XXII – Réquiem del Vagabundo
Fugaku no perdió el tiempo. Ukataka era solo un lugar donde había estado residiendo por una temporada. No había necesidad de una despedida, ni de hacer drama. Ni siquiera necesitaba detenerse a buscar sus pertenencias, lo único que necesitaba era su armadura y sus armas. Era en lo que se podía contar. Y la Piedra Gemela que le diera Enanita. El único recuerdo físico de Hozuki. Siempre se preguntó porque la conservó todos esos años, ahora parecía que el destino estaba sonriéndole.
Subió los escalones rápidamente hacia el cuartel, era demasiado temprano para que hubiera nadie, eso haría todo más sencillo. No quería encontrarse con los demás. Nagi intentaría detenerlo y para colmo lo haría sentirse culpable, la estudiosa convertida en doctora nunca fallaba en sacarle en cara que tenía que ser más amable. La pequeña y el niño bonito solo dirían algo para hacerle enfadar, diablos quizás incluso lo bastante para detenerlo. Ōka sería más complicada, era difícil llevarle la contraria. Hayatori solo se lo quedaría mirando en silencio hasta hacerlo sentirse incomodo.
¿Por qué era que todos le venían a la mente justo ahora? Fugaku no deseaba explicarse, por eso le mintió a Sansker. El novato era un maldito blando, sin dudar se ofrecería a ayudarlo, quizás todos querrían hacer lo mismo. Pero no podía aceptarlo, esta era una pelea solo para él. Desde ese día en que despertó en las ruinas de Hozuki había jurado que nunca más volvería a ser débil, nunca más dejaría que lo superaran ¿Cómo podría mirar a Enanita y los demás a la cara si ni siquiera podía vengarlos? Esta era su misión. Los demás tenían sus vidas, su aldea, gente a la que proteger. En cambio, él…
—Solo espera bastardo—murmuro Fugaku sacando la piedra del bolsillo de su armadura. Llego hasta el puente que llevaba fuera de la aldea y lo cruzo a grandes zancadas. El leve brillo de la roca pareció incrementarse apenas salió del círculo de la barrera—Ya casi eres mío.
Apenas estuvo fuera comenzó a correr. No tenía una dirección, solo la piedra, pero la luz era como un faro. Fugaku atravesó las ruinas de la vieja aldea y se internó en el bosque. Ignoro a cualquier otra cosa que le saliera en el camino. Solo cuando puso un pie en el Otro Mundo fue que los Oni aparecieron. Fugaku soltó una carcajada, poniéndose sus guanteletes y lanzándose directamente hacia las criaturas que intentaban detenerlo.
— ¡Muy bien, ustedes serán el calentamiento!—rugió Fugaku, desatando el poder de su Mitama y arrojándose contra el enemigo. Siempre hacia adelante, esa era la única verdad que conocía.
Había cometido un error. Quizás fuera demasiado brusco, pero Fugaku rechazo su idea por completo. Sansker decidió darle espacio a su compañero y buscar el pequeño santuario al pie del Árbol Sagrado. Al llegar hizo su ofrenda en el altar como era costumbre. El pequeño retoño detrás de la caseta ya tenía más frutas para recompensarlo, así que tomo un par, siempre podía dárselas a Tenkichi después.
Se sentía frustrado. Encontrar a Tokugawa era la manera más rápida y segura de acabar con todo este problema. Sin el Oni comandante sus enemigos perderían la iniciativa y regresarían a ser las bestias sin coordinación que todos conocían. Kikka ya no tendría que sufrir tanto para mantener la barrera, los exploradores no serían emboscados ni tendrían que sufrir ataques tan constantes. Todo volvería a la normalidad.
"Aunque, realmente, esta se ha vuelto mi normalidad" pensó Sansker mirando una de las frutas que tenía en su mano. Ya casi se sentía a gusto siendo capitán después de tan poco tiempo, y a pesar de lo ajetreado de todo, Ukataka se estaba convirtiendo en un hogar. Quizás sus compañeros conocieran otra cosa, pero él no. "Supongo que está bien. No podemos elegir las cargas que nos tocan, solo como enfrentarlas".
Se guardo la fruta en su bolsillo, dando un suspiro. Al menos las cosas con Kikka estaban claras. Dejar salir lo que tenía en su corazón se sintió bien, y ella parecía sentirse mejor después de ser sincerarse. Solo ahora se daba cuenta de cuan pesada fue la carga que tuvieron que soportar, todo por culpa de Shusui y sus malditas palabras. Desde ese día apenas se hablaban más de lo estrictamente necesario. Parte de él aún seguía enfadado, incluso si no podía obligarse a odiar Shusui.
— ¿En qué diablos estaría pensando?—murmuro John. Se sentó en las raíces del árbol, escuchando la brisa moverse a través de las hojas.
