XXVI – El Amor de una Hermana
— ¿Aún no hemos encontrado al otro Oni? —preguntó Yamato al líder de los exploradores.
El hombre sacudió la cabeza. Detrás de él, los otros miembros de su unidad miraban al suelo mientras hacían su reporte, pero si era por respeto o vergüenza, no podía decirse. Sansker apretó los dientes, cruzándose de brazos.
—No, jefe, enviaremos más grupos a explorar el Otro Mundo, pero…
—Ya hemos buscado a conciencia—terminó John por él, sin poder resistirse. Intentó que su tono fuera neutral. El líder de los exploradores asintió—Estamos dando vueltas en círculo.
No existía otra palabra para describir su situación. Habían pasado 4 días desde la derrota del Kunatosae y no encontraban ni rastro del otro Oni. Todos los Asesinos y exploradores de la aldea estaban participando en esta misión; cada rincón del Otro Mundo estaba siendo revisado, y luego de tantas cacerías se estaban volviendo expertos. No tenían ni una pista.
Yamato despidió a los exploradores con un gesto, indicándoles que ya les darían más instrucciones después. El resto de los Asesinos se reunió con ellos.
— ¿Qué vamos a hacer?—preguntó Hatsuho con un tono preocupado—Se nos está acabando el tiempo.
—Si no lo hemos encontrado todavía, eso significa que no debe estar cerca—apuntó Fugaku, intentando ofrecer una idea.
—… Tal vez tengas razón—dijo Yamato.
Sansker no dijo nada. Era tan probable como cualquier cosa. ¿Por qué siempre tenían que estar limitados de esta forma? El enemigo podía moverse por el Otro Mundo a voluntad; ellos, solo por un tiempo relativamente corto.
—Pero entonces…—Hatsuho intentó protestar. Sansker no pudo sostener su mirada cuando la niña lo buscó, quizás deseando que él dijera algo para contradecir a Fugaku—No puede ser…
—… Creo que el Oni no se encuentra en un lugar que no hayamos buscado, sino en uno en el que no podamos buscar—dijo Hayatori de repente—Un lugar donde el Miasma sea tan denso que nadie pueda acercarse. Ese sería un escondite perfecto.
— ¿Dónde podríamos encontrar un lugar así?—preguntó Nagi, aunque hablaba por todos.
—Cerca de la ubicación donde luchamos contra el Oni que ocasionó la Enfermedad del Sueño, en la Era de la Antigüedad—dijo Hayatori—Subiendo hacia la cima de la montaña, el Miasma es tan denso que ha llegado a masa crítica.
— ¿Qué tan denso estamos hablando?—preguntó Hatsuho, algo nerviosa. La Era de la Antigüedad ya tenía un Miasma pesado; si este lo era aún más, en ese caso sería muy peligroso.
—El aire está tan contaminado que alcanzar el límite de exposición toma minutos, en vez de horas—respondió Hayatori—Solo permanecer en la zona es un riesgo; si tuviéramos que luchar, probablemente no regresaríamos con vida.
—Si ese es el lugar donde se está ocultando el Oni, entonces tenemos que hacer algo—dijo Ibuki.
—Iré y me aseguraré de que sea así—dijo Hayatori.
— ¡No puedes!—exclamó Hatsuho, poniéndose delante de él— ¡Podrías morir! Sansker, dile que no puede ir.
—Pero…—empezó Hayatori.
—Ya encontraremos un modo. Por ahora, quiero que todos esperen—interrumpió Yamato, poniendo fin a la discusión—Nadie marchará a la Era de la Antigüedad hasta que yo tome una decisión. ¿Entendido?
Sansker asintió, aunque no pudo evitar sentir un alivio al no tener que responder directamente. Necesitaban confirmar si el Oni estaba en esa zona. Sospechaba que sí, debido a la búsqueda hasta ahora. El problema era que, de ser el caso, ¿cómo podrían eliminarlo?
Ōka miró a Yamato y Sansker marcharse juntos, hablando en voz baja. Sin duda discutiendo cuál era el siguiente paso. Ella no tenía ninguna idea. La masa de miasma de la que hablaba Hayatori sonaba como un obstáculo impenetrable. Tendría que confiar en que ellos pudieran encontrar una salida, o de lo contrario… Un movimiento frente a ella la distrajo.
—Kikka—Ōka se encontró a su hermana al pie de las escaleras, apoyándose en la pared— ¿Qué estás haciendo aquí? Deberías estar descansando.
—Necesitaba un poco de aire—respondió Kikka, aunque su expresión era sombría—No pude evitar escuchar el reporte de los exploradores…
Ōka tuvo que hacer un esfuerzo para no bajar la cabeza. Ese tipo de noticias no le hacían bien a su hermana. Desde hacía días la salud de Kikka parecía en un balance delicado, algunas veces tan débil que no podía levantarse, otras con suficiente fuerza para hacerle recuperar la esperanza.
—Es algo temporal, seguro que el jefe encontrará una solución—dijo la espadachina, intentando que su voz no transmitiera sus propias dudas—Estamos cerca de terminar con todo esto.
Kikka no respondió, un ataque de tos la interrumpió. Ōka la sujetó por un brazo, ofreciéndole apoyo mientras duraban los espasmos. Al estar tan cerca pudo notar que el cuerpo de su hermana estaba inusualmente caliente, y su semblante, aunque pálido, tenía las mejillas ligeramente enrojecidas. La fiebre le estaba volviendo.
—Quizás sería una buena idea que volvieras a la cama—sugirió ella.
