53


Edward

Luego de comer algo y prepararme para ir al bar, camino a casa de Bella y uso mi nueva llave para entrar. Hay música proveniente del piso de arriba, así que voy hacia allá.

—¿Bell? —la llamo desde las escaleras.

—Aquí, ¡hola! —responde desde su oficina.

Hay un desorden ahí. Las cajas que habían estado olvidadas por meses están abiertas y Bella rebusca en una de ellas. Hay una pila de ropa a su lado. Me mira desde su lugar en el piso.

—Hola, ¿cómo estás?

—Cansado como la mierda—respondo, revolviéndole el cabello antes de sentarme junto a ella. Apoyo mis codos en mis rodillas y miro alrededor—. ¿Cómo estás tú? ¿cómo te sientes?

Bella se encoge y sonríe un poco.

—Bien, creo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Estoy viendo las cosas de mi papá—explica—. Lavaré esto…—palmea la ropa a su lado—y guardaré el resto.

—Vaya, sí que estás aburrida.

Ella ríe entre dientes y baja el volumen de la música.

—Tengo que encargarme de esto cuanto antes. Y también tengo que ir otra vez a su casa, no he terminado de vaciarla—añade en voz baja y alcanza un libro, pasando sus manos por la portada.

—¿Qué harás con la casa? ¿Es tuya?

Asiente en silencio. Toma otro libro y pasa las hojas descuidadamente, jugando con la pasta.

—Voy a venderla—murmura. Su voz está apagada, así que no añado nada más.

Asiento con un sonido de garganta y noto que desmontó su escritorio. Le frunzo el ceño al desastre.

—¿Qué con tu escritorio? ¿Por qué lo desmontaste?

—Ah, eso…—lo señala descuidadamente—lo llevaré a la tienda de segunda mano. Empezaré a despejar este cuarto.

La conversación está moviéndose hacia otra dirección y estoy casi seguro de cuál, pero aun así pregunto.

—¿Por qué?

—Será la habitación del bebé—responde, rascando su mejilla y sacando más libros de la caja.

La observo dejarlos en el piso y revolver otra caja. Saca un portarretratos y sin mirar la fotografía lo coloca boca abajo sobre la pila de libros.

Este asunto del bebé me está poniendo ansioso. He estado sintiendo que Bella me está relevando de mis actividades y responsabilidades, como si me estuviera haciendo a un lado.

La tarde del sábado se viene a mi mente. Acababa de salir de la ducha cuando noté una bolsa de compras en su clóset, mientras me preparaba para ir al bar. Era ropa de bebé y ella simplemente la dejó ahí, como si ni siquiera tuviera que mostrármela.

Como si no fuera la gran cosa.

Entonces comienzo a pensar que el único gran gesto que ha tenido conmigo, respecto al bebé y después del alboroto de cuando nos enteramos, fue darme un mameluco de "amo a papi." Lo cual fue jodidamente genial, pero incluso fue antes de San Valentín.

Desde entonces, se ha estado comportando como si yo no existiera.

Bella parece sentir la tensión en el ambiente y me mira.

—¿Qué?

—Nada—me encojo—Sólo que… ¿por qué aquí?

Frunce el ceño, como si no entendiera la razón de mi pregunta.

—Es la habitación extra—dice, como si fuera tan obvio, como si de pronto yo lo hubiera olvidado cuando es obvio que ella es quién está olvidando algo importante.

—Ya sé, pero ¿por qué aquí? —repito—En tu casa. ¿Por qué no en la mía?

—No tienes una habitación extra.

—Tengo una oficina… como tú—señalo vagamente mis alrededores.

Bella inhala.

—Si, pero tú en realidad la usas. Ahí editas tus fotos y trabajas cuando tienes urgencias—señala. De acuerdo, ella tiene un punto, pero aun así.

—Mmm—murmuro, sin saber si es un asentimiento o sólo una respuesta a su comentario. No sé qué decirle. Me siento incómodo.

—De acuerdo—ella dice y me rasca la mejilla—. ¿Me ayudas a llevar esta caja abajo? Lavaré ropa.

Revoloteo a su alrededor mientras Bella carga la lavadora y me echa miraditas. Observo ausentemente sus manos moviéndose sobre el detergente y sobre los botones de la máquina.