Era la primera vez que se detenía a pensar en las intenciones de Shusui. Su preocupación por Kikka, sus propias dudas y sus deberes lo mantuvieron demasiado distraído, pero era una excelente pregunta. El oficial de inteligencia no era alguien que actuara al azar, cada vez que hacía algo era con un propósito. Las conversaciones sobre los cambios en la historia, su sospecha de que los Oni tenían una cadena de mando, incluso el reforzar la barrera, todo eso había sido idea de Shusui. Y aunque resulto en una ayuda para Ukataka, cada paso del proceso tuvo el potencial de causar un desastre.
Era como si Shusui actuara justo antes que los Oni los atacaran. Fueron sus ideas las que llevaron a Kikka a reforzar la barrera, en una situación en donde la joven no tuvo alternativa. Yamato tuvo que dejarlos, y al hacerlo Ōka envió más exploradores que fueron emboscados por un tipo de Oni que nadie veía desde hacía 8 años. El ataque que destruyo la barrera por poco mato a Kikka, y cuando ella se recuperó fueron golpeados por un Oni cuyos poderes ignoraban esta defensa. Era todo demasiado conveniente, pero ¿por qué? Si Ukataka era destruida Shusui moriría también, a menos…
—Justicia para aquellos que lo perdieron todo…
Lo que Shusui le dijo cuando él le pregunto por sus motivos ¿Podría ser que se refería a su idea de viajar en el tiempo? Sansker había agonizado sobre esa idea, atormentándose con la posibilidad de destruir el presente para revivir el pasado. Tanto que nunca se detuvo a pensar si Shusui no habría llegado a su propia conclusión. John se puso de pie lentamente. Hatsuho era prueba viviente de que los Oni podían viajar en el tiempo, y si ese era un camino que estaba decidido a tomar ¿qué no haría para cumplir su objetivo? Con la destrucción de Ukataka los Oni obtendrían las almas que necesitaban y los Asesinos no podrían detenerlos.
Era una idea terrible. Y solo una persona podría darle claridad ahora. Sansker decidió dejar el santuario y regresar al cuartel. Recorrió el camino de regreso rapidamente, y estaba tan concentrado que no se fijó que Ōka venía saliendo del edificio al mismo tiempo que él estaba entrando y ambos chocaron de frente.
— ¡Oye! Ten un poco de cuidado, por favor—lo regaño Ōka dando un paso atrás, por fortuna para ella, fue la empuñadura de su katana la que se llevó la peor parte del golpe.
—Lo siento—respondió Sansker frotándose el abdomen—Tengo algo de prisa, te puedo explicar después.
Intento pasar junto a ella, pero las siguientes palabras de la espadachina lo detuvieron en seco.
— ¿Es sobre Fugaku?—preguntó Ōka.
— ¿Qué?—John se dio la vuelta— ¿Por qué lo preguntas?
—Yu dice que lo vio salir hace poco pero no tomo ninguna misión—explico ella—Pensé en buscarte, creí que sabías lo que le ocurría. Parece que estaba actuando algo extraño.
—No… ¡Ese idiota!—exclamo Sansker, sin saber si se refería a su compañero o a si mismo.
—Sansker ¿qué sucede?—preguntó Ōka, sorprendida.
—Tenemos que averiguar a donde se fue—respondió John—Si no lo encontramos pronto Fugaku va a conseguir que lo maten.
Sansker casi salió corriendo hacia el exterior con Ōka detrás de él, claramente preocupada. Él le explico la situación en pocas palabras y por suerte la joven pareció entenderlo, o al menos no hizo más preguntas. No tenían tiempo de avisarle a los demás, Fugaku les llevaba una hora y media de ventaja. La primera idea de John fue ir a preguntarle a los vigías. Apostados en varias torres en el perímetro de la aldea, ellos podían ver ir y venir a todos. Prácticamente salto desde el suelo hasta la primera atalaya que vio y comenzó a preguntar.
Había dos personas en el puesto, un hombre y una mujer. Ambos tenían el uniforme de los exploradores: una camisa blanca, pantalones rojos, y el símbolo del Ojo de la Verdad en rojo sobre sus espaldas, con una tiara con cuernos hecha de cuero de Oni en la frente. Ambos saludaron en cuanto lo vieron.
—Lo siento capitán, no lo he visto—respondió el primer vigía negando con la cabeza.
—Yo…—la segunda dudo un momento—Creo que vi al señor Fugaku más temprano. Me pareció que se dirigía en la dirección de la Era de la Paz. No sabría decir más.
John regreso al suelo, y de inmediato supo que sería inútil buscar un rastro. Docenas de personas marchaban por la entrada de la aldea todos los días, incluido Fugaku, tratar de buscar sus huellas en medio de la de los demás sería imposible. Adentrándose en el bosque las cosas serían diferentes, pero con la capacidad de movimiento de un Asesino no era como si dejaran señales tan claras.
—Tenemos que pedir ayuda—dijo Ōka—Quizás… tal vez Kikka pueda localizarlo con sus poderes.
—No tenemos nada de Fugaku para que rastree—replicó Sansker. El hecho de que Ōka hiciera la sugerencia mostraba lo preocupada que estaba—Y sería perder un tiempo importante, tenemos que hacer algo ya.
