Cap 32: Monte Olimpo

El Monte Olimpo era la residencia de los principales doce dioses, presididos por Zeus. Sobre los barrancos, éstos tenían palacios de cristal. El Panteón, ubicado en el pico Mitikas, era el lugar de reunión. En ese lugar se solían encontrar los dioses descansando a gusto o celebrando banquetes ostentosos mientras compartían noticias diversas sobre otros dioses o sobre los mortales con los que se topaban. Había algunos dignos a los que concedían favores y eran llamados héroes. Mientras que otros eran semidioses, fruto de la pasión consumada por alguno de ellos con alguna mortal. Naturalmente ellos hablaban, o más bien presumían, en favor de su prole buscando ser del agrado de otros dioses para que prestaran su ayuda de ser necesario. No siempre ellos estaban cerca o poseían las cualidades necesarias para hacerlos salir airosos de sus aventuras, mas existían otros que quizás podrían apiadarse si los presentaba como dignos de la ayuda.

—¡Apolo! —llamó a gritos el dios del inframundo—. Necesito que me cures. —Sin embargo, no hubo respuesta de nadie—. Hermano Zeus —probó entonces viéndolo en su trono—. Te ruego llames a tu hijo para sanar las heridas que me hizo otro de tus hijos —pidió con rabia contenida.

—Veo que mi Hércules ha hecho un gran trabajo. ¡Si tiene la fuerza de dejarte así no cabe dudas de que la profecía sobre él es real! —exclamó con alegría el dios del trueno mientras llamaba al dios del sol usando su cosmos.

—Atena también anduvo jugando en mis dominios —reclamó Hades con molestia.

—Lo sé, yo le pedí que le ayudara a Hércules —respondió el rey de los dioses—. Debiste darle el perro sin ofrecer resistencia.

Quizás el dios del inframundo hubiera cedido a su can sin tanto problema de no ser por un detalle. En el camino por los infiernos en busca de Hades, Hércules se topó de repente con unos cuerpos vivos, que desatacaban entre tanta sombra. Se trataba de los héroes Teseo y Pirítoo, a los cuales Hades había encadenado en sus dominios por haber intentado raptar a Perséfone. Al ver al hijo de Zeus, tendieron sus manos hacia él, como si fuesen a ser resucitados gracias a la fuerza de este. A Teseo, agarrándolo de la mano, logró alzarlo, pero tuvo que abandonar a Pirítoo ya que, al intentar levantarlo, tembló la tierra, por lo cual quedó para siempre en el Inframundo.

Por fin, terriblemente cansado por lo mucho caminado y por la agonía y la desesperación que había visto en los ojos de las sombras, Hércules había llegado frente al temible Hades, el rey y señor de los muertos. Como en otras ocasiones había hecho, con la máxima educación y respeto posible, el semidiós le rogó que le permitiera llevarse a Can Cerbero al reino de los vivos. A lo cual reaccionó con violencia. Ese mortal había osado, con ayuda de Atena, ingresar a sus dominios y recorrerlos a placer como si de su propia casa se tratara, no conforme con eso, intentó liberar a los que se atrevieron a intentar secuestrar a la reina del inframundo. ¿Con qué descaro podía pedirle prestado su preciado can? Para fortuna del semidiós, logró salir victorioso de la lucha y cumplir su trabajo. Por el contrario, Hades ahora requería de tratamiento médico y siendo un dios, sólo podía ser sanado por otra deidad.

—¿Me has llamado, padre? —preguntó Apolo apareciendo junto a su hermana gemela.

—Así es, necesito que cures a Hades —respondió Zeus observando a sus hijos —. Sus hermanos Hércules y Atena han sido un poco duros con su tío.

—Espero hagas un buen trabajo, sobrino —dijo el dios malherido viéndolo fijamente.

—Siempre he realizado un trabajo impecable —refutó indignado de oír las dudas sobre su habilidad.

—He oído rumores de que te has vuelto sumamente caprichoso —siseó Hades observando con fastidio a su sobrina—. Sobre como ambos se han vuelto muy amigos del estafador de dioses.

—Esas sólo son habladurías de gente ociosa —aseguró la diosa de la Luna observando a la distancia a Afrodita quien le devolvía la mirada cargada de odio.

—Si fueran simples habladurías como dices, querida —habló la diosa del amor con claro veneno en cada palabra—. No lo habrían tomado como discípulo y menos aún se hubieran negado a ayudar a mi inocente pequeño cuando esa alimaña lo lastimó usando los conocimientos que ustedes le brindaron —reclamó recordando el incidente de tiempo atrás.

La diosa del amor había llevado a su hijo en brazos hasta el Olimpo, siendo el "malherido" quien no dejaba de despotricar contra el ángel de Atena por lo sucedido. El dios del Sol al haber sido maldito por Eros se negó rotundamente a hacer algo por él y lo dejó por su cuenta. Diversos dioses se encontraban reunidos en ese sitio dado que todos tenían la obligación de presentarse cuando el rey del Olimpo los mandara llamar. Al tener al dios de amor herido, Zeus llamó a su hijo Apolo, quien fue acompañado por su hermana gemela como de costumbre. Rara vez aparecía uno sin la presencia del otro. Y al saber que el asunto a tratar en el Olimpo era el mismo miserable que los había maldecido tras dispararles una de sus flechas, con mayor razón estuvieron juntos para apoyarse.