—¿Qué pasa? —pregunta, apoyando su cadera en la lavadora cuando el ciclo inicia.

—Nada—miento, apoyándome en mi hombro para alejarme de la pared—. Será mejor que me vaya.

—Bien—gruñe—. ¿Vendrás a dormir?

La molestia en mi pecho se va cuando pienso en ella durmiendo conmigo, en todo su cabello sobre mi pecho y en sus brazos y piernas enredados en mí.

Le sonrío.

—Sabes que sí.

Bella sonríe, bate sus pestañas y se para en sus puntas para besarme.

Ah, Bella, serás mi muerte.

xxx

Esto de estar guardándome cosas no está saliendo como pensé.

Tengo que morderme la lengua cuando Bella hace algo que me molesta, sólo porque no sé cómo lo tomará. No sé lidiar con mujeres embarazadas, ¿de acuerdo? Y la gente siempre se la pasa diciendo que son como una granada sin seguro.

Y Bella me da un poco de miedo, así que prefiero aplazar las cosas.

Hasta que explotan en la cara. Al estilo Cullen.

—Ya, enserio…—Heidi me da un ligero codazo cuando estamos frente a la máquina de café—¿por qué estás todo estresado? Pásame el azúcar.

Dejo dos paquetes de endulzante en su mano y continúo agitando mi café descuidadamente.

—¿Eh? —presiona.

—Nada—trago—. Sólo estoy cansado.

—¿Por qué? ¿Quieres una dona?

—Claro—ella camina hasta donde están los platos de papel y continúa mirándome de soslayo.

—¿Azúcar?

Asiento en silencio y la ayudo a sostener los platos con las donas de Victoria y Eric mientras ella sostiene sus cafés.

—¿Por qué estás cansado?

Le sonrío de lado. Es una jodida metiche.

—No seas metiche.

Ella rueda los ojos.

—Ay, vamos, apuesto a que ni siquiera es un chisme jugoso.

Sacudo la cabeza, divertido y salimos de la cafetería.

—Pues el bar—murmuro—. No pensé que fuera a ser tan difícil. Si creía que los fines de semana eran complicados, no estaba pensando en esto.

Ella curvea su boca hacia abajo, comprendiendo.

—Seh, algunas veces salgo de aquí con dolor de cabeza, no me imagino tener que ir a otro trabajo.

Es todo lo que dice, pero no deja de mirarme de soslayo, como si quisiera preguntar más. Cuando estamos llegando a la oficina, se decide a abrir la boca.

—¿No es nada relacionado con Bella?

Mi silencio lo confirma.

—¿Están peleando?

—Es más como estar guardándome cosas que me molestan—lo considero, mirando mis alrededores.

Heidi frunce el ceño.

—¿Por qué no se lo dices?

—Porque no sé cómo va a tomarlo.

Chasquea la lengua y se encoge de hombros.

—No pasa de una pelea, que podrán solucionar. Es mejor que estar caminando sobre cristal.

Ah, Heidi, como si fuera tan fácil.

—¿Lo ves? Si te hubieras quedado conmigo no estarías sufriendo—me alza las cejas.

—¿Seríamos felices comiendo espinacas? —bromeo, recordando sus bromas de cuando comenzó a trabajar aquí. Cuando sólo éramos Edward y Heidi, cuando ella todavía llevaba las puntas del cabello de colores, cuando me convenció de dejar de sentarme en el almuerzo con los de marketing -quiénes ya no trabajan aquí- porque ella no conocía a nadie y le causaba ansiedad hacer amigos.

Los coqueteos estaban en otro nivel en aquel entonces. Me pregunto cómo es que nunca tuvimos sexo. Gracias al cielo por eso.

—Así es—soluciona, empujando la puerta de la oficina con su espalda—. La próxima vez tú irás por tu dona—le ladra a Eric.

—Ella tampoco fue—Eric señala a Victoria con la barbilla.

—Si, pero ella es una dama—responde Heidi.

Ahogo sus charlas y tecleo un mensaje para Bella mientras le doy un mordisco a mi postre.

Edward: ¿cómo estás?

Bella: Bien. Sin nada de energía, pero bien.

Edward: La comida te da energía.

Bella: Es bueno saberlo.

Sé que está rodando los ojos y me lo confirma al añadir un emoji.

Edward: Sólo decía. ¿Ya desayunaste?