—No es... necesario... —Kikka negó con la cabeza, pero volvió a toser, debilitando cualquier intento de negar que no necesitaba reposar—Yo solo… necesito estar fuera de mi habitación... por favor.
—Esta bien, pero al menos vamos a sentarnos.
Ōka llevó a Kikka hasta una de las bancas en el cuartel. No le hacía mucha gracia que su hermana, obviamente tan enferma, estuviera en un lugar tan ajetreado. Aunque no era la primera vez. Kikka era una paciente muy cooperadora, aunque voluntariosa. Desde que era pequeña se frustraba por quedarse atrapada en interiores y siempre le pedía que salieran, incluso de noche, violando el toque de queda en la Montaña Sagrada, solo para poder sentirse menos oprimida.
—John vino a verme más temprano...—comentó Kikka, sentándose. Paseó la mirada por el cuartel, sonriendo débilmente—Ha estado ocupado, me recordó a ti cuando comenzaste tu entrenamiento para ser Asesina... no podíamos vernos tanto como antes, aunque siempre lograbas visitarme.
—Sí, mis instructores eran exigentes—dijo Ōka, recordando esos días. Se ganó muchos regaños y algunos castigos por visitar a Kikka más de lo que debía, aunque al final nadie podía decir que no se tomaba su entrenamiento en serio. Era solo que, sin su hermana, no tenía caso—Los tuyos podían ser demasiado crueles. No era justo que te presionaran tanto.
—Me enseñaron bastante, al final estoy agradecida—dijo Kikka. Se inclinó hacia un lado, apoyándose en ella—Lo que menos me gustaba era que siempre me obligaban a estar encerrada. Lejos de todos... es más divertido cuando puedes compartir con los demás.
—Kikka...—Ōka se sintió un poco culpable. Ella tenía que insistirle a su hermana que estuviera encerrada. Era por su salud, sí, aunque lo odiaba. Se preguntó si Kikka recordaría las veces que ella la encontró llorando, deseando salir a jugar con los demás, solo para que sus instructores lo impidieran. Ōka no lo podía permitir y por eso ayudaba a Kikka a salir en secreto. Tal vez por eso era por lo que este ajetreado cuartel le resultaba reconfortante—No tienes que volver a estar encerrada si no quieres... es solo que…
—Es por mi bien—terminó Kikka por ella—Lo sé... y también sé que tú y John tienen un trabajo tan importante. Confío en los dos... y les estoy agradecida. Pero ¿me dejarías quedarme aquí un poco más?
Ōka asintió y se quedó junto a su hermana. Siempre terminaba accediendo a las peticiones de Kikka, no podía soportar verla decepcionada. Incluso cuando eran cosas ridículas, como cuando se encaprichaba con algún objeto raro para su colección de reliquias, o simplemente le parecía gracioso, Ōka podía pasar días buscándolo. Cualquier cosa para verla sonreír. En cierta forma, nada había cambiado. Trató de encontrar un consuelo en ello.
Se quedó con Kikka el resto del día, pero su hermana no pareció mejorar demasiado. Apenas si quiso comer algo, y solo accedió a retirarse a descansar al anochecer. Ōka la llevó de regreso a su habitación, donde se quedó dormida casi de inmediato. Prueba de lo cansada que estaba, de lo mal de su condición.
La espadachina esperó hasta que estuvo segura de que Kikka no despertaría y luego se puso de pie. Estaba demasiado intranquila para poder dormir. Necesitaba hablar con alguien, y solo se le ocurrió una persona que podría ayudarla.
—Hola, Ten—dijo Sansker entrando en su cabaña.
La pequeña Tenko corrió a recibirlo, meneando las colas y chillando de alegría. Era como si nada de lo que pasara en la aldea pudiera afectar su entusiasmo. John tuvo que apreciarlo y se agachó para rascar al animal detrás de las orejas. Tenkichi procedió a rodar sobre su espalda y mordisquear sus dedos juguetonamente, insistiendo en que la acariciara más. Él obedeció, tomando asiento junto al pozo del fuego y encendiendo las llamas entre pausas en el juego.
Tanto Yamato como él habían pasado el día entero discutiendo el reporte de los exploradores. Y no tenían nada que mostrar por sus esfuerzos. Idea tras idea que tenían para lidiar con el mismo fue introducida y descartada. Enviar a los Asesinos en varios grupos en relevos no era viable; el envenenamiento ocurriría demasiado rápido y demasiado lejos de la aldea, morirían por exposición en el viaje de regreso en lugar de hacerlo en batalla. Atacar a distancia era inviable debido al terreno y las armas que tenían disponibles. Montar una base cerca tampoco ayudaría porque eso solo prevenía acumular más miasma, no purificar el que ya se había absorbido.
— ¿Tú no sabrías de una manera de resistir más miasma, Ten?—preguntó Sansker, sujetando a su mascota con ambas manos para levantarla en el aire.
— ¡Kyu!
Tenkichi soltó un ladrido alegre y ladeó la cabeza. John la puso en el suelo, tomando eso como un 'no'. Alguien tocó su puerta.
—Oye, ¿tienes un minuto?—dijo Ōka desde el otro lado—Siento que necesito hablar contigo.
Sansker se puso de pie, sorprendido por la sinceridad del tono de su amiga. Abrió la puerta corrediza.
—Claro, pasa—dijo, haciéndose a un lado— ¿Ocurre algo?
—De hecho, esperaba que tú pudieras responder eso—replicó Ōka, pasando al interior.
