54
Bella
—Paquetería—es lo primero que dice Seth cuando abro la puerta.
—¿Esto es tuyo? —Paul arroja a Edward hacia adentro y me hago a un lado antes de que colisione conmigo.
—Ugh, ¿qué pasó? —patosamente, detengo a Edward por el pecho, pero es demasiado pesado. Seth lo aleja de mí.
—Felicidades, tu novio no tolera el tequila—explica Seth.
—¿Quieres que meta su auto al garaje? —Paul me pregunta, sostiene las llaves del auto de Edward entre sus dedos y las agita al aire.
—Si, por favor.
Él asiente y baja los escalones con dos saltos. Miro a Seth, que está burlándose de Edward.
—Deberías de sentir vergüenza—le dice, pero Edward parece demasiado ido.
No lo había visto así de borracho antes. Sus ojos no están enfocados y sólo está ahí, tambaleándose, como un juguete que agita su cabeza. Me río entre dientes.
—¿Me ayudas a llevarlo a la cama?
—Ya que—Seth se encoge de hombros y toma a Edward del brazo—. Andando, Wardo.
—¿Cómo es esto posible? —pregunto, subiendo las escaleras tras ellos—. Yo lo envié en perfectas condiciones. ¿Qué le hicieron, ustedes monstruos?
—¿Nosotros? ¡Él fue el que seguía sirviendo tequila! —Seth lo arroja a la cama y Edward cae sobre su espalda con un gemido adolorido—. Por cierto, linda pijama—Seth le da un toquecito a mi hombro, jalando mi enorme playera.
—¿Verdad que sí? Perfecta para climas templados.
—Luces como la mierda—dice.
Le arrojo un cojín al pecho y entonces sale de la habitación, llevándoselo consigo.
—De acuerdo, Isabella. Nos vemos por ahí.
—Bien.
Ya en la acera, Paul coloca las llaves de Edward en mi mano y les sonrío.
—Gracias por traerlo.
—Seh, era eso o dejar que vomitara todo mi auto—Paul muestra las manos, en rendición.
—Vale, gracias de todas formas.
—Ve a dormir, Bella—Seth me palmea la espalda y con un gesto de mano me despido antes de cerrar la puerta.
Cuando regreso a la habitación, Edward ya rodó sobre su costado y su chaqueta está medio tirada en el piso, con un brazo todavía adentro, así que la saco y quito sus Crocs, preguntándome dónde están sus tenis. Tal vez Paul haya dejado la mochila en el auto.
Edward gruñe cuando lo muevo.
—Vamos, Edward, coopera un poco—golpeo su brazo y él gime—. ¿Tienes sed? ¿Quieres un poco de agua?
—Mm-hm—dice contra la almohada.
Antes de ir a la cocina, intento sacarle la playera de One Eyed, pero Edward es peso muerto. Con un quejido y desde el otro lado de la cama, lo giro, golpeando su cabeza con el marco de la cama por accidente.
Edward gruñe.
—¡Hey! —me mira con ojos entrecerrados. Su cabello ya está hecho un desastre y se lo alejo de la frente.
—Iré a traerte agua, ¿sí?
Él sólo continúa gimiendo y para cuando llego con un vaso lleno de agua fría, él ya está durmiendo profundamente.
Ay, Edward.
xxx
Es después de mediodía cuando escucho ruido en el piso de arriba. Edward tira de la cadena del baño y puedo escuchar su tos.
Luego de un rato, entra a la sala, arrastrando los pies y usando unos pants grises, aunque sigue sin usar una playera. Se tira a mi lado y lo miro.
—¿Cómo estás?
—De la mierda—dice, con voz ronca y carraspea—¿Qué estás haciendo ahí? —señala con su barbilla mi iPad.
—Espero que haya valido la pena, ¿qué tomaste?
—Seth sacó el tequila—se frota los ojos—. Y luego creo que Paul trajo el whiskey.
Me río entre dientes.
—¿Tenían como pendiente emborracharte?
Me mira rápidamente.
—¿Qué? Paul también estaba bebiendo.
Vuelvo a reírme e intento aplacar su cabello.
—No lo sé, Edward, él estaba muy lúcido cuando te trajo a casa.
Edward gime, lanzando la cabeza al respaldo del sofá.
—Esos idiotas. ¿Dónde está mi auto?
—Paul lo dejó en tu garaje. ¿En verdad no recuerdas nada?
—Nah—se inclina y toma mi taza de la mesa de centro. Le da un trago—. Espero no haberles dicho que estás embarazada, ¿por qué estás tomando café?
—Es descafeinado—respondo—. Y no lo creo. Apuesto a que Seth hubiera hecho un gran alboroto.
Asiente antes de hacer una mueca.
—Me duele la cabeza.
—Hay Aspirinas en el baño—comento, regresando mi atención al iPad frente a mí.
—Si, ya tomé algunas.
—¿Valió la pena?
Edward curvea su boca hacia abajo, pensándolo.
—No estoy seguro, pero lo necesitaba. ¿Qué estás haciendo? —repite.
—Ah, estoy con lo de la habitación del bebé.
—Oh, ¿enserio? Eso es genial—Edward se inclina para ver.
—Si, creo que está terminada, aunque sigo cambiando cosas.
Él regresa a su lugar y permanece en silencio, puedo sentir su mirada en mí.
