11
Bella
Dejar ir a alguien es algo complicado.
Me doy cuenta de eso mientras estoy metida en la bañera, observando las gotas de agua recorrer perezosamente mis piernas. Apoyo mi cabeza en el borde y respiro, recordando a Charlie.
Tengo muchos recuerdos de él, muchas conversaciones grabadas en mi mente. Tengo sus bromas conmigo, sus gestos, su bigote moviéndose; pero no puedo evitar sentir que me faltó tanto por vivir con él. Me siento horriblemente porque no teníamos rituales o costumbres. No cenábamos juntos los miércoles ni salíamos a desayunar los domingos.
Recuerdo el aroma de su loción, siempre quedándose atrás cuando él salía listo para ir al trabajo.
Me pregunto cuándo dejaré de extrañarlo. Han pasado dos meses, ¿es ese tiempo suficiente? Parece que lo es. Nadie parece estar de luto (ni siquiera yo. Me he esforzado en ocultarlo). Nadie parece estar recordándolo, a pesar de la cena del viernes.
El tío Eleazar dijo que era una cena en honor a él, pero papá sólo fue mencionado al inicio, cuando Carmen dedicó unas palabras y oramos un poco. Luego de ahí, la conversación fluyó y siguió, justo como lo está haciendo la vida.
¿Volveré a verlo algún día? ¿En algún lugar? Desearía que me hubiera llevado con él, como lo hacía cuando era una niña, siempre con él, sin importar el lugar. Recuerdo su voz severa, ordenándome no moverme ni hablar con nadie mientras él se escapaba al baño público. Recuerdo su mano tomando la mía.
—Bien hecho, Bells.
Me consuela el hecho de que tengo sus manías, heredé sus rasgos, sus heridas y su esencia. Está sobre mí, en cada centímetro de mi piel y en cada recoveco de mi alma.
Respiro profundamente y me deslizo hasta hundirme en la bañera con la certeza de que soy la hija de mi padre.
xxx
Deslizo mi dedo por la pantalla de mi celular, pasando publicaciones en Instagram que no podrían importarme menos. Mi mente pide un descanso, pero no puedo dejar de pensar en el hecho de que tengo que hacerme cargo de la casa de papá tarde o temprano.
Su casa que es mi casa. También tengo que encargarme de eso.
Tal vez por eso mi familia no entiende mi terquedad por quedarme aquí. Es decir, ya tengo la casa de mi padre, pero ese lugar está lleno de él. No estoy lista para empacar sus cosas y donarlas. No quiero doblar su ropa y meterla en cajas.
Vaya fin de semana de mierda, pienso mientras ruedo en la cama, sintiendo mi cabello húmedo contra la almohada.
Y este día está pasándose de aburrido.
En estos momentos estaría preparándome para ir a un juego de béisbol, esperando que el equipo de Jake gane para ir a cenar como celebración.
Pero ya no estoy con Jake, así que mis planes de fines de semana se han tambaleado desde entonces.
Gimo, harta y hastiada.
Me tallo el rostro con la mano y miro al techo, dispuesta a seguir con mi miseria, cuando un golpe en la puerta llama mi atención.
Con un quejido salgo de la cama y voy al primer piso. Abro la puerta.
Vecino Guapo y Tremendamente Sonriente está ahí. Edward usa bermudas y una playera azul oscuro.
—Hola—saluda, alzando las cejas. Ugh, demasiada felicidad para este momento.
Alzo la barbilla.
—¿Qué hay?
—Ven a mi casa. Tengo algo qué mostrarte.
Arrugo el rostro.
—¿Qué cosa? Es domingo y estoy en la cama, Edward—refunfuño, no queriendo que conozca mi verdadero dilema.
Él rueda los ojos y dobla las rodillas.
—¡Vamos! Será divertido.
Lo miro con sospecha.
—Vamos—señala con su cabeza para que lo siga—. Estoy colgando una hamaca y quiero que la pruebes.
De acuerdo, eso es lindo. Y extraño.
—¿Por qué yo? —me apoyo en el umbral.
—Porque tú eres liviana y no estoy seguro de cómo colgarla. Ven a ayudarme.
Hago un mohín, pero suena entretenido. Me despejará la mente.