¡Es tu deber sanarlo, Apolo! —gritó Afrodita mientras abrazaba a su pequeño hijo contra su pecho—. Lleva meses sin poder reunir cosmos por culpa de esas enseñanzas que le diste al estafador de dioses exageró con lágrimas falsas en sus ojos—. Te lo ruego, oh gran rey Zeus, castiga a Apolo por causarle este mal a mi pequeño.

Deja de dar pena ajena, Afrodita —ordenó la diosa de la Luna mientras la miraba severamente—. Sísifo no daño el cosmos de tu hijo. Es más, tu pequeña desgracia se atrevió a dispararle a tres dioses tras la "tan mortal herida" provocada por sagitario.

Zeus podía no tener alta estima por la mascota de su hija Atena, pero no podía usar esa mentira para castigar a Sísifo. Por supuesto poseía el deseo de hacerlo, mas esa artimaña era tan mala que aun fingiendo creerla sólo se crearía desprestigio. Lo último que deseaba era perder el respeto y el miedo que los demás dioses le tenían como le pasó a Hades y Thanatos cuando se supo cómo fueron engañados tan fácilmente por un mortal. Pese a que convirtió ese relato en un tabú para disminuir el daño, había mortales que todavía recordaban. Si la humanidad aun con la prohibición era capaz de sostener aquel relato durante siglos, era imposible que las deidades olvidaran. Aún era motivo de bromas y burlas lo que hizo ese maldito rey impío. El dios del trueno bufó con disgusto. Si Afrodita tuviera tan sólo la mitad de inteligencia de lo que tenía de belleza, algo podría hacerse. Empero, de momento sus hijos favoritos llevaban la razón. Era imposible engañar al dios de la medicina con tan patética actuación y en su cólera Eros reveló tener suficiente cosmos para herir a tres de sus hijos. Y siendo de los más amados que engendró, su ira estaba dirigida a su nieto. Como si no tuviera suficiente con la profecía que señalaba a Ares como causa de desgracia del Olimpo, debía sumarle que el hijo engendrado por éste, Eros también era motivo de discordia. Pese a que lo maldijo para que nunca pudiera abandonar su apariencia de bebé, la diosa Temis levantó su maldición como regalo y esto era lo que obtenía.

—Eros estaba realmente herido. Cuando les disparó lo hizo con sumo dolor y mucho esfuerzo —justificó Afrodita intentando darle explicación al asunto.

—Si estaba tan adolorido debió conservar su cosmos y retirarse —opinó Apolo mirándola con desdén—. No iba a gastar mi tiempo tratando heridas falsas.

—¡Dejen de defender a Sísifo! —reclamó Eros mirándolos con odio mientras permanecía al lado de su querida madre como de costumbre—. La única razón por la que están en mi contra es porque se han ablandado con los mortales.

—Eso no es verdad —afirmaron los gemelos al unísono.

—Sí lo han hecho —aseguró Afrodita apoyando a su descendencia—. Es bien sabido que él se la pasa jugando a ser un arquero junto con ustedes.

—Corrección: es un arquero —replicó Artemisa mirándola fríamente

—Entonces mi hijo claramente es un arquero —presumió la diosa del amor con una sonrisa orgullosa—. Nadie maneja mejor el arco y la flecha que mi niño adorado. Tiene tanto talento que literalmente se convirtió en su herramienta de trabajo.

—Mi hermano es el dios de la arquería, él decide quién es un verdadero arquero y quien no —contraatacó la diosa cazadora viéndola con fiereza—. Él decidió que Eros no es un verdadero arquero y Sísifo sí.

Realmente ellos habían dicho eso sólo por seguirle la mentira al estafador y causar el malestar e indignación de los dioses del amor. Los gemelos no podían iniciar una confrontación directa con ella, pues eso le daría la excusa de victimizarse ante el rey del Olimpo. Apelando a su piedad podrían llegar a tener auténticos problemas. Sin embargo, ellos eran los niños consentidos de Zeus, parte de sus hijos favoritos a los que siempre complacía en sus caprichos. Sólo tenían que ser buenos niños delante de él y librarse de las demandas de la diosa del amor. Internamente los gemelos se burlaban de Afrodita y Eros por creer que podrían hacer que los castigaran y daban gracias de que sagitario fuera cuando menos decente en su destreza. Si les hubiera confrontado antes del entrenamiento intensivo que le dieron, serían ellos los que terminarían mal parados por tener un discípulo tan torpe. Empero, luego de tanto tiempo obligándolo a mejorar en cada aspecto consiguieron su propósito y ahora podían decir con orgullo que ellos fueron sus maestros.

