XXV – Perdón

Otra búsqueda, siempre un paso atrás. Ōka estaba comenzando a cansarse de la rutina. Podría soportarlo si solo tuviera que luchar, pero las cosas eran diferentes ahora. La urgencia que sentía era una que no podía controlar, ni siquiera meditando o entrenando. Kikka seguía enferma, y aunque intentaba mantener buena cara, era fácil notar que cada día le costaba más y más hacer su trabajo. Ōka conocía a Kikka a la perfección; ya no había secretos entre ellas.

Shusui había confesado todas sus manipulaciones, que su plan siempre fue quebrar la voluntad de la Doncella de la Barrera y dejar a Ukataka expuesta. Ōka necesitó de toda su fuerza de voluntad para no matarlo en ese momento. Yamato y Sansker lo defendieron, insistiendo en que su trabajo e información eran demasiado valiosos. Incluso Kikka la instó a no guardar rencor al oficial de inteligencia. No sabía si podría ser tan fuerte como para seguir esa petición.

Estaba perdiendo el control. Ōka podía sentirlo mientras practicaba kendo. Su postura era un desastre de emociones, poco firme y descuidada. Era una vergüenza dejar que las cosas la superaran, pero ¿qué podía hacer?

Esa era la pregunta que la carcomía por dentro. Apenas tenían un día buscando y no encontraron ni rastro de los Oni que levantaron la barrera en la torre. Ahora tendrían que expandir el área más allá de la Era de la Guerra, perdiendo tiempo mientras Kikka sufría día tras día debido a los planes de Shusui.

Esa mañana fue a ver a Kikka en su habitación en el cuartel. Los médicos la estaban cuidando, y Yu se había tomado como misión personal proporcionarle todo lo que necesitaba. Ōka les estaba agradecida, aunque se sentía inútil como una hermana mayor. Kikka estaba de buen humor, pero una sombra evitaba que pudiera creer en su sonrisa cansada. Ōka la instó a descansar e hizo su mejor esfuerzo para parecer optimista. Al salir, tuvo que tomar un momento para reflexionar, ya que sentía que estaba a punto de estallar.

La joven espadachina caminaba por la terraza del cuartel cuando lo vio. Hayatori. El Asesino había evitado a todos luego de su regreso, y Ōka trataba de no pensar en lo molesta que estaba con él. Pero al verlo caminar tan tranquilo por la aldea, sintió que la ira regresaba. Todo esto era su culpa. Gracias a su descuido, no podían acercarse a la torre y detener toda esta locura.

Ōka lo miró alejarse del cuartel y tomar un camino hacia la forja de Tatara, hacia el antiguo altar al pie del árbol sagrado. La Asesina salió tras él, dispuesta a poner fin a todo esto.


Sansker depositó su ofrenda en la caseta del altar, como de costumbre. El espíritu absorbió el haku con un resplandor y soltó un suspiro complacido, adormeciéndose casi al instante. Por tradición, se suponía que tenía que dar una serie de palmadas, pero nunca se había molestado en seguir el ritual con el espíritu del árbol sagrado. Tampoco parecía que a él le importara demasiado.

— ¿Necesitas algo? —preguntó John, mirando la caseta— No estoy molesto contigo, si es lo que te preocupa.

Hayatori estaba de pie detrás de él. No lo escuchó llegar. Ni siquiera sintió su presencia. Solo vio la sombra aparecer sobre su hombro. El tipo era silencioso para moverse en todo momento. Lo que le dijo era la verdad, incluso aunque estaba afectado por la situación actual, no le guardaba rencor a Hayatori por su decisión de adelantarse. En su momento quizás él hubiera hecho lo mismo.

— ¿Alguna vez te has cuestionado la moralidad de tus actos, Sansker?—preguntó el Asesino.

John reflexionó un momento antes de responder. Dudaba que fuera solo por los acontecimientos recientes. En cuanto a sus propios actos, él no era ajeno al arrepentimiento, o la duda.

—Más de una vez. Probablemente nunca deje de hacerlo—dijo finalmente, dándose la vuelta—Pero no dejo que eso me impida seguir adelante.

—Yo estoy atormentado por la incertidumbre. Siempre—dijo Hayatori—Hace mucho tiempo, tomé una decisión. Maté a mis aliados, mis compañeros. Hasta el día de hoy no sé si hice lo correcto.

— ¿Quieres contarme qué pasó?—preguntó Sansker. Claramente había una historia detrás de sus palabras.

Hayatori suspiró. Levantó la vista hacia el cielo y guardó silencio por unos momentos.