—De acuerdo. Sólo… pasa, tengo que cambiarme.
Vuelve a rodar los ojos, pero aun así entra. Huele a loción.
—No tienes qué cambiarte—murmura y pasea sus ojos por mi cuerpo. Me alejo antes de saltarle encima.
—Si tengo que.
Me cambio mis pijamas por unos shorts de mezclilla y una blusa de tirantes.
—Andando—digo, metiendo mi celular en mi bolsillo trasero y él camina detrás de mí, cerrando la puerta.
Dejo que me lleve hasta su jardín y me señala una tumbona junto al árbol del que planea colgar su brillante y colorida hamaca.
—Las hamacas pueden ser peligrosas, ¿sabías? —digo, sólo para hacer plática. Teníamos una hamaca justo en este sitio cuando era niña.
Edward se encoge de hombros.
—¿Qué es lo peor que puede pasar? Soy lo bastante grande para evitar una caída.
Voy hacia él.
—Eres demasiado grande como para una hamaca—respondo, quitándole el estúpido manual que ni siquiera es necesario.
—Si esto no funciona pondré un columpio—dice, sacando los ganchos de la bolsa Ziploc.
—¿Cuándo compraste una hamaca? Tienes que meter estos en el tronco del árbol—le instruyo.
—Hoy. Acabo de volver.
—Sólo gíralo—observo sus manos que entierran el gancho en la corteza del árbol. Su bíceps se mueve y una vena se salta en su antebrazo mientras él se esfuerza.
Es tan guapo. Y un tanto molesto también.
—¿Qué hiciste ayer?—pregunta.
—Salí por la noche, pero regresé temprano.
—Demasiado temprano diría yo. Volví a la una y nunca te escuché llegar.
—Ya estaba dormida para ese entonces—aclaro, disfrutando de esta tonta y simple charla.
Pasamos el rato montando su hamaca y luego él luce indeciso sobre probarla. Puedo ver que no confía en sus habilidades.
—Ve tú primero—ordena, dando un paso hacia atrás.
Le ruedo los ojos. Soy demasiado ligera en comparación a él. Si Edward va a caerse lo hará y ya.
—Esta cosa se zafará con tu peso—le advierto, poniéndome cómoda—. Oh, está perfecta—digo, pegando saltitos.
—Tienes que acostarte—apoya su antebrazo en el árbol y se limpia la frente con su manga. Está sonrojado. Hay sudor en sus sienes también.
Le doy una mirada. Él se ríe entre dientes.
—Vamos—me anima.
—Si esta cosa amenaza con caerse… ¿me atraparás?
—Haré el intento—es todo lo que logro obtener.
Él alza la ceja, expectante. Me saco mis Birkenstock y me tiro.
Un movimiento brusco me asusta y me aferro con las uñas a la hamaca. Edward sólo está jalándola de las orillas.
—Es resistente. Hice un gran trabajo—murmura.
—Eres un poco engreído, ¿sabías?
—Mira quién lo dice. Hazte a un lado.
Por un momento creo que él se acostará, pero sólo se sienta y mira al frente.
—Podría estar aquí todo el día—dice, relajado.
—Seh—suspiro, cerrando los ojos—. Solíamos tener una hamaca.
—¿Enserio? ¿En dónde?
Lo miro, me está viendo sobre su hombro.
—Justo aquí—le guiño—. Es un buen lugar.
—Si—sonríe y luego alcanza el manual y lo usa como ventilador—. Está particularmente caliente hoy.
—Ni me lo digas—respondo, aliviada de que no ve que me estoy comiendo su espalda con los ojos. Quiero tocarla. Apuesto a que es dura.
—¿Tienes algo qué hacer? Planeaba recolectar fruta, ¿vienes?
Reboto en mi lugar cuando se pone de pie y lo sigo. Él me tiende una mano a pesar de que mis pies ya casi tocan el césped.
Alcanzo el bowl que me tiende y señala hacia las fresas mientras él se estira y recolecta manzanas. Permanezco en silencio por unos momentos y puedo escucharlo tararear. Me doy cuenta de que Edward es un chico alegre y divertido. Y potencialmente soltero.
—¿Has terminado con tu ex? —pregunto sin pensarlo. Espero que no me haya escuchado, pero, por supuesto, tendría que tener muy buena suerte como para que eso sucediera.