—Estoy de acuerdo, pero sin una dirección estaríamos dando vueltas sin rumbo—dijo Ōka negando con la cabeza.
Sansker tenía que admitir que ella estaba en lo cierto. Los vigías les habían dado apenas una pista. Deseo tener los poderes de Kikka. Su habilidad apenas le ayudaba a escuchar almas. Como la de Enanita… John tuvo una idea. Era una locura, pero quería confiar en esto. Seguía sin creer ni entender nada de lo que las Mitamas le habían dicho, pero si de verdad tenía talento para estas cosas, entonces era hora de ponerlo a prueba.
—Tengo una idea—dijo Sansker—Creo que puedo encontrar a Fugaku si encontramos al Oni que está buscando.
— ¿Cómo piensas…?
—Confía en mi. Ve a buscar a alguien más para que nos acompañe, necesitaremos ayuda para derribar al Oni. Yo necesito espacio para concentrarme.
—Está bien—dijo ella al cabo de un momento—Volveré en seguida.
Sansker sonrió al verla marcharse. Apreciaba el voto de confianza. Respiro profundamente y cerró los ojos. Estaba trabajando en una idea que apenas tenía sentido para él. Como Asesino podía ver espíritus, invocar la fuerza de su alma y canalizar el poder de las Mitama, quizás incluso varias al mismo tiempo. Pero escuchar o ver fantasmas era algo nuevo. Recordaba vagamente lo que sucedió en el sueño de Hatsuho, cuando había buscado los espíritus de sus padres. En ese momento solo deseaba ayudarla, y al estirar su mano alguien respondió. Kikka había dicho que las almas humanas tenían el poder de llamarse unas a otras. Si Enanita podía llamarlo a él, entonces quizás pudiera hacer lo opuesto.
"Vamos, si estas allí y puedes oírme, Fugaku se ha ido a ayudarte, y necesitara ayuda también" pensó Sansker. Con sus ojos cerrados abrió el Ojo de la Verdad, que era dejar que su alma mirara el mundo. Normalmente la visión de su alma se mezclaba con la de sus ojos, pero al no estar mirando podía enfocarse solo en su espíritu. No tenía idea de cómo Kikka dejaba ir su consciencia, él se sentía firmemente atorado en su forma física, pero aún escuchaba ese susurro en la distancia. Se enfoco en eso con toda su fuerza. "Vamos Enanita, sé que quieres que te rescaten, así que déjame encontrarte".
La Era de la Paz. Fugaku había seguido el rastro de la Piedra Gemela hasta la ciudad muerta. El brillo le indico el camino a seguir, llevándolo a una plaza al pie de un castillo. El terreno era plano, sin ninguna construcción, excepto por la pared de la fortaleza que se alzaba como una montaña al costado norte y oeste, dejando solo la vista hacia el sur y el este. Debido a la elevación el lugar parecía una repisa gigante.
Era perfecto para ese maldito Oni alado. Fugaku apretó el puño y se guardó la piedra en el bolsillo. Si brillo era tan intenso que era visible incluso a través de la tela. Tomo sus guanteletes haciéndolos chocar entre si. Una ráfaga de viento golpeo el patio, levantando una pequeña nube de polvo. En la distancia pudo escuchar un aleteo de algo grande que se aproximaba. Fugaku sonrió, mostrando todos sus dientes. Era igual que aquel día en Hozuki, podía sentir el aire vibrando debido a las alas de esa bestia incluso antes de verla.
—Tres años, te he esperado por tres malditos años—murmuro Fugaku.
El Oni descendió sobre él, materializándose sobre su cabeza como si emergiera de las sombras en el cielo. La bestia tenía una forma que recordaba a un águila, excepto que su cuerpo era demasiado macizo para sus alas, que se extendían debajo de los brazos como las de un murciélago, pero poseían unas plumas largas y rígidas que le daban más superficie. Sus escamas eran de color marrón y tenían la apariencia de plumas, excepto por una melena de cabello blanco sobre la cabeza, que tenía forma de ave, excepto que su pico estaba cubierto por dientes afilados y su cabeza coronada por dos largos cuernos. Un Daimaen, el enemigo que había estado buscando.
—Finalmente nos volvemos a ver… ha pasado tiempo, bastardo—dijo Fugaku. Se puso a reír. Después de una búsqueda tan larga era casi irreal estar frente a su objetivo. La bestia pasó sobre su cabeza, rugiendo y dando una vuelta en el aire. Su estómago brillaba con una luz azul que Fugaku reconoció—Tienes algo que me pertenece, y es hora de que lo recupere… las almas de todos en mi aldea… ¡Volverán conmigo!
