60. Haciendo memoria

─¿Cómo era la relación con su hermano? ¿Estaban unidos?

Thane inspiró mientras revitalizaba un poco los hombros y dirigía su mirada hacia Hypnos por primera vez.

─Nunca fuimos cercanos ─confesó─. Y mucho menos confidentes.

─¿Cómo definiría su relación?

─Inexistente. Tal y como acabo de decir, yo era un niño taciturno y solitario, características que en mi adolescencia se acentuaron todavía más.

─Y el señor Hyppolitos, ¿qué tipo de niño y adolescente era?

─¡Protesto! ─Balrog se alzó con brío, mostrando la frente perlada de sudor y algunos mechones de cabello escapados de la sujeción que lucía en la nuca─ Diga lo que diga el señor Thane Sifakis se reducirá a una opinión puramente subjetiva, como lo es todo el misterio que se empeña en mantener vivo alrededor de su persona.

─Se acepta ─decretó Dohko, quien mantenía la mejilla apoyada en la palma de su mano.

Saga soltó una larga respiración por la nariz, apoyó una mano en la cadera y valoró cómo narices proseguir con un mínimo de coherencia que, a la vez, fuera capaz de sembrar recelo entre el jurado.

─Avancemos en el tiempo, señor Thane ─dijo, regresando su atención hacia el médium ─. Llegamos a su juventud. ¿Cómo se presentó? Ilumínenos con brevedad y sea conciso, por favor...─demandó Saga, abrazándose a la improvisación más escandalosa de su carrera profesional.

─Fue durante mi adolescencia acepté con plenitud mi peculiar sensibilidad. Me entregué a ella y decidí compartirla con todas las personas que por diversos motivos la necesitasen ─se explicó Thane, arrancando algunos murmullos entre los asistentes ─ Comencé con la voluntad de ayudar a muchas personas para que pudieran cerrar círculos emocionales, a terminar conversaciones pendientes con sus seres queridos traspasados... Me entregué, en cuerpo y alma, a la ayuda altruista de personas cuyos corazones vivían inquietos, ofreciéndoles la paz que todo ser humano se merece conocer.

─¿Nunca sacó provecho monetario de sus, digamos, sesiones espirituales? ─ inquirió Saga con afán de recalcar la pureza de su filantropía.

─Jamás.

─Pero se creó un nombre. Un caché como médium...

─El boca-oído de las personas satisfechas con sus experiencias fue el responsable de otorgarme dicha fama. Yo nunca la busqué.

─Aun así, acabó prestándose a la familia Heinstein. Familia de origen alemán afincada en Grecia, la cual poseía un extenso patrimonio, tanto mobiliario como financiero.

─Exacto ─admitió Thane, tragando saliva ─ Violet contactó conmigo porque albergaba inquietudes hacia sus progenitores fallecidos y deseó ahondar en ellas, buscar respuestas, ofrecerles paz.

─Y ahí coincidió con su hermano Hyppolitos...─apuntó Saga, dándose un largo instante para estudiar a Hypnos fijamente y presentarle un pulso de miradas.

─Sí. Él había sido contratado por el señor Heinstein para satisfacer sus pretensiones dieciochescas de poseer retratos personales y familiares de su linaje. E Hyppolitos, como ya he mencionado y en lo que me reafirmo, poseía un talento inmenso. Era lógico que sus dotes artísticas fueran motivo de puja por parte de familias pudientes.

─¿Coincidieron en la mansión de los señores Heinstein?

─En muy pocas ocasiones.

─¿Cómo se presentaron esos encuentros?

─Fríos. Distantes ─Thane también viró su mirada hacia Hypnos, hallándole con los labios apretados, el ceño fruncido y la respiración pesada ─. Pero, a pesar de ello, correctos cuando fueron inevitables.

─Afirma entonces que, ¿se evitaron?

─Siempre que pudimos. Pero en alguna ocasión, Violet y su marido se empeñaron en compartir ágapes con nosotros, en agasajarnos por los servicios que, cada uno desde nuestro don particular, les ofrecíamos.

─¿En qué año sucedieron estos acontecimientos?

─En otoño del 1994.

Ahí Saga sintió cómo su corazón le daba un vuelco. Recordó con claridad el año y la información adherida a él, visualizando cómo una serie de hilos aparentemente inconexos comenzaban a anudarse en su mente.

