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Edward

Regresamos al hotel alrededor de las 2:30 AM usando el metro. Tomé otro par de fotografías estilo gueto urbano ahí y Bella cayó rendida en la cama tan pronto como entramos a la habitación.

—Estoy muerta—musitó, su voz ahogada contra la cama.

—Y creí que yo era el anciano—noté, azotando su trasero y cayendo sobre ella, sacándole un gemido de dolor.

Ahora estoy siendo despertado por unos golpes en la cara y un sonido incesante. Es la alarma y Bella me está golpeando para que le pase su teléfono, balbuceando.

—¿Por qué pones una alarma? —bostezo, arrojándole el elemento del diablo. Ella la silencia y me giro sobre mi costado, manteniendo los ojos cerrados.

—No hay tiempo que perder—dice adormilada y la siento moverse y salir de la cama antes de escuchar sus huesos tronar—. ¡Andando!

—Mmm, ¿podemos quedarnos aquí todo el día?

Me duele el cuerpo entero y mis ojos no pueden abrirse, por más que lo intento.

—Oh, puedes quedarte. Yo iré a conquistar el mundo.

—Genial.

Ella hace un par de ruidos, moviendo cosas en su maleta y la próxima vez que despierto es por un golpe en el trasero.

—¡Hey! —gruño, jalando las cobijas para cubrirme.

—¡Andando, Cullen! —ella las toma antes de que yo pueda reaccionar—. ¿Acaso no quieres ir a Central Perk? —guiña, haciendo un baile de cadera.

Me río entre dientes. Su cabello está mojado y ella sólo usa ropa interior.

—De acuerdo—me rindo, sacando mis piernas de la cama y girando el cuello hasta que truena—. Tomaré una ducha.

—Al fin.

La ignoro mientras hago mi camino al baño y cuando estoy quitándome el jabón del cuerpo ella entra para usar la secadora.

—¿Cómo es que tienes tanta energía? —le pregunto al terminar de vestirme. Ella va y viene por la habitación.

—Es la adrenalina—confirma—. Me hace hacer cosas locas—agita sus manos. Las tomo, aplacándolas.

—¿Estás bien?

—¡Nunca he estado mejor! ¡Andando!

Por el resto de la mañana, Bella es como un bólido a mi alrededor. Señalando lugares, sonriendo y carcajeándose. Desayunamos un sándwich y un café sentados en una banca de Central Park, viendo a las personas caminar y sintiendo la puta brisa fría contra nuestros rostros. Las mejillas de Bella están tremendamente sonrojadas y las acaricio.

—¿Puedo tomar una foto de tus mejillas?

Ella me da una mirada por el rabillo de su ojo.

—Eres raro. No hagas eso—pero yo ya estoy ajustando mi lente y ella se queda quieta por un buen rato. Aprovecho también para tomar una fotografía del puño de pecas que tiene sobre su nariz.

—¿No quieres tomar también una foto de mis pies?

—Eso lo haremos por la noche—le guiño y rueda los ojos, sonriendo.

—Mira a esas personas de ahí—susurra—. Las de los gorros, ¿crees que estén viviendo su mejor vida aquí?

—Tal vez ya les da igual vivir aquí. Tal vez quieran vivir en un lugar como Forks.

—Me gusta Forks—suspira Bella, enredando su brazo en el mío y descansando su cabeza en mi hombro—. Esta es una de esas cosas de el pasto luciendo más verde del otro lado.

—Ajá.

Ella aprieta mi muslo y deja un beso en mi mejilla. Quiero girarme y besar su boca, pero creo que no tengo permitido hacerlo. Al menos no desde sus lágrimas de Acción de Gracias, en donde me sentí de la mierda.

—¿Estás listo para caminar?

Y así de rápido nos ponemos en marcha, tomando brechas y acariciando las hojas de los árboles del lugar. Le tomo un par de fotos a ella y cada vez pregunta si salió bien, como si pudiera verse mal en algún punto.

Ella, siendo la persona rica que es, es quien compra en SoHo. Le lanzo miradas y ella me da sus mejores caras de cachorro.

—Es estúpido. No necesitas un bolso así de caro—le susurro al oído—. Podrías alimentar a toda África con lo que esto cuesta.

Ella rueda los ojos y pica mi pecho.