El Daimaen giró en el aire y se dirigió hacia él a toda velocidad abriendo su pico de par en par. Fugaku ni siquiera lo pensó y se lanzó hacia adelante. Su cuerpo comenzó a brillar con un aura carmesí al llamar a la fuerza de su Mitama, dejando que su sed de sangre se uniera con la suya, dándole más fuerza a su cuerpo. El Oni voló hacía él a toda velocidad y Fugaku salto en el último segundo, levantando ambos puños sobre su cabeza y dejándolos caer con toda su fuerza sobre el demonio.
El impacto arrojo el enorme cuerpo hacia abajo, haciéndolo estrellarse, pero su impulso lo arrastró hacia adelante y empujo a Fugaku a un lado. Tanto él como el Oni rodaron por el suelo, intentando recuperar el control de sus movimientos. Fugaku clavo sus pies en la tierra, empujando con tanta fuerza que hizo un cráter, deteniéndose en seco. El Daimaen rodo sobre si mismo, colocándose a 4 patas, con sus alas plegadas a ambos lados. De repente salto hacia adelante, impulsándose en el aire y aterrizando justo en frente de él.
Fugaku casi perdió el equilibrio, aunque intento avanzar para atacar al Oni. La bestia fue más rápida, levantándose sobre sus patas traseras y moviendo su brazo hacia atrás, lanzando un ataque cortante con sus halas. Las 'plumas' del Daimaen eran tan duras como la piedra, afiladas como navajas y sobresalían de sus antebrazos como largas cuchillas. Fugaku apenas pudo bloquear con sus guanteletes, evitando que lo partieran en dos. El golpe lo hizo deslizarse sobre el suelo varios metros, alejándolo del Oni. El Daimaen se colocó a 4 patas otra vez y abrió su pico en un rugido silencioso.
— ¡No otra vez!—masculló Fugaku.
Una enorme roca salió despedida de las profundidades de la garganta del demonio, como si fuera una bala de cañón. Fugaku hizo que su Mitama se activara nuevamente, dándole más fuerza a su cuerpo. Su puño avanzó, encontrándose con la piedra y atravesándola por la mitad, rompiendo el proyectil en pedazos con una fuerte explosión. El Daimaen disparo otra roca explosiva, pero Fugaku ya estaba avanzando y golpeo esta también, ignorando el calor y los fragmentos de roca que se clavaron en su carne. El demonio se enderezó, dando un paso hacia atrás para usar sus alas nuevamente, haciendo girar su cuerpo hacia un costado y golpeando hacia abajo.
Fugaku ataco hacia arriba, usando ambos puños para golpear la hoja de piedra que amenazaba con aplastarlo. Incluso con la fuerza de su Mitama, el peso y la velocidad hicieron que su cuerpo entero ardiera de dolor cuando toda la energía del arma paso a través de él y hasta el suelo, haciendo otro cráter a sus pies. Pero esta vez Fugaku estaba empujando en la dirección contraria y algo cedió. Con un crujido de la piedra y un chillido de dolor de parte del Oni, el ala se quebró a la mitad, dejando al Daimaen desarmado y expuesto.
El ave gigante se tambaleo hacia atrás, perdiendo el equilibrio momentáneamente. Fugaku canalizo toda su ira, su frustración y cada momento de odio que guardo por tres años hacia sus manos, haciendo que sus guanteletes resplandecieran con una luz roja mientras saltaba hacia su objetivo. Pero el Daimaen reacciono a tiempo, el demonio salto hacia atrás con gran agilidad y el golpe de Fugaku dio en vacío, levantando una honda de aire que retumbo con su energía espiritual.
— ¡Mier…!
Una roca explosiva lo golpeo de lleno. Fugaku solo evito que lo matara al canalizar la fuerza de su Mitama para reforzar su cuerpo, aun así, la fuerza del golpe lo dejo sin aire. El proyectil era tan grande que todo su cuerpo recibió el impacto, lo que lo arrojo hacia atrás dando vueltas, estrellándose contra el suelo en una nube de polvo. Fugaku pudo sentir como algo se quebraba en su torso, quizás una costilla, probablemente más de una. El dolor no le llego de inmediato, pero cuando lo hizo tuvo que apretar los dientes para no gritar. Estaba atorado en el suelo, y antes de poder levantarse el Daimaen se acercó a él, detectando una presa fácil.
El Oni levanto una de sus garras y lo aplasto con ella. Fugaku apenas alcanzo a cubrir su pecho con los guanteletes, hundiéndose más en el suelo y soltando un rugido de dolor. El demonio lo tenía completamente inmovilizado. El Daimaen abrió la boca y bajo la cabeza. Fugaku maldijo y lucho por soltarse, ignorando el dolor de sus costillas y mirando los colmillos del Oni acercarse más y más. Esto no podía terminar así, pensó Fugaku mirando al Damaen a los ojos sin rendirse ni por un segundo.
De la nada una flecha se clavó en el ojo de la bestia y esta lo soltó, aullando de dolor. Más flechas aparecieron el aire, envueltas en un resplandor rojizo, y estallaron al hacer contacto con las escamas del Oni. Fugaku se quedó mirando mientras dos figuras pasaron junto a él a toda velocidad, atacando al Daimaen por ambos flancos. Dos espadas, una plateada y una negra, se estrellaron contra la piel del demonio infligiéndole dos cortes profundos que salpicaron sangre negra por todas partes.