─1994...─repitió, otorgándose tiempo mientras las palabras batallaban para repartirse el orden de salida correcto ─. En 1994, señores del jurado ─dijo, girándose hacia ellos y avanzando un trecho prudencial ─falleció una jovencísima artista noruega, llamada Elsa. Elsa Dou Garbellen. Anoten bien el año y el nombre porque, aunque es la primera vez que lo escuchan en este tribunal, no será la última. Y les avanzo el motivo: esta muchacha gozaba del mecenazgo del señor Hyppolitos Sifakis en el momento en que decidió quitase la vida. Sí, como lo oyen...Elsa cometió suicidio estando bajo la tutela artística del señor Hyppolitos. Tenía tan solo veintitrés años de edad y toda la vida por delante, pero algo en su interior la empujó a dejar el camino.

─¡Protesto! ─exclamó Balrog, aflojándose el nudo de la corbata sin darse cuenta ─¡Es el señor Samaras quien no toma ningún camino útil! ¡Se está desviando del tema central del juicio una y otra vez!

─Fiscal Samaras...─le regañó Dohko con cierta cantinela ─deje de marear, ya no sé cómo rogárselo.

─No pretendo marear, su Señoría ─ replicó Saga, mirándose a Dohko con una teatralizada expresión de sorpresa ante la enésima regañina recibida ─, únicamente estoy asentando las bases para una conversación que pretendo mantener con el acusado cuando goce de su turno de dar testimonio...

─Prosiga ─gruñó Dohko, ensanchándose también el cuello de la toga.

─¿Sabía que, en 1994, su hermano Hyppolitos ya era padre de una niña de cinco años? ¿Phantasos Melnik? ─ Saga se volvió hacia Thane y avanzó decidido hasta posicionarse cerca de él.

─No. No supe de este dato hasta hace apenas unas semanas.

─Claro, supongo que no era algo que el señor Hyppolitos fuera esparciendo a los cuatro vientos, me refiero al hecho de haber engendrado una criatura junto a una prostituta menor de edad...

─¡Protesto, su Señoría! ¡Protesto!

Saga se sonrió por lo bajín, satisfecho. Su actuación estaba poniendo nervioso a Balrog e incitaba continuos cuchicheos entre la concurrencia de la sala.

─¡Se acepta!

─Regresemos a la mansión Heinstein ─propuso Saga, desabrochándose la americana para tener la comodidad de apoyar la mano sobre el cinto de su pantalón al tiempo que con la otra se quitaba las gafas ─. Usted, señor Thane, mantuvo una relación íntima con la señora Heinstein, ¿es eso cierto?

─Sí...─susurró Thane, rememorando con añoranza─. Me enamoré de ella...perdidamente. Y ella de mí.

En el banco de la defensa, Hyppolitos cerró los ojos con fuerza. Ya no era solamente el dolor de su cuerpo herido el que le acuciaba desde dentro. Eran los recuerdos. Los invisibles esfuerzos que durante años había vertido en sus luchas internas. Los constantes descalabros sufridos en los intentos de reconducción de sus impulsos más deleznables...La inexorable vuelta al inicio, al origen de su particular forma de entender el amor, y profesarlo...

Escuchar el nombre de Violet le hacía arder en ira y así lo delataba la tensión de sus mejillas. La vena hinchada de su cuello. La rojez en sus ojos. El pulso visible en su sien.

Él también la había amado. Con ella creía haberlo conseguido. A su lado se había sentido escuchado sin juicio. Había tomado con fuerza una mano que se le había tendido ofreciendo comprensión y ayuda y, una vez más, había fracasado en su intento de ser feliz.

─Fue una relación adúltera.

─Totalmente.

─¿Sus encuentros íntimos eran frecuentes?

─Sí.

─Y resultaron fructíferos. En 1995 nació Pandora Heinstein, pero usted ya no lo vio.

─Exacto ─afirmó Thane, pasando saliva otra vez.

─¿Puede recordar a los componentes del jurado y a toda la audiencia que sigue este juicio el por qué?

─Porque fui enjuiciado por ejercer como falso médium y estafar a muchas familias.

─El Fiscal de entonces, el señor Aspros Samaras, pedía años de cárcel, pero el proceso se resolvió con una sentencia que le condenaba veinte años de reclusión en un hospital psiquiátrico para que su presunto trastorno mental fuera bien diagnosticado y tratado.

─Correcto.

Saga inspiró hondo. Se alejó de Thane y anduvo hacia su mesa, conectando su mirada con la de Kanon e intercambiando sutiles sonrisas antes de pedirle las cartas de Lamia.