—No seas ridículo. Tal vez pueda alimentar a un par de niños, pero no a toda África. ¡Vamos! Elige algo, te lo compraré.

Bufo y camino junto a ella, demasiado temeroso de tocar algo y dañarlo y tener que pagarlo. Me gustaría estar dentro de una burbuja de plástico, incluso caminar por aquí me está poniendo ansioso. Lo mío es el supermercado local de Forks y el Walmart. No esto.

—¿Ya sabes qué vas a darle a tu hermana? —pregunta, mientras le da golpecitos a su barbilla con su índice.

—No. Tal vez le dé ropa, libros, esas cosas—murmuro, decidiendo que puedo comprar eso en Forks.

—¿Qué tal este…—Bella está a punto de alcanzar un bolso.

—Ella no necesita nada de esto—la detengo, bajando su mano y girándola en sus talones. Si Alice estuviera escuchándome justo ahora, me mataría.

—Pff, todas necesitan un bolso. En especial de esos—señala con el pulgar a sus espaldas—. Pero está bien, vayamos a pagar.

Me estremezco cuando escucho el gran total por ese estúpido bolso y ella rueda los ojos al salir.

—Silencio, Edward. Esto es importante.

—Seguro. ¿Quieres ir a Brooklyn?

¿Quieres ir a Brooklyn? —me imita, alcanzando su teléfono del bolsillo de su chaqueta—. Andando, tengo hambre—. Tomo las bolsas de sus manos mientras ella busca una ruta—. Según mi mapa, tenemos que ir a Canal Street.

—¿Y dónde queda eso?

Ella mira alrededor y luego usa sus dedos para hacer zoom y girar su pantalla, agita el celular y frunce el ceño. Le sonrío, aunque no me esté viendo. Bella Exploradora es algo de lo que me estaba perdiendo.

—Creo que hacia allá—señala hacia la izquierda—. Vamos, siempre podemos preguntar. Aunque no tendremos que hacer eso, soy bastante lista. Y mi inteligencia visual-espacial es bastante desarrollada, así como mi sentido de orientación.

—Dile eso a la multa que te pusieron por estacionarte mal.

—Ese idiota—masculla bajo su aliento—. Fue su error, no el mío.

Bella tenía razón, lo cual no pierde la oportunidad de recalcar, y nos encontramos en Brooklyn media hora después. Llenamos nuestros estómagos con comida árabe y ella me detiene cuando es hora de pagar la cuenta.

—Lo tengo.

—Me haces sentir emasculado. Y jodidamente pobre.

—¿Por qué siempre dices que eres pobre? Tu papá es un doctor, ¿vas a decirme que creciste en las calles?

—No, pero nunca antes había conocido a alguien tan rico como tú.

—¿La pobreza es relativa?

—Sip—asiento con mi cabeza—. Incluso hay diferentes clases de pobres.

Bella rueda los ojos y mientras tomamos nuestras cosas para salir del lugar, toma mi mano.

—No es mi intención hacerte sentir mal. Sólo entiendo que mi estilo de vida puede ser demasiado para ti, así que no tengo problema alguno con pagar.

—Y por eso no deberías de despilfarrar.

—Dejaré que pagues en Forks, ¿de acuerdo?

—Vaya, gracias.

Se ríe, alejándose el cabello del rostro.

—Nueva York es carísimo. No necesitas gastar tu dinero en una comida ridículamente cara.

—Y tú tampoco necesitas gastar tu dinero en un bolso ridículamente caro.

—Eso es diferente—finaliza.

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—Creí que tu inteligencia visual-espacial estaba bastante desarrollada, así como tu sentido de orientación—comento, mirando alrededor y recargándome en la pared de ladrillos.

—Cállate, Edward. Esto es serio—Bella me silencia con su dedo, levantándolo, sin dejar de mover su pulgar en la pantalla de su celular.

—Pero eres Bella Swan, todo es posible para ti. Ayer dijiste que saldrías a conquistar el mundo—me burlo, cruzándome de brazos.

Estamos en una calle de Queens y estamos jodidamente perdidos. Por su culpa. No quiso escucharme. Dijo que su mapa era confiable.

Las bolsas de nuestras compras están en el suelo y ella está entrando en una crisis porque no podemos retrasarnos más. Y se rehúsa a preguntar por direcciones.