—Fugaku ¿estás bien?—Nagi apareció junto a él, arrodillándose a su lado. La arquera puso su arma a un lado y coloco sus manos sobre él. La energía de su Mitama comenzó a fluir hacia Fugaku, ayudándolo a curarse de sus heridas y aliviando su dolor.
—Ustedes… ¿qué…? ¡¿Qué diablos están haciendo aquí?!
—Nosotros somos los que deberíamos hacer esa pregunta—replicó Ōka corriendo hacia ellos—Te fuiste de la aldea sin decirle nada a nadie… ¿En que estabas pensando?
Fugaku no la miro, en su lugar se concentró en el Daimaen que emprendió vuelo al verse superado en número alejándose de los Asesinos. Bajo la vista para ver a la última persona que esperaba encontrarse ahí.
— ¿Creíste que te dejaríamos hacer esto solo?—preguntó Sansker negando con la cabeza—Pudiste decirnos lo que planeabas, cualquiera de nosotros te hubiera ayudado. Lo hubiéramos entendido.
—Esta es mi misión, mi venganza, si no puedo hacer esto solo…—Fugaku se puso de pie. Gracias a Nagi su cuerpo estaba recuperándose lo suficiente para moverse. Y gracias a Ōka y Sansker aún seguía con vida. Odiaba tener que depender en otros, pero…
El Daimaen rugió de ira y volvió a la carga, volando sobre ellos a baja altura. De su cuerpo comenzaron a caer rocas, iguales a las que escupía por la boca, provocando explosiones a su paso. El grupo de Asesinos salto fuera de su camino, evitando el ataque por poco. El Oni levanto el vuelo para evitar la pared de la ciudad y volver a hacer otro barrido.
— ¡No tenemos tiempo para esto!—exclamó Fugaku—Maldita sea, si de verdad van a ayudarme entonces préstenme su fuerza para vencer a este bastardo. Tiene las almas de todos en mi aldea ¡No puedo dejarlo escapar!
—Entonces no tenemos otra opción—dijo Ōka.
Nagi asintió y tomo su arco nuevamente. Sansker solo se encogió de hombros.
—Esa era mi intención desde el principio.
El Oni regresó, agitando sus alas para mantenerse en el aire. Faltaban varias plumas de su ala izquierda, pero claramente no las necesitaba para volar. El Daimaen abrió la boca nuevamente, pero antes de que pudiera arrojar más rocas Nagi disparó con su arco. La arquera concentro su poder en el arma, creando un resplandor rojizo y disparando una única flecha, brillante como una llama. El disparo de Nagi dio justo en el blanco haciendo estallar la roca que surgía del estómago del Oni. Este quedo aturdido por la explosión y su vuelo se convirtió en una caída sin gracia, haciéndolo estrellarse contra el suelo.
Sansker y Ōka fueron tras él, aprovechando el momento para atacar por los flancos. No obstante, el Daimaen logro recuperarse, retorciéndose sobre si mismo y levantándose en el último minuto. Los dos Asesinos atacaron justo cuando el ave gigante daba un giro, haciendo un barrido en el aire con las plumas de sus alas. Ōka logro bloquear el golpe, su cuerpo resplandeció con una dorada y las plumas de piedra afilada la golpearon sin cortarla. El impacto la arrojo contra Sansker, quien tuvo que girar para atajarla en el aire y no chocar, pero ambos fueron repelidos, alejándolos de su objetivo.
Ōka logro detenerlos a ambos, clavando su espada en el suelo y dejando un surco a su paso. El Daimaen les arrojo una de sus rocas explosivas, pero ella llamo a su Mitama, formando una barrera de energía en torno a ambos. La piedra exploto contra su defensa sin hacerles daños.
Fugaku corrió hacia el Daimaen mientras este se distrajo con sus compañeros. Nagi lo vio y trato de ayudar, disparando una serie de flechas rápidas que volaron sobre su cabeza. El Oni agito las alas y salto sobre Fugaku, extendiendo sus patas traseras en una imitación de una patada humana. El demonio logro pasar sobre él y casi aplasto a Nagi, quien tuvo que rodar fuera de su camino y dar un gran paso hacia atrás para evitar ser partida en dos cuando el Daimaen intento cortarla con sus plumas. De repente el ala derecha del Oni estallo con un resplandor blanco que hizo quebrar las plumas de piedra, dándole espacio a Nagi para evadirse.
— ¡Ahora!—exclamo Sansker, sosteniendo sus manos extendidas hacia el demonio.
