Dos días después, el principal tema de conversación en el colegio eran las extrañas runas que cubrían las paredes.
Había diversas teorías circulando para explicar su aparición. Algunos decían que se debía a un efecto secundario del ataque ejercido por el Ejército de Dumbledore. Otros decían que podía ser una maldición creada por los mortífagos o la Dama. Había quien pensaba que se trataba de un escudo protector. Pero los profesores no habían dado explicaciones aún.
Y la principal razón por la que no habían dicho nada era porque ellos mismos no sabían qué estaba pasando. Especulaban y discutían, pero no llegaban a ninguna conclusión.
Dumbledore había intentado hechizarlas para poder estudiarlas, pero nada de lo que hacía conseguía ningún efecto. El director decidió que la mejor opción era salir de dudas e interrogar a su principal sospechoso.
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La Dama se encontraba a solas en la enfermería, por primera vez en muchos días. Había conseguido que Narcissa le dejase unos minutos de intimidad, aunque estaba convencida de que la desconfiada bruja seguía montando guardia enfrente de la puerta de la enfermería. Pero había algo que quería comprobar, y prefería hacerlo a solas.
La Dama se sentó con la espalda apoyada en el cabecero de la cama, y cerró los ojos, mientras extendía una mano. Se concentró con todas sus fuerzas y tras varios segundos, una pequeña llama azul, débil y temblorosa, apareció en la palma de su mano.
Ella suspiró frustrada, y trató de serenarse, respirando hondo. El ataque de los petardos no había sido tan fuerte como para dejarla sin magia, pero no había sido eso lo que la había herido. No, el problema había sido su propia estupidez.
Recordó los últimos momentos antes del accidente. Toda su atención y energía habían estado volcadas en inmovilizar a Dumbledore y a los otros profesores, y de repente, ese vínculo se había cortado bruscamente. Su magia se había sacudido de forma violenta, como la cuerda de un látigo, hiriéndola por dentro y dejándola inconsciente.
Aquello no hubiese pasado si hubiera tenido tiempo de deshacer el hechizo lentamente y de forma controlada, pero no había podido hacerlo. Y ahora, debía lidiar con las consecuencias.
Su magia estaba intacta, pero su vínculo con ella estaba resentido, y debía restaurarlo, así que cerró los ojos y poco a poco, respirando lentamente, profundizó dentro de sí misma, como si estuviese meditando.
En su mente, los suaves sonidos de las olas la acompañaban, repitiéndose de forma hipnótica y relajante.
La pequeña llama de su mano se movió, siguiendo el ritmo de las olas, y tras varias respiraciones, se revitalizó, ganando luz y fuerza, pasando de azul a verde, antes de volverse amarilla, y finalmente blanca.
La Dama abrió los ojos, miró fijamente al fuego, y este se concentró, transformándose en un pajarito, que empezó a revolotear a su alrededor, cantando.
Ella sonrió y agitó los dedos, llamando al pajarito. Este se posó en su mano, y se derritió, y la pequeña burbuja de agua giró alrededor de su mano, a gran velocidad.
Y al fin, ella cerró la mano, haciendo desaparecer el agua, y la Dama sonrió, satisfecha y aliviada. Tendría que actuar con cuidado durante los siguientes días, pero podría recuperar su magia sin problemas.
–Enhorabuena. Me alegro de ver que estás recuperándote –ella dio un respingo y miró sobresaltada hacia la apertura de los biombos, desde donde Dumbledore la estaba observando ¿Durante cuánto tiempo había estado allí? ¿Y por qué no le había oído llegar?–. Disculpa mi inesperada visita, quería interesarme por tu salud. He sido avisado de que has despertado.
–No necesita mentirme, Dumbledore, ha venido a ver si puedo volver a inmovilizarle ¿no es cierto? –la Dama miró con su ojo oscuro a la varita de Dumbledore, firmemente cogida en su mano. Él esbozó una ligera sonrisa, pero no por eso relajó su postura.
–Creo que debemos dialogar ¿No te parece? No creo que tengas fuerzas para pelear conmigo en este momento.
–Estoy de acuerdo. Soy consciente de que mi presencia en Hogwarts es tan inesperada como poco bienvenida, pero no por ello debemos iniciar una guerra encubierta –la Dama alisó las sábanas con las manos, de forma calmada–. Usted está en lo cierto, ahora no estoy en condiciones de dominarle, pero dentro de unos días lo estaré. Si quiere hacer algo, debe ser ahora.
