Capítulo 2
Detrás de las sombras
El frío era caro, así que a Nami le encantaba el calor, nunca había que gastar mucho dinero en alojamiento y ropa cuando el clima era cálido. Aunque el primer día en la isla de Dawn empezó a cuestionarse sus propios gustos.
El calor nunca le había resultado agobiante cuando viajaba sola de aquí para allá cartografiando islas y robando a piratas, pero los brazos de Luffy eran calurosos y él una persona muy pegajosa. A Nami le resultaba extraño e incómodo aquel tipo de acercamientos, pero no podía reprocharselo, el muchacho hablaba más con gestos que con palabras y aquellos toques y agarres parecían nacer de él de forma natural.
Aquella reciente amistad que ella había aceptado sin saber el motivo y que ahora achacaba a la idea de usar a Luffy para cartografiar más rápido la isla, le resultaba bastante extraña. El primer día se había colgado de ella mientras iban de aquí para allá y él le enseñaba los sitios de interés de su pueblo, que habían resultado ser: el nido de un pájaro que acababa de poner huevos, la casa del alcalde, que los había echado entre voces en cuanto vio como Luffy rompía una de las macetas de la puerta de entrada y el bar de Makino, una mujer muy simpática que había observado preocupada sus heridas de la cara y le había ofrecido un vaso de zumo mientras Luffy terminaba con las existencias de leche del local.
Nami acarició durante un rato, nerviosa, las tristes monedas que rodaban por el bolsillo interior de su falda, que apenas se rozaban entre ellas. Pero Makino los había invitado a los dos con gesto maternal a la orden de Luffy de apuntar la factura de ambos a su cuenta del tesoro.
Aquella noche se despidieron antes de la hora de la cena después de haber pasado la tarde recorriendo la costa. Luffy había hecho dibujos sobre peces, sirenas extrañas y mandarinas en cuanto ella le comentó que le gustaban. Para reponer el tiempo perdido con Luffy, se obligó a quedarse hasta bien entrada la madrugada dibujando dos o tres calas de los alrededores que por culpa de los juegos y las risas del muchacho habían quedado en blanco en el mapa.
El segundo día no había sido mucho más fructífero. Nami se levantó con los huesos doloridos por la dureza de la rama en la que se había hecho el refugio y la cara hinchada debido al frío de la noche, que pasó rápido para transformarse en un calor agobiante.
Los dedos mal curados se le habían hinchado tanto que le costaba sostener la pluma, aunque se obligó a ello para seguir dibujando.
Luffy llegó con su nombre rizado en la lengua y una sonrisa que prometía más juegos y risas. Nami empezó a agobiarse a medio día en cuanto vio las pocas líneas que llevaba escritas en una hoja casi en blanco.
Los dientes de Arlong se mezclaron con el dolor de tripa de medio día, los nervios le daban hambre y con las pocas monedas que tenía solo se podía permitir una comida al día. A ella le gustaba comer por la noche, cuando sabía que nadie juzgaría su bote de lentejas a medias ni los mordiscos largos sobre las diminutas legumbres. Los mordiscos le ayudaban a conocer el estado real de los dientes sueltos.
—Nami, Nami, Nami, Nami…
La voz de Luffy le hizo apretar el lápiz que sujetaba entre los dedos mientras observaban el cabo al que el chico le había llevado. Las aspas de los molinos giraban cerca, pero lo bastante lejos como para que el eco de su nombre solo se topase con ella.
—Nami, Nami, Na…
Luffy se calló de golpe cuando la chica lo confrontó. La piel le ardía y los oídos le pitaban por el coraje que le daba que le interrumpiera de esa manera mientras trabajaba.
—¿Qué? —apenas levantó la voz, pero el tono fue suficiente para que Luffy guardase silencio durante más de dos segundos.
—¿No tienes hambre? No has comido nada desde que te has levantado y mi barriga ya ha empezado a temblar.
La furia se calmó en un instante. Le resultaba extraño que alguien le hablase sobre sus hábitos. Era cierto que, cuando estaba en Cocoyashi, Nojiko solía regañarle cuando se saltaba comidas o bajaba de peso, pero pasaba tan poco tiempo en casa últimamente que su hermana apenas podía echarle la bronca. La verdad era que no se había traído mucho dinero y no sabía cuánto tiempo iba a quedarse en la isla de Dawn, así que necesitaba ahorrar. No podía gastar más de lo que sacaría de aquel viaje sin beneficios. Allí no había piratas a los que asaltar.
—No tengo hambre, si quieres vete tú a comer y me dejas trabajar tranquila.
Él torció la boca, enfurruñado. Renuente, se colgó del brazo de Nami y la miró con ojos de cordero, suplicante.
—Ayer no viniste conmigo a comer y los amigos comen juntos. Además, Ace me está esperando, se supone que íbamos a comer con Makino.
Nami entornó la cabeza para transmitirle en una mirada toda la exasperación que era incapaz de expresar en palabras.
—Luffy, apenas nos conocemos, no voy a ir con la gente que te conoce a ti y que ha quedado a comer contigo, no conmigo.
Él refunfuñó entre dientes, colgado de su brazo. Una sensación hormigueante se le empezaba a extender por las extremidades debido al peso extraño que soportaba y ella se preguntó si Luffy se cansaría en algún momento de tocarla, o si sentiría asco cuando Nami empezase a sudar.