Ella se sentó junto al fuego y él ocupó el espacio al otro lado. Se la veía preocupada, con la mirada triste y los hombros caídos. A John le recordó mucho su aspecto de aquellos días cuando Kikka estuvo al borde de la muerte. Y no era para menos, recordando la situación actual.
—Esa gran masa de miasma—dijo Ōka, mirándolo fijamente—Suena como un problema difícil. ¿Tienes alguna idea de lo que haremos al respecto?
—Aún no—admitió Sansker. Ella se limitó a asentir, claramente esperaba esa respuesta.
—Sabes que es probable que Hayatori esté en lo cierto y el Oni esté ahí ¿verdad?—dijo Ōka—Necesitamos encontrar una manera de alcanzarlo.
—Yamato y yo discutimos algunas ideas. No nos hemos rendido—dijo Sansker, tratando de sonar más confiado de lo que se sentía.
—Sé que puedo contar con ustedes dos—dijo Ōka asintiendo, intentó sonreír, pero el gesto fue demasiado tenue para ser alegre—Solo... eres bueno pensando en estrategia. Creo que esperaba escuchar alguna idea o plan que hubieras desarrollado mientras tanto. ¿Seguro que no tienes un truco o sorpresa?
Casi sonaba a broma, aunque John pudo sentir un ligero toque de auténtica curiosidad detrás de esa pregunta. Sansker hizo lo posible para mirar a Ōka a los ojos. Deseaba poder decir que sí, incluso si solo fuera para alegrar a su compañera. No le gustaba esa mirada triste que veía en ella.
—Lo lamento, Ōka. Yo... creo que es solo cuestión de tiempo. Siempre hemos encontrado una solución a todo lo que los Oni nos han arrojado —dijo en vez de faltar a la verdad—Esta vez no será diferente.
—Tienes razón... hemos triunfado hasta ahora—repitió Ōka. Bajo la cabeza, enfocándose en su regazo—Perdona que viniera a molestarte a estas horas... la verdad es...
Apretó las manos, cerrándolas en puños. Sansker esperó a que continuara, dejando que se tomara su tiempo.
—Me siento egoísta diciéndotelo a ti...—siguió la espadachina al cabo de unos segundos—pero se trata de Kikka. Sé que las has visto también, ella está sufriendo tanto y yo... yo me siento tan inútil...
Sansker podía entenderla. Todos los días Kikka se veía más y más débil. Los cuidados de Nagi, las atenciones de Yu, nada parecía ayudar. Desde luego, él también se sentía impotente frente a ese problema.
—Tal vez solo me he estado engañando a mí misma—siguió Ōka—Pensando que puedo protegerla cuando en realidad ni siquiera he podido ayudarla un poco. Verla de esta forma... es demasiado difícil... me parte el alma pensar que no hay nada que pueda hacer por ella.
—No es tan simple, Ōka—replicó él—Solo el hecho de que estés ahí para ella es bastante, y en cuanto eliminemos la torre, las cosas volverán a la normalidad. La carga de Kikka... si no podemos tomarla, al menos podemos estar con ella mientras la soporta. Eso no es nada. Y si no me crees a mí, pregúntaselo a ella.
Ōka levantó la mirada, y John le sonrió. Kikka hablaba mucho de Ōka, con cariño y admiración. Era claro que la joven pensaba en su hermana mayor como una figura importante en su vida. Y la espadachina siempre estaba pendiente de su hermanita. Sansker era hijo único, así que le daba un poco de envidia verlas tan unidas. La expresión de Ōka se suavizó, y su postura se relajó visiblemente.
Antes de que su amiga pudiera responder, Tenkichi apareció en escena maullando y estirándose para llamar la atención. Ōka giró la cabeza y una sonrisa apareció en sus labios al ver a la pequeña zorra.
—Hola a ti también—dijo la espadachina, estirando la mano para acariciar a Tenkichi—Tú te ves bastante feliz.
La Tenko aceptó la caricia y se giró sobre sí misma, sacando algo de la pequeña bolsita roja que Kikka le había regalado. Si Sansker no recordaba mal, era para que pudiera recolectar cosas cuando vagaba por el Otro Mundo. Del interior, Tenkichi sacó una de las frutas del Árbol Sagrado.
— ¿Qué es lo que tienes allí?—preguntó Ōka, tomando el objeto y mirándolo a la luz del fuego—Esto es… ¿fruta? ¿De dónde la sacaste?
Tenkichi solo se estiró y la empujó con su hocico cuando Ōka la colocó en el suelo nuevamente.
— ¿Quieres que me la coma?—Ōka volvió a tomar la fruta y Tenkichi comenzó a saltar, ladrando con energía—No lo sé… no se ve muy apetitosa.
—Es el regalo de un Tenko—dijo Sansker, poniendo su mejor cara de póker—No deberías despreciarlo.
—Supongo que no tengo opción—dijo Ōka, suspirando y llevándose la fruta a la boca—Veamos…
Sansker logró mantener la seriedad incluso mientras Ōka tomaba un buen mordisco de la fruta. La espadachina logró masticar una vez y entonces el sabor la golpeó de lleno. John se apresuró a buscar agua y preparar una taza para su amiga.
— ¡Amarga!—exclamó Ōka tragando de alguna manera. Aceptó la taza de agua, bebiéndosela de un trago— ¡Es la cosa más amarga que he probado en mi vida!
John no pudo evitarlo y comenzó a reírse, la expresión de Ōka era de tal indignación que no pudo evitarlo. La guerrera lo fulminó con la mirada.
