50


Edward

—Te vas a quedar calvo—Eric me dice al dejar mi botella de agua frente a mí. Apoya sus manos en el escritorio y me contempla.

—¿Qué? Gracias, ¿de qué hablas? —doy un gran trago.

—Has estado jalándote el cabello como por una hora—comenta, alejándose finalmente y yendo a su lugar.

—Como si eso fuera novedad—dice Heidi, sin alejar sus ojos de su pantalla.

—¿Qué te estresa tanto? ¿Tu Photoshop no está funcionando? —presiona Eric.

Dinero, dos trabajos y un bebé en puerta, quiero responderle, pero en su lugar me encojo.

—Nada—suspiro—. Sólo estoy cansado.

Victoria gime.

—No me digas. Tengo una cruda tremenda—dice.

Heidi le arruga la nariz y frunce el ceño.

—¿En pleno miércoles?

—Larga historia—Victoria la aplaca con un gesto de mano.

—Como sea, ¿qué vamos a hacer en San Valentín? —pregunta Eric.

—Un pastel—responde Victoria rápidamente—. Quiero pastel.

—Un Selva Negra—la apunta Eric en acuerdo—. Delicioso.

Un toque en la puerta llama nuestra atención y Maggie, la asistente gerencial, entra empujando un carrito con una caja sobre él.

—¡Hola! —saluda sonriente—. ¿Cómo están?

—Hola, Maggie—la saludamos a coro. Noto la mirada desdeñosa de Heidi y oculto una sonrisa.

—Traigo las buenas nuevas—palmea la caja frente a ella.

—¿Qué es eso? —Eric le frunce el ceño, sus ojos sobresaliendo por el borde de su monitor.

—Sus agendas. Feliz año nuevo—ella sonríe al tiempo que hurga en la caja.

—¿Agendas? El año está por terminar—bromea Heidi y toma la que le tiende Maggie—. Gracias.

—Lo sé, lo siento. Hubo un problema con eso—responde Maggie y llega hasta mí. No me pasa desapercibido que acaricia mis dedos cuando tomo la agenda de sus manos.

—Bueno, gracias—Victoria dice, pasando sus dedos por las hojas.

—De nada—le dice sobre su hombro, pero no aparta su mirada de mí— ¿Cómo estás, Edward? —me pregunta.

Suspiro.

—Bien, ¿tú? ¿Tienes las tazas que te pedí?

Sus ojos se abren sorprendidos y luego me sonríe nerviosa, jugando con su cabello.

—Claro, las tazas. No, no las tengo conmigo, pero las traeré. ¿Cuántas dijiste que necesitabas?

Miro alrededor. Heidi observa atentamente el intercambio. Eric está metido en su computadora y Victoria sigue hurgando en su agenda.

—Cuatro. Somos cuatro aquí.

—¿Cuatro? Tendrás que hacer algo a cambio—me da una sonrisa coqueta y una palmada en el dorso de mi mano.

Heidi se aclara la garganta.

—Ah, Maggie…—intercede—¿Emmanuelle ya regresó? Tengo que hablar con ella.

—Viene mañana—Maggie vuelve a responder sobre el hombro. Se esfuerza en ocultar la molestia en su voz, como si en realidad Heidi hubiera interrumpido su gran movimiento—. ¿Por qué? ¿De qué tienes que hablarle?

—¿Sabes qué? Olvídalo, se lo diré a Pierre—Heidi le da una sonrisa forzada y Maggie asiente con su garganta.

Su vista regresa a mí.

—No olvides las tazas. Mira, toma un dulce—deslizo un mini chocolate hasta ella, dando por finalizada la conversación.

—Ah gracias, Edward—me sonríe otra vez y voy hacia la puerta, abriéndola para ella. Maggie toma su carrito y me da una última sonrisa antes de irse.

—Nos vemos luego, chicos—se despide.

Ellos lanzan respuestas murmuradas.

—Está tan loca por ti—Heidi se ríe y se lleva las manos a la nuca—. Es incómodo verlo.

—Y escucharlo—coincide Victoria.

—Un dulce para otro dulce—Eric se ríe—. ¿Por qué mierda le diste un dulce?