¡Momento! ¿Cómo que orgullosos? Ellos empezaron eso por otros motivos. Sólo se estaban divirtiendo con la mascota de su hermana. Sagitario no era diferente a un perro de las familias humanas, ese tipo de criaturas con las que todos los integrantes jugaban a su gusto, molestaban y usaban para cuidar del hogar. No obstante, la diosa de la luna se puso a reflexionar en que, además de Hipólito, el mortal con el que más tiempo pasaba era Sísifo. Le hacía gracia verlo pelearse con Apolo por tonterías y cuando ella se cansaba de sus discusiones sin sentido les disparaba a ambos por idiotas. Tampoco podía negar que los regalos de su discípulo eran de su gusto. Pues le había dado un carcaj, una caja madera de alta calidad usada para transportar sus flechas. Además, en varias ocasiones le dio parte de sus trofeos de caza; las pieles de animales que poseían un color que según él le recordaban a ella, algunos colmillos los convirtió en cuchillos y cuando atrapaba serpientes, les extraía los venenos altamente peligrosos y se los obsequiaba en frascos. Solían discutir porque ella les llamaba "ofrendas" mientras Sísifo decía que se los regalaba para no desperdiciarlos.

Acepto la ofrenda que me haces como símbolo de devoción —dijo Artemisa cuando Sísifo le había llevado aquel cuchillo hecho de los colmillos de la serpiente que cazó.

Te las estoy regalando para no desperdiciarlas nada más —corrigió al ver que lo estaba tomando como el tributo de un seguidor suyo.

Tienen problemas de honestidad. Es obvio que es un regalo con mucho cariño que hace feliz a mi hermanita —afirmó Apolo con una sonrisa divertida mientras seguía tocando la lira.

Para él era evidente que la relación maestro-alumno que ellos dos llevaban estaba bien cimentada en el respeto y el cariño que se negaban tener. No iba a pasar por alto que su querida hermanita le pidió, o siendo precisos, le ordenó nombrar a arquero a Sísifo. Él era el primero por el cual Artemisa hacía ese tipo de pedidos. Además, era el mocoso malcriado quien vigilaba los alrededores cuando ella se bañaba. Ese trabajo lo hacía de mala gana con Atena, pero desde que él habló del hermoso cuerpo de la diosa de la luna, sagitario montaba guardia para que ni él ni nadie llegara donde su maestra. Ni por accidente alguien podía verla desnuda mientras vigilaba. Incluso más de una vez debió esquivar sus flechas por llegar al perímetro permitido. A eso le debía sumar los múltiples regalos que le hacía a Artemisa sin pedirle nada a cambio. Cosa rara en un estafador que no hacía nada gratis.

Si quieres dispararle te doy permiso —afirmó la diosa de la luna viendo a su discípulo de soslayo.

Iba a hacerlo aún sin permiso —dijo antes de dispararle a Apolo una flecha por hacerles pasar vergüenza con sus palabras.

Aunque le gustaba saberse respetada como cazadora y maestra, Artemisa no dejaría que nadie supiera de eso. Era una deshonra expresar sentimientos humanos como cariño y aprecio. Los mortales sólo eran parte de su entretenimiento. Algo para pasar el rato y no morir de aburrimiento. Nada más. Se negaba a ser como esos mortales que se sacrificaban así mismos por el bien de otros. Ese comportamiento ilógico podría llegar a ser peligroso. De primera mano experimentó lo que era ser maldecida sólo por cumplir con su parte del trato, de a gratis menos que menos arriesgaría su propio bienestar. Pensando en ello tal vez debería pedir algo grandioso a su pequeño arquero, pues el favor que le debía seguía pendiente para su uso.

—¿Cómo se atreven? —cuestionó la diosa del amor llena de odio sacándola de sus pensamientos.

—Simplemente me molestó que le hicieras perder el tiempo a mi padre y a mí por esa patética interpretación de un convaleciente —señaló el pelirrojo con molestia—. Es un insulto para el arte dramático.

—Tú pierdes el tiempo a menudo —reclamó Eros separándose del lado de su madre—. Te la pasas observando a las mascotas de Atena

—¿Y eso qué tiene de raro? —interrogó el dios del Sol encogiéndose de hombros—. Es bien sabido que a mí me gusta copular con toda clase de bellezas. Sólo quiero tener coito con el santo de Leo.

—Digno hijo mío —felicitó Zeus con gracia.

Después de todo su hijo Apolo era motivo de orgullo; guapo, poderoso y muy viril. Siempre teniendo alguna belleza en su lecho fuera hombre o mujer, así como una abundante descendencia de entre los cuales seleccionar un sucesor. Le recordaba tanto a él que por eso era incapaz de enojarse con su niño de oro. El rey del Olimpo consideraba al pelirrojo como su hijo más deseado. Había nacido con todo tipo de virtudes y habilidades, poderoso e imparable para cualquiera que no fuera él o su esposa. Sus capacidades físicas, artísticas, amatorias. Todo. Lo tenía todo para ser el dios con mayor perfección entre el Olimpo. Era innegable el orgullo que tenía de él. Mismo que provocaba la envidia y el odio del dios Ares. Él siendo hijo de la esposa de Zeus, la legítima reina de los dioses, era despreciado y odiado por todos. Tenido como un perdedor por sus derrotas contra Atena y como una amenaza por culpa de una profecía. No era justo.