—Yo no nací entre los Asesinos. Mi vida comenzó en una aldea secreta de ninjas—dijo Hayatori. Su voz era tranquila—Un clan de asesinos de hombres y profesionales en espionaje. Fui puesto a trabajar desde que tenía 10 años. Era bastante bueno matando. Después de todo, nadie sospecha de un niño. Un día me dieron órdenes de eliminar a una figura importante. Los ninjas no necesitamos motivos. Simplemente cumplimos nuestras órdenes. Pero cuando encontré a mi objetivo…—Aquí su voz comenzó a tambalearse por primera vez—Era solo una niña, una niña de mi misma edad. No pude matarla. Mis aliados no eran tan reticentes, así que yo… Maté a mis compañeros y escapé.

—Hayatori…—Sansker había sido un soldado, pero cuando se enlistó tenía la edad y la madurez para comprender lo que significaba. No podía ni imaginar lo que era ser criado para convertirse en un ninja, ser usado de esa forma.

—Tuve que volverme un fugitivo. Siempre uno o dos pasos por delante de mis perseguidores. Mi clan me tachó de traidor y me dio caza—continuó el Asesino, su voz recuperando la calma—El jefe Yamato me encontró eventualmente y me dio refugio en Ukataka. De no ser por él, tarde o temprano me habrían descubierto.

—Mataste a tus compañeros para salvar a una niña, no puedes pensar que eso estuvo mal.

— ¿No? Soy un traidor y un asesino de hombres. Estoy solo, Sansker. No tengo compañeros—replicó Hayatori, negando con la cabeza—Mejor dicho, he renunciado al derecho de tener compañeros. Por eso trabajo solo, tomo misiones solo. Esta es mi expiación. La manera en la que compensaba todo lo que he hecho, y ahora…

—Eso mismo ha causado más daño—terminó John por él. Hayatori asintió. Esa era la carga del antiguo ninja. No podía confiar en sus compañeros, porque según él no se los merecía, y este era el resultado—Eres un auténtico idiota, Hayatori.

El Asesino solo pudo bajar la mirada aún más, avergonzado.

—No estás solo. No lo has estado desde que Yamato te trajo aquí—dijo Sansker, negando con la cabeza—Somos tus compañeros, siempre lo hemos sido. Deberías haber tenido fe en nosotros desde el principio. Pero más importante aún, deberías tener fe en ti mismo. Tu pasado fue terrible, no lo niego, pero está claro que no eres el ninja que tu clan intentó crear, ni un traidor. El único que cree eso eres tú.

—Escuchaste mi historia—replicó Hayatori—Sabes lo que hice.

— ¡Eras un niño, por amor de Dios!—dijo Sansker—Tú lo dijiste. No tenías razón, solo obediencia. Eliminar a tus compañeros fue tu primera decisión, una que tomaste para salvar una vida inocente. No puedes traicionar a quien solo te usó, ni es asesinato matar en defensa de alguien.

Hayatori levantó la mirada, aunque su expresión era imposible de leer detrás de la tela que cubría la mayor parte de su rostro; parecía inseguro. La incertidumbre aún lo atormentaba. Y no era para menos. ¿Por cuántos años había cargado con todo esto? Unas cuantas palabras no cambiarían su modo de pensar, pero era tan injusto, para él y para los demás.

— ¿Quieres expiar algo? Entonces hazlo mejor. No eres un ninja, Hayatori. Eres un Asesino de Ukataka —Sansker extendió una mano y le aferró el hombro, apretando suavemente—. Si el deber es lo único que tienes, cúmplelo, pero hazlo adecuadamente, como uno de nosotros.

Hayatori se quedó en silencio durante un minuto entero, tanto que John comenzó a temer que no respondería. Finalmente, tomó la mano de Sansker y la apretó brevemente antes de desprendérsela del hombro.

—Tienes razón. Desde que vine aquí no he podido tener fe en nadie —dijo el antiguo ninja—. Ni en mí mismo ni en los demás. Y sin fe, algunos caminos están cerrados. Tengo una misión que cumplir.

Se dio la vuelta, dándole la espalda a Sansker.

— ¿Saldrás por tu cuenta? —preguntó John.

—Buscaré a los Oni que crearon la barrera. Iré hacia el norte —respondió Hayatori—. Si no completo esta tarea, me perderé a mí mismo… y a mis compañeros, para siempre.

—… De acuerdo. Buscaremos en otra región. Te lo encargo.

—Gracias por tu preocupación. Y… lo siento.

Con eso, Hayatori saltó sobre las raíces del árbol y desapareció de vista.


Ōka apretó los puños mientras Hayatori se marchaba. Había escuchado la historia y la respuesta de Sansker. No sabía que su compañero tenía un pasado tan complejo. Eso debería llevarla a entenderlo mejor, quizás incluso a aliviar su rabia, pero no, se sentía igual de molesta. Salió de su escondite detrás de las raíces del árbol sagrado.

— ¡¿En qué estabas pensando?!—exclamó Ōka, golpeando una de las raíces cercanas—Estabas conmigo cuando Hayatori cometió su imprudencia, y ahora solo… ¡¿vas a dejar que se vaya como si nada?!