—¡Waa! —gime—. Ayúdame—me tiende su celular y mira alrededor, con rostro angustiado.

No tengo idea de cómo entramos a este vecindario, que está muy lejos del centro. Nos dimos cuenta hasta que el ruido fue quedando atrás.

—Tal vez Spider-Man pueda ayudarnos—comento—. Grita su nombre y tal vez aparezca.

—Muy gracioso—patea una roca y mira su reloj—. Sólo busca la dirección para ir al hotel.

—Es lo que estoy haciendo, Bella.

Ella se sienta en la acera y gruñe. Pico un par de botones en su teléfono y me acerco a ella, sentándome a su lado en el frío cemento.

—Tomemos el metro. Alrededor de una hora.

—Mierda—sisea. Se saca la bota y la sacude. Una piedra rebota en el asfalto—. Está bien, está bien. Tenemos que rentar un auto para ir a la cabaña.

—No dejaré que pagues el auto. Me rehúso—meneo la cabeza de un lado a otro y ella sonríe, levantándose.

—Ni siquiera sabes cuánto cuesta—alcanza nuestras bolsas—. ¿Te sentirías mejor si dividimos los gastos del auto?

—Y de la cena.

—Del auto y de las compras. Tendremos que comprar algo de comida mientras estemos allí.

—Planeaba sobrevivir de besos y sexo—le hago saber, pasando un brazo por sus hombros y caminando hacia la estación del metro.

—Ja, que listo.

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Algunas fastidiosas horas después, estamos entrando a Germantown y el silencio y la quietud son muy bienvenidos luego de la jaqueca que se me formó en esta ajetreada tarde. Nos detenemos en un pequeño supermercado local para comprar algunos víveres y luego conduzco obedeciendo el "confiable" mapa de Bella.

—Si nos volvemos a perder juro por Dios que te arrojaré del auto mientras acelero—la amenazo, abrochando mi cinturón de seguridad.

Ella se ríe y se lleva un puño de Cheetos a la boca.

—Perderse también es sinónimo de explorar. Perderse para encontrarse—suspira, bajando el volumen de la música para dejarla de fondo—. Sólo continúa por esta calle hasta que encuentres una esquina.

Le doy una mala mirada.

—¿Qué tipo de indicaciones son esas? ¿Es enserio?

Ella se encoge, tendiéndome un Cheeto.

—Eso dice el mapa.

La cabaña está alejada de los vecindarios y en medio de cincuenta acres privados. Incluso tenemos un acantilado para nosotros que tiene vistas panorámicas del río Hudson, según Bella.

Si la policía nos arresta por invasión a la propiedad será su culpa. Y estoy dispuesto a delatarla.

Pronto, las casas y negocios quedan atrás y grandes áreas despobladas nos saludan, es un paisaje color sepia y cálido, a pesar del frío gélido que hace.

—La vuelta está más adelante—ella rompe el silencio con un murmullo.

Cuando logramos llegar a la cabaña, la noche ya ha caído y todo se ve oscuro como boca de lobo. Las luces blancas del lugar nos ciegan y descargamos el auto en silencio.

—Que silencioso está todo—Bella susurra, llevando sus manos a sus caderas—. Y todo luce caro.

Exploro el lugar, de paredes grisáceas y muebles blancos. Sigue luciendo acogedor a pesar del estilo pronunciadamente minimalista y elegante que tiene.

—¿Vamos a dormir en habitaciones diferentes? —pregunto desde el pasillo, de pie en la puerta de la segunda habitación.

Ella no responde y regreso al primer cuarto.

—Mi papá y yo íbamos a dormir en habitaciones diferentes—gruñe, tratando de subir su maleta a la cama. La llevo ahí por ella y Bella pronto comienza a desempacar.

—¿Es ese un sí o un no?

—Sólo estaba hablando de los planes de mi papá. Y respecto a tu pregunta, no lo sé.

Me tiro en el espacio libre de la cama King y apoyo mi cabeza en mi mano.

—Ya dormimos juntos en el hotel y si bien lo recuerdo, dijiste que una vez que estuviéramos en Nueva York dormiríamos juntos.

—Y ahora estamos en Germantown—sonríe, lanzándome su ropa interior sucia al rostro. La hago a un lado.

—El cual está en el estado de Nueva York.