─Aquí, señores del jurado, tengo varias misivas anónimas remitidas a mi padre, el fiscal Aspros Samaras ─Saga volvió a colocarse las gafas y ojeó algunas de ellas antes de elegir una al azar ─. Dichas cartas también están en posesión de la defensa y del Juez Dohko desde ayer; todas albergan matasellos de Lamia, lugar donde todavía hoy está en funcionamiento el hospital psiquiátrico donde fue internado el señor Thane Sifakis y en todas, sin excepción, se leen las mismas súplicas ─. Saga carraspeó sonoramente al tiempo que se recolocaba las gafas sobre el puente de la nariz y se disponía a leer la escogida ─ «Señor Samaras, soy enfermero del hospital psiquiátrico donde está internado Thane Sifakis, y dados mis conocimientos médicos y mi experiencia surgida del trato diario con pacientes de grave diagnóstico psíquico y mental, le sugiero que revise el juicio de Thane y considere reabrir su caso: Thane Sifakis no padece ninguna afección psíquica, es un hombre que está en total posesión de su intelecto y voluntad, por lo que a mi entender, su reclusión aquí está injustificada».

Cuando Saga separó la mirada del papel, la focalizó en Balrog, hallándose correspondido. Dohko había buscado la carta en cuestión y la leyó al mismo tiempo que lo había hecho Saga. A Lune no le hizo falta; él recordaba a la perfección el contenido básico de todas y cada una de ellas. Cambiaban las palabras, sí... la vehemencia de los ruegos o la esperanza volcada en ellas, pero jamás mutaba su opinión profesional ante un encarcelamiento que consideraba altamente injusto, tanto hasta llegar al punto de facilitar una huida y ofrecer la posibilidad de una nueva vida libre de rejas, medicación sedante y estigmas morales.

─Tal y como podrán apreciar cuando se les facilite una copia ─continuó Saga, hablando para el jurado, aunque sin apartar la vista de Balrog ─, el remitente es anónimo, pero su ímpetu en defender la causa en la que creía, encomiable. ¿Recuerda mantener una buena relación con alguien en concreto del personal sanitario que velaba por usted, señor Thane? ─preguntó, girándose hacia él.

─Todos fueron amables conmigo ─resolvió Thane con cierta incomodidad.

─Pero había alguien más cercano, imagino...Recordemos, y hagámoslo con libertad porque ese delito ya ha prescrito, que alguien le facilitó la fuga que llevó a cabo, señor Thane...¿es probable que ese alguien fuese el mismo que escribía las cartas a mi padre?

─¡Protesto! ─Lune ni se levantó en esta ocasión ─ el fiscal sigue basándose y sacando conclusiones de conjeturas.

─Se acepta.

─Curiosamente ─prosiguió Saga sin dar tiempo de reacción a nadie ─, durante sus años de reclusión en el psiquiátrico, arde en llamas la mansión de la familia Heinstein y ahí pierden la vida el matrimonio, pero no su hija de tres años, la cual estaba pasando el día junto al señor Hyppolitos Sifakis, quien, además de recibir gran parte de la herencia, procede con la adopción legal de la pequeña. Es decir, su hermano adopta a su hija, señor Thane, y lo hace mientras usted sigue privado de libertad. La adopta y la cría como a su propia hija y, cuando la joven empieza a querer desplegar sus alas, hallan su cuerpo mutilado y sin vida, con un sinfín de pruebas que apuntan a usted como autor material de la violación y asesinato...¿van anotando toda esta retahíla de acontecimientos, señores del jurado? ─se sonrió Saga, posicionándose en el centro de la sala para fortalecer el protagonismo de las palabras dirigidas al jurado─. Háganlo, se lo recomiendo. Y presten especial atención a estos nombres: Elsa, Violet, Pandora...todas mujeres importantes en la vida del señor Hyppolitos...todas fallecidas en circunstancias trágicas...Sin olvidar a su hija, la señorita Melnik, a quien conocimos el primer día. Recuerden la crudeza que exhibió el señor Balrog al insinuar que en vez de ser víctima de abusos sexuales era culpable de buscarlos y provocarlos en pos de sacarles provecho personal.

─¡Protesto!

─¡¿Qué protesta, señor Balrog?! ¡¿Sus propias palabras?! ¡¿Que la Fiscalía esté haciendo su trabajo de investigación para esclarecer no solo un asesinato, sino toda una vida de desajustes y agravios?! ─exclamó Saga, escenificando una efectiva cólera que consiguió alzar el mazo de Dohko ─. ¡¿Protesta porque se viaja al pasado?! ¡¿O porque se tambalea su presente?!

