62. Por fin viernes
Despacho del juez
Dohko sujetó el móvil entre oreja y hombro mientras intentaba dar con la manga de la chaqueta. Llamar a casa y ser atendido era algo que muchas veces escapaba a sus esperanzas más básicas, razón por la que siempre ejecutaba la llamada dos veces.
─¡Gloria a los dioses! ─exclamó sorprendido al no necesitar un segundo intento ─ Escúchame, la sesión de hoy ya ha terminado, pero igualmente no vendré a comer. Quiero pasar por el bazar chino nuevo que abrieron cerca de aquí... ¿Cómo que para qué?... Pues para renovar los muebles de la terraza...─Dohko sacudió el brazo al notar que este se estancaba a mitad de manga, sujetando el móvil con la mano ─¡¿y qué que estemos en pleno invierno?! Hace tiempo que hablamos de esto... ─con paso ligero anduvo hacia el perchero donde dejó colgada la toga y comprobó que las llaves de casa estuviesen en el bolsillo de la chaqueta─ desde que te has prejubilado que no hay quien te aguante... ¿acaso me quejo yo de todos los trastos que estás metiendo en el garaje?... ─esgrimió, deteniéndose y gesticulando en mitad del despacho, con la mirada fija en las baldosas─ Vale, vale, sé lo que acordamos... ¿Traigo algo para la cena?... Pues si te digo la verdad me apetece un buen vino, una película de esas que duran tres horas y dormirme en el sofá; este juicio va camino de acabar conmigo...
Apartamento de Kanon y Rhadamanthys
Kanon estaba tan cerca del espejo que el vaho desdibujaba el reflejo de las facciones de su rostro. El ángulo de la mirada estaba fijo en la zona de la sien, y los dedos no paraban de levantar capas y capas de cabello en busca de eso que le estaba amargando los días.
─Joder... aquí hay más... ─con los dedos a modo de pinza cazó una cana, la más enrabietada de las dos que acababa de localizar, insinuó varias veces el trayecto del inminente tirón y, al conteo de tres, la arrancó de cuajo─. Cabrona...
El Wyvern entró al baño. No podía aguantarse más. Llevaba rato esperando que Kanon lo dejara libre para poder mear en paz, pero pasada ya más de media hora de inspección capilar acabó dándolo por imposible.
─Sabes que por cada una que te arranques te saldrán siete más, ¿no? ─anunció al tiempo que se bajaba la bragueta.
─Chorradas.
─Allá tú, pero yo no tentaría la suerte... ─Rhadamanthys separó las piernas y se apuntaló bien para procurarse un buen ángulo de vaciado, pero su ambarina mirada no pudo evitarlo y, en vez de fijarse en la diana, se desvió para estudiar la obcecación de Kanon por el rabillo del ojo, sintiéndose con ganas de incordiarle todavía un poquito más ─Imagínate que con cuarenta ya tengas el cabello más gris que añil. Parecerás un viejo a mi lado...
Kanon detuvo su cometido. Dejó caer las últimas capas de cabello que se había levantado y se giró lo suficiente para mirarse a Rhadamanthys de frente.
─Vete un poco a la mierda, Wyvern.
El inglés le sostuvo la mirada de soslayo, sonrió sabiéndose con el control del momento y regresó la atención hacia su bajo vientre; un par de sacudidas le bastaron antes de salvaguardar su aletargado aguijón y de un rápido tirón volvió a subir la cremallera.
─Excuse me... ─dijo empujándolo hacia atrás para ganarse el lugar delante del lavabo. Con un poco de gel y bastante agua se lavó rápidamente las manos, todo bajo el ceñudo escrutinio de Kanon, plantado a sus espaldas ─. Haz lo que quieras, Kanon ─expuso, mirándoselo a través del espejo─, pero yo voy pasando. Hoy es viernes y preveo una buena noche en el pub. Demasiado buena para tener que afrontarla solo...
─Y diciéndome esto estás insinuando que... ─el gemelo activó el agua de la ducha y se despojó de la camisa mientras esperaba que alcanzara una temperatura adecuada.
─Te vas a aburrir en casa. Ahí sabes que hay buena música y mejor compañía.
─Ahaaa... ¿y qué más? ─el pantalón fue bajado junto a los calzoncillos hasta quedarse atascado en los pies, aún calzados. Kanon tuvo que sujetarse en Rhadamanthys para escapar de ese amasijo de ropa y zapatos, aprovechando también su puntal improvisado para arrancarse los calcetines y volearlos sin cuidado.
─¡Joder! Pues que vengas y me ayudes a sacar la noche adelante.
─Otra vez.
─Sí, otra vez. Por favor...
Kanon se internó en la ducha y se frotó el rostro a conciencia antes de dejar caer el agua sobre su cabello, peinándose las greñas hacia atrás para que se empaparan bien.
─¿A cambio de...? ─se interesó con retintín, deleitándose con el agua que caía sobre su cara.
Rhadamanthys le estudió el cuerpo, la perfección de ese culo bien esculpido, las ganas de hacerse rogar que exhibía el gemelo.