—Cállate y haz lo que quieras—ahora es el turno de que sus calcetines golpeen mi cara.

—Suena bien—soluciono y voy por mi maleta al recibidor.

Bella me entrecierra los ojos cuando entro con ella a la habitación, pero no dice nada.

Nos colocamos los pijamas y la suave tela se siente bien contra mi cuerpo cansado. Después, cocinamos juntos la cena: filetes y guarnición de papas. Cenamos viendo la televisión y a pesar de que es una vieja rutina nuestra se siente como un inicio esperanzador.

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Ahora ya no tenemos ningún plan o itinerario, simplemente pasar el rato y descansar. Ambos estamos cansados y somnolientos, así que vamos a la cama temprano. Es por eso que cuando despierto a media noche, me parece extraño no encontrar a Bella junto a mí. Creyendo que sólo está en el baño, vuelvo a cerrar los ojos.

Permanezco alerta, por eso cuando las manecillas del reloj siguen avanzando me estiro para tocar su lado de la cama. Está frío y no hay ninguna luz proveniente del pasillo o de la sala, así que decido salir a indagar.

La luz del baño también está apagada, la puerta abierta. Entonces enciendo la luz del pasillo. Estoy a punto de llamarla cuando la veo en el sofá, sentada y llevándose la manta rápidamente al rostro, como si la luz la hubiera deslumbrado.

—Creí que estabas cansada—murmuro, yendo hacia allá. Bella no responde y no es sino hasta que me coloco a su lado cuando noto que está llorando—. ¡Hey! ¿Qué está mal?

Aparto la manta de su rostro y ella no pelea, aprieto sus mejillas y la obligo a mirarme.

—¿Te sientes bien?

Ella asiente débilmente y recuesta su cabeza en el respaldo del sofá, pero toma mi mano. Suspira.

—¿Te sientes enferma? —acomodo su cabello detrás de la oreja, ansioso—. ¿Qué pasa?

Me siento a su lado, apoyando mi espalda en el reposabrazos del sofá y la atraigo al espacio entre mis piernas. La cubro correctamente con la manta.

—¿Por qué lloras? —pregunto, con voz suave, acomodando su cabello.

Creo que hay dos razones por las cuales ella podría estar llorando y quiero que me diga cuál es. Es momento de hablar, sin importar que sea de madrugada y que estemos a miles de kilómetros lejos de casa. Estábamos tan bien… dentro de lo que cabe.

Y si es por la otra razón… mierda, no sé qué decir al respecto.

Ella abre la boca, pero ningún sonido sale. Le doy un par de minutos y no puedo evitar besarle la mejilla. Luce desecha, destrozada. Mi pecho se aprieta y sé que no quiero volver a verla de esta manera. Su tristeza se arraiga en mi piel y la sujeto fuertemente.

—Sólo lo extraño—susurra, su barbilla temblando.

Sip, no sé qué decir.

Tenía un poco de recelo respecto a este momento. Lo estaba esperando, lo creí muy posible, pero también deseché la idea de que sucediera porque ella lucía tan feliz. Estaba entusiasmada por el viaje y nunca antes ha hablado de su padre conmigo. Es la primera vez que lo hace y no sé cómo reaccionar, así que sólo froto sus brazos y la aprieto más fuerte.

—Por supuesto que lo extrañas.

—A veces… a veces duele demasiado—sorbe su nariz—. Y justo ahora lo hace. Ojalá me hubiera llevado con él—ella mira al frente, como en un trance.

Sus palabras me estremecen y la sacudo, obligándola a mirarme.

—¿Por qué no me habías dicho nada? —pregunto en un susurro, limpiando sus lágrimas con la manga de mi playera.

Se encoge.

—No lo sé—sus labios no se mueven—. No quiero nada sin él—sus ojos están tan atormentados y las lágrimas no dejan de salir.

—Oh, Bella—llevo su rostro a mi pecho—. Está bien, cielo. Él está bien y tú también lo estarás.

—No puedo… no puedo hacerlo—gimotea, sus llantos amortiguados contra mi pecho y la manta.

—Pero lo estás haciendo—trato de animarla, deseando que escuche sobre sus llantos.

—Sólo se fue y ya. Él no…—su voz se quiebra y entierra sus dedos en mi espalda—. Sólo me dejó y ya.

