Lirios en el jardín

Oneshot en un Universo Fernestine

—¡Lady Rozemyne, por favor, espere!

Estaba abochornada. Podía sentir a la perfección las puntas de sus orejas enrojecer así cómo sus pómulos, mismos que intentó cubrir con su mano sin mucho éxito, sintiendo las manos de su señora aferrarse a su cintura por encima del uniforme.

—No, Fernestine. No voy a dejar que Sylvester sea el primero por nada del mundo.

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Fernestine, la desafortunada joven nacida en el maldito palacio de Adalgiza, la misma que fue salvada por su padre de su destino. Convertirse en una flor que pudiera engendrar piedras fey de alta calidad con el "apoyo" de los hombres con mayores niveles y colores de mana en el país.

Por suerte, una chica más no supondría ningún peligro para su hermano mayor, el hijo de la primera dama de Ehrenfest, Verónica… por supuesto, la perversa mujer no podía dejarla en paz solo por eso.

Durante su infancia, Fernestine fue envenenada y torturada por su madrastra bajo la consigna de estarla "educando" para que fuera una moneda de cambio que pudieran entregar a Ahrsenbach o a algún otro ducado superior y quizás ese habría sido el destino de la pobre Fernestine de no ser por Lady Rozemyne.

Si bien, Fernestine era reconocida como hija del archiduque, su madrastra se encargó de destituirla de su título como candidata apenas entrar al tercer año de su educación. Poco importó que Sylvester tratara de defenderla, diciendo que necesitaba que su inteligente hermana menor se preparara como candidata para poder apoyarlo, Verónica no solo no lo permitió, se encargó de que algunas chicas de su facción la acosaran hasta que ella misma suplicara para ser destituida. Claro, eso fue antes de que Lady Rozemyne le tomara aprecio.

Rozemyne era la hija mayor de su primo Karstedt, un año menor que la propia Fernestine… y la adorada princesa de los Leisegang. Oculta en el templo hasta su bautizo para evitar que Verónica pudiera acabar con su vida, Rozemyne siempre fue protegida por su abuelo Bonifatius quien, por obvias razones, la adoptó el mismo día de su bautizo y la convirtió de ese modo en una candidata a archiduquesa… una que nadie pudiera ignorar.

La pequeña genio, que no hacía sino inventar una cosa tras otra cuando no se le permitía ignorar el tejido entre las páginas de un libro, aprendía todo con tanta rapidez, que desde que la matricularan se había parado al lado de Fernestine como la mejor de su clase cada año.

Cuando Fernestine fue degradada a archinoble, Rozemyne exigió que la dejaran formar parte de su séquito para que pudiera asesorarla y Fernestine así lo hizo. Apenas Rozemyne llegó al tercer grado, las dos comenzaron a pasar la mayor parte del año en la Academia Real debido a que ambas estaban haciendo tres cursos a la vez. Rozemyne estudiaba el curso de candidata, el de erudita y el de asistente en cuanto a Fernestine, el de candidato era el único que no tenía permitido tomar.

—Fernestine, ¿te gustaría poder volver a casa sin tener que preocuparte por Chaocipher? —le preguntó la chica algunos meses atrás con esa sonrisa brillante y boba que le mostraba a veces, cuando Fernestine y Rihyarda la estaban preparando para iniciar el día.

—¿Milady?

Rihyarda solo las había mirado con preocupación y un poco de lástima. Rozemyne también había pasado por el régimen de venenos y un poco de segregación en el cuarto de juegos… por alguna razón, el acoso nunca la alcanzaba en la academia y Fernestine siempre se preguntaba si era por la forma en que se las arreglaba para sobornar a todos los chicos con golosinas deliciosas que los hacían gastar toda su energía y sus planes en los estudios. No era de extrañar que las calificaciones de todos hubieran aumentado con la entrada de Rozemyne.

Esa temporada de otoño, Lady Verónica fue colocada en la Torre Blanca. Al parecer, nieta y caballero habían confabulado y puesto todos sus esfuerzos en conseguir pruebas fehacientes de todos los destrozos que Verónica estuvo orquestando a su alrededor, obligando a Aub Adalbert a encarcelar a su esposa… y a Sylvester a comprometerse con ambas.

La idea no era descabellada. Sylvester no deseaba tomar más esposas, pero por alguna razón Florencia no parecía dar el ancho y Fernestine estaba empeñada en apoyar a su hermano en cuanto se graduara, momento en que había planeado dejar a Rozemyne para convertirse en erudita de Sylvester. Esto, sin embargo, lo cambiaba todo.