—Cualquiera diría que estás enamorado, hermano —mencionó el dios de la guerra violenta con los brazos cruzados viéndole con desprecio—. Si tu objetivo es copular con ese mortal, ¿qué te detiene? ¿No eres acaso el todopoderoso dios del Sol? —interrogó con cizaña.

—No todos somos seres irracionales movidos por sus bajos instintos —dijo el pelirrojo en respuesta—. Si fueras menos emocional tal vez dejarías de ser un fracaso tan grande.

—¿Será acaso que temas que mi maldición lo haga terminar como Dafne? —interrogó Eros mientras sonreía presuntuosamente.

—No seas ridículo. Tu maldición no significa nada para mí —respondió el dios del Sol.

En ese momento comenzó a cuestionarse sobre sus sentimientos por el guardián de la quinta casa. No negaba la atracción que sentía por él desde que lo conoció. Y eso fue desde antes de haberse metido en aquel conflicto con Eros. Estaba seguro de que su deseo por León era algo nacido de su propia persona completamente ajeno a manipulaciones externas. No obstante, esa maldita flecha quizás era la responsable de retorcer o envenenar su corazón usando de base su lujuria. Sin embargo, si sólo se trataba de eso, ¿por qué lo procuraba tanto si no obtenía una retribución inmediata? A su mente acudió el recuerdo de su intento de cita que tuvieron hace no tanto tiempo.

Apolo había recibido el llamado del guardián de la casa de Leo durante una tarde donde su trabajo estaba próximo a finalizar. El ex almirante dijo que lo hizo para no interrumpir sus responsabilidades vigilando el cielo. Dicha frase causó la risa de Artemisa, quien espiaba curiosa el motivo de su discípulo de acechar ese encuentro desde las sombras. Se felicitó a sí misma por el camuflaje que había usado sagitario. Aunque se regañó también de manera interna por estar espiando un encuentro que no estaba relacionado con ellos. El dios Apolo, consciente de su presencia, se prometió vengarse de esos dos por las molestias. León sólo sabía que estaba siendo observado por su hijo. De alguna manera siempre sabía cuándo estaba cerca cosa que le causaba shock al arquero por ver una debilidad en su mimetización con el ambiente. La diosa de la luna siguió atenta a la conversación y continuó riendo de las preocupaciones del dorado. Ella sabía de los escapes de su hermano en horas laborales para ir al santuario.

Obviando las presencias indeseables, Apolo prestó atención a lo que le diría el custodio de la quinta casa. Éste lo invitó a almorzar al aire libre al día siguiente. Según le explicó, pidió permiso con antelación a la diosa Atena para evitar problemas y poder pasar el día juntos lejos de la barrera. El pelirrojo internamente saltó de la emoción y prometió asistir sin falta. Durante la noche se la pasó molestando a su hermana pidiendo que acortara la noche. Él quería hacer amanecer lo más pronto posible, cosa a la cual ella se negó. Fue tal su insistencia que accedió a adelantar una hora el momento de ocultarse la luna. Mas no lo hizo sin antes dispararle unas cuantas flechas por ser una molestia irresponsable. El pelirrojo se aseguró de verse impecable y pensó en cómo se desarrollaría ese día. Tal vez finalmente podrían consumar su pasión rodeados por el fresco aroma de las flores. Al llegar al lugar acordado notó el hermoso pasto verde extendiéndose varios metros hasta perderse del alcance de la vista bajo un despejado cielo. Un perfecto día soleado, hecho por su propia mano, dicho sea de paso.

Un almuerzo romántico con mi gran amor felino —dijo Apolo casi ronroneando de gusto al ver a su hombre recostado sobre un mantel extendido sobre el suelo.

Se me va a caer el guiso de legumbres que te preparé. —Oyó la voz del arquero a sus espaldas justo cuando se disponía a saltarle encima al dorado.

¡Sísifo! —regañó León al verlo llegar junto a Caesar.

¿No tienes algo mejor que hacer? —preguntó Apolo viéndole con molestia.

Sólo estoy agradeciéndote tu ayuda durante todo este tiempo como hace León —explicó el azabache con una sonrisa de triunfo.

No es necesario que te molestes —dijo el pelirrojo queriendo sacárselo de encima.

Insisto —replicó el arquero.

En serio no te molestes, enano —afirmó el dios de la arquería sentándose en el mantel junto a León viendo como el niño imitaba su acción—. Todo estaría mejor si solamente hubiera venido León y Caesar, ¿por qué el otro cachorro también vino?

¿Hay alguna razón por la que me necesites lejos? —cuestionó el menor con sus ojos fijos en gesto acusador.

Me incomoda tu mirada fija en cada uno de mis movimientos. Ni Caesar esta tan alerta —aseguró señalando al felino durmiendo al sol mientras León comía tranquilamente.

¡Es un gatito! —exclamó Sísifo con molestia—. Su única función en la vida es verse bonito, comer y dormir.

Deberías tomar su ejemplo y portarte más tranquilo y cortes, Sísifo —intervino León mientras acariciaba las orejitas del león.