— ¡¿Tú ya sabías que era así de horrible, tonto?!
—Necesitaba saber si era solo yo. Parece que no… ¿de verdad es tan mala?
— ¡Es espantosa! No creo que se me quite el sabor por días.
Ōka tomó otra taza con agua, pero de pronto su expresión se transformó. Una sonrisa se asomó en sus labios y de la nada comenzó a reírse. Sansker sonrió, disfrutando del sonido, y los dos compartieron una buena risa sobre esa pequeña broma. Tenkichi se les unió, aparentemente contenta de ser la causante del evento.
—Lo siento, no pude resistirme—dijo John cuando pudo calmarse, pero aun sonriendo—Solo comí una vez y me curó de por vida.
—No importa—dijo Ōka negando con la cabeza. Ella también sonreía y volvió a reírse un poco. Su expresión era mucho menos sombría— ¿Sabes? No puedo recordar cuándo fue la última vez que me reí así.
—Te sienta bien. Deberías hacerlo más a menudo—dijo John sinceramente. Le gustaba la risa de Ōka, y ver a su amiga con una sonrisa era reconfortante—No puedo responder a tus dudas, pero te puedo garantizar que lo intentaremos todo, y que saldremos adelante. No pienso rendirme, ni ahora ni nunca.
—Lo sé, Sansker, yo tampoc —dijo Ōka asintiendo. Tomó la fruta entre sus dedos y se la guardó en el bolsillo—Gracias por la "comida", y gracias por escucharme. Me siento un poco mejor. Más ligera. Déjame salir de tu camino.
Kikka abrió los ojos, pero se encontró en la oscuridad. No escuchaba nada a su alrededor, excepto su propia respiración, que rápidamente comenzó a agitarse. Esto le dio fuerzas y se puso de pie, apartando las sábanas. Ignoró su mareo y la debilidad de su cuerpo, y se levantó con esfuerzo.
Rápidamente se dio cuenta de que la habitación no estaba completamente en tinieblas. La ventana dejaba entrar suficiente luz de la luna para iluminar todo con una tenue luz. Kikka intentó calmarse, pero su corazón se negó a volver a un ritmo normal. Ōka no estaba allí, lo que supuso un extraño alivio. Su hermana le habría preguntado qué sucedía, y ella no deseaba responder.
Un ataque de tos la golpeo, obligándola a apoyarse en la misma ventana que le permitía ver. Kikka se dobló por la mitad, intentando recuperar el control de su respiración. Su tos era tan fuerte que le sorprendió que nadie más la escuchara, pero la noche era tranquila, y solo se oía el lejano sonido de un búho. Era completamente diferente al barullo del día y le daba una sensación de soledad increíble.
Finalmente, logró calmar sus espasmos y se apartó de la ventana. Podía alzar la voz y llamar a alguien. Ōka no debería andar lejos, pero si lo hacía solo lograría preocuparlos. Quería hablar con otra persona y, al mismo tiempo, sentía que no podía hacerlo. Lo que la estaba comiendo por dentro era impensable, tanto para una Doncella Sagrada como para ella.
Buscó en la semioscuridad de su habitación y encontró sus ropas. Tanteando entre ellas sacó la pequeña cruz de plata que John le había regalado, sujetándola con ambas manos. Sansker le había explicado una vez algo sobre la fe y el Dios de la cruz, que escuchaba oraciones y acompañaba a los necesitados. Kikka no creía que fuera del todo cierto, pero encontraba consuelo en el símbolo porque le recordaba un lazo muy importante que había forjado ella misma. Y ahora necesitaba toda la fuerza que pudiera sacar.
Sin pensarlo mucho, tomó el manto blanco con adornos dorados y se lo puso como un abrigo sobre su kimono. Necesitaba salir de esa habitación e ir a cualquier otro lugar. Kikka se marchó, dejando la puerta abierta y sin molestarse en buscar sus zapatos.
Sansker se quedó despierto luego de que Ōka dejara su cabaña, acariciando a Tenkichi. La zorra se acurrucó en su regazo, tranquila, reaccionando al humor melancólico de su amo. John tenía que maravillarse a veces; Ten era buena leyéndolo. Tenía que estar agradecido de que ahora no estuviera buscando jugar.
El fuego comenzó a apagarse al cabo de un rato, pero él no lo alimentó. Se sentía intranquilo. No creía haberle mentido a Ōka y, sin embargo… Estaba mucho más preocupado de lo que quería admitir. Entendía lo que su amiga sentía al ver a Kikka sufrir mientras tú no podías hacer nada. Los miedos de Ōka se habían convertido en los suyos propios. Y no tener una respuesta para ella era no tener una respuesta para él mismo.
John levantó a Ten y la puso en el suelo con cuidado. Necesitaba espacio, soledad. Salió de la cabaña. El aire nocturno lo hizo sentir mejor. Comenzó a caminar hacia el cuartel, quizás por costumbre. De noche, Ukataka era muy tranquila. Todo lo contrario de Londres, al menos de los barrios que él solía visitar. Respiró profundo. Pero si esperaba que le llegara alguna inspiración, esta lo siguió eludiendo. Caminando siempre hacia el cuartel, no se dio cuenta de que estaba mirando al suelo hasta que escuchó algo más que sus pasos.
Unos sollozos apagados lo hicieron levantar la vista y, a la luz de la luna, vio a Kikka, vestida solo con su abrigo dorado, al pie de las escaleras del cuartel, sentada en los últimos escalones. La joven tenía la cabeza enterrada entre sus piernas, su cuerpo temblando y, aunque estaba intentando sofocarlo, claramente estaba llorando.
