Cap 29: Discípulo personal

La diosa de la guerra y la sabiduría no compartía la carencia de visión del niño extranjero. Ella había sentido la bendición divina en el rubio desde el primer momento en que lo vio en la ciudad donde Sísifo se ganó su apodo de "ángel de Atena". En el breve tiempo en el cual ella y sagitario ayudaron a los damnificados, el invidente no mostró ninguna señal de acercarse o hablar con ella. Más allá de devolverle sus talismanes, no hubo otra interacción. Se extrañó un poco, pero le restó importancia. Volvió a cobrar relevancia cuando llegó como aspirante a santo de su orden. La antigua reina del Olimpo era una diosa sumamente sabia, astuta y poderosa, pero también se sabía de su fuerte sentido de la justicia. Su único y verdadero amor. A Atena le había resultado ofensivo que eligiera formar parte de la corte de Ares. Siendo ambos dioses de la guerra, ¿cómo se atrevía a ponerse del lado de ese perdedor? Pero esta era su oportunidad, por alguna razón de la que aún no estaba del todo segura, Temis envió a su mascota con ella y ahora tenía un nuevo santo dorado para ocupar el templo de la virgen.

—Hoy es un día glorioso —habló Shanti con la armadura dorada vistiendo su cuerpo—. Tienen el honor de presenciar el nacimiento del santo dorado que traerá la justicia al santuario y luego al mundo. ¡Regocíjense, pecadores! Serán salvados por la gracia de mi mano y la guía divina.

Los aspirantes claramente estaban sorprendidos e incrédulos. Miles y Talos habían intentado detener a Shanti cuando lo vieron caminando en dirección a la caja de pandora. Temían que siendo algo sagrado fuera rechazado de manera violenta o lo maldijera por el atrevimiento. Después de todo se trataba de algo prohibido para ellos. No obstante, cuando intentaron acercarse una fuerza invisible los detuvo en su sitio. Atena había estado frenándolos con su cosmos sin emitir ninguna palabra. Ella quería ver si la armadura le aceptaba a ese niño ciego, por lo cual impidió que se interrumpiera dicho momento. Desconcertados apenas lograron darse cuenta de que podían volver a moverse. Aunque la propia sorpresa los había dejado paralizados. Sus cuerpos, incluso libres del cosmos de la deidad, eran incapaces de dar siquiera un paso hacia adelante por la conmoción. Tibalt y Castor sintieron una gran impotencia por lo acontecido. Ellos habían ido muy bien en los entrenamientos de León, pero en cuanto al cosmos fue todo lo contrario. Mientras que aquel niño había pasado con facilidad por la prueba de acuario y reclamó sin problemas una armadura dorada como suya.

—¡Eres increíble, Shanti! —exclamó Giles viéndolo con fascinación.

—Naturalmente —concordó el invidente mientras sonreía orgulloso—. Después de todo soy la persona más cercana a... —Sin terminar su frase terminó cayendo al suelo estrellando su rostro contra el mismo.

—Cuidado, niño parece que tu ego no te deja ver por dónde vas —mencionó Pólux con burla dejando de discutir con Sísifo de momento.

—Ahora eres el más cercano al suelo —agregó sagitario riéndose por el espectáculo.

Tanto el aspirante de géminis como el ángel de Atena habían cesado de insultarse mutuamente cuando sintieron el cosmos de la armadura de virgo. Prestaron atención sin creerse lo que estaban viendo. Ellos tenían cierta ventaja cada uno por sus orígenes, pero ni así la habían tenido tan fácil. Pólux aun no conseguía reclamar la suya y Sísifo había besado el suelo la primera vez. Así que al ver al otro caer contra el suelo luego de semejante discurso lleno de arrogancia y superioridad, les había alegrado internamente. Rieron sin preocuparse de la imagen que estuvieran dando. Mientras Miles los miró mal por esa manera de actuar y se acercó hasta donde estaba el pequeño rubio esforzándose por levantarse. Sujetó uno de los brazos del menor y logró elevarlo unos centímetros en el aire.

—Hey, ¿te hiciste daño? —preguntó el ladrón viéndolo fijamente.

—¡No me toques, impuro! —ordenó Shanti con la voz quebrada, pero aun demostrando enojo e indignación.

—Bueno... —respondió Miles con dificultad antes de dejarlo caer de nuevo.

—¡Miles! —llamó Talos con regaño mientras se acercaba para sujetar al pequeño por la cintura para ponerlo de pie—. No lo dejes caer contra el suelo por rencores tontos. Se puede lastimar —advirtió preocupado.

—No lo hice a propósito —se defendió el de cabellos oscuros—. No tengo la fuerza para alzarlo solo, pesa demasiado —avisó mirando como el hombre más fuerte hacía su intento.

Talos tomó aire preparándose para levantarlo. Sin embargo, no consiguió moverlo mucho más de lo que había logrado Miles. Apenas consiguió unos cuantos segundos manteniéndolo suspendido en el aire antes de que volviera a caerse. Estaba horrorizado de estarlo lastimando más de lo que lo ayudaba. Sin tolerar ver sin hacer nada, Tibalt se acercó hasta donde los otros aspirantes intentaban socorrer al más joven.

