21
Bella
Ah, las dichas del amor.
Whoa, whoa, espera un maldito minuto. ¿Qué fue eso? Rebobina la cinta.
Ah, las dichas de la primera cita.
Sip, mucho mejor.
Ah, las dichas de la primera cita y la repetición de besos.
Desperté tan contenta como no había despertado desde hace un buen tiempo. Me siento tan feliz. Estoy saltando en nubes color pastel.
Incluso mi bolso Dior de la felicidad luce especialmente bonito sobre mi escritorio en este momento.
Si esta fuera una película, el guardia de seguridad en la entrada habría chocado los cinco conmigo, el hombre de limpieza habría llamado al elevador por mí, la asistente de Eleazar habría tomado una flor perfectamente conservada de un florero sin agua y Emmett habría sacado mi silla para sentarme y girarme hasta llegar a mi escritorio. Todo esto mientras una canción feliz sonaba en el fondo. Probablemente ABBA. Si, ABBA es una buena opción.
Hay una vocecilla molesta en mi cabeza que me dice que esta felicidad es demasiada como para lo que sucedió ayer por la noche, pero la mandó a callar porque mi voz interior me grita que está bien, que es jodidamente genial que Edward me haya llevado a una cita y haya aceptado esta cosa divertida y brillante que le ofrecí. Incluso estoy sintiendo que una luz dorada podría salir de mis heridas en mi mano raspada.
Mi celular vibra con un mensaje y lo alcanzo, suponiendo que es Rose enviándome más tareas por hacer. Estoy gratamente sorprendida de que no es ella, por mucho.
Edward: Espero que estés teniendo un buen día, Nappy.
Sonrío aún más porque no voy a fingir que no he tenido una sonrisa pegada a mi rostro toda la mañana. Y él acaba de mensajearme, lo que significa que está pensando en mí, así como yo estoy fantaseando con él. Y es un mensaje tan lindo. Y acaba de llamarme "Nappy," y estoy segura que es un diminutivo para Napoleón.
Mis pulgares tiemblan sobre el teclado. Me muerdo el labio porque ni siquiera sé qué responder. A Bella Swan nadie la deja sin palabras.
Dejo mi celular sobre el escritorio y tamborileo mis dedos, pensando en una respuesta interesante. Mis ojos aterrizan en mi fruta y sonrío. Le tomo una foto a mi durazno e incluyo un emoji sobre él, haciendo parecer que tiene una cara sonriente y sonrojada.
Bella: Lo estoy teniendo.
Una respuesta llega unos minutos después, justo en el momento en el que Emmett entra sin tocar.
Edward: Robé un par de esos esta mañana, ¿te molesta?
Hmpf, como si pudiera molestarme cualquier cosa que pudieras hacer, Edward.
—Hola, oye sobre esto…—comienza Emmett y lo ignoro.
Bella: Nop.
Edward: Genial. Ya nos estamos entendiendo.
—No te estoy escuchando, así que espera—le hago saber a Emmett, mirándolo brevemente antes de regresar mi vista a mi celular.
Edward: No puedo esperar.
Me muerdo el labio, tratando de ocultar una sonrisa. Sé a lo que se refiere, pero juguemos un poco.
Bella: ¿Para qué?
Edward: Para esta noche.
Bella: Bien. Ya nos estamos entendiendo.
—Esto es importante—Emmett gruñe, pegándome en la cabeza con sus tontos papeles que no me importan en lo absoluto. Al menos no en este momento—. ¿Por qué estás sonriendo? ¿Con quién estás hablando?
Con alguien que se está convirtiendo en algo, Emmett.
—¿No puedo sonreír acaso? ¿Qué diablos quieres?
Él se deja caer en la silla frente a mí y roba mi durazno, dándole una gran mordida.
Jadeo.
—¡Oye, eso era mío!
—No te estoy escuchando.
Le entrecierro los ojos.
—Entonces largo.
Emmett se envara en su asiento y desliza los papeles por mi escritorio.
—Hay un error en un embarque, así que será mejor que lo arregles.
La pantalla de mi celular se ilumina con un mensaje.
Edward: Te veo esta noche.
¿A quién le importan las manzanas? Sólo dame a un vecino guapo dispuesto.
xxx
Toco la puerta y me balanceo en mis talones, demasiado nerviosa. Ruido del otro lado y luego la puerta se abre.
Edward rueda los ojos y suspira.
