Está inspirado inicialmente en la canción "So it goes", de Taylor Swift. Quizás en algunas otras de otros artistas.
Ubicado 5 años después de Luna Nueva, y al día siguiente de que Anastasia deja a Christian.
Debería estar ambientando alrededor del año 2011, pero, honestamente acomodaré el tiempo en la historia para que sea a mi beneficio y es muy probable que coloque cosas o situaciones de hoy en día.
Por cierto, aunque creo que es algo obvio al ser un crossover con 50SoG, de todos modos, lo diré, esto contiene escenas hot y temas relacionados al BDSM. Por favor si vas a leerlo, QUE SEA BAJO TU RESPONSABILIDAD.
Disclaimer, ya se la saben… Twilight y sus personajes pertenecen a Stephanie Meyer. La serie de 50 Shades y sus personajes son de E.L. James. Yo juego con los personajes y los hechos. Si ven algo que sea reconocido, no es mío. Bla, bla.
Isabella POV
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Siento mi cuerpo flotar, todos mis músculos se sienten como si descansaran entre un puñado de nubes cálidas y suaves, además, hay algo caliente sobre mi piel algo ligeramente pesado rodea mí cintura. Me remuevo con la sensación maravillosamente agradable y acogedora.
Esta es la segunda vez que me siento así.
Hago un esfuerzo por abrir mis ojos, todavía está ligeramente oscuro a mí alrededor, pero, aun así soy capaz de distinguir al hombre profundamente dormido a mi lado. Su rostro está a centímetros del mío, se ve tranquilo y con una pequeña sonrisa en sus labios ligeramente entreabiertos.
Me permito un tiempo para aprovechar su estado inconsciente para poder apreciarlo con más cuidado. Aun dormido luce perfecto. Las yemas de mis dedos punzan con intenciones de tocarlo y no puedo evitarlo, paso mis dedos con cuidado sobre la piel de sus ojos, de sus parpados, sus pobladas cejas, su frente sin ninguna arruga por su expresión, bajo a su nariz, a sus mejillas, a la barba que decora su mentón y que rodea sus labios.
Una sonrisa aparece en mi rostro.
Intento moverme, su brazo alrededor de mi cintura se aprieta en respuesta a mi movimiento. Me quedo quieta, en espera de que vuelva a recuperar el profundo sueño en el que se encontraba. Me debato durante algunos segundos, me muevo con cuidado, tomo una de las almohadas y la deslizo supliendo mi cintura con ella. Mi sonrisa aumenta cuando veo que no se da cuenta.
Le prometí que no huiría por la mañana. No voy a huir. Solo es muy probable que cuando despierte no me encuentre a su lado, al menos si no me doy prisa.
Con ayuda de mis ojos, hago una revisión a mí alrededor hasta que encuentro la camisa que él estaba usando el día de ayer, cubro mi cuerpo desnudo con ella y cruzo la habitación de hurtadillas. Mis manos abren con cuidado al puerta, tal como la última vez que estuve aquí, asomo mi cabeza en busca de alguna señal que me alerte de la presencia de alguna persona. De nuevo, no hay nadie. Sonrio y me escabullo al pasillo cerrando la puerta detrás de mí. Me muevo libremente por el pasillo, esta vez sé a dónde voy y como llegar a ese lugar.
Me freno en seco cuando veo a la mujer rubia moviéndose por la cocina. Parece sentir mi presencia, pues se gira a mirarme con sus ojos azules y emboza una sonrisa amable mezclada con demasiado entusiasmo.
—¿Señorita Swan? —pregunta. Muevo mi cabeza afirmando que ese es mi nombre. —¡Oh que alegría!
Camina hasta encontrarse conmigo al borde de la cocina.
—¡No se imagina lo feliz que estoy de conocerla! —sacude mi mano efusivamente. Parpadeo, perpleja por su reacción y cohibida por mi vestimenta.
—Puedo verlo —es lo que sale de mi boca.
—¡Lo lamento! —se disculpa apresurada. —Soy la señora Jones, Gail Jones, el ama de llaves del señor Grey.
El recuerdo llega a mi memoria. Christian la mencionó un par de veces.
—Es un placer —me permito sonreírle.
—¿Le gustaría algo para desayunar, señora? —pregunta.
"Señora" de nuevo ese apodo. Si lo siguen diciendo voy a terminar por creérmelo.
—En realidad estaba planeando algo —digo avergonzada. —Quisiera prepararle algo a Christian, ya sabe, su cumpleaños.
—¡Por supuesto! —ella asiente. —Venga conmigo, señora.
Ambas entramos a la cocina.
—¿Qué es lo que necesita?
—Avena, huevo, manzanas, un poco de leche —comienzo a recitar los ingredientes, ella se pone en movimiento acercándolos a mí conforme los voy nombrando. También le doy un par de instrucciones y ambas nos ponemos manos a la obra con mi plan.
—Si me permite, señora —ella dice ligeramente avergonzada. —Es un placer tenerla aquí. El señor Grey ha hablado mucho de usted.
—¿Lo hizo? —pregunto sin despegar mi vista de las manzanas que estoy partiendo.
—Esa primera semana, Taylor y yo estuvimos a nada de internar al señor Grey en un psiquiátrico —ríe en voz baja. —Creímos que ya estaba enloqueciendo e imaginando cosas.
—Eso mismo dijo él —me rio.
—Sé que el señor Grey no es una persona sencilla de tratar —suspira pesadamente. —Por favor señora, dese el tiempo de conocerlo, le aseguro que es un buen hombre.
—Lo sé —sonrió. Me inclino para meter la pequeña charola al horno. —Christian es alguien maravilloso.
Ella asiente.
—¿Le molesta que la deje un momento a solas? —pregunta.
—Discúlpeme, no quise distraerá de sus labores, señora Jones —salto avergonzada. Por supuesto que ella tiene trabajo que cumplir.
—Llámeme Gail, por favor señora —pide con una sonrisa. —No me distrae de nada, pero quiero ir a comprar las cosas que me hacen falta para la cena de esta noche.
—No te preocupes —le digo. —Puedo arreglármelas solas desde aquí.
—Bien —asiente. —Disculpe, señora.
Con eso la mujer camina hasta la entrada, perdiéndose en el elevador.
Camino ligeramente detrás de ella, en el recibidor sigue la otra bolsa donde está oculto el regalo de cumpleaños de Christian. Sonrió acomodando con mis manos el moño color gris que tiene la caja envuelta en papel blanco.
—Espero que le guste —digo nerviosamente.
El sonido de la campana del horno llama mi atención. Regreso apresuradamente a la cocina, apago el horno y saco la charola revisando los resultados de mis pequeños experimentos. Tomo una profunda respiración aspirando el delicioso aroma que me hace agua la boca.
Los dejo reposar un par de minutos antes de desmoldar uno. Lo coloco con cuidado en un pequeño plato, coloco una pequeña cuchara al lado. Husmeo un poco por los cajones en espera de poder encontrar una vela, por supuesto que no encuentro nada, pero encuentro una caja de fósforos. Eso tiene que ser de utilidad.
Me aseguro de limpiar el desastre de la cocina para no dejarle más trabajo a la señora Jones. Gail, como me pidió llamarla.
Feliz con el resultado de mi trabajo, coloco la caja del regalo entre mis brazos, tomo con cuidado el plato con una mano y la caja de fósforos con la otra. Camino con cuidado hasta la habitación donde me desperté, hago un poco de maniobras para abrir la puerta y permitir que mi cabeza se deslice al interior.
Todo sigue tal cual lo dejé antes de salir.
Deslizo el resto de mi cuerpo al interior, en silencio cierro la puerta y rodeo la cama de puntillas. Dejo la caja del regalo y el pequeño plato sobre el mueble que se encuentra de mi lado. Pongo todo mi esfuerzo en remplazar la almohada con mi cuerpo, en cuanto el hombre recostado en la cama detecta mi movimiento, aprieta mi cintura con más fuerza. Lo observo removerse, acercándome más a él.
Una sonrisa se desliza en mis labios. Me quedo en silencio observándolo, deleitándome con sus gestos y sus pequeños movimientos. Puedo pasar todo la maldita vida contemplándolo así, desnudo, rodeando mi cuerpo con fuerza como si yo fuera un salvavidas al que cual se puede aferrar.
Una de mis manos se levanta, paso mis dedos por sus rizos rebeldes que están ligeramente enredados. Él se mueve, sus ojos se abren perezosamente antes de enfocarse en mí y brillar acompañando su sonrisa somnolienta.
Mierda, es jodidamente adorable.
—Buen día, cariño —dice, su voz grabe y rasposa por el sueño produce una corriente eléctrica en mí.
—Buen día, cariño —le digo de regreso. Él sonríe, me besa.
—¿Puedo despertar así toda mi vida? —pregunta acomodándose más cerca de mí.
—No, no puedes —le digo. El frunce el ceño. —No todos los días es tu cumpleaños.
Parpadea, me mira como si le costara procesar mis palabras.
—Feliz cumpleaños —murmuro inclinándome para besarlo de nuevo.
—Así debió ser esa mañana —suspira contra mis labios. —Despertar y tenerte a mi lado después de pasar toda la noche cogiendo como conejos.
Una carcajada se escapa de mí.
—¿Dormiste bien? —pregunto. —Pareces de buen humor.
—Dormí bastante bien —acepta. —Tenerte a mi lado me hace dormir bien.
—Quizás deberíamos dormir juntos más seguido —le sugiero con voz jugetona. Sus manos sujetan mi cintura buscando pegarme más a su cuerpo, sus manos detectan la tela sobre mi cuerpo lo que llama su atención, se levanta colocándose sobre uno de sus codos y me analiza de arriba abajo.
—Te fuiste —me acusa.
—Fui a por algo —me defiendo. Él me mira, confundido.
Giro mi cuerpo y me vuelvo a sentar, me aseguro de que mi espalda cubra mis movimientos, busco el pequeño plato, saco uno de los fósforos y con cuidado lo entierro sobre el panecillo. Con ayuda de otro fosforo, enciendo ese fingiendo que es una vela de cumpleaños.
Me giro mostrándoselo a Christian.
—¿Para mí? —pregunta.
—¿Alguien más cumple años hoy? —me rio. —¡Vamos! Pide un deseo antes de que la vela se apague.
Lo apresuro al ver el fosforo consumirse rápidamente. Christian ríe, pero hace lo que le digo, le sopla apagándolo antes de que caiga sobre el panecillo. Yo rio encantada.
—Desperté temprano y quise preparar algo para sorprenderte —le cuento mi pequeña odisea de la mañana. —Ayer noté que tenías los ingredientes en la cocina.
—¿Me hiciste un pastel de cumpleaños? —levanta sus cejas. Ahora parece feliz con la idea.
—Panecillo de cumpleaños —aclaro. —Faltan muchos ingredientes para considerarlo un pastel.
Christian se sienta. Toma la pequeña cuchara y corta un pedazo del panecillo llevándoselo a su boca.
—Es muy bueno —me elogia. —¿Manzana?
—Y avena —acepto.
Él se inclina para darme un beso.
—Aún hay algo más —le digo dándole el pequeño plato. Él lo toma y sigue comiendo mientras yo me giro para buscar su regalo, regreso mi atención a él y con una sonrisa nerviosa le extiendo la caja con el moño gris. Él deja el pequeño plato ahora vació de lado, sus manos toman la caja y sus ojos me miran brillantes.
Joder, espero que le guste.
Con maestría retira el moño y quita el papel que lo envuelve.
—¿Armables? —pregunta examinándolo.
—Legos —me rio.
—Es una ciudad de Nueva York —dice mirando la parte de atrás de la caja.
—Sí, eso es —me rio. —Iba a imprimir una enorme fotografía enorme de mi rostro para que pudieras colgarla en tu oficina, pero no me la tenían a tiempo.
Christian se ríe.
—Tuve que improvisar —suspiro fingidamente. —Cuando los vi pensé que podrían recordarte a mí.
—Me tomará una vida armarlo —sacude la cabeza con diversión.
—Es para mantenerlo entretenido señor Grey —le digo juguetona.
—Esa es una buena manera —acepta. —Y yo tengo algunas maneras en mente para entretenerla a usted, señorita Swan.
De repente me veo presionada contra la cama, debajo de su cuerpo desnudo.
—Te voy a hacer el amor, Isabella —ronronea. —Después iremos a desayunar y más tarde armaremos Nueva York.
Carajo, este hombre si que sabe hacer tratos. ¿Alguien le diría que no a esa propuesta?
—Eres tú cumpleaños —le digo acariciando sus hombros. —Tus deseos son órdenes.
—Es bueno saberlo, señorita Swan —dice antes de estampar sus labios a los míos de una manera que la temperatura de mi cuerpo rápidamente se fue en aumento.
Cuando nos dignamos salir de su habitación ya bastante avanzada la mañana, la señora Jones ya nos espera en la cocina con un delicioso desayuno y una sonrisa amable.
Taylor entra mientras estamos desayunando, saluda amablemente y deposita el par de cajas de botellas de vino que ha traído.
—¿Tenemos todo listo para esta noche? —Christian pregunta sin dirigirse a nadie en especial.
—Sí, señor Grey —acepta ambos al unísono.
—Todo estará listo a tiempo, señor —Gail asegura.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunto a la mujer.
—¡No, señorita Swan! —dice ella apresuradamente. —No se preocupe. Yo me encargaré de todo.
—Déjame ayudarte, Gail, por favor —le pido. Christian me mira con interés. —No me sentiré cómoda esta noche si no puedo hacer algo para ayudar.
Taylor me mira con una sonrisa, el rostro de Gail se gira nerviosamente para mirar a su jefe con los ojos llenos de pánico, Sé que le pregunta en silencio que es lo que debe hacer y cómo reaccionar ante mi petición.
—Gail —Christian habla con voz demasiado tranquila.
—¿Señor? —la mujer mira a su jefe, atenta a sus indicaciones.
—¿Sabías que Isabella y yo nos casamos en Nueva York?
El café se atora en mi garganta, ahogándome y provocándome una tos algo ruidosa. Taylor ahoga una risa con una tos fingida que hace eco a la mía.
—¡¿Disculpe?! —la pobre mujer jadea.
