El carruaje de Ichigo se detuvo en la puerta de la mansión. Una enorme casona blanca, oculta en medio del bosque.
Estaba solo; toda su familia y amigos se habían quedado en las fronteras humanas, y los aliados que sí eran vampiros aún no habían podido abandonar sus puestos para acompañarlo.
Realmente estaba solo y, por sobre todo, intranquilo. No confiaba en ninguna de las "criaturas" que tenía cerca.
Recordó como el día anterior, durante el baile, se escabulló para ver la reacción de los presentes y conocer, (por fuera del protocolo y sin seguridad) a su futura esposa… Y como no le gustó para nada lo que vio.
Del público general fue lo que se esperaba: violencia, ansiedad, necesidad de matar. Pero su esposa era algo distinto y, quizás un poco, inquietante. Porque, más que nada, le daba miedo.
En contra de toda regla fue, la buscó, y bailó con ella. Y su primera impresión fue que era la mujer más hermosa que podría haber existido. ¿La segunda? que no se podía confiar en ella, que era peligrosa: al final de la pieza ya tenía sus colmillos cerca de su yugular.
Se le erizó el vello de la nuca; porque lo más peligroso no era que ella hubiera intentado morderlo, si no que él hubiera estado encantado en dejarla. Sus poderes de sugestión eran demasiados, dignos de una noble vampiresa, supuso.
Sacó de su bolsillo un collar: una cruz plateada de cinco puntas con un zafiro en el centro, el símbolo de su clan, legado de su familia, y se la puso en el cuello. Al ser de hierro no otorgaba una protección tan fuerte contra los vampiros como lo haría una de plata verdadera, pero, el recuerdo de su madre (la anterior dueña de la cruz) lo tranquilizaba. Sabía que si la tenía con él, podría aguantar lo que fuera. Incluso volverse un sacrificio para terminar con la guerra.
Se escucharon unos golpecitos en la puerta del carruaje, señal de que era momento de bajar. Ichigo apretó la cruz y, como una oración, dijo en voz baja: "Por ti, mamá. Guíame para que nadie más muera en esta guerra." E, intentando mantener la compostura, salió del carruaje.
Al ser el mediodía, los vampiros que allí estaban (sirvientes de Byakuya) se encontraban completamente cubiertos con trajes especiales para no quemarse, todos menos el Príncipe Kuchiki, que llevaba sus atavíos normales y su única protección contra el sol era una sombrilla que sostenía un lacayo irreconocible.
-Espero que el viaje haya sido cómodo- Le dijo este. E Ichigo asintió. El líder del clan era extremadamente respetuoso y, hasta ahora, el segundo vampiro en el que Ichigo más confiaba; el primero siendo su maestro e impulsor de la alianza, que desgraciadamente no había podido acompañarlo.
Ichigo notó que La Duquesa no estaba presente: -Si puedo preguntar, su alteza, ¿acaso la Duquesa no debería recibirme?
-Nos espera dentro. Me temo que Rukia es un poco más susceptible que nosotros a la luz del sol.
Además de respetuoso, Byakuya era reservado. E Ichigo sabía que no emitiría ninguna palabra más sobre el tema, así que emprendió el camino hacia la mansión con él detrás.
Al llegar, Rukia, que los esperaba tras la puerta, hizo una reverencia para recibirlos. Por supuesto, la mansión tenía las ventanas cubiertas y la iluminación provenía de cientos de velas, un ambiente parecido al del Baile de la noche anterior.
-Bienvenido, Príncipe Ichigo. –Dijo la Duquesa. –Si desea seguirme, lo guiaré hasta el despacho de mi hermano. Allí podrá comer algo mientras discutimos ciertos… asuntos; y mientras terminan llevar sus pertenencias a su habitación. –La Duquesa Rukia hizo una pausa, insegura de qué más decir, luego, agregó: -Hemos preparado un almuerzo especial para usted, espero sea de su agrado.
"Sin sangre, espero…" pensó Ichigo. Pero sabía que debía comportarse; porque no importaban ni él, ni su desconfianza. "Eres el Príncipe Kurosaki, sé cortés y recuerda tu propósito: proteger a todos."
-Sería un gran placer. –Respondió con otra reverencia; pero el ambiente se notaba tenso porque esa desconfianza era mutua. Después de todo, seguían siendo completos desconocidos, de dos especies diferentes, en medio de una guerra.
Los tres se dirigieron al despacho de Byakuya donde a Ichigo lo esperaba una bandeja con un pollo asado, acompañado de una variedad de verduras. Aunque Ichigo no tenía hambre. Comería únicamente por protocolo, para no ser descortés.
Byakuya se posicionó detrás de su escritorio e Ichigo y Rukia se sentaron en los sillones frente al mismo. Y, como era común en él, fue directo al grano:
-Esta será una reunión breve, pues tengo que lidiar con las reacciones a esta alianza que hemos planteado.
Nadie interrumpió su discurso, pues se imaginaban lo que se había desencadenado.
-Rukia ya sabe de lo que hablo, Kurosaki Ichigo, pero hay una tradición vampírica ancestral que se realiza durante la oficialización del compromiso de cualquier pareja. Y nos gustaría que, en señal de buena fe, la cumplieras junto con mi hermana.