—La razón por la cual esta era una pijamada era para que usaras lencería, no pantalones horribles—espeta. Jodidamente grosero.
—Cállate. Esto es un esfuerzo en sí mismo. Nadie usa pijamas a las siete—lo hago a un lado y hago mi camino hacia su sala.
—Yo solía hacerlo—responde detrás de mí.
—Mmm—finjo ignorarlo—. ¿Me dejarás pagar por la pizza?
—Te dejaré pagar por la pizza si tú me dejas tomar más duraznos.
Le entrecierro los ojos. Está usando pantalones grises y una playera blanca. En verdad luce recién salido de la cama.
—Trato. Tráeme una manzana, ¿quieres?
Él va hacia el jardín mientras llamo a la pizzería, ordenando dos deliciosos manjares: queso y mexicana con orilla rellena.
Voy hacia la cocina de Edward y me sirvo un buen vaso de agua fría. Él regresa luego de un momento.
—Esto es tan pintoresco—comienza, dejando su tonta canasta de la fruta sobre la encimera—. Yo saliendo a recolectar fruta de nuestro jardín… probablemente deberías comenzar a tejer—me señala vagamente y se acerca.
—Dejé mis agujas en casa—respondo.
Él se carcajea y luego me encierra contra el mostrador, colocando sus brazos a cada lado de mi cuerpo, su cabeza inclinándose, listo para besarme. Alzo la barbilla y observamos nuestros labios entre las pestañas, con ojos a punto de cerrarse. Están tan cerca y este jugueteo es tan caliente.
Nuestras narices se rozan y siento su aliento cálido contra mi boca fría.
—¿Vas a besarme? —pregunto en un susurro y mis labios tocan los suyos mientras hablo.
—Mmm—ronronea y cierra la distancia. Dios. Lo hace tan bien. Mantiene su lengua para él, así que sólo amasamos labios y compartimos alientos.
Rompe el beso y delinea con su boca mi perfil para, finalmente, dejarla en mi frente, pero no la besa. Deslizo mi cara hasta que está presionada contra su pecho, puedo escuchar su corazón acelerado.
Y luego observo la canasta. Mis hombros tiemblan con una risa.
—¿Le pusiste listones a tu canasta? —comento. Ese idiota en verdad lo hizo. Un listón rojo está trenzado en la agarradera y otra trenza roja y blanca está pegada al borde.
Él mira sobre su hombro y sonríe.
—¿Acaso no se ve bonita? —pregunta, orgulloso.
—¿En verdad lo hiciste? —arrugo mi cara. Edward es jodidamente raro. No me sorprendería que su comentario sobre tejer fuera enserio. Me pregunto si tiene agujas en su buró. ¿Habrá tejido un suéter?
—No fue intencional—explica—. Alice estaba haciendo un montón de manualidades estúpidas y comencé a trenzar listones. Ella los pegó.
—Mmm—palmeo su pecho y me alejo, tomando mi vaso—. A la próxima téjeme un suéter.
Él se ríe y luego de un rato aparece en la sala, con nuestra fruta lavada. Se sienta en el sofá junto a mí, demasiado cerca, y me tiende mi manzana.
—Elige una película—ordeno y él presiona botones en su control.
Edward come sus duraznos en silencio y hace que nuestros muslos se rocen. Edward es todo toques, me encanta, así que entrelazo nuestros brazos. Él no hace ningún comentario al respecto. Es agradable el hecho de que parece querer esto tanto como yo.
Él termina sus dos duraznos y pasa su brazo por mis hombros, acercándome aún más. Luego de unos minutos él rompe el silencio.
—La pizza está aquí—murmura, viendo por la ventana.
—Mmm—asiento—. El dinero está en la mesa.
Se levanta y lo observo irse. Su playera está enroscada en su cintura y puedo ver un poco su piel, haciéndome desear pasar una mano por su espalda.
Me levanto para tomar dos cervezas de su refrigerador y las abro, echando las fichas a la basura. También tomo un montón de servilletas.
Cuando salgo de la cocina logro ver que Edward está arrojando descuidadamente su billetera sobre la mesa en el recibidor mientras sostiene ambas pizzas en su mano derecha y cierra la puerta con el pie. Mi dinero sigue ahí.
Le entrecierro los ojos.
—¿Por qué no usaste mi dinero?
Edward hace un gesto con su mano que parece ser un "no jodas" y vuelve a la sala.