─¡Orden! ¡Santo cielo, señor Samaras! ¡No parece hijo de su padre!

─No tengo más preguntas, su Señoría. De momento.

Los murmullos del tribunal se hicieron más sólidos. Las cámaras fotográficas inmortalizaron el momento y cuando Saga llegó a su zona, apuró su vaso de agua del tirón antes de rodear la mesa y sentarse.

─¿De dónde cojones te has sacado este jodido guion, hermanito? ─le cuchicheó Kanon, sintiéndose tremendamente orgulloso de su gemelo.

Saga se humedeció los labios y se encogió de hombros, inspirando hondo para ir sosegando tanto la tensión que había embargado el cuerpo como la mente.

─No lo sé, Kanon...Solo he sentido que...que debía tirar por ahí...y lo he hecho.

─Les has puesto nerviosos, eso seguro.

─¡Receso de media hora!

El mazazo que ejecutó Dohko tomó a todo el mundo desprevenido, aunque fue una decisión que se agradeció en todos los sectores.

Saga y Kanon salieron al pasillo y se unieron a los corrillos que confeccionaron sus conocidos. Thane fue acompañado a la sala de los testigos e Hypnos dirigido al despacho habilitado para la defensa y sus clientes. Lune le siguió de cerca, pero apenas articuló palabra. Sus acciones se limitaron a ofrecerle agua, a preguntarle por la intensidad del dolor para valorar si hacía falta adoptar más medidas farmacológicas y poco más. Su alma estaba asomada hacia adentro, observando las profundidades de unos recuerdos que había intentado sepultar bajo palazos de forzado olvido, pero ahora estaban emergiendo demasiados detalles que le alertaban de la insensatez de su pretensión: el dolor seguía latente, el amor fraternal herido y la sensación de no haber hecho suficiente arañándole los tobillos de sus propios reproches.

─No sé por qué este estúpido de fiscal tiene que mencionar a Elsa...─musitó Hypnos, de improviso, captando la fruncida atención de Lune al instante ─. No es culpa mía que esa chica decidiera quitarse la vida...su estabilidad emocional era frágil y yo solo intenté conseguir que creyera en ella, en su particular talento, en sus obras...Yo pretendí convertirla en una mujer fuerte para soportar el peso de la fama, y fue ella sola que se quebró...

Finales de junio de 1994

Elsa había recogido el loft. Lo había vaciado de botellas vacías y lo había limpiado a conciencia. Llevaba dos días sin beber ninguna gota de alcohol, y esa misma mañana había acudido al centro de estética a cortarse las puntas de su larga cabellera negra y solicitar los servicios que le garantizaban un depilado genital integral, asegurándole resultados más duraderos de los que ella conseguía en casa.

El avión que traía a Hypnos de regreso a Noruega, después de haber decidido pasar por Grecia una vez zanjada la inauguración de Londres, aterrizaba a las dos de la tarde. En la zona habilitada de taller le esperaban los últimos cuadros pintados por ella, los que deberían formar parte de su siguiente exposición, y las ansias que sentía la muchacha ante la idea de volver a verle se traducían en un deseo desmedido de agasajarlo en todo: había comprado su vino favorito, había encargado un par de bandejas de canapés variados y se había enfundado «ese» vestido blanco. Los pies estaban cubiertos por los calcetines de hilo calado. Los zapatos de charol, bien lustrosos y brillantes. Los tersos pechos, libres de sujetador, insinuándose con erótica danza bajo la fina tela del vestido. Los cabellos, recogidos en dos largas trenzas que caían por encima de los hombros. Las braguitas, olvidadas adrede para ofrecerse y complacer sin reservas.

Todo parecía urdido a la perfección, pero lo que Elsa no había contemplado era que que Hypnos llegara, sí...pero de muy mal humor.

─¿Ha sido complicado el vuelo? ─preguntó, viéndose apartada a un lado cuando se apresuró a la puerta y quiso colgarse de su cuello para robarle un beso.

─Estoy cansado, Elsa. Llevo días de mucho trajín.

Hypnos se dirigió a la zona de la cama y dejó la maleta aparcada. Se despojó de la americana y corbata y se desabrochó tres botones de la camisa para poder pasarse la mano por el cuello y masajearse la nuca con pereza.

─Me lo imaginé, mi amor, razón por la cual he encargado un pequeño cáterin ahí donde tanto te gusta y he comprado ese vino que me recomendaste hace tiempo.

