Finalmente, había llegado el momento. En unas horas se sellaría el compromiso entre Rukia y el Príncipe humano.

Tal y como había hecho hace dos días, Rukia se preparaba para la ceremonia: perfume, peinado, vestido. Estaba lista para verse como una verdadera Duquesa el día de hoy.

Se sentó en un taburete y deseó poder observarse en el espejo; pero los vampiros solo se reflejaban en cuerpos de agua… Se sentía conflictuada.

Ya que la ceremonia era hoy, y luego pasarían a residir juntos en una mansión distinta a la de Byakuya, pensó que lo mejor sería darle a Ichigo su espacio por dos razones: La primera es que él parecía paranoico, como si Rukia fuera a clavarle los colmillos en cualquier momento.

¿La segunda? Rukia pensaba constantemente en clavarle los colmillos en cualquier momento. No a propósito, claro. Solo le costaba pensar con claridad cuando él estaba cerca, por culpa de su esencia, era demasiado dulce, como a fresas… La inestabilizaba. El síntoma menor, era que no podía evitar decir estupideces, como chistes malos; o "coquetearle" ...

Y el mayor… bueno, esperaba no terminar con la sangre de la alianza en sus manos, literalmente.

Se preguntó si en algún momento el aroma a su sangre se volvería más tolerable, o si él llegaría a confiar plenamente en ella. La pregunta que le había hecho, sobre qué pasaría si le daba el objeto equivocado la perturbaba un poco porque, por un lado, si él desconfiaba y le daba algo de menos valor, el ultraje a la tradición sería fatal. Y, por el otro, hacía que surgieran a la superficie sus propios miedos, el miedo a ser ella la que falte el respeto a la tradición, el miedo a fallar…

Suspiró y se golpeó ligeramente las mejillas; no podía seguir pensando de esa manera, tenía que recordar no solo la importancia de su rol, sino también la seriedad con la que el humano había hablado ayer.

Se levantó y fue hacia a su armario, allí revolvió unas cosas y sacó una pequeña caja ornamentada de oro. Respiró profundo y abrazó la caja, ya sabía qué objeto darle.


Mientras tanto Ichigo, en su habitación, rezaba con su cruz. Había tomado una decisión, y esperaba que fuera la correcta.


El Gran Salón refulgía a la luz de las velas una vez más, sin embargo, esta vez la concurrencia era mucho menor. Rukia podía contar tan solo unos treinta vampiros en total, y ninguno de las castas nobles más importantes.

Aún no había entrado (estaba espiando por la puerta entreabierta), debía esperar a Ichigo para entrar juntos, así darían la ilusión de ser una pareja establecida, aunque no fuera así. Estaba nerviosa, caminaba en círculos, esta noche cambiaría su vida para siempre.

Estaba tan perdida en sus pensamientos que no sintió llegar a Ichigo.

-Ejem. –Dijo este. Y Rukia dio un pequeño sobresalto. Se volteó y ahí lo vio, vestido con un bellísimo traje de gala negro con ribetes grises, muchísimo más formal que el que usó en el baile, algo realmente digno de un príncipe.

-¡Ichigo! Qué bueno que llegas, te ves… te ves magnífico. –Susurró la última parte. Esta vez no lo decía por esa sed que la invadía cuando estaba cerca de él. Realmente le parecía que estaba guapísimo, casi se sonroja al verlo detenidamente.

-Tu también te ves bien, ese vestido es hermoso. –Y tenía razón, Rukia no se quedaba atrás con su atuendo: un preciosísimo vestido celeste, más modesto que el que había usado en el baile, se inclinaba más por la formalidad. Pero eso no impedía que Rukia luciera despampanante: el color combinaba a la perfección con sus ojos violetas y los encajes blancos a la par con su piel de porcelana hacían que pareciera un ángel caído del cielo.

Los dos se quedaron mirándose, por lo que creyeron eran las influencias mágicas del uno en el otro, por ser de diferentes especies, el cazador y la presa. Pero en el fondo sabían que se equivocaban, que era otra cosa la que comenzaba a atraerlos… Aunque no tendrían tiempo para pensarlo, porque fueron interrumpidos por Byakuya, tan seco como siempre.

-Me alegra que ambos ya estén aquí. ¿Listos para entrar?

Ichigo y Rukia despertaron de su pequeño momento de hipnosis y recuperaron su postura formal, pretendiendo que nada los había afectado y respondieron al unísono: -Sí.

-Muy bien. –Respondió Byakuya e hizo una pausa antes de continuar; miró a Rukia a los ojos y pareció dudar de lo que iba a decir: -Aún no es tarde, ¿saben? Si no están convencidos o no quieren hacer esto, no voy a forzarlos. Puedo cancelar todo y ayudarlos a escapar a sitios más seguros.