Lo que nos lleva de vuelta al día actual.

Ambas estaban guiando algunos repasos en la zona para los aprendices a erudito cuando Heidemarie le entregó una nota a Fernestine.

—¿Qué dice, Fernestine? —preguntó su señora con su sonrisa noble usual, sin dejar de formular en su caldero.

—Parece una orden de padre, milady.

—¿Una orden?

Su padre le ordenaba que preparara una piedra de compromiso para intercambiar con su hermano en el banquete de primavera, de modo que ambos pudieran unir sus estrellas durante el verano. Después de todo, Fernestine sería relegada a tercera esposa debido a su estatus de archinoble, en tanto Rozemyne permanecía como segunda esposa, siendo ascendida a primera esposa si Florencia no mostraba capacidad para llevar los asuntos políticos de su facción ahora que su desagradable suegra estaba encarcelada.

Debió preocuparse más cuando, luego de darle una síntesis de la carta, Rozemyne dejó de sonreír, formulando en silencio y ordenándole esperar hasta la semana entrante para hacer la piedra. Debió preocuparse más cuando la chica pidió a Gudrun que la disculpara y moviera la fecha de la fiesta de té a la que debería de estar asistiendo esa tarde. Debió preocuparse mucho más cuando su señora dijo que se sentía muy enferma y que no deseaba hacer que los asistentes perdieran puntos por un desmayo.

Porque justo ahora, con Rihyarda fuera y la puerta flanqueada por las mujeres caballero del séquito de Rozemyne, Fernestine estaba a merced de la chica de cabello azul medianoche, derribada contra la cama, sin calcetas y bajo el amparo de una herramienta antiescuchas de rango específico.

—No voy a dejar que Sylvester sea el primero por nada del mundo.

Estaba desconcertada, con los ojos demasiado abiertos y la mano que no cubría su rostro sosteniendo la ropa de cama que se había movido debido a la fuerza que su señora empleara para derribarla apenas se quedaron solas.

—¡¿Milady?! ¿a, a qué se refiere con…?

—¡Tengo un raffel creciendo por ti! ¡¿es tan difícil de entender?!

—¡Milady está diciendo tonterías de nuevo! —se quejó ella, haciendo acopio de todo el decoro que pudo para descubrir su rostro, tragarse el sonrojo y mirar de nuevo a la joven sobre ella—. Lo que mi señora propone es una verdadera depravación. ¡Es escandaloso y…!

—¡¿Y?! ¡¿Crees que me importa el género de la única persona que puedo sentir con mi maná?!

No pudo seguir hablando, sufriendo lo que su señora adoraba llamar shori era. Entonces lo impensable sucedió. Aprovechando que era incapaz de moverse o pensar, Rozemyne se agachó sobre ella, acunando su rostro y depositando un beso pequeño en sus labios.

No tenía idea de cómo sentirse, solo sabía que el aturdimiento de hacía un rato desapareció para dar paso a la incredulidad. Estaba a punto de cubrir su boca con ambas manos, pero la nieta de Bonifatius era una de las mejores usuarias de la magia de mejora física y, por ende, mucho más rápida que ella cuando estaba enfocada en algo.

Los labios de Fernestine fueron reclamados de nuevo, invadidos incluso por maná de un dulzor adictivo y un destello, apenas una chispa, de la bendición de Brëmwarmë.

Cuando el contacto se cortó y se sorprendió a sí misma con la cabeza un poco lejos del colchón, sintiendo el frío de Schneeahst en sus labios y su rostro, se encontró con una sonrisa ladina y una mirada dorada cargada de promesas sucias, enmarcadas por el hermoso y brillante cabello azul medianoche de su señora.

—¿Roze… myne? ¡¿Qué fue…!?

Podía sentir como el noble color de Geduldh cubría sus pómulos, sus orejas y el resto de su cara. Su garganta y sus labios secarse en protesta, dejándola sedienta y abochornada.

Rozemyne se hizo para atrás sin dejar de mirarla de esa forma pesada y curiosa con que Fernestine sabía que la veían muchos veronicanos adultos y de su misma edad… la misma que le dedicaban el idiota de Heitzchite y los aprendices de caballero de Dunkelferger cada vez que les ganaba en algún ditter.