—¡Eso no es verdad! —salto a la defensiva. Mi voz se corta por mi lucha por respirar con normalidad
—Entonces ahora Isabella es la nueva señora de esta casa —Christian continua hablando, ignorando nuestras reacciones.
—¡No! ¡Christian no digas esas cosas! —niego rápidamente dándole un empujón en su brazo. Luego me giro alarmada hacia la señora Jones. —No lo escuches, Gail. No es verdad lo que dice.
—Si la señora lo dice, se hace —Christian ahora habla con severidad pero en sus labios baila una sonrisa de diversión. —¿Entendido?
—Entendido, señor Grey —Gail acepta rápidamente. Su mirada pasa de su jefe a mí y luego a su jefe de nuevo.
—¡Christian! —jadeo con los ojos abiertos. —No puedo creer que hayas dicho eso.
—Quiero cuidar tu reputación, cariño —me dice empalagosamente. —¿Qué tal que Taylor es indiscreto y le cuenta a la señora Jones los detalles de nuestra escapada a Nueva York?
—¿Señor? —Taylor lo mira con las cejas arriba.
Al parecer este hombre siempre hace se encuentra en el momento poco indicado cerca de nosotros y siempre es víctima mía o de Christian. Gail carraspea ocultando su risa, ahora ya ha captado la broma que está haciendo su jefe.
—Eres increíble —me quejo mirando al cobrizo de reojo. Christian solo ríe en respuesta y vuelve su atención a su desayuno para terminarlo. Decido hacer lo mismo.
—Taylor —lo llama. El hombre aparece cerca de nosotros rápidamente. —Sé que valoras tu vida tanto como yo, vamos a mi estudio y dejemos que estas bellas damas tomen el control de esta casa.
—Claro señor —Taylor sale disparado por la casa. Supongo que ya ha lidiado con tener que interrumpir a Gail mientras hace su trabajo.
—Búscame cuando termines, cariño —Christian me besa los labios antes de seguir a su guardaespaldas.
—¿Siempre es así? —le pregunto a Gail.
—No. El señor Grey siempre es muy reservado —ella niega. —Usualmente el desayuna y la cena lo toma solo. Nosotros nos limitamos a realizar nuestro trabajo y evitamos molestarlo.
—Eso suena deprimente —digo con una mueca al pensar en Christian comiendo solo en la oscuridad de su casa.
—Si me permite, señora —Gail hace énfasis en la última palabra. Ella sonríe, pero yo hago una mueca. —Es bueno tenerla entre nosotros.
—Veremos si más tarde piensas lo mismo de mí, Gail —le digo medio de broma, medio enserio. —Soy muy exigente cuando se trata de la cocina.
—Entonces, será un placer trabajar con usted, señora —la mujer sonríe satisfecha.
No voy a mentir y decir que durante las siguientes horas, convivir con ella fue lo más natural del mundo. Yo aún soy una extraña, como persona y en este lugar, pero, debo reconocer que Gail hizo todo lo que estuvo en sus manos para que yo pudiera terminar moviéndome cómodamente por la cocina. Me mostró como hace las cosas usualmente para Christian y para su familia las pocas veces que lo visitan, también me mostró la elección del menú de hoy y algunas dudas que ella tenía para algunos ingredientes y sonrió aliviada cuando di mi opinión.
Hubo un momento donde estuvimos en perfecta sincronía y todo se volvió menos tenso.
Incluso Christian pasó con nosotras un par de veces mirándome y preguntando en silencio como me encontraba, pero bastaba una mirada, una sonrisa y un beso para que nos dejara de nuevo a solas.
Para cuando la tarde comenzó, todo estaba listo. La casa limpia, la mesa puesta, la cena preparada y en el horno cocinándose, y por supuesto, yo arreglándome para la cena con la familia Grey. Esta vez elegí un vestido tipo coctel de color verde, dejé mi cabello suelto y elegí unos accesorios sencillos en color dorado, la mujer del espejo frente a mí luce sencilla, elegante y quiero creer que perfecta para la ocasión.
—Te ves preciosa —Christian me dice rodeándome por la espalda.
—Tú te ves muy guapo —sonrió girándome en sus brazos.
—¿Lista para conocer a la familia Grey? —me pregunta. Mi cuerpo se tensa en respuesta.
—¿Ya llegaron? —pregunto alarmada.
—No, aún tenemos un par de horas a solas —me besa. Acepto gustosa sus labios, la idea de estar con él a solas si me gusta.
—¿Ya armaste la ciudad? —le pregunto.
—No, estaba esperándote.
—¡Vamos! —digo empujándonos para caminar y cruzar la habitación.
—Está bien —accede riendo. —Vamos a mi estudio para armarlo.
Cuando llegamos a su estudio, lo primero que hago es examinar el lugar. En definitiva todo este lugar grita Christian Grey, es bohemio, limpio, y con arte en todos lados, por supuesto que las obras de arte debieron costar una fortuna.
Sobre el escritorio está la caja de Legos, ya está abierta, supongo que ya la sacó para examinarla. Christian me deja sentarme en la silla giratoria que tiene detrás del escritorio, él toma otra de las sillas y la acerca a mi lado mientras yo saco todas las piezas y la hoja ilustrativa que viene dentro.
—Esa esta al revés —digo después de un rato. Llevamos la mitad de la estructura armada, lo más sencillo, pero ahora estamos en la parte donde las piezas están más pequeñas y ambos estamos sufriendo por encontrar la manera de colocarlas.
—¿Al revés? —pregunta intensificando las arrugas en su frente. —¿Así?
—No, no al otro revés —me rio. Christian pone los ojos en blanco.
—Esto no parece encajar aquí —resopla.
—Es que así no va —sacudo la cabeza. Christian no responde, continua con su batalla por encajar la pequeña pieza en su lugar.
—Señora Gray —la voz de Gail se escucha desde el salón. —Bienvenida.
Mierda. ¡Ya llegaron!
—¡Christian! ¡Christian! —la voz entusiasta de una mujer le responde. —¿Dónde están, Gail? ¡Christian, hijo!
Es inevitable que los nervios me dominen.
—¿Estas lista? —Christian me pregunta. Quiero gritar que no, pero en lugar de eso muevo mi cabeza afirmativamente ya que me siento incapaz de pronunciar algunas palabras convincentes. —¿Segura?
—Sí, estoy lista —me obligo a hablar.
—Vamos —sus dedos se entrelazan con los míos, me sujetan con firmeza y seguridad. Si, ahora ya puedo hacer esto. Puedo hacer cualquier cosa con Christian sujetándome así.
Ambos salimos del estudio, caminamos en dirección al salón donde se escuchan voces que no conozco.
—Aquí estamos —Christian habla para llamar la atención de la mujer que se ha girado en cuanto nos escuchó cerca. —Hola, mamá.
Esta es la famosa señora Gray. La doctora Grace Trevelyan-Grey
—¡Oh dios! ¡Eres preciosa! —la mujer ignora por completo a su hijo, se lanza en mi dirección mirándome con sus ojos color avellana brillante.
—¿Cómo estás mamá? Yo muy bien, muchas gracias por preguntar. Siempre tan atenta con tu hijo —Christian habla, el tono irónico y dolido en su voz hace que se me escape una risilla.
—Christian —lo reprendo en voz baja. Él sonríe.
—¡Oh, lo siento hijo! —la mujer parpadea al darse cuenta de sus palabras se remueve, incomoda y ligeramente avergonzada. —¡Feliz cumpleaños, querido!
Se acerca a él, le da un beso en cada mejilla. Él se deja mover, pero en ningún momento suelta mi mano.
—Mamá, te presento a Isabella Swan —Christian me empuja. —Isabella, ella es mi madre, Grace Trevelyan-Grey.
—Encantada de conocerla —le sonrió.
—¡Isabella! —se acerca a mí, hace lo mismo que con su hijo. Me abraza con calidez y da un par de besos en mis mejillas. —Llámame Grace, por favor querida.
—¡¿Dónde está?! —una voz jovial y femenina se escucha antes de que el ascensor se abra de nuevo. —¿Es ella? ¡¿Ella es Isabella?!
Una joven curvilínea y de cabello rubio con reflejos oscuros sale disparada del ascensor.
—Si hija —Grace se ríe. —Ella es Isabella.
—¡No puedo creer que por fin conozca a la famosa Isabella! —chila lanzándose a mis brazos. Me toma desprevenida, si no fuera por la mano de Christina que aun sostiene mi mano con fuerza, ambas nos hubiéramos caído al suelo.
—¿Mía? —Christian la llama. —¿Teñiste tu cabello?
—¡Feliz cumpleaños hermanito! —chilla ella. Lo abraza rápidamente, no me pasa desapercibido que las manos de ella y de su madre se han mantenido en los brazos de Christian al abrazarlo. Ellas no lo tocan. No con la familiaridad de una madre y una hermana. Al contrario, parecen dos desconocidas.
—Isabella, ella es mi hermana, Mia Grey —Christian nos presenta.
—¡Hola! —es mi turno de emocionarme. —Christian me ha hablado mucho de ti.
—¿Lo hizo? —dice ella, escéptica. Yo asiento. —Me sorprende que hable incluso de sí mismo.
Sonrío.
—¿Elliot? ¿Papá? —Christian pregunta mirando hacia la puerta.
—No deben tardar —Grace responde.
El ascensor se abre de nuevo, esta vez del interior sale mi amiga. En cuanto la veo caminar al interior de la casa, acercándose, me siento más segura, ya no estoy sola en este pent-house con personas que no conozco pero que aparentemente ellos a mí sí. Aunque ella parece estar igual de nerviosa que yo.
—¿Llegué tarde? —mi amiga abre demasiado los ojos mirando a las personas junto a Christian y junto a mí. Sacudo la cabeza para tranquilizarla.
—Mamá, Mia. Ella es Angela Webber, la amiga de Isabella de la que les hablé —Christian se encarga de hacer nuevamente las presentaciones. En segundos mi amiga es arrastrada a una ola de calurosos recibimientos similares a los que yo obtuve.
—Feliz cumpleaños Christian —le extiende una pequeña bolsa con un moño. Él le agradece, lo toma y lo lleva a una de las mesas al interior.
—¿Por qué no nos ponemos cómodos? —Christian propone volviendo hacia mí. Me toma de nuevo de la mano y nos conduce hasta los sofás del living.
—Isabella, querida —Grace llama mi atención, se ha sentado a mi lado. —Elliot y Christian me han hablado mucho sobre ti, no sabes lo encantada que me siento de que puedas acompañarnos a esta reunión tan importante.
—Es la primera vez que Christian accede a dejarnos hacer la fiesta en su departamento —Mía dice divertida. —¡No íbamos a desaprovechar la oportunidad!
—¿De verdad? —pregunto mirando a Christian. El desvía la mirada.
—No es muy entusiasta con su cumpleaños —Grace lo mira tiernamente. —Por eso fue una sorpresa que nos pidiera hacer la cena aquí.
—Solo quería que Isabella se sintiera cómoda, sobre todo si la interrogan como estoy seguro que lo harán —se encoje de hombros. El timbre del ascensor nos alerta de la llegada de alguien nuevo. —Disculpen.
—Últimamente es tan diferente —suspira Grace. —Me alegra saber que eres tú quien lo alienta para hacer esos pequeños cambios, querida.
—Cuando era un adolescente era tan problemático —se burla Mía. —¿Sabes que lo expulsaron de cuatro escuelas?
—¡Mía! —su madre la reprende. —Compórtate.
—¡Es la verdad! —ella se encoje de hombros. Centras sus ojos de nuevo sobre mí. —¿Cómo se conocieron tú y Christian?
—Pues… —me preparo para responderle.
—¿Conoces el Lounge? —Angela me gana.
—Elliot lo ha mencionado —Mia dice pensativa. —¿Ese ese bar exclusivo que está a unas calles de la principal?
—Ahí nos conocimos —digo asesinando a mi amiga con la mirada. —Christian y yo terminamos allí por casualidad.
—No sabía que Christian supiera divertirse —Mía abre la boca asombrada. —Es que es tan… amargado.
—Es reservado —lo defiende Grace.
—¿Qué carajos haces aquí? —la voz grave de Christian provoca que todas nos giremos para mirar la escena con atención
—Estaba cerca de la zona y quise pasar a felicitarte —la voz de una mujer le responde. —Siempre vengo en tu cumpleaños.
—¿Elena? —Grace se pone de pie, rodea el sofá y va hacia la puerta.
—Es una amiga de mi madre —Mia le resta importancia.
Hay algo con esas palabras que me producen un escalofrió y ponen mis vellos de punta. Angela parece notar mi reacción, sus ojos me preguntan en silencio que es lo que ocurre, pero yo no puedo responderle, aun no sé porque he reaccionado así.
Desde mi posición no alcanzo a distinguir del todo la escena que se desarrolla a unos metros de nosotras, la mujer rubia me está dando la espalda, Grace está de costado y al único que tengo de frente es a Christian con una expresión de molestia mezclada con desesperación.
—¡Grace, querida! —escucho que la mujer dice. Veo que ambas se saludan con entusiasmo, como dos amigas que llevan años conociéndose pero que ahora ya no pueden coincidir seguido.
Mi cabeza hace clic. Esta mujer rubia es la amiga de la que Christian me habló la semana pasada, la mujer que le prestó el dinero para su empresa.
—Elena, por favor quédate a acompañarnos —Grace le dice. Escucho los pasos que se acercan a nosotras. —Tendremos una cena familiar por el cumpleaños de Christian.
—Mamá, Elena está ocupada —Christian trata de poner excusas para sacar a la mujer. — No creo que…
—No quiero ser una molestia —ella dice.
—Claro que no eres molestia alguna —Grace salta. —Insisto, ven conmigo.
Los tres avanzan en nuestra dirección, por alguna razón mi corazón se detiene con cada paso que dan. Tengo un mal presentimiento respecto a esta situación. No tardan en recorrer el pequeño pasillo que conduce al espacio abierto que es la sala de estar, tampoco tardan en notar nuestra presencia.
Me pongo de pie. Christian se apresura a colocarse a mi lado, su cuerpo está tenso, frio y con aires de estar listo para una pelea. ¿Dónde está mi Christian relajado y bromista de la mañana?