Traducción: si quieres que la alianza continúe, estás obligado a hacerlo, Ichigo lo sabía: -Por supuesto. Lo entiendo y estoy dispuesto. –Era bueno ocultando lo que en realidad sentía. Esperaba que ninguno de las dos criaturas que estaban en el cuarto pudieran leer su mente…
La mirada de Byakuya se severizó un momento e Ichigo entró en pánico pensando que quizás sí podían leer su mente. Continuó: -Esta tradición en particular es una de las más antiguas que poseemos, y no afecta únicamente a la pareja que desea casarse, sino también a sus familias. -Hizo una pausa, como si dejara flotando en el aire las palabras "deseo" y "familia", pues bien sabían todos que ninguno deseaba una vida amorosa así. –E implica la creación de un lazo espiritual entre las líneas familiares. Funciona, por un lado, como una prueba de su amor, un sello sagrado que marcará su unión por siempre, quizás incluso más que la boda en sí… Y, además, en este caso, servirá para protegerlos de los vampiros que no ven con buenos ojos esta alianza pero aún así son neutrales. Sería similar a otorgarles un voto de confianza, para que vean que tomamos en serio los protocolos y que el matrimonio no será una simple "unión profana" si no algo verdadero, próspero.
"Verdadero", "próspero", más palabras que quedaban flotando en el aire, palabras que probablemente en cualquier ocasión hubieran sido recibidas cálidamente; pero aquí y ahora, cubiertas con la sombra del matrimonio arreglado se sentían frías como niebla invernal.
Byakuya hizo otra pausa más.
-Si realizan el ritual, y confío plenamente en que así sea, se oficializará el compromiso y comenzará a planearse la boda. ¿Quedó claro?
Ese "¿Quedó claro?" no daba lugar a ninguna duda.
Ichigo sintió el metal de la cruz por sobre su corazón. Realmente estaba pasando. Realmente iba a casarse, a ser un sacrificio para terminar la guerra. Pensó en su mamá, y luego miró a Rukia de reojo y notó que ella lo veía también, una mirada que compartía dolor. Ella pensaba exactamente lo mismo que él. Durante ese instante no hubo bandos, solo dos personas que querían la libertad de vivir sus vidas y no podían.
Dejaron de verse y llevaron su atención hacia Byakuya, para responder al mismo tiempo: -Entendido.
Luego de la reunión, Ichigo fue guiado por Rukia a sus aposentos para que pudiera relajarse. Claramente tenía mucho en qué pensar. Iban caminando los dos por los pasillos de la mansión, en silencio, sin estar seguros de qué deberían hacer en esta situación, y, finalmente, fue Rukia la que rompió el hielo.
-Sabes… Los jardines son hermosos en esta época del año. Si gustas, puedo darte una visita guiada esta tarde.
Ichigo una vez más recordó por qué era peligrosa: su hermosura. Aún a la luz de las velas esos grandes ojos violetas resplandecían con brillo. Pero, Ichigo tuvo que reconocer, era diplomática, e igual de solemne que su hermano. Y, teniendo en cuenta que sería la mujer con la que pasaría el resto de su vida, ella tenía razón: debían pasar tiempo de calidad juntos; al menos para conocerse un poco.
-Me encantaría –Respondió él.
– Muy bien. Nos vemos en la puerta de la mansión al atardecer.
Durante unos segundos se miraron, el silencio era incómodo; pero Rukia volvió a romperlo.
-Si me disculpas, me retiraré a mi habitación también… -Y comenzó a alejarse cuando se detuvo –Espero descanses y que no te coman mis sirvientes.
Se fue riendo. E Ichigo pensó, "Ese fue un chiste terrible". Pero no pudo evitar sonreír.
Tal vez no era tan solemne como imaginaba.
Por fin llegó el atardecer y pudieron salir al grandioso jardín de la mansión, donde pasaron por cientos de flores meticulosamente cortadas, de todos los colores; hasta llegar a un quiosco que se encontraba a orillas de un estanque igual de grandioso. El quiosco era de madera blanca y estaba decorado con rosas blancas y rosadas.
Ichigo se sentó en la barandilla del quiosco y observó a Rukia, quien a su vez miraba el atardecer. Los rayos naranjas y rojizos teñían su pálida piel y jugaban con los violetas de sus pupilas; el vestido que ella traía le quedaba pintado: a la medida, blanco con flores a juego con sus ojos, largo pero modesto. Además, usaba guantes, un sombrero y una sombrilla de encaje… Ichigo cerró los ojos con fuerza. Su manipulación vampírica lo afectaba demasiado, aún con el talismán de protección. Debía tener cuidado. Era demasiado hermosa.
Rukia también se posó en la barandilla. Ambos estaban callados de nuevo, porque, claro, ¿qué podrían decirse? Dos desconocidos, de dos especies diferentes, forzados a casarse para mantener la paz. Rukia arrancó una rosa y comenzó a juguetear con ella.