Su otra mano aferraba la empuñadura de Suzakura. No estaba pensando en desenvainar, aunque sus nudillos estaban blancos. Sansker abrió los ojos, sorprendido por el veneno en su tono. Ōka también lo estaba, en parte, pero no podía evitarlo. Esto era demasiado.

—Entonces estabas escuchando—dijo él, dando un suspiro— ¿quieres que lo culpe por lo que sucedió hace años? ¿O por lo que pasó en la misión? No puedo castigarlo más de lo que ya se está atormentando solo, Ōka. Ni deseo hacerlo.

—Ese no es el problema—replicó ella avanzando hasta quedar parada frente a él—Su imprudencia nos costó muy caro. Por su culpa estamos cazando sombras en vez de lidiar con el verdadero problema. ¿Y no piensas hacer nada?

—Fue un error. Uno estúpido y descuidado, pero un error—dijo Sansker—Hayatori desea enmendarlo, así que le di otra oportunidad. Hay que tener fe en él.

— ¿Igual que hiciste con Shusui? —preguntó Ōka con una voz helada.

Sansker frunció el ceño.

—Eso es diferente, y él no tiene nada que…

—Es peligroso, nos ha intentado sabotear y le causó mucho daño innecesario a Kikka—interrumpió Ōka, mirándolo a los ojos—Pero tú lo defendiste, igual que el jefe Yamato. Y lo dejas campar a sus anchas haciendo quien sabe qué… ¡¿Y ahora dejas que Hayatori vuelva a salir por su cuenta?!

—Ōka… —dijo Sansker, apretando los labios.

—Pensé que tú lo entenderías, que sabrías cuánto…—Ōka apartó la mirada. ¿Qué quería? ¿Castigarlos? Sí, eso deseaba. A ambos, deseaba hacerles pagar todo ese dolor que sentía en ese momento. Y por eso mismo, Sansker se estaba volviendo el objetivo de su rabia. ¿Cómo podía solo ignorarlo todo?—Dices que tienes fe, entonces dime ¿por qué? ¿Por qué los defiendes a pesar de todo? No se trata solo de Kikka, sino de todos en la aldea; tenemos que protegerlos, y nadie les ha hecho más daño.

—Lo sé—respondió Sansker—pero precisamente por eso es por lo que no puedo hacer nada diferente, Ōka.

— ¿Qué?— ella lo volvió a mirar, confundida. Él sonrió de manera afectada.

—Sí que me preocupo por todos, por Kikka, y yo también quisiera hacer que Shusui pagara por lo que hizo—dijo Sansker—Pero lo que más quiero es ganar esta lucha. Hayatori cometió un error, sí, y es nuestro mejor rastreador. Siempre hemos estado un paso atrás de los Oni, así que necesito a alguien que sabe estar un paso delante de sus enemigos. Y por eso también necesito a Shusui. Su conocimiento es demasiado valioso. Si puedo usarlo para salvar a todos, entonces puedo vivir dejando ir mi venganza. Soy consciente de lo que han hecho, y de lo que pueden hacer por nosotros.

Ōka lo escuchó, sintiendo como si le dieran un baño de agua fría. Su rabia parecía absurda si lo veía de esa manera. ¿Estaba tan enfrascada en sí misma que no se paró a pensar? Sansker tenía razón, Hayatori y Shusui poseían habilidades y conocimientos demasiado útiles para no utilizarlos, aun así ella…

— ¿Solo tengo que olvidarlo?—preguntó, apretando los dientes—Los piensas utilizar para ayudarnos y ¿eso hará que todo esté mejor?

—No, el pasado no se debe olvidar— dijo Sansker — Pero el poder que tenga sobre ti dependerá de cuánto lo permitas. Afrontaremos las consecuencias y seguiremos adelante. Entiendo cómo te sientes, Ōka, de verdad, pero te conozco. Incluso si pudieras dejarte llevar y castigarlos, sabes que no lograríamos nada. Lo que realmente deseas es ver a todos a salvo. Enfoquemos nuestros esfuerzos en eso.

— Sí, eso puedo hacerlo—respondió Ōka. Aún estaba enojada, incluso algo asustada, pero no sentía esa desesperación por actuar que la había impulsado a seguir a Hayatori con tan oscuras intenciones.

Era extraño, Hayatori también vino con Sansker buscando claridad y un objetivo. Ōka se dio cuenta de que no eran los primeros. Hatsuho, Nagi, Ibuki, incluso Fugaku, todos ellos habían encontrado una manera de superar grandes problemas gracias a Sansker. De alguna forma él siempre estuvo allí, aunque no se conocían desde hacía tanto. Apenas tenía en Ukataka unos meses y se sentía como si fuera toda una vida.

