56. ¿Abogado o enfermero?
AVISO: Capítulo con contenido sensible. Lenguaje soez, escenas disgustantes y con una visión sobre el sexo que puede herir la sensibilidad de algunas personas.
Lamento informar que, a partir de ahora, la mayoría de los capítulos contendrán temática controvertida y sensible, por lo que recomiendo total discreción a la hora de leer. La trama principal de esta historia es delicada, y hemos llegado a un punto que la misma naturaleza de Duelo Legal demanda la inmersión en contenido delicado.
Aún así espero que quienes seáis seguidor s de esta historia lo disfrutéis.
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Algo en su nuevo trabajo no acababa de convencerle, pero por mucho que lo estudiara desde todas las distancias posibles, no sabía dar con él qué. Quizás era esa mirada apagada, o esos labios que no se prestaban a sonreír con la naturalidad que ella deseaba.
Probablemente solo era el reflejo de su propia tristeza el que ensombrecía los matices de ese rostro que se acercaba a la pretensión de un fiel auto retrato, o la añoranza que comenzaba a serpentearle por dentro...Tal vez los miedos que insistían en filtrarse por las fisuras de su autoestima artística aún en construcción...O la difícil aceptación de ciertas realidades que se habían atrevido a estrujarle un poco su jovencísimo corazón.
Elsa exhaló un largo suspiro y se abrazó a sí misma, ciñéndose al cuerpo la holgada camisa masculina elegida a modo de batín provisional. La oleada de perfume que ascendió hasta su nariz hizo que cerrara los ojos y se deleitara con el sugerente aroma que siempre vestía la piel de aquél con el que ahora dormían sus pasiones; una de sus manos viajó hacia la nuca e intentó suavizar esa tensión que le agarrotaba los hombros, la otra continuó agarrándose a la tela sobrante de la camisa hasta que una mano más grande y segura se posó sobre ella.
─Te estás obsesionando con el retrato─ susurró Hyppolitos a sus espaldas, abrazándola por la cintura al tiempo que su alto cuerpo se convertía en soporte para el desánimo de Elsa─, y la obsesión no es buena consejera. Te sugiero que dejes reposarlo, que le des tiempo ─agregó, estrechando el cariñoso cerco de sus brazos.
─Transmite tristeza, Hypnos...Y no es lo que yo deseo...
─¿Acaso transmitir tristeza está reñido con el cometido del arte?
─No, claro que no, pero...
─Transmites, Elsa...Tus pinturas tienen un poder de comunicación exquisito; son un reflejo del estado de tu alma en el momento en que esta te invita a tomar el pincel para expresarse...No es bueno juzgar el resultado de algo que te nace aquí dentro...
La mano de Hyppolitos presionó suavemente el estómago de la joven y le depositó un beso en el cuello, hundiendo su nariz entre los mechones que se resistían a escapar de su larga trenza medio deshecha.
Elsa volvió a cerrar los ojos para intensificar las sensaciones que la cercanía y tacto de Hypnos despertaban en su cuerpo e, inspirando a consciencia, se dio media vuelta para poder colgarse de la nuca de su mentor, dejando que sus dedos jugaran con sus cabellos rubios mientras ella se perdía en su clara y peculiar mirada.
─Supongo que...─comenzó a asumir, humedeciéndose los labios antes de proseguir ─ extraño a mi familia, mi hermano...
─El proceso creativo a veces requiere de distanciamiento de todo aquello que nos produce apego, ¿recuerdas?
─Ya...lo sé, me lo dijiste el primer día en que comenzamos con la mentoría...«tomar distancia de lo familiar y cotidiano»...
─¿Y ves cómo van aflorando nuevos sentimientos que te ayudan a evolucionar en tu talento? Acabas de mencionarme dos de ellos: «tristeza» y «añoranza».
Elsa desvió la mirada por un instante antes de volver a conectarla con la de Hyppolitos, ofreciéndola un poco licuada.
─Tienes razón, Hypnos...─ susurró, comiéndose los labios para refrenar «eso otro» que también le punzaba por dentro.