—Intentémoslo entre los tres juntos —sugirió el príncipe mientras él sujetaba el brazo derecho de Shanti, Miles el izquierdo y Talos colocaba sus manos en su torso—. A la cuenta de tres, ¡Uno, dos...tres! —gritó dando la señal.

Los tres hombres usaron todas sus fuerzas para intentar moverlo, pero no hubo caso. Aunque lograron levantar la parte superior de su cuerpo volvió al suelo en breves momentos. Oyeron un quejido de dolor del niño y se asustaron por su integridad. Para su fortuna pronto una gran sombra les cubrió y el aire comenzó a tornarse frío. Los santos dorados de Leo y Acuario habían llegado. El guardián de la quinta casa sin perder el tiempo se acercó a Shanti con intención de hacer lo mismo que los otros habían pretendido. Se extrañó de que habiendo allí tres personas más que capaces de ayudarle no lo estuvieran haciendo; Atena sólo miraba como espectadora, el semidiós y su niño se estaban riendo. Frunció el ceño pensando en regañar a esos tres, pero primero... Acercó su mano hacia el nuevo dorado sorprendiéndose de que fuera uno de los más jóvenes de los aspirantes quien usaba una de las armaduras. Al momento de tocarla, ésta se desensambló del cuerpo de Shanti y volvió a armarse con la figura de una mujer de rodillas. No entendía por qué ocurrió eso, parecía como si la propia armadura no deseara ser tocada por él, pero dejaría eso para después.

—¿Estás bien? —preguntó León sujetando con suavidad sus hombros para que supiera que estaba ahí.

—¡No me toques! —gritó el niño mientras sollozaba sin darse cuenta—. Estoy perfectamente bien.

—Estás llorando y tu cara está toda rasguñada —mencionó el castaño mientras le hacía un gesto con la mano a Ganímedes para que se acercara a curarlo.

—Esto no es nada para mí. Soy... soy un elegido de los dioses —insistió con unos pequeños berridos producidos por su llanto inútilmente contenido.

El santo de hielo se acercó como se le indicó y se colocó de rodillas para estar a la altura de Shanti. El niño estaba sentado en el suelo con el rostro cubierto de lágrimas, tierra y un poco de sangre por los pequeños cortes que se hizo por las constantes caídas. Ni siquiera era capaz de defender su rostro porque los brazos le pesaban tanto que no pudo de moverlos ni para salvar su cara. Ganímedes le curó usando su cosmos, pero el menor seguía llorando en silencio siendo el único sonido que venía de él los mocos que sorbía con su propia nariz. Talos y Miles se acercaron suavemente queriendo evitar asustar al menor. El más alto apoyó su mano en la espalda del rubio dándole unos pequeños masajes con un movimiento circular intentando subirle el ánimo.

—Tranquilo, pequeño la armadura ya es tuya —dijo Miles queriendo mostrarle el lado bueno—. Aunque no te pudieras mover sigue siendo impresionante que abrieras esa caja en tu primer intento.

—Pero me caí —repitió apretando los labios haciendo un puchero.

—Y de qué forma —comentó burlón Pólux mientras miraba a su costado como Sísifo se tapaba la boca para encubrir su sonrisa.

El hijo de Zeus rápidamente frunció el ceño al darse cuenta de que se estaba riendo junto a su enemigo. No, eso no era posible. Debería estar insultándolo y manteniendo al estafador a raya, no riéndose junto con él de la caída del ciego. No pudo seguir martirizándose por sus pensamientos gracias a que León se acercó hasta ellos y les propinó un fuerte golpe en la cabeza a cada uno. Por supuesto que al semidiós le dio con mayor fuerza. Desde hacía mucho tiempo que deseaba golpearlo y al fin tenía una excusa válida para hacerlo. A su niño como de costumbre debía castigarlo por dejarse llevar por su propia arrogancia. Para él no era secreto el desprecio de sagitario por los dioses y todo aquel que les fuera devoto, pero debía aprender a medirse así mismo. En esos momentos él era el maestro de la clase y su deber era cuidar de sus alumnos, cosa en la que estaba fallando de manera estrepitosa. Suerte que ellos impartían clases de a dos dorados por vez.

—Sísifo se supone que eres el maestro en estos momentos —habló en tono serio mientras el menor agachaba la cabeza—. Tu deber es cuidar de los aspirantes a tu cargo. ¿Y qué me encuentro al llegar? Con que te estabas riendo mientras un frágil niño ciego estaba llorando.

—Yo lo siento. No volverá a pasar —se disculpó sagitario apenado por su error.

No había manera de contradecir esas palabras, pues eran la pura verdad. Él era el maestro y debió cuidar de lo que sucediera con los aspirantes. En vez de ello, tres aspirantes sin manejo del cosmos hicieron lo que a él le habría tomado sólo un poco de esfuerzo. Pólux se sobaba la zona golpeada ofendido de ser regañado por ese gato sarnoso, pero de momento no podía hacer nada en su contra. Con el estafador ni contaba. Era un auténtico niño cuando el santo de leo le regañaba.