—Esta noche lo escribirá en su diario—continúa picando Heidi—. "Querido diario, hoy Edward me dio un dulce. Lo atesoraré por siempre… hasta que pueda meterlo en mi cama."

—Enserio. ¿Qué fue eso de "hacer algo a cambio"? —Eric hace una mueca—. Quiere que le hagas un cunnilingus.

Agh—gruño—. Cierra la boca.

—Como sea… ¿Por qué le diste un dulce? ¿Te gusta? —insiste Eric—¿De dónde sacaste dulces?

—Ah, los de marketing me dieron algunos—respondo—. ¿Quieren? Y no, no me gusta. Intentaba terminar la conversación.

—Por supuesto que quiero—Heidi camina hasta mí y abre mi cajón, revolviéndolo.

—Fue incómodo de presenciar. Espero que no regrese—finaliza Eric.

—Aquí no hay dulces—refunfuña Heidi, tomando uno de mis marcadores y metiéndolo en su bolsillo.

Le entrecierro los ojos y me ignora.

—En el último—pateo su pierna, haciéndola a un lado.

Ella se pone en cuclillas y saquea mi cajón, tomando y dejando dulces mientras considera sus opciones. Noto que está usando una tanga y alejo mi vista rápidamente, dándome cuenta de que Victoria y Eric están demasiado metidos en sus asuntos y no me descubrieron viendo el trasero de mi compañera de trabajo.

—¿Qué vas a darle a Bella por San Valentín? —Heidi me pregunta en un murmullo. Le quito mis Skittles de las manos y me mira mal.

—¿Por qué estás usando una tanga? —pregunto en un susurro, sin pudor alguno.

Heidi me mira rápidamente y su mano vuela hasta su trasero, intenta subir su pantalón.

—¿Por qué me estás viendo el culo? Esto es acoso laboral.

—No es mi culpa que lo hayas puesto en mi puta cara.

Me entrecierra los ojos.

—No tengo ropa interior limpia—resuelve, regresando su vista al cajón—. ¿Y? ¿Bella?

—Ah, no sé. No tenemos planes, ¿eso significa que tengo que darle algo?

—Pero por supuesto, genio—responde, ajustándose su blusa—. Pregúntale qué quiere.

—Vaya ayuda.

Se ríe entre dientes y me codea.

—Hoy escribiré en mi diario—dice—. "Querido diario, hoy Edward me vio el culo."

—Agrega "y notó mi falta de higiene."

Me pellizca el brazo.

—Idiota. Se lo diré a Bella.

—No sabes donde vive.

—Puedo investigar—me golpea en la nuca y camina hasta su lugar, lanzándole unos chocolates a Eric en el camino.

xxx

He notado por la última hora y media que Paul no deja de echarle ojeadas a Seth. Lo observa atentamente mientras él atiende mesas y recoge copas y luego su rostro se endurece y continúa haciendo lo que sea que esté haciendo.

Me está sacando de quicio y no puedo evitar sentir la tensión en el ambiente. Cualquiera que sea la cosa por la que están discutiendo ahora, tiene que detenerse.

Espero a que Seth se aleje de la barra para enfrentar a Paul, pero él sigue regresando. Cuando se pierde en la oficina, me acerco rápidamente a Paul.

—Hey—golpeo su brazo con mi trapo y él desliza unos tragos hacia un grupo de chicas que charlan animadamente en la barra.

—¿Qué? —me da una mirada aburrida y comienza a enjuagar copas.

—¿Por qué estás actuando todo extraño? ¿Tú y Seth están peleando por algo otra vez?

Paul suspira y sacude la cabeza. Cierra el grifo y mira sobre mi hombro, hacia la oficina.

—No, hombre—responde entre dientes—. Me enteré de algo horrible.

Me inclino para saber más y la boca de Paul se cierra y se abre, tratando de encontrar las palabras correctas.

—¿Qué? —lo apuró—. ¿Es sobre Seth?

Asiente en silencio y aprieta su quijada, juega con el trapo entre sus manos.

—Ese pedazo de mierda—masculla, con el ceño fruncido.

—¿Qué, hombre? ¿Qué mierda pasa? —agito su brazo y él sólo sigue sacudiendo su cabeza.