—¡Oh! —la mujer rubia me mira, su expresión fingiendo sorpresa —No sabía que tuvieran más compañía. Tú debes ser Anastasia.
Todo el ambiente se tensa, todos a mí alrededor se quedan como estatuas congeladas. Escucho el jadeo que se escapa de los labios de Mia y Angela, escucho la maldición que sale de los labios de Christian, y el comentario avergonzado de Grace.
Mis intenciones eran amables, al menos hasta antes que dijera esas palabras. ¿Cómo puede comportarse así con alguien que aún no conoce? ¡Maldita!
Me aseguro de mantener mi rostro en blanco, sin mostrar ninguna emoción salvo mi fingida sonrisa.
—Christian ha hablado mucho sobre ti —la mujer rubia se acerca a mí.
—Elena, querida, estas equivocada —Grace se apresura a colocarse a mi lado, la vergüenza escrita en su rostro. —Ella es Isabella Swan, la nueva novia de Christian.
—¿Novia? —pregunta la mujer mirándome despectivamente.
—Si no sabe quién soy, me temo que Christian no ha hablado mucho con usted, señora —digo con voz neutra. —Soy el tema de conversación de esta semana.
Christian se aclara la garganta a mi lado.
—Isabella, permíteme presentarte a mi buena amiga Elena Lincoln —Grace señala a la mujer. Ambas nos damos la mano fingiendo un saludo de etiqueta normal, pero solo nosotras sabemos quién está apretando más fuerte la mano de la otra.
—Elena, por supuesto que te he hablado de Isabella —Christian suena seco, como reprochándola por su comentario. La mujer parece recordar de lo que todos hablan, O al menos lo finge.
—Discúlpame, ¡claro que me hablaste de ella! —dice la mujer dulcificando y exagerando su voz. Sus manos se estiran, busca el brazo de Christian y lo acaricia con dulzura, familiaridad, precaución, como si ella supiera que no debe tocarlo de más.
La bilis sube por mi garganta.
Joder, dime que no es cierto. Dime que ella no fue nada para él, que ella no forma parte de las sumisas de Christian.
—Ella es el remplazo que conseguiste hace dos semanas —la mujer decide que ese es un buen momento para hablar. Sus palabras son un maldito tren golpeándome a toda velocidad. ¿Así serán las cosas?
—¡Cuñadita!
Elliot es un maldito ángel corriendo desde el ascensor para venir a mí. Sus brazos me atrapan en un abrazo y disimuladamente me jala lejos de la perra. Digo, de la nueva invitada.
—Elliot —suspiro con alivio.
—¡Sexy como siempre!
—No sabes cuánto me alegro de verte —me acomodo contra su cuerpo disfrutando de la calidez que me hace sentir.
—Me debes una, nena —murmura en mi oído. Claro que se dio cuenta de la situación y llegó a salvarme como un maldito caballero de brillante armadura. Sonrío. —¿Ya conociste a mi hermanita? ¡Mia es más agradable que Christian! ¿A que sí?
Ambos escuchamos un gruñido en el fondo.
—¡Elliot, no la acapares! —la voz de un hombre se escucha a mis espaldas. —Todavía hay personas que queremos conocerla.
Elliot me da un sonoro beso en la mejilla produciéndome una risa.
—¿Y esa preciosura? —dice soltándome y caminando en dirección a mi amiga. —¿Mucho gusto señorita! Me presento, soy el amor de tu vida.
—¿Otro? —Angela pregunta. —Ya tuve muchos de esos.
—Isabella —Christian llama mi atención, su tono es cauteloso. —Este es mi padre, Carrick Grey.
—Señor Grey, es un placer conocerlo —extiendo mi mano en su dirección al hombre alto y rubio. Sus ojos azules me miran con dulzura.
—Llámame Carrick, por favor —me dedica una sonrisa amable mientras sacude mi mano. —El placer es todo mío, Isabella. Desde que Elliot y Christian nos hablaron de ti hemos deseado conocerte.
—Es muy amable —le digo. No como otras personas.
—Christian, hola —se gira para mirar a Christian, lo hace primero con reproche, luego su mirada se derrite. —Feliz cumpleaños hijo.
Lo jala en un breve abrazo que toma desprevenido a mi acompañante.
—Er... gracias papá —es lo que él responde. Carrick nos rodea y va a saludar a Angela que ya está haciéndole muecas a Elliot por sus coqueteos.
—¿Puedo interrumpir? —otra voz pregunta desde el recibidor. Carajo. ¿A cuántas personas más debo conocer hoy?
—Adelante —Christian accede.
Una pareja hace acto de presencia, ambos caminando con familiaridad por la casa. Christian rodea mi cintura con su brazo, se asegura que ambos rodeemos el sofá y a las personas que nos observan para ir a saludad a los recién llegados.
—Isabella, cariño —Christian me empuja màs cerca de ellos. —Este es John Flynn y su esposa Rhian.
¡Mierda! El hombre que viene caminando con una sonrisa en el rostro es Jhon, el psiquiatra al que Christian llamó después de mi pesadilla en Nueva York.
—Hola —murmuro sin saber que más decir.
—¿Cómo te encuentras, Isabella? —dice suavemente el Flynn. Su tono británico me distrae, su rostro no parece británico.
—Me alegra conocerte, Isabella —su esposa me sonríe. Parece sincera. —¿Estás pasándola bien?
—Lo estaba —susurro. Christian se tensa a mi lado.
—Espero que nosotros no seamos los responsables del cambio de humor —Flynn me da una sonrisa cómplice. Al parecer todos han escuchado el pequeño intercambio de hace unos momentos.
—Yo no soy la que se dedica a psicoanalizar a las personas —me encojo de hombros. La carcajada del hombre y de su esposa termina por relajarme.
—Eres encantadora —dice ella.
—Y muy real —Jhon le da una mirada fugaz a Christian.
—Te lo dije —Christian responde. —Ella es muy real.
—Puedo verlo —Flynn acepta.
—Por cierto —miro al con vergüenza en mi rostro. —Gracias por lo del otro día.
—No sé quién estaba más asustado esa noche —resopla Jhon. —Si Christian porque no podía despertarte, o yo por haber despertado a mi mujer en la madrugada.
Es inevitable que una carcajada me asalte al ver a Rhian darle un ligero golpe a su esposo en las costillas.
—Perdón por la interrupción —Gail llama la atención de todos. —La cena está lista.
Después de su anuncio, todos se ponen en marcha, moviéndose para alcanzar la mesa. Jhon y Rhian se giran aun jugueteando entre ellos, se alejan ligeramente de nosotros. Yo me apresuro a girarme e ir en la dirección en la que todos han ido.
—Yo no… —una mano rodeando mi brazo detiene mi caminar. El terror en sus ojos grises me dice que sabe que he deducido una parte de la historia, sabe que estoy incomoda y que me debe una explicación. —Yo no sabía que ella vendría.
Mi mandíbula se tensa. Debo recordarme que tengo más ojos fijos sobre mí. Además, no es justo que esa mujer sea la causante de que el cumpleaños de Christian se arruine, no voy a permitir que ella me empuje emocionalmente para que explote y arruine esto. Puedo esperar para tener una conversación respecto a ella, puedo dejar pasar lo que me ha dicho y esperar un poco para recuperar mi dignidad. Mientras no vuelva a decir nada estúpido. Puedo soportarlo.
—Pero ya está aquí —digo con pesadez, giro mi cuerpo y me acerco a él buscando que esta conversación sea más privada. —Y yo no soy nadie para…
—Eres mi Isabella —me interrumpe. Muerdo mi lengua para evitar responder a eso. Sus manos buscan mi cuerpo, buscan sujetarme con fuerza por mi cintura.
—Yo no puedo obligarla a que se vaya, esta es tu casa, es tu cumpleaños, y si la quieres aquí, puedo tolerar su presencia —me encojo de hombros. —Pero si vuelve a decir algo como eso, me voy.
—No —sus manos sujetan mis caderas con fuerza. —No te vayas. No puedes irte, no puedes…
—Shh —levanto mi mano hasta su mejilla, despacio y con ternura paso mi pulgar por su pómulo, ofreciéndole una caricia. —Tranquilo, hablaremos de esto más tarde.
Mis palabras parecen apaciguarlo, pero aun puedo notar que su ansiedad está presente y es lo que evita que su agarre en mi cuerpo disminuya.
—Vamos, nos esperan —señalo el comedor. Tomo una de sus manos y tiro de él hasta el comedor.
—¡Son tan lindos! —Elliot y Mia dicen al unisonó al vernos acercarnos a ellos.
—Siéntense —Grace nos señala los únicos dos asientos disponibles.
Ella está a la cabeza de la mesa con Elena a su lado izquierdo con Mia a su lado. Del lado derecho está Jhon con su esposa. Carrick está en la otra cabeza, con Elliot a su derecha y mi amiga al lado de él, Angela parece demasiado tranquila entre los dos hermanos Grey. Frente a ellos y del lado izquierdo de Carrick, nos encontramos Christian y yo.
Miro la mesa decorada con todos los platillos que hemos preparado Gail y yo más temprano. Es inevitable que me sienta orgullosa.
Rápidamente la cena comienza, nos vemos envueltos en platillos y copas de vino para acompañarlos.
—Es una sorpresa tenerlos aquí, Jhon —Carrick le comenta al hombre al lado de su esposa. —No esperaba verlos aquí.
—Christian nos invitó —sonríe el británico. —Ya sabes, soy lo más cercano a un amigo que tiene.
Christian le lanza una mirada furiosa. Aprieto los labios para no reír.
—Christian no es muy sociable —acepta Elliot. —Por eso me sorprendió cuando conocí a Isabella.
Me atraganto con el trago de vino.
—Elliot mencionó que coincidieron en Nueva York —Grace comenta. Yo asiento. —¿Qué tal te pareció la ciudad, querida?
—Es maravillosa —respondo con honestidad.
—Deberías de llevarla a otro lado, Christian —Mia se une a la conversación. —Algo más romántico.
—Estamos organizando un viaje a Francia —responde Christian. Siento su mano colocarse sobre mi muslo, acariciando mi rodilla a través de la abertura de mi vestido. —Isabella es fanática de la gastronomía, quiere visitar algunos restaurantes e ir a algunas obras, y algunas otras cosas.
Es inevitable que le lance una sonrisa cómplice a Christian. Ha recordado la conversación que tuvimos antes de ir al teatro; "Francia, restaurante, obra, cabaret y lencería"
—Le encanta el Fantasma de la ópera —Angela aporta lanzándome una mirada cómplice.
—¡A mí también! —Mia jadea maravillada. —Siempre me han gustado el tema de fantasmas y cosas sobrenaturales.
—A Isabella le fascina ese tema —Angela suelta sin ningún aviso. —Ya sabes, fantasmas, brujas, hombres lobo y vampiros inmortales. Todo eso le es muy familiar.
No puedo moverme, no puedo hablar, no puedo respirar.
—Lo añadiré a la lista —Christian asiente absorbiendo la información que ha dicho mi amiga imprudente. Pero su mano en mi muslo comienza a repartir caricias y la mirada interrogante que me da, son mi señal de que este será otro tema para hablar más tarde.
—¿Te gusta la gastronomía? —Rhian me mira interesada. —Tú y yo seremos grandes amigas.
Angela y yo nos tensamos al escuchar esa frase. En inevitable el dejà vú que me asalta. Pero, me obligo a reacción de la mejor manera posible.
—Rhian es dueña de algunos restaurantes aquí en la ciudad —Christian comenta inclinándose hacia mi oído. Sé que todos pueden escuchar sus palabras.
—La mejor cocinera que conozco —Jhon elogia a su esposa. Se inclina a depositar un suave beso en su mejilla.
—Ya conociste a la competencia, Jhon —Christian lo pica. —Esta mañana Isabella preparó algo exquisito por mi cumpleaños. El mejor pastel de cumpleaños que he probado.
Toda la mesa hace un bullicio cuando Christian se inclina a besar mis labios. Todos menos una persona.
—¿Pastel de cumpleaños? —se burla ella. —Christian, querido, a ti no te gustan los pasteles de cumpleaños.
—Panecillo es el termino correcto —Christian se gira a responderle. —Y no me gustaban, al menos hasta esta mañana que probé lo que Isabella preparó.
Ella no responde.
¡Toma eso!
—Pues, espero que mi cuñada algún día nos honre con sus preparaciones —Mia me guiña un ojo.
—Llevo años comiendo lo que Isabella cocina — Angela me da una mirada. — Puedo afirmar y sin temor a equivocarme que ella preparó varios platillos para esta noche.
La mesa de nuevo se deshace en felicitaciones y elogios.
—Mis felicitaciones a la Chef —Carrick levanta su copa en mi dirección. Me siento cohibida, avergonzada y orgullosa.
—¿Cómo se conocieron ustedes dos? —Grace nos pregunta a mi amiga y a mí.
—Íbamos a la misma escuela —respondemos al unísono.
—Nos volvimos amigas en el instituto, nos graduamos y decidimos mudarnos juntas aquí —Angela hace un esfuerzo enorme por resumir la historia y no dar pie a que nos pregunten más cosas.
—Ambas trabajan para el Seattle Times —Christian dice. ¿Es orgullo lo que hay en su voz?
—Esa es la razón por la que decidiste invertir en la prensa tan de repente —ella habla. Su voz suena a reproche.
¿Que no puede dejar que la conversación fluya sin sus comentarios estúpidos?
—Lo hice porque es una buena opción —Christian zanja el tema. Siento que una guerra está a nada de explotar aquí, sobre la mesa.
—Cuñadita —Elliot llama mi atención.
—¿Sí? —respondo ocultando mi sonrisa.
—Aun no me has contado —dice sugestivamente. Le lanzo una mirada confundida.
—Elliot —Christian le advierte. Por supuesto que su hermano lo ignora.
—¿Qué quieres que te cuente, Elliot? —le pregunto.
—¿Cómo es que conoces a Anastasia?
Veo y escucho a Angela ahogarse mientras bebe de la copa de vino.
Todo a mí alrededor se congela. Se escuchan los cubiertos caer sobre los platos de fina cerámica, se escucha que un par de nuestros acompañantes se atragantan. Pero mis ojos están fijos en Elliot que me regresa la mirada con diversión y maldad llenando ojos.