Nuestras piernas están recogidas contra nuestro pecho mientras cenamos frente al televisor.
Gasto una cantidad vergonzosa de servilletas y luego termino mi cerveza y mi vaso de agua, para cuando la película termina ya me estoy escurriendo al baño.
—¿Te gustan las películas de terror? —pregunta.
—Seguro.
Cuando regreso, Edward ha limpiado el desastre del sofá, aunque las cajas están sobre la mesa de centro y él está sacudiendo migajas al suelo.
—Hazte a un lado—pico su costado y pega un brinco.
Me tiro en el sofá y él jala mis piernas, haciéndolas a un lado. Me mira desde arriba. Luce un poco grisáceo con sólo la luz del televisor iluminándolo.
—¿Te importaría si me tiro junto a ti?
Oh, Edward, por favor. Me imagino su cuerpo cálido presionado contra el mío.
—Sólo si me das una manta.
Él alcanza un par, que estaban dentro de una canasta junto al sofá.
—Alice dijo que es una buena manera de guardarlas—comenta.
—Tu hermana está llena de buenas ideas—respondo, deslizándome a un lado y dejando que él trepe.
Su espalda termina presionada contra el respaldo y me encargo de estirar las mantas sobre nosotros. Una es gruesa, de tejido, y la otra es esponjosa. Para cuando termino y me acuesto, él ha colocado un cojín que me servirá como almohada y alcanza el control remoto, dándole play a la película.
Su brazo cae sobre mi torso y se siente tan cálido y seguro y tranquilo estar ahí con él. Baja su pierna, que estaba doblada, y la coloca sobre las mías. Me doy cuenta de que puede abarcarme fácilmente y si estuviéramos en su tentadora cama todo sería más fácil.
Siento la respiración acompasada de Edward sobre mi cabello, su pecho subiendo y bajando contra mi espalda, es tan relajante que me retuerzo y me pego más a él. En respuesta, él afianza su agarre en mí y luego sus dedos comienzan a rascar distraídamente mi barriga.
Mis párpados se cierran en ocasiones, son tan perezosos que ajusto mi cabeza sobre el cojín, mi cuerpo rogándome por dormir un poco. Mis ojos se están cerrando otra vez cuando un ruido como un thump se escucha y Edward se estremece detrás de mí.
—Mierda—sisea, con una risa baja. Se suponía que ese era un susto previsible.
—Mmm, gallina—murmuro, arrastrando las palabras. Él pellizca mi abdomen. Me giro para encararlo.
—¿Tienes miedo? —pregunta, sus ojos pegados a la pantalla.
—Nop—respondo. Él hace "mmm" causando que su pecho retumbe y luego beso la base de su garganta.
Él reacciona y me mira, sonriendo levemente.
—Oh, ¿te giraste para besarme? —cuestiona, presumido.
—Pues claro.
Su sonrisa se esfuma cuando me pego más a él, dispuesta a conseguir lo que busco y acepta ávidamente mis labios, como si hubiera estado esperando esto por un buen rato ya. Probablemente sí.
Llevo mi mano hacia su nuca y la suya se desliza hasta mi espalda baja. Me siento aventurera, así que meto mi lengua en su boca y rasco su cuero cabelludo. Él gime contra mí y mis ojos ruedan de placer. Quiero consumirlo, quisiera que él fuera un cigarrillo y que inhalarlo fuera tan fácil.
Me retuerzo contra él, jalándolo para que se coloque sobre mí. Cuando dejo que su lengua explore libremente mi boca, se pone valiente y hurga debajo de mi blusa, acariciando la piel de mi abdomen.
Quiero que esto avance y se torne tan violento y peligroso como fue la primera vez que lo besé. Quiero que sus manos exploren y toquen y aprieten.
Diablos, las mías quieren hacerlo.
Mis manos alcanzan sus omóplatos y las deslizo por toda su espalda. Su piel es tan suave como la imaginé.
Edward baja a mi cuello y muerde ligeramente la piel de ahí. Él deja besos abiertos sobre mi piel y se mueve hacia mi hombro, besando sobre la tela de mi blusa también.
De pronto siento su dureza a través de su pantalón de pijama, justo como quería sentir su piel ardiente en esa tela ligera y tentadora.
—Bésame de nuevo—susurro y él obedece.
Dios, nunca pares, Edward. Maldíceme justo aquí.
Él explora mis clavículas hasta que es valiente y deja que su ardiente palma se pose sobre mi pecho. Mi pezón se eriza, causando un dolor tan placentero que me hace gemir contra su boca.