Podía recordar el día en que se conocieron. En esa ocasión Ōka tuvo la impresión de que Sansker era un tipo reservado, distante. En sus primeros días hablaba poco y nunca sonreía. Era como si todo y todos le diera igual. No obstante, eso fue cambiando, Sansker se fue abriendo con ellos y a su vez cada uno comenzó a compartir con él. Ōka ni siquiera podía recordar cuándo comenzó a sentirse cómoda junto a él, hablando, entrenando o solo contándole sus problemas. Confiaba en él lo suficiente como para sentirse segura de que podría cuidar de Kikka, de que podía ser su pareja. Ya ni siquiera podía imaginar cómo sería la vida en Ukataka sin tenerlo como capitán.

"¿En qué momento…?" pensó Ōka, mirándolo detenidamente. "¿En qué momento te convertiste en el pilar de todos?"

— ¿Estás bien?—preguntó Sansker al ver que ella se había quedado callada por un minuto entero sin decir nada.

— Ah, perdona—dijo ella, sacudiendo la cabeza—Tienes razón, no puedo aceptarlo del todo, pero al menos entiendo. Confiaré en ti, por ahora.

— No pensaba pedir más.


Hayatori sabía qué camino seguir. A pesar de sus dudas, había visto los informes de los exploradores y sentía que su patrulla en el norte era donde estaba el error. Ahí se encontraba la Era del Caos, ese páramo de hielo y ciudades congeladas. Un terreno de apariencia estática, tanto como podía serlo el siempre fluctuante Otro Mundo, pero engañoso. A diferencia de otras regiones, el hielo dominaba todo y era posible moverlo.

Uno de los Oni que lo atacó cuando fue por la torre era un Kunatosae, un ser capaz de manipular el agua. Aunque los elementos en el Otro Mundo respondían al poder del Misma, ese seguía siendo un punto clave. Un ser con ese poder podría ocultarse con facilidad y no ser encontrado.

Estaba apostando todo a una corazonada. Pero ese era su entrenamiento. Un ninja que deseara ocultarse recurriría a todos los trucos. Por muy meticulosos que fueran los exploradores, su presencia sería detectada si el Oni poseía centinelas. Hayatori no tenía ese problema. Apenas dejó Ukataka, su cuerpo se volvió uno con la sombra, caminando completamente invisible.

Su Mitama, Jiraiya, se manifestó a su lado. Era curioso que, de todos los espíritus posibles, fuera otro ninja el que terminara uniéndose a su alma. En cierta forma aún tenía un pequeño clan, si quería verlo así. Podía ser que su soledad fuera algo que solo existía en su mente después de todo.

Hayatori se concentró en el camino en cuanto sintió el frío de la Era del Caos. No sabía cuánto tiempo tomaría su exploración. ¿Días? ¿Horas? ¿Cuánto tiempo hasta que la torre se activara? ¿Y si fallaba? Podía estar operando desde una idea equivocada o... sacudió la cabeza. No, estaba seguro de que este era el lugar correcto y, incluso si estaba equivocado, los exploradores y sus compañeros buscarían en otras zonas. Si el Kunatosae no estaba aquí, ellos lo encontrarían.

—Tengo que tener fe—dijo en voz alta. Con esa idea, podía enfocarse en su propia búsqueda. Primero descartaría lugares de la región, luego buscaría aquellos que le parecieran más importantes. Si no encontraba nada, entonces revisaría las zonas descartadas.

Comenzó de inmediato. No se internó en las ciudades o fortalezas congeladas, pero podía usarlos como referencia. El Kunatosae no estaría cerca de los edificios, donde su enorme masa apenas podría moverse. Un ser así necesitaría espacio y, con su poder sobre el agua, podía formar glaciares u otras estructuras para esconderse si lo necesitaba. Luego, podrían ser destruidas en su movimiento sin que nadie se diera cuenta.

Hayatori buscaría entre las ciudades, entre esos puntos de referencia, ahí donde el hielo se movía como un río constante. Pero solo eso no era suficiente. El demonio necesitaría saber cuándo esconderse y cuándo era seguro estar fuera. Centinelas. Y la única manera de identificarlos era observando a los Oni de la zona, buscando aquellos que no encajaran.

La búsqueda fue larga y casi completamente infructuosa. Más de una vez creyó encontrar lo que buscaba, pero solo se encontraba con una manada de Oni pequeños a la que tenía que eliminar. Las horas comenzaban a pasar, y pronto tendría que retirarse, pero el antiguo ninja insistió en seguir.

Su paciencia se vio recompensada. Fue cerca de un río congelado, donde los armazones de naves de guerra se elevaban sobre columnas de hielo, que vio al Tengu. Un Oni pequeño, solo. Hayatori sabía que los Tengu se movían en grupos o bandadas, pero este se encontraba posado sobre el mástil de un barco antiguo, mirando hacia la tundra helada como si esperara algo. Su plumaje era dorado en vez de negro, marcándolo como uno más poderoso de lo normal, y desde su posición privilegiada el Oni podía observar todo a su alrededor. Debajo, el río de hielo fluía lentamente, los pedazos de hielo deslizándose lentamente.

