Capítulo 4

Cosa de familia

Nami procuraba dejar los sueños encerrados en las noches, la esperanza no hacía daño una vez que estaba dormida. Odiaba dejarse llevar por los sueños, cuando lo hacía solía ver los ojos de su madre, la sonrisa, escuchaba elogios rodeados de sombras y se pasaba los días cabizbaja, pensando en lo que podría haber sido y nunca fue. Soñar era una debilidad que Nami no se podía permitir.

Luffy se alimentaba de sueños. Y tal era su hambre de ellos que a Nami se le olvidó recordar que ella los temía. Luffy veía las olas y pensaba en navegar en vez de en sal. Veía las nubes y soñaba con islas en el cielo en vez de en lluvia. Veía el sol y hablaba de lagartos de fuego, en vez del calor. Era un chico construido de sueños y a Nami se le olvidó recordar que los tipos como él eran peligrosos.

—No sabes de lo que estás hablando. ¿Por qué querrías ser ese tipo de monstruo?

Luffy parpadeó y giró el cuello en dirección a Nami, con aquella mirada suya que juzgaba su cordura. ¡La cordura de la persona que no hablaba sobre el Rey de los Piratas ni sueños imposibles sobre libertad!

—¡Yo no soy un monstruo, Nami!

—Los piratas son todos unos monstruos.

Luffy se encendió, rojo como las manzanas ante tal acusación. Nami, que hasta entonces había permanecido tumbada, se incorporó, alerta ante la amenaza.

—¡Eso es mentira! Es porque no has conocido a Shanks. Él es un pirata muy bueno.

Nami observó la tensión del chico con cautela, aunque la amenaza le resultaba baja, una nunca sabía cuando se saldría de control la rabia y empezarían los golpes.

—Los piratas nunca son buenos, se dedican a saquear, violar y matar. Esa gente no quiere libertad, sino esclavos a los que apalear. Soñar con ser pirata y más, el Rey de los Piratas, es de locos e idiotas.

Luffy saltó del suelo, enfadado, tras comerse el último trozo de bocadillo, con los brazos estirados y los ojos cerrados casi por completo debido al enfado.

—¡Eso no es cierto! ¡Retíralo!

Nami también se puso en pie, con los brazos cruzados, tensionada, a la espera del golpe.

—Nunca.

—¡Cuando te conviertas en pirata ya verás como no todo el mundo es malo!

Ella se echó atrás, apaleada por las palabras.

—Yo no quiero ser pirata, Luffy. ¡Nunca lo voy a ser!

Él se cruzó de brazos también, desafiante y aquello se volvió una batalla de miradas.

—¿Cómo vas a ser de mi tripulación si no eres pirata, Nami? Eso no puede ser.

Ella bufó, dio un paso al frente y alzó más la barbilla. Nojiko siempre le había dicho que era demasiado orgullosa y tal vez llevase razón, teniendo en cuenta que en vez de esconderse, desafiaba a los problemas.

—Yo nunca he dicho que vaya a ser de tu tripulación.

Luffy sacó pecho como un pavo y subió los hombros hasta las orejas.

—Ya verás como sí.

Ella volvió a bufar.

—Jamás.

—Eres tan…

Pero Nami nunca llegó a saber que era, porque un brazo salido de la nada agarró a Luffy del cuello y lo sentó de rodillas en el césped con una autoridad y una fuerza que a la chica la obligó a saltar tres pasos atrás para alejarse del peligro.

—¿Dónde narices estabas? No has venido a dormir a casa. Dadan y los demás te están buscando como locos desde que les he preguntado por ti. ¿Eres idiota? Bueno, no respondas a eso. Ya conozco la respuesta.

El chico que había salido de la nada a echarle la bronca a Luffy tenía el pelo negro, estaba lleno de pecas y un sombrero extraño le tapaba los ojos, que probablemente serían oscuros, porque Nami pondría las manos en el fuego si alguien le preguntase si aquel era el hermano de Luffy. El rapapolvo nacía de la confianza. Nadie insultaría a alguien de esa forma si no estuviesen relacionados por sangre.

A ella se le tuvo que escapar algún tipo de sonido, aún congelada por la sorpresiva aparición, porque el muchacho elevó la mirada y conforme la vio se sonrojó hasta las cejas.

—¿Bu-bu-buenas tardes? Gustos hay muchos —tartamudeó el adolescente, antes de enrojecer aún más—. Digo, ¡muchos gustos! —Se inclinó frente a ella de tal forma que el sombrero cayó al suelo debido al saludo—. ¡Gracias por cuidar a mi hermano!

Luffy rió entre dientes desde el suelo, aún con las manos de su hermano en los hombros.

—Le vas a tener que pedir a Makino más clases, Ace.