—Kikka —dijo Sansker, avanzando hacia ella.
El sonido de su voz la sobresaltó, y rápidamente se restregó las manos contra los ojos, antes de levantar la mirada tímidamente. John no preguntó qué estaba haciendo allí o por qué había salido de su habitación, solo tuvo que cruzar sus ojos con los de ella para entender que Kikka estaba sufriendo, de una manera que hizo que esas preguntas le sonaran irrelevantes. Se sentó junto a su lado. Kikka apartó la mirada, pero se acercó a él, una mano se movió para buscar la suya. Como siempre, esos dedos pequeños y delicados se deslizaron sobre sus guantes negros, y sus dedos se entrelazaron.
—Siempre he odiado la noche—dijo Kikka. Su voz sonaba sorprendentemente firme, aunque el pequeño quiebre al final era imposible de esconder, al igual que las manchas en su rostro—Desde que era pequeña, he tenido miedo de que, si me voy a dormir, nunca podré volver a despertarme. Es horrible no saber cuándo vas a morir... Pensé que podía... Pensé que estaba... John, yo...
— ¿Kikka, de qué estás hablando?—preguntó Sansker, que no estaba seguro de entender—Nadie va a morir. Sabes que no lo permitiremos. Ni tu hermana ni...
—No puedes ayudarme... no esta vez—dijo Kikka negando con la cabeza, bajando su rostro—Shusui me lo advirtió, que la torre ganaría fuerza y mis poderes... que yo comenzaría a verme afectada. Puedo sentirlo, John, incluso ahora... Con cada latido, cada hora, la torre se vuelve más fuerte y yo...—Se llevó la otra mano al pecho—Me cuesta más y más hacer cualquier esfuerzo. Siento que un simple golpe podría...
Kikka se giró para mirarlo, sus ojos estaban empañados de lágrimas que comenzaron a bajar por sus mejillas otra vez. Sansker no lo pensó, la atrajo hacia él y la abrazó, poniendo ambos brazos alrededor de ella, como si así pudiera alejar cualquier cosa que quisiera hacerle daño. Kikka puso sus manos contra su pecho, fundiéndose con él, incapaz de contener sus sollozos.
—Pensé que era capaz de soportarlo, John. Es mi deber como Doncella Sagrada—dijo Kikka, la voz quebrándose en partes—Juré que no era una maldición, que deseaba proteger a mis seres queridos. ¿Por qué? ¿Por qué estoy tan asustada? ¿Por qué no puedo dejar de temblar?
—Kikka, esto es demasiado para que alguien lo cargue. Nadie debería soportar algo así—replicó Sansker. Sus propios ojos ardían, pero se obligó a no derramar lágrimas. Si él se sentía así, Kikka debía estar sufriendo horriblemente—Deber, elección... ¿acaso importa?
—Este es mi papel. Esta fue mi decisión—dijo Kikka. Sus dedos tiraban del abrigo de Sansker con tal fuerza que estaban empezando a desgarrar la tela— ¿Qué clase de persona abandona a sus seres queridos? Luego de lo que dije... ¿Cómo puedo sentirme así? No tengo ningún derecho...
Kikka repitió su negación, rehusándose obstinadamente a escucharlo. Esas palabras eran como dagas en su corazón. ¿Acaso alguien podría pensar de esa manera? John le acarició la cabeza.
—Incluso nuestro Salvador tuvo dudas, y él era un dios. Kikka, te lo dije una vez, no importa lo que me pidas, yo estaré aquí—dijo él—.Solo di lo que de verdad deseas.
—Yo… no…—Kikka intentó hablar, pero su voz era demasiado débil hasta que finalmente logró expresarlo, dejando salir todo lo que la estaba comiendo por dentro: el miedo, la duda, la angustia— ¡No quiero morir, John! No quiero… no, por favor…
Kikka volvió a sollozar con más fuerza, pidiendo ayuda entre lágrimas. Nunca en su vida Sansker se había sentido tan impotente. Solo pudo abrazarla, acariciándole la cabeza y murmurando las frases usuales 'ya, ya, ya' y 'estoy aquí'. Kikka siguió llorando, hundiendo su rostro en su pecho.
Súbitamente Sansker sintió que los estaban observando. Levantó la cabeza, hacia la cima de las escaleras y justo ahí vio la silueta de Ōka, quien los observaba en silencio a ambos. Abrió la boca para llamarla, pero la espadachina lo miró de una manera extraña y se dio la vuelta, desapareciendo entre las sombras del cuartel. John apretó los dientes. No podía ir tras la hermana mayor mientras cuidaba a la hermana menor.
Kikka necesitó al menos una media hora para dejar de llorar. Su respiración se volvió mucho más tranquila y profunda, y el agarre de sus manos se relajó. El llanto le había robado todas las fuerzas que le quedaban y el sueño estaba llegando.
—No quiero dormir…—dijo Kikka, con la voz áspera tras tanto llorar.
—Lo sé—dijo Sansker, acariciándole el cabello—pero tienes que descansar.
— ¿Puedo quedarme contigo esta noche?—preguntó Kikka, levantando la cabeza.
—Por supuesto, solo tenías que pedirlo—respondió él. Si alguien tenía algo que decir al respecto, podían hablar con el filo de Ascalón.
