Banna y Genna se habían ido. El Palacio Blanco del Océano había sido abandonado, dejándolos a todos a su suerte, especulando sobre el porqué y el qué sería de ellos. Varados e incomunicados, descubrieron prontamente.

Necesitaban escapar, incluso si en un principio los compases y las brújulas y los mapas no les decían lo suficiente. La gente empezó a hablar sin saber, sin un plan, sin escuchar a una voz tan sensata como lo era la de Kurapika, quien les hablaba de investigar, de pensar un poco, incluso de agarrarse a un concepto tan sencillo como el de usar las estrellas como punto de referencia, de esperar.

Manga de idiotas.

"No incites el caos, podríamos terminar con víctimas," explicaba él, y desde su apatía a ella no podía evitar darte la razón.

Pero cuando todos se separaron para ir a explorar dentro del barco, ella se aferró a su desinterés por el mundo y prefirió ir a la sala donde estaban todos los tesoros que habían sido recolectados, con la única intención de coger el otro pendiente de zafiro -y de paso el espejo que a Ponzu tanto le había gustado- en lugar de unirse a la investigación.

No me importa.

Se recordó incluso cuando al volver el resto pudo escuchar cómo nombraban a Hanzo como el líder y a Kurapika como su mano derecha, y cómo a cada uno le eran asignados distintas tareas, o más bien cómo cada uno se ofrecía para aportar algo. Mas a ella no le valía la pena, pues la apatía tiene una envidiable forma de no preocuparse por sus víctimas, y así, mientras todos esperaban en lo más alto del barco en esa noche tormentosa, escuchando el crujido de las paredes y los gritos de la naturaleza, esperando, solo esperando.

Ella se mantenía en un rincón viendo[le].

El fenómeno que ocurre cada diez años estaba por empezar. A la tarde siguiente todos buscaron ser lo más productivos que pudieron dentro de sus capacidades de especialización, como Ponzu y Pokkuru, quienes iban por los túneles para lograr que los motores volvieran a funcionar. Ella no, no le interesaba, por lo que prefirió subir hasta la sala del mando donde sabía que se encontraba Kurapika, viendo los planos de los cañones.

"¿Qué haces acá?" Le preguntó él sin levantar la vista del cuaderno, reconociendo a quien acababa de llegar tan solo por su mera presencia.

"Acá es probablemente el único lugar donde no ser un estorbo, soy una inepta físicamente."

"Qué mentira tan mala", negó con la cabeza? "¿Qué hay de esas últimas tres pruebas?

"Bien, mira, no quiero estar desperdiciando mis bayas ahora, siendo que lo que implica consumirlas no vale la pena en estas circunstancias,—calorías vacías, como el alcohol." Se encogió de hombros.

"¿Piensas que esto no vale la pena?" Bajó el cuaderno para mirarla, levantando una ceja. Seguía sin parecerle honesto y a ella le molestaba que él lo supiera, y que probablemente no hubiera aceptado respuesta alguna más que la verdad. Y ella sabía que la verdad no sonaría honesta hasta para cualquier persona, sino más bien como una broma irónica.

"Pienso que no estoy de humor para comer y engordar," confeso sin culpa.

Mientras más peso pierdes, más te hundes, más es la aversión por la comida, por la idea de necesitar. Hay un algo en la ausencia, en el ser menos, en necesitar menos, que ayuda a creerse el cuento de que uno es más. Necesito menos que cualquier otra persona y por ende soy mejor, puedo más. Uno acaba asociando el menos con lo que agranda, el ego, y el más con rebajarse por necesitar cosas, por necesitar en absoluto—necesitar y corroborar que uno es, después de todo, tan humano como el resto; con tantas fallas y tantos miedos, con capacidades y limitaciones.

"... tienes que estar bromeando," él no le creía, o no quería creerle, le pareció una broma de mal gusto pero pensaba en todas las cosas que ella le había confesado un par de días atrás y, si bien nunca las puso en duda, no fue hasta ahora que se daba cuenta del real peso que tenían.

"Puedo ser más egoísta de lo que crees," admitió ella, acercándose a él para husmear sobre los planos que estaba leyendo al muchacho. "No busco traicionarlos de ninguna manera, pero tampoco me motiva la idea de ayudarlos por sobre mis deseos personales."

Kurapika cerró el cuaderno y lo dejó sobre la mesa, una mano apoyada en su cintura mientras pensaba en cómo responder ante toda esa situación. La conversación era levemente incómoda para ambos y él estaba por hacerla aún más incómoda, a sabiendas del camino por el que sus palabras podían llevarlo.

"No te creo," empezó, "Si no, no estarías aquí arriba."

"Estoy aburrida, es tod—."

"Y bajaste de peso," la cortó.

"Mentira," dijo tajante, "¿y eso qué tiene que ver?" Sí, había perdido peso, lo que estaba fuera de sus planes, no más de dos kilos probablemente, pero lo suficiente como para tener que abrirle otro agujero a su cinturón. Ese examen le estaba enloqueciendo en más de un sentido, y en cierta forma se había olvidado de lo incómodo que es comer frente a otras personas—o quizás no lo había experimentado en absoluto, lo cual le resultaba extremadamente incómodo.

"Hay que desencallar el barco, y tu fijación con tu cuerpo no ayuda en nada."

"Creí que eso ya había quedado en claro," se cruzó de brazos, "¿y tú como diablo sabías si bajé o no. No es como si hubiera alguna pesa en este barco, créeme. Busqué, y aparte de la inclinación y el movimiento de las olas, haría imposible tener un número exacto y—"

Se calló de golpe al sentir la mano de ese muchacho en su hombro, al sentirse tan invadida. Quería apartarlo de golpe, quería decirle que cualquier interacción que tuvieron la noche anterior en la habitación no significó nada. Que el cómo él le entregó su manta en la noche al verla temblar de frío no significó nada. Que el entregarse esas medias sonrisas de interés al hablar de las distintas propiedades de los cristales no significó nada. Que él disfrazar confesiones e insinuaciones con ironía no significó nada. Que todo eso no significaba nada en absoluto.