—No es conmigo con quien te debes disculpar —aclaró con una mirada seria antes de darles una palmada en la espalda al semidios y su niño para empujarlos en dirección del ciego.

Aunque no lo dijeran en voz alta, al ver lo mal que estaba el pequeño rubio arrogante sí se sintieron culpables por reírse. Shanti siempre había actuado de manera independiente, seguro y hasta arrogante por lo cual era fácil olvidarse de su edad y su discapacidad. Muchas veces se les hacía difícil recordar que debían ser más solidarios con el pequeño. Pese a tener una apariencia que lo hacía lucir "de su edad", sagitario era plenamente consciente de la diferencia abismal entre ellos. En esos momentos agradecía no haber tenido hijos porque no se veía tratando con ellos. Carecía de la paciencia de Talos o León y aunque fuera un horrible defecto dada su verdadera edad: le gustaba ser consentido. Empero, no debía buscar excusas para su comportamiento. Así que se acercó hasta el rubio menor y le sujetó la mano para que supiera donde estaba.

—Lamento haberme reído de ti, Shanti —dijo Sísifo con algo de dificultad. Pese a sentirlo, también se sentía incómodo por soltar esas palabras que rara vez usaba con alguien que no fuera un dorado—. Seré más cuidadoso en el futuro dada tu condición.

—¡No me trates como a un inútil! —protestó el santo de virgo más enojado que antes—. A pesar de que yo sea ciego, puedo ver más allá de lo que tú puedes.

—Yo al menos te veo la cara —respondió automáticamente y sin pensar recibiendo un apretón de manos del otro.

—¡Sísifo! —regañó León al ver el rumbo de esa conversación.

—¡La diosa Temis me dio la importante misión de iluminarlos a todos! Comenzando contigo —explicó el invidente provocando una mueca de diversión en el rostro de sagitario quien estaba a punto de soltar a reírse de nuevo hasta que notó el temblor en la mano que nunca le soltó—. Si yo fallo... seré inútil —murmuró con claro temor en su voz—. Otra vez sucederá... —dijo en voz baja.

El antiguo estafador de dioses no sabía de qué estaba hablando. Desconocía lo que había pasado ese niño delante suyo, pero estaba seguro de que no la tuvo sencilla. Cuando lo conoció se estaban aprovechando de él, golpeándolo e intentando forzarlo a robar. Probablemente ese tipo de situaciones se repitieron varias veces. Quería preguntar sobre lo que le causaba miedo, pero estando delante de tantos aspirantes consideró prudente ser discreto. Si algún día el santo de virgo deseaba compartirle sus pensamientos o su pasado, lo oiría, pero en la comodidad y privacidad de su templo. Lo mismo que solía hacer con Ganímedes. Tomó aire buscando las palabras correctas para consolarlo. No sabía si funcionaría, pero debía intentarlo.

—No sé exactamente a qué te refieres con "iluminarme", pero si se trata de volverme un fanático religioso como tú, olvídalo —advirtió con seriedad sintiendo que iba a soltarle la mano, pero se lo impidió sujetándolo con firmeza sin hacerle daño—. Pero si se trata de no irme por un mal camino... debo confesar que descubrí que tengo consciencia gracias a que te conocí.

—¿En serio? —preguntó el invidente recibiendo un asentimiento con la cabeza.

Al darse cuenta de su propio gesto invisible para esos ojos cerrados Sísifo quiso golpearse así mismo.

—Sí, ese día fue la primera vez que usé mi armadura y en parte fue gracias a tu influencia —afirmó el azabache sonriendo a pesar de no ser visto por el menor.

—Fue la segunda vez —aclaró la diosa Atena con una sonrisa maliciosa—. La primera vez que te puse tu armadura te caíste al suelo de cara y te pusiste a llorar pidiendo que te cortara las alas.

—¿Para eso sí hablas? —preguntó el niño de ojos azules viéndola con molestia—. Estabas mucho mejor en silencio.

La diosa simplemente se encogió de hombros. Le gustaba mirar y evaluar cómo se desarrollaban las cosas entre la mascota de Temis y la suya. Guardar silencio a la espera de obtener información útil tuvo sus beneficios. Más o menos deducía las intenciones de la antigua diosa del Olimpo. Así que quería iluminar a su pequeño ángel, ¿siquiera sabía del carácter retorcido del estafador de dioses? Aunque debía reconocer que "luchar por la justicia" como sugirió Sísifo le trajo una gran fama, así como seguidores y nuevos devotos alzando templos en su honor y rezando por ella. Mientras le siguiera trayendo mortales dispuestos a adorarla como su única diosa podía seguirle el juego a Temis.

—Así que tú también besaste el suelo —afirmó Pólux viendo con superioridad a ambos niños—. Las armaduras doradas no son juguetes para mocosos como ustedes.

—¿Ah sí? ¿Por qué no te pones la de géminis si no tienes miedo de terminar en el suelo? —preguntó con desafío—. Shanti y yo ya demostramos que podemos usar las nuestras y en el futuro te apuesto a que dominará el cosmos mejor que tú, así como yo lo hago —presumió observando fijamente al gemelo mayor.