—Gracias, John—ella lo besó en la mejilla y se acurrucó contra él, cerrando los ojos. Su respiración volviéndose más lenta y relajada—No le digas a Ōka… no hay que preocuparla…
—Buenas noches, Kikka —dijo Sansker, pero ella ya estaba dormida.
Él se levantó, tomó a Kikka en brazos y la llevó hacia su cabaña. La joven estaba relajada, pero su rostro aún tenía las marcas de sus lágrimas. En cuanto a él, su corazón se sentía pesado. Impotencia, ira, tristeza… no podía decidir qué lo atormentaba más. Aunque, cuando se puso a pensarlo mientras colocaba a Kikka en su cama y la cubría con las sábanas, era esa mirada que Ōka le había dado lo que más le preocupaba. Más allá de la pena o del dolor, había una determinación que le hacía temer por su amiga.
¿Qué podía hacer? Kikka estaba en lo correcto, esta vez no sería capaz de ayudar, ni a ella ni a su hermana. John comenzó a sentir una muy familiar sensación de desesperación asomarse en su pecho, un vacío que lo dejó sin fuerzas. De repente, se sintió cansado, demasiado agotado para luchar.
—Maldita sea…—masculló Sansker, acomodándose en el suelo. Colocó su abrigo como almohada y cerró los ojos. Tenía tanto en la cabeza que no creía que pudiera lograrlo, pero de alguna forma se durmió, escuchando la respiración de Kikka a su lado.
No tenía que mirar dentro de la cabaña para saber dónde estaba su hermana, ni tampoco para saber si estaba bien. Ōka podía contar con ello. Deslizó la nota debajo de la puerta de forma simple y concisa antes de alejarse en busca del camino hacia el altar. El cielo apenas estaba comenzando a aclararse en el horizonte.
Al llegar, se sentó frente a la casetilla cruzando las piernas. Ōka tomó aire, cerrando los ojos. El altar, junto al Árbol Sagrado, era un lugar pacífico y tranquilo. Tal vez por eso, él venía tanto a ese lugar. ¿Por qué dejarían de visitar ese lugar? La joven abrió los ojos al sentir el calor del sol filtrándose por las ramas. A lo lejos, unos pájaros cantaban, y pronto la aldea comenzaría a llenarse del bullicio típico de la mañana.
Estaba tranquila. No en paz, pero sí tranquila. Era curioso, pero por primera vez en mucho tiempo, Ōka sabía lo que tenía que hacer. Y eso era suficiente para que pudiera mantener la serenidad, a pesar de todo. Escuchó los pasos detrás de ella solo unos minutos después. Se puso de pie lentamente.
—Sabía que verías la nota —dijo Ōka, dándose la vuelta—Tienes un buen sentido de la oportunidad, Sansker.
—Ōka, ¿qué es lo que planeas hacer?—preguntó Sansker, yendo directo al grano.
—Voy a ir tras ese Oni—explicó Ōka simplemente—Miasma o no, iré a la Era de la Antigüedad y destruiré al Oni que se oculta en la cima.
Él la miró por unos segundos, pero Ōka no vaciló. Ella pudo escucharlo todo la noche anterior, cuando, buscando a su hermana, la encontró hablando con él. Oír a Kikka suplicar de esa forma, con tanto miedo en su voz, solo recordarlo hacía que su calma comenzara a perderse. ¿Por cuánto tiempo habría soportado todo eso sin decir nada? Ōka no planeaba dejar que durara un segundo más.
—Se nos está acabando el tiempo, ¿no es así?—dijo la espadachina—Alguien tiene que ir, así que ¿por qué no yo?
—Ōka, si esto es sobre lo que sucedió anoche, estás tomando una decisión precipitada—dijo Sansker, negando con la cabeza—Si nos das tiempo, podremos encontrar una solución.
—A este paso, Kikka no podrá soportar más tiempo, Sansker—replicó Ōka—Tenemos que detener el Despertar, hay que salvarlos a todos. Si nos retrasamos, la pondremos en riesgo, a ella y a todos… es la única solución.
—Es muy arriesgado.
— ¿Es que quieres que me mantenga a salvo y mire a mi hermana morir?—exclamó Ōka, finalmente perdiendo la calma— ¡Sabes que nunca podría hacer algo así!
Esto lo hizo enmudecer. Ōka sabía que era injusto, Sansker también tenía que soportar esto, pero precisamente esa era la razón por la cual tenía que actuar.
—Yo me encargaré de todo, eliminaré a ese Oni incluso si me cuesta la vida —dijo Ōka, estirando una mano hacia su compañero, tomándolo por el hombro—No puedo liberar a Kikka de su carga, pero al menos puedo compartir una pequeña parte de su dolor. Y a ti tengo que pedirte otra cosa. Aunque te debo mucho, quiero pedirte que por favor cuides a Kikka de ahora en adelante.
—No… no puedes… Ōka, no puedes pedirme algo así…—dijo Sansker. Su expresión era tensa, una mezcla de frustración y sorpresa—No puedo enviarte a una misión suicida. No te dejaré ir sola
—¡No! Uno de los dos tiene que quedarse, y ese tiene que ser tú—replicó Ōka— ¿No lo entiendes? Eres esencial. Nuestro capitán. Gracias a ti hemos llegado tan lejos en nuestra lucha contra los Oni. Y más aún, eres importante para Kikka, si estás a su lado, sé que estará bien. Y ella te necesitará, mucho.
Ōka sonrió, a pesar de todo, incluso con la expresión de angustia que Sansker tenía. Era algo cruel ponerlo en esa posición, pero quería que Kikka supiera la verdad de primera mano. Si la veía antes de marcharse, quizás su resolución fracasaría y entonces todo sería en vano.