¿Qué tan extraño será que el rubio frente a mí se doble del dolor de repente? Solo necesito deslizarme ligeramente hacia debajo de la mesa y levantar mi pierna, solo necesito un movimiento y mi zapatilla impactara directamente a sus testículos doblándolo por el dolor. Un solo movimiento y hago que esta maldita conversación vaya hacia otro rumbo, directamente a las pelotas de Elliot.
—¿La conoces? —Christian, a mi lado pregunta con voz tensa y contenida.
Y se fue al carajo mi oportunidad. Todos los ojos se colocan sobre mí.
—Mierda —Angela murmura. —Esto no será bonito.
—Isabella, querida, ¿conoces a Anastasia? —Grace pregunta recuperándose de la impresión.
—Sí, Angela y yo tenemos el gusto de conocerla —escupo filosamente esas palabras.
—No parece que haya sido un placer coincidir con ella —la mujer rubia nos mira interesada. Es la primera cosa inteligente que dice desde que llegó.
—No lo fue —Angela y yo decimos a la par.
—¿Y bien? —Elliot insiste. Su curiosidad se ha disparado. —Ya sabes que yo soy muy chismoso y quiero detalles.
Maldita sea, Elliot. ¡Maldito seas!
—Fue cuando aún íbamos en la universidad, Angela y yo estudiamos en la universidad de Washington en el campus Everett, aquí en Seattle —comienzo a contar. —Anastasia y... ¿Cómo se llama tu exnovia?
Miro a Elliot buscando una respuesta.
—¿Exnovia? —pregunta entrecerrando los ojos. —¿Cuál?
—La amiga de Anastasia, ya sabes, la mujer que te hecho desnudo del hotel en Barbados —digo inocente.
Mia no soporta la carcajada en su interior. Sé que más tarde se burlará de su hermano.
—¡Ay hijo mío! —Grace se lamenta. Al parecer mi nuevo cuñado no le contó toda la historia a su familia.
—Kate —Elliot chasquea la lengua al responderme.
—Sí, ella Katherine —continúo con mi farsa de inocencia. —Ellas estaban en el campus de Vancouver.
—Sí, recuerdo que Anastasia mencionó algo de eso —Grace asiente.
—La universidad decidió hacer un concurso, cualquier alumno de cualquier año y de cualquier campus podía participar —digo recordando los lineamientos. —Ellas iban en segundo año, me parece. Angela y yo estábamos en el último año.
—¡Que emocionante! —Mia salta en su asiento. —¿De qué se trataba el concurso?
—Un artículo sobre un reportaje periodístico de nuestra autoría —Angela es quien le responde. —Si ganabas, la universidad publicaría el artículo en su página web, además de que el Seattle Times también lo publicaría en la primera plana.
—Eso es bueno —Carrick añade. —Para cualquier universitario es una gran oportunidad. Un reportaje en la primera plana un día, y al siguiente trabajas en un lugar importante.
—Sí, esa fue la razón para que Angela y yo nos inscribimos.
—Pero para ese momento Angela y tú ya trabajaban en el periódico —Christian nos mira, ahora su ceño está fruncido.
—Lo hacíamos —asiente mi amiga, es evidente que no está muy feliz con el comentario de Christian. —Pero, aún no se nos permitía publicar artículos, todo lo que escribíamos era publicado bajo el nombre alguien más de Suzanne, principalmente. Solo ponían nuestros nombres como colaboradoras.
—¿Y qué pasó? —Elliot sigue metiendo cizaña. Su gesto se convierte en uno de puro asombro. —¡Cuñadita! No me digas que Anastasia te ganó.
Una carcajada falsa e irónica escapa de mis labios.
—Por supuesto que no —siseo venenosamente. Elliot me da una mirada orgullosa y no hace ningún comentario, se lleva su copa a sus labios en un brindis silencioso. —Angela y yo ganamos el concurso y la demanda.
—¿Demanda? —Christian pregunta. Su tono es suave, pero escucho la molestia y la sorpresa en su voz.
—Angela y yo fuimos demandadas —hablo, pero evito mirar a los presentes, me siento abochornada por confesar eso. —La demanda fue principalmente por plagio, pero podemos añadir daño moral, mal uso de sátira, difamación, acoso, mal uso de datos personales, y más cosas.
—La lista es muy larga —mi amiga suspira.
—Esos son muchos motivos para una demanda —Carrick parpadea sorprendido.
—No me digas —Elliot se inclina hacia el frente, apoyando la mitad de su cuerpo en la mesa. — Anastasia las demandó.
—Ella y Katherine son muy malas perdedoras —digo entre dientes. El recuerdo me hace encabronar. No me gusta recordar ese momento donde vi toda mi vida profesional pasar delante de mis ojos.
—¿Las demandaron en venganza porque ellas perdieron? —Elliot levanta las cejas.
—El ganador se seleccionaría entre tres de los mejores reportajes que se presentaran —aprieto los labios. —Angela y yo ganamos. Pero, resulta que el día que se publicaría al ganador, la universidad anunció que debían retrasar la publicación de los resultados por cuestiones internas.
—Isabella y yo fuimos llamadas al juzgado esa misma tarde —Angela gruñe con los dientes apretados.
—No puedo creerlo —Grace suspira con pesadez. Pues créalo, su Anastasia no es tan buena como parece.
—Ana no parece de esas personas —Mia se lamenta.
Mis ojos se van fugazmente a Christian, esta con su vista al frente, mirando un punto muerto en la mesa, su mandíbula apretada y los puños claramente cerrados sobre la mesa.
—Isabella, querida —Carrick llama mi atención. —No sé si Christian te contó, pero soy abogado. Si me permites, me gustaría saber cómo se procedió.
Angela y yo sonreímos. Es bueno saber que conocemos a alguien que nos puede asesoran en ese caso para que no se repita, además de que el tono serio y profesional que usa me hace confiar en el hombre.
—El juez nos dio un par de semanas para reunir y mostrar las pruebas necesarias para demostrar nuestra inocencia —le respondo. —Si en el juicio el fallo quedaba a nuestro favor, seríamos ganadoras del concurso y el periódico publicaría nuestro reportaje.
—Pero, si el juez decidía que éramos unas mentirosas —Angela habla, es evidente su molestia y la manera en la que se le traba la mandíbula. —La universidad nos quitaría el derecho a graduarnos y nos daría de baja. Sin mencionar que perderíamos nuestros empleos en el periódico.
—Me parece justo —habla la mujer rubia. Perra. Quiero lanzarle mi copa de vino sobre su maquillado rostro. —Personas que trabajan en el medio, siendo demandadas por un simple concurso de la escuela, ¿Qué se puede esperar de un artículo profesional?
¿Dije que quiero lanzarle mi copa de vino a la cara? No. Quiero lanzarle algo que de verdad le duela.
—¿Sobre qué era su reportaje, querida? —Grace desvía la atención de nuevo hacia mí de manera amable.
—Angela y yo decidimos hacer un reportaje sobre Salem —digo orgullosa. Ese reportaje ha sido de los mejores que hemos hecho.
—Las brujas, la persecución que hubo y todo eso —mi amiga continúa parloteando.
—¿Conocen Salem, señoritas? —Jhon pregunta por primera vez después desde que abordamos el tema.
—Conducimos allí cada que tuvimos la oportunidad, al menos desde que nos inscribimos en el concurso —Angela asiente. —Así obtuvimos entrevistas para el reportaje.
—Eso nos ayudó a presentar pruebas —sonrío. —Los tickets de los viajes, las facturas de los hoteles, de la gasolina, todo eso lo presentamos como parte de la evidencia de nuestra investigación.
—Chica lista —adula Elliot.
—Por supuesto que el juzgado investigó —me rio al recordar esos momentos. —Fueron hasta Salem, a los lugares que nosotras visitamos, con las personas que entrevistamos y les preguntaron sobre nosotras.
—¿Ellos respaldaron lo que ustedes dijeron? —Carrick pregunta de nuevo usando su tono profesional.
—No queríamos hacer un reportaje solo basado en los libros o en lo que pudiéramos sacar de Internet —comento. —En cada viaje a Salem, hablamos con las personas, con los ancianos, les pedimos que nos contaran la historia del lugar, que nos mostraran donde habían vivido sus familias, de donde provenían las leyendas.
—Isabella es especial —mi amiga sonríe, su mirada orgullosa sobre mí. Escucho un resoplido y unos pucheros de ternura, no es difícil adivinar de quien proviene cada uno. —Ella tiene una manera algo peculiar de hacer los reportajes.
—¿A si? —Elliot de nuevo pregunta. —¿Qué otras sorpresas ocultas, cuñadita?
Muchas. Quiero responder. Oculto muchas cosas y no todas son sorpresas.
—A mí, en lo personal, no me gusta solamente abordar a la persona que voy a entrevistar —le digo. —Me parece muy frio, forzado y me deja con la sensación de que las personas me han mentido solo para hacer que me vaya. Si alguno de los presentes ha sido entrevistado, creo que puede confirmar que así se siente.
Todos le lanzan una mirada a Christian. Cierto, Anastasia lo entrevistó. El no responde, no se mueve, no me mira.
—Usualmente, perfilo a la persona, la investigo. Después, cuando me presento para la entrevista, no voy directamente a las preguntas del tema —bajo un poco la mirada, avergonzada de mi confesión. —Lo que hago es, hacerle preguntas del tipo que todos hacemos cuando conocemos a alguien. ¿Cómo estás? ¿Qué tal la semana? ¿Ya comiste? ¿Se te ofrece algo? ¿Cuál es tu color favorito? ¿Cómo se llama tu mascota? ¿Cuál es tu sabor favorito de helado? ¿Tu comida favorita? ¿Cómo se llama tu amigo/amiga? ¿Dónde está tu familia? ¿Desde cuando trabajas en eso?
—¡Eso es maravilloso! —Rhian dice. —Te ganas la confianza de la persona que entrevistas.
—Llega un momento donde la persona me cuenta más de lo que yo puedo obtener haciéndole preguntas directas —digo orgullosa. —Eso pasó con las personas en Salem, además de hacerles preguntas, ayudé a las personas a hacer cosas comunes, cocinar, jugar con los niños, limpiar la casa.
—Cuando fueron a preguntar por nosotras, era como si hubieran ido a investigar a las casas de nuestras propias familias —Angela me da una mirada de complicidad.
—Angela no trabaja tan diferente —les cuento. —Desde que la conozco, la fotografía ha sido su pasión, así que hace todo lo que sea necesario para conseguir una buena foto. También ella se gana a las personas, les crea escenarios donde se sientan cómodos y eso hace que sus fotografías sean más auténticas.
—Son estupendas, sin duda —Grace nos mira con admiración. Me sonrojo ligeramente.
—Ganar fue el concurso fue sencillo, y ganar la demanda no fue muy diferente a eso —Angela confiesa. —No hicimos nada malo, no teníamos nada que perder al mostrar todo eso, la evidencia estaba ahí y era sólida.
—Además, una de las reglas del concurso era que todo el material que se presentara fuera obtenido por los participantes registrados —es inevitable que la sonrisa egocéntrica se coloque en mis labios. —Angela descubrió que las fotografías que Anastasia y Katherine presentaron fueron tomadas por su amigo fotógrafo, ¿Cómo se llama?
—José —Angela dice. Christian gruñe la palabra.
—Sí, él —digo mirando al hombre a mi lado. No me agradó su reacción.
—José no estaba registrado en el concurso.
—Demostramos que todo había sido legal, que las personas que nos contaron las historias nos dieron autorización para usar sus datos personales y que solo era una demanda sin fundamento por dos personas que no aceptaban un hecho.
—Nos anunciaron como ganadoras del concurso —sonrió levantando mi barbilla. —La universidad se disculpó públicamente con nosotras, publicaron nuestro artículo y Seattle Times lo puso en la primera plana.
—De hecho, cada Halloween lo hacen —Angela se ríe avergonzada. —Lo publican de nuevo.
—Querida, recuérdame comprar el periódico en el próximo Halloween —Carrick le pide a su esposa. Ella le guiña un ojo.
—Papá —Christian lo llama. —¿Puedes revisar ese caso?
—Claro, hijo —Carrick asiente. —Si las damas me lo permiten, claro.
Angela y yo movemos nuestra cabeza afirmativamente. Sería bueno escuchar sus comentarios respecto al tema.
—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —pregunta Elliot.
Me alegra que su atención se desvié a otro tema. Me concentro en terminar mi cena mientras Elliot, Carrick y Jhon hablan del béisbol. Suspiro y miro de reojo al hombre a mi lado, continua comiendo su cena pero esta vez mantiene su posición tensa y lejos de mí, siento el vació kilométrico que hay entre nosotros, un vació que me está produciendo un ataque de ansiedad.
La conversación fluye libremente entre los Grey, cálida y atenta, burlándose tiernamente uno del otro.
En algún momento durante el postre, Christian parece reaccionar y volver a su estado tranquilo y relajado con su familia. Termina su comida, bebe su copa de vino y se mezcla entre las conversaciones que suceden a su alrededor. Mia nos regala sus hazañas en París, y de sus proyectos de moda aquí en la ciudad, Elliot alardea sobre su proyectos de construcción y de repente veo a un hombre de negocios hablando con sus socios y no al joven despreocupado que conocí en Nueva York. Grace nos cuenta del hospital y de los casos de viruela que hay en aumento durante los últimos días, Jhon hace algunos comentarios con Carrick sobre oficinas y temas que yo desconozco.
Cuando terminamos el postre, Rhian es quien ayuda a Gail a llevar todo a la cocina.
El resto de nosotros nos distribuimos en la sala de estar, en la escalera, el recibidor, en donde sea que la conversación se produzca.
Mia y Grace se encargan de mantener la conversación para Angela y para mí. Nos preguntan por nuestras familias, por nuestras actividades en el periódico, por nuestras casas aquí en Seattle. Rhian vuelve minutos más tarde y se une a nuestra conversación haciendo comentarios casuales sobre el tema.
—También ayudamos a la señora Grayson en la asociación —digo tranquila.
—¿La asociación de Carol? —Grace me mira encantada. —Eso es muy dulce.