Hayatori supo que encontró lo que buscaba. Su vigía. ¿Dónde estaba lo que guardaba? Como respuesta a su pregunta, la superficie del hielo se quebró, y la enorme masa del Kunatosae emergió de las profundidades. El Oni tenía la forma de una tortuga terrestre, con la cabeza de un león coronada por un único cuerno. Su caparazón tenía una serie de protuberancias huecas y dos grandes cuernos que apuntaban hacia adelante. La criatura comenzó a caminar alrededor del hielo, ignorando su presencia.

La oportunidad era perfecta. Hayatori podía avanzar, escondido y atacar antes de que el Tengu o el Kunatosae pudieran reaccionar. Un buen golpe y podría enmendar su error por completo. El ninja dudó. Había prometido tener fe en sus aliados, sí, pero sin duda entenderían que tomara la oportunidad. Sansker probablemente le diría que lo hiciera si estuviera ahí. Compañeros o no, tenía un deber que cumplir. El ninja tomó aire y tomó su decisión.


—Hay una señal de humo—anunció Yamato en medio del cuartel—Uno de los Oni que crearon la barrera ha sido localizado.

Sansker casi saltó al escucharlo. Había estado esperando todo el día por esas palabras. El jefe continuó con su explicación.

—La señal viene de la Era del Caos, no cabe duda, Hayatori ha cumplido con su misión.

Y estaba pidiendo ayuda. Sansker estaba impresionado, era tarde, apenas quedaban unas cuantas horas de luz. Hayatori tenía que estar en su límite de exposición.

—Así que cumplió, eso es sorprendente—dijo Ibuki—Sí es así, tenemos que ayudarlo.

—Estoy de acuerdo—asintió Yamato—Sansker, Ōka, Nagi, ustedes irán a ayudar a Hayatori. Deben destruir al Oni, no podemos permitirle escapar.

El equipo era perfecto, aunque John se preguntó si Yamato sabía del conflicto entre Ōka y el ninja. El jefe siempre parecía leer a todos con facilidad, incluso si nadie decía nada. Sus dos compañeras se apresuraron a su lado. Ōka y él intercambiaron una mirada.

—Ahora confirmaremos—dijo la espadachina—La fuerza de tu determinación, y el precio de tu confianza.

Sansker asintió. Nagi pareció comprender lo suficiente para no preguntar y los tres salieron de la aldea. La señal de humo estaba clara en la distancia, pero podía indicar que Hayatori estaba pidiendo ayuda demasiado tarde. La carrera hacia la Era del Caos se sintió terriblemente larga, más que de costumbre.

Hayatori los estaba esperando. De camino al río de naves de guerra los vieron, de pie en medio del camino. Los tres se detuvieron, con Ōka tomando la delantera para encontrarse con él. Hayatori los saludó con una inclinación de la cabeza. A pesar de la calma, había una tensión palpable. Nagi avanzó, intentando decir algo, pero Sansker la sujetó por el hombro negando con la cabeza.

—Espera—le dijo en voz baja.

—Y bien, ¿qué tienes que decir?—preguntó Ōka, cruzándose de brazos. Su voz era tan fría como la Era del Caos.

Hayatori la miró un momento y luego se inclinó ante ella, poniendo una rodilla en el suelo y bajando la cabeza. Apoyando un puño en tierra y el otro en su muslo. El gesto de sumisión sorprendió a Ōka, que bajó los brazos.

—Me gustaría disculparme por mis acciones pasadas—dijo Hayatori, con la cabeza agachada—Fui descuidado e imprudente. Ahora sé que tengo que tener fe en mis aliados… y en mí mismo. Por eso necesito pedirles, a todos. Déjenme luchar a su lado una vez más.

Nagi apretó las manos, mostrando una sonrisa compasiva. Sansker solo pudo suspirar, relajado, aunque su atención pasó a Ōka. La espadachina estaba de espaldas a ellos, así que no podía saber lo que pensaba. Esta vez la decisión no era suya.

— ¿Crees que una disculpa es suficiente?—preguntó Ōka, aún con ese tono frío.

—No, pienso demostrarlo con mis acciones—respondió Hayatori, levantando la cabeza—. Tanto hoy como en el futuro. Ya no estoy solo. Puedo tener fe en otros. Ese es el camino a la victoria.

Ōka asintió. John frunció el ceño; notó un cambio en su postura. Hayatori se puso de pie y se dio la vuelta para señalar la dirección. Sin embargo, Ōka lo detuvo con una mano en el brazo.

—Espera—dijo la espadachina—Estamos en esto juntos, ¿verdad? No hay necesidad de apresurarse.

—Tienes razón, gracias—respondió Hayatori.

Sansker sonrió, intercambiando una mirada con Nagi, quien le devolvió el gesto.

—En ese caso, iremos juntos—dijo él—Tenemos un demonio que eliminar.

