Libros encantados Parte 5
—¡Oh vamos!
Amity se abofeteó a sí misma, poniéndose en pie con las manos en puño.
—Sentir lástima por ti misma no la salvará.
—Estás en grandes problemas, jovencita.
La brujita peli-púrpura se sobresaltó y volteó hacia la madura voz femenina que le habló desde atrás. Odalia Blight, la que estaba en camisón blanco de mangas largas con estampado de bolas de cristal, descalza, con el cabello verde suelto, y un collar de gema morada alrededor del cuello, caminaba molesta hacia ella.
—¿Mami?
—¿Cuántas veces te he dicho…?
Amity calló a la mujer poniendo el índice y el dedo corazón diestro sobre los labios de esta, sonriéndole a modo de disculpa.
—Regáñame después, por fi. Mi nueva amigui nos necesita.
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El monstruoso duende Otabin había llevado a Luz de vuelta a la sección infantil, donde la plantó contra la página izquierda de su gran libro vacío sobre una alfombra de gatito gigante, empezando a cocerla a esta poco a poco con un hilo proveniente de una gigante bola de estambre.
—¿Por qué estás haciendo esto?
Luz observó horrorizada como Otabin estiraba el hilo verde, apretándolo contra su brazo izquierdo, aplanándolo contra la hoja en blanco.
—Leí tu historia —continuó, tratando de liberar dicho miembro sin éxito—. Sé que no eres así. Esa princesa loca te hizo esto.
—Amigos son lo que siempre busqué —rimó Otabin, cerca del rostro de la chica Noceda—. Y ahora un amigo con mis garras atrapé.
Luz hizo una mueca de asco, cerrando los ojos y sacando la lengua.
—Yuk!, hocico abombao.
—Haciendo amigos, cociendo amigos —siguió recitando Otabin, clavando la aguja aun lado de las piernas de la chica Noceda, para luego cocerlas también contra el libro—. Nunca estoy sin mis amigos.
—¡Monstruo! —lo reprochó Luz, entre molesta y asustada—. ¡No puedes rimar amigos con amigos!
De pronto, se escuchó un silbido y, tanto Otabin como Luz dirigieron su atención hacia la entrada de la sección infantil donde Amity y su madre estaban paradas en posiciones heroicas.
—¡Aléjate de ella!
Luz las miró en estado de shock.
—¡Amity!
La brujita peli-púrpura le sonrió y señaló hacia su madre con el pulgar diestro.
—Y no vengo sola.
Odalia le dedicó una amigable sonrisa a la chica Noceda.
—¿Así que tú eres Luz? Te ves más adorable de lo que pensaba.
—¡Mamá! —la reprochó su hija.
—Ah, sí. Odalia enfrenta al monstruo.
Ni bien terminó de decir aquello, la mujer tocó la gema de su collar con la mano diestra e invocó lo que pareció ser un gran espíritu morado de grandes ojos azul claro y vendajes que se dirigió rugiendo hacia el monstruoso duende, con quién entrelazó las manos.
—Momia fantasma, no podrás detenerme —recitaba Otabin, entre forcejeos—. A mi libro de amigos también voy a cocerte.
—Es... muy... fuerte... —decía entrecortadamente Odalia.
—¡Tú puedes, Mamita!
Amity corrió hacia la prisión de papel donde Luz seguía atrapada, sacó su lápiz y…
—Ey, ¿qué estás haciendo?
La chica Noceda observó curiosa como la brujita peli-púrpura escribía "Amity debe corregir su error" a un lado del gran libro, emergiendo como resultado…
«¡Un borrador gigante!», dijo para sí misma, «¡Qué locura!»
—Limpiando mi porquería —le contestó dulcemente Amity.
Tras agarrar el mágico útil escolar, la brujita peli-púrpura se acercó sigilosamente al monstruoso duende, quién seguía forcejeando con la "momia-fantasma", y borró los garabatos de su "libro-corazón", volviéndolo a la normalidad.
Una vez liberada de su prisión de papel, Luz celebró:
—¡Oh!, tercera dimensión, te extrañé mucho.
—Lo siento mucho —se disculpó Otabin, mirando a las chicas desde el suelo—. No sé que fue lo que me pasó.
—Ey, está bien —lo tranquilizó Luz, palmeándole la cabeza.
—Todo fue mi culpa —agregó Amity, sonriéndole dulcemente.
—Veamos...
Odalia se acercó, recogió el libro de Otabin del suelo, lo cerró y, tras desaparecer dicho duende, comenzó a golpearse lentamente la palma izquierda, mientras miraba a su hija con una extrañamente dulce sonrisa.
—Salir a altas horas de la noche sin permiso, garabatear libros de la biblioteca, tocar el diario de tu hermano, y poner en peligro la vida de una pobre humana inocente... Mmm, sí… Esas malas acciones merecen una buena… —Fingió pensar un momento—. ¿Cuál era la palabra, princesita?
