El entrenamiento se detuvo abruptamente en cuanto Seiya salió corriendo hacia alguna parte cercana a las Doce casas, gracias a las habladurías de Shaina y Marín que se habían acercado con aquella información, para luego retirarse hacia donde todos los Santos dorados y el Patriarca estaban reunidos; por alguna razón nadie más había sido invitado a formar parte de aquella congregación.

—¿A dónde habrá ido Saori? Esto está muy extraño, ella no desaparece así como así, sin que eso represente algo terrible —comentó Shun con preocupación.

—Pues no lo sabremos hasta que quizá Seiya o Mu nos digan algo sobre el asunto ¿No ves que, solo fueron invitados los Santos dorados a la reunión? —respondió Shiryu de brazos cruzados

—A lo mejor no es nada grave, Athena es un alma libre a pesar de todo y a lo mejor el Patriarca nos llamará luego —dijo June con un aire de optimismo.

Todos se encogieron de hombros con impotencia, sin agregar comentario alguno. A tiempo llegó el viejo Tatsumi con cara de aflicción.

—¡Oigan, ustedes! ¿Y, a dónde demonios se fue Seiya corriendo? —inquirió Tatsumi, que había dejado de entrenar—. Ahora es el Patriarca el que da la alerta roja en caso de cualquier emergencia que tenga que ver con la señorita Saori, ¿no? ¿O acaso tiene que ver con la reunión a la que llegué tarde esa mañana?

—¿Ya vas a empezar con tus alegatas de buena mañana? —cuestionó un ofuscado Ikki— ¡Qué calvario contigo, viejo! —exclamó y dirigió su vista hacia sus compañeros de bronce—. Muchachos, avísenme si se confirma algo verídico —espetó con el ceño fruncido y se retiró del lugar para seguir con su entrenamiento.

Hyoga carraspeó y todos se vieron las caras con incomodidad, sin hacer ningún comentario, hasta que el rubio respondió casi en un murmullo.

—Oye... ¿Quieres olvidarte un poco de esa reunión, Tatsumi? Lo de la semana pasada aún no se ha solucionado. Además, como si no supieras que Seiya sale corriendo cada vez que le ocurre algo a Saori aunque sea mínimo. Deja el drama, ya sabes cómo es él.

—Sí, a veces se me olvida que estamos hablando del necio de Seiya, nadie lo detiene —alegó mientras apretaba con el puño la vieja espada de madera que lo acompañaba todo el tiempo—. Aun así, para mí que algo malo ocurrió con la señorita, para que todos estuvieran así de enojados desde aquella mañana, ¡y aunque nadie me quiera contar, sé que es algo grave!

—Bueno, habrá que dejar ese asunto, señor Tatsumi. Igual Seiya siempre ha actuado bajo sus impulsos y no estamos seguros de nada todavía —respondió June mientras miraba de soslayo a Shun, quien ya se encontraba viéndola.

—Por cierto, ahora que lo recuerdo, usted también llegó tarde a esa reunión —comentó Tatsumi y todos voltearon a ver a June.

—Sí, ¿y qué con eso? —inquirió la rubia, nerviosa por tener todas las miradas en ella.

—A mí también me pasa a menudo eso de llegar tarde —agregó Shun, pero Tatsumi lo ignoró, a lo que el joven esbozó una mueca de resignación y se abstuvo de comentar algo más y Hyoga le dio unas palmadas en el hombro.

—No, no pasa nada, solo me pareció extraño en usted, señorita, ya que por lo general es de las que madruga.

—Pues... me quedé dormida, claro está. Me imagino que a usted le pasó lo mismo, ¿no? —respondió de brazos cruzados.

—Claro, pero yo ya soy viejo, en cambio usted está en plena juventud, es raro —dijo y June frunció el ceño detrás de la máscara.

—Ya, Tatsumi, déjala —intervino Shiryu—. Lo que nos toca ahora será esperar. Yo confío en el buen juicio del Patriarca.

—Tienen razón, si algo malo ocurre él tiene la obligación de anunciarlo —comentó Hyoga—. Bueno, hasta nuevo aviso, ¡sigamos entrenando, camaradas!

Tatsumi se quedó pensativo y de brazos cruzados. Hyoga corrió hacia el centro de la zona de entrenamiento precedido por Shiryu. Ikki, para ese entonces ya estaba otra parte, quien sabe dónde. Shun por su parte observó a la rubia.