El grupo avanzó hacia el río donde los recibió el chillido de un Tengu Dorado. A su alrededor, se congregó una bandada de Tengu menores, aleteando como aves de presa. John observó los barcos de guerra. Algunas naves tenían un aspecto occidental y antiguo, recordándole al Perla, pero lo más extraño fue que no vio señales del Kunatosae. Hasta que la columna de hielo que sostenía uno de los barcos estalló en una nube de polvo blanco, y una enorme masa negra emergió con un rugido ensordecedor.

El demonio generó una onda de choque al caer, levantando fragmentos de hielo y nieve en el aire. La criatura abrió la boca nuevamente, y de su interior brotó un torrente de agua a presión, como un géiser, dirigido hacia ellos.

— ¡Ōka!—exclamó Sansker. No había tiempo para esquivar. Invocó el espíritu de Tokugawa Ieyasu, y vio al antiguo shogun aparecer a su lado con una luz dorada. Ōka hizo lo mismo, infundiendo su cuerpo con la fuerza de su propia Mitama, y juntos crearon una barrera de energía.

El torrente de agua golpeó como un tren a toda velocidad, dispersándolos en todas direcciones, empujándolos hacia atrás. John calculó que, si lo golpeaba directamente, la fuerza les destrozaría los huesos o les arrancaría un brazo si no usaban su poder espiritual para fortalecer sus cuerpos. Una vez que el agua cesó, el Kunatosae emitió un rugido, y los Tengu descendieron sobre ellos. Sansker bajó su barrera, desenvainó su espada, y Nagi disparó dos veces antes de que los pequeños Oni estuvieran encima de ellos.

John bloqueó garras con Pridwen y cortó plumas con Ascalon, tratando de llegar al cuerpo de la criatura. Sin embargo, los Tengu usaban sus alas para mantenerse ligeramente fuera de su alcance. En una situación normal, esta táctica sería inútil, pero en este caso había al menos dos docenas de Tengu atacándolos, moviéndose cerca, lanzando picotazos o ataques con las garras y aleteando para alejarse. Incluso esa táctica sería inútil, un juego de paciencia que podían contrarrestar. Sin embargo, en este caso, era una distracción para que el Kunatosae pudiera recargar su ataque y acabar con el grupo. Si se dispersaban, entonces los Tengu podrían atacar en masa a los Asesinos por separado. "No es un mal plan", pensó Sansker, levantó su escudo y bloqueó a los Tengu.

— ¿Sigues aquí, Hayatori? — preguntó sin mirar atrás.

—Así es, capitán — respondió el ninja. Estaba a su izquierda, detrás de Nagi.

—El enemigo nos tiene cercados. Su plan es simple — dijo John, hablando tranquilamente. Un Tengu intentó pasar su guardia, le cortó la garra a la altura de lo que sería su muñeca, y el demonio retrocedió con un aullido de dolor — Ellos tienen una jerarquía. Obedecen ciegamente. Yo tengo confianza en mis compañeros. ¿Puedo contar contigo?

—… Siempre.

—Entonces, escucha…

Sansker solo necesitaba una oportunidad. El Kunatosae estaba listo otra vez y volvió a rugir, abriendo su boca y disparando un segundo torrente de agua hacia los Asesinos. Esta vez, en lugar de defenderse, los 4 saltaron fuera de su camino y se hicieron a un lado. Ōka y Hayatori a la izquierda, Nagi y Sansker a la derecha. Una nube blanca de hielo y nieve envolvió el campo de batalla por unos momentos, mientras los Oni esperaban para lanzarse sobre lo que esperaban fueran presas más fáciles y dispersas.

La niebla comenzó a asentarse, lentamente, revelando un campo completamente vacío. Un rugido escapó de la garganta del Kunatosae, como un grito de rabia. Por un momento nada se movió, hasta que Calma Nocturna, el arco de Nagi, cantó. Media docena de flechas salieron despedidas en rápida sucesión, apareciendo como por arte de magia y golpeando un número igual de Tengu, derribándolos con heridas mortales. La aquera perdió la invisibilidad y comenzó a correr alejándose del Oni gigante.

Los Tengu descendieron en picada, con las garras extendidas, pero antes de alcanzar a Nagi, un vórtice de luz azul apareció frente a ellos. Un remolino de energía, con un fondo negro en su centro que giraba a toda velocidad, tirando de cada Tengu con una fuerza irresistible. Sansker conjuró el alma de Amaterasu, creando un vacío para atraer a toda la bandada de demonios, haciéndolos estrellarse entre ellos y golpearse cuando intentaron alejarse de la trampa. Luego invocó el espíritu de Abe no Semei, creando una superficie de luz blanca bajo sus pies y disparando cuchillas de luz hacia los Tengu.

