo él–, pero con cuidado.

–Me tiemblan muchísimo las rodillas. Mis piernas parecen de gelatina –se quejó Astoria, pero se esforzó en poner un pie delante del otro. Le costaba mucho esfuerzo, pero estaba decidida a lograrlo. Draco le cogía las manos, de forma atenta y paciente. Entonces ella tropezó.

–¡Cuidado! –Draco la abrazó por la cintura, evitando su caída. Astoria se agarró a él, sobresaltada, pero consiguió recuperarse, y ambos se rieron–. Creo que deberías practicar más –comentó él, sin soltarla. Se miraron fijamente, y comenzaron a acercarse más. En ese momento, Kali carraspeó, y los dos se giraron para mirarla.

–¡Kali! –exclamó Astoria, alegrándose sinceramente de verla.

–Señorita Astoria, Kali se alegra mucho de verla, señorita. Kali creía que la señorita Astoria no se recuperaría –decía la elfina, sin dejar de hacer reverencias–. Kali se arrepiente de haber pensado eso, señorita Astoria.

–No importa, Kali –sonrió la joven–, yo tampoco creía que me fuese a recuperar. Ven aquí.

La elfina dejó la bandeja a un lado y obedeció, y Astoria se arrodilló con esfuerzo, para poder estar a su altura.

–Muchas gracias por todo, Kali, no habría podido hacerlo sin ti –dijo Astoria, emocionada. La elfina se echó a llorar.

–La señorita Astoria es demasiado buena con Kali –respondió–. Kali no se lo merece, porque Kali no pudo evitar que el señor conde envenenase de nuevo a la señorita Astoria.

–Nadie habría podido impedírselo –la consoló Astoria. Apoyó sus manos sobre los delgados hombros de la elfina–. Me has salvado la vida, Kali, durante todo este tiempo. Sin ti jamás habría logrado llegar viva hasta el día de hoy. Jamás lo olvidaré –e inclinándose hacia ella, le dio un beso en la frente. Luego la abrazó, y ambas permanecieron un largo rato unidas, llorando la una junto a la otra.

Draco las miraba estupefacto. Él jamás había visto a los elfos domésticos como seres dignos de ser tenidos en cuenta, y nunca se le habría ocurrido pensar que pudiesen tener sentimientos, o ser merecedores de ellos. Y por supuesto, ni en un millón de años se le habría ocurrido que pudiesen ser tratados como amigos. Por lo visto, Astoria tenía mucho que enseñarle.

Cuando la chica y la elfina se separaron, él ayudó a su reciente esposa a ponerse en pie.

–Odio estar tan débil –gruñó Astoria, apoyándose contra él.

–La señorita Astoria recuperará sus fuerzas pronto –dijo Kali, muy animada.

–¿Por qué la llamas señorita? –preguntó Draco, extrañado–. Ahora es mi mujer, deberías llamarla señora.

–Kali lo lamenta, señor Malfoy, pero la señorita Astoria siempre será la señorita Astoria para Kali.

–Creo que quiere decir que aunque me haya casado, siempre seré una niña para ella –sonrió Astoria–. No te preocupes, yo nunca me olvidaré de que ahora soy la señora Malfoy –y le dirigió tal mirada que Draco se olvidó por completo de discutir con ella, y sintió deseos de llevarla de nuevo a la cama. Aunque no para dormir.

Ese pensamiento le sorprendió. Hasta ahora, Astoria nunca se le había insinuado conscientemente, pero en ese momento había en sus ojos transparentes una chispa diferente que él reconoció muy bien. La miró fijamente, y ella le sostuvo la mirada, sin apartar los ojos ni separarse de él.

–Señor y señorita –les interrumpió Kali, quizá a propósito–, el señor conde me envía a decirles que hoy no podrá acompañarles, porque está organizando la fiesta para el cumpleaños de la señorita Astoria.

–¿Tu cumpleaños? –preguntó Draco, mirando a Astoria.

–¡Es mañana! –exclamó ella–. Lo había olvidado por completo.