—Primero las damas —dijo Shun mientras extendía su brazo para darle paso a June.

—Gracias, eres todo un caballero, Shun —June pasó a su lado sin quitarle la mirada de encima hasta que la distancia la hizo voltear a ver su camino para seguir con su entrenamiento.

Shun no pudo evitar esbozar una sonrisa nerviosa, como siempre le ocurría cada vez que la tenía cerca, ya que debía seguir fingiendo que no ocurría nada entre los dos –ambos habían acordado eso para evitar escándalos innecesarios en el Sanruario–, lo cual era un dilema demasiado difícil.

La siguió para continuar el entrenamiento, pero luego, durante el trayecto hacia su lugar preferido, no pudo evitar recordar la escabrosa conversación que escuchó de Marín, Shaina y su querida June justo aquel día, en el que las guerreras del Águila y de la Cobra, mencionaban lo mal que les caía a todos los Dorados que Seiya, siendo relativamente nuevo portando una cloth de oro, tuviera más privilegios.

El santo de Andrómeda sintió una opresión en el pecho. Si bien, Seiya le había contado hace más de un mes lo que había entre él y Saori, él había jurado guardar el secreto con su vida, de su boca no había salido nada de información sobre el asunto, así que alguien más tendría que haber sabido todo aquello para causar tanto revuelo sobre el tema de su amigo durante esos días, porque era evidente que todos lo veían con malos ojos.

Unos dedos acariciando sus cabellos detrás de su nuca lo sacó de su conflicto de recuerdos y cuando volvió al presente, se encontró con una silueta femenina angelical y un aura dulce posando su atención expresamente a su persona; June lo miraba con expectativa y cierta duda al contemplarlo así de ido y preocupado.

Shun sonrió por inercia y llevó su mano para tocar aquella tersa mano para dedicar una rápida caricia ya que, no deseaba que nadie notara la reciprocidad de muestras cariñosas entre ellos. June se veía un tanto preocupada y rompió el silencio.

—Shun... No cuestiones nada ahora, pero quiero ayudar a buscar a Athena aunque aún no nos hayan llamado ¿Me cubres con todos aquí? —inquirió inquirió con ese tono suplicante, coqueto y dulce; sabía que él no resistía aqello.

Shun se quedó embelesado y no pudo negarse para ayudar a June, así que asintió para hacerle saber que contaba con él.

—Eres el mejor ¿Lo sabes? —respondió June con euforia discreta.

Ella volteó a ver a todos lados y al percatarse de que no había nadie viéndolos, se acercó a él, se retiró la máscara y le dio un casto beso en la comisura de la boca para cubrirse el rostro de nuevo. Shun la vio partir con una sonrisa imborrable, y al cabo de unos segundos se comenzó a preguntar los porques de tanto misterio.

Al que, quedarse pensativo no le serviría de nada, Shun se encogió de hombros, confiando en que June le explicaría todo después, ya que ella sabía apañárselas sola y era la persona más sensata que conocía.

A los pocos minutos de que June se hubiese retirado, el tan esperado llamado del Patriarca hacia los Santos de plata y bronce los congregó al grupo de dorados, quienes llevaban ordenes de buscar a la diosa por todo el perímetro.

Las horas pasaron y ni siquiera Seiya se dignaba a aparecer tras haber ido tras la búsqueda de Athena, aquello solo levantaba más indignación por parte del gremio de Santos, quienes llevaban todo ese tiempo buscando a su desaparecida diosa.

Todos estaban exhaustos y hasta dudaban de encontrarla, hasta que, el mismo Patriarca percibió un rastro de la estela de su cosmos. Aquella guía indicaba que Athena se había dirigido hacia el bosque o quizá más allá.

—Es por aquí —señaló Dohko, quien portaba su máscara y túnica correspondiente— ¡Andando, tropa, que no tenemos todo el día! Athena tiene que aparecer.

Los Santos dorados, plateados, de bronce y hasta Tatsumi acompañado de algunos peones, siguieron al patriarca sin chistar. Sabían que Athena aparecería y tendrían muchas cosas que preguntarle cuando eso sucediera. Nadie notó la ausencia de la santo de Camaleón, aparte del santo de Andrómeda.

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Continuará...

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