65. Luces,descaro y acción

La expresión de satisfacción que lucía Afrodita contrastaba drásticamente con las caras ceñudas y adormiladas que le rodeaban. Tomar un vuelo a las cinco y media de la madrugada no parecía ser un plato de buen gusto para nadie, excepto para él, que llevaba puesto un sano color en las mejillas y una sonrisa boba asentada en sus labios. Antes de subir la pequeña maleta en el portaequipajes tiró sobre su asiento el blog de notas, los auriculares, el móvil, un estuche y un paquete de chicles; con la bolsa donde guardaba su ordenador portátil tuvo más cuidado y la aposentó sobre el asiento contiguo . Poco le importaba estar generando atasco en medio del pasillo; su felicidad era totalmente ajena a la mala leche que corría por su alrededor. Primero colocó la maleta y luego se dedicó a embuchar dentro del hueco el grueso anorak, el cual parecía haber entrado en rebelión: si no caía una manga por un lado se salía la capucha con flecos peludos por el otro y al final tuvo que ser asistido por una de las azafatas del avión, mucho más acostumbrada a ese engorroso trajín de lo que estaba él.

En su boca aún se paladeaba el sabor de esa inusitada noche de alcohol y sexo furtivo y en su mente seguían replicándose algunos flashes de ese momentazo vivido en el aseo de un bar de copas. «Qué boca tenía el jodido...» pensó para sí mismo, sintiendo cómo un tenue cosquilleo volvía a tomar vida en su satisfecha entrepierna al rememorar una de las mejores felaciones recibida en los últimos meses. Recordar lo que había llegado después le estaba excitando de nuevo, obligándole a sacudir la cabeza y las imágenes que su lasciva mente se empeñaba en recuperar. Con gestos gráciles recogió todo lo que había tirado sobre su plaza asignada y se sentó dejándose caer. Bajó la pequeña bandeja que servía de mesa y abrió sobre ella el portátil. El siguiente paso fue conectar los pequeños auriculares y elegir el volumen adecuado para aislarse de todo lo demás. Aún quedaba tiempo de embarque y podía seguir repasando las jornadas del juicio mientras no se señalizara el apagado de dispositivos. Aprovechó el momento para abrocharse el cinturón y abrir la libreta de notas, dejándola sobre su regazo. En la zona de espera se había quedado en el inicio del testimonio de Thane Sifakis, pero su mente era incapaz de concentrarse. Por un momento cerró los ojos y dejó que Thane fuera respondiendo las preguntas que le planteaba el fiscal Samaras mientras él evocaba de nuevo esa boca trabajándole la verga. Acto seguido se vio a sí mismo desembalando la tiesa mercancía que llevaba consigo el camarero y darse media vuelta para poder sentarse sobre ella y cabalgarla a placer. Un ligero gemido se formó en su garganta, el cual murió en una sensual mordida de labios y en una necesaria reacomodación de su trasero sobre el asiento. No podía evitarlo: volvía a estar empalmado y ocultó el explícito bulto de la erección bajo la protección de sus notas. Thane seguía hablando dentro de sus oídos, pero Afrodita sólo fue capaz de murmurar palabras de halago hacia ese tío que no volvería a ver jamás.

─Que qué esperaba si había ido a escuela de curas... delicioso pervertido...

«Mi hermano y yo pasamos gran parte de nuestra infancia y adolescencia en un internado dirigido por una congregación de curas católicos ortodoxos. Nuestros padres ostentaban...» seguía rezando Thane, ajeno a la tórrida escena que se repetía tras sus párpados cerrados, instante en que la voz de la azafata se materializó de forma autoritaria a su lado.

─¡Señor! ¡Insisto en que apague todos sus dispositivos o los ponga en modo avión!

Afrodita pegó tal brinco que blog, bolígrafo y chicles cayeron al suelo. El rostro de la azafata estaba apenas a un palmo del suyo y la manera con la que sus ojos lo fulminaban era de todo menos amable. Él le devolvió la mirada sin poder focalizarse en nada: vio de refilón que ya no quedaba nadie en pie y que la señal de apagado de dispositivos y cinturón abrochado resplandecía en rojo, siguió sintiendo la voz de Andor en su interior alabando la influencia de la religión en su intenso apetito sexual y oyó de lejos a Thane, como un eco, recordando su infancia en un internado de curas.