Sus tarareos se detienen y luego de unos segundos dice—: Creo, ¿por qué? ¿Quieres invitarme a salir?
Me río y lo miro sobre mi hombro. Él me está dando la espalda.
—No, gracias. Sólo era curiosidad.
—¿Y tú? —pregunta—¿Tienes un novio? ¿O novia?
—¿Sería tan malo si tuviera novia?
Él se ríe y se gira para encararme.
—No, no sería malo, pero si fuera tú reconsideraría mis elecciones. Ya sabes, las chicas lesbianas no besan a los chicos.
Sigue con eso.
Le ruedo los ojos.
—Quisieras. Estoy segura de que eso nunca sucedió.
—Si, claro, sigue diciéndote eso—está a mi lado y le doy un empujón con mi cadera. No logro moverlo mucho, pero aun así sonríe—. ¿Entonces? ¿Un novio?
—No—respondo, tomando una fresa particularmente roja y enorme—. Lo terminamos en mayo.
—Mmm, llevas la cuenta—dice bajo su aliento, dejando una fresa en el tazón. No ignoro que la punta de sus dedos acaricia el dorso de mi mano.
—Es difícil ignorarlo si él está a un par de escritorios.
—¿Qué? —luce sorprendido, una sonrisa malévola se comienza a formar—. ¿Trabajas con él?
Muevo los ojos, asintiendo. Él se ríe entre dientes.
—Es mi amigo de toda la vida, literalmente, y sólo… lo intentamos porque parecía que eso era lo que teníamos qué hacer y bueno…—dejo que el silencio llene los espacios.
—Eso es incómodo.
—Si, lo es—acepto—. Igual de incómodo que abrirle la puerta a tu ex.
—Touché.
—Andando, te daré duraznos—digo, tomando su mano y llevándolo hasta nuestro hueco en la verja. Su mano es fuerte y cálida. Él no la aleja ni la mantiene ligera contra la mía. En su lugar, sus dedos alcanzan mi dorso y da un apretón fuerte.
Lo ignoro y él me deja ir cuando estamos frente a mi árbol.
—Ah, ¿quién lo diría? Hay más duraznos de este lado.
—Eso sucede cuando plantas un árbol frutal. Generalmente da frutos.
—Mmm—él tararea, con una sonrisa—. Recuérdamelo para la próxima vez.
Lo observo mientras arranca duraznos. Su playera se alza y alcanzo a ver su cintura. Los músculos de su espalda se tensan y su cuello tiene lunares. Alargó mi brazo y quito una ramita que cayó en su hombro.
—Puedes tener estas—dice, pasándome su canasta llena de manzanas.
—Oh, no no.
—Ay, vamos, técnicamente, son tus manzanas.
Le entrecierro los ojos, sonriéndole.
—¿Ahora son mis manzanas?
Él parece considerarlo, incluso mueve los ojos y las cejas.
—Algunas veces serán tuyas y otras veces mías. Esta vez, son para ti.
Él también es amable.
—Bueno, al menos toma algunas moras—señalo el camino con mi barbilla y él me sigue.
Puedo sentir su mirada en mí mientras arranco los pequeños frutos. Está observando mi rostro y luego sus ojos viajan al resto de mi cuerpo. Estoy sonrojada y mi piel hormiguea.
—Apuesto a que esto es mejor a lo que fuera que estabas haciendo antes—comenta, balanceando su peso en sus talones.
Oh, Edward, no tienes ni idea.
—Definitivamente.
Él me guiña.
—¿Lo ves? Soy un buen vecino, incluyéndote en mis planes aventureros.
—Lo eres—acepto—. Toma esto.
Intercambiamos cestos y tazones y sonríe, mostrando sus dientes. Sus ojos se arrugan.
—Gracias por esto.
No, Edward, gracias a ti.
¡Hola! Y volvemos con más. Este capítulo, a pesar de estar cortito, es uno de mis favoritos porque es como un parte aguas para la relación de estos dos. Además de que demuestra la forma en la que Edward se va introduciendo a la vida de Bella y cómo se va a convertir en su solecito de verano uwu.
Gracias por sus comentarios.
Nos seguimos leyendo.