Me está poniendo nervioso. Claro, lo he visto molesto con Seth incontables veces, pero nunca así. Lo ha llamado cosas peores, pero no así. Nunca lo dice enserio y justo ahora suena demasiado enserio.

Mi corazón se acelera, previendo lo peor.

—El otro día íbamos a hacer las compras—comienza, cruzándose de brazos y apoyando su cadera contra el fregadero—, pero Seth recibió una llamada, era su madre, está enferma y entonces se quedó en casa hablando con ella…

—¿Qué le pasa? —lo interrumpo.

—No, nada malo, era una infección estomacal… como sea—se pasa un dedo por la ceja y continúa con su historia—me fui solo. Estaba escogiendo unos putos aguacates cuando vi a ese idiota con el que está saliendo…

—¿El de año nuevo?

—Si, ese. Riley, así se llama—me recuerda y asiento—Y ese imbécil no tiene nada de homo.

—¿De qué mierda hablas?

—Le hice preguntas a Seth, ¿sí? Sobre él y a este punto ni siquiera importa si el pendejo es bi o pan o lo que sea, ¡el idiota está casado!

¿Qué? —chillo en un susurro, echándole un vistazo a la puerta cerrada de la oficina.

—Si, hombre. El muy mierda estaba jugando a la puta casita con una pelirroja muy embarazada. Trae un puto anillo.

Mi pecho se oprime y el estómago se me revuelve. Ese maldito imbécil.

—¿Estás seguro de que era él? —cuestiono.

—Jodidamente seguro. Le tomé una foto, mira…—Paul saca su celular del bolsillo y me la muestra.

Un hombre alto y castaño está rodeando los hombros de una mujer junto a los refrigeradores. Los helados están detrás de ellos y ella está tan avanzada que no hubiera sido raro que diera a luz justo ahí.

—Ese desgraciado—mascullo.

—Necesito tu ayuda, ¿cómo mierda se lo diré? No puedo ocultarle esto.

Sacudo la cabeza, coincidiendo.

—Y ahora tú también lo sabes y tampoco puedes ocultarlo—me pica el pecho—. Edward, se la pasa hablando de él 24/7, está feliz y está nervioso por San Valentín, no sabe si invitarlo a salir o una mierda parecida.

—No saldrá con él—sentencio.

—Claro que no. No puedo permitirlo y además le dirá que no—él se encoge—. Estará demasiado ocupado follándose a la embarazada cachonda.

Me tallo la quijada, contemplando la gran pila de mierda que esto es. Quiero darle un golpe a ese tal Riley, romperle el puto dedo anular y metérselo en el culo luego de colgarle el jodido anillo al cuello. ¿Cómo mierda puede hacerlo? ¿Cómo carajos se atreve a hacerle eso a Seth? ¡A mi Seth!

Jodido imbécil.

La puerta de la oficina se abre y un contento Seth sale, caminando hacia nosotros.

—No entren al baño—se abanica—. Ni todo el popurrí del mundo puede acabar con el olor—se ríe, pasando su brazo por mi cintura.

Paul me da una mirada y se aleja, dirigiéndose hacia un par de clientes al final de la barra.

Rodeo a Seth con mi brazo libre.

—¿Qué le pasa? —gruñe, sin dejar de ver a Paul.

—Paul siendo Paul—palmeo su espalda.

—Mmm, qué sorpresa—dice, antes de apoyar su cabeza en mi hombro.

Bella

Mis amigas y yo decidimos festejar San Valentín el 12 en lugar del 13 por razones convenientes. Edward se despide con un montón de besos esparcidos por todo mi rostro, me dice lo linda que me veo y luego palmea mi vientre antes de trepar a su auto y dirigirse al bar.

En mi camino al restaurante, la ansiedad de ver a Rosalie por primera vez después del gran fiasco de embarazos se instala en mi estómago como una gran bola apelmazada. Cuando entro y el maître me dirige a la mesa, ella aún no llega.

Jessica y Ángela me sonríen y agitan sus brazos, pidiendo un abrazo.

—¿Cómo están? ¿Dónde está Rose? —pregunto, curiosa y temerosa de que digan que no llegará.