─¡Dos minutos! ─exclamó, mirándose a la azafata con los ojos fijos, abiertos a la clarividencia más absoluta─ Necesito descargar un documento.

─Señor, no podemos despegar porque el internet de ¡su! portátil está interfiriendo ─replicó impaciente, apuntando al ordenador con el dedo índice─. Debe apagarlo, dejarlo debajo del asiento y cerrar la mesa.

─Es de vital importancia, señorita... descargo el documento y hago todo lo que usted quiera.

─No es lo que yo quiera, es su obligación como pasajero, señor. Su capricho está retrasando el vuelo ─le recordó la mujer ya entrada en edad, exhibiendo una palpable desgana.

Afrodita la observó con ojo periodístico y, poco a poco, sus facciones satisfechas y arreboladas comenzaron a transformarse en un rictus de ruego y desesperación que incluso le inundó los ojos.

─Señorita...─susurró, sacando a flote todo su talento para la actuación─ estoy haciendo un reportaje sobre la adaptación del corzo en tierras noruegas...Es mi trabajo de final de carrera y, si lo apruebo, me contratan en National Geographic. Ahí se gana bien, ¿sabe? y mi madre está sola... Usted y ella deben tener la misma edad, mi padre se fugó con otra dejándonos sin un centavo en el bolsillo... Es ama de casa y...─una lágrima consiguió desprenderse de su ojo licuado, momento en que se tomó un segundo para fingir un hipido y romper un poco más la voz─ ¿dónde encontrará trabajo ahora? ¿a su edad? Depende de mí...de este proyecto...Debo entregarlo hoy antes de las doce de la noche...─continuó, flagelándose internamente al darse cuenta de que nada de lo que estaba soltando por la boca tenía sentido alguno─. Le prometo que descargo las grabaciones de campo que tengo en la nube y lo pongo en modo avión. Prometido...

Un quejido lastimero le ayudó en el momento de restregarse el dorso de la mano por las lágrimas forzadas y volvió a mirar a la mujer, poniendo morritos y con los ojos ardiéndole por el esfuerzo.

La azafata miró a ambos lados del pasillo. Las compañeras le hicieron señas con las manos para arreciarla y ella regresó su atención sobre el sueco, sintiéndose empática con la situación de su pobre madre.

─Cinco minutos.

─Ni uno más, querida ─le sonrió él, ofreciéndole de repente su rostro más seductor y angelical, manteniendo la mirada fija sobre la mujer hasta que esta se retiró─. A ver, concentrémonos de una jodida vez...─con rapidez procedió a la descarga de las jornadas de juicio que le quedaban pendientes y justo cuando la mujer regresó para exigirle, sí o sí, que lo desactivara todo, él accionó el deseado modo avión─. Gracias señorita, mi madre le estará eternamente agradecida...

─¿National Geographic? ─preguntó la mujer, que comenzaba a pensar demasiado─ ¿Y debes entregarlo en Atenas? ¿En sábado?

─Qué cosas, ¿verdad?─ respondió él, encogiéndose de hombros como un chiquillo inocente.

Finalmente el avión pudo levantar el vuelo sin una demora más y, a la que la luz del cinturón se apagó, Afrodita se desabrochó el suyo y bajó la bandeja para dejar sobre ella el ordenador. Durante el tiempo de despegue y consecución de altura no pudo quitarse de la cabeza la frivolidad que se había mandado el camarero cuando estaban en plena faena, como tampoco la revelación que había escuchado de Thane durante el juicio. Yendo al archivo descargado, avanzó hasta el momento en que el médium volvía a referirse a su infancia en un internado religioso y congeló la imagen. La expresión facial y corporal que ofrecía Thane se le antojaba fría y al mismo tiempo serena pero, metros más atrás y aunque borroso por la mala calidad de la descarga, Hypnos se percibía tenso, con la mirada fruncida y clavada en su hermano. Poco a poco el periodista fue avanzando metraje y se fue pausando la grabación cada vez que algún matiz cambiaba en el rostro de Hypnos. Era obvio que el relato que estaba dando Thane consistía en un tiempo y lugar compartido por ambos; y también le iba quedando claro que, fuese por la razón que fuese, no lo habían vivido de igual manera. Las palabras de Thane iban desvelando los castigos que había recibido como consecuencia de experimentar ese don que asustaba a los clérigos, pero la expresión furibunda que se iba apoderando de los rasgos de Hypnos le relataban otra historia.