Apolo lo miró con atención notando como el guardián de la quinta casa sonreía lleno de ternura por el ronroneo del felino. Aquella piel tostada brillando por los rayos de la luz del sol y esos carnosos labios siendo humedecidos por su propia lengua mientras hablaba. Se moría por besar esa sonrisa, pero no creía que fuera un buen momento aún. Compartir ese tipo de contacto, aun siendo algo casto, quería hacerlo especial. Ver esa sonrisa dedicada únicamente a él o al menos ser el motivo de ocasionarla. Y mientras la pequeña discordia de cabellos oscuros estuviera allí haciendo de chaperón le sería imposible. A razón de ello se limitó a seguir observando al leonino como si fuera lo más resplandeciente de mundo quedando sumido en un largo silencio.

Cierra la boca, se te está cayendo la baba —ordenó el azabache al ver esa mirada llena de deseo por su padre— ¿Pretendes que duerma al sol todo el día y ronronee? —preguntó mirando a su padre.

Me tendrías más tranquilo, sabiendo que no estas buscando problemas. Si ronronearas como Caesar serías tierno —rio León capturando por completo la atención del Dios.

"Es hermoso". Pensó la deidad sonriendo con ternura por aquel lado paternal que tenía su objeto de afecto hacia todo aquel que encontraba pequeño y adorable.

No tendría nada de tierno —refutó Sísifo mientras su rostro se ponía rojo de sólo imaginar hacer eso, pero si hacía feliz a su padre tal vez podría considerarlo. Luego notó la expresión de Apolo y de inmediato frunció el ceño—. Y tú quita la cara de baboso, Apolo. No te lo vas a coger. Los marineros ya le dieron lo suyo —advirtió esperando que eso disminuyera su deseo hacia el guardián del quinto templo—. ¿Sabías que el mar los pone cariñosos?

¡Sísifo! —gritó el hombre de cabellos castaños con una mezcla de enojo y vergüenza—. ¡Tú pequeño demonio!

¿Qué? ¿Quién le dio qué? —preguntó el pelirrojo entre curioso y divertido.

Olvida eso. Sísifo ha estado obsesionado con ese tema de los marineros...—explicó el ex almirante mientras intentaba apaciguar la pena que tenía en esos momentos—. ¡Estás castigado, jovencito! ¡Vas a ver cuando regresemos al Santuario! —avisó viendo a su hijo con el rostro serio.

¡¿Por qué?! —preguntó sagitario y le hizo puchero a León para luego mirar a Apolo con disgusto—. Una ramera me contó que cuando vas a alta mar debes mantener el calor rotando de cama en cama entre tus compañeros —explicó más o menos lo que recordaba que le dijo Miles sobre las bajas temperaturas y cómo el sexo era buen ejercicio o algo así.

¿Alta mar eh? —preguntó la deidad del astro rey antes de mirar con una sonrisita traviesa a León—. Me encantaría que pusieras en práctica conmigo todas tus técnicas aprendidas en el mar.

No le hagas caso a Sísifo —ordenó el guardián de Leo soltando un bufido—. Miles correrá el doble que los demás durante un mes por esto —advirtió pensando en qué todavía no le daba suficiente castigo.

El dios del sol aprovechó para comer con tranquilidad el guiso de legumbres que los dorados prepararon para él. A él se le hacían una gran variedad de ofrendas que incluían ese tipo de comidas, la muerte de diferentes animales y los más ricos erguían templos en su honor con adornos de oro y demás. No era la primera vez que se le daba un tributo, pero si era un acontecimiento único compartirla con los mortales. Es más, el dorado había comenzado a comer una ración aparte mientras sostenía su discusión con el arquero. Desde el firmamento había visto a las familias humanas realizar ese tipo de eventos. Nunca les halló lo divertido y mucho menos lo pondría en práctica. Los banquetes en el Olimpo eran hostiles, llenos de dioses atacando verbalmente a otros y enalteciéndose a ellos mismos o a sus protegidos. Repetir eso con los mortales era ridículo. En el mejor de los escenarios temblarían de miedo y evitarían dirigirle la palabra para evitar ofenderlo. Diferente a ellos. Cuando acabaron de comer, Caesar y Sísifo se alejaron persiguiéndose mutuamente en un juego de caza.

¿Sabes? —cuestionó León mirando a su hijo y de reojo al dios—. Siempre quise hacer esto con mi familia; organizar una salida al campo donde sólo fuéramos nosotros, nuestro hijo y alguna mascota —suspiró con nostalgia.

¿Es tu primera vez haciendo esto? —interrogó Apolo sorprendido—. Creía que tuviste muchos momentos familiares antes de ser dorado.

Mucho tiempo teniendo la cabeza metida en el mar —respondió con una voz ahogada por la tristeza que de vez en cuando acudía a él para recordarle sus fallos como esposo y padre.

¿Los extrañas? cuestionó sintiendo pena por la guerra que parecía llevar en su fuero interno.