—Ya verás como se usa una armadura —prometió Pólux antes de mirar a su hermana por si tenía alguna objeción. Recibiendo sólo un gesto en dirección a su caja de pandora.

—Adelante —concedió permiso Atena curiosa de si sumara otro santo dorado ese día.

El hijo de Zeus caminó con gran confianza inflando su pecho manteniendo la frente en alto. Una sonrisa presumida surcó sus labios al estar tan cerca de su objetivo. Podría abandonar las estúpidas lecciones de parte de esos presumidos dorados. Los aspirantes observaron en silencio expectantes de lo que verían a continuación. Era un secreto a voces que esa armadura le pertenecía y nadie podría quitársela. Pólux alzó la mano y dejó fluir su cosmos antes de jalar la cadena liberando la armadura. Una luz dorada los cegó nuevamente, igual que hizo la de virgo antes de vestir al invidente. El semidiós esperó con los ojos cerrados ser vestido por su armadura, pero nada sucedió. Esperó un poco más hasta que oyó el grito de sorpresa de su gemelo y el posterior sonido de un golpe sordo en el suelo.

—¡Hermano, ayuda! —llamó Castor con la vestidura dorada sobre su cuerpo.

Debido a que aún no era capaz de usar el cosmos, era incapaz de moverse al igual que le sucedió a Shanti. El hijo de Zeus soltó un gruñido de molestia al ver eso y su malestar no hizo más que crecer cuando las estruendosas carcajadas de Sísifo retumbaron en sus oídos.

—¡Ni la armadura de la constelación que te hizo tu papi te quiere! —gritó el arquero antes de acercarse al oído del santo de virgo—. La armadura de géminis se fue con Castor, por si quieres reírte del idiota de Pólux. Es tu oportunidad —susurró tentativamente dispuesto a colaborar en las burlas hacia el presumido.

—Es obvio que si no lo vistió es porque no es digno —opinó Shanti recuperando un poco de su aire arrogante normal.

—Yo fui el que abrió la caja, ¿acaso estás ciego? —preguntó Pólux sin pararse a pensar en sus palabras.

—Idiota —dijeron virgo y sagitario haciéndolo enrojecer por la vergüenza y la ira.

—¡Como sea! —exclamó Pólux acercándose a levantar a su hermano ayudando a León en dicha tarea—. Esto es un error, Atena. Esa armadura es mía, ¿Por qué está sobre mi hermano?

—A ambos los considera dignos —contestó su hermana con desinterés. A ella le daba igual si eran uno o dos santos usando la misma armadura mientras cumplieran sus expectativas.

—¿Cómo es eso posible? —interrogó Castor sin poder creer que también se le permitiera eso.

Había previsto que su hermano mayor le compartiría su armadura, así como todo lo demás, pero esperaba que fuera más un préstamo. No obstante, había sido el primero en usarla y eso le dio una gran satisfacción. Por primera vez en su vida no era la segunda opción, no era el que obtenía sobras o se le veía "de paso" por estar a la sombra de Pólux. La sensación de ser elegido antes que su hermano mayor fue suficiente para olvidar el dolor que experimentó durante la caída. Aunque ahora entendía a lo que se refería el santo de acuario cuando les estaba enseñando sobre repeler su cosmos usando el propio con todo su cuerpo. El ropaje de santo pesaba demasiado, pero supuso que la razón de que los dorados lo usaran cual túnicas era precisamente su cosmos. Ahora se sentía más motivado por aprender aquella habilidad. Si la armadura no lo rechazó, era posible que él también tuviera lo necesario para ser un caballero de Atena.

—Ya se los dije, ambos son dignos —respondió la diosa viéndolo al fin estar de pie—. Sin embargo, sólo uno de ustedes puede ser el "oficial", por lo cual tendremos que elegir.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó el hijo de Zeus con ansiedad—. Me niego a enfrentarme a mi hermano por la armadura. Prefiero regalársela antes que dañarlo por obtenerla —declaró con seguridad.

Castor agradecía los buenos sentimientos de su hermano, pero no dejaba de sentirse subestimado. Lo trataba con mayor delicadeza que a las doncellas que compartieron su lecho. Él también era un guerrero. Su fuerza no era demasiado baja, sólo no sabía manejar el cosmos, pero sólo por ese detalle, su gemelo jamás lo vería como un igual, siempre sería al que debe cuidar por ser mortal. Sísifo y los demás estaban algo sorprendidos de ver al arrogante semidios hacer ese tipo de ofrecimiento por su familiar. "Así que sí tienes corazón". Pensó sagitario con una sonrisa divertida captada por los ojos del santo de géminis. Pólux lo vio con fastidio, pero recordaba claramente la humillación que experimentó por su culpa y que tenía listo su plan para hacerlo pagar.

—Pero enfrentarte a los demás aspirantes sería injusto por tu poder divino —mencionó Atena viendo con tranquilidad la situación.

—¿Qué tal que uno de tus dorados me tome como su discípulo personal? Llegado el momento podemos tener una pelea de exhibición como la de leo y sagitario para determinar si soy digno de ser caballero —propuso Pólux esperando que su hermana le diera la razón.