—¿La conoce? —le pregunto.
—Por supuesto —Grace sonríe. —Somos buenas amigas.
No me sorprende esa información. Grace parece una persona de cual es fácil enamorarse.
—La señora Grayson nos visita cada cierto tiempo para pedirnos ayuda para organizar los eventos y galas de la asociación —Angela dice tímidamente, sé que no por presumir, pero sí para que entiendan que estamos en la misma sintonía que ellas. —También visitamos el centro una vez al mes para jugar con los niños, les leemos cuentos y les hacemos actividades.
—¡Pueden ayudarnos! —Mia chila emocionada hacia su madre.
—¡Seria maravilloso —asiente Grace. —Isabella, Angela, no sé si sabían este dato, pero cada año organizamos un baile de caridad para ayudar a los niños con padres en adicciones.
De nuevo mis ojos se desvían por toda la sala buscando a Christian, está cerca del pie de las escaleras, apartado del resto y hablando con ella. Escucho mis dientes rechinar. Ella le susurra algo, él niega y como si sintiera mi mirada, coloca su atención en mí, mirándome antes de replicarle algo a ella.
—Elliot mencionó algo al respecto —digo con honestidad. Mi vista regresa a la encantadora mujer frente a mí.
—Aún faltan algunas semanas, pero me voy a tomar el atrevimiento de pedirles que me ayuden —dice Grace con una voz tan amable y encantadora que parece que sus intenciones son buenas, pero sé que es su manera de retarnos a decirle que no.
—¡Pasaríamos más tiempo juntas! —Mia aplaude —Faltan feromonas en la casa.
Sonrío y miro a mi amiga. Angela me da la mirada que me dice que, si yo salto, ella va detrás de mí, así que la decisión será a mi cargo. Mi atención regresa a Mia, la joven que ahora es mi cuñada, o que espera serlo, la mujer que quiere ser mi amiga, la mujer que me recuerda tanto a esa pequeña persona que conocí una vez, son tan iguales y tan diferentes a la vez.
¿Cómo puedo explicarle? ¿Cómo puedo mostrarle lo retorcida y complicada que es esta situación? ¿Cómo puedo decirle que estoy a nada de salir corriendo de este lugar? ¿Cómo puedo poner un pretexto para girarme y atacar a la amiga de su madre? ¿Cómo puedo mostrar mi preocupación por la reacción de su hermano? ¿Cómo puedo decirle que no estoy segura de volver a verla mientras ella me pide que seamos amigas? ¿Cuñadas?
—Sería un placer —me obligo a decir. Mia me abraza con mucha emoción, Grace nos sonríe con aprobación.
—La próxima vez que visiten el centro, por favor invítenme —nos pide. —Puedo revisar a los niños y me encantaría escuchar las historias que les cuentan.
—Se lo diré a la señora Grayson —acepto.
—¿Puedo acompañarlas yo también? —Rhian nos pregunta.
—Por supuesto —Grace le sonríe. —Siembre es bienvenida la ayuda, querida.
—Deberíamos organizar un almuerzo, o una visita al spa —Mia aplaude emocionada con su idea. —Ya saben, día de chicas.
—Eso me vendría muy bien —Rihan bebe de la champagne que hay ahora en la copa en su mano.
—Claro —sonrío forzadamente. Angela me da una mirada compasiva.
—Disculpen, iré al baño —digo cuidadosamente, ellas asientes y continúan haciendo sus planes mientras yo me separo del grupo.
Aprovecho esa pequeña escapada para encerrarme en el baño, necesito refrescarme para volver a salir y enfrentarme a esto. Abro el grifo del agua y con cuidado humedezco mis manos y mi rostro, con ayuda de una pequeña toalla, seco el exceso de gotas de agua y dejo que el resto se seque por sí solo. Analizo mi maquillaje, por suerte y gracias a los productos carísimos que Christian me compró en Nueva York, sigue intacto.
Pasan algunos minutos antes de que me sienta lo suficientemente segura como para salir de mi pequeño escondite. No quiero que mi ausencia sea muy notoria.
Desbloqueo la puerta y la empujo saliendo al pasillo.
—Estoy feliz de encontrarte aquí a solas —una voz me sobresalta, mis pasos se detienen, mi cabeza se levanta. —Llevo esperando este momento durante toda la velada, Isabella.
La mujer está unos pasos al frente de mí.
No quiero tener esta conversación, no quiero hablar con ella, pero, la única manera de salir a la sala de estar es avanzando por este pasillo, pasando junto a ella y girando por el otro pasillo. Puedo regresar y encerrarme en el baño hasta que alguien note mi ausencia, pero eso le demostraría que soy débil y que ella ha ganado una guerra que aún no comienza.
Mierda. No tengo muchas opciones
—Elena —es lo único que puedo decirle.
Ella comienza a caminar hacia mí, lento, sin prisas y con un andar felino y amenazante, intimidante.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta. Casi quiero reaccionar a su pregunta, es extraña la manera con la que ha decidido comenzar esta conversación.
Continúa avanzando hacia mí, ella cree que me asusta, que voy a retroceder ante su presencia. Pero resulta que yo tengo bien puestos mis pies en el suelo, estoy sujeta a mi lugar como un ancla y no voy a retroceder ante ella. No me asusta.
—Yo fui invitada —le respondo. —La verdadera pregunta es ¿qué haces tú aquí?
—Es el cumpleaños de Christian.
—Corta la mierda —siseo.
La mujer suelta una risa.
—Tenía curiosidad. Quería saber quién y cómo era la nueva mujer que ha conseguido la atención de Christian.
Sus pasos cambian de dirección, ahora camina en círculos, mirándome, evaluándome, analizándome y sacando un veredicto de mí. Yo sigo sus movimientos, me aseguro de que en ningún momento mis ojos dejen su rostro.
—¿Y? —le pregunto indiferente. Aunque hay cierta intriga en el fondo de mí.
—¿Crees que contigo será diferente? —Elena pregunta. —¿Crees que tú puedes hacerlo feliz?
—Lo que yo crea no es asunto tuyo —digo mordaz.
—Tu no lo conoces, lo que estás viendo es solo una ilusión, él se engaña y te engaña a ti —su arrogancia al decir esas palabras me molesta. —Christian tiene necesidades que no vas a poder satisfacer.
—¿Lo dices por los contratos? —pregunto. —¿Crees que no me ha hablado de eso? ¿Contratos, límites, palabras de seguridad? ¿Dominación, sumisión?
El rostro de la mujer luce asombrado. No esperaba eso de mí.
—No eres la primera mujer que él espera que lo salve —me escupe. —Estas cometiendo un grave error.
—Eso lo puedo decidir yo.
—Christian necesita una sumisa en su vida, no solo en la cama —dice terca. —Y tú, Isabella, no pareces ser ese tipo de mujer.
—No sabes nada de mí —digo entre dientes. Doy un paso en su dirección.
—Tú eres la que no sabe nada. No sabes cómo es nuestro estilo de vida —Elena da un paso más cerca de mí. —Estoy segura que hasta antes que Christian te contara del tema, tú no sabías nada.
—Piensa lo que quieras de mí —fuerzo una sonrisa.
—Tú no sabes cómo ser una sumisa —el egocentrismo en su voz me da nauseas. —No sabes cómo complacerlo, no conoces la manera que él usa para lidiar con sus emociones. Simplemente no sabes cómo darle eso que él necesita.
—¿Y tú si? —levanto una ceja.
—Sí, yo puedo —asegura. —Yo fui la mejor cosa que le puso pasar, yo lo ayudé a ser quien es ahora, un hombre controlado, exitoso y millonario. El maestro de su propio universo.
Sus palabras zumban en mis oídos. Ella no fue una de sus sumisas, fue la mujer que le enseño ese mundo.
—Sin mí ahora mismo estaría en prisión, o peor, muerto.
Obligo a mi cuerpo a reaccionar. Gracias a nuestras pequeñas vueltas retadoras, ahora soy yo quien está del lado libre del pasillo y ella se encuentra dándole la espalda a la puerta del baño. Intercambiamos lugares.
—Deberías dejarlo, Isabella —me replica. —No lo necesitas. Puedes ser feliz con alguien más.
—No sabes lo que yo necesito —gruño en su dirección. —No sabes mis razones para necesitar a Christian.
Me doy vuelta caminando en dirección a la esquina del pasillo. Desde mi posición veo a Angela venir caminando hacia mí con mil preguntas en sus ojos.
—¿Crees que él te va necesitar? —se burla Elena a mis espaldas. —¿Crees que Christian se va a enamorar de ti?
Esas palabras me frenan en seco. Angela también se detiene al notar mi comportamiento.
—No sabes lo que hay entre Christian y yo —siseo sin girarme. Angela se da cuenta de que no estoy sola.
—No importa si él asegura haber cambiado, siempre vivirá rodeado de esas sombras —Elena suspira con pesadez. —-No importa cuanto lo intentes, Isabella. No podrás tenerlo como yo lo hago, no vas a poder entenderlo como yo lo hago. ¡No vas a poder follarlo como lo hice yo!
Angela ahoga un jadeo cubriendo su boca con sus manos. Yo estoy a nada de doblarme y vomitar sobre la elegante alfombra.
—Nada dura para siempre, Isabella —Elena dice con compasión. Un escalofrío me recorre.
—No —digo sacudiendo la cabeza y girando para mirarla. —Tienes razón.
—¡Isabella! —la voz de Christian se escucha cerca, está buscándome. —¡Isabella! ¿Cariño?
Sus pasos se detienen a mi lado. No lo veo, pero siento su presencia a mi lado, al igual que tengo la sensación de que nos observa a ambas con temor y curiosidad por nuestro intercambio de palabras.
—No lo haré como tú —gruño en dirección a Elena. —¡Lo haré mejor!
Me doy la vuelta camino por el pasillo tomando a Angela de la mano. Ambas salimos al living donde todos continúan hablando ajenos al pequeño acontecimiento en el pasillo del baño. Tiro de mi amiga hasta un espacio cerca del comedor, cubiertas por la estructura de la escalera.
—¿Quiero saber que carajos fue eso? —Angela me pregunta cuando nos detenemos.
—No —le respondo.
—¿Estas bien? —pregunta en voz muy baja.
—No —digo de nuevo sintiendo.
Nos quedamos en silencio por algunos segundos. Angela da una mirada a nuestro alrededor mientras yo mantengo mi vista perdida en un punto fijo delante de mí.
—¿Hablaste con Christian? —me pregunta. —Sobre, ya sabes.
—No —suspiro. Christian aparece de nuevo en el living, sus ojo se pasean rápidamente por el lugar hasta que me nota. Exhala con fuerza. —Pero ahora ya no puedo aplazar esa conversación.
Veo a Elena despedirse rápidamente de Grace antes de ir al ascensor y desparecer detrás de las puertas de metal Es mi turno de respirar.
—¿Isabella? —la voz de Rhian nos distrae. Recompongo mi rostro y me acerco a ella con una sonrisa. —Jhon y yo debemos retirarnos, ya sabes, responsabilidades en casa.
—Claro —asiento. —Fue un placer conocerlos.
—Al contrato, el placer ha sido nuestro —Rhian se acerca y me abraza. —Espero que podamos vernos en otra oportunidad.
Yo asiento.
Jhon se acerca a mí. —¿Todo en orden? —pregunta discretamente.
—Tan en orden como puede estar tratándose de Christian —le digo. El hombre me da una mirada comprensiva.
—No te presiones, no siempre podemos controlar todo —me aconseja. —Ha sido un placer conocerte Isabella. Sé que nos veremos seguido.
—Gracias por todo Jhon, de nuevo —suspiro. El hombre me sonríe y va a buscar a su esposa que sigue despidiéndose de todos los presentes.
—¿Isabella? —Christian me llama, se acerca a mí cauteloso y con ¿miedo? Aunque la preocupación es evidente en su voz.
—No —le respondo.
—No dejes que Elena arruine esto, por favor, cariño —me pide colocándose lo más cerca que puede de mí. —Realmente ella es solamente una vieja amiga.
—Vieja, ella —gruño.
Rodeo su cuerpo y me alejo yendo en dirección a Mia quien me hace señas para que vaya con ella.
—¿Está todo bien? —Carrick me pregunta. Parece un hombre inteligente y observador. Supongo que se ha dado cuenta de mi intercambio con Christian.
—Si, está todo bien —fuerzo una sonrisa.
—Sé que mi hijo no es sencillo, Isabella —se lamenta el hombre. —Es joven, pero vive atormentado.
—Por lo que me ha contado Christian de su infancia, los primeros años fueron traumáticos.
Carrick me mira con sorpresa. No esperaba esas palabras de mí.
—Mi esposa era la doctora de guardia cuando le trajo la policía. Estaba en los huesos, y seriamente deshidratado. No hablaba —la voz de Carrick se vuelve sombría a causa del terrible recuerdo que he traído a colación. —De hecho, estuvo casi dos años sin hablar. Lo que finalmente le sacó de su mutismo fue tocar el piano. Ah, y la llegada de Mia, naturalmente.
—Me alegro que pudiera recuperar su vida con ustedes —le sonrío obligándome a no romperme delante del hombre. —Debe estar orgulloso de él.
—Inmensamente —sonríe brillantemente. —Pero, entre tú y yo, hoy acabo de ver a un hombre muy diferente al que vi la última vez, y no hay manera de expresar mi gratitud.
Lo miro, confundida.
—Grace me dijo que Christian aceptó hacer la cena aquí solo porque quería que te sintieras cómoda —me dice cálidamente. —Verlo buscar tu mano, buscar tus ojos, o buscar tu presencia simplemente solo porque se siente cómodo a tu lado, es como un respiro para mí.
—Yo también me siento cómoda con él —admito.
—Debo confesar que no me esperaba lo que nos contaste de Anastasia —dice con pesadez. —Cuando la conocimos no parecía ser ese tipo de persona.
—Quisiera poder decirle algo amable al respecto —bufo. El hombre rubio se ríe.
—No sé que tipo de relación tuvieron, pero no permitas que el pasado arruine lo tú tienes con Christian —me aconseja. —Quizás es pronto, pero es notable que ya es algo especial.
—Gracias —le digo. Esta pequeña conversación con él me ha tranquilizado.