–¿Cómo te puedes olvidar de tu cumpleaños?

–Creía que no volvería a cumplir años nunca más –se excusó ella, repentinamente triste, mirando al suelo. Draco se sintió culpable, pero Kali se hizo cargo de la situación.

–El señor conde ha invitado a las familias más importantes. Los padres del señor Malfoy han sido los primeros en confirmar su asistencia, señor y señorita.

–Me pregunto qué cara pondrán al verte –sonrió Draco–. No se esperan que estés recuperada.

–Supongo que ese es el objetivo de mi padre. Pero me sorprende que ya de por hecho mi mejora.

–Recuerda que él no conocía el verdadero efecto de la poción –dijo Draco. Astoria permanecía seria.

–A muchos no les hará gracia saber que estoy bien –comentó–. Supongo que los Parkinson serán los primeros en enfadarse.

Draco la abrazó por la cintura, y acercó su cara a la de ella.

–Que se enfaden todo lo que quieran. Ahora soy tuyo, y nada de lo que hagan lo cambiará.

...

Desayunaron con buen ánimo, y durante el resto del día se dedicaron a andar por el castillo, para que Astoria recuperase sus fuerzas. Ella estaba muy preocupada por la fiesta del día siguiente. Quería estar en forma, y mostrar su mejor aspecto. Deseaba volver a ser una persona sana de una vez por todas.

Draco la acompañó durante todo el día, cogiéndola de la mano o de la cintura, sosteniéndola cuando la veía cansada, y hablando con ella todo el tiempo. Astoria aprovechó para enseñarle las habitaciones más impresionantes del castillo, y le habló de la historia familiar. No pasó mucho tiempo hasta que perdieron interés en la visita y comenzaron a besarse.

Al principio les había preocupado que alguien les viera, y miraban frecuentemente a su alrededor, por miedo a ser regañados por su falta de decoro. Pero en seguida se dieron cuenta de que eran marido y mujer y no tenían que dar explicaciones, así que siguieron compartiendo muestras de amor sin reparos.

Kali les seguía, por si necesitaban algo, y sonreía discretamente al oír sus conversaciones. La elfina estaba muy contenta de poder ver a su señora tan feliz, y sabía cuándo desaparecer en cuanto los dos jóvenes daban señales de querer quedarse solos.

No vieron al conde en todo el día, aunque con el tamaño del castillo no les sorprendió mucho. Sin embargo, a la hora de la comida, miraron con recelo sus respectivos platos. El recuerdo de la droga no era fácil de olvidar, y al final, Kali se ofreció voluntaria para probar la comida antes de que ellos la comiesen, para evitar cualquier tipo de problemas.

Sin embargo, no tuvieron ningún contratiempo durante el resto del día, excepto que Astoria terminó con agujetas, pero eso, lejos de deprimirla, hizo que se sintiese más animada.

Al final del día, ambos volvieron agotados en la habitación de ella.

–Creo que hemos andado al menos treinta kilómetros –comentó él, estirándose bajo las sábanas. Astoria se limitó a emitir un suspiro de alivio cuando se tumbó a su lado–. ¿Sabes? Me resulta muy raro esto de no tener que regresar a mi casa a escondidas –dijo. Astoria se arrimó a él.

–Si quieres, puedo pedirle a Kali que te eche –bromeó ella, con voz cansada. El intenso esfuerzo que había realizado durante el día le había dejado una sensación de hormigueo en las piernas.

–No creo que lo hicieras –sonrió él.

–Ponme a prueba –bromeó ella. Le abrazó y apoyó la cabeza sobre su pecho. Pasaron unos minutos, mientras Draco le acariciaba el pelo, en silencio.

–Por cierto, no me has dicho qué quieres como regalo.

–Mmmm...

–Y Kali no quiere darme ninguna pista.

–Mmmm...

–¿Tienes alguna preferencia en particular?

–...

–¿Astoria? –pero ella se había quedado dormida. Draco la miró con ternura, y se acomodó en el lecho. Tenía el presentimiento de que el día siguiente iba a ser muy largo.