Ōka ya corría hacia ahí, espada en mano. Fugaku fue tras ella. Incluso con ayuda, el Daimaen era un enemigo formidable, rápido a pesar de su tamaño y engañosamente ágil. Fue así como había eliminado a los Asesinos en Hozuki, sorprendiéndolos mientras ellos lidiaban con la horda de Oni pequeños que lo seguían. Era inaceptable. Fugaku odiaba depender de otros, odiaba que su poder no fuera suficiente. Incluso la fuerza de su Mitama era prestada. El Daimaen rugió de dolor hacia el cielo, sus garras se hundieron en la tierra haciendo temblar el suelo a su alrededor.
Del suelo surgieron columnas de piedras afiladas que estallaron en una serie de esquirlas. Ōka esquivo dos que aparecieron en su camino, pero Fugaku no tuvo tiempo. Varias de esas columnas surgieron en su camino y él se arrojó hacia adelante. Convoco a su Mitama nuevamente, concentrando todo el poder que esta podía darle, un aura roja y naranja envolvió su cuerpo formando una especie de llamas alrededor de él. Fugaku atravesó las dos columnas, rompiéndolas con sus guanteletes e ignorando los cortes menores que le hicieron.
—No tengo dinero, no tengo estatus y no tengo cerebro—mascullo el Asesino, apenas deteniéndose luego de romper la roca. Sus compañeros estaban atacando al Daimaen otra vez, y este saltó para evitar ser rodeado—Por mucho tiempo pensé que solo tenía mis puños. Los mismos que Enanita salvo ese día… quizás no sean demasiado, pero… ¡Son más que suficiente para acabar contigo!
Fugaku había evitado hacer esto antes, usar todo el poder de su Mitama en su cuerpo lo hacía fuerte pero luego lo dejaba sin defensas. Era el tipo de espíritu que poseía, totalmente dedicado al ataque sin apenas nada para la defensa, algo que le servía perfectamente. Fugaku sintió como si su cuerpo estuviera en llamas mientras corría hacia el Daimaen nuevamente. Solo que esta vez tenía algo más que sus puños.
El Oni disparo otra roca explosiva de su boca hacia él. Antes de que pudiera tocarlo la piedra estallo contra una barrera de energía dorada que Ōka formo en torno a su cuerpo, Fugaku siguió corriendo. El arco de Nagi canto y varias flechas con ese resplandor rojizo volaron sobre su cabeza, estallando contra el pecho y el rostro del Daimaen, evitando que atacara una segunda vez. El Oni hundió sus patas en la tierra, preparándose para saltar fuera del camino, pero en ese momento una serie de cadenas de energía dorada surgieron alrededor de sus patas, extendiéndose sobre su cuerpo y electrocutándolo, evitando que se moviera por varios segundos.
—Hazme un favor ¡Dale mis saludos a Enma-sama!—grito Fugaku, invocando el nombre del Rey del Infierno.
Sus puños brillaron con un resplandor rojo sangre, concentrado toda la fuerza de su alma por segunda vez. Fugaku saltó, lanzando su puño directo hacia el pico del ave. Esta vez el Daimaen no pudo moverse y recibió el golpe directamente. Fugaku sintió su puño golpear contra algo duro y luego como esto cedía, con el sonido de rocas quebrandose. La cabeza del Daimaen dio un giro en un ángulo imposible y estallo en una explosión de sangre negra. Los dos cayeron al suelo, Fugaku sobre sus rodillas y puños, el Oni sobre su espalda.
— ¡Fugaku!—exclamo Sansker apareciendo de entre las sombras—Diablos ¿Cómo supiste que podíamos ayudarte? Si no tuviera a Takeda Shingen…
—Sabía que estabas por allí. siempre tienes un truco debajo de la manga… capitán—replicó Fugaku. Ahora que la emoción estaba pasando su cuerpo se sentía pesado, como si fuera de plomo. Le dolía respirar, así que supuso que sus costillas aún no estaban del todo curadas.
—Serás…—murmuro Sansker—Espera ¿Qué me llamaste?
Fugaku negó con la cabeza. Ōka y Nagi también corrían hacia ellos, pero sus ojos se movieron hacia el cuerpo del Daimaen. Había soñado tanto con este momento, por tres años todo lo que podía pensar era en encontrar y matar a ese Oni. No estaba preparado para lo que paso en ese momento. Del cuerpo del Oni comenzó a surgir una gran esfera de luz. Fugaku capto la imagen de un guerrero con armadura samurái de colores claros, adornada con el símbolo del clan Tokugawa. El guerrero asintió y avanzo hacia Sansker convirtiéndose en una esfera de luz otra vez y hundiéndose en su pecho.
—Fugaku… mira—dijo Sansker poniendo una mano allí donde la Mitama se había unido a él y apuntando con la otra.
Más esferas de luz surgieron del cuerpo del Daimaen. Ōka y Nagi llegaron, quedándose congeladas al ver lo que sucedía. Las pequeñas esferas de luz parecían luciérnagas de color azul, surgiendo del Oni y formándose a su alrededor. Fugaku se puso de pie con mucho esfuerzo, había docenas de estas pequeñas luces y supo de inmediato que eran, quienes eran. Normalmente las almas consumidas por un Oni cruzaban hacia el más allá sin problemas. Pero los aldeanos de Hozuki estaban retrasando su marcha.