—Estoy encantado de que hayas venido esta noche a cumplir los caprichos de mi mujer por conocerte —ambos reímos. —Ha sido un placer verte junto a Christian.
—¿Puedo tener a mi cita de regreso, anciano? —Christian se acerca a nosotros. Carrick me guiña un ojo con aire pícaro, y se aleja con paso tranquilo y elegante hasta su esposa.
Christian estira su mano en mi dirección. Sacudo mi cabeza mientras tomo una profunda respiración, luego, me lanzo a sus brazos rodeando su cuello con mis brazos, en automático sus manos sujetan mi cintura con firmeza.
No importa que estemos rodeados de la familia Grey bromeando y hablando entre ellos, no importa que sus padres nos estén mirando en este momento, no importa que Angela esté mandando al demonio a Elliot y sus coqueteos de mujeriego, no importa que Mia nos esté sacando fotos. Nada de eso importa porque en este momento solo estamos Christian y yo. Solo nosotros.
—¿Puedo tener su atención, por favor? —Carrick nos pide. A regañadientes me separo de Christian, pero él se asegura de rodear mi cintura con uno de sus brazos. —Hoy es un día muy especial para mí por dos razones, la primera y nuestro motivo de la celebración; el cumpleaños de Christian.
Grace y Angela aplauden con entusiasmo, Elliot y Mia chillan y le lanzan cumplidos y yo lo abrazo recostando mi cabeza en su hombro.
—Y la segunda razón que quiero que celebremos es porque nuestra familia está reunida —Carrick mira a los suyos con un brillo amoroso en los ojos. —Por supuesto estoy doblemente agradecido porque estás preciosas damas —nos señala a mi amiga y a mí, —nos honran esta con su presencia.
De nuevo una ola de aplausos y gritos nos rodea.
—Espero que de hoy en adelante, esta familia que hoy está frente a mí, se mantenga unida y feliz —Carrick levanta su copa, todos le imitamos. —Angela, querida, tienes mi respeto por aguantar a Elliot toda la noche.
Todos reímos mientras Elliot se queja.
Me permito analizar la escena frente a mí. Perece que esto ha sido así por años, parece que Angela y yo encajamos aquí, parece que somos una familia.
Poco a poco nuestros invitados comienzan a desaparecer, primero es Mia, luego es Angela quien antes de irse me da una mirada preocupada. Tras ella va Elliot que aun lucha por conseguir su número, y por último son Grace y Carrick con la promesa de volvernos a ver.
Finalmente la soledad se encarga de rodearnos a Christian y a mí. Cada uno está a un extremo de la sala, ambos estamos de pie mirándonos frente a frente aun con los metros y los muebles que nos separan
—Tenemos que hablar —digo rompiendo el silencio. Christian se vuelve una sombra, tenso, duro, frio.
—¿Hablar?
—SI —le digo con voz tranquila. —Ya sabes, una conversación.
Christian continúa enfocado en su plato cortando la carne. Sus ojos se colocan fugazmente sobre mí, pero no dice nada más.
—¿Qué te dijo Elena? —me pregunta.
Mierda, mierda y más mierda. Este no quería que fuera el rumbo de la maldita conversación.
—¿Isabella?
—Hice lo que me pediste —suelto de golpe. Cualquier cosa por evitar recordar esa maldita conversación con la mujerzuela esa.
—¿Qué cosa?
—Ya los leí —suspiro. —Los expedientes, los contratos, todo.
Sus ojos grises se colocan de golpe sobre mí. Hay una mezcla de sorpresa, miedo, alivio, preocupación, esperanza y desconfianza.
—¿Y estas aquí?
—¿Por qué no lo estaría? —junto mis cejas.
—Yo… —duda. ¿Christian Grey dudando de sus palabras? ¿Qué está pasando?
—Te dije que no me molestaba que hayas investigado sobre mí, tampoco no me molesta que conozcas muchos detalles de mi vida privada —comienzo por lo más fácil. —Solamente, estoy sorprendida por lo fácil que te resultó descubrirlo.
—Aún hay cosas que no terminan de encajar —me dice. Ya me imagino cuales cosas. —James, por ejemplo.
Un escalofrió recorre mi cuerpo.
—¿Quién es? —pregunta, no me pasa desapercibido el tono exigente en su voz. Esta vez quiere que le diga la verdad. —¿Qué te hizo? ¿Por qué le tienes tanto miedo?
No, no puedo. No quiero ir en esa dirección.
De un movimiento giro mi cuerpo y salgo disparada aun más lejos de Christian, camino en dirección a la puerta que conduce a la terraza, me apresuro a cruzarla hasta llegar a la barandilla del balcón. El viento de la ciudad de Seattle sopla con cierta fuerza contra mí, no me resulta molesto, al contrario, tomo una profunda respiración para permitirle entrar a mis pulmones, mis manos suben rodeando mi cuerpo como un escudo para protegerme.
—Esto no es tener una conversación —me acusa Christian. Ha venido detrás de mí. —No soy experto en relaciones interpersonales, pero sé que así no funciona.
Por la esquina de mis ojos veo su cuerpo colocarse a un lado del mío. Sus ojos mirando el paisaje de la ciudad. Muerdo mi lengua con fuerza. Siento el frio viento colarse a través de la camisa de Christian que es lo único que llevo sobre mi cuerpo.
—Esa noche en Nueva York, no fue una pesadilla la que tuviste, fue un recuerdo y puedo apostar a que era uno muy vivido —trato de parecer indiferente a su comentario. —Dijiste su nombre, y el mío.
—No es mi ex-novio, si es lo que te preguntas —es mi respuesta.
—¿Entonces quién es James? —pregunta usando el tono insistente de nuevo.
Aprieto mis labios con fuerza para no responderle.
—Las cicatrices de tu cuerpo, él te las hizo —se las ingenia para girar mi cuerpo para enfrentarlo, una de sus manos sujeta mi muñeca derecha con fuerza. —¡Él te hizo esto!
Giro mi rostro en dirección a la vista de la ciudad. No quiero que me vea. No quiero que vea cuanto me afectan esos recuerdos, cuanto me afecta hablar de eso que sucedió.
—No… no lo entenderías —consigo decir.
—Dímelo —ordena, suplica, pide. —Hazme entender.
Sacudo la cabeza. No, no puedo.
Cierro mis ojos con fuerza, arden y pican por las lágrimas que amenazan con deslizarse por mi rostro. Desesperada, aprieto mis parpados con la idea de no permitir que mis lágrimas se desborden.
—Cariño—su voz se dulcifica. —Déjame verte. No me impidas mirarte.
Siento sus manos subir a mi rostro, acunar mis mejillas y acariciar mi piel con sus pulgares. Despacio gira mi rostro hasta regresarlo al frente.
—¿No se supone que así funciona? ¿Comunicación, confianza? ¿No es eso lo que se necesita para una relación?
"Relación"
Esa palabra llama mi atención, es esa palabra la causante que mis ojos se abran y lo miren, su expresión es seca pero torturada mantiene su ceño fruncido. Mierda. Dije que debíamos tener una conversación porque aún hay mucho que aclarar. En Nueva York, fui yo quien le pidió a Christian que reuniera toda la mierda de su pasado y que la pusiera en orden para que pudiéramos llegar a algún lado. Es hora de que haga lo mismo.
Que el cielo se apiade de mí por la jodida cosa que estoy a punto de hacer.
—Un día, Ed… —comienzo, muerdo el interior de mis mejillas con fuerza. No puedo creer que estoy a punto de hacer esto. —Un día, Edward y su familia me llevaron a un partido de Baseball.
Mierda, dije su nombre. ¡Dije su maldito nombre y no me doble con el clásico dolor ahogante en mi pecho! ¡Maldita sea! Ahora siento una oleada de felicidad recorrerme.
Estas loca, Isabella. Malditamente loca.
Christian me mira, puedo notar en su expresión que está ligeramente asombrado por el hecho de que comenzara a hablar así, de la nada. Si no continuo hablando es muy probable que no pueda continuar.
—Durante el partido conocimos a algunas personas, entre ellas estaba James. Él tipo se obsesionó conmigo, trazó un cuidadoso plan para secuestrarme, torturarme y tenerme —explico sin mencionar el hecho de que su plan era beber mi sangre. Esos son detalles que puedo evitarme. —Edward y su familia hicieron un plan para evitarlo. Así fue como yo terminé en Phoenix.
Christian se mantiene en silencio procesando mis palabras, aun con sus manos acunando mi rostro.
—James se las ingenió para tirarme una emboscada. Fue a mi casa, robó unas grabaciones viejas y fingió tener a mi madre secuestrada, yo accedí entregarme para salvarla, terminé reuniéndome con él en un viejo estudio de Ballet —es inevitable que mi cuerpo tiemble por el recuerdo del miedo y del dolor que sentí en esos momentos. —Lo siguiente que supe fue que estaba siendo lanzada contra los espejos, rompiéndolos en pedazos y con mi piel siendo perforada con esos trozos filosos y puntiagudos.
—No te caíste de las escaleras, tampoco atravesaste una ventana —Christian dice secamente. Por fin se da cuenta porque el historial médico de ese día y las marcas en mi piel no concuerdan.
—Quizás atravesé un par —digo perdiéndome en el recuerdo. Aun lo recuerdo tan claramente como si hubiera pasado el día de ayer. —Edward y su familia llegaron, se ocuparon de todo y me sacaron de ahí.
—¿Qué carajo pasó con James? —gruñe. —¿Dónde está el cabrón?
—Muerto.
Christian me suelta como si le quemara. Ahora es él quien ha girado su cuerpo en dirección a la vista que tenemos desde este balcón. La sensación de vació que me recorre en el momento en que me suelta, me ahoga.
—Es una lástima que no pueda matarlo con mis propias manos —gruñe.
Trago pesadamente. Es un alivio que este muerto, así Christian no intentará matarlo y no terminará muerto, o enviando a Taylor a una muerte segura.
—Caer por una escalera y atravesar una ventana fue solamente la versión más fácil de contar —suspiro. —Cortes y cristales por todo mi cuerpo, mi cráneo abierto por los golpes, mi pierna rota, una hemorragia brotando directamente de mi arteria. Inconsciente, torturada y con una pérdida significativa de sangre. Así llegue al hospital.
—¿Tus padres saben la verdad? —pregunta sin mirarme.
—No, ellos creen en la versión de la escalera —digo apresuradamente. —Hay cosas que no necesitan saber.
No dice nada. Se mantiene mirando hacia enfrente, yo permanezco mirándolo a él.
Ahora ya lo sabe, ya sabe una parte de la historia y no se supone que deba sentirse así, se supone que me sentiría liberada, me sentiría bien con la idea de que Christian supiera la verdad –a medias– de lo que ha sucedido en mi vida. No se supone que me sentiría ansiosa y con esta opresión en el pecho que me está ahogando en este momento. No se supone que me sienta sola aun con él estando frente a mis ojos.
—La clínica de salud aquí en Seattle —murmura en un tono muy bajo. No necesita hacer más preguntas.
—Después de que él y su familia se fueron yo… yo lo pasé muy mal —comienzo nerviosamente. —Tuve dos intentos de suicidio, el primero fue evitado por uno de mis amigos, traté de saltar desde un acantilado en el medio de una tormenta. El segundo fue descubierto por Angela, ella me llevó al hospital.
—¿Suicidarte? ¿Por ese imbécil? —sus palabras y el tono en su voz hacen que mi estómago se revuelva. Lo dice con asco, con incredulidad, y con decepción.
—Mi padre decidió que era suficiente. Dijo que no perdería a su hija a causa de un cabrón cobarde que huyó y la dejó en el medio del bosque diciéndole que no valía nada —digo con un tono mordaz. —Así que buscó ayuda profesional, y yo pasé dos años viniendo cada tres días con un psiquiatra.
Me permito mirarlo de nuevo, analizar su postura. Su espalda está muy tensa, sus hombros ligeramente hacia arriba, sus manos están apretados en dos fuertes puños a sus costados.
Casi me rio con la ironía de la situación.
Christian tenía miedo de que yo supiera de sus gustos peculiares. Tiene miedo de que yo sepa toda su historia, tiene miedo de abrirse conmigo y que yo salga huyendo despavorida y maldiciéndolo además de que estoy segura que aun espera que le diga que no quiero volver a verlo en mi puta vida. Ahora soy yo quien se está abriendo con él, ahora soy yo quien le dice y le enseña la mierda que he vivido y aunque es una verdad a medias, es él quien está a punto de huir.
No puedo soportarlo. No podré soportar que me pida que me vaya.
Miro a través de los cristales en dirección al interior de la casa, todo sigue allí en evidencia de que minutos antes hubo una fiesta. Aguantando mis ganas de llorar y las inmensas ganas de lanzarme por el balcón, voy en esa dirección, comienzo a recolectar las copas vacías y llevándolas al fregadero, guardo las cosas que aun descansan por la cocina, batallo un poco, pero logro regresar el corcho a la botella de vino que ha quedado abierta para así guardarla en el refrigerador; voy y vengo por la casa guardando, limpiando y acomodando todo.
Necesito enfocar mi mente en algo más.
Estoy secando mis manos después de lavar todo cuando un par de brazos rodean mi cuerpo empujándome y enjaulándome contra la encimera de la cocina. Me sobresalto, pero no me molesto en girarme a mirarlo, solo bajo mi mirada a sus manos que sostienen su peso con sus palmas contra el material de la cocina.
—¿Lo amabas? —pregunta. Mi alma abandona mi cuerpo. —No, espera. ¿Lo amabas tanto como para querer suicidarte por su ausencia?
¿Cómo puedo decirle? ¿Cómo puedo contarle mis razones sin causarle más repugnancia? ¿Cómo puedo decirle sin alejarlo más de mí?
—Los quise mucho, a él y a su familia. Por eso la pasé tan mal —digo honestamente. —Su fueron, me dejaron como si yo no valiera nada para ellos. Se fueron y ni siquiera se despidieron de mí. Un día estaban allí, conmigo, celebrando mi cumpleaños, y al siguiente ya no estaban.
Parece pensar en las palabras que he dicho pues no dice nada. Se queda algunos segundos en silencio solamente alertándome de su presencia con la respiración que sigue chocando contra mi nuca.