–¿A qué te refieres?
–Si quiere matarme o aprisionarme, este es el momento.
Dumbledore dio unos pasos hacia adelante, también mostrándose tranquilo, pero sin soltar su varita.
–No estoy interesado en hacer nada de eso. No deseo provocar la ira de Vóldemort sin necesidad.
–¿Entonces, qué desea hacer? Supongo que es consciente de que no voy a desaparecer de Hogwarts voluntariamente, tengo órdenes que cumplir.
–¿Esas órdenes incluyen la completa sumisión de Hogwarts ante tu amo?
–Profesor Dumbledore, no puedo oponerme a las órdenes del Señor Tenebroso.
–¿Por qué no? –Dumbledore preguntó, como si no tuviera mayor importancia–. Podríamos alcanzar... un acuerdo.
Ante esas palabras, la Dama se rio. Fue una risa sin alegría, llena de cinismo, y su sonrisa también resultó ser irónica.
–¿Me está ofreciendo traicionar a mi señor? ¿A mi propio padre?
–Yo podría protegerte.
–No necesito su protección, y tampoco la deseo. Mi única ambición es hacer realidad los planes que mi señor tiene para el mundo mágico.
–¿Hasta qué punto? ¿En qué momento comenzarás a atacar a aquellos estudiantes que no gocen de la pureza de sangre necesaria? –la mirada de Dumbledore era de acero, e implicaba una peligrosa advertencia. La Dama esbozó una mueca extraña, pero le sostuvo la mirada.
–Yo también deseo aplicar las artes oscuras en la educación básica de todos los magos y brujas, pero no considero que la pureza de sangre sea un elemento imprescindible. Al fin y al cabo, necesitamos todos los magos disponibles para el nuevo régimen.
Dumbledore la estaba taladrando con sus ojos azules, como si intentase escanear su mente. Pero ella se protegía mediante la Oclumancia y no le dejó.
–¿Y qué ocurrirá cuando Vóldemort ordene iniciar la limpieza de sangre?
La Dama entrecerró los ojos y se sentó tiesa en la cama.
–Yo no deseo dañar a los alumnos, y no permitiré que se les haga daño. Tiene mi palabra –aseguró–. Pase lo que pase, mantendré a los alumnos a salvo.
–¿Desafiando las órdenes de tu señor?
Ella vaciló por un segundo, pero al instante elevó la barbilla, orgullosa y desafiante.
–No todo es blanco y negro, profesor Dumbledore. Hay muchas formas de hacer las cosas, y espero que mi señor alcance a ver los beneficios de conservar a todos los magos que actualmente existen.
–¿Y si no es así? Lord Vóldemort no se caracteriza por su comprensión y magnanimidad.
–En tal caso... –ella se interrumpió, y fortaleció su Oclumancia–. Como ya le he dicho, me comprometo a proteger a los estudiantes y a aquellos que se encuentren dentro de Hogwarts.
–¿Lucharás contra él? –insistió Dumbledore, sin apartar sus ojos de ella. Por un momento, parecía que ambos se enfrentaban con la mirada, como si mantuviesen una lucha de voluntades.
–No lo sabremos hasta que no llegue el momento ¿no le parece? –la Dama volvió a esbozar aquella sonrisa tan extraña–. No insista más, Dumbledore, y deje las cosas como están. Ni siquiera usted puede controlarlo todo. Y desde luego –añadió, sin amilanarse ante la inquietante mirada de los ojos azules del director–, tampoco puede controlarme a mí.
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Pasaron varios meses, y Hellen continuó viviendo sola. Se había acostumbrado a su reciente libertad, y aunque echaba de menos a Win, no se arrepentía de haberla liberado. Hubiese sido egoísta haberla tenido esclavizada mientras ella disfrutaba de su nueva vida.
Continuó con su rutina, trabajando en el bar, saliendo con sus amigas, cenando una vez por semana con Kapono y viviendo como una muggle.
Había aprendido a conducir, y eso le daba un grado de libertad que antes no tenía. Ahora podía moverse a su antojo, sin tener que dar explicaciones a nadie, y eso le gustaba.
A veces echaba de menos utilizar la magia, sobre todo con las tareas del hogar, pero siempre recordaba cuáles podían ser las consecuencias si la encontraban, y se le quitaban todas las ganas de volver a actuar como una bruja.
Además, su instrucción mágica se había concentrado en la tortura y el asesinato, y Hellen no se imaginaba haciendo eso de nuevo. Ahora era una persona diferente, y no deseaba volver a esa vida de temor y violencia.