Una historia a la que nadie le estaba poniendo voz.

Afrodita cogió su blog de notas y pasó páginas hasta dar con una de limpia; sacó la punta al bolígrafo y anotó con presteza un par de consignas: «buscar internado hermanos Sifakis. Buscar docentes y responsables».

─«Fui a un colegio de curas, ¿qué esperas?»...─ recordó otra vez a media voz─. Curas... internado... abusos de poder... represión... abusos sexuales a menores... impunidad...─el periodista apoyó la cabeza contra el asiento y clavó sus ojos en la enumeración de palabras y posibilidades que se estaban escribiendo en mayúscula sobre el papel de su mente─ Me cago en la puta, aquí puede haber mucha mierda...pero mucha...

Afrodita entró en el pintoresco estudio que tenía alquilado en Atenas tan sólo para tomarse una ducha, cambiarse de ropas y clarificarse la mente con un buen desayuno fuera de tiempo acompañado de un café. Apenas había dormitado algo en el avión, pero la verdad era que dormir había pasado a un segundo plano. La adrenalina le corría por las venas, cosquilleándole por todo el cuerpo y dotándole de una energía y un vigor que no iba a desperdiciar con siestas aplazables.

─Hyppolitos Sifakis, pintura interior iglesia...─balbuceó con la boca llena de cereales mientras tecleaba dichas palabras en Google─. Quizás haya algo de información...

Su dedo corazón presionó «enter» y sacudió la cabeza con gracia para apartarse los mechones húmedos y perfumados que ya se estaban contorsionando en bucles. Lo primero que le apareció fue una publicación del periódico online que hacía competencia al que le pagaba las crónicas a él: «Alud de visitantes a la vieja Iglesia que acoge la ópera prima del procesado artista Hyppolitos Sifakis». Abrir la noticia fue un acto reflejo e inmediato, tanto como anotar con prisas la localización de dicho edificio eclesiástico: alrededores de Davleia, cerca del monte Parnassus.

─Vale...esto está en el área de Delfos más o menos, por lo que si salgo ahora...─murmuró, ojeando la hora─ calculo que llegaré allí a primera hora de la tarde.

Afrodita se terminó los cereales en un santiamén, volvió a recoger todos sus bártulos y salió de casa en busca de su mini coupé.

Hizo el trayecto del tirón. Más de dos horas al volante las cuales ocupó con música y cábalas.

Muchas cábalas.

Al llegar a la ciudad se sintió perdido. No daba con ninguna indicación que le mostrara el camino a seguir y se vio obligado a tirar de ayuda ciudadana. Dejó el coche parado en doble fila delante de un bar y entró a preguntar sus dudas. Gracias al hastío con el que fue atendido dedujo que no era la primera persona que pasaba por ahí haciendo las mismas preguntas, pero salió con una respuesta y no le importaba nada más. Volvió a sentarse tras el volante de su pequeño coche e hizo caso de las rancias indicaciones, las cuales le hicieron abandonar la ciudad y desviarse hacia la derecha, siguiendo en una carretera secundaria que serpenteaba por un valle custodiado de montañas. Cinco minutos de conducción le alcanzaron para divisar la apertura a una llanura y una buena colección de coches estacionados. Tras el manto de carrocerías de diferentes colores se alzaba la silueta de una viaja iglesia ortodoxa con un sobrio edificio extendiéndose por su flanco derecho. No había duda que la retahíla de ventanas, sucedidas en filas formando tres pisos, daban el aspecto de pertenecer a un edificio residencial. Al frente, la iglesia ofrecía sus puertas abiertas, pero el párroco no daba abasto en demandar calma, silencio y respeto a todo ese inesperado corro de gente con ansias de meter las narices hasta la descascarillada pintura que adornaba la parta posterior del altar.

─¡No! ¡Fotos con flash no, por favor! ─rogaba el cura, retorciéndose las manos ante la indiferencia del morbo.

El hombre iba pidiendo respeto con la poca energía que le quedaba y Afrodita sintió nacer dentro de sí unas irrefrenables ganas de ayudar al prójimo.

─¡Orden!─exclamó, avanzando con paso firme entre todos los presentes al mismo tiempo que dejaba atónito al viejo párroco ─. ¡Ya están escuchando al padre! ¡Nada de flashes, nada de apelotonamientos, nada de griterío!─ prosiguió, siendo él que el alzaba la voz más que nadie.

