46


Edward

Despierto con el ruido de un comercial de televisión. Bella respira tranquilamente junto a mí y tanteo la mesa junto al sofá para alcanzar mi celular. Nos quedamos dormidos luego de la cena en la sala. Son las 12:42 de la madrugada y está nevando finalmente. Observo la ventana por un rato y luego sacudo a Bella.

—Hey, despierta.

Ella murmura algo sin sentido y se remueve incómoda.

—Bella, hey, está nevando.

—¿Qué?

—Ya está nevando.

—¡Genial! —salta del sofá y corre a la ventana—. Vamos afuera, ya ha estado nevando por un rato. ¡Vamos!

Toma mi mano y me jala a ella.

Nos vestimos en el pasillo, alcanzando nuestras bufandas y guantes. Bella no tiene sus botas de nieve aquí, pero las de lluvia están junto a la puerta principal y se las calza.

—¿Dónde está tu chamarra?

—Eh, la dejé en casa. Está bien, tengo mi bufanda.

—Las bufandas son para el cuello, te traeré una.

—¡No es necesario! —ella me grita desde el pasillo.

Cuando regreso ella está a punto de salir, pegando brinquitos en su lugar y no pone objeción alguna a la chaqueta. La abro para ella e introduce sus brazos, subo el cierre y acomodo su cabello dentro de su gorro. Enciendo la luz del jardín y Bella espera a que termine de calzarme mis botas.

—¿Pusiste la ropa en la secadora?

—Si, después de cenar.

—De acuerdo, andando—abre la puerta, el frío colándose a la casa y baja los escalones rápidamente—. ¡Mira todo esto!

Se pone en cuclillas en el centro del jardín y toma nieve en sus puños. Y como ella lo dijo, ha estado nevando por un rato, ya hay una buena capa sobre todo.

Bella sigue tocando la nieve cuando formo una bola y la arrojo a su espalda.

—¡Hey! —chilla, quejándose—. ¡Eso no es justo!

—Cállate, Bella. Mira esto—obedece, mirándome sobre su hombro, justo donde mi segunda bola le cae. Algunas migajas le salpican el rostro.

Me carcajeo.

Ella tropieza al levantarse, mi enorme chaqueta alentando sus movimientos.

—Al menos deja que haga una.

—Lo siento, la nieve no es para los tontos.

Ya le he arrojado un montón de bolas cuando ella apenas me ha arrojado dos. La tercera no llegó tan lejos.

—¡Vuelve aquí! —grita, corriendo tras de mí con su puño alzado.

—Hagamos un trato—me detengo frente a ella, apelmazando la nieve en mis manos—. El ganador de esta ronda le…

—No voy a darte otro masaje—me interrumpe, enterrando la barbilla en su bufanda.

—No iba a decir eso—ruedo los ojos—. El ganador de esta ronda hará la cama por toda una semana.

—Pff, ya hago eso—gruñe—. Los platos. Por toda una semana.

—En verdad no me gusta hacer la cama—negocio.

Bella rueda los ojos.

—Los platos. Eso o nada.

De acuerdo—gimo—. ¿Estás lista?

—No, déjame formar mis bolas—dice, alcanzando nieve de la verja.

—Puedes sujetar las mías si quieres—le guiño mientras le tiendo mis armas, esperando que capte el doble sentido. Lo hace y gruñe, empujándome lejos.

Atrapo su muñeca y la jalo a mí, bajando su bufanda para dejar un beso sobre su boca.

—Buena forma de distraerme—sonríe antes de arrojar una bola a mi pecho y correr lo mejor que puede.

La nieve se sacude de su cuerpo como motas de polvo y me detengo para admirarla por un momento antes de lanzarle una bola. Pega saltos en la nieve como un conejo, haciendo bolas y cargándolas con un brazo.

Corremos alrededor del jardín, atacando y riendo. Nuestros alientos forman nubes que se elevan y se pierden en la negrura de la noche.

Bella apoya sus manos en sus rodillas e intenta recuperar la respiración cuando le estampo otra bola en el trasero.

—Gané—murmuro, atrapándola por la cintura y arrojándola al suelo.

Amortiguo su caída con mis brazos y cae con un suave plop.