Rukia se llevó las manos a la boca y lo miró pasmada: -¡Byakuya! No podemos…

Pero él no la dejó terminar.

-Con sólo una palabra puedo sacarlos de aquí, no teman. ¿Realmente están dispuestos a hacer este sacrificio? Una vez terminada la ceremonia no hay vuelta atrás. –Sus ojos denotaban una preocupación que Rukia jamás había visto antes.

Y por un segundo pensó decirle que no quería, que prefería huir de todas sus responsabilidades y encontrar otra persona para casarse… Pero eso no hubiera sido digno de una Duquesa. Esa mañana ya había tomado su decisión final; la decisión de hacer lo posible por terminar la guerra, de salvar a la gente y honrar a su familia. Iba a responder todo eso, cuando Ichigo se le adelantó:

-Nuestra decisión está tomada, Señor Byakuya, cumpliremos con nuestro deber como es de esperarse, pero siempre bajo nuestra propia voluntad. –Hizo una pequeña reverencia hacia su hermano, y, luego, una vez más sorprendió a Rukia cuando la tomó suavemente del brazo. –¿Estás lista?

El corazón y la cabeza de Rukia daban vueltas, el contacto del brazo de Ichigo con el suyo, por más que tuviera capas de ropa encima, era, como siempre, hipnotizante. Y que hubiera tenido el valor de decir un "sí" tan seguro frente a toda esta situación la hipnotizaba de otra manera, le demostraba que él era alguien en quien confiar. A pesar de la guerra, del odio entre especies, a pesar de ser dos extraños comprometidos por una alianza política, Rukia sentía que no había nada que temer, así que asintió con la cabeza, respiró profundo, y entraron con la cabeza en alto al Gran Salón; donde se hizo un gran silencio.

Efectivamente, la asistencia era poca y los presentes (quizás tanto como la pareja comprometida) aún no podían creer la situación. Ichigo y Rukia tenían todas las miradas posadas en ellos, algunas de desprecio, otras curiosas, otras de una fría indiferencia.

La tensión en el ambiente era palpable; evidentemente tal cambio, tal trasgresión a las grandes leyes vampíricas no le caería fácil a las demás facciones, pero, Rukia pensó, que hubiera treinta presentes era un inicio, treinta (Casi) aliados era un excelente número para comenzar el camino a la paz.

Se aferró a Ichigo, lo único seguro además de su hermano en esa habitación y se dispuso, como la Noble Duquesa que era, a recibir a los invitados como correspondía:

-Bienvenidos sean todos. –Dijo en voz alta y solemne, digna del clan Kuchiki. –Quiero agradecerles por venir en esta ocasión especial… La oficialización de mi compromiso con el Príncipe Kurosaki.

Como era de esperarse no hubo aplausos, pero Byakuya la miraba con orgullo y, además, para su suerte. el silencio incómodo no duró tanto, porque alguien lo rompió, un caballero vestido con chaleco y capa verdes, con ribetes dorados; tenía el cabello rubio recogido y portaba una espada de esgrima de mango dorado. Iba acompañado de un hombre musculoso, alto y dos niños.

-¡Para nosotros es un honor, mi querida Duquesa! Permítame presentarme, soy Urahara Kisuke.

-¡Maestro! –gritó Ichigo, con los ojos iluminados de una forma que Rukia jamás había visto. -¡Pudo venir! Pero, ¿y el frente de batalla?

Urahara hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

-No te preocupes, está en las buenas manos de Yoruichi. No podía perderme un evento tan importante, ¿no es cierto?

Le puso la mano en el hombro a Ichigo y fue la primera vez que Rukia vio a Ichigo sonreír; una sonrisa hermosa…

-Lamento interrumpir el momento. –Dijo Byakuya. –Pero el sol está cerca de ponerse. Debemos iniciar ya.

Tenía razón.

Habían elegido el atardecer para realizar el ritual porque era un territorio común entre ambas especies: estaba la presencia del sol, pero no lastimaría a los presentes.

-Rukia, ten. –Byakuya le dio su parasol.

-Gracias, hermano.

-Yo oficializaré la ceremonia. –Continuó Byakuya. –Acompáñenme.

Así, los tres se dirigieron al escenario, que estaba al lado de un enorme ventanal, desde allí se veía perfectamente cómo el sol bajaba por el cielo. Rukia se posicionó a la izquierda e Ichigo a la derecha. Y Byakuya dio inicio.

Tomó una cinta roja y ató las muñecas de la pareja con ella.

-Esta cinta representa el lazo del destino que pasará a unirlos por toda la eternidad. Ante la presencia de todos deberán intercambiar sus regalos y pronunciar votos que demuestren lo importante que se toman la vida que compartirán juntos. Una vez terminados los votos, el ritual culminará con una danza a la luz de la Luna. Rukia, tú primero.