—Parece que fue apenas ayer que llegaste a la aldea... y ahora no puedo imaginar mi vida sin que seas parte de ella—dijo Ōka, hablando con toda sinceridad—Sin importar lo que pase, quiero que sepas que me alegra que nos hayamos conocido y te agradezco todo lo que has hecho.
Sansker asintió, aunque su expresión seguía siendo sombría. Ella al menos pudo sentir que no estaba intentando detenerla, así que comenzó a caminar, pasando junto a él.
—Por cierto, ¿esa fruta de anoche? —dijo antes de irse—Quiero que sepas que la disfruté, de verdad. Cuéntale a Kikka lo que pasó. Cuídate, Sansker. Te encargo la aldea y todo lo demás.
John se quedó solo frente al altar. Una parte de él le gritó que detuviera a Ōka, la otra le dijo que no debía hacerlo. Estiró la mano como si fuera a llamarla, pero su amiga se marchó demasiado rápido. Cerró los dedos, formando un puño, y comenzó a apretar, tan fuerte que sus nudillos debían estar blancos. Sansker sintió como si quisiera tirar del mismo aire y revertir todo lo que acababa de pasar, hasta que no pudo soportarlo más.
Se dio la vuelta y, sin pensarlo, descargó el puño con toda su fuerza. Su mano evitó el altar y se estrelló contra el tronco macizo del Árbol Sagrado, evitando por poco el pequeño árbol. La fuerza del golpe agrietó la corteza, y la vibración le recorrió el brazo hasta el hombro con un crujido que no sabía si eran astillas o huesos rompiéndose. Sansker presionó, empujando con ira, toda su frustración, y gruñó al sentir cómo finalmente el dolor físico comenzó a llegarle en oleadas.
— ¡¿Por qué no dije nada?!—exclamó con los dientes apretados. Retiró el puño y volvió a golpear, casi con la misma fuerza. Más madera astillada— ¡¿Por qué no hice nada?!
Levantó el brazo una vez más. El tercer golpe finalmente arrancó un pedazo de corteza y dejó un boquete, exponiendo la parte suave del Árbol Sagrado como una cicatriz. Si el Espíritu Guardián lo escuchó, no le dio una respuesta. Sansker retrocedió, la mano totalmente entumecida. Ōka se había ido a una muerte segura y él no la detuvo. ¿Cómo era posible?
—Creo que la respuesta está clara, Sansker—dijo una voz detrás de él.
—Shusui—John se dio la vuelta, encarando al oficial de inteligencia— ¿Qué estás haciendo aquí?
El joven le sonrió con su típica expresión que nunca iluminaba sus ojos. Verlo ahora fue como recibir una bofetada. John se dio cuenta de dónde estaba y de lo que estaba haciendo. El dolor de su mano de pronto se volvió intenso y tuvo que reprimir una mueca, sujetándose la muñeca y flexionando los dedos.
—Vi cómo Ōka se marchaba—respondió Shusui, acomodando sus gafas—Entiendo su deseo de proteger a su hermana menor. Creo que, en su lugar, muchos tomarían una decisión similar. El camino del sacrificio por un ser amado.
—Claro, una decisión normal—dijo Sansker, asintiendo. En realidad, tenía razón, él no era diferente. Si fuera por salvar a Kikka no dudaría en hacer lo mismo. Así que la pregunta se mantenía—No cuestiono lo que ella hizo.
—No, en efecto. Pero tú eres igual—dijo Shusui abriendo los brazos—Tu deseo de proteger a la señorita Kikka es tan fuerte como el de su hermana mayor. Pero si Ōka se marchara para protegerla, creo que la señorita Kikka preferiría tener a su hermana a su lado.
Así que haber detenido a Ōka habría sido lo correcto. Solo que, en este caso, Kikka seguiría en peligro. Podría ir él. Entonces nunca la volvería a ver, pero quizás estaría a salvo. Sansker deseaba salvar a ambas hermanas, pero no había forma. Tomase el camino que tomase, la decisión lo dejaba paralizado.
—Salvar a una, salvar a ambas… no hay una buena opción, Shusui—dijo John— ¿Esa es la lección?
—No sé si esto se trata de 'bueno' o 'malo'—respondió Shusui—Lo que creo es que la respuesta es clara. Desde que te conozco, Sansker, ¿cuándo has sido del tipo de persona que espera? No, tú actúas. Quedarte aquí a ver qué sucede nunca fue una opción. Eliminando eso, solo queda una alternativa.
John sabía que tenía que detenerla. Nunca podría vivir consigo mismo de otra forma. No podría mirar a Kikka a la cara y decirle lo que hizo. Como tampoco podía ignorar lo de anoche. Tenía que solucionarlo. De alguna forma, solo que no sabía cómo. Sansker se miró la mano derecha, ahora que el dolor finalmente había pasado, reducido a una punzada soportable.
—Maldición, nunca pensé que pudieras ser tan estúpido —interrumpió Fugaku.
Sansker dio un respingo y alzó la cabeza. Shusui solo se giró, completamente tranquilo. Fugaku, seguido de todos sus otros compañeros, estaban subiendo el camino hacia el altar. Detrás de ellos venía Kikka, sujetándose de Nagi. La joven tenía un aspecto desarreglado, como si hubiera salido corriendo por toda la aldea, aun vistiendo su abrigo dorado como la noche anterior, el rostro rojo por el esfuerzo.