—Claro que no—se ríe, apretando los labios—. Perdiste la cuenta a propósito—enreda sus brazos en mi cuello.

—Perdón por no contar mientras corro y trato de cubrirme—digo, alejando de su rostro el cabello que escapó de su gorro.

Bella se ríe, mostrando los dientes y la nieve le cae en las mejillas sonrojadas. Enreda sus piernas en mi cintura y sacudo mi brazo, tratando de sacar la nieve que se coló entre mi guante y mi manga.

—¿Entonces gané? —pregunta, tallando su nariz con la mía.

—¡No! Gané yo, te gané desde el inicio. Te sepulté en la nieve cuando apenas habías arrojado una bola.

—Bien, te ayudaré con los platos—rueda los ojos, fingiendo pesar.

Me río.

te encargarás de los platos. ¡Vamos, mujer, a la cocina! —le ordeno.

Bella me entrecierra los ojos y pica mis costados, haciéndome brincar.

—No hagas eso—le advierto.

—Es divertido—defiende—. Aunque peligroso, un día leí en el periódico que un hombre murió por eso.

—¿Le picaron las costillas?

—Si—asiente con su cabeza—. Decía que caminaba tranquilamente por su casa cuando su hija saltó frente a él y le picó las costillas.

—Creo que es mejor apostar por un paro cardíaco—me río entre dientes.

—Como sea, murió justo ahí.

—¿Qué clase de periódicos lees?

—El Daily Forks, ¿cuál más?

—Estás llena de mierda.

Ella se carcajea, temblando debajo de mí y lleva sus manos a mi pecho.

—Bueno, si un día mueres luego de que te pique las costillas seguramente comenzarán una investigación al respecto—alza las cejas, como si la idea que ofrece fuera una gran oferta que no quieres dejar pasar.

Más nieve cae sobre ella y me pregunto si se está congelando. Probablemente debería moverme y sacarla de la nieve. Bella se pasa las manos enguantadas por el rostro alejando los cabellos y las motas de hielo. Luce pequeña y sonrojada. Suspira y estira los brazos, haciendo un ángel.

Justo aquí.

Este es el momento.

Exhalo bruscamente, como si me hubieran sacado el aire de golpe. La observo bien, veo sus mejillas rosas y sus labios pálidos.

Me sonríe, confundida.

—¿Qué?

Mi cuerpo está pesado, algo lo está jalando al suelo, hacia el centro de la tierra. No me estoy elevando, simplemente estoy aquí. Y ahora no puedo imaginar algo sin ella, todo me lleva a esto, lo quiero todo junto a Bella, en este momento. Es como la parte más emocionante de la canción, como estar por los aires en la montaña rusa.

Abrazar la sensación es tan fácil.

Pensé que no lo sería.

—Te quiero.

Su pequeña sonrisa se borra, parpadea. Luce sorprendida.

Mira fijamente a un punto en mi pecho y regresa sus ojos a los míos.

—¿Qué? —musita con voz pequeña.

Me muerdo el labio, dejando que los sentimientos me arrollen, permitiéndole a mis emociones ondular por mi cuerpo entero.

—Te quiero—repito.

Bella exhala lentamente, sus ojos se derriten y su cuerpo se relaja debajo de mí. Asiente ligeramente con la cabeza.

—También te quiero—corresponde en un susurro.

Me inclino a besarla cuando noto que sus ojos comienzan a parecer demasiado brillosos, ¿son lágrimas? Entierra sus dedos en mi mejilla y abre su boca para mí cuando delineo su labio inferior con mi lengua. Entierro mis manos en la nieve para sujetarla por la cintura y pegarla más a mí.

—¿Quieres ir adentro? —pregunto contra su boca, dejando un último beso.

—Si—suspira—. Se me está congelando el trasero.

La ayudo a levantarse y sacudo la nieve de su espalda y de sus piernas. Bella enreda su mano con la mía y me deja guiarla hasta el interior.

Mientras nos quitamos la ropa llena de nieve, sus movimientos se detienen y siento su mirada sobre mí.

Finjo no darme cuenta.

Probablemente está procesando lo ocurrido. Espero que no tenga dudas, espero que no crea que sólo lo dije porque parecía el momento adecuado.