Pero una noche, tras volver de trabajar, encontró a la elfina esperándola en el salón. Win tenía un aspecto muy diferente en comparación con la última vez que la había visto. Vestía ropa colorida, con aspecto de ser nueva. Se había hecho varios pendientes en las orejas, y parecía más orgullosa y segura de sí misma.
Hellen soltó una exclamación al verla, y la abrazó con fuerza, cogiéndola en vilo entre sus brazos. No podía creer cuánto la había echado de menos. Empezó a llorar de alegría, sin querer soltarla, y Win la correspondió pasando sus bracitos alrededor de su cuello. Tras varios minutos, Hellen se sentó, con Win sobre sus rodillas. No podía dejar de llorar.
–Has vuelto –sollozó–. Pensé que nunca volvería a verte.
–Win nunca abandonaría a la señorita. Win sólo estaba obedeciendo sus órdenes.
–Ya lo sé Win. Siento mucho lo que hice. Nunca debí obligarte a marchar. Perdóname, por favor.
–Win no tiene nada que perdonar. La señorita tenía razón, Win debía aprender a ser libre –la elfina la miró, con los ojos verdes brillantes por las lágrimas–. Win ha aprendido muchas cosas, señorita. Win ha viajado, y ha conocido a gente nueva. Win es una elfina diferente, señorita.
–Me alegra oír eso –sonrió Hellen–. ¿Has disfrutado de tu viaje?
–Mucho, señorita. Win se alegra de haberlo hecho –pero la sonrisa de Win se transformó en una expresión de seriedad–. Pero Win desea volver. Win quiere estar junto a la señorita.
–Y yo quiero que vuelvas. Te he echado mucho de menos –Hellen sentó a Win frente a ella, y la miró a los ojos–. Pero ¿cómo lo hacemos? No quiero que seas mi esclava. ¿Quieres que...? Podría pagarte un sueldo –sugirió. Win negó con la cabeza, agitando sus orejas.
–No, señorita, Win nunca aceptará dinero de la señorita. Win no lo aceptará.
–Pero no puedo permitir que te quedes sin recibir nada a cambio.
–¿Por qué no?
–No sería justo. Siempre has cuidado de mí.
–¿No es eso lo que hacen las familias, señorita? –preguntó la elfina, mirándola con timidez. Hellen se quedó sin palabras, y de nuevo, las lágrimas inundaron sus ojos.
–Tú siempre has sido mi familia, Win –susurró.
–Win quiere seguir siéndolo. Win no necesita nada más.
Incapaz de hablar, Hellen volvió a abrazarla. Con Win a su lado, nunca volvería a estar sola.
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En la sala de profesores, el ambiente estaba tenso. Vaitiare se había unido a ellos, y era de la opinión de que el extraño fenómeno de las runas estaba vinculado a la Dama.
–Tiene lógica. Esos extraños dibujos surgieron tras el ataque que sufrió. Quizá sea el rastro de un hechizo que dejó a medio terminar. Pero puede que nuestro experto tenga una idea más clara –sonrió, mirando directamente a Snape, con una brillante sonrisa.
Todos los profesores le miraron, en parte porque como mortífago debía saber la respuesta, y en parte porque era muy divertido ver la vergüenza que pasaba el serio profesor cuando la veela le miraba con ojos de enamorada.
–No me parece posible que sea cosa de ella –respondió con lentitud, escogiendo con cuidado sus palabras. Miraba a Dumbledore, como si quisiera enfatizar lo que decía–. La Dama estaba inconsciente cuando todo comenzó. Ni siquiera ella tiene el poder necesario para hechizar Hogwarts sin proponérselo.
–Qué sabias palabras –suspiró ella. Muchos profesores disimularon la risa. Era muy placentero ver cómo Snape trataba de no darse por aludido, aunque algunos estaban sorprendidos por su estoica resistencia. La mayoría de los varones se sentían atraídos por ella, y eso que no recibían ni una décima parte de la atención de la veela.
–Confiemos en que lo que dices sea verdad –masculló McGonagall. Ella no soportaba a ninguno de los dos, y aunque le divertía ver humillado a Snape, pensaba que la situación se estaba alargando demasiado.
–¿Por qué no iba a serlo? –preguntó Vaitiare, con voz inocente–. Él ha sido uno de los que ha estudiado a la Dama más de cerca. Según tengo entendido, la estuvo buscando durante mucho tiempo.