La gente le miró sin saber de dónde salía ni a qué venían esas órdenes que se repetían en eco por toda la iglesia y Afrodita aprovechó para subir los dos peldaños que alzaban el altar y se posicionó delante del micrófono dispuesto para ofrecer misa.

─¡Soy el concejal de cultura del Ayuntamiento! ─esgrimió, con una seguridad apabullante que incrementó al mostrar su carnet de periodista colegiado a modo de identificación acreditativa─. ¡Dadas las circunstancias excepcionales que se están produciendo a raíz del juicio contra el señor Hyppolitos Sifakis, el alcalde de Davleia ha decretado el cierre de la Iglesia para la instauración de horarios de visita y control de aforo!─ exclamó, sintiéndose cómodo con su nueva interpretación─. ¡Vayan abandonando el recinto! ¡A partir de esta media noche se abrirá la web donde poder concertar el día y la hora de visita! ¡Si no abandonan el edifico en breve llegará la policía local de Davleia para proceder al desalojo!

La gente fue abandonando la iglesia de mala gana, pero Afrodita se lo estaba pasando en grande ejerciendo el poder que le concedía ser el concejal de cultura de una ciudad que ni conocía . Una vez pudo haber echado hasta la última alma chismosa indicó al cura que podía proceder al cierre de puertas y el pobre viejo no demoró ni un segundo en sellar el acceso a su calma y soledad habitual.

─No sabía que el Ayuntamiento había decidido regular las visitas...─se explicó, regresando sobre sus pasos por el pasillo central, lugar donde Afrodita se había apostado para admirar los restos de algo que, indudablemente, había sido espectacular─. Lo agradezco, porque la verdad es que no estoy acostumbrado a recibir tanta gente... Apenas viene algunos fieles a la misa del domingo y poco más...

─Usted mantenga las puertas cerradas hasta nuevo aviso ─le sugirió Afrodita, quitándose la máscara ─. Y no hace falta que me agradezca que le haya librado de los curiosos carroñeros, sólo le pido que a cambio me de un poco de su tiempo.

─¿Qué quiere decir?

─No tengo nada que ver con este pueblo ni su ayuntamiento. Soy periodista y, como todos los que acabamos de echar, quiero ver. Y quiero saber ─sentenció, orgulloso y seguro de sí mismo.

El hombre rodó la mirada hacia el techo y emitió un largo suspiro. Estaba en ese punto de la vida que pasar los días ya costaba, y si además tenía que hacerlo lidiando con la inquietud curiosa de la gente, el trance se le estaba antojando, como mínimo, demoníaco.

─Mire joven, le agradezco que en su egoísmo me haya librado de toda esa congregación de curiosos que llevan asaltándome desde ayer, pero temo no poder serle de ayuda, ni a usted ni a nadie ─el cura avanzó unos pasos más y tomó asiento en el primer banco, dejando reposar su cuerpo escuálido mientras alzaba la mirada hacia la maltrecha pintura que ahora copaba toda la atención de Grecia ─Vine aquí hace unos seis años... yo no sé nada acerca de la pintura que todo el mundo parece adorar de repente...

─¿Y del internado? ¿Sabe algo del internado en el residieron durante años muchos niños y adolescentes?

Afrodita se sentó en el banco del otro lado del pasillo, haciéndose con el móvil para poner en marcha la grabadora de voz.

─No, hijo... Cuando yo llegué ya no funcionaba. Vine únicamente para ocuparme de la Iglesia y oficiar las misas. La residencia estudiantil está cerrada al uso desde hace varios años, al menos así lo tengo entendido...

─Pero...usted debe tener la posibilidad de acceder a ella...

─Por supuesto, tengo las llaves de toda la edificación.

Afrodita sonrió. Lo hizo con la complacencia de saberse metido en el ajo de algo denso, y no tenía prisa alguna. Ese viejo encorvado y sentado cerca de él tampoco, puesto que parecía tomarse los días con la cadencia del que espera lo inevitable.

Únicamente era cuestión de echarle paciencia, astucia y tenacidad, y de todas ellas Afrodita andaba bien servido. De momento apreciar la obra de un jovencísimo Hyppolitos podía ser una buena manera de empezar la crónica de su vida.

Apreciar el innegable talento.

La vida impresa en unos trazos infantiles, tal vez aún inocentes.

Los restos descascarillados de un alma luminosa, ahora podrida...

Sí, podrida...pero...

¿por qué?