La quiero. Ahora ya sé que lo hago. Puedo sentirlo por todo mi cuerpo mientras me deshago de mis botas y meto mis guantes al bolsillo de mi chaqueta.

Ella reanuda su tarea y en silencio avanzamos hacia la habitación.

xxx

Heidi entra a la oficina abriendo su paquete de gomitas de la máquina expendedora.

—Acabo de descubrir que Swan Crops le dará una entrevista a Le Monde—anuncia, dejándose caer en su silla.

La miro rápidamente.

—¿Enserio? ¿Cuándo?

—No sé—se encoge de hombros—. Escuché a los de Negocios hablar de eso en la máquina de café.

—Creí que ya no había nadie aquí—murmura Eric al estirarse para robarle una gomita—. Me agradan ellos.

—¿Los de Negocios? —pregunta Heidi, enterrando su pluma en su coleta.

—No, los de Swan Crops. Mi abuelo trabajaba con ellos en los sembradíos—responde Eric—. Pero murió antes de que los hijos ¿o son los nietos? entraran al negocio.

—Son buenas personas—murmuro, continuando con mi tarea de las ilustraciones.

—¿Cómo los…? oh por Dios—se interrumpe Heidi—. ¿Es ella tu Bella? ¿Bella Swan?

Eric me mira también, con la boca abierta. Puedo ver la gomita en su lengua.

—Si—respondo, de pronto incómodo con la atención—. Es ella.

—¿Enserio? ¿Estás saliendo con ella? —insiste.

—Si, ¿por? —los miro desde el lado de mi pantalla, frunciéndoles el ceño.

—¿Por qué? —Eric pregunta en su lugar, entre incrédulo y confundido.

—¿Por qué salimos? Porque… ¿nos gustamos? —ofrezco.

—¿Por qué le gustas a ella?

—¿Disculpa?

Heidi se carcajea.

—¿Estás mintiendo? —me entrecierra los ojos.

—¡No! ¿Por qué es tan difícil de creer?

—Pruébalo.

Suspiro, decidiendo ignorarlos, pero entonces comienzan a presionar así que les muestro algunas de nuestras fotos.

—¡Oh por Dios! ¿Podemos conocerla? ¿Enserio es así de rica? ¿Es presumida? —Heidi me muestra mi teléfono mientras señala nuestra foto frente al árbol Rockefeller.

—No, no es presumida—miento parcialmente—. Y no, no pueden conocerla.

—¿Por qué no? —se queja Eric.

—Porque no le gusta lidiar con simios.

Ellos ruedan los ojos.

—No lo sé, no estoy muy seguro de eso. Está saliendo contigo, después de todo—comenta él.

Le arrojo mi lápiz al rostro, pero logra atraparlo antes de que lo golpee.

—Nos colaremos a la entrevista—le asegura Heidi.

—Oh, podemos pretender que somos los fotógrafos.

Me río entre dientes, sacudiendo la cabeza y regresando a mi trabajo.

—Es sólo una persona—aseguro, sin mencionar que es mi persona favorita en el mundo y que estoy, ahora orgullosamente, enamorado locamente de ella.

—Una muy famosa persona—insiste Heidi—. Son las únicas personas famosas en Forks, ¡vamos, Edward!

—Te olvidas del alcalde—la señalo.

—A nadie le gustan los políticos, pero nos gustan las personas que cosechan frutos. Es decir, proyectan una vibra muy zen ¿con qué podrían lastimarte? ¿te lanzarán una manzana? ¡por favor!

—Seh, son como los pobladores de Animal Crossing—añade Eric—. ¿Usan overoles?

—¡Cierren la boca! —me carcajeo, colocando mis manos detrás de mi cabeza.

—Definitivamente nos colaremos a la entrevista—finaliza Heidi, dando un golpe a mi escritorio—. Victoria puede hacerla de nuestra asistente.

—¿Tu novia pelirroja? —Eric murmura, alcanzando mi pluma y jugando con ella.

—Mi amiga pelirroja. Ya somos las mejores amigas del mundo, ¿lo recuerdas?

Eric bufa.

—Quién diría que besuquearte con tu nuevo compañero de trabajo es una manera de crear amistades—mascullo, tallándome los ojos y comenzando a sentir la fatiga.