Al verla meditarlo, dirigió una mirada hacia el estafador de dioses para que le apoyara en su idea. Si él lo decía seguramente su hermana no se negaría. Además, si ese malcriado quería que su secreto siguiera a salvo le convenía obedecer para pagar su deuda. Sísifo leyó claramente sus intenciones. Recordaba los detalles de su chantaje. Esas ridículas demandas y por un segundo creyó que todo quedaría en la nada debido a lo acontecido, pero la suerte le sonreía. Fingió un rostro contrariado y hasta se mordió el labio inferior queriendo expresar ansiedad e indecisión, cosa que funcionó. El semidios creía que estaba forzándolo y lo demostraba con una mirada de superioridad.

—Yo puedo enseñarle —dijo escuetamente sonando hasta tímido.

A Ganímedes ese tono de voz le resultó desconocido y de inmediato se extrañó. Esperaba oírlo hacer un berrinche y negarse a tomarlo como aprendiz. O en caso contrario, que aceptara la propuesta con amenazas sobre hacerlo sufrir mucho y hasta humillarlo. Verlo actuar como una doncella nerviosa de quedar a solas con la persona que le gustaba le hizo pensar que algo iba mal ahí. ¿Acaso se gustaban? No, no, eso era imposible, pero... Pólux miró a sagitario antes de proponer tener un maestro y no dejaron de darse miradas y sonrisas antes de esa aceptación. ¿Era en serio? Y no era el único con ese pensamiento. León se estaba convenciendo así mismo de que todo eso debía formar parte del plan de su niño. Quería creer que todo eso era por la venganza que tenía en mente. Pero ¡¿No podía vengarse de otra manera?! Fuera lo que fuera lo que quisiera hacerle a ese pollito, no necesitaba dedicarle miradas coquetas y sonrisitas tímidas.

—De acuerdo, Pólux serás aprendiz de sagitario, Castor a ti te enseñara acuario —afirmó la diosa Atena—. Aun no me fio de las explicaciones de Sísifo —admitió sabiendo que le era difícil hacerse entender especialmente cuando se trataba de cosmos que era para colmo donde más necesitaba ayuda.

Sagitario estaba regocijándose por dentro a causa de lo que le esperaba a ese estúpido pollito por desafiarlo. A él ni siquiera los dioses le decían qué hacer, menos aún un semidiós. Controló con esfuerzo sus ganas de reírse allí mismo de sólo imaginar la cara que pondría el rubio cuando se destapara su treta. Para su suerte, tuvo una buena excusa para largarse de allí antes de auto sabotearse. Adonis había llegado cargando las flores blancas que purificaban el aire a su alrededor. Ya era hora de que impartiera su clase. El arquero miró de reojo buscando a acuario corroborando su presencia para asistir al otro. Eso quería decir que estaba libre para ir a jugar con Caesar.

—¡Al fin terminó la clase! —exclamó Sísifo alzando los brazos al aire.

—Eres el maestro —mencionó piscis sonriéndole al pasar.

—Sí, pero quiero ir a jugar con el gatito —dijo emocionado el niño de cabellos oscuros.

—Es un león y no jugarás con él hasta que esté domesticado —advirtió su padre con seriedad.

—Pero si es tan lindo —protestó el menor con un puchero—. Además, si me lastimo me curarás, ¿verdad, Adonis? —cuestionó poniéndole ojitos de cachorro.

—¡No le des el gusto! —ordenó acuario interviniendo—. Deja de perder tu tiempo con él y comienza tu clase o el efecto de tus flores se desperdiciará.

—Tienes razón —aceptó el ex amante de Afrodita soltando un suspiro.

—Entonces hablaremos después —consoló Sísifo regalándole una sonrisa—. Tengo muchas cosas que contarte y no quiero que el chismoso —dijo con sus ojos en dirección a acuario—, se me adelante.

—Hablaremos luego —aceptó el santo de las rosas.

El arconte del centauro asintió con la cabeza antes de observar cómo Atena se había desaparecido. "Como desearía hacer eso cuando me aburro". Pensó con envidia. Ella llegó, hizo lo que quiso y se desvaneció en el aire. Se alejó ignorando las advertencias de su padre y corrió en busca del cachorro de León siendo seguido por su padre. El castaño ya sabía lo inútil que era usar las palabras con su niño por lo cual tocaba aplicar la fuerza bruta hasta que tanto el felino como el arquero entendieran a cuando hacer caso a sus "no". Mientras tanto se habían quedado el santo de piscis y acuario al mando de la clase. El santo de las rosas, a sabiendas del poco tiempo del que disponía con sus flores comenzó explicando sobre la diferencia entre hierbas venenosas y las curativas. Cuando sus flores empezaron a teñirse de color rojo, propuso una pequeña prueba a modo de diagnóstico y los envió en busca de hierbas para clasificarlas.

—Su tarea es ir en busca de plantas que sean comestibles o con propiedades curativas —instruyó a sus discípulos viendo con preocupación sus flores—. Iré a buscar más flores blancas mientras completan la tarea y deben cumplir con lo pedido o Ganímedes los castigará —amenazó dejando a su compañero a cargo.