Todos los días, jamás olvidaré a mi familia, los llevó en mi corazón siempre —expresó León con sinceridad antes de girar su cabeza para observar a la deidad mientras su mano se apoyaba sobre la de Apolo—. Pero tengo una segunda oportunidad de ser feliz. En estos momentos me siento el hombre más afortunado del mundo —agradeció con una suave sonrisa mientras le sostenía la mirada—. Por eso quería agradecerte todo lo que has hecho por nosotros. Sin tu ayuda es probable que no estuviéramos hoy aquí.

El ex almirante sentía un profundo agradecimiento hacia el dios del Sol. Gracias a su ayuda recuperaron a Adonis y Sísifo regresó con vida de esa misión de rescate. Además, lo ayudó a mejorar en sus habilidades. Mas, también sentía culpa al saber que él también fue víctima de la misma maldición padecida por su niño. Si él hubiera sido más fuerte, podría haber ido junto a los demás sin involucrar a los dioses gemelos. A pesar de sus comentarios subidos de tono y sus bromas, Apolo jamás le había hecho nada en contra de su voluntad. Siempre era juguetón, altivo y orgulloso, pero para nada cruel. De momento, no había tenido motivos para reprocharle a pesar de la preocupación de sagitario al recordarle las maldiciones que había soltado el dios del sol en el pasado. León prefería darle el beneficio de la duda y dejarle conocer su versión de los hechos, pues si se guiaba fríamente por los hechos ni siquiera Sísifo tendría perdón. Con eso conseguía dejarlo callado un rato. Le era innegable el cariño que existía de parte de León hacia Apolo, el cual no hacía más que crecer con el tiempo. Hasta se sentía halagado de tener un poco de su atención, pero sabía bien que no podría existir nada entre ellos por sus diferencias.

No es la gran cosa para mí. Ayudar mortales que valen la pena es parte del trabajo de los dioses —afirmó el pelirrojo apretando un poco su mano para llamar su atención.

Apolo yo... —susurró el castaño acercando su rostro al del otro antes de separarse bruscamente—. ¡Dejen de morderse! —gritó viendo a los otros dos jugando—. Caesar no muerdas a Sísifo y tú tampoco se lo devuelvas —gruñó enojado yendo a separarlos.

El pelirrojo soltó un bufido de molestia al ver su oportunidad de besar al santo de leo interrumpida por culpa de esos dos. Aun así, retomó el buen humor para no echar a perder el almuerzo y aprovechó para burlarse de sagitario.

Somos como una gran familia, un patriarca —dijo Apolo señalándose a sí mismo y luego a León—. Mi esposa controlando a nuestro hijo —señaló al león—. Y la mascota —finalizó con el dedo índice apuntando a Sísifo.

¿Quieres reemplazarme con ese gato gordo? —preguntó el azabache ofendido mientras veía al felino erizarse y gruñirle.

No es reemplazo, es un hermanito para ti. Como hijo de León y mío obviamente sería el favorito —explicó la deidad con burla.

Apolo no digas eso —regañó León mirándolo con reproche mientras mantenía a Sísifo y Caesar sujetos por la nuca para que dejaran de pelearse—. Como padres no podemos tener favoritos en la familia.

Yo los tengo —resolvió con sencillez.

Y esa era una verdad. Al igual que su padre tenía esposas, amantes e hijos favoritos según fuera de su gusto. Sin embargo, debía admitir que había muchas cosas que le dio a las mascotas de Atena que no le dio a sus cónyuges y prole. ¿Debería intentar llevar a cabo este tipo de ritos mortales con ellos? No, no lo haría. Esto era especial. Fue preparado con los escasos recursos de los cuales disponían en esa austera vida de santos y debía ser respetuoso. Si le dijera a alguna de sus esposas e hijos que deseaba repetir esto con ellos, eran capaces de realizar algo tan ostentoso que podría volverse un cantar famoso. Lo último que deseaba era causarle inseguridad a León y que sus gestos se vieran opacados por la divinidad y lujo de los demás.

No deberías —señaló el castaño suavizando la mirada—. Todos tus hijos son un pedacito de ti que queda para el mundo.

Con esos comentarios haces difícil no querer darte todo mi amor —advirtió el pelirrojo de manera seductora.

Quieres meterle tu amor por el... —reclamó Sísifo forcejeando por liberarse del agarre de su padre.

¡Sísifo! —regañó León mientras lo sacudía un poco.

¡No serás su ramera! Lo que pasó en los barcos se queda en los barcos —consoló o al menos eso era lo que intentó.

Apolo rio al ver al guardián de la quinta casa dándole nalgadas por no dejar el asunto en paz. Para él era un gran espectáculo ver que a los hijos se les podía disciplinar de esa manera. Eso sí podría ponerlo en práctica alguna vez. E incluso se atrevió a insinuar que, si León se volvía su amante, él mismo disciplinaría a Sísifo, a lo cual el menor respondió lanzándole flechas. Como se notaba que era discípulo de Artemisa. Hasta reaccionaba como ella cuando estaba de malas. Algún día deberían entender que no todo en la vida se solucionaba usando el arco y la flecha. Par de salvajes.

—¿Podrían dejar la charla inútil? —interrogó el dios del inframundo—. Necesito que me cures de inmediato.