–Sí, y no la encontró –respondió McGonagall, con sorna. Snape miraba fijamente a la superficie de la mesa, sin hacer un solo gesto que revelase en lo que estaba pensando.
–Profesores, por favor –intervino Dumbledore, pidiendo paz–. Debemos tratar el problema más acuciante ¿Qué hacemos en caso de que Vóldemort decida iniciar la guerra?
–Algunos pensamos que sería adecuado establecer un método de evacuación de emergencia de los alumnos –respondió Flitwick. Muchos otros asintieron en señal de apoyo.
–Pero mi querido Filius, eso sólo servirá para crear más confusión entre los alumnos –sonrió Vaitiare.
–No entiendo cómo un plan de emergencia puede crear confusión –replicó McGonagall, con sequedad.
–Hará que los alumnos piensen que van a ser atacados en cualquier momento. Creará una atmósfera de seguridad.
–Más bien al contrario. Les ayudará a responder con mayor rapidez cuando sea necesario.
–Hay que ser realistas –intervino Sprout–. Son demasiados alumnos, debemos organizarles de alguna manera.
–Y hacer que los mayores se encarguen de los más jóvenes –añadió Flitwick–. Que se agrupen en parejas o grupos, para que nadie se quede solo.
–Sólo conseguiréis aterrarles –protestó Vaitiare–. Bastante tienen ya con esa espantosa mujer y sus mortífagos.
–Es una buena idea, Filius. Instruiré a mis estudiantes para que se organicen –dijo Snape. La veela le miró dolida, agitando su cabello. Pero antes de que pudiese protestar, las puertas de la sala se abrieron, y la Dama entró.
Se la veía más pálida que antes del ataque, y su cicatriz parecía más oscura, pero se erguía muy tiesa. Narcissa la seguía de cerca, aunque intentando no mirar a nadie a la cara.
Dumbledore se levantó, como muestra de cortesía, y la saludó con una inclinación de cabeza y ella respondió de igual modo. Recuperó su asiento frente al director, y Narcissa ocupó una se las sillas cercanas a la pared.
–Veo que tenemos una nueva adquisición –comentó, escrutando a la veela con una mirada seria.
–Es un placer conocer por fin a la gran Dama –saludó Vaitiare, haciendo gala de una capacidad de adulación impresionante–. Me alegro de ver que te has recuperado de tus lesiones.
–Me encuentro perfectamente, muchas gracias.
–Seguro que ya te has encargado de impartir castigo a los alumnos implicados en el ataque. Según tengo entendido, Potter y sus amigos también agredieron a Amycus ¿no es cierto? –su voz rebosaba inocencia, pero sus palabras se granjearon miradas de desconcierto e incredulidad por parte de los demás profesores. Incluso Snape la miró con sorpresa.
–Será mi prioridad en cuanto termine esta reunión –respondió la Dama, con seriedad. Su actitud, fría e impasible hizo que los otros se estremecieran. McGonagall y Sprout cruzaron una mirada ¿qué tendría preparado?–. Tenía entendido que esta reunión era importante, por eso he venido.
Los profesores se miraron entre sí ¿Debían decirle la verdad? ¿Y si ella se lo contaba a Vóldemort? Aunque, por otro lado, tal y como McGonagall creía, seguramente se enteraría por Narcissa o Snape.
–Estábamos intentando descartar la opción de crear un plan de evacuación para los alumnos –dijo Vaitiare.
–Más bien era lo contrario –siseó McGonagall.
–Minerva, ambas sabemos que eso no es posible.
–¿Por qué no? –preguntó la Dama. La veela vació un instante.
–Porque cundiría el pánico y sería muy difícil sacarles a tiempo de Hogwarts.
–Los planes de emergencia son para evitar el pánico –McGonagall estaba roja por el enfado, y Sprout le puso una mano en el brazo para que se calmase.
–Sólo tienen que llegar a Hosmeade, y desde allí desaparecerse –apuntó Sinistra.
–¡Todos a Hosmeade! Sería una locura. Quedarían desprotegidos.
–Es cierto, lo es –intervino la Dama–. Quizá fuera más sensato modificar los hechizos ancestrales para que fuesen capaces de desaparecer desde dentro de Hogwarts. No es necesario hacerlo en todo el castillo, pero quizá el Gran Comedor y las salas comunes sean unos buenos puntos de escape.
El silencio siguió a sus palabras, mientras todos consideraban su idea.