—Yo… —se estremece. —Yo no lo entiendo.
—¿No entiendes lo que es amar a alguien?
—No, yo no entiendo como es amar tanto a alguien —me aclara. —No entiendo lo que es amar a alguien como para desear morir por esa persona.
—Morir en lugar de alguien a quien yo amo, siempre será una buena forma de hacerlo —le digo. Christian me mira, escéptico.
—No entiendo como podías amarlo más a él que a tu propia vida.
Sus palabras me duelen. Son crueles, pero son ciertas.
—La muerte es apacible, fácil. La vida es más difícil, eso lo tengo comprobado, Christian —le digo. —Vivir sin él, no podía.
—Pero lo hiciste —me recuerda.
—Si, supongo que eso hice —digo perdida en mis recuerdos. No sé si esas palabras sean ciertas porque no viví y si lo hice fue en el medio de la oscuridad.
—¿Cómo era él?
Mis cejas se unen. No esperaba que me preguntara eso.
—Era alto, su piel era perfecta y muy pálida —cierro los ojos, dejo que el único recuerdo que tengo prohibido venga a mí. —Su cabello era muy cobrizo y muy rebelde para peinar, sus cejas eran pobladas y del mismo color de su cabello, su mandíbula era afilada y marcada, sus ojos… Sus ojos eran de color dorado, como el color topacio, pero más brillantes.
—¿Dorado? —pregunta, extrañado. Sacudo mi cabeza afirmativamente. —¿Qué más?
—Era como un personaje de las novelas de Austen, de esos hombres del siglo pasado, su postura, su actitud, su personalidad, incluso hablaba así, con palabras de época —trago el nudo que me impide hablar, mi voz se vuelve ausente, ida y pérdida. —Si te preguntas, nunca me hizo nada, nunca podría hacerme daño, al menos no físicamente.
Sus manos sueltan el borde de la encimera, se colocan en mi cintura girándome para encararlo.
—Hay algo más —acusa con voz suave. —Hay algo que aún no me dices.
—El resto son detalles que ahora no importan —le digo. —Eso ya no importa.
Nada de esto va a importar si me dice que me vaya.
—¿Qué opinas sobre lo otro? —habla fingiendo seguridad, pero su voz tiembla. Me quedo en silencio, mirándolo, sus ojos de color gris líquido como la playa me ofrecen una mirad llena de miedo, su respiración está contenida. Carajo, incluso siento sus manos temblar sobre mi cintura. —¿Cómo te sientes respecto a los contratos? ¿Con mis… gustos peculiares y todo eso?
La presión en mi pecho se evapora de repente.
—Ahora comprendo tu insistencia en que Anastasia no puede hablar —suspiro. —Lo que no comprendo es… ¿Por qué darme su expediente? ¿Por qué permitirme leerlo? ¿No sería invasión a la privacidad?
—¿Dirás algo sobre ella? ¿Algo sobre lo que has leído? —pregunta. Sacudo mi cabeza, negando. —Necesitaba, no… Necesito que estés tranquila respecto a ella.
—¿Me responderías algunas preguntas sobre ella? —muerdo mi labio.
—Las que sean necesarias —asegura. Quiero preguntarle muchas cosas, quiero preguntarle sobre todo lo que ha vivido con ella, pero, a la vez no quiero saber nada de eso. No quiero saber nada que me haga compararme con ella.
—¿Por qué el contrato que me dejaste tiene tachones y anotaciones?
—Es el contrato que revisé con Anastasia —exhala.
—¿No lo firmó? —digo.
—No, no lo hizo.
—Entonces… —dudo un poco. —¿Todo lo que está tachado son cosas que ella quería quitar? —pregunto recordando como lucía ese contrato. Y el par de anotaciones con la letra de Christian que hay sobre algunas hojas.
—Con este tipo de… acuerdos… es así —dice vagamente. —Todo lo que está ahí son cosas que yo quiero, cosas que yo tolero y cosas que no.
—¿Cómo te sentiste de que ella quisiera quitar todo eso? —no me aguanto las ganas de preguntar. —¿Cómo te sentiste con todo lo que ella quería cambiar?
—Eran cosas que ella no toleraba o no estaba dispuesta a intentar, y yo debía respetarlos —su tono profesional se escapa.
—Eso no responde mi pregunta —digo entrecerrando los ojos. Ahora es él quien busca las palabras correctas.
—Que quitara casi todo, fue como decirme que no quería nada de mí.
—Ella quería lo que no podías darle —murmuro cuando la comprensión llega a mí.
—Quería que ella aceptara lo que podía darle, lo que yo estaba seguro de poder ofrecerle —me explica. —Incluso le propuse que aceptara el contrato y que una vez a la semana tendríamos una cita, como cualquier pareja normal.
—Hay un pero —digo descifrando su tono.
—Creo que la manera en la que lo dije… —sacude la cabeza. Lo miro, esperando los detalles. —"Lo sugeriré en el apéndice 5".
—Por eso estaba enojada y decepcionada cuando habló con su amiga —digo con realización. Christian me mira con las cejas arriba. —Casi puedo justificar su molestia, ella te pide una relación y tú le ofreces tener citas por contrato.
—Era la manera en la que yo trabajaba.
—Esa excusa es patética, Christian —me cruzo de brazos.
Sus ojos se congelan. Mierda.
—Sé que no te ha gustado lo que he dicho, pero eso no lo hace menos real.
—Ella quería más —dice él. —Flores y corazones, cosas cursis y empalagosas. Quería una maldita relación vainilla.
—Pero tú no lo querías —digo.
—No podía —dice. Inclino mi cabeza hacia un lado. —Yo no estaba acostumbrado a eso, no la busqué queriendo eso. Me sentía atrapado entre lo que yo era, entre la persona que era y…
—Y la persona que debías ser para complacerla —completo. El me mira con ojos brillantes. —Lo entiendo, sé cómo se siente.
—Eso es parte de lo seguro que me haces sentir —acaricia mi mejilla. —Me entiendes, sabes cómo se siente. Por eso todo es tan diferente contigo.
—Tú también eres diferente —le digo.
—Con ella lo intenté —asegura. —Intenté darle esas flores y corazones que me pedía, la llevé en el planeador, conocí a sus padres, la llevé a cenar con mi familia, pero no terminaba por encajar. Antes de ella, nunca había dormido con alguien junto a mi cuerpo, nunca había tenido sexo con alguien en mi propia cama, mierda, nunca había hecho nada sin firmar los malditos contratos.
Joder. Christian cállate, maldita sea.
—Aún tengo más preguntas —le digo. Estoy desesperada por cambiar el rumbo de la conversación.
—Me sorprendería si no fuera así.
—Elena —escupo el nombre de esa perra. —Ella te enseñó esto.
—Sí, ella —acepta. —Tenía quince cuando me sedujo y me presentó ese mundo.
¿Qué carajos? ¿Quince años?
—Fui su sumiso durante seis años —dice pausadamente.
—¿Qué edad tenia… ella?
—Edad suficiente para saber lo que hacía —dice sin ganas.
—¿Todavía follan? —escupo sin pensar.
—¿Qué? No, claro que no —sacude con la cabeza. —Es una buena amiga y tenemos negocios juntos. Solo eso.
Amiga, si claro. Esa mujer no piensa lo mismo.
—¿Tu familia lo sabe? —le pregunto. — ¿Tu madre? ¿Elliot?
—Por supuesto que no —gruñe. —Nadie en mi familia sabe de mis… gustos peculiares. Son esas cosas que la familia no debe saber.
Me permito analizarlo. Su postura inclinada hacia mí, su rostro sereno pero sus ojos fríos y calculadores, su silueta colocada en el pantalón del elegante traje y con su camisa a juego con los primeros botones abiertos lo hacen lucir como un macho alfa, imponente, controlador, dominante, un hombre en toda la extensión de la palabra.
—No te imagino como sumiso —le digo.
—Ahora ya no —medio sonríe. —En aquella época, permitir que alguien tomara el control de mi vida, fue lo mejor que pude haber hecho.
—Cuando dijiste que podías darme la seguridad que me quitaron… ¿te referías a eso?
—No exactamente —dice. —Si te mostré los contratos fue para que me conocieras, no porque quiero que seas mi sumisa.
—¿Cuántas? —pregunto. Le doy una mirada, él sabe lo que quiero saber.
Sus cejas se unen arrugando su frente, veo su manzana de adán subir y bajar por su garganta. —Quince.
Levanto una de mis cejas. De repente la habitación se ha llenado de mujeres gimiendo su nombre.
—¿Contando a Anastasia? —intento que mi voz salga plana. Pero, fallo, incluso yo puedo sentir el veneno en mi boca.
—Dieciséis, entonces —Christian se aclara la garganta. —Pero, ella es dificl contarla, nunca firmo el contrato de sumisión.
Aprieto mis labios con fuerza.
—Elliot mencionó que saliste con ella durante ¿un mes? —comento. —Supongo que podemos contarla.
—Un mes… ¿Un mes y podemos contarla? —pregunta. Muerdo mi lengua para no saltar a una nueva discusión. —¿A ti cuanto te duró el gusto?
—Salimos con él durante seis meses —me cruzo de brazos. Ambos nos enfrascamos en una lucha de miradas. —¡Te gané!
Christian chasquea la lengua y se ríe. Yo lo imito.
—¿Qué pasó con las otras quince?
—Varias cosas —se encoge de hombros. —Pero supongo que podemos reducirlo a incompatibilidad.
—¿Ya no las ves? —necesito preguntar. Necesito la respuesta a eso.
—No, no lo hago. Soy monógamo en mis relaciones —dice. Exhalo con alivio. —Además, ahora hay una mujer que se ha encaprichado con adueñarse de mis pensamientos por completo.
Se inclina hacia mí, sus labios rozan los míos pero sin llegar a besarme.
—¿Una mujer? —pregunto rodando los ojos.
—Así es —dice él —Una mujer sexy, interesante, provocadora, inteligente, jodidamente deseable —con cada palabra que dice, se asegura de irme inclinando de nuevo contra el sofá.
—Suena llamativa —le digo ocultando mi sonrisa.
—Es una preciosa y sensual castaña a la que voy a llevar a mi cama para hacerla gritar mi nombre toda la noche.
Joder. Este hombre sabe cómo derretirme. La tensión ha desaparecido de entre nosotros, puedo sentirme sonriendo y sentir la sonrisa en sus labios mientras su boca reclama la mía.
—¿Estamos bien? —pregunta alejándose de mí. Sus ojos grises se conectan con los míos, sus manos acarician mi cuerpo como si fuera algo a punto de romperse.
—Estamos lejos de estar bien —suspiro pesadamente. —Somos dos malditos desastres que están intentado hacer algo.
—Sea lo que sea que estamos haciendo, no quiero detenerme.
—No sé si pueda hacer esto, Christian —susurro. Veo sus ojos inundarse con pánico. —No sé nada de ese tema, nunca he sido una sumisa y yo no sé si pueda darte eso que al parecer necesitas.
—No, ya no lo necesito —sacude frenéticamente la cabeza.
—Cada noche en Nueva York, ayer en la cocina, el día en mi departamento, la primera noche que te conocí —enumero todas las veces que vienen a mi memoria. —Todas esas veces encontraste la manera de someterme, de alguna manera. Lo sigues necesitando, esa es una realidad.
Sus ojos se endurecen, se bañan en agonía, miedo y dolor. Su pecho sube y baja frenéticamente mostrándome su respiración errática.
—Eres un dominante Christian, y yo no soy una sumisa.
—No soy un domínate —niega. Sus labios se aprietan. —No lo soy. El término correcto para describirme sería sádico.
Mi cabeza se hecha ligeramente hacia atrás para permitirme evaluarlo mejor.
—Someter y castigar mujeres me excita —la manzana en su garganta sube y baja. Le ha costado decir esas palabras. —Mujeres que lucen como tú, como Anastasia y como…
—Como tu madre —digo comprendiendo a dónde quiere llegar.
Esa mujer que me contó en Nueva York. Esa mujer que resulta ser su madre biológica, la prostituta y drogadicta que –consciente o inconscientemente– permitía que lastimaran a ese pequeño niño que dependía de ella. Esa mujer que no podía elegir a su hijo antes que a sus adicciones, esa mujer que es una de las razones por las que Christian se aísla del mundo. Él necesita castigar a alguien que se parezca a su verdadera madre no puede no puede castigarla a ella.
—Sé lo jodido y enfermizo que es eso —exclama con cierta molestia. —Cuando Anastasia se fue, me juré que no lo haría de nuevo, que no haría no volvería a lastimar a alguien que me importara.
—Christian yo… —trato de hablar. Trato de decirle algo, pero todas las palabras se han ido de mí.
—Isabella, Este soy yo —susurra. —Todo yo... y soy todo tuyo.
Mis ojos pican de nuevo. No esperaba esta confesión.
—Soy tuyo para que me tomes si quieres hacerlo —sus manos toman mis muñecas con cierta fuerza, me sacude ligeramente. —Si decides que esta mierda podemos dejarla atrás, soy capaz de incendiarme a mí mismo solo porque ¡no quiero perderte!
—Christian…
—Soy tuyo para que me pierdas si es lo que deseas —su voz tiembla. —Si decides soy un maldito renegado que te está arrastrando a la mierda que hay en mi interior y no quieres arriesgarte a eso, bien. Pero, por favor cariño, vete antes de que te necesite más.
Siento las lágrimas desbordarse por mis ojos.
—No eres el primer renegado en necesitar a alguien —le digo. Sus ojos grises se suavizan.
—Quiero mostrarte todo lo que tengo, enseñarte todo lo que conozco —su voz anhelante produce una calidez en mi interior. —Quiero llevarte a todos los lugares que conozco y conocer nuevos contigo. Quiero ser yo quien te muestre el mundo solo para verte sonreír como lo hiciste en Nueva York.
Sus ojos grises me miran con miles de emociones dentro, son dos obres plateadas que me gritan tantas cosas en el medio del silencio que nos encontramos. Sus manos que aun sujetan mis muñecas, se mueven, conducen mis manos hasta su pecho, exactamente a esa zona donde las marcas son más evidentes.