—Puedo terminar enseguida —respondió Apolo sin ninguna expresión facial particular.

—¡Entonces hazlo de una buena vez! —ordenó el rey de los muertos harto de la larga espera a la que se vio sometido—. Sólo recuerden no encariñarse demasiado con las mascotas de Atena —aconsejó de una manera claramente burlona—. Son mortales. El límite de sus vidas es un parpadeo para dioses como nosotros y tomando en cuenta que son guerreros sólo tienen como mucho una década más de vida. Luego de eso sus almas serán mías por siempre —agregó lleno de gusto al saber cómo les torturaría por toda la eternidad.

—Hades tiene razón mis niños —secundó Zeus viendo a sus amados hijos con pena—. Tengan cuidado de no dejarse infectar por sentimientos mortales o podrían resultar heridos.

Los dioses gemelos guardaron silencio con molestia. Artemisa se mordió sus propios labios mientras su hermano cumplía con su tarea sólo para alejarse de su molesto tío. Claro que sabían del tiempo limitado de la vida mortal. Hades incluso permitió a Sísifo llegar hasta la vejez sin perseguirlo nuevamente sabiendo que sin importar cuanta ventaja le diera, tarde o temprano su alma sería suya. Desconocían si Atena pretendía darles ambrosía a sus guerreros en el futuro, pero de no hacerlo, los perderían. Y no sabían que sería de ellos una vez que el Dios del inframundo pusiera las manos sobre aquellos que pelearon en nombre de la diosa de la guerra. Era irónico. La muerte era un descanso para los mortales. Ellos en ocasiones sonreían cuando llegaba su hora con la esperanza de reunirse con quienes amaron. Empero, ¿y los dioses? Ellos cargaban con el dolor eterno de la pérdida de quienes amaron. Los gemelos habían perdido personas valiosas que dejaron heridas en sus corazones que jamás cerrarían. Si les permitían a esos torpes mortales abrirse paso y adueñarse de sus sentimientos… cuando los dejarán, sería más difícil arrancar sus recuerdos.

Lejos del Olimpo, abajo en la Tierra gobernada por mortales, la diosa regente regresaba de una aventura junto a su medio hermano. Atena llevaba tiempo ayudando a los héroes en sus proezas con el fin de hacer que le debieran favores que cobrarse según la situación fuera requerida. Por lo mismo, no siempre podía estar pendiente de sus santos, pero contaba con su ángel como mano derecha para mantener el orden. Aunque varias veces él mismo fuera motivo de desastres. Comenzaba a preocuparse del estado en el cual se encontraría el santuario tras su larga ausencia. Sin embargo, esta última ayuda que había prestado a su medio hermano Hércules requirió mucho más esfuerzo que los anteriores. El rey Euristeo había pedido como último trabajo raptar al perro de Hades, Cerbero. Ella escoltó al héroe y el can infernal fuera del Inframundo hasta llevarlo donde el rey. Específicamente, ayudó a Hércules en su locura, evitando que matara a más personas de las que ya había hecho. Después de matar trágicamente a sus propios hijos cuando la locura infundida por Hera se apoderó de él, Hércules consumido por la culpa aceptó realizar los doce trabajos impuestos por el rey como le aconsejó el oráculo de Delfos. Para evitar una nueva tragedia que le sumara aún más trabajos Atena lo noqueó cuando estaba a punto de matar a Anfitrión. Esto le impidió asesinar a su padre mortal.

Sin embargo, la diosa de la sabiduría terminó herida. Detener a un semidios con colosal fuerza no era sencillo. Incluso el dios Hades terminó tan herido por su pelea contra Hércules que se vio obligado a ir al Olimpo para sanar sus heridas.

—¿No regresarás al Olimpo para sanarte? —interrogó Hércules viendo con culpa las heridas en el cuerpo de su hermana.

—No lo necesito —respondió ella mientras avanzaba con algo de dificultad, pero soportando el dolor para no demostrar debilidad—. En mi santuario tengo un "elixir" especial que sirve para curarme en poco tiempo —afirmó pensando en la sangre de Prometeo—. Estaré como nueva en cuanto beba un poco y repose.

Hércules la observó curioso queriendo conocer el origen de dicho elixir que nadie en el Olimpo conocía. Pues según lo relatado por su padre, los dioses dependían de la cantidad de cosmos que se les brindara para poder sanar o el que acumularan. Como mucho podrían contar con la ayuda de Apolo, quien era dios de la medicina. Sin embargo, en ocasiones era demasiado caprichoso y en otras, embustero. Podía negarse a brindar atención médica si el dios en cuestión le caía mal, como fue el caso de Eros. Sin embargo, hasta donde tenía entendido, el dios del Sol adoraba a sus hermanas Artemisa y Atena. A ellas jamás les negó ayuda y siempre se le vio más que dispuesto a cuidar de ellas. ¿Existiría alguna razón en particular para no recurrir a su ayuda? Si deseaba descubrir qué era aquello que estaba siendo ocultado bajo sus narices y la razón de ello, era mejor comportarse de manera discreta. Decidió cambiar de tema por el momento para no mostrarse demasiado interesado.