—Él no quería dejarte, Bella.

—Pero lo hizo y… me dejó sola. Éramos dos y luego ya no… mierda.

—Está bien, cielo.

Hay un largo silencio en el que sólo acaricio su cabeza y dejo besos en el nacimiento de su cabello.

—Estoy comenzando a creer que no valgo la pena. Todos se cansan de mí—susurra.

—Eso no es cierto—tomo su rostro enrojecido entre mis manos—. Yo no estoy…

—Mi mamá creyó que era mucho con lo que lidiar, nadie quería jugar conmigo cuando era pequeña, mis amigos de la escuela sólo venían conmigo porque tenía una casa en la cual hacer fiestas, mi mejor amigo de toda la vida se aburrió de pasar el rato conmigo, mi papá se fue y tú no…—sacude la cabeza, interrumpiéndose y se aleja, apoyando su frente en los talones de sus manos.

Me siento de la mierda. No hay algo que desee más en este momento que tener la puta epifanía de siempre y decirle que lo hago, que la quiero, que deseo estar con ella y que no está sola. Empeoré lo que estaba dañado, si tan sólo no tuviera estos malditos complejos e ideas estúpidas podría haberle dicho que también la quería, la hubiera querido y mi cariño habría sido como una manta sobre sus hombros. En su lugar, la arrojé al frío glacial y cerré la puerta en su cara.

Dios, soy la peor persona del mundo.

Me tallo el rostro y apoyo mi mejilla en la mano.

—No estoy diciendo esto para culparte. O hacerte sentir mal. Sólo quiero que sepas cómo me he estado sintiendo todo este tiempo y por qué es tan difícil para mí lidiar… con esto.

Abro la boca para responder… ¿qué? No lo sé, cualquier cosa.

—Sólo quería que entendieras—añade con voz insegura.

Y en este momento lo veo.

Veo a una niña perdida, aunque de la mano de su padre, quién trató de llenar los espacios, quién dio lo mejor de sí para hacerle entender a su hija que con él lo tenía todo, sin pensar que un día él tampoco estaría y que se llevaría todo consigo. Veo a niños engreídos tomando sus juguetes y alejándose cuando una Bella niña se acercaba. Veo a chicas cotillear a sus espaldas y darle una sonrisa falsa cuando la Bella adolescente las saludaba en los pasillos de la escuela. Veo a la Bella sonriente, mordisqueando un durazno, lamiéndose los labios e inclinándose a tallar una calabaza junto a mis mejores amigos, incluyéndolos en los planes simplemente porque quiere hacer sentir bien a la gente, porque quiere tomarlos en cuenta, porque a ella la hicieron a un lado.

Veo a Bella sonriendo a través del dolor, tomando mi mano y pegándose a mi entre la multitud de Nueva York, dándome otra oportunidad simplemente porque no sabe qué hacer con el cariño hacia mí que trae en el pecho, decidiendo quererme, esperando el momento en que le diga que yo también la quiero porque eligió creer mis palabras de que algún día lo haré, de que en cualquier instante la miraré a los ojos y se lo confesaré.

—Lo lamento—digo con mi interior retorciéndose—. Lamento que tengas que sentir todas esas cosas. Y lamento también ser el causante de una parte de ellas.

—No estoy tratando de hacerte sentir mal—repite, sorbiéndose la nariz y mirándose las manos en su regazo.

—Lo sé, pero aun así lo lamento.

—Decidí creerte—señala.

—También sé eso. No importa qué pase, seguiré lamentándolo—insisto.

Da un suspiro quebrado y no agrega nada más.

—Ven aquí—abro de vuelta mis brazos y ella se desliza en el sofá, nuestras piernas enredándose—. Tranquila, nena.

—¿Estará bien? —su susurro interrumpe el silencio minutos después.

—¿El qué?

—Esto—aprieta mis manos—. ¿Estará bien?

—Haremos que esté bien.

Entierro mi nariz en su cabello y afianzo mi agarre en ella, con un plan claro en mi mente de reconectar en este lugar alejado de todo.


Recuerdo haber llorado también mientras escribía este capítulo... uff y más adelante hay uno peor, ¡waa!

Muchas gracias por sus rr. Háganme saber qué les pareció.

Nos seguimos leyendo. Un abrazo.