Nadie del público dijo una sola palabra. Había desconfianza. Y a Rukia le correspondía dar el primer paso en esta nueva unión. Tomó a Ichigo de las manos y pronunció:

-Para mi querido futuro compañero, el Príncipe Humano, Kurosaki Ichigo. Hago entrega de este valiosísimo presente, que me ha acompañado desde pequeña y porta el único recuerdo que tengo de alguien que perdí hace muchísimo tiempo… -Rukia tomó de uno de sus bolsillos la pequeña caja dorada de su habitación, la abrió, y toda la congregación pudo ver una bellísima hebilla de plata, con ornamentos de flores de cristal celestes. –Hago entrega de esta hebilla, perteneciente anteriormente a mi hermana, Hisana, ya fallecida, como prueba de mi esperanza en este matrimonio, en la alianza entre humanos y vampiros, en la paz, y, por sobre todo, en ti. Te ruego la aceptes.

Rukia, con sumo cuidado, enganchó en el pecho de Ichigo la hebilla y, podría jurar que sintió una brisa fresca atravesar la sala, como si su hermana se hiciera presente. Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Ichigo, cálidos, comprensivos. Él tocó la hebilla con la punta de sus dedos y luego, sacó de su cuello una cruz de cinco puntas.

-Duquesa Kuchiki Rukia, es mi más profundo deseo que se acerque el final de esta guerra. Y si para ello debo abrir mi corazón, que así sea. –Sacó de su cuello una cruz plateada de cinco puntas y luego la puso en el de Rukia, la cual le picó un poco debido al material sagrado, pero nada que no pudiera soportar; luego buscaría una manera de usarla sin molestias. –Quedo desprotegido ante ti, ante ustedes, haciendo entrega de esta cruz de protección, perteneciente a mi madre, quien ya no está con nosotros. Para recuperar la paz, el único legado que me quedaba de ella ahora es tuyo.

Ahora Rukia definitivamente sintió una brisa, pero esta vez una cálida, como si el último rayo de sol calentara la habitación; sin lastimarla, una caricia…

Finalmente, la Luna salió, Byakuya desató la cinta roja, y la primera parte del ritual finalizó. Ichigo y Rukia se miraron, ambos un poco tristes por la libertad de amar que acababan de perder, pero, al mismo tiempo con el mismo entendimiento que compartieron en el jardín, ahora mucho más profundo, pues compartían una parte del otro.

-En este momento la Duquesa y el Príncipe realizarán la culminación del ritual con la que será la primera danza que compartirán. –Anunció Byakuya.

Ichigo y Rukia bajaron del escenario tomados del brazo y, cuando llegaron al centro de la pista, comenzó a sonar un bellísimo vals, con el cual comenzaron su baile.

Los invitados no se unieron a la danza (el único que aplaudía con entusiasmo era Urahara), simplemente se dedicaron a mirar, con esa duda en los ojos que todos tenían, pero nadie se atrevía a pronunciar: "¿Acaso es una buena idea?". Sin embargo, no se podía negar que la elocuencia de sus movimientos había surtido un efecto de fascinación, porque nadie se había ido; todos presenciaban el momento quietos en sus lugares.

"Suficiente por ahora.", pensó Byakuya analizando a la multitud. "Hisana, espero estar tomando la decisión correcta…"

La pareja siguió moviéndose con gracia alrededor del Salón, sus manos entrelazadas. Y Rukia sonrío. Porque, desde que se había puesto la cruz, el aroma a sangre se había reducido significativamente, y podía pensar con claridad. No sabía si era por el amuleto, por el ritual o por su propia fuerza de voluntad; lo único que sabía era que podía estar a su lado sin pensar en clavarle los colmillos, lo cual no sólo era un inicio más optimista para el matrimonio, si no que quizás, sólo quizás, podrían incluso ser amigos en un futuro; Rukia se atrevía a soñar.

Miró a Ichigo a los ojos y su sonrisa se ensanchó tanto que este tuvo que preguntarle: -¿Qué pasa?

Y ella negó con la cabeza: -Nada… Sólo pensaba si deberíamos decirles que este no es nuestro primer baile.

-Por supuesto que no. -Ichigo le devolvió la sonrisa, pues él también se sentía más seguro a su alrededor. –Tu hermano me mataría.

La música llegó a su fin, y así quedó la pareja, en el centro de la pista, sonriendo, mirándose a los ojos. El principio de la conexión de dos almas, la unión de dos familias, el principio de lo que sería un arduo camino hacia una boda y, finalmente, el principio hacia la paz.

El principio de una historia.