–Eso permitiría que los mortífagos se infiltrasen en Hogwarts –dijo Flitwick, preocupado.
–No, sólo hay que permitir la salida, no la entrada. Además, los mortífagos no tienen por qué saberlo –el silencio fue mayor si cabe.
–¿Hablas en serio? –preguntó Dumbledore, con voz incrédula, expresando lo que todos pensaban. La Dama le devolvió la mirada con serenidad.
–Yo no soy mortífaga, señor director. Yo no sigo sus normas. Yo fui enviada a Hogwarts para hacer cumplir con la nueva ley. Y esa ley impide el derramamiento innecesario de sangre mágica.
–Pero las órdenes de Vóldemort pueden cambiar –las miradas de los profesores se fijaron en ella.
–Entonces, el plan de emergencia cambiará también.
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–Mirad esto, es horrible –Hermione estaba sentada en el alféizar de una ventana, leyendo El Profeta. Harry, Ron y Ginny se agruparon a su alrededor, para averiguar lo que pasaba–. Los muy cerdos describen los ataques a los muggles como si estuviesen eliminando una plaga. ¡Mirad! Aquí dice que irrumpieron en una boda y mataron a todo el mundo. Y en Escocia han secuestrado a todo un grupo de primaria de una escuela muggle.
–Y los incendios –añadió Ginny, leyendo la otra página.
–Es vomitivo –Ron puso cara de asco–. Les falta comentarlo como si fuese un partido que Quidditch.
–¿No dicen nada de lo que pasa en Hogwarts? –preguntó Harry.
–Sólo que la Dama cumple con sus excelentes funciones en el campo de la enseñanza –bufó Hermione–. Apoyada por la veela Vaitiare.
–Un momento, Vaitiare le dijo a Dumbledore que ella no trabajaba para Voldemort –Harry se asomó para mirar el periódico.
–Quizá sea una espía –sugirió Ron.
–¿Al igual que Snape? –Harry no lo tenía tan claro.
–Si tengo que apostar por uno de los dos, ya sé por cual hacerlo.
–¡Ron! Solo crees que esa veela está en nuestro bando porque... bueno, porque es una veela.
–¿Y de qué otra cosa me voy a fiar? El otro es un mortífago, tampoco hay tantos puntos a su favor.
–Cuidado –les advirtió Ginny, señalando con la cabeza a la figura que se acercaba a ellos. No cabía la menor duda de que la Dama les estaba buscando, pues su paso era firme y decidido. Los cuatro se pusieron en guardia.
–Potter –le llamó, y él metió la mano en el bolsillo, agarrando su varita. Puede que ella le inmovilizase, pero no se iba a quedar desarmado. La Dama continuó hablando en Pársel–. He oído que te has declarado responsable del ataque que sufrí en mi despacho –él no dijo nada, pero su postura y su expresión desafiantes fueron muy elocuentes–. Voy a tener que castigarte por ello.
–Supongo que no le queda otra opción, ¿no? –preguntó él, con osadía.
–Así es –ella no parecía molesta por su actitud. Al contrario, una débil sonrisa se adivinaba en sus labios–. Tendrás que compensarme por lo que hiciste, pero no será ahora. En algún momento, necesitaré que hagas algo por mí y lo harás. Tened un buen día –les dijo a los demás, antes de dar media vuelta.
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Draco estaba buscando a Pansy, para hacer juntos la ronda de la tarde. Una de las cosas buenas que tenía ser Prefecto era que podía desquitarse quitando puntos a los alumnos de las otras casas, especialmente al estúpido de Potter y a sus amigos, y esa tarde, Draco necesitaba desahogarse como fuera.
Ese año estaba siendo más complicado de lo que creía, no sólo porque la presencia de la Marca Tenebrosa en su brazo no le estaba trayendo la satisfacción que deseaba, sino porque la presencia de la Dama y los otros mortífagos le ponían en una posición de desventaja, impidiéndole actuar por su cuenta ¿cómo iba a demostrar su valía al Señor Tenebroso si no le permitían tener una posición de importancia?
Al girar una esquina se dio cuenta de que se había equivocado. Había estado tan sumido en sus pensamientos que se había distraído. Un brillo lejano llamó su atención, y guiado por la curiosidad, avanzó unos metros, tratando de comprender qué veían sus ojos. Vaitiare estaba al final del pasillo, de cara a una pared, y frente a ella, las runas resplandecían y se extendían sinuosas por las piedras. La veela también brillaba, y su pelo plateado y su vestido vaporoso flotaban a su espalda, como mecidos por la brisa.