-Entonces… ¿En qué consiste exactamente el ritual del que habló tu hermano? Nadie me ha dado los detalles–Preguntó finalmente él, francamente asustado por lo que pudiera llegar a implicar esa ceremonia. Pero Rukia respondió calmadamente, sin dirigirle la mirada, pero sin esconderla tampoco.
-Es realmente muy sencillo, se trata de un intercambio.
-¿Un intercambio?
-Sí. –Prosiguió ella, tomando la rosa en sus manos, como si fuera un pichón desvalido, acariciando sus pétalos con suavidad. –Piensa en el objeto más preciado que tengas. Un objeto sin el cual no podrías vivir, algo que te acompaña desde tu niñez, algo que representa tus valores, algo que te ha dejado un ser amado… En fin, sólo, lo más importante que poseas. ¿Tienes algo en mente?
Ichigo tuvo que reprimirse de llevarse la mano al cuello, donde estaba su cruz. No quería delatar que la tenía, aún: -Sí, algunas cosas.
Rukia prosiguió: -Bien, pues de esas cosas que estás pensando tendrás que escoger una, realmente la más importante, y dármela en un ritual oficializado por un noble de alto rango, en este caso, mi hermano, y yo te daré algo a ti de igual importancia. Esto probaría que confiamos el uno en el otro con nuestra posesión más preciada, es decir, un equivalente a nuestro propio corazón.
Sopló una suave y cálida brisa. Ambos miraron el sol bajar en el horizonte. El ambiente seguía sintiéndose incómodo, e Ichigo no estaba seguro de qué responder, o de si siquiera le gustaba la idea de entregar su cruz, su único objeto amado, a una desconocida. Pero, pensándolo bien, ¿qué otra opción tenía? Se tomaba su rol en esta alianza en serio, así que por más desconfianza que tuviera, tendría que participar correctamente… Y aun así no pudo evitar preguntar:
-¿Qué pasaría si entregamos el objeto equivocado? Es decir, uno que no fuera nuestra posesión más preciada.
Rukia lo miró de reojo, como intuyendo a qué se refería con esa pregunta.
-Una catástrofe. Metafóricamente hablando, claro. El lazo espiritual del que habla la tradición no es una amenaza física, pero, dar el objeto erróneo haría fracasar el matrimonio de una u otra forma, simbolizaría una terrible falta de confianza entre nosotros y… Bueno, no queremos eso.
Pero sí existía una terrible falta de confianza entre ellos; Ichigo no estaba seguro de si alguna vez terminaría de confiar en ella.
La miró con el rabillo del ojo. Cada vez que la observaba la notaba más hermosa… Se sintió un poco mal por dudar tanto de ella; sí, se conocían poco, pero, no lo había amenazado de ninguna forma. E incluso lo había invitado a esta caminata para conocerse mejor.
Sintió el peso de la cruz en su corazón; sí quería que la guerra terminara debía poner de su parte también.
"Conocernos, supongo", pensó, así que se animó a hacer otra pregunta:
-¿Para qué te cubres tanto la piel si vas a mirar directamente al sol? Además, tu hermano dijo que eras más sensible a la luz que los demás.
Rukia hizo una sonrisa triste.
-Hay vampiros que aguantan estar a la luz del día. Yo… Digamos que mi piel es más frágil que la de los demás. Sin embargo, no puedo evitar anhelar el sol, por alguna razón…
Hubo más silencio. Rukia no quería elaborar más de su condición, pero luego continuó:
-Igualmente, el sol del atardecer no nos lastima, es tan suave que es más una molestia, como una picazón. El sol del amanecer, por otro lado… -Y no terminó la frase.
Luego se llevó la rosa a los labios, y, esta vez mirándolo a los ojos, siguió: -¿Aún no nos casamos y ya quieres saber cómo asesinarme? Tendré que defenderme.
Su sonrisa blanca mostró sus colmillos; y el corazón de Ichigo se desbocó. Una ráfaga fresca sopló entre ambos. Se repitió que era peligrosa. Muy peligrosa. Si no se cuidaba, lo tendría servido en bandeja de plata en menos de una semana. Sus presentimientos sobre esta "alianza" estaban cada vez más cerca de ser realidad.
-Era una broma… -Aclaró ella y bajó la rosa; e Ichigo se sintió un poco culpable.
-Lo sé. –Respondió. –Pero, necesito que sepas, que este matrimonio me lo tomo muy en serio. No quiero que muera más de mi gente… -Arrancó otra rosa e hizo un ademán hacia ella. –Hacemos esto por la paz.
Rukia devolvió el gesto, como si brindaran con las flores.
-Por la paz. –Respondió. –Aunque deberías trabajar en tu sentido del humor.
Una vez más hubo silencio, pero no uno incómodo. Uno de entendimiento. Porque ambos, aunque no estaban contentos con la decisión, querían lo mejor para sus pueblos, querían protegerlos. Y, aunque aún no confiaban el uno en el otro, habían dado el primer paso para construir esa confianza.
Se quedaron viendo el atardecer juntos, en ese silencio. En lo más cercano que tendrían a la paz en mucho tiempo.
Mañana sería el inicio de un arduo viaje.