El santo de acuario se encargaba de vigilar a todos y les congelaba si llegaban a intentar holgazanear. Por eso mismo, a Miles le resultó difícil escapar de su mirada, pero no imposible. No por nada era un ladrón. Hacer su negocio delante de todos y escapar era su pan de cada día en las calles. Quería una oportunidad para hablar con el bello santo del último templo, pero aún no se había dado el caso. Con todos dispersos en el bosque cumpliendo la tarea sólo era cuestión de esperar el regreso del bello Adonis. Era tan difícil verlo e incluso más hablarle por culpa de aquel veneno, pero debía intentar. Nada perdía con declararle su interés. Se ocultó detrás de unos árboles por si acaso Ganímedes aparecía por allí a reñirlo por no hacer lo ordenado y sólo salió cuando el rubio se acercó caminando con las nuevas flores blancas.

—Disculpe, maestro —llamó saliendo de improviso de su escondite logrando sobresaltar al otro por lo repentina de su aparición.

—¿Se te ofrece algo? —cuestionó el rubio viendo una flor en las manos del contrario—. Oh ya veo, encontraste una planta, pero esa es venenosa en la raíz —advirtió viendo que la estaba sosteniendo con la palma fuertemente apretada.

—¡¿Qué es qué?! —exclamó Miles alarmado mientras se miraba la piel rojiza en donde había tenido sujeta esa flor.

—Déjame ver tu mano —pidió piscis esperando que el otro enseñara su palma.

Sin decir nada acercó la suya sin llegar a tocarlo y utilizando su cosmos comenzó a neutralizar el veneno de esa raíz. El ladrón se sentía demasiado abochornado por su descuido. Por poco le dio una planta venenosa como regalo. ¡Maldición! ¿Cuánta mala suerte podía tener en un momento así de importante? Sin embargo, el lado amable es que tenía una excusa para hablarle sin levantar sospechas. Aunque no fuera lo que planteó originalmente en su mente, seguía siendo una buena oportunidad para expresarle su sentir. El santo de acuario no le había respondido a su declaración y de momento todo el tiempo rechazaba sus halagos y coqueteos. Tal vez el santo de piscis le diera una oportunidad. Sólo eso pedía. Qué le dejaran demostrar cuanto valía y lo bueno que podía ser como pareja. Tal vez a simple vista no fuera la gran cosa, pero si le correspondía alguno de ellos, sería el mejor novio de todos los tiempos. Mientras él divagaba en sus pensamientos reuniendo valor para declararse, Adonis retiró la mano tras terminar de darle el cuidado primario a esa inofensiva herida.

—Listo —avisó el rubio sonriendo amablemente—. Aunque el veneno sólo cause comezón y un ligero ardor no es bueno exponerse. Si te rascas demasiado podría infectarse y volverse un problema a futuro —explicó notando que no se le estaba prestando atención—. ¿Me estás escuchando? —cuestionó sonando un poco más serio.

—¡Me gustas mucho! —exclamó Miles elevando la voz mientras sus oscuros ojos se clavaban en los contrarios—. Desde la primera vez que te vi me pareciste muy hermoso y elegante y quisiera pedirte que me dejes cortejarte —finalizó su discurso con el corazón latiendo a toda prisa.

Las cosas no habían salido como esperaba. Habría deseado presentarse como los Erastes, con grandes y caros regalos, pero había varios problemas para eso. En primera, él era muy pobre. En segunda, en el santuario no había mucho que pudiera conseguir para regalar que no fueran flores silvestres que le parecieran bonitas. Y, por último, la planta silvestre que encontró agradable a la vista resultó ser venenosa. Quería algo de tiempo para volverse caballero y conseguirle algo digno de su belleza; oro, pieles, telas o animales exóticos como hizo Apolo en su cortejo. Se quedó en un estado de mutismo esperando la respuesta del rubio. Éste por su parte estaba indignado por aquellas palabras. Otro al que sólo le gustaba su apariencia hermosa y pretendía seducirlo por razones tan superfluas. Se sentía enojado. Aun siendo un caballero dorado y el encargado de curarlos a todos, su valía volvía a reducirse a ser una cara bonita. Apretó con su mano las rosas blancas con las que purificaba el aire a su alrededor antes de responder.

—Mi sangre es venenosa. Tocarme es peligroso —dijo Adonis con una voz gélida mientras comenzaba a alejarse—. Cortejarme es una pérdida de tiempo porque nunca podrás llevarme a tu lecho. Morirías al primer roce. Olvídate de mí y nunca vuelvas a decirme una estupidez semejante —ordenó caminando más rápido dándole la espalda.

—Yo no quería decir eso. No me confesé ante ti buscando sólo placer carnal —intentó justificar Miles corriendo hacia él sujetando su brazo a pesar de saber lo del veneno.

—Lo nuestro nunca podría ser —advirtió soltándose con fuerza viendo como el veneno estaba provocando al aspirante caer en un estado de inconsciencia—. Sólo deseas mi cuerpo y nunca podrás tenerlo.