—Esto es imposible…—dijo Ōka, extendió una mano hacia las almas, que revolotearon juguetonamente cerca de sus dedos.
—Nunca había oído de algo así—dijo Nagi, juntando sus manos frente a su pecho—Es como si supieran…
—Lo saben—dijo Sansker—Es su manera de decir adiós.
Fugaku deseo poder ver los otros en las almas, quizás el capitán era capaz. Él solo tenía su cercanía y era extrañamente reconfortante. Soltó un bufido.
—Vamos, lárguense de una buena vez… ya son libres de irse—dijo Fugaku con una voz inusualmente suave, tanto que los otros no pudieron oírlo—Cuídense, yo… yo aún tengo cosas de que ocuparme aquí. Adiós a todos… Adiós, Enanita.
El camino de regreso fue mucho más corto de lo esperado. Yamato los recibió a los 4 en la recepción. Ōka fue la que explico todo. Sansker tenía que reconocer que se habían marchado sin permiso y sin decirle nada a nadie, así que era comprensible si Yamato se sentía molesto. El jefe escucho todo sin decir una sola palabra y al final solo se dio la vuelta.
—Ya veo. Muy bien, les agradezco que trajeran a Fugaku de regreso—fue lo único que dijo Yamato antes de marcharse.
Nagi también los dejo, escusándose para ir a hacer el reporte. Sansker lanzo un suspiro, al menos ya estaban de regreso y salvo. Solo Ōka se quedó con ellos aún preocupada, Fugaku parecía intranquilo. El Asesino camino hacia el pequeño santuario que estaba junto a la entrada. Era una estructura simple, con una mesa cubierta en tela purpura con adornos dorados y símbolos que representaban a los dioses, con una caja de ofrendas al pie de la mesa. Muchos Asesinos solían rezar ahí antes de partir en misión, Fugaku no era uno de ellos, pero se lo quedo viendo por un largo rato.
— ¿Qué ocurre?—preguntó John.
—Bah, tenía la intención de hacerlo solo y al final necesite de su ayuda—dijo Fugaku cruzándose de brazos. No obstante, bajo la cabeza—Pero gracias a ustedes mis compañeros y Enanita ya pueden descansar en paz, así que les debo una.
—No nos debes nada—replicó Sansker.
—Sabes que no es tan simple—dijo Fugaku negando con la cabeza. Se dio la vuelta, mirando hacia la distancia—Ese día, cuando desperté en las ruinas de mi aldea, pensé que mi vida había terminado. Hozuki estaba destruida, mis amigos muertos, ni siquiera pude salvar a una niña. Me sentía patético…
—Fugaku…—dijo Ōka, no acostumbrada a que el otro Asesino reconociera necesitar ayuda o que hablar tan abiertamente de su pasado.
Sansker entendía los sentimientos de Fugaku. Él se había sentido igual cuando el Perla fue destruido y se encontró solo, empapado y abandonado en una ciudad en llamas. Sus compañeros muertos, su espíritu quebrado. Ahora solo podía suponer como sería para su amigo al tratarse de su hogar.
—No puedes cambiar el pasado. Fui demasiado débil entonces, pero eso también ha pasado—continuo Fugaku. Metió la mano en su bolsillo y saco la Piedra Gemela—Todo lo que puedo hacer ahora es aceptar esa perdida y continuar mi camino.
Avanzo hacia el altar y coloco la piedra sobre la mesa, dejándola como una ofrenda.
—Es el momento de despedirnos, Enanita—dijo el Asesino con voz grave.
—Fugaku… ¿estas… estas llorando?—preguntó Ōka, incrédula.
Sobre el rostro de Fugaku una única lagrima bajo por su mejilla, pero desapareció tan rápido que Sansker no podría decir si lo imagino o no.
—… Hay mucho polvo aquí, eso es todo—replicó Fugaku frotándose los ojos.
Sansker asintió y Ōka aparto la vista. John podía sentir que su compañero se estaba despidiendo de algo más que de la pequeña Doncella que conoció. Su único impulso por 3 años había sido el vengar su aldea, ahora que estaba completado…
— ¿Qué es lo que piensas hacer?—preguntó Sansker, Fugaku lo volvió a ver—Hozuki ha sido vengada, las almas de sus aldeanos descansan en paz… ¿qué harás ahora?
—Ja… ahora que lo dices, nunca pensé que haría una vez que lo lograra—respondió Fugaku. Su rostro recupero esa típica sonrisa salvaje, aunque no tan intensa como antes—Supongo que podría empezar reparando mi deuda contigo, capitán.
—Ya te dije que…
—Sin ti nunca hubiera encontrado a ese monstruo—interrumpió Fugaku, negando con la cabeza—Así que mientras este aquí, puedes contar con mis puños para proteger esta aldea.
—De acuerdo, suena a un compromiso aceptable—dijo Sansker desistiendo de convencerlo.