Amity embozó una sonrisa nerviosa.
—¿T-Tunda?
Odalia se rio entre dientes como respuesta, y Amity tragó saliva.
—¿A-Aquí y ahorita?
Ampliando su sonrisa, Odalia invocó un banquillo con un hechizo, se sentó y recostó a su hija boca abajo en su regazo.
—Eh, Luz… —intentó decir Amity.
—Descuida, hermosa —lo interrumpió Luz, dando media vuelta y tapándose los oídos—. Prometo no mirar, ni oír nada.
Cuando empezó el castigo de Amity, los gritos de esta hicieron eco por toda la biblioteca.
—¡AY! ¡UUY! ¡AAAY! ¡UUUAAAY-AY-AY-AY!
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Llegó la mañana y, una vez afuera de la biblioteca, el trío femenino bajó las escaleras.
—Qué gran aventura.
Luz miró algo preocupada a la brujita peli-púrpura, quién iba de la mano con su madre, soltando leves sollozos y friccionándose el trasero.
—¿Estarás bien, Batatita?
Con pequeñas lágrimas asomándose a sus ojos, Amity le sonrió.
—Podré sentarme de nuevo en unas cuantas semanas.
Luz hurgó en su bolso.
—Ten.
Sacó el quinto libro de la buena bruja Azura.
—Llévale esto a tu soplón hermano adoptivo. Quizás no repare mucho haber tocado su diario, pero… Como él solo tenía hasta el cuatro…
Soltando una dulce risilla, la brujita peli-púrpura agarró el libro con la mano izquierda.
—Eres un buen ejemplo para mi hija, Luz —señaló Odalia, amigablemente.
—Deberías ser una princesa de mi aquelarre —agregó Amity.
Luz les sonrió a ambas.
—Gracias. Pensaré en eso.
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—Hola chicos, ya...
En la casa búho, Luz abrió la puerta, solo para ser recibida por su hermano mellizo con un...
—Shhhh...
Luis señaló hacia un sofá/cama, donde Eda dormía abrazada a los bebés murciélago, junto con King y Queen en sus piernas.
—Parece que tuvieron una buena noche —susurró Luz, sonriendo con ternura.
—Algo así —dijo Luis, indiferente—. ¿Y como estuvo la tuya?
Luz soltó una risilla.
—Bien, luego mal, luego bien... Creo.
—¡Hoot Hoot!
Hooty abrió la puerta de golpe.
—¡Hooty! —le reprocharon los mellizos un poco antes que una criatura consistente en una pálida cabeza humana con alas y piernas conectadas a ella, de garras, colmillos, cabello largo y oscuro, labios negros y ojos rojos se arrastrara hacia dentro.
—¡Woah, tu debes ser mamá! —exclamó Luz.
—Y la reina murciélago —agregó Luis.
La reina murciélago asintió.
—Sí, sí.
Silbó, y los bebés murciélagos volaron de los brazos de Eda hacia su madre biológica, aterrizando en su gran cabello negro.
—Acomódense, pequeños.
Acto seguido, la reina murciélago vomitó un rojizo cofre lleno de monedas y lo que pareció ser un babeado silbato calavera entre estas.
—Por las molestias le debo una a Eda.
Y se dio la vuelta, abriéndose paso por la puerta, y los mellizos la vieron volar antes de cerrarla.
—Ahmm, dulces bebés.
Eda y los "reyes" abrieron los ojos.
—¡ÑAA, BEBÉS! —exclamó Queen asustada.
King miró interrogativo a los mellizos Noceda.
—Hermanovios, ¿dónde están los bebés?
Luz hizo un gesto con las manos, cuyo significado era que dichos retoños ya se habían ido con su progenitora.
Eda bajó la mirada, decepcionada.
—Aww, acababa de enseñarle a junior a forzar la cerradura.
—Parece que tuvimos una noche exitosa —dijo Luis.
Luz señaló hacia el cofre con sus palmas.
—Miren cuanto dinero ganaron —Agarró el silbato calavera—. Y este silbato que esa señora aterradora les dio.
Luis hizo una mueca de asco, y tomó tal objeto de la zurda de su hermana melliza.
—Lo lavaré antes de que lo usen.
Los mellizos caminaron hacia el trío, quienes se veían tristes.
—Sí, solo lo hicimos por el dinero —dijo Eda, cuando Luis le entregó el silbato.
King y Queen se abrazaron, llorando.
—¡Extrañamos a nuestros bebés!
—De hecho, les traje algo de la biblioteca.
Luz sacó un libro titulado "Lidiando con el síndrome del nido vacío" de su bolso, y se lo entregó a la dama búho.
—Je, gracias, niña.
—Ey, ¿quieren saber de mi noche? —les preguntó Hooty.
—¡NADIE QUIERE ESCUCHAR SOBRE ESO, MANGUERA ESTRÍGIDA! —le gritó Luis, fastidiado.