─¿Pero...? ─ insistió él, mirándola con devoción ─¿Qué más sucede? ─ Ella negó con la cabeza y quiso apartarse de él, hallándose atrapada por la fuerza que ejercieron sus firmes brazos ─¿Te sientes mal por lo que te conté anoche? ─ Elsa volvió a maltratarse los labios, se encogió de hombros y esbozó un avergonzado «un poco sí» ─ Hypnos aflojó su retentivo abrazo y suspiró con decepción ─ Elsa...estoy enamorado de ti y quiero hacer las cosas bien. Te conté esta parte de mi pasado porque es algo que no puedo cambiar y que siempre estará allí, pero ello no impide que desee seguir adelante...
-Lo sé...─admitió ella ─solo que no esperaba saber que tienes una hija de dos años...Te había creído «soltero y sin compromiso» ─musitó, sonriéndose un poco para quitar importancia a ese detalle que le pellizcaba el alma ─Temo...temo que aún puedas sentir algo por su madre, ya sabes...este tipo de tonterías que no deberían doler, pero que...
─¿Acaso estás celosa, mi pequeña? ─inquirió él sin malicia, sonriéndose con esa luz capaz de conseguir lo que fuese.
─Bueno...─Elsa le miró haciéndose la remolona, mostrando al fin esos trazos dulces y joviales que seguían delineando su tierna juventud ─ un poquito...─agregó, midiendo la pequeña cantidad sufrida de celos con un divertido gesto de sus dedos.
─Trato con la madre de Phantasos únicamente para que a nuestra hija no le falte de nada, pero no estoy enamorado de ella...─ronroneó el pintor, posando sus manos sobre la cintura de Elsa para propiciar que sus cuerpos se rozaran con malicia ─Lo estoy de ti...de tu sencillez...─sus labios buscaron los de la joven, hallándolos dispuestos a jugar ─...de tu belleza interna...─las manos viajaron hacia los delicados hombros y arrastraron la tela de la camisa hacia los brazos, consiguiendo que los pequeños y tersos pechos de la joven quedaran al descubierto ─ de tu talento...te tu belleza externa...de cuerpo perfecto...─ los pulgares osaron rozar los duros pezones de la muchacha y sus bocas se entregaron a una lucha que auguraba un placentero final.
Ella se colgó de su cuello para brincar y cercarle la cintura con las piernas.
A él le faltó tiempo para empotrarla contra una pared y liberar su erección.
─Fóllame Hypnos...─hipeó ella, agarrándose a la espalda del mecenas mientras hundía el rostro entre sus cabellos y gozaba con el roce de su pene contra sus braguitas mojadas ─ fóllame como solo tú sabes...
─¿Segura? ─roncó él, completamente entregado a ese pernicioso vaivén.
─¡Sí, joder, sí!
Las braguitas fueron apartadas de un arrebato tan brusco que las rasgó hasta la goma. La gruesa verga se embocó como guiada por voluntad propia y con la primera estocada la penetró entera. Elsa esgrimió un gemido que no se sabía discernir si era de placer o dolor y las siguientes arremetidas pronto se entregaron a un fiero instinto animal que barrió todo atisbo de lucidez y control. Las uñas de ella dejaron su huella en la pálida espalda de Hypnos, sembrándola de visibles arañazos; la boca de él se enganchó a los pezones, mordiéndolos y succionándolos con peligrosa intensidad hasta que el tempranero orgasmo de Elsa sacudió su cuerpo y exprimió el del pintor.
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─Será hijo de puta...¿Cómo no me di cuenta? ...─masculló Lune para sí mismo, no dando crédito a lo que acababa de leer ─ ¿Cómo he sido tan ciego de no darme cuenta? ¡Maldita sea! ─un puñetazo se contuvo al querer estamparse contra el reposabrazos de la silla y acabó desviándose hacia sus labios, donde sus dientes se enzarzaron con la uña del pulgar.