"Basta con mirarte la cara, es más que obvio. Pero así es como yo lo noto," le confesó. "Es que tus hombros es donde más se nota, y en el esternón. No puedes negar que también te debe ser incómodo sentarte, tengo razón."

Así ha sido siempre de todas maneras.

"Tu sabiduría de libros baratas no dice nada sobre este tipo de cosas," lo cortó ella. "¿Cómo podrías tú, una persona tan físicamente sana, saber algo sobre esto en absoluto?"

"Esto no es precisamente porqué me puedo dar cuenta, incluso ante tu negación," él bajó su mano con lentitud. Desde afuera luces distinta como piensas."

Con un chasquido de su lengua ella le dio la espalda, sin querer o sin saber cómo continuar la conversación. Pensaba que si pretendía que él no estaba ahí, entonces a lo mejor podría recuperar la compostura. A pesar de que podía sentir su mirada clavada en su espalda, esperando una respuesta que salió de una manera mucho menos controlada de lo que esperaba.

"¿Y qué más da si el resto del mundo no piensa que estoy obesa?" explotó finalmente, sorprendiéndolos a ambos. "Ustedes no saben nada." Se llevó las manos empuñadas a los costados de su cara y se mordió el labio con fuerza para no experimentar esa sensación tan ajena llamada llorar. En silencio maldijo al muchacho por haber provocado esa reacción en ella y sintió cómo su respiración se volvía cada vez más irregular, a punto de estallar en un ataque de nervios. Pero en lugar de eso, se esforzó a regresar a la realidad, sacudiendo la cabeza y bajando los brazos, volteándose para volverlo a mirar con decisión, un hilillo de sangre deslizándose desde su labio.

¿Cuántas calorías tiene la sangre?

"Mira, no era mi intención—" El sonido del comunicador lo detuvo, anunciando que Leorio se encontraba atrapado en las profundidades del mar.

"Te dejo la decisión final a ti," le anunció Hanzo. Se podía ver lo destrozado que estaba Kurapika al enfrentarse ante ese dilema, y por algún motivo a ella le he desagrado esa imagen—incluso siendo que ese era el tipo de reacciones que ella esperaba arrebatarle originalmente. Entonces, ¿por qué se sentía así al verlo paralizado por la preocupación, por el miedo?

"A la mierda," murmuró finalmente justo antes de llevarse una de sus bayas a la boca y morderla, sintiéndose el sabor amargo tan familiar en su boca. "Cuídame esto."

Y le arrojó la cajita a Kurapika, quien la atrapó con incredulidad. Se echó a correr hasta llegar a la borda del barco, donde vio a Gon saltar hacia el mar. Tuvo un momento de duda antes de seguirlo, pero quizás fue por un impulso -la adrenalina del momento- lo que la hizo arrojarse entre las olas.

Al llegar, vio a Leorio atrapado bajo una bala de cañón y a Gon casi inconsciente por la falta de oxígeno. Se acercó y ayudó a que el muchacho espabilara para que pudieran entre ambos lograr un sacar al mayor del grupo, que se liberara de la opresión y fuera guiado, casi a rastras, hasta salir a la superficie. Al menos por ahora estaban a salvo, en la cubierta y con el barco desencallado, listo para seguir el camino; y a la mañana siguiente todo parecería más esperanzador, como si el haber trabajado en equipo los hubiera recompensado.

Cuando Kurapika despertó, tenía la cabeza vendada y esa incómoda sensación de dejar un asunto sin resolver, no solo por el espacio muerto tras haber perdido la conciencia, sino por esa conversación que había dejado pendiente. Se puso de pie y salió a buscar a esa chica que lo había dejado colgado la noche anterior, a quien encontró sentada en el barandal de la cubierta; con sus pies colgados del borde, la ropa completamente mojada y los cristales que colgaban en sus orejas brillaban a la luz del amanecer.

"¿Al final qué te hizo cambiar de parecer?" Preguntó sin rodeos.

Tú.

"Parecía como una forma interesante de matar el tiempo," respondió ella. "No es como si realmente me interesara lo que le pase a Leorio."

"Podrías no haber ido."

"¿Qué te pasó en la cabeza? Preguntó forzándolo a cambiar el tema. No estaba de humor para todo eso, era una mañana demasiado bonita como para arruinarla así.

"Me golpeé y perdí la conciencia, supongo," y bien puede que a ella le preocupara, mas no quiso demostrarlo, no más preocupaciones, no más especialmente con él. El muchacho lo buscó en sus bolsillos para encontrar la cajita que no le pertenecía y entregársela a la muchacha. Ella la acogió con cuidado y la sujetó con firmeza, aún pensando en la noche anterior.

"Gracias."

"Hanzo dice que siempre es bueno ver un amanecer."

"¿Ayuda con el dolor de cabeza?"

"También me ayuda a ver que no te pasó nada," se detuvo un momento para mirarla a los ojos.

"Y me ayudaría particularmente el que te sentarás conmigo a comer algo una vez hayamos vuelto al dirigible."

"Tienes que estar bromeando." No tenía intención alguna de aceptar la proposición, de considerarla ni siquiera puesto que a estas alturas ya no le parecía más que una mala broma, mas no quería cortar el juego todavía, se encontraba totalmente atrapada en él por más de que lo intentara negar. "Ya veremos, no te prometo nada."