—Lo siento—dice, dejando un beso en la comisura de mi boca—. No…—beso—quería…—beso—convertirlo…—beso—en esto.
Sus acciones dicen otra cosa. Deja caer sus caderas contra mi pelvis, está presionándose justo como quería que lo hiciera. Toma toda mi fuerza de voluntad no enredar mi pierna en su cintura y atraerlo.
—Está bien—respondo en un jadeo—. Quiero.
Él vacila y me mira. Sus ojos lucen negros en la parcial oscuridad.
—No lo sé…—confiesa, su ceño frunciéndose.
—¿Tú no quieres?
—Si, pero…—hace una mueca, indeciso.
—Dijiste que no había mucha ciencia detrás de esto—le recuerdo, besando su barbilla y ondulando mi cuerpo debajo de él.
—No uses mis palabras en mi contra.
—Cállate y bésame—le ordeno.
Él sonríe y se inclina. Amo que me obedezca, amo que su cabeza le esté diciendo que no y que su cuerpo ruegue un sí. Amo esta locura. Quiero soldar mi cuerpo al de él.
Así que lo hago.
Muevo mi pelvis contra la suya y lo hago gemir. Lo hago una sola vez, instándolo a atreverse.
Siento sus caderas vacilar antes de corresponder el movimiento.
Entonces respondo.
Y luego no podemos parar.
Si follar en seco es lo único que conseguiré, lo tomaré con los brazos abiertos.
Sus caderas les responden a las mías y gime contra mi boca.
Edward aleja su boca de la mía.
—¿Quieres… quieres hacerlo aquí o…
—¿Podemos ir arriba?
Por supuesto que no follaré por primera vez con él en su sala de estar. Iré a su habitación y marcaré su cama.
Bella Swan no está hecha para sofás.
Bella Swan está hecha para habitaciones a media luz y sábanas contra piel anhelante, temblorosa y sudada.
—Por supuesto.
Eso es, señores.
Alcanza el control remoto del reposabrazos y apaga la televisión.
Se levanta y siento su ausencia instantáneamente. Toma mi mano y me guía hacia el pasillo. Me sujeto de su playera al subir los escalones a oscuras y luego entramos a su habitación.
Él se pierde en el baño un momento, prendiendo y apagando la luz, y regresa cargando una caja de condones. Me quedo de pie ahí sin saber qué hacer.
¿Debería comenzar a quitarme la ropa? Me hace sentir como una virgen.
Edward enciende su lámpara de noche y toma la orilla de su edredón, jalándolo fuerte y deshaciendo la cama.
Alcanza la orilla de mi blusa y la sube lentamente, instándome a alzar los brazos, así que lo hago y él saca su playera por el cuello. Me encargo de mis pantalones, que forman una bola en mis tobillos.
Edward se deshace de los suyos, yendo un paso más allá porque también lleva su ropa interior hacia abajo.
Mis ojos se van instantáneamente hacia su regazo. No me doy cuenta de que me lamo los labios ni de que lo observo por un buen rato.
—¿Terminaste? —pregunta, su voz baja.
—Ni de cerca—respondo honestamente porque ni siquiera he comenzado con él.
—Al menos déjame ver algo.
—Dijimos que mis pechos, ¿cierto?
Él ríe roncamente y deja de hacerlo cuando me deshago de mi sostén negro. No puedo creer lo que estoy viendo, hace que mis rodillas tiemblen y que mis ojos se entrecierren por el placer. Edward observa descaradamente mis tetas mientras su labio inferior está perdido entre sus dientes y sus cejas se fruncen.
Doy un paso hacia él y lo tomo en mis manos. Sisea y cierra los ojos, llevando sus manos a mi cintura.
Nuestros toques son suaves, sensuales y tentadores. Con manos temblorosas apretamos nuestros cuerpos hasta que él parece volver en sí.
—Eres tan jodidamente… estás perfecta—susurra y resoplo una risa contra su barbilla.
Baja sus manos y las zambute en mi ropa interior, apretando mi trasero.
—Quiero tocarte por todas partes—le hago saber, llevando mis manos a su pecho y enterrando mis uñas en sus hombros.
Edward debería saber que me gusta hablar durante el sexo y espero que él no cierre la boca nunca.
Su boca hambrienta busca la mía, coloca una mano en mi cuello y sujeta mi cabeza fuertemente. Jesús.