─Una buena partida de billar, tal vez... ─propuso, jugando cartas seguras ─Te dejaré tocar bola a ti primero si te parece...
─Eso suena más interesante...─ronroneó Kanon, mirándose a Rhadamanthys a través del agua ─. ¿Esto incluye sólo lisas y rayadas o las tuyas también se pueden tener en cuenta?
─Las mías están en la oferta, pero tienes que ganártelas...
El saco de boxeo recibió una patada, seguida de tres rápidos puñetazos ejecutados con las manos vendadas, sin guantes. La rítmica danza con la que Balrog circundaba su objetivo oscilante lo movía sobre un semicírculo que se iba revelando más pulido en lo que era un polvoriento suelo de cemento. El abogado vestía un pantalón largo de chándal, gris claro. El cuerpo lo cubría una camiseta de manga corta, también gris, en la que se apreciaban oscuras manchas de sudor en la zona del pecho y las axilas. El cabello lo llevaba sujeto en la nuca, pero los mechones canosos que se escapaban a ambos lados de su sofocado rostro se apreciaban desprolijos y húmedos. Una nueva ráfaga de puñetazos mantuvo el saco pendido de un ángulo que desafió la gravedad hasta que su propio peso lo hizo caer contra el cuerpo de Balrog, quien lo detuvo con un abrazo únicamente para inspirar más fuerzas, empujarlo lejos de su cuerpo, asestarle tres patadas laterales y una última ráfaga de puñetazos que zanjó alzando los brazos para cubrirse el rostro y detener el movimiento de la diana de sus rabias. Respirando pesadamente agachó el rostro hasta apoyar la frente sobre el maltratado cuero.
No podía quitarse de la cabeza la penosa escena que había protagonizado con Thane. Había perdido los papeles, terminando por encararse con el fiscal. No había sacado suficiente provecho de un testigo al que podría haber desacreditado con un simple chasquido de dedos y, además, aún se reflejaban en su mente las palabras del escabroso artículo que esa misma mañana había sido publicado por Afrodita Eriksson.
Balrog estaba tan absorto en sus propios pesares que ni se había dado cuenta que su esposa llevaba tiempo observándole, sentada en el superior de los tres peldaños que conectaban directamente con el vestíbulo de entrada.
─Creí que pasarías por el hospital... ─susurró ella al ver que Lune se había quedado quieto, pendido en esa especie de abrazo frío que lo mantenía muy lejos de ahí─. Hoy han pasado a mi madre a planta, pero el pronóstico no es muy favorable ─prosiguió, bajando la mirada hacia sus manos, donde los dedos entretenían su angustia haciendo rodar el anillo de casada─. Cuando le den el alta necesitaremos extremar sus cuidados, ya sea internándola en algún centro o contratando personal cualificado que vele por ella las veinticuatro horas del día ─la explicación cesó e Ingrid entrecruzó los dedos, alzando la mirada para posarla sobre su marido para esperar una réplica que no llegaba─. Lewis, ¿me has escuchado?
─¿Y qué quieres que te diga? ─masculló Balrog, aún con la frente pegada al saco.
─Pues qué harías tú, por ejemplo... ─Ingrid se encogió de hombros y lo observó con la mirada llorosa, absteniéndose de acercarse a él─ Tú puedes saber lo que es mejor para ella, Lewis...
─Ah, ¿sí?
─Claro... eres enfermero, el mejor que conozco...
Lune se separó del saco, todavía sin dignarse a mirar de frente a su esposa.
─No tengo poderes mágicos. Ni manos milagrosas.
─No sé a qué viene tanta rabia en tu tono...─Ingrid se estrujó las manos con nervio ─Sólo te estoy pidiendo consejo...
─Pues pídeselo a los médicos que llevan a tu madre. Ellos lo sabrán mejor que yo.
Lune retiró el brazo diestro hacia la espalda y lo cargó con toda la fuerza que pudo. El siguiente golpe que recibió el saco de boxeo lo hizo oscilar en un amplio arco y al regreso le asesto un golpe más, henchido con tanta cantidad de rabia que, a pesar de la protección de las vendas, la piel de sus nudillos se rasgó hasta sangrar.
─Lewis...
─¡Lewis, ¿qué?! ─gritó de repente, ahora sí, encarado hacia Ingrid.
─Pero ¡¿qué te pasa?!─exclamó ella, encogiéndose al ver cómo Lune se aproximaba a su posición con paso airado.
─¡No soy tan bueno! ¡Ni lo sé todo! ¡Jamás ha sido así! ─Balrog quedó frente a Ingrid y la miró con una mezcla de tristeza y frustración difícil de discernir─. ¡Si fuera tan bueno como te empeñas en creer, la hubiese salvado, joder! ¡Hubiese impedido que muriera desangrada! ¡Pero no lo hice! ¡¿Puedes entenderlo esto?! ¡No lo hice, Ingrid!¡No lo hice, maldita sea!
La misma diestra ensangrentada se estampó contra la pared, a la altura de la cabeza de Ingrid, quien la agachó por inercia.