El de cabellos oscuros deseaba contradecir esa última frase, pero no lo consiguió. Terminó de desmayarse antes de poder aclarar aquel malentendido sobre su confesión. Para cuando despertó era hora de la cena y se encontraba en los dormitorios de los aspirantes. Según le contaron, Talos lo cargó hasta allí luego de desmayarse. Se quiso jalar el cabello con rabia y frustración. Se había confesado dos veces ese día y ninguno le había querido corresponder. Soltó un largo suspiro pensando de manera envidiosa en los erastes que conoció. Todos ellos eran poco agraciados, crueles y hasta asquerosos, pero tenían riquezas. Con eso todo cambiaba. Cuando se tenía estatus y riquezas todos querían estar contigo. "No, no, los santos no son así". Pensó Miles negando con la cabeza. Se negaba a imaginar que esas bellezas vendieran sus cuerpos a cambio de alguna remuneración. "Aunque el ángel de Atena le dijo ramera a Ganímedes". Meditó sin entender el motivo del apodo.

—No puedo dejar que crea que sólo me gusta por su cuerpo —pensó en voz alta.

No obstante, decirlo fue más fácil que hacerlo. En los días siguientes, intentó buscar un momento para hablar con el santo de piscis, fallando miserablemente. En primera pensó en hablarle a las mañanas sabiendo que el otro corría antes que todos ellos. Mas, la cama era demasiado seductora, especialmente por su ajetreada agenda. Se levantaban al amanecer, corrían, desayunaban e iban con acuario para su lección de cosmos en el agua helada. Tomaba su almuerzo, iban con Sísifo que se sentía como un descanso, antes de que les tocara memorizar un sinfín de nombres de plantas, hierbas y flores. El santo de piscis siempre era escueto, directo y nada más cambiar el color de sus rosas se iba. Puede que siempre fuera algo descarado, pero ni siquiera él se atrevía a hablar sobre esa confesión delante de todos los aspirantes. Era un asunto privado entre ellos dos. Además, sentía que lo evitaba a propósito. Quizás fuera su imaginación, pero sentía que a los ojos del bello joven él era como uno de esos viejos verdes que tanto asco le causaban. Podía aceptar ser rechazado, pero no ser odiado por una confesión de su sentir. Quería que al menos le permitiera cortejarlo de manera adecuada antes de tomar una decisión.

Con esa convicción se escapó de la clase de Ganímedes y subió por las escaleras de piedra cruzando por los vacíos templos. Sabía que a pesar de que Shanti ahora ocupaba la casa de Virgo éste tenía que asistir a las lecciones junto a los demás aspirantes para seguir mejorando su cosmos. Quien le seguía de cerca sus avances era León si no se equivocaba. Después de todo, Ganímedes tenía como discípulo personal a Castor y Sísifo a Pólux. Si sus cálculos no le fallaban todos los templos estaría libres excepto el de piscis. Mientras Adonis estuviera allí nada más le importaba. Empero, no contaba con que al llegar a la casa de sagitario terminaría atrapado en una red hecha de sogas. No tenía idea de cómo terminó colgado del techo, sólo sabía que pisó una baldosa algo floja y al siguiente momento estaba con sus pies en dirección al techo y su cabeza hacia el suelo.

—¿Es en serio? —protestó al verse capturado como un animal salvaje—. Ninguna de las casas anteriores tenía trampas, ¿por qué está sí? —preguntó con frustración mientras se sacudía intentando liberarse—. ¡Y justo cuando me faltaba tan poco! —gritó con furia—. ¡Auxilio! ¡Sísifo! —llamó a todo pulmón sin que nadie apareciera—. Estúpido ángel deficiente —insultó luego de estar durante quien sabía cuánto tiempo llamándolo.

—Oye, ¿yo qué te hice para que me insultes en mi casa? —preguntó el aludido mirándolo con enojo.

En ese momento Miles buscó con la mirada a sagitario, notando que tenía una bandeja con comida en sus manos. Probablemente estaba camino a llevárselo a Adonis. ¡Claro! ¿Cómo pudo ser tan torpe de olvidarse ese detalle? Los dorados siempre buscaban la comida en el comedor y le llevaban su ración a piscis, era normal toparse con uno de ellos en ese horario en específico. ¡Momento! ¿Hace tanto tiempo estaba colgado?

—¡Bájame! —pidió el aspirante desesperado y ya bastante entumido.

—A mí no me des órdenes y menos en mi casa —respondió Sísifo con el mentón en alto.

¿Quién demonios se creía para venir a decirle qué hacer? Además, ¿a dónde se dirigía exactamente y con qué intenciones? Hasta ahora todos los aspirantes habían respetado correctamente que nadie podía cruzar por sus templos sin permiso. Es más, entre los dorados eran respetuosos al pasar por la casa del otro y aunque fuera un fastidio a veces, procuraban anunciar su llegada y salida. En su caso particular, si no lo hacían tenían que lidiar con sus trampas. No le gustaba que pasaran por su templo mientras no estaba presente. Y viendo a ese intruso con mayor razón. Miles intentó tranquilizarse y pensar en cómo salir del problema. Seguramente seria duramente castigado por saltarse la clase de Ganímedes y por ofender al ángel de Atena invadiendo su casa. Sin más opciones, soltó un suspiro y decidió disculparse.