—Exactamente. Ah, aquí viene, cállense—musita Heidi al alejarse hacia su escritorio.

—El baño del pasillo da un vibra muy tétrica a esta hora—dice Victoria cuando entra a la oficina.

—¿Sabías que Edward sale con Bella Swan? —Eric comenta al aire, alzándole las cejas.

—¿Qué? ¿La de Swan Crops? —Victoria me mira—. Imposible.

Heidi y Eric lanzan risitas.

—¿Lo ves, jefe? Nadie te cree que estás en su liga—Heidi me guiña desde el otro lado de la habitación.

—Ya vieron las fotos.

—Meh, no lo sé—Eric se encoge de hombros—. Sabes usar Photoshop después de todo.

Le arrebato mi pluma y él me da una mala cara antes de ir a su escritorio.

Mi celular vibra con un nuevo mensaje y ahogo las risas mientras leo.

Bella: ¿Estás en camino a casa?

Edward: Sigo en el trabajo. Tenía unas cosas qué hacer, ¿por qué?

Bella: Ven. Tan pronto como sea posible.

Le frunzo el ceño a mi teléfono, asustándome un poco.

Edward: ¿Está todo bien?

Bella: No lo sé.

Edward: ¿Qué quieres decir? ¿Alguien entró a la casa?

Bella: No, para nada. Sólo ven, ¿sí?

—¿Todo bien? —Eric pregunta, echándome ojeadas. Victoria y Heidi dejan su trabajo para mirarme también.

Edward: Estoy en camino.

—Nop—murmuro—. Tengo que irme. Terminemos por hoy, ¿sí?

Los rostros de los tres se fruncen en preocupación.

—¿Se murió alguien? —aventura Victoria.

—No—sonrío—. Sólo tengo que encargarme de algo. Es sobre Bella.

—Oohh, ¡qué conveniente! —se burla Eric mientras comienza a recoger sus cosas.

—Cierra la boca—le lanzo otro lápiz y esta vez no puede detenerlo.

Salgo de ahí cuando ellos continúan riéndose, pero me desean buena suerte.

No sé si la necesitaré.

Bella

Intento mantener mi mente ocupada con el artículo sobre moda de la edición de enero de Le Monde, a la cual me suscribí como una buena novia lo haría, cuando escucho a Edward llegar.

Mi interior es un revoltijo de emociones y estoy a punto de vomitar, pero camino hacia la puerta principal y la abro, esperando por él.

Edward se escurre por el garaje mientras este se cierra y se echa las llaves al bolsillo de su pantalón.

Su ceño está fruncido y camina hacia mí.

—¿Qué está mal?

Señalo el interior de mi casa con la barbilla, instándolo a seguirme. Lo escucho sacarse las botas y luego viene hacia la sala.

—¿Nappy?

—Siéntate aquí—palmeo el lugar a mi lado y él obedece, curioso.

Tengo la respiración atorada en la garganta y decido terminar con esto al hurgar detrás del cojín. Alcanzo su mano derecha mientras él sigue mis movimientos.

Finalmente dejo el objeto en su palma abierta.

Lo contempla por largo rato y parece que el tiempo se ha detenido… para mí, al menos. Lo observo con atención, busco cualquier gesto que me diga algo, pero su rostro está sepulcralmente quieto.

De pronto, Edward salta de su lugar.

—¿Es tuya?

Le entorno los ojos.

—De acuerdo, mala pregunta—mira hacia arriba, pensándolo—. ¿Cómo sucedió?

Bufo y entierro mi cabeza en mis manos de pura frustración.

—¿Enserio?

—Mala pregunta otra vez. ¡Oh Dios! —se golpea la frente con la mano izquierda mientras la derecha sujeta fuertemente la prueba de embarazo—. ¿Estás segura? ¿Esto es putamente real?

—Muy real, podría decir—murmuro.

Él exhala ruidosamente, inflando sus mejillas y de pronto está de cuclillas frente a mí.

Edward mira hacia un lado, a la nada, como pensándolo.

—Creí que tenías el DIU—dice en voz queda, frunciéndome el ceño.