—Y una última cosa…—dijo Fugaku, bajo la cabeza nuevamente y cuando hablo lo hizo con completa sinceridad—Gracias.
Una luz azul comenzó a brillar en el pecho de Fugaku y Sansker vio la imagen de un guerrero de cabellos largos, que portaba una espada tan larga como él mismo. El guerrero vestía un traje abierto en el pecho de color rojo, y tenía una bandana de cuero negro en la frente.
—Los Oni deben ser exterminados. Nada más importa—dijo dando un paso al frente y fundiéndose contra el pecho de Sansker. Así pudo sentir que su nombre era Watanabe no Tsuna.
—Mi Mitama… desgraciado, va y hace lo que le da la gana—dijo Fugaku, recuperándose de la sorpresa—No importa, quédatela. Seguro que te resulta de ayuda.
—Cuidare de ella, no te preocupes—dijo John tocando su pecho.
—No me cabe duda, nuestro grupo está hecho de un montón de problemáticos—sentencio Ōka, sonriendo a pesar de su tono ligeramente exasperado—Si ya estas así entonces no tengo nada de qué preocuparme.
Sansker dejo a Ōka y Fugaku después de un rato. Le impresionaba que Watanabe no Tsuna se hubiera unido a él. Según Shikimi, o al menos según lo que capto entre sus murmullos cuando hablo con ella, una Mitama podía dividirse y formar vínculos con dos personas cuando estas estaban en sincronía. Era un símbolo de que entre ellos existía un vínculo de comprensión ya que ahora sus almas estaban entrelazadas.
Nagi, Ibuki, Hatsuho y ahora Fugaku tenían ese vínculo con él. John camino de regreso a su cabaña, sintiendo la presencia de esas Mitama y con ellas las almas de sus compañeros. En cierta forma entendía. Ahora que había pasado tiempo con ellos y escuchado sus historias podía comprender su perdida y el peso que el pasado tenía sobre todos. Incluso Fugaku, a pesar de su fuerza, no podía escapar de esas heridas. De alguna forma lo hacía sentir acompañado en sus propias dudas y miedos.
Al llegar a su cabaña, Tenkichi lo estaba esperando, pero la Tenko no estaba sola. Sansker sonrió al ver una pequeña esfera azul junto a la zorra. Esta comenzó a brillar con más intensidad creando una silueta transparente, similar a una Mitama pero con una presencia menor.
—Hola, Enanita—dijo él, reconociendo al espíritu.
— ¿Puedes verme?—la niña ladeo la cabeza y de repente pego un salto de alegría— ¡Qué bien! No sabía si todavía podrías oírme.
—Por ahora, pero no durara mucho—dijo Sansker, se arrodillo para quedar a la misma altura que ella—Tienes que seguir tu camino.
—Lo sé, pero también sé que ayudaste mucho a Fugaku. Así que quería agradecerte—dijo el espíritu. Su voz se volvió más débil y su silueta mucho más difusa— ¡Muchas gracias! Nos veremos…
—De nada—respondió Sansker. Pudo sentir una cálida brisa y la figura de Enanita desapareció, su luz se deshizo en la nada y lo dejo allí solo. De alguna forma sabía que ya no la volvería a ver—parecía una niña muy energética… no me sorprende que Fugaku la quisiera tanto.
Se puso de pie. Con todas las emociones del día casi había olvidado que el Daimaen contenía más que las almas de Hozuki. John se concentró y llamo al alma que habían rescatado del Oni. Tokugawa Ieyasu se materializo frente a él.
—Eres el guerrero que me salvo del Oni. Tus habilidades son impresionantes y tus compañeros fuertes. Te has mostrado más que digno de mi ayuda—dijo el samurái, asintiendo—Mi nombre es Tokugawa Ieyasu ¿tal vez has escuchado de mi?
—Sí, uno de los tres grandes unificadores ¿verdad?—dijo Sansker haciendo memoria a las lecciones de historia que Hatsuho, y Nagi, le habían dado—Completaste la obra de Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, unificando a Japón bajo el Shogunado una vez más.
—Así es. También me ocupé del sello de la puerta demoniaca—dijo Ieyasu—Pensé que era infalible, pero al final resulto que el sello tenía una pequeña grieta. Un Oni apareció de la nada y me trago completo. Ahora estoy maldito, condenado a pasar la eternidad como un alma sin cuerpo.
—No eres el primero, y dudo que el ultimo—dijo Sansker. Al menos parecía llevarlo bien—No quiero sonar insensible pero la princesa Himiko me dijo que podías ayudarme. Estamos buscando a un Oni comandante…
—No te preocupes, estoy completamente dedicado a buscar mi venganza a tu lado. Toma todo el poder divino que protegía la capital de Edo y úsalo para vencer a tus enemigos—respondió Ieyasu—En cuanto al Oni que buscas, parte de sus intenciones aún residen en mi. Si le hablas a tu Doncella, entonces deberías ser capaz de averiguar donde se encuentra.