Bella: Si, Edward.

Bella: Y no fue sólo fruta, por si ibas a preguntar.

Edward: Genial, ¿qué más comiste?

Bella: Avena.

Ahora soy yo el que rueda los ojos.

Edward: Eso ni siquiera cuenta.

Bella: ¿De qué hablas? Se supone que tengo que comer cosas sanas. La avena es sana.

Edward: ¿Qué tal un sándwich?

Bella: Deja de hacer eso.

Finjo no saber a lo que se refiere.

Edward: ¿Hacer qué?

Bella: Tratarme como si no fuera un ser humano funcional. Sé cuándo tengo hambre y cuándo no. Ya sé que tengo que comer… así como tenía que hacerlo antes.

Edward: Te daría la razón si te hubieras alimentado bien desde el principio.

Bella: Como sea.

Y ahora sé que está molesta.

Edward: No te enojes.

Ella ya no responde, pero lee mi mensaje.

—Hey—Eric medio susurra medio grita—. Ahí viene tu novia.

Miro hacia la pared de cristal, a donde ellos están mirando, y veo que Maggie viene hacia acá.

—Ugh—Heidi arruga la nariz—. Que el show comience.

Maggie abre la puerta sin haber tocado antes y me lanza una gran y molesta sonrisa.

—¡Edward! —chilla, demasiado feliz.

Otro mal día.

¿Qué más da?

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—¿Por qué estás tan contento? —Seth me pregunta cuando entro al bar. Está detrás de la barra, tamborileando sus dedos sobre la madera y me entrecierra los ojos.

—¿No puedo simplemente sonreír? —le alzo las cejas mientras me deshago de mi mochila.

—No. Tú no sonríes de la nada—me arruga la nariz—. O ya no sueles hacerlo, de todas formas.

Y sólo estoy feliz porque me detuve en el camino a comprarle un mameluco de cerdito a mi bebé.

Saco mis tenis con ayuda de mis pies y me calzo mis Crocs. Paul sale de la oficina, tanteándose los bolsillos.

—Llegas tarde—es lo primero que dice cuando me ve.

—Como sea—le respondo—. ¿Dónde está Demetri?

—En el baño—masculla Seth, todavía luciendo los estragos de su corazón roto. Ha estado demasiado callado y pensativo. Ya no es el Seth de antes… y no puedo esperar a que regrese.

Mientras nos preparamos, Seth se pasea por el lugar, como si estuviera afinando detalles que no necesitan ser afinados. Él incluso ya está usando su playera, contradiciendo sus comentarios usuales de que el negro lo apaga.

Es un poco más tarde cuando él comienza a alegrarse, llevando a gente a la barra y carcajeándose con extraños como suele hacerlo.

Paul también se pone de buen humor, comienza a reírse y pronto la euforia de la multitud nos llega hasta la barra.

—Guapo a las 3 y cuarto—dice Seth, codeándome—. ¿Te agrada? ¿Crees que deba acercarme?

Es un chico castaño, de cabello largo y medio rockero.

Le frunzo el ceño a Seth.

—¿Estás seguro que es gay?

—Hay una forma de averiguarlo—sonríe y se dirige hacia allá con paso firme.

Lo sigo con la mirada, deseando ver el intercambio cuando una rubia se coloca frente a mí, hablándome.

—¡Oye! —saluda sonriente y algo borracha—. ¿Cómo estás?

Le sonrío y le doy un asentimiento.

—Hola, genialmente. ¿Tú? ¿Te estás divirtiendo?

—Seguro—dice, inclinándose en la barra—. Mi amiga de allá, la de rojo, quiere saber qué tan dispuesto estás a darle tu número—señala vagamente hacia sus espaldas, pero no hay ninguna chica de rojo a la vista.

Me río entre dientes. Sus ojos quedan prendados de mi boca.

—Lo siento. No estoy muy disponible que digamos—le respondo, alcanzando mi trapo y limpiando el derrame que Paul no limpió.

Ella chasquea la lengua, pero no deja de sonreír.

—Qué gran pérdida. ¿Me das una piña colada?

—Seguro.

Sus ojos me estudian mientras preparo su bebida y me sonríe cuando nuestras miradas se cruzan.

—Seguro que mi amiga estará decepcionada.

—Bueno, tal vez vea a alguien por aquí que le guste.