El chico le pegó con tal fuerza en la cabeza a Luffy que al chico se le saltaron las lágrimas y Nami recordó aquello del amor y el dolor que le había soltado hace un rato su nuevo amigo. Al parecer, sabía bien de qué hablaba.

—Cállate, ¿no ves que tu novia nos está mirando?

La adolescente soltó un ruidito, disconforme y agitó las manos para desprenderse de la etiqueta.

—Como mucho soy su amiga y aún me lo estoy pensando —afirmó ella con rapidez.

Luffy gruñó ante la respuesta.

—Es mi navegante, Ace. ¡Sabe hacer mapas! Es mucho más lista que tú.

—¡Qué yo no soy tu navegante, idiota!

Ace sonrió con una compasión que a Nami le produjo escalofríos. Resignado, se rascó la nuca con una mano mientras con la otra le daba un par de palmadas a Luffy, que sonreía como si la discusión no fuese con él.

—Una vez que se le mete algo en la cabeza es imposible que cambie de opinión. Lo siento… —La frase quedó abierta al final, en busca de un nombre.

—Nami, encantada.

El chico le tendió la mano con una sonrisa repleta de inseguridad.

—Yo soy Ace, el hermano de este idiota.

Luffy se levantó de un salto, deshizo el saludo y se colgó del hombro de ambos con una risa que ensordeció a Nami, acostumbrada a la soledad, el silencio y las conversaciones en susurros.

—Bueno, ya que os conocéis podemos ir a comer más, que tengo un hambre que da calambre y luego nos vamos a jugar a hacer mapas, ¿verdad, Nami?

Ella, abrumada por la cercanía y el rumbo que estaban tomando los acontecimientos, se dejó llevar por Luffy un par de metros antes de que una nariz espinada le serrase los pensamientos.

—No, yo no tengo hambre. —La maldita barriga volvió a rugir a traición—. En realidad iba al pueblo a preguntar cómo se cruzaba la puerta de la muralla.

Los dos hermanos se miraron un momento, en una conversación silente. Ace rodeó a su hermano para colocarse al otro lado de Nami y, aunque ella sabía con certeza que no era una amenaza, la chica se encogió al ver la figura alta y ancha de la espalda desnuda del muchacho. Él mantuvo la distancia, pero sus ojos la estudiaron con cuidado, clavados en la mejilla entumecida. Nami bajó la barbilla, nerviosa, consciente de que, a pesar de la lentitud de Ace, con el gesto, el sonido de la barriga y las señales de los golpes había atado cabos.

Avergonzada y aterrorizada de que alguien atravesase su fachada, Nami se desprendió del brazo de Luffy y se alejó un par de pasos con las excusas pintadas en la cara.

—Lo siento, de verdad, es que tengo prisa por llegar a la ciudad. Quiero terminar el trabajo lo más pronto posible.

Ace abrió la boca para hablar, pero Luffy, con la cabeza entornada y una curiosidad desbordante, lo adelantó.

—No me habías dicho que trabajabas para alguien, Nami.

La sangre se le drenó del rostro al escucharlo, consciente de que había metido la pata hasta el fondo. Las costillas se resintieron cuando tomó aire, desesperada por la urgencia que la invadió, el instinto le hablaba de huida y los nervios de tomar rumbo al mar y no volver jamás. Pero muy dentro, allí donde hablaba aquel extraño rojo al que hacía años que había acallado, deseaba, con tanta fuerza que dolía, quedarse con ellos, acompañarlos a comer, reírse con la boca llena, mientras peleaban entre ellos.

—Yo tengo que…

Un paso más hacia atrás y la distancia se volvería insalvable.

—Hace poco me caí de nuestra casa del árbol y me salió un moratón igual que el tuyo. ¡Estuve sin ver al menos un mes!

La voz de Ace se adaptó mal a la excusa, como si la mentira fuese ajena a sus dientes y se llevara mal con la lengua, pero Nami se aferró con tal fuerza a la ayuda, que la voz le tembló debido al alivio.

—¡Mi barco es muy pequeño y cuando hay mala marea me llevó unos golpes terribles con la botavara!

Luffy observó a su hermano y a su nueva amiga con una confusión evidente, pero sonrió cuando Nami se acercó de nuevo a ellos, a pasos pequeñitos, insegura.

—Vienes a comer, ¿entonces?

El baile de mentiras terminó de cerrarse con la nueva invitación. Nami volvió a acercarse, la nariz de Arlong algo más desdibujada en su mente, con la imagen de los tres sentados alrededor de una mesa ya fija en la cabeza.

—Bueno, imagino que los mapas pueden esperar, además, seguro que conocéis la ciudad mucho mejor que yo y me podéis ayudar.

Luffy, que no había entendido nada hasta entonces, pero que conocía la palabra "comida" mejor que a sí mismo, sonrió entusiasmado.

—¡Te va a encantar, ya verás Nami! ¡Aún tenemos sopa de oso de la semana pasada en casa!