La mayoría de los demonios fueron cortados en pedazos, con plumas y sangre salpicando por todas partes. Unos pocos lograron escapar, usando a sus camaradas como escudos o quedando mal heridos, pero Nagi disparó sus flechas, y ninguno de los Tengu de la bandada quedó vivo. El último en caer fue el líder, el Tengu dorado, atravesado por una flecha en el ojo y cortado en pedazos.

— ¡Capitán, el Kunatosae! —Nagi señaló hacia el Oni gigante.

El demonio abrió la boca, apuntándoles directamente. De su interior surgió un nuevo torrente de agua a presión, pero este se estrelló contra una barrera invisible apenas unos metros por delante de la bestia. La invisibilidad se rompió, revelando la esfera dorada de Ōka, quien logró a duras penas contener el ataque. Y Hayatori, quien aprovechó el momento y se deslizó detrás de su compañera, saltando sobre el torrente de agua y aterrizando en la cabeza del Kunatosae.

En cualquier otro momento, el Oni hubiera podido concentrar su aura para repeler al Asesino, solo que distraído era vulnerable. Las dagas de Hayatori, Golondrinas, se convirtieron en dos llamas rojas al poner en ellas todo su poder espiritual. El ninja las hundió en los ojos del demonio y empujó hasta el fondo, enviando una honda de poder dentro del cráneo de la bestia.

El torrente de agua se interrumpió, el cuerpo del demonio temblando como resultado del ataque, tambaleándose hacia atrás, hasta que finalmente algo se rompió y su cabeza estalló. Hayatori saltó, girando en el aire, el Kunatosae desplomándose sobre su vientre, la sangre brotando del cráneo destrozado, lanzando vapor al aire debido al calor.

— ¿Ōka, estás bien? —preguntó Sansker en cuanto llegó con la espadachina.

—Sobreviviré —respondió ella, envainando su espada. Los dos miraron hacia su compañero, que estaba arrodillado no muy lejos, dándole la espalda al cadáver del Oni.

—No creí que pudiera hacerlo… pero tuve fe —dijo Hayatori, levantando la cabeza y mirándolos, la sonrisa bajo su máscara era obvia en su ojo visible—. Pude tener fe.

Sansker asintió. Antes de que pudiera decir algo más, una luz surgió del cadáver del Kunatosae. John giró la cabeza. Sobre el cuerpo del demonio apareció un guerrero vestido de una manera similar a Yamato, con un haori y hakama, solo que sus ropas eran azules, con tonos blancos, y su cabello negro estaba recogido en una cola, además de tener una banda metálica en la frente. El guerrero avanzo hacia él fundiéndose en una luz azul mientras decía su nombre.

Subcomandante de los Shinsengumi, Hijikata Toshizō.

—Eso solo prueba que tener fe en nuestros compañeros es lo correcto—dijo Ōka. Le ofreció su mano a Hayatori, quien la tomo luego de dudar un instante—Vamos, regresemos a nuestra aldea. Tenemos que reportar nuestro éxito.


— ¡Ya regresaron! — exclamó Hatsuho apenas entraron al cuartel una vez más.

Hayatori se quedó sorprendido. Todos estaban allí para recibirlos, pero lo que lo confundió fue que era a él a quien deseaban felicitar. Los otros Asesinos lo rodearon, colocándolo en el centro de atención. Un puño le golpeó el hombro con fuerza.

—Buen trabajo encontrando a la bestia—dijo Fugaku con una sonrisa lobuna.

—Y también a los demás por haber luchado tan duramente—dijo la Doncella Sagrada, que estaba un poco apartada.

—Yo solo... —empezó el ninja, aunque no pudo terminar.

—Ibas a decir 'solo cumplía mi deber' ¿verdad?—apuntó Ibuki.

—Al menos ahora sé qué significa esa palabra—respondió Hayatori de manera solemne.

—Vamos, este es uno de esos momentos de amistad y compañerismo donde tienes que abrir tu corazón—dijo Ibuki— ¿Tienes que sonar tan serio?

—A mí me alegra escuchar a Hayatori sonando como él mismo otra vez—dijo Nagi.

—No hay garantía de que la barrera junto a la torre se haya debilitado aún—dijo Hayatori, a quien la idea lo asaltó de pronto, a pesar de la alegría de sus compañeros. Parecía que las sombras siempre le pesarían en la mente.

—Está bien—dijo Kikka—Pude sentir cómo esa fuerza junto a la torre disminuía en intensidad hace poco. Claramente estamos en el camino correcto.

—No tienes escapatoria, Hayatori. Hoy hiciste un buen trabajo—dijo Ōka, asintiendo.

Cualquier ira o rencor que la espadachina le hubiera guardado, y él sospechaba que no era poco, parecía que se había ido. Las palabras de ambas aligeraron las sombras en su corazón.

—Aun así, siento que tengo que compensar por mi error—dijo Hayatori, ahora mirando a Yamato, quien se había quedado callado hasta entonces.