—Dijo que venía en camino. Hubo un choque y dijo que tuvo que tomar otra ruta—explica Jess—. ¡Bella! Te ves preciosa, ¿usaste otra técnica de maquillaje? ¿o es tu suéter?

—Seh…—Ángela coincide, bebiendo de su agua—. Luces radiante.

—Debe ser el suéter—soluciono—. Pero gracias, lucen hermosas también.

—Claro—Jessica murmura sin darle mucha importancia y alcanza su celular—. Por un momento creí que no estaría libre hoy, ya saben, por esas parejas que les gusta jugarle al romántico y casarse en vísperas de San Valentín.

—No me casaré en San Valentín—anuncia Ángela—. Demasiado trabajo… ¿se dan cuenta de que, básicamente, estás arruinando los planes de todos tus invitados?

—Cierto—coincide Jessica—, pero al mismo tiempo le ahorras una fortuna a todas esas parejas que gastan demasiado en cenas… ya saben, creyendo que el amor existe.

Ángela y yo le rodamos los ojos.

—¿Cómo es que puedes ser planeadora de bodas? —Ángela la reprende, apoyando sus codos en la mesa.

—¿Eh? —Jessica sostiene la tira de pan entre sus dientes.

—Las bodas son la representación del amor, Jess—le recuerdo.

Se encoge de hombros.

—La paga es buena.

Mis ojos se van directamente a Rosalie, que acaba de entrar al establecimiento y ahora camina hacia nosotras.

Astutamente, saluda con una sonrisa y toma asiento, no dando pie a los abrazos o besos. Probablemente no desea abrazarme y prefiere no hacerlo con nadie.

Acepto su actitud en silencio y me concentro en el menú frente a mí.

—¿Por qué no ordenaste vino? —cuestiona Jessica cuando el mesero se aleja con nuestras órdenes.

Rosalie se mira las uñas y llama la atención de Ángela, dándole golpecitos en el brazo. Es claro que me está ignorando.

—Eh… tengo que conducir—me encojo.

Jessica me hace una mueca, pero no presiona. Me remuevo incómoda en mi asiento y estoy a punto de comenzar a trepar las paredes cuando Ángela sacude mi brazo y comienza a hablar de cómo su cabello está apagándose. La charla superficial funciona para ablandar el ambiente y Rose parece comenzar a soltarse. Sus hombros ya no están rígidos e incluso me hace preguntas y comentarios directos.

Es bueno.

Cuando estamos esperando el postre, llega el momento de intercambiar regalos, como cada vez. Hurgamos nuestros bolsos y repartimos chocolates y galletas. Rosalie se frota las manos y le tiende sus regalos a Jessica y a Ángela.

Pongo una sonrisa educada cuando llega mi turno, pero su mano palmeando la mía y su sonrisa cálida y grande me sorprenden al darme mis chocolates.

—Y estos son para ti—dice—. Tienen almendras.

—Oh, genial—le sonrío en respuesta y miro brevemente a Jessica y a Ángela, que ya están deshaciendo los moños de sus golosinas.

—Y esto…—murmura en voz baja, dejando una caja blanca con un sofisticado moño de listón beige a mi lado. Coloca una prolija tarjeta color marfil encima—. Deberías abrirlo a solas—le da una mirada al resto y asiento, tomándola en mis manos y dejándola en mi regazo.

Jessica ya tomó mi caja de chocolates y su nariz está enterrada en ellos antes de pasárselos a Ángela.

—Gracias, Rose—le doy un apretón a su mano y ella me sonríe antes de frotarme el hombro.

Jessica le pregunta sobre sus planes de San Valentín.

—Ah, Emmett y yo la pasaremos en casa—le resta importancia con un gesto de mano—. Los restaurantes siempre están llenos.

—¿Bella? —Jessica me alza las cejas y bebe por su pajilla.

—Ah, sí, lo mismo—respondo.

Edward y yo no hemos hablado al respecto, dudo que él sea de los que hacen mucho alboroto. Probablemente más televisión, cena en el sofá y sexo, porque él sigue hablando de lo mucho que quiere embarazarme otra vez.

Bastardo enfermizamente sexy.

Ángela y yo compartimos el postre y cuando es momento de partir, Rosalie me sigue de cerca. Ángela y Jessica enroscan sus brazos y comienzan a hacer planes para la noche del lunes, pregonando que estar soltera es la nueva tendencia.