—¿Es verdad que los inmortales exiliados residen ahora en tu santuario? —preguntó el semidios mientras avanzaban por aquel bosque que quedaba tan cerca del santuario.

—Así es —confirmó la diosa, pero conociendo de su amorío con piscis prefirió advertir—. Controla tus sentimientos de lujuria o podrías terminar causando problemas con mis mascotas.

—¿Lo dices por el estafador de dioses? —preguntó el héroe intuyendo por donde iba el asunto—. Ha resonado por todos los lugares del Olimpo cómo él atacó brutalmente e hirió de gravedad al dios del amor —justificó con sencillez.

Los dioses del amor en su intento por conseguir castigar a sagitario, no se dieron cuenta de cómo denigraron su propia imagen. Habían extendido sin quererlo una historia fantasiosa donde la fuerza del discípulo de los dioses del sol y la Luna era tal que consiguió dañar tanto a un dios que lo dejó malherido durante meses. Por obviedad, los gemelos no negaban esos rumores y presumían haber convertido a un mortal en un guerrero de altura. Atena conocía los rumores y prefirió dejarlos así. Tener una mascota peligrosa y domada era motivo de orgullo. Sólo le preocupaba lo que podría suceder cuando toda esa historia de fantasía fuese aclarada.

—En mi santuario hay ciertas reglas que seguir, nada de armas, mujeres ni peleas —enumeró la diosa de la guerra viéndolo con seriedad—. Puedes descansar aquí hasta que recuperes tus fuerzas, pero evita provocar a mis mascotas.

—Descuida, hermana —tranquilizó Hércules con una sonrisa—. Soy tu invitado y sería descortés causarle molestias a mi anfitriona y benefactora a lo largo de mi viaje de redención.

Ella no estaba del todo segura de que fuera a controlarse si veía a Adonis. Desconocía los detalles de su relación romántica, pero no le generaba interés. Mientras su medio hermano no hiciera algo tan estúpido para intentar montarse al santo venenoso todo estaría bien. Tampoco deseaba que comenzara una pelea con Pólux. Sabía que ellos no se caían del todo bien y en su estado actual no podría sanarlos. Además, tampoco, podía arriesgar a que sagitario expusiera las cualidades de su sangre ante ellos dos. De momento, era mejor seguir manteniéndolos en la ignorancia. Soltó un corto suspiro antes de reunir su cosmos para llamar a su pequeño ángel.

Sísifo estoy de regreso —anunció ella siendo ignorada la primera vez —. ¡Estúpido arquero distraído te estoy hablando! —gritó en su mente.

Estaba ocupado —se quejó usando su cosmos.

Seguro estabas dormido o robando dulces de la cocina —acusó ella rodando los ojos—. Necesito que hagas dos cosas por mí.

Apenas llegas y ya me estás dando órdenes —se quejó Sísifo.

Dile a Ganímedes que prepare a todos los dorados y aspirantes en el coliseo. Tenemos un invitado muy especial —instruyó la diosa de la guerra.

¿Y qué es lo segundo? —interrogó sagitario sintiendo algo extraño en el cosmos de Atena.

Ven a escoltarme. Estoy herida y no quiero que nadie se entere —confesó la deidad causando conmoción en el otro.

Voy enseguida.

Sísifo se dio prisa en colocarse su armadura y usando como ventaja sus alas voló hacia donde se encontraba entrenando a los aspirantes para avisarle de las órdenes de Atena. Tras eso y sin dar demasiadas explicaciones volvió a tomar vuelo rumbo a donde estaba la diosa. Su cosmos se había sentido algo débil y aun así... "Eres una estúpida. Estando herida al punto de que puedo sentirlo en tu cosmos ¿y aun pretendes verte orgullosa e indestructible? No existe diosa más orgullosa, terca y tonta que tú sin dudas". Pensó esforzándose en llegar en el menor tiempo posible.

CONTINUARÁ...

N/A: Aclaraciones

Monte Olimpo

Link: . /ciencia/conae/educacion-y-formacion-masiva/materiales-educativos/monte-olimpo-landsat-5-tm-26-de-julio-de-2007#:~:text=Para%20la%20mitolog%C3%ADa%20el%20Monte,era%20el%20lugar%20de%20reuni%C3%B3n.

Cerbero: /mitologia-ninos-hercules-las-manzanas-las-hesperides/

Versiones: wiki/Heracles

Según una de las versiones Hércules pidió de buena manera al Cerbero y se le fue dado sin problemas, pero invadieron su territorio y le ofendieron al liberar sus condenados Teseo y Pirítoo.

Link: wiki/Pir%C3%ADtoo

Por lo mismo elegí la versión en la que se enfrentan Hades y Hércules porque él y Atena invadieron su territorio y liberó a Teseo tras el intento de secuestro. Pienso que Hades está en su derecho de enojarse con ellos.

Y pese a saber que, en el inframundo, Hércules vio el fantasma de Medusa no la incluí porque el personaje aun no sale de mi historia. Eso será para después.

Atena y hercules: /la-diosa-atenea/