—Al parecer no funcionó. No lo sé, Edward. Tengo dos semanas de retraso—me cubro la boca así que el sonido sale ahogado.

Edward suspira, conteniendo un gemido lastimero en su garganta. Se frota la frente con las yemas de los dedos, manteniendo los ojos cerrados.

Esto es real, ya se hizo real.

Mis manos tiemblan y él luce tan descolocado como yo. Estamos jodidos. No sé qué hacer al respecto. El pecho se me oprime, como si alguien estuviera aplastándome. Las lágrimas se arremolinan en mis ojos y dejo que salgan. Mis mejillas empapándose al instante.

La ignorancia es mucho mejor que esto.

El silencio en la casa es oprimente.

Un momento después, Edward arroja la prueba hacia el sofá y toma mis manos en las suyas.

—¿Qué vamos a hacer? No sé nada sobre bebés—dice, su voz es pastosa y ronca.

—Yo tampoco—suspiro.

—¿Cuándo pasó? —pregunta con voz suave, hace que mi corazón se derrita y más lágrimas salen.

—Creo que fue en Nueva York, en la cabaña. O tal vez cuando regresamos, no lo sé—alejo mis manos de las suyas y me limpio las mejillas.

—Deja de llorar, ¿por qué lloras?

Lo miro entre mis pestañas mojadas y me encojo.

—Sólo estoy asustada—susurro.

—Va a estar bien—asegura, frotando mis antebrazos—. Todo.

Su voz suave y sus ojos derretidos sólo me hacen querer llorar más.

—No sé—lloriqueo—. He estado tomando vino todo el tiempo. Me emborraché en la fiesta de Navidad… dios.

Escucho que él ahoga una risa, el aire saliendo de su nariz.

—Está bien, Bella. Muchas mujeres beben cuando todavía no lo saben y otras más siguen bebiendo.

—Cállate—mascullo, intentando mantener la sonrisa a raya. Escucho la suya antes de verla.

—Sólo trato de hacerte sentir bien—aprieta mis rodillas—. Él va a estar bien.

Lo miro rápidamente, parece tan seguro. No esperaba esto. No de él. Está siendo demasiado… comprensivo, abierto, parece que ya se hizo a la idea.

—¿Estás bien con esto? ¿Quieres que lo tenga?

¿Qué? —su voz sale agudamente distorsionada—. Creí que estábamos hablando de… ¿quieres tenerlo?

—¿Sí?

—¿Sí? ¿Como en una pregunta?

Asiento.

—Si quiero tenerlo.

—Bien, quiero eso también.

—Ok.

—Ok—él mueve su cabeza, asintiendo.

—Esto es… diablos, no es el momento correcto.

Edward finalmente se sienta junto a mí, estirando sus largas piernas hasta que se ocultan debajo de la mesa de centro.

—Bueno, puedo ver que no es el momento correcto, ¿pero a qué te refieres exactamente?

—A nosotros. No podemos… esto es demasiado—lo miro sobre mi hombro.

Él se recuesta en el sofá, entrelazando sus dedos sobre su regazo.

—Ja, lo dice la chica que grita "te quieros" desde las azoteas en la primera cita.

—Cállate, Edward, un "te quiero" no es nada comparado con un niño.

—Bueno, ¿lo ves? En caso de que te estuvieras preguntando si te quería…—él me señala vagamente con su mano—. Incluso te di un hijo.

¿Cómo puede estar tan calmado? Comienzo a creer que no sabe el significado de una prueba de embarazo positiva. ¿Sigue creyendo que la cigüeña es la que se encarga de los bebés? Quiero abofetearlo. Lo envidio por estar tan tranquilo.

Le echo una ojeada. Él incluso está tamborileando los dedos.

Un sollozo se atora en mi garganta y me cubro el rostro con las manos.

¡Aww! —lloriqueo.

Su gran mano acaricia mi espalda y me envuelve en un medio abrazo.

—Tranquila, corazón. Está bien—él besa mi sien y me mece por un rato.

De pronto, deja de estar a mi lado y está caminando en círculos. Entrelaza sus manos detrás de su cabeza.

—¡Mierda! Voy a ser papá—gime. Él se aproxima a la entrada de la sala, dándome la espalda.

Se frota los ojos.