—Quiero seguir sintiendo esto —jadea con sus dientes apretados.
Sé que no es fácil para él que lo toque, sobretodo esa área. Me deja hacerlo, pero solo por un poco de tiempo, y su cuerpo aun reacciona igual, tensándose, endureciéndose, congelándose, su mandíbula se tensa, sus dientes se aprietan y rechinan, y su corazón se acelera.
—Christian —muevo mis manos para no seguir lastimándolo.
—¡No te vayas! —Christian grita. El dolor en su voz me paraliza. Sus manos suben a su camisa, toma los extremos de su cuello y tira de ella con fuerza haciendo que los botones se desprendan y que la tela se rasgue. De nuevo mis manos son sujetadas por las suyas y llevadas al mismo lugar que antes, sobre su pecho.
—Christian, cariño —susurro su nombre sintiéndome miserable. Sé que le estoy causando dolor, lo estoy lastimando y no quiero ser yo la causante de ese sufrimiento.
—No me lastimas —dice mirándome. —No estoy sufriendo.
Doy un respingo por sus palabras. Pareciera que ha leído mi mente.
Sus manos sueltan mis muñecas despacio, mis manos se ciernen sobre su pecho, mis ojos lo miran fijamente evaluando su reacción. Él cierra sus ojos y su rostro se arruga. Mis manos se alejan raídamente de su cuerpo.
—Eres la única que puede tocarme —exhala abriendo sus ojos. —Puedes tocarme porque cuando lo haces, no hay ni un rastro de lástima en ti. Tú también sabes lo que es estar marcada, tú también sabes lo que es tener un pasado que te ha dejado cicatrices.
—Soy la única que puede tocarte —repito sus palabras. Mis ojos bajan a su pecho desnudo. Las marcas en su cuerpo siguen ahí, imposibles de borrar al igual que su pasado, pero saber que soy la única de la cual tolera un toque, hace que mi corazón lata con fuerza en el interior de mi pecho.
—Tócame —ordena. O más bien suplica. —Lo necesito.
Con cuidado, despacio, conduzco mis manos de nuevo a su pecho. Él cierra los ojos con fuerza. Vacilo un poco, pero sus manos se encargan de empujar mis manos contra su piel, extiendo las yemas de mis dedos en su vello de pecho y suavemente los acaricio bajo su esternón. Cuidadosamente conduzco mis dedos por todo su pecho terminando en sobre su corazón.
Abre sus ojos de golpe. Su mirada es como la plata liquida donde fluyen demasiadas emociones que lo están recorriendo en este momento. Quiero que mi boca se mueva, quiero decirle cuanto significa esto que está haciendo, pero los sentimientos también me han sobrepasado a mí. Mantiene sus ojos sobre los míos, su mirada me abraza, me quema, me hace suspirar. Él también lo hace.
No necesitamos palabras, no necesitamos ningún poder especial para leernos la mente, nuestros ojos se encargan de hablar por nosotros.
Antes de que cualquiera de nosotros se dé cuenta, estoy inclinada sobre su pecho, mis labios descansando sobre la pequeña cicatriz que está justo sobre su corazón.
Una profunda exhalación brota de él.
Mi cuerpo se endereza, necesito mirarlo. Su boca está abierta, su respiración acelerada y hay sorpresa en su rostro, pero lo que me toma desprevenida es la lagrima que se está deslizando por su mejilla.
—No te vayas —jadea.
—¿Y a dónde iría? —le repito las palabras que le dije en Nueva York. Él sonríe.
—De nuevo —susurra. —Bésame de nuevo.
Lo hago. Esta vez me inclino sobre su cuello para besar la cicatriz que hay justo en la base del cuello. Luego me inclino para besar la que está más abajo. Voy bajando por su pecho repartiendo besos en cada cicatriz que veo recibiendo un jadeo de parte de él. Beso una tras otra, hasta volver a subir a su mentón donde me recibe rodeando mi cuerpo con sus brazos y tirando de mí hasta que mis labios se colocan en su boca.
Y siento el sabor salado colarse a través de nuestros labios. Son lágrimas, suyas, mías, de ambos.
—Son cuatro en tu cuello —le digo con voz ahogada. —Y son nueve en tu pecho.
—También hay siete en la espalda —completa.
Mi mirada se pierde por algunos segundos. Él se queda observándome con los ojos muy abiertos.
—No me importan las cicatrices que tienes en tú piel, tampoco las que hay dentro de ti —le digo mirando directamente a sus ojos.
—Mi Isabella —suspira.
—Tuya —aseguro lanzándome de nuevo a sus labios. Mis manos se enredan en su cabello apretándolo lo más que puedo contra mí, sus manos en mis caderas hacen exactamente lo mismo. Me sujeta con firmeza contra él.
Pasan algunos minutos antes de que nos separemos, el silencio de la noche se encarga de ser nuestra compañía, rodeándonos y generando un ambiente silencioso pero tranquilizante. Christian inclina su cabeza, deposita algunos besos detrás de mí oreja. Siento su ceño fruncirse y sus manos moverse.
—¡Christian! —chillo por la sorpresa de al verme en el aire. Mis piernas se enredan en su cintura, mis manos sujetan su cuello para evitar resbalarme, él no dice nada, solo camina llevándonos por los pasillos hasta su habitación. Christian se sienta al borde de la suave y esponjosa cama, su posición hace que yo quede a a horcajadas sobre su regazo. Sus manos sueltan mi cadera, suben hasta mi espalda deslizando el cierre de mi vestido. En segundos lo desliza por mi cuerpo, bajándolo hasta mi cadera.
¿Que está tramando?
Su mano regresa a mi muñeca derecha donde descansa la marca de la mordida de James, sus dedos se pasean por los bordes irregulares.
—Está fría —comenta. Mi cuerpo se tensa.
Joder, siempre me toma desprevenida.
—Quizás no tengo buena circulación allí —es mi excusa.
Su mano levanta mi muñeca a la altura de nuestros rostros. Sus ojos grises la analizan, se toma el tiempo de girar de un lado a otro mi mano para darle una mejor vista. No me pasa desapercibida la mirada asesina que le da, le mira como sus ojos fueran puñales a punto de ser lanzados, su ceño fruncido hace que su molestia sea evidente.
—¿Te duele? —pregunta.
—No.
Él no responde, su rostro se inclina, sus labios se estiran y depositan un tierno beso en mi muñeca, justo sobre la marca de media luna. Sus ojos se colocan sobre mi rostro, ahora es él quien evalúa mi reacción. Una profunda respiración me atraviesa. La sensación de sus labios cálidos contra esa parte fría de mi piel es como si el cielo y el infierno hubieran desatado una guerra en esa parte de mi cuerpo. Quizás así es.
Christian aleja su atención de mi muñeca, se pone de pie y se gira sobre sus propios talones, ahora es mi espalda la que está recostada sobre la suavidad de la cama.
—No te muevas —dice.
No me da tiempo de responder, su cuerpo se inclina sobre el mío, su peso me presiona sobre la superficie en la que me encuentro. Sus labios se dirigen a mi cuello, a ese pequeño espacio detrás de mí oído, ahí deposita un beso húmedo, luego, se desliza más abajo a donde comienza mi cuello, hace lo mismo, deja un beso en esa área.
Es inevitable que mi cuerpo comience a reaccionar.
Su cabeza se desliza más abajo, besa mi mentón justo donde está la pequeña cicatriz que conseguí cuando me enseñé a andar en bicicleta a los siete años.
—Una —murmura.
—¿Christian? —pregunto.
—Shh —me da un beso breve en los labios.
Él continua con su tarea, baja por mi cuerpo repartiendo besos húmedos y contando las cicatrices que ve a su paso. Va por mi brazos, contando la mini cicatriz en el lado izquierdo de cuando me colocaron el implante subdérmico, las marcas en mi brazo casi imperceptibles de los cortes que yo misma me hice; También besa las cicatrices del brazo derecho de los cortes que obtuve ese día en esa maldita fiesta de cumpleaños, vuelve a besar la cicatriz de la mordedura e incluso besa la yema de mi dedo donde me corté con papel el otro día.
Regresa a mi pecho dónde tengo una de un día que fuimos mi madre y yo a la playa cuando yo tenía quince. Recorre mis costados donde tengo pequeñas cortaduras causadas por los cristales de ese día en Phoenix. Con sus manos desliza la tela del vestido bajándola a mis piernas, da un leve golpe con sus yemas en mis pies, y yo le ayudo moviéndolos para permitirle sacarlo de mi cuerpo.
Se toma un tiempo para verme, admirando mi cuerpo semidesnudo. Sus ojos se conectan brevemente con los míos antes de que acerque su rostro de nuevo a mi piel, retomando su tarea donde la dejó. Sus labios se pasean por mi abdomen donde tengo algunas de las marcas de ese día en el acantilado, baja hasta los huesos de mi cadera donde tengo más que obtuve ese día.
Con cuidado recorre mi pierna derecha, se toma el tiempo de analizar mi muslo dónde se encuentra esa cicatriz que obtuve al enfrentarme a James, esa es otra de las más notorias. Ve las otras cicatrices en mi muslo izquierdo, esas que yo misma causé para terminar con mi mísera existencia de ese entonces. Examina mis rodillas viendo las pequeñas cicatrices de todas esas veces que caí de bruces al suelo. Baja por mis pantorrillas repartiendo besos en cada pequeña marca que nota.
Para cuando termina, yo estoy retorciéndome y jadeando. No sé si por nerviosismo o por la sensación de sus labios recorriendo todo mi cuerpo.
—Son dieciséis las cicatrices que más se notan —dice mirándome. —Y son veintidós las que casi no son visibles.
—Tengo muchas —es lo que le respondo. Yo nunca las había contado.
—¿También tienes en la espalda? —pregunta curioso y travieso.
—¿Quieres contarlas? —pregunto. Quiero seguir sintiendo sus labios sobre mi piel, quiero seguir sintiendo su respiración erizando cada poro de mí.
Christian no me responde, solo me gira con facilidad. Vuelve a hacer lo mismo, cuenta las pocas cicatrices que tengo en la espalda, pero aun así se toma el tiempo de recorrer mi cuerpo, besando cada rincón de él, haciendo que me retuerza en sus brazos y que un par de suspiros se escapen de mí.
—Si te pido que me enseñes —pregunto con cautela. —¿Lo harías?
—¿Qué cosa?
Me giro sobre las sábanas, si voy a hacer esto, necesito mirarlo frente a frente.
—El contrato de… —me corto. No estoy segura de como llamarle a eso.
—No —dice muy serio.
—Por favor —pido. —De verdad quiero intentarlo.
—No, Isabella —responde con voz dura. —¿Cómo crees que voy a lastimarte?
—Por favor, Christian —le suplico. —Sé que no me lastimarás.
—Isabella —me advierte. —No quiero que seas mi sumisa.
—No quieres que lo sea, pero lo necesitas —le digo. Sus cejas se juntan arrugando su frente.
—No, ya no necesito nada de eso.
—Christian —tomo su rostro en mis manos. —Enséñame, por favor, enséñame a ser lo que necesitas.
El me mira, entre sorprendido y atormentado por lo que le estoy pidiendo.
—No puedo lastimarte, Isabella, no después de lo que él te hizo —dice desesperado. —No puedo ser yo quien haga más cicatrices en tu cuerpo.
Por alguna extraña razón, sé que no lo hará.
—Christian, si te digo que pares, ¿me obligarías a seguir?
—No —junta las cejas como si no creyera lo que acaba de escuchar. —Por supuesto que no.
—Si te digo que no me gusta, ¿me obligarías a hacerlo de todos modos?
—No, claro que no.
—Si lo intentamos y decido que no quiero volver a hacerlo ¿me obligarías a repetirlo?
—No, no te obligaré a hacer nada que no quieras —dice serio y seguro.
—Quiero hacer esto, quiero intentarlo —levanto la barbilla mostrándole lo segura que estoy de mi decisión. —Confió en ti, Christian.
Me mira, aun inseguro. Le ruego una y otra vez.
—Te irás —dice en voz baja. —Si te lastimo, te iras, como ella.
Anastasia lo dejó por esto. Lo que yo le pido en este momento es que repita lo que sucedió con ella, le estoy pidiendo que me haga lo mismo que le hizo a ella. Para Christian, que yo le pida esto, es como si le pidiera que me dé razones para dejarlo.
—No quiero dejarte, no quiero perderte. No me iré, no importa que tan mal se pongan las cosas —es mi respuesta firme y segura. —Se lo que se siente, ¿recuerdas?
Él me mira. No necesita hablar, sé que ya gané.
—Prométeme que, si te duele demasiado, si no lo soportas, si quieres que me detenga… júrame que vas a decírmelo —sus ojos taladran los míos. —No importa que estemos haciendo, me lo dirás en el momento.
—Lo juro —digo sin dudar. Exhala con fuerza antes de levantarse, se mueve hasta uno de los muebles con cajones, abre uno y rebusca algo en el interior antes de cerrarlo y volver conmigo.
—Ven, te mostraré algo —me dice extendiendo su mano hacia mí. Sin dudarlo la tomo permitiendo que tire de mi cuerpo para colocarme de pie.
—¿Qué es? —le pregunto mientras caminamos para cruzar los pasillos. Ninguno de los dos se ha molestado en cubrirnos con más ropa.
—Te mostraré mi cuarto de juegos —dice deteniéndose delante de una puerta. En su mano libre hay una llave la cual usa para quitarle el seguro a la puerta. No sé exactamente a lo que se refiere, pero sé que en su habitación no hay evidencia de su "doble vida" así que quiero creer que es aquí donde guarda todos los artilugios que usa a su placer.
—¿La cámara de tortura? —me burlo para aligerar el ambiente. Él se ríe.
—La cámara de placer, lo llamaría yo —tras esas palabras, abre la puerta y me empuja al interior.
Holaaaaa ¿Qué tal están?
Vaya capitulo ¿verdad? Debo confesar que fue una montaña rusa de emociones, y tuve que volver a los libros de 50shades para darme una idea de cómo plasmar esto.
Por cierto, daré un pequeño spoiler del siguiente cap... va a comenzar de manera muy, MUY interesante (insertar emojis de fuegos)
Nos leemos despues.