La joven se dirigió a la mesada externa de la cocina y descorchó la botella, llenando dos copas y acercando una de ellas a su mecenas, quien la rechazó con la misma indiferencia que decidió abrir la nevera y tomar una cerveza

─ ¿No te apetece? ─se intrigó, Elsa, oliendo la temida decepción.

─¿Acaso te he pedido que tomaras estas iniciativas por ti sola? ─le despachó él, áspero y desagradable.

Elsa se sintió como si una jarra de agua fría hubiese sido arrojada sobre sus ilusiones, y cambió el tono de voz, rebajando la intensidad de su alegría a ese nivel peligroso donde se mezclaba el miedo con la sumisión.

─Pensé que te gustaría que te esperara con algo especial...─susurró, inspirando fuerzas para ir un poco más allá en sus ganas de ser visible ─Incluso me he vestido como a ti tanto te gusta...y...─sintiendo su corazón trotar a mil por hora, se acercó a él, que había apoyado su peso sobre uno de los taburetes ─ mira...toca...─añadió, tomando su mano para dirigirla hacia su vulva ─ está suave como el de una niña...─ Hypnos tocó, y Elsa cerró los ojos mordiéndose los labios, anticipándose al placer que experimentaba cuando Hypnos decidía jugar con su cuerpo ─. ¿Te gusta? ─preguntó, gimiendo al sentir cómo los dedos de él presionaban más la zona, abriéndose paso hasta deslizarse entre la perfumada humedad que comenzaba a emerger.

─Veo que al fin estás aprendiendo a satisfacerme, mi pequeña...

─Para ti lo que sea, Hypnos...─bufó ella sobre los labios de Hyppolitos cuando este la comenzó a penetrar con los dedos ─Te he extrañado mucho...─sus delicados dedos se clavaron en los hombros del artista y cuando entreabrió su mirada ebria de deseo se fijó en el bulto que ya crecía en la entrepierna de Hyppolitos ─Ni te imaginas la de veces que me he masturbado pensando en ti...─su mano bajó del hombro hacia la bragueta y apretó con ganas la erección, desatando un encuentro sexual cuyas normas estaban a punto de volver a cambiar.

Hypnos se levantó de golpe y la obligó a inclinarse sobre la barra, sujetándola de la nuca mientras él se bajaba la cremallera y sacaba su verga completamente erecta. Elsa esperó, agarrándose al borde superior del mármol, cerrando los ojos y comiéndose sus propios labios para combatir la sequedad que el deseo estaba esparciendo por su garganta. Jadeó cuando sintió las manos de Hypnos levantarle el vestido hasta la cintura y se mordió un gemido más profundo cuando la mano del artista se arrastró por sus genitales, embadurnándose los dedos con el fruto de su deseo para acabar acercándoselos a la boca en una clara invitación de hacerla catar su propio sabor. Elsa lamió los dedos, a pesar del reparo que en un principio sintió. Los lamió y los succionó, deleitándose con el ansiado vaivén del pene entre sus piernas separadas, modificando el ángulo de sus caderas para propiciar que la estimulación llegara a frotar su clítoris, pero algo de repente mutó en las previsiones del juego. La mano de Hypnos volvió a impregnarse de sus flujos y viajó hacia la zona anal, lubricándola a consciencia.

Y ahí Elsa apenas pudo reaccionar.

Cuando quiso darse cuenta halló su cuerpo inmovilizado. Una zarpa manteniéndole la cabeza sobre el mármol y la otra embocándole la gruesa verga en el ano.

Elsa Intentó resistirse. Apretar los músculos. Cerrar las piernas. Apartar el cuerpo...

No deseaba recibir ninguna penetración anal y todas las ganas que tenía de experimentar ese sexo salvaje que tanto la excitaba se esfumaron con la misma rapidez que sintió su carne desgarrada.

Hypnos la había ensartado de golpe y, ni el grito de dolor con el que se laceró la garganta ni todos los esfuerzos que hizo para evitarlo, consiguieron librarla de ese acto que acabó desahuciando un poco más su alma, la cual acabó entregándose en abandono.

Sus forcejeos cesaron...los iniciales lamentos de placer se transformaron en un silencioso llanto donde las lágrimas fluían sin cesar y la flacidez de su voluntad acudió únicamente para hacer más pasable ese trance en el que se sentía mancillada como una muñeca de trapo, rota y usada al antojo de un hombre con demasiadas caras.