Se acomoda un mechón de cabello que le cae en el rostro detrás de la oreja y apoya su barbilla en la mano.

—Creo que lo está viendo—incluso batea sus pestañas.

Resoplo una risa, divirtiéndome con su flirteo ebrio y descarado y entierro la pajilla en su piña colada.

—Alguien más—señalo, colocándole la bebida enfrente.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

Miro alrededor, decidiendo si Paul necesita ayuda con la gente de la barra, pero resuelvo que está bien. Apoyo mi cadera junto al fregadero y me cruzo de brazos.

—Edward, ¿tú?

—Chloé—bebe de su piña colada y se sienta en el taburete libre junto a ella. Sus enormes ojos azules me estudian de la cabeza a la cintura.

—¿Es tu primera vez aquí?

Asiente y traga.

—Si, mis amigas quisieron venir—le resta importancia con un gesto de mano.

—¿Tu amiga la de rojo? ¿dónde está? —miro hacia la multitud, fingiendo interés y ella ríe bajito, avergonzada.

—Por ahí—responde.

—Ah… bien—le guiño y ella desvía la mirada luego de un segundo. Creo que esto está siendo demasiado para ella.

—¿Tienes una novia entonces?

—Seh—le respondo—. ¿Tú? ¿Tienes un novio?

—Si tuviera un novio no te habría pedido tu número—murmura.

Le alzo la ceja.

—Creí que era para tu amiga.

—Ah, detente—se ríe—. Como si no lo supieras. Apuesto a que todas te lo preguntan.

—No todas, pero si unas cuantas.

Ella le rueda los ojos a mí sonrisa ladeada y se revuelve el cabello, nerviosa.

—Por supuesto.

Miro hacia las personas que se acercan, esperando ser atendidas y ella sigue mi mirada.

—Está bien, ve—se encoge—. Yo me iré a bailar.

Rebusca en el bolsillo de su falda y la detengo con un gesto de mano.

—Corre por la casa.

—Vaya—sonríe—. No obtuve tu número, pero si una piña colada. Yo diría que esta noche fue exitosa.

Le sonrío y ella salta del taburete, el cabello le cae en el rostro y se lo echa hacia atrás. Me mira coquetamente por unos segundos, con una sonrisa en su boca.

—Diviértete—le digo.

—Lo haré—finaliza y se aleja.

Estoy pasándole un par de cervezas al grupo de amigos frente a mí cuando Seth me palmea la espalda.

—Eh, ¿cómo fue eso? —le pregunto, alcanzando un par de vasos sucios.

—De maravilla—canturrea—. Nosotros, los chicos, tenemos un radar para identificar a otros chicos.

—Yo soy un chico y no tengo un radar—le recuerdo.

Seth rueda los ojos.

—Los chicos cool.

—¿Los chicos gay?

—Exacto—asiente, contento—. Y ahora tengo su número.

—Vaya, eso fue rápido—le sonrío—. ¿Entonces Riley ya quedó en el pasado?

—No me lo recuerdes—gime—, porque podría tirarme a llorar justo aquí.

Le bufo y uso mi trapo para limpiar más desastres de Paul.

—Eh…—me codea—lo que me recuerda, ¿por qué estabas siendo un asqueroso infiel justo ahí? —señala con su barbilla hacia un lado y ahora soy yo el que le rueda los ojos.

—Estaba hablando con una persona.

Me mira con ojos entrecerrados.

—Claro.

—Claro—repito—. Estoy comprometido—presumo.

Sus ojos se hacen incluso más pequeños y ladea la cabeza.

—¿Es esta una manera de decirme que le propusiste matrimonio a Bella o que estás a punto de hacerlo?

—No—suspiro—. Significa que tengo un compromiso.

—Como sea—me golpea con su trapo—. ¿Crees que Paul acepte cerrar más temprano hoy?

—Ja, buena suerte con eso.

Él camina hasta donde está Paul y se inclina a decirle algo al oído. Los dejo hablar mientras me concentro en servirles sus tragos a las personas frente a mí y luego de un rato Seth se acerca, arrastrando los pies.

—No funcionó.

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Los ánimos de Seth regresan ahora que ya tiene el número del machote y ahora que la noche está llegando a su fin. Cuando salgo del baño, Paul y Seth se están despidiendo de Benjamín y Sam mientras Demetri termina de ordenar su equipo del otro lado del establecimiento.