Sus manos le cubrieron la boca en un intento de convertirse en un escudo de Schuntzaria sin saber que no eran sus labios los que requerían de su resguardo.

Un gemido escapó de ella de todos modos, como si su boca apretada y sus manos firmes no fueran suficientes para impedir que el aire y el sonido escaparan, producto del maná de Rozemyne acariciándole una pierna descubierta.

—Tú y el abuelo son los únicos que saben de mis recuerdos de ese otro mundo, Fernestine. Y algo que he venido recordando, es que no importaba si nacías con un cáliz o una espada, podías amar a cualquier persona. Llamar al invierno con cualquier persona.

Su órgano de maná latía con fuerza. Su respiración se volvió superficial y estaba segura de que se había congelado de nuevo, en los perversos juegos de Dregarnhurh ante aquellas palabras. Cuando volvió en sí, su señora estaba de nuevo sobre ella, sembrando besos por su frente y sus mejillas con descaro y… dulzura. Ese debía ser el afecto que nadie, ni siquiera su padre o su hermano, le habían mostrado nunca.

—Sé que no puedes sentir a Sylvester, porque yo tampoco puedo —murmuró Rozemyne en su oído entre un beso y otro—, y también sé que ninguna podrá llevar la carga de Geduldh jamás… así que, ya que estamos destinadas a un matrimonio blanco, ¿por qué no sacarle todo el provecho posible?

—¿Sacarle provecho? ¿qué quieres decir?

—Que por mucho que aten nuestras estrellas a Sylvester, tú serás mi única diosa y yo seré tu dios oscuro. Sylvester odia leer y tú tienes una colección de libros considerable, así que podremos leer juntas y discutir nuestra lectura. Sylvester odia pensar y tomar decisiones, así que seremos nosotras las que lo obliguemos a mejorar el ducado. Y es posible que ambas terminemos criando a los hijos de Sylvester y Florencia.

Al menos quiero poder amarte a mi modo. No solo con libros. No solo con estrategias y fiestas de té… porque tú eres mi familia, Fernestine. Ya me deshice de Verónica, ya he castigado a muchas de las chicas que te molestaron antes. Y sé que de nombre tengo que compartirte con Sylvester y lo haré si de ese modo puedo protegerte…

La vio morderse los labios, como tragándose el resto de su declaración.

No debería sentir lo que estaba sintiendo. Era perverso y desviado. ¡Estaba mal en muchos sentidos, pero…!

—Rozemyne, si nos descubren…

—Desafiaré incluso a los dioses… y dejaré de intentar nada de esto si de verdad no quieres, pero yo…

Debía haberse vuelto loca. Seguro Rozemyne la había contagiado y convertido en uno más de su círculo de bichos raros, porque prefirió atraerla y besarla antes de escucharla retractarse del todo.

Lo demás solo sucedió. Una consecuencia de dejarse llevar.

Los uniformes quedaron regados por el suelo alrededor de la cama, al igual que las medias y la ropa interior. Incluso los amuletos que se habían estado intercambiando para protegerse mutuamente quedaron regados entre las sábanas.

Rozemyne, que siempre fue una niña de constitución enfermiza y débil solía cargar con al menos seis amuletos confeccionados por Fernestine y uno creado por Lady Elvira.

Fernestine por su parte cargaba con unos diez, entre adornos para cabello, tobilleras, brazaletes y pulseras, bajo la excusa de que Rozemyne la estaba usando como persona de pruebas para los círculos desagradables o en exceso protectores que creaba en ciertas herramientas. Nadie habría pensado que la chica era una verdadera Ewigeliebe… o que Fernestine la apreciaba más de lo que era saludable.

Los besos pronto subieron de tono. Las manos de ambas recorrieron la piel de la otra, deteniéndose solo ante la música de Beischmacht, cómo si estuvieran aprendiendo a evocar música de un nuevo instrumento, desconocido hasta entonces.

Cuando Fernestine sintió las llamas de Beischmacht lamiéndole los pies, subiendo poco a poco bajo las caricias administradas por su señora, la joven no pudo menos de sorprenderse ante la sorpresa.

Rozemyne, su enfermiza señora, la chica que parecía débil físicamente y que en el pasado podía llegar a sufrir de fiebre por emocionarse demasiado al discutir un libro o sanar el sitio de recolección con demasiado maná parecía ahora la encarnación misma de Leidenshaft, enredando sus piernas con las de ella para frotar ambos jardines, provocando que las entradas de ambos cálices hicieran contacto.