—Lamento haberme metido a tu casa, es que quería ir a ver a Adonis —confesó avergonzado por estarse justificando ante un niño e indirectamente enredarlo en sus líos amorosos.

—¿Qué quieres con él? —interrogó el arquero de manera seria dejando sobre la mesa la bandeja de comida para sujetar en su lugar su arco y flecha—. Dependiendo de lo que digas puedes terminar lleno de agujeros —amenazó con una flecha lista para ser disparada.

—¡Quiero disculparme! ¡Quiero pedirle perdón te lo juro! —gritó viendo con horror como tensaba la cuerda del arco y la flecha salía en su dirección.

Cerró los ojos preparándose para lo peor antes de sentir como su cuerpo se precipitaba contra el suelo. Aun enredado en las cuerdas, miró a su alrededor dándose cuenta de que la flecha sólo cortó el soporte principal de la trampa haciéndolo caer. El guardián de esa casa se le acercó de manera amenazante para ser un niño tan pequeño. Se agachó a su altura y le sujetó del cabello acercándolo a su propio rostro hasta quedar con sus frentes unidas.

—Quizás no te lo han dicho, pero yo fui discípulo de Apolo y cómo tal tengo la habilidad de saber si las personas mienten con sólo sentir su cosmos —mintió Sísifo de manera hábil a sabiendas de que el aspirante no podría corroborar la verdad de sus palabras—. Te daré la oportunidad de confesar por las buenas qué le hiciste a mi amigo como para que quieras disculparte. Miénteme y te llevaré directamente al inframundo de la manera más dolorosa posible.

Le había preocupado en demasía que mencionara pedir perdón a Adonis. Lo primero que pensó fue en mandárselo a Hades con una sola flecha, pero quería saber qué hizo primero. Tal vez no era tan grave, pero si lo era no viviría mucho más.

—Yo le confesé que me gusta —admitió Miles aterrorizado de ser asesinado de manera tan brutal—. Le dije de mis sentimientos por él, pero creo que está enojado.

—¿Qué le dijiste? —preguntó sagitario liberando sus cabellos de su agarre para separarse a oírlo mejor.

Si sólo era un lío amoroso no se metería, pero le daba curiosidad qué sucedió allí. Además, si el idiota de Adonis andaba metiéndose en su vida romántica por lo de Eros, lo justo era pagarle con la misma moneda.

—Le dije que es muy hermoso y elegante —confesó Miles sentándose cruzado de piernas en el suelo—. No entiendo qué hice mal.

"Ah con que eso era. Hasta suena aburrido la verdad, pero supongo que se ve bastante miserable creyéndose odiado. Mmm si no me equivocó esta es la ramera que salió cortado por defender a Giles y otros niños. Mierda, tampoco puedo ignorar que ayudó a mi amigo cuando estuvo en peligro".

—Escucha —pidió sagitario captando la atención del otro—. Los dorados tienen una vida romántica complicada. Por ejemplo, León es viudo y perdió no sólo a su esposa sino también a su hijo.

—Pero tú...

—Soy su hijo adoptivo —aclaró intuyendo lo que podría decir—. Ganímedes tuvo una relación abusiva con un tipo que jugó con él, lo alejó de su familia y que, si algún día me topo, asesinaré —juró con seriedad—. Y Adonis tiene el problema de que todos sólo quieren llevárselo a la cama, disfrutar de su cuerpo y botarlo como basura. Teniendo veneno nunca podrás tocarlo. No pierdas tu tiempo enamorándolo y creándole ilusiones sólo para después dejarlo cuando te aburras de no poder tocarlo —aconsejó preocupado por su amigo—. Es lo mejor para ambos.

—¡No me gusta sólo por eso! —gritó Miles ofendido de que lo tratara como un viejo verde—. En verdad me gusta, es muy amable y siempre tiene esa dulce sonrisa que me hace sentir que nada puede salir mal. Además, su cosmos es cálido y se siente como si los rayos del sol te acariciaran. En verdad, se ve como alguien interesante. Quiero saber más de él y que también me conozca, pero necesito una oportunidad. Sólo eso pido —suplicó desesperado por estar exponiendo sus sentimientos—. Si luego no quiere saber nada de mí está bien, pero al menos quiero arriesgarme y probar si tenemos alguna posibilidad.

—Iugh qué cursi —dijo Sísifo buscando la bandeja de comida.

—Son mis sentimientos —reclamó el ladrón ofendido por el comentario.

—Vamos —ordenó sagitario de manera neutral comenzando a caminar.

—¿Qué? ¿A dónde? —cuestionó el mayor alcanzándolo con sólo unos cuantos pasos largos.

—¿A dónde más? A la casa de piscis —respondió el arquero viéndolo con burla—. No es a mí al que debes empalagar con esas palabras —dijo con una sonrisa algo burlona—. Si voy contigo te dará la oportunidad de hablar, lo que suceda después será cosa tuya, pero mi amenaza sigue en pie. Lastímalo y desearas la muerte.

Miles asintió enérgicamente dando gracias de poder hablar nuevamente con el bello rubio. Haría las cosas bien esta vez. Y más le valía hacerlo o hasta allí llegaría su vida.

CONTINUARÁ...