Camino hasta él, enfrentándolo e intentando alejar sus manos de su rostro.

—Oh, dios, ¿estás llorando?

Él asiente en silencio e intento rodearlo con mis brazos, deseando consolarlo como él acaba de hacerlo.

—Estará bien, Edward—digo aunque no tengo ni idea de eso—. Lo haremos funcionar. De alguna manera. De cualquier manera. Y si no funciona, bueno, él seguirá teniendo a sus dos padres—rasco su espalda.

Él descubre su rostro y me mira, tomándome de los hombros.

—Quiero hacerlo funcionar. De otra forma, estará destinado a tener dos casas y a dividir su semana entre nosotros dos.

—Bueeeno, no es como si viviéramos tan lejos—pico su barriga y él sonríe, abrazándome.

—¿Estás segura de que estará bien?

—No puedo prometer eso, pero lo intentaremos.

—Prométeme que tratarás—insiste, mirándome a los ojos.

Observo sus preciosos ojos verdes llorosos y asiento. La trascendencia del momento hace que derrame más lágrimas, dándome cuenta de que no lo había visto tan vulnerable antes.

—Lo juro.

Él vuelve a abrazarme, meciéndonos en nuestro lugar.

—Debería hacer una cita con mi ginecóloga. No es buena idea seguir teniendo el DIU… o al menos para… confirmarlo o no sé.

—Bien—él asiente, alejándose, pero sigue sosteniendo mis manos—. Necesito un poco de agua, ¿quieres?

Asiento en silencio y voy en búsqueda de mi celular.

Bebo el vaso de agua que Edward me tiende mientras me armo de valor para hacer la llamada que comenzará con todo esto. El consultorio de la Dra. Zafrina continúa abierto.

Espero en la línea, echándole miradas a Edward. Él observa atentamente el vaso entre sus manos.

Senna, la asistente de la Dra. Zafrina, responde.

—Hola, Senna, soy Bella Swan.

¡Oh, hey, Bella! —saluda animada—. ¿En qué puedo ayudarte?

Edward se tira en el sofá sin gracia alguna, su cabeza apoyada entre el respaldo y el reposabrazos.

—Necesito una cita con la Dra. Zafrina. Lo más pronto posible.

—De acuerdo, la Dra. Zafrina trabajará mañana, ¿qué dices?

Frunzo el ceño, no encontrando la relevancia de su comentario hasta que recuerdo que es Año Nuevo. Mierda.

Le echo un vistazo a Edward, él alza las cejas, cuestionando. Cubro la bocina.

—¿Puedes hacerlo mañana?

Él asiente rápidamente y añado que es Año Nuevo, en caso de que también lo haya olvidado.

—Hazlo, esto es más importante—murmura.

—De acuerdo, mañana—le digo a Senna.

—¿Es una consulta en especial o es una revisión periódica?

—Creo que estoy embarazada.

—Oh, bien entonces.

—Pero tengo el DIU.

Hay silencio del otro lado de la línea por un momento.

—¿Te realizaste una prueba?

—Si, esta tarde. Y tengo un retraso.

—De acuerdo. Dame un minuto, se lo consultaré a la doctora.

Edward patea mi pierna.

—¿Qué ocurre?

Me encojo.

—No lo sé, dice que le preguntará a la doctora.

Espero un momento en la línea antes de que haya ruido.

—¿Hola? —es Zafrina—. ¿Bella?

—Hola.

—Senna me habló al respecto. ¿Sabes cuándo quedaste embarazada?

—Creo que fue la primera semana de diciembre.

—Bien. Escucha, esto podría ser delicado. ¿Por qué no vienes aquí justo ahora?

—¿Ahora? —repito, confundida y demasiado asustada. Edward se sienta rápidamente, buscando mi mirada. Le hago saber que no sé nada.

—Claro—asegura Zafrina—. Y trae a alguien contigo.

—De acuerdo. Estoy en camino.

—¿Bella? —ella llama mi atención—. Seamos positivas, pero esta podría ser una larga noche.


Esta era la sorpresa.

Este era El Capítulo.

Muchas cosas pasaron, ahora me iré lentamente...

¿Nos seguimos leyendo? ¿O ya debería desaparecerme?