Draco se detuvo, embargado por una sensación de peligro que no supo explicar. Quiso retroceder, pero sus piernas no le obedecían ¿por qué no podía moverse? Y entonces, Vaitiare se giró, y al verle le sonrió.
Draco sintió que esa sonrisa inundaba sus pensamientos, alejando de su mente todo lo demás. La veela se acercaba a él, como si flotase, y su extraño resplandor iluminaba el pasillo.
–Tú eres Draco Malfoy –la voz suave de la veela era música en sus oídos, tan suave y tentadora como ella. Draco alcanzó a asentir, boquiabierto, sin poder apartar sus ojos de ella–. Me alegro de poder verte al fin, he escuchado grandes cosas de tí.
Draco sonrió y se estiró orgulloso. Nada le hacía más feliz que recibir un cumplido de ella. Vaitiare se puso a su altura, y alargando su mano blanca y delicada, le acarició una mejilla, haciéndole extremecer.
–Me pregunto si me podrías hacer un favor –ronroneó Vaitiare, mirándole con sus maravillosos ojos verdes. El corazón de Draco dio un doloroso brinco en su pecho ¿un favor? por ella haría cualquier cosa. Por esa sonrisa, él sería capaz de...
–¡Draco! –la voz de Narcissa resonó por el pasillo, haciéndole volver a la realidad. Fue como despertar de un sueño. Draco creyó ver durante un segundo una mueca de furia en la cara de Vaitiare, substituída instantáneamente por una sonrisa melosa.
–Señora Malfoy, por fin nos conocemos.
Pero Narcissa no estaba dispuesta a dejarse engañar. La mujer tenía la varita en la mano y sus ojos brillaban con una furia que Draco no había visto nunca.
–No te acerques a mi hijo –siseó, poniéndose en frente de Draco de forma protectora. La veela retrocedió un par de pasos, sonriendo con calma.
–Sólo estábamos hablando.
–No quiero que le hables, él no forma parte de tu misión.
–Tranquila, no deseo pelear –Vaitiare sonrió de forma burlona, dándose la vuelta–. Ten un buen día, Draco –se despidió, mirando por encima de su hombro. Draco sintió cómo se ruborizaba de verguenza, y agachó la cabeza. No se atrevía a mirar a su madre. Pero Narcissa no estaba enfadada con él.
–Draco ¿te ha hecho daño?
–No madre, sólo me estaba hablando. Quería que le hiciera un favor.
–¿Qué clase de favor?
–No lo sé.
–Draco, no vuelvas a dejar que se te acerque, esa veela es muy peligrosa –viendo su expresión de vergüenza e incomodidad, Narcissa trató de tranquilizarse–. No sé qué pretende, pero debemos mantenernos al márgen. A partir de ahora, intenta estar siempre acompañado. Quédate cerca de Alecto.
–¿Alecto? ¿No está bajo la maldición Imperius?
–Pero sigue siendo una mortífaga, y no pueden hacerla daño. Quizá puedas ayudarla a vencer la maldición, el Señor Tenebroso estaría complacido por eso.
–Haré lo que pueda, madre.
Narcissa enlazó su brazo con el suyo y juntos se alejaron de allí. Y detrás de ellos, olvidadas, las runas siguieron extendiéndose lentamente.
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–¿Crees que podemos fiarnos de ella? –le preguntó Sprout a McGonagall, mientras ambas patrullaban por los pasillos–. Parecía muy sincera cuando dijo que ayudaría a proteger Hogwarts.
–Estaba tratando de engañarnos. No me fio de ninguna de las dos.
–Sin embargo, era buena idea la de permitir desaparecer a los alumnos desde las salas comunes, o crear pasadizos para los más jóvenes.
–¿Con qué fin? Conduciría a los alumnos directamente a las manos de Quien-Tú-Sabes –protestó McGonagall–. ¿Busca algo, señorita Abbot? –preguntó, al ver a la alumna de Hufflepuff.
–A mi hermana. No la encuentro por ninguna parte.
–La vi esta mañana en clase de Herbología. Seguramente esté en la sala común. Te acompañaré –se ofreció Sprout con amabilidad.
Las dos profesoras se separaron, y McGonagall miró con disgusto a las runas que brillaban en las paredes. Le daba igual lo que Snape dijera, ella estaba convencida de que las marcas desaparecerían el día que la Dama abandonase Hogwarts.