—Pero somos amigos.
—¡Desde hace dos días! No sé quién es Ace. Probablemente Makino y él se enfadarán cuando te vean llegar conmigo.
—¿Por qué se enfadarían por comer con mi amiga? Eres un poco rara, Nami.
La extraña lógica del chico le hizo resoplar mientras se desprendía de su agarre. Le estaba empezando a marear el hecho de que aquel extraño la tratase como si llevasen toda la vida conociéndose. Ella siempre caminaba de puntillas entre la gente y Luffy arrasaba con su filosofía a pisotones.
—¡El raro eres tú!
Él entrecerró los ojos y Nami sintió borbotones de calor en las mejillas, ofendida ante la evidente duda en el rostro de su nuevo amigo.
—Bueno, pero vamos ya a comer, ¿no? No es divertido jugar a los mapas cuando me duele la barriga.
Ella bufó.
—No tengo hambre.
Para desgracia de Nami el estómago la traicionó con un rugido tan alto que provocó la escandalosa risa de Luffy.
—Anda, vamos a comer que Makino hace una comida riquísima. Seguro que Ace está ya enfadado porque no estoy allí. Se pone como un demonio cuando llego tarde.
Al comentario de Luffy le siguió un escalofrío para enmarcar lo que decía mientras la arrastraba del brazo en dirección a los molinos de viento.
Nami sabía desde un principio que aquello de la amistad no era una buena idea. A Luffy lo necesitaba para cartografiar la isla con rapidez, así que si le iba a hacer perder el tiempo era mejor que acabase con aquel teatro cuanto antes, y por lo que sabía, no le estaba ayudando, solo la retrasaba con el trabajo. Ella no tenía amigos, no quería amigos, ni los necesitaba. No tenía que haberlo dejado seguir hablando en cuanto lo vio subido en el árbol con las manos sobre sus cosas. Tenía que haber sabido que le traería problemas.
El diminuto peso de las monedas en el bolsillo le hizo anclar los pies a tierra. Las mejillas se le calentaron por la vergüenza de aquel peso tan nimio y un apetito tan grande.
—¡Qué no tengo hambre! —el estómago la contradijo de nuevo.
Luffy volvió a tirar de ella hacía los molinos.
—La barriga no habla cuando está llena.
—Pues la mía es muy parlanchina.
Él entrecerró los ojos frente a la mentira mientras los dos luchaban por ir en una dirección diferente.
—¿Por qué quieres pasar hambre?
—¡Qué no tengo hambre!
Otro rugido interrumpió la conversación.
—Mentirosa.
—Pesado.
Nami, hambrienta y hastiada, terminó por explotar, rebasada por las emociones.
—¡Déjame en paz, tengo que seguir trabajando y no tengo hambre! Vete a comer con tu familia, yo me quedo.
El enfado iba creciendo en su pecho en forma de nube y cuanto más grande se volviera más rayos soltaría. Luffy, frente a ella, también parecía crecer de tamaño conforme pasaban los segundos inmóviles, uno frente a otro, determinados a seguir en su posición.
Al final fue ella la que tuvo que apartar la mirada, incapaz de sostener el peso del reproche de aquellos grandes ojos. Se sentó de piernas cruzadas en el suelo, con el papel sobre las rodillas y el lápiz aprisionado entre los dedos. El pelo le cubrió los ojos, a la espera de que aquella cortina la separase del adolescente que la observaba atormentado, apostado a su derecha.
—Mi hermano me espera.
Ella asintió mientras trazaba una línea excesivamente recta sobre la forma del cabo.
—Vale.
—Volveré luego aquí.
—Vale.
El silencio volvió a reinar un rato.
—¿Te vas a ir o me esperas para seguir?
Nami se obligó a abrir la boca y hablar. Las mentiras se enroscaban a su lengua como el azúcar, siempre habían sido sus aliadas.
—No, aquí nos encontramos.
El entusiasmo del chico le escoció en la nuca mientras él saltaba y reía, pero no pensaba echarse atrás, no ahora. Un error más en su trabajo para Arlong y las consecuencias serían brutales, no podía permitirse más encierros, las palizas eran pasables, pero no el tiempo perdido. Y Nami sabía que había hecho cosas mucho peores que mentir a un niño.
—Pues luego nos vemos, te traeré algo de comer y podrás conocer a Ace. Ya verás, es un poco cascarrabias, seguro que te cae muy bien.
—Luego nos vemos —confirmó ella con una sonrisa.
No le gustaban las despedidas tristes y si el niño iba a olvidarla pronto, prefería que su último recuerdo fuese alegre.
Luffy le devolvió la sonrisa con entusiasmo, en sus dientes se reflejó la ilusión por el próximo reencuentro. Para cuando desapareció tras la colina, Nami ya se había puesto en pie. Echó a andar en dirección contraría sin dirigir la mirada atrás ni una sola vez.
Había sido entretenido aquel sueño de verano. Ser amiga de un niño y correr por la playa mientras Luffy reía y Nami, por unos segundos, olvidaba los problemas. Pero no había sido más que eso, un estúpido e infantil sueño de verano.