Las cejas de Balrog se habían contraído peligrosamente y su mirada estaba concentrada en toda la retahíla de ideas que poco a poco iban ensamblándose en su mente, dando forma a un terrorífico puzle de probabilidades que desafiaba la solidez de su calculada previsión y lógica. Recordó con fatal claridad que Kanon se había ausentado del juicio un día. No había escapado a su capacidad analítica la peculiar relación que existía entre el descarado asistente del Fiscal y el excéntrico periodista, pero no le había otorgado más importancia de la asumible en cuanto al incordio que ese muchacho sueco suponía para cualquiera. Luego, otra vez Kanon, le amargó el día dejándole saber que un instinto investigador que no le había adjudicado en ningún momento le había conducido hasta Lamia, procurándole tal grado de ofuscación que no había sido capaz de reparar en la ausencia del periodista más controvertido del panorama informativo actual. Una ausencia que ahora se manifestaba en su Oslo natal y que, además, tenía el atrevimiento de sacar a la luz una realidad excesivamente delicada.
Lune chasqueó la lengua, negó con la cabeza y se estrujó la frente como si así fuera a lograr que ese jodido dolor de cabeza le dejara un poco de tregua, pero los gemidos que Hyppolitos profirió entre sueños reclamaron su atención sobre él.
Hacía una hora que Hypnos dormía bajo los efectos de los calmantes, pero al parecer el descanso no estaba siendo profundo. Algunas palabras morían a las puertas de sus labios apretados, transmutando en vocablos ininteligibles y lamentos donde se mezclaban diferentes orígenes de dolor.
Balrog se fijó en el gotero. El calmante llevaba minutos agotado y el suero hidratante seguía con su rítmica administración. Hypnos se revolvía en la cama; golpes de respiración escapaban acompañados de lánguidos lamentos y cuando abrió los ojos a la nada de esa estancia gris y desolada, estos se presentaron enrojecidos y aguados.
─¿Cómo estás? ─preguntó Balrog, fijándose en la tensión con la que las manos de Hypnos se agarraban a la sábana ─ ¿Has podido descansar algo?
El artista negó e intentó tragar esa saliva que no tenía.
─He...he soñado...
─Es normal. Los calmantes a veces favorecen la aparición de sueños.
Hypnos volvió a negar con la cabeza y buscó el rostro sobrio y serio de Lune.
─He soñado con una persona que...que hacía tiempo había olvidado...
Balrog no quiso seguirle la corriente. No sabía a quien se refería ni tampoco le importaba. No en ese momento en que se acercaba la hora del juicio.
─Iré hacia los Juzgados, Hyppolitos. Pondré al Juez Dohko en conocimiento de tu estado físico y él decretará si se aplaza la jornada o si se sigue adelante a pesar de tu ausencia. Hoy no es tu día para prestar declaración, de modo que tal vez no sea imprescindible otra moratoria.
─N...No...─Hypnos hizo el terrible esfuerzo de alargar el brazo y tomar a Balrog de la muñeca ─Quiero ir...
─No puedes, Hyppolitos. Tu estado físico no es apropiado. Debes descansar y dejar que tu cuerpo sane.
─Eres abogado, no médico...─contraatacó Hypnos, sosteniéndose la respiración al tiempo que hacía inconmensurables esfuerzos para incorporarse ─ Necesito ir...
─Estás mal herido, Hyppolitos. Es algo evidente ya sea ante un sanitario o un abogado.
─Pues mejor...Causaré más impacto en los medios...la gente verá qué sucede en las cárceles...
─No se ganan los juicios generando pena y buscando la compasión pública, Hyppolitos...─se molestó Lune, comenzando a temer que la terquedad del artista no iba en vano.
─Pero ayuda, Lune...y lo sabes...
Balrog suspiró con impotencia. Claro que sabía que llegar al juicio presentando un aspecto tan desvalido e injuriado haría correr ríos de tinta, despertaría incesantes murmullos y suposiciones y, además, golpearía ese lado empático y compasivo que pudiese residir en alguna esquina de la opinión pública.