—Estoy muy enfadada contigo en este momento, Sansker—dijo Nagi en un tono enérgico muy poco característico—Obligar a la señorita Kikka a preocuparse de esa forma y buscarnos así.
—Nos dijo que Ōka y tú pensaban ir por su cuenta y dejarnos atrás—continuó Fugaku— ¿En qué diablos estabas pensando?
—Parece que nuestro capitán no tiene fe en nosotros—dijo Ibuki con una sonrisa maliciosa.
Hatsuho, incluso Hayatori y hasta el jefe Yamato lo miraban con desaprobación, haciéndolo sentir como si realmente hubiera hecho algo malo. Pero lo que más le afectó fue la mirada de Kikka, llena de angustia.
—Todos, yo…—dijo Sansker, intentando encontrar las palabras para... ¿disculparse, explicarse?
—Lo siento, esto es por culpa de mi debilidad. Ōka nunca hubiera hecho algo así si yo fuera más fuerte—dijo Kikka, avanzando hacia él, dejando el apoyo de Nagi—Sé lo que dije, pero tengo que pedirte un favor. Te lo suplico, salva a mi hermana. No la dejes morir...
Ella lo abrazó en frente de todos y Sansker la envolvió con sus brazos. ¿Acaso había corrido por toda la aldea para buscarlos a todos? No quería ni imaginar cuánto le había costado el esfuerzo. Kikka siempre sería más fuerte de lo que él podría ser jamás.
—Iremos contigo—dijo Hatsuho, levantando un puño en el aire—Si estamos juntos, sé que podremos lograrlo.
—Me enseñaste a tener fe en mis compañeros—dijo Hayatori—Esta vez haré lo mismo por ti.
Los demás asintieron. Sansker no pudo evitar sentirse conmovido. Y aún con todos esos buenos sentimientos, seguían teniendo el mismo problema. Rompió el abrazo con Kikka, poniendo una mano en su hombro.
—Tengo fe en ustedes, saben que sí—dijo John, mirándolos a todos por turno—pero el miasma es demasiado denso. No puedo poner sus vidas en riesgo. Intenté encontrar una respuesta, Ōka pensó en dar su vida y esa fue la mejor solución que pude encontrar.
—Un líder a veces debe tomar decisiones difíciles—dijo Yamato, asintiendo—y una de las lecciones más complicadas es saber cuándo no tienes una solución. Tienes que poner tu fe en tu habilidad y en la fuerza de tus aliados.
—Así es como están las cosas, Sansker—dijo Shusui, hablando nuevamente—Estadísticamente tienes más probabilidades de éxito como grupo que como un individuo. Además, si se trata del miasma, creo que he encontrado la solución perfecta. Todos, simplemente coman un pedazo de esto antes de ir a la batalla.
El oficial de inteligencia tomó algo de su bolsillo y lo mostró a todos. Una de las frutas del Árbol Sagrado descansaba en su palma, mirándose tan inocente y simple como la que Tenkichi le dio a Ōka la noche anterior.
— ¿Qué es esto?—preguntó Hatsuho tomando la fruta y dándole un mordisco. Como era de esperar, su expresión se tornó agria casi de inmediato—. ¡Amarga!
—Se llama la fruta de Atanasia—explicó Shusui—Purifica el miasma que entra en el cuerpo. El efecto es temporal, pero si comes la fruta, tu resistencia al miasma se incrementa enormemente. Es muy rara, pero afortunadamente el Árbol Sagrado ha vuelto a producir. No pensé que fuera posible, pero claramente la fortuna está de nuestro lado.
Sansker se quedó mirando la fruta y luego giró la cabeza hacia el altar. Un viento suave sacudió las ramas del arbolillo detrás de la caseta y la presencia del espíritu llenó la zona. John se llevó una mano al rostro y de repente comenzó a reírse.
Fue tan inesperado que todos lo miraron como si se hubiera vuelto loco, pero Sansker siguió riéndose, soltando una auténtica carcajada.
— ¿Estás bien?—preguntó Kikka, confundida.
—Sí, lo estoy—dijo Sansker asintiendo. Tomó la fruta de Atanasia y le dio un buen mordisco. Por una vez, el sabor amargo y repulsivo no le hizo querer escupir—Solo creo que tenemos la fortuna de nuestro lado. Ōka comió una de las frutas antes de irse.
—Muy bien. Aun así, debo advertirles que estas frutas no los harán inmunes—dijo Shusui—La zona a la que se dirigen está plagada de miasma. Les recomiendo que terminen la batalla lo más pronto posible y se retiren. ¿Están listos para hacer esto?
—Por supuesto—replicó Fugaku, tomando la fruta y dándole un mordisco. Aunque su cara también se vio afectada, tragó sin decir una palabra, pasando el fruto a los demás. Al final, todos comieron un pedazo.
—Antes de que te marches, quiero pedirte una cosa más—dijo Kikka, tocándole el pecho donde guardaba la piedra que ella le había regalado—Por favor, llévale la Piedra de la Barrera a Ōka. Quiero que mi hermana pueda escuchar mi voz.
—Tienes mi palabra, Kikka. Iremos todos juntos—dijo Sansker, sujetando las manos de la Doncella y sonriéndole, luego mirando al resto—Rescataremos a Ōka y derrotaremos al Oni que mantiene la barrera.
—Eso es lo que quería oír—dijo Nagi.
— ¡Muy bien, vamos!—exclamó Ibuki.
—Que la fortuna los favorezca en la batalla—dijo Kikka—y que la luz de los héroes ilumine su camino.