Me despido con un asentimiento de cabeza y camino hasta donde está Paul, cargando el lavavajillas.

—Finalmente, hombre. Estoy molido—dice—. Y pensar que apenas es viernes.

—Ja, dímelo a mí.

—De acuerdo. Los veo por ahí—Demetri interrumpe, echándose su mochila al hombro y choca los puños con Seth, quien está más cerca de él.

Seth apoya su barbilla en su mano, luciendo aburrido y observa cómo Paul cuenta el dinero.

—Tengo hambre—murmura.

—Hay sobras en la oficina—masculla Paul, tomando un lápiz y escribiendo en su registro.

Seth va hacia allá y cuando estoy limpiando las mesas que rodean la pista, regresa.

—¿Quieren algo de tequila? —pregunta, sonriente.

—Vine en mi carro—murmuro, echándome el trapo al hombro y yendo hasta la barra.

Me siento junto a Paul, que sonríe burlón y me codea.

—Sólo uno.

—Nah, hombre—agito la mano, pero Seth ya tiene la botella abierta y está sirviendo los tragos mientras mastica.

—Ay, vamos, Edward, ¿cuándo fue la última vez que bebiste algo?

—La semana pasada. Una cerveza mientras cenaba—lo señalo. Seth rueda los ojos.

—Vamos, sólo uno—Paul desliza el shot hacia mí—. La puta carretera está vacía. Si te estampas en algo, sólo te morirás tú y no un inocente. Vamos—presiona, señalando el trago con su barbilla.

Con una risa, lo alcanzo y brindamos antes de tragarlo. Seth sacude la cabeza, haciendo una mueca cuando el tequila avanza en su garganta.

—Esto es jodidamente irresponsable—murmuro.

—Relájate—Paul insiste, regresando a los números en su libro.

—Mi papá es doctor, ¿recuerdas? Crecí escuchando todo tipo de historias horribles sobre tipos ebrios al volante.

—Nuestro vecino murió por eso—dice Seth—. Un ebrio lo arrolló.

—Yo paso—alejo el tequila de mí, cambiando de parecer a último minuto.

—¡No seas un marica! —Paul golpea mi nuca—. Dos no te harán nada.

—O tres—ofrece Seth.

—Nop—incluso sacudo la cabeza.

Ellos gruñen.

—No estoy dispuesto a morir—finalizo.

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—Vete a la mierda, Wardo, no vas a vomitar en mi Impala—alguien me arroja lejos, así que me golpeo el costado con la barandilla del porche.

¿Cómo es que estoy en casa tan pronto?

El aire frío me despierta y me froto el rostro. Otro empujón y caigo en cuenta de que Seth está sosteniéndome.

—Andando—Paul se ve borroso frente a mí—. Toca el timbre.

Mis piernas se doblan y no estoy seguro de quién me está ayudando a mantenerme de pie ahora.

—Esta es mi casa—noto.

—No me digas, Einstein, ¿sabes dónde está Bella? —pregunta Paul—. Intenta en su casa.

Me tambaleo en mi lugar y de pronto el suelo está demasiado cerca.

—Puto ebrio de mierda—Paul masculla a mi lado, sosteniéndome del codo—. ¿Puedes permanecer quieto?

—¿Un hombre de ese tamaño? Patético—se ríe Seth, que sigue presionando el timbre.

—¿Del tamaño de quién? —murmuro, no entendiendo su punto.

—¡Tu tamaño, imbécil! —Paul me sacude—. Tienes que dejar de moverte.

—No soy yo, es el mundo—agito la cabeza. Ahora son dos Seth frente a mí.

—No va a abrir—Paul murmura—. Envíale un mensaje, ni siquiera sabemos en qué casa está. ¿En dónde está? —jala mi brazo, llamando mi atención.

—En la cama. Tuvimos sexo antes del bar—le hago saber.

—Ugh, nadie quiere saber eso—Seth gruñe—. Está viniendo.

—¿Quién? —pregunto.

Paul me estampa contra la pared, haciendo que golpee mi cabeza y entonces mi espalda cae en algo suave.

Es lo último que recuerdo antes de que el rostro de Bella esté frente a mí.


El drama vendrá después. Muchas gracias por leer.

¡Nos vemos!