─Es insensato ─ acotó, aún con esperanza ─. Deberás estar sentado y te han destrozado la zona anal...Las heridas necesitan descanso y tiempo para cicatrizar.
─Tú no decides esto...─advirtió Hyppolitos, consiguiendo quedar sentado sobre la cama, haciendo el ademán de arrancarse la vía él mismo.
─¡De acuerdo! ─exclamó Lune, deteniéndole la intención ─, pero sin imprudencias. Arrancarte la vía puede producierte mucho daño ─. Ahí Balrog vivió la tentación de retirarla él mismo, de desinfectar la zona, de procurarle un buen apósito, de hacer muchas cosas que seguían viviendo dentro de él, pero su razón fue más rápida que sus impulsos y se detuvo en el gesto que impidió el error de Hypnos ─ Voy a informar al doctor de tu decisión y a pedirle que nos envíe a alguien que te acicale y vista.
Hypnos asintió. Rebajó sus ínfulas de orden y mando y trató de relajarse, haciendo un gran esfuerzo mental para sobreponerse al terrible dolor que le astillaba el cuerpo.
─¿Puedes acercarme agua, por favor? ─preguntó, mirándose a su abogado como si fuese su ángel salvador─ tengo la boca seca...
─Claro...
Lune llenó un vaso de plástico y se lo acercó a los labios con esa gracia que no derramaba jamás ni una gota.
─¿Y es mucho pedir que...que me ayudes a vestir tú?
Balrog dejó el vaso sobre la mesita y valoró esa petición que se le antojaba surgida desde un miedo tan clandestino como profundo. Un suspiro de rendición fue todo lo que se escuchó en la sala y asintió con un sencillo gesto, dándose tiempo para procurarse un urgido replanteamiento mental de cómo afrontar la mañana.
─Está bien. Pediré que nos acerquen la ropa aquí. También te afeitaré si quieres.
─Por favor...
─Y viajaré contigo en el convoy policial. Lo que has experimentado esta noche aquí es algo que no puedo ni debo dejar pasar, Hyppolitos...Luego valoraré si reporto lo sucedido a la dirección penitenciaria.
El abogado calló cuando el médico se acercó a Hypnos y le retiró la vía, absteniéndose de articular palabras. El momento fue tan fugaz como tenso y, cuando volvieron a estar solos, Lune se despojó de la americana, se arremangó la camisa y se acercó a la cama del artista, pasando los brazos por debajo de sus axilas.
─Apoya la zona de los codos sobre mis hombros y no hagas fuerza de ningún tipo, ¿entendido?
Hypnos asintió en silencio y cerró los ojos con fuerza al sentir cómo los brazos de su abogado se cerraban en su espalda ─, y ahora...a la que cuente tres aguanta la respiración, este paso va a doler, pero si no respiras se hará más rápido y leve. ¿Listo? Uno, dos...¡tres! ─ Un grito de dolor se quedó atrapado en la garganta de Hypnos, pero Balrog había tenido razón. Ahora, estando ahí de pie, las piernas le flaqueaban, los músculos de todo el cuerpo le atormentaban de dolor, pero esa invasión de agujas acuchillándole por dentro parecía ir desvaneciéndose poco a poco ─ Sostente aquí ─indició, acercándole la silla en la que él mismo había estado sentado ─ Voy a por tu ropa y conseguiré paños jabonosos para poder asearte un poco, ¿de acuerdo?
Hypnos asintió apretando la mandíbula y el orgullo. De refilón había avistado el colchón, tomando consciencia de las manchas de sangre que lo mancillaban a la altura del trasero antes de que Lune tuviera el acierto de tomar la sábana y privarle de la observación de semejante estampa.
─ Vamos a conseguir que te sientas mejor, confía en mí...─ dijo Balrog, experimentando cómo una punzada de repulsión le estrujaba el estómago al ver los regueros de sangre seca que seguía adherida a los muslos del pintor.
─Lo hago, Lune...No puedo confiar en nadie más que en ti...