— ¿De qué error hablas?—preguntó el jefe arqueando una ceja. Hayatori intentó detectar alguna señal de sarcasmo o burla, pero Yamato estaba siendo sincero, era como si no entendiera de qué le estaba hablando—Lograste descubrir la torre antes que nadie, si eso no es un éxito, no sé cómo querrías llamarlo. Y aunque no lo sabíamos entonces, no interferir con esa estructura era nuestra mejor opción para detenerla. Así que todo salió perfectamente bien. Hiciste un trabajo excelente.

Hayatori se quedó maravillado. Nunca lo pensó de esa forma. Juzgando por las expresiones incrédulas de los demás, ellos tampoco debieron hacerlo. Ahora entendía por completo.

—Gracias, jefe—dijo, agachando la cabeza.

—Dejando esta victoria, aún queda otro enemigo —continuó Yamato— No podemos seguir celebrando. La búsqueda debe continuar. Por ahora, descansen. Mañana, a primera hora, saldremos.

Los Asesinos asintieron, y cada uno comenzó a marcharse por su lado. Hayatori buscó a Sansker con la mirada. El capitán estuvo callado desde que regresaron, quedándose atrás. El ninja le hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera, y ambos caminaron hacia un costado del cuartel donde se podía salir a la terraza exterior.

—Creo que todo fue bastante bien—dijo Sansker— ¿No estás contento?

—Me siento… aliviado—admitió Hayatori, sintiendo el fantasma de una sonrisa asomarse en su rostro—Hoy he comprendido muchas cosas. He recuperado mi confianza, en mí mismo y en otros.

—Es fácil perderse, pero si te vuelve a pasar, cualquiera de nosotros te traerá de regreso.

—Lo sé. Eso me tranquiliza—dijo Hayatori y finalmente sonrió mirándolo directamente—Estaba atrapado en mi propia indecisión, pero me mostraste el camino a seguir. Por eso tengo que darte las gracias, Sansker. Por ti y por mis amigos, estoy dispuesto a volar hasta los cielos.

—Nunca había escuchado esa expresión, pero entiendo el sentimiento—dijo Sansker. Él también sonrió, aunque su expresión era más melancólica—Esta es una vida complicada, Hayatori. La confianza, la amistad, son cosas demasiado valiosas. Me alegra que las consiguieras.

—Son cosas que se construyen solo teniendo fe y ayudando a otros—dijo él—es extraño. Tenía amigos junto a mí todo este tiempo, pero tardé tanto en darme cuenta.

Apenas dijo esto, Hayatori vio una luz brillar en su pecho y sintió a su Mitama, Jiraiya, manifestarse a su lado. El ninja de cabellos blancos y hakama rojo avanzó hacia Sansker fundiéndose con su compañero, murmurando solo unas palabras antes de desaparecer.

Me aventuraré hacia adelante.

—Mi Mitama… —murmuró Hayatori. Asintió, entendiendo lo que acababa de pasar—Eres más que digno, y me alegra que compartamos espíritu. Por favor, cuida de mi alma, Sansker

—Será todo un honor, amigo.


Esa noche, al irse a dormir, Sansker se vio transportado al vacío junto a los espíritus que residían en su interior. Jiraiya se había unido al resto, pero quien tomó la palabra fue el guerrero que rescataron del Kunatosae: Hijikata Toshizō.

—Tus habilidades de combate son impresionantes—dijo el subcomandante de los Shinsengumi—Me recordaste a mí mismo. Yo fui devorado por un Oni durante la Batalla de Hakodate. Tienes mi agradecimiento por liberarme.

—No fue nada. En realidad, lo hicimos por coincidencia—admitió Sansker—El Kunatosae era nuestro objetivo de todas formas. Pero aún queda otro más.

—Sí, eso escuché de los demás. No importa, puedes usar mi alma de todas formas—replicó Hijikata Toshizō asintiendo—Me molesta que aún queden tantos Oni deambulando por la tierra. En vida se me conoció como un demonio, así que te ayudaré a convertirte en un asesino de demonios. Aniquílalos y protege el código del guerrero, ese es el camino del Shinsengumi.

—No sé mucho de códigos, aunque si es sobre exterminar demonios, ese se ha convertido en mi trabajo—dijo Sansker, haciendo una mueca. Era lo único que tenía claro. Al menos la única acción concreta. Deseaba proteger Ukataka, a todos sus amigos, a Kikka. Y lo que sabía hacer era cortar Oni. Se le daba bien, pero difícilmente era una habilidad que le fuera exclusiva. Los demás también podían ocuparse de esa misión.

—No es tu única misión. Aún tienes algo más que hacer. Ellos están perdidos—dijo Hijikata Toshizō dándose la vuelta—Buscando toda la eternidad por el lugar al que pertenecen. Tu verdadero trabajo es regresarlos a su hogar. A su tiempo.

Sansker quiso preguntar a qué se refería, pero el guerrero se desvaneció y el sueño terminó.