Me conduce a la cama en donde enrolla mis bragas en mis muslos, en un intento por quitármelas.
—Hablo durante el sexo, para que lo sepas.
Él ya está besándome el escote.
—Mmm—tararea contra mi abdomen—. Dime qué quieres.
—Sólo… besa por todas partes.
Y él hace justamente eso.
Arqueo mi espalda cuando su boca se cierra sobre mi pezón y sus dientes trazan una dulce tortura mientras su mano libre aprieta mi otro pecho.
—Dios… sigue haciendo eso—ordeno, jalándole el cabello.
—¿Te gusta? —sopla sobre mi sensible punta y asiento con mi cabeza, demasiado drogada de placer.
Ni siquiera me importa que esté jugueteando.
Mis dientes castañetean y gimo cuando se alinea y entra en mí, lentamente.
—Quería tanto…—beso en mi cuello—esto.
—Sólo comienza a moverte—le ordeno.
Edward embiste sin piedad. Quiero perderme en él, quiero que se pierda en mí. Muerde mi hombro y entierro mis uñas en su espalda.
—¿Puedes… puedes rascar mi espalda?
¿Qué?
Dejo de moverme. Sabía que este tipo era raro.
—¿Qué?
—Mi… mi espalda—jadea entre embistes. Mis ojos ruedan, él puede ser tan raro como quiera siempre y cuando no deje de moverse—. Sólo tócala.
Creo que sé a lo que se refiere.
—¿Así? —pregunto, pasando mis uñas a lo largo.
—Justo así—gime.
Lo beso desesperadamente, mordiendo sus labios y resoplo contra ellos.
—Más rápido—susurro.
Edward toma mi pierna derecha y la lleva sobre su hombro.
—Aahh, mierda—gimo.
—Te sientes tan bien—dice, con voz distorsionada.
Rasco su espalda de nueva cuenta y entierra su rostro en mi cuello.
Siento el placer ondular por mi cuerpo, mis dedos se retuercen y sus gemidos roncos contra mi oreja son lo mejor que he escuchado nunca. Gime exactamente cómo me gusta, sus manos son del tamaño perfecto, su boca es lo que busqué por tanto tiempo y su cuerpo se amolda al mío como dos piezas de rompecabezas.
Mi pecho se llena de una sensación tan arrolladora que me hace abrazarlo fuerte. Mi mente no puede comprender esto. Creí que la perfección no existía. Quisiera gritarle al mundo que si lo hace, que la tengo justo en mis manos.
Mi espalda se talla contra sus sábanas, está embistiendo tan deliciosamente que subo y bajo por su cama.
—Estoy cerca—le advierto y lleva su mano al lugar en el que nos unimos, acariciando y poniendo la presión necesaria—. ¡Dios, Ed…ward!
Sus estocadas se tambalean y deja salir un hilo de gemidos roncos contra mi cuello, mientras yo lo hago en su hombro.
Hay un sonido vago en el fondo y lo reconozco como su cabecera chocando contra la pared. Lo observo sostenerse de ella.
—¡Vamos, nena, vamos… eso es, bebé!
Me sostengo de él como si fuera mi salvavidas en la tormenta.
Edward se mantiene sobre mí luego de mi orgasmo y como si no hubiera sido lo suficientemente perfecto, deja salir una risa ronca contra mi oreja.
—Fue… Dios.
—Seh—responde.
Rueda lejos, sentándose al borde de la cama mientras se ocupa de su regazo. Yo me dirijo al baño con piernas temblorosas que amenazan con tirarme.
Cuando regreso a la cama, él mantiene un brazo estirado para mí y me retuerzo contra él.
Finalmente apaga la luz de noche.
Edward traza círculos en mi brazo con su dedo índice.
—¿Estamos… como saliendo? —pregunto en un susurro, no queriendo interrumpir la tranquilidad.
—Creo—responde.
—¿Crees? —le imprimo un poco de desdén a mi pregunta.
—Si. Lo estamos ¿cierto?
—Creo.
Él se ríe entre dientes y lo imito. Somos un desastre.
—Descansa, nena—dice, antes de besar mi sien.
¡Wow! Se ve que estaban desesperados por hacerlo. ¡Espero que les haya gustado el capítulo! Es uno de mis favoritos.
Háganme saber qué piensan y muchas gracias por su apoyo. Ya casi llegamos a los 500 rr.
Nos seguimos leyendo.