─No tuviste la culpa de ello, Lewis... ─se atrevió a murmurar, con los ojos anegados en lágrimas─. Pero sí que la tienes de defender al cabrón que la hizo enloquecer ─Ingrid se alzó, procurando mantenerse a cierta distancia del nocivo fulgor que despedía la mirada de Balrog ─.Esto es lo que no entiendo.
─No te pido que lo hagas ─replicó él respirando con furia. Mirándose a su esposa como si fuese una enemiga ─Es asunto mío.
─Pues allá tú con tu jodido hermetismo, Lewis... ─sollozó Ingrid, vencida del todo─ No esperes que te siga apoyando en una causa que no comprendo. No esperes nada más hasta que no seas capaz de confiar en mí. Yo también quería a tu hermana... sufrí mucho con su pérdida, quizás hasta más que tú, que a día de hoy aún no has derramado una miserable lágrima por ella...
─Vete ─a Lune le brillaban los ojos de rabia. La respiración le dolía en el pecho y la sangre de los nudillos iba goteando al suelo sin que él fuera capaz de sentir dolor siquiera. Ingrid le observó a través de la impotencia, inmóvil y estupefacta ─ He dicho que te vayas.
─Tu duelo lleva muchos años de retraso, Lewis... Tal vez va siendo hora que lo afrontes si no quieres enloquecer como lo hizo Elsa...
─¡Vete de una puta vez!
Ingrid no se dio tiempo de recibir más órdenes ni gritos y desapareció tras el estruendoso golpe con el que cerró la puerta que separaba garaje de vestíbulo. Balrog apoyó las manos en el marco y agachó la cabeza sobre su pecho, sintiendo cómo un intenso dolor le gestaba un grito desgarrador.
Un grito que acabó atascado en el grueso nudo que ataba su garganta.
Un grito que se transformó en gruñido y que acabó arrojándole hacia la parte más oscura e impracticable del garaje.
Ahí había otra puerta, tapada por años y años de polvo que la humedad había solidificado; cerrada con candado cuya llave fue encontrada bajo una caja de herramientas tan obsoletas como oxidadas. Los dedos le temblaban al intentar insertarla en el cerrojo. La sangre ya había empapado casi todo el vendaje de su diestra y había dejado un reguero de gotas, delatoras del camino tomado por su desesperación refrenada. Las bisagras chirriaron al abrirse; la pesada puerta de metal se atascó con la arena acumulada sobre el polvoriento suelo, pero Lune no se tomó el tiempo de barrerlo. El imparable derroche de dolor lo dotó de fuerzas para arrastrarla hasta su total apertura y, una vez frente a las entrañas de sus emociones más encerradas, las lágrimas fueron capaces de colmar sus ojos.
Balrog comenzó a sacar trastos que ni sabía qué demonios eran. Su rabia lo iba lanzando todo a sus espaldas, emitiendo fuertes golpes y estrépitos que debían escucharse desde los pisos de arriba, hasta que su mano herida se agarró a una tela y tiró de ella. Bajo su custodia aparecieron varios lienzos amontonados y Lune fue sacándolos uno a uno, ahora sí, con sumo cuidado.
El tiempo los había moteado con manchas amarillentas. La humedad había alcanzado algunas zonas que presentaban tenues rasgos de moho y, algunos de ellos, conservaban esas heridas sin cicatrizar que la angustia de Elsa había dejado bien abiertas: en uno de los cuadros se observaba una chica ahogándose en un mar de aguas negras, con la cabeza sujeta por un gran mano cuyo dueño mostraba el rostro difuminado; en otro se apreciaba una mujer desnuda hecha un ovillo, pintada con una serie de colores que no salían de la escalofriante gama de negros, grises y rojos; en otro se mostraban unas manos sosteniendo una rosa blanca ensangrentada, cuyas espinas surgían a través de la piel de los brazos y en el último, Lewis se recordó a sí mismo junto a Elsa.
Sonrientes.
Felices.
Vivos...
Una inmortal pátina de vino pretendía borrar sus jóvenes sonrisas, pero el brillo que poseían sus miradas era capaz de opacar la mancha que dejó impresa la envidia.
Balrog se posó ante los cuadros y los observó sin orden ni sentido, sintiendo cómo las jodidas ganas de llorar que se había tragado durante años le arañaban por dentro. Las lágrimas seguían fluyendo con vida propia y cuando fue capaz de partir sus labios, escapó un lamento tan desgarrador que le afanó las fuerzas y lo arrodilló sobre el suelo.
Lewis lloró.
Lloró como no había sido capaz de hacerlo durante veintiún años.
Lloró meciéndose con su propio dolor, su más enquistada desesperación.
Lloró hasta vaciarse por completo, hasta alcanzar ese limbo donde el espacio y el tiempo desaparecen para dejar paso a la aceptación.
Lloró hasta que su pesar le permitió abrir el alma y enfrentarla a la bella estampa que seguían formando los dos.
─Perdóname Elsa...─sollozó, aspirando una entrecortada bocanada de aire que le atropelló la voz─. Perdóname por no haber insistido... por distraerme con mi vida y mis sueños... por no haber descifrado mejor las señales... ─pronunció, como si recitara un rezo ─ Y perdóname por haber llegado diez minutos tarde...