—Fue bueno verlas—Rosalie dice, ajustando el bolso en su hombro—. Tengo un montón de trabajo, pero… ¿quieren ir a desayunar el próximo sábado? —alza las cejas, expectante.

—Si—Jessica asiente—. Pero no podré estar por mucho tiempo. Tengo citas con una novia ese día.

—Genial—Rose sonríe y luego compartimos abrazos, ella palmea mi espalda y me da una peculiar mirada.

—¿De dónde sacaste eso? —Ángela le da un golpecito a la caja sospechosa de Rosalie.

—Es un regalo—presumo, tomándola con ambas manos.

—No sabía que teníamos preferencias—nota Jessica con desdén.

—Cierra la boca, Stanley—pateo su pierna.

Ángela teclea algo en su teléfono antes de guardarlo en su bolsillo.

—Un par de amigos están bebiendo, ¿quieren ir ahí?

Jessica aplaude y Rose asiente, contenta.

—¿A dónde? —Jessica demanda saber. Ambas llevan su atención al teléfono de Ángela y comienzan a coordinar los viajes.

—Oh, no… yo no voy—me escudo con mi mano libre.

—¿Qué? ¿Por qué? —Jessica gime en frustración.

Me encojo.

—Estoy cansada.

—¡Vamos, Bella! ¿No se te antojan unas margaritas? Llevaremos la fiesta a One Eyed, ¿sí? —Ángela ofrece—. Para que veas a Romeo.

Me río entre dientes.

—Es buena oferta, pero no. Vayan ustedes y ya saben… beban y bailen.

—Eres un dolor en el culo—Jessica pellizca mi brazo y pasan los siguientes cinco minutos implorándome.

Rose observa el intercambio con una sonrisa juguetona en su rostro. Le pido ayuda con sus ojos, pero simplemente sacude la cabeza. Apuesto que está disfrutándolo.

Decido alejarme por mi cordura.

—¡Nos vemos! —grito sobre mi hombro y ellas gritan de vuelta, caminando por la acera en direcciones opuestas.

Con la ayuda de la luz de mi auto, leo la tarjeta de Rose.

Bella:

Lamento mucho mi comportamiento egoísta del otro día. Me llevé una gran sorpresa y supongo que sigue siendo un tema sensible para mí. No me disculparé por mis emociones o sentimientos, porque no puedo controlarlos, pero si puedo controlar mi actitud respecto a este gran e importante asunto para ti.

Ahora que he tenido tiempo para pensarlo, concluí que en verdad estoy muy feliz por ti. Mi pecho se llena de un cosquilleo cada vez que pienso en esa pequeña gomita que tienes dentro, pero también siento una enorme nostalgia. Nadie es culpable de nada y no puede arreglarse.

No hay resentimiento (por supuesto que no) y ya quiero conocerlo. Cuídate mucho, por favor. Espero poder ver a Edward pronto para felicitarlo y animarlo, tal vez no le importe, pero no puedo dejar de pensar en que fui grosera con él también.

Como sea, se supone que una tarjeta es corta. Espero que te guste el regalo.

Tu amiga por siempre, Rose.

Ansiosa y con un nudo en la garganta, deshago el moño y abro la caja que contiene uno de los mejores regalos que recibiré en la vida.

Es un conjunto diminuto de pijamas blancas con estampado de osos de peluche y viene acompañado de un gorro de pescador color café. Es tan suave y pequeño.

Lo giro en mis manos y noto la etiqueta de Hale. Ella hizo esto. Con sus propias manos.

Me limpio las lágrimas de las mejillas y suspiro, llevando la prenda de vuelta a la caja, para admirarlo.

—Mírate nada más, eres todo un mimado—murmuro, dándole golpecitos a mi abdomen y decidiendo que saldrá del hospital usando unas pijamas únicas.


¿Qué es una relación sin un poco de infidelidad? Aquí el drama no falta, ¿quién más sufre por Seth? ¡Arde en el infierno, Riley!

La noticia fue difícil para Rose, pero hizo lo que una buena amiga debería de hacer. ¡Vamos, Rose!

Muchas gracias y nos seguimos leyendo.