No sabía si era el extraño conocimiento de los recuerdos del mundo de los sueños o lo compatible que eran ambos manás, pero pronto se sintió mucho más intoxicada que con cualquiera de los venenos que Verónica le hubiera servido años atrás.

Sus caderas se movieron de pronto con mente propia. Su espalda se arqueó sobre el mullido lecho. Gemidos y jadeos escapaban sin descanso de su boca. Todo mientras el dulce maná de Rozemyne la llenaba, embriagándola sin compasión, elevándola de tal modo que estaba segura, subiría la imponente escalera cuando su órgano de maná estallara en mil pedazos junto con todo el dormitorio de Ehrenfest, pero no podía importarle menos.

En algún punto los dedos de una de sus manos se enredaron con los de su señora. Los labios de Rozemyne sobre los suyos, con su lengua actuando como la espada que ninguna de las dos tenía sin que dejaran de mover sus caderas cada vez más rápido y con más necesidad. Sus senos no dejaban de rozarse con los de la chica un año más joven que ella y todo la estaba enloqueciendo.

Para cuando las flamas abandonaron su cuerpo y pudo tratar de respirar con normalidad, estaba aferrada a la chica a la que alguna vez planeó servir solo hasta su mayoría de edad.

Rozemyne estaba sonrojada y sonriente, mirándola de una forma cálida que nada tenía que ver con el sudor perlando su frente, sus hombros o el resto de su cuerpo, y la sensación de estar rodeada de su reconfortante aroma a rinsham la tenía mucho más tranquila que cuando se enteró de que Lady Verónica estaba encerrada en la torre blanca.

—Te amo, Fernestine.

Tragar sus lágrimas fue inútil. No podía hacerlo de nuevo, así que las sintió fluir por su rostro con la misma claridad con que sintió los dedos de Rozemyne limpiando sus ojos.

—Yo… no debería… no debería —fue lo único que atinó a responder, todavía sorprendida de lo que acababa de hacer con su señora… otra mujer igual a ella.

Quizás por eso la sorprendió tanto el beso que la joven depositó en su frente o la sonrisa sincera y llena de afecto que le dedicó. O el hecho de que ambas se quedaran dormidas en un afectuoso abrazo, como si no hubiera guardias, asistentes y eruditas al otro lado de la puerta.

La experiencia volvió a repetirse un par de veces más durante el invierno. No importaba cuanto se negara Fernestine, Rozemyne siempre lograba convencerla de un modo u otro, aprovechándose de los turnos de insomnio para reclamarla de tantas formas como jamás habría imaginado.

Cuando fue el momento de intercambiar su piedra de compromiso con Sylvester, Fernestine se sorprendió a sí misma pidiendo a su hermano que le permitiera seguir trabajando como la asistente adulta de Rozemyne hasta que la chica concluyera con sus estudios bajo la fachada de fungir no solo como su asistente, sino también como su médica. Sylvester solo sonrió, asintiendo sin más.

—¡Por supuesto! No queremos que ese gremlin desvergonzado nos meta en problemas por desmayarse en el lugar menos oportuno… o que nos vuelva a meter en un lío comercial.

Tal y cómo Rozemyne vaticinara esa primera noche, ambas se encontraron pronto en un matrimonio blanco, aprovechándose de la sabiduría de Fernestine para enlazar sus habitaciones ocultas y poder así pasar más tiempo juntas a pesar de vivir en alas diferentes del castillo.

Rozemyne terminó tomando el puesto de primera dama de Ehrenfest, en tanto Florencia guiaba las facciones y le daba a Sylvester tres hijos que, en efecto, ellas terminaron educando y viendo crecer. Un Archiduque. Una Zent. Un Sumo Obispo.

Ambas envejecieron juntas y ambas llevaron a Ehrenfest a los primeros puestos en el ranking de ducados desde las sombras, sin que Sylvester llegara a decir jamás nada acerca de cuan cercanas parecían… o cuanto se protegían entre ellas.

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Notas de la Autora:

Alguien posteó la imagen de la portada en el grupo de Spoilers Macizos donde estoy y... bueno, no pude evitar inspirarme. Espero que disfrutaran con este one shot. Si alguien quiere basarse en él para escribir una historia más larga o algo más, o incluso traducirlo a otro idioma, adelante. Tienen mi permiso y bendición.

Créditos de la imagen a U_veshi de twiter, ahora X.