Lo miro de vuelta. Tiene el ceño fruncido.
—¿Qué?
—¿A qué te refieres con que está terminada?
—A esto—agito la tableta en mis manos, encogiéndome—. Está terminada.
—¿Por qué no me dijiste que estabas haciéndolo?
Le regreso el ceño fruncido.
—Ah, pues… sólo comencé a hacerlo y ya. Estaba aburrida y además serán meses muy ocupados.
—Sigues haciendo eso—Edward sacude la cabeza y se pone de pie, aun sosteniendo mi taza.
—¿Qué cosa?
—Hacerme a un lado—responde mirándome sobre su hombro y sale de la sala.
—No te estoy haciendo a un lado—refuto, siguiéndolo hasta la cocina. Mi corazón ya está latiendo muy rápido.
Ahí, él abre la alacena y toma el tarro de café.
—Lo haces—insiste—. Me hubiera gustado que me preguntaras sobre su habitación.
Subo a un taburete y lo observo prepararse un café. Se mueve alrededor, abriendo el refrigerador y los cajones.
—En verdad no creí que te interesaría.
—Bueno, lo hace—se encoge de hombros y me mira mientras agita su bebida—. Me gustaría tener una opinión al respecto.
—¿Enserio? —le alzo la ceja.
—Si, Bella—dice con voz dura, aunque irritada—. ¿Qué tal si quiero que tenga una puta cuna de Hot Wheels?
Resoplo una risa, aunque no tiene nada de gracioso. Estoy comenzando a enojarme.
—No lo tomarías enserio.
—Lo estoy tomando jodidamente enserio—gruñe, elevando su voz—, pero no me estás dejando hacerlo. Me estás ignorando… ¡monumentalmente! —cierra el cajón con más fuerza de la necesaria.
—No te estoy ig…
—Lo haces—asegura, cansado—. No me dijiste que estabas pasándola mal, tampoco de las vitaminas. ¡Dejaste su ropa en el clóset! Como si fuera otro puto bolso caro tuyo.
—¿En verdad te estás enojando por eso? —pregunto. Él no tiene por qué maldecir… o insultar mis cosas.
Se está saliendo de control. Él lo está sacando de control, con sus jodidos gritos y sus jodidas groserías.
Lo miro enojada y mi pecho se aprieta cuando me regresa una mirada igual.
—Oh, lamento enojarme por no estar siendo tomado en cuenta respecto a mi hijo.
—¿De qué hablas? — me froto la frente para luego apoyar mis manos sobre la encimera—. Edward, son cosas que no importan. No es como si su habitación ya estuviera lista. Lo dices como si te estuviera ocultando las cosas, como si no te llevara con Zafrina.
—Parece que no me estás diciendo cosas, parece que no quieres que me involucre y parece que es sólo tu bebé.
—¡Estás demente! —me miro las manos, huyendo de sus ojos duros.
—No intentes hacerme pensar que estoy mal, Bella—se cruza de brazos y no parece muy dispuesto a beber su café—. ¿Acaso sólo te hice un favor?
Lo miro rápidamente. Él alza las cejas, esperando una respuesta.
—¿De qué hablas?
—Tan simple como eso, Bella—responde, apoyando sus manos en el borde de la encimera. Se estira, dejando caer su cabeza—. ¿Ahora piensas que te hice un favor?
Me rindo en mi asiento con un suspiro. Entierro mis manos en mi cabello. Esto ya se salió de control, estamos diciendo cosas crueles que nos lastimarán.
¿Cómo puede pensar eso? ¿Acaso no ve que esto es lo más valioso que he tenido nunca? ¿Acaso no sabe que estoy tan feliz por estar entrelazada con él de esta manera? No importa lo que pase, todo mi cuerpo vibra al pensar que Edward estará en mi vida para siempre y que tendremos algo tan precioso en común.
La vista se me pone borrosa y lo veo moverse por el rabillo del ojo. Está envarándose y me observa, ¿sigue esperando una respuesta? ¿después de haber retorcido el cuchillo?
Trago el nudo en mi garganta.
—¿Cómo puedes decir eso? —sin mirarlo, me limpio la mejilla y mantengo mi vista pegada a la nada absoluta.
—Lo haces parecer así—murmura con voz pastosa—. Estoy estresado, me estoy esforzando y estoy aprendiendo a lidiar con esto y no…—sacude su cabeza—no había querido aceptarlo, porque se haría real, pero tengo algo de miedo.
—¿A qué? —pregunto en voz baja, aún sin mirarlo. Estoy demasiado avergonzada por estar llorando ahora.
—¿Me harás a un lado? —inquiere también en voz baja, insegura—. Cuando él esté aquí.
Me muerdo los labios para sofocar un sollozo. No puedo hablar, así que sacudo la cabeza y me aferro al borde de la encimera cuando me pongo de pie, con piernas temblorosas.
Hago mi camino hasta la salida y Edward no agrega nada más.
xxx
El día es silencioso.
Sólo tomo mi celular de donde lo dejé en el sofá y voy hacia mi habitación.
Ahí, apoyo mi cabeza en una almohada, abrazo otra y enciendo la televisión para tenerla como ruido de fondo mientras pienso en toda esta situación que me explotó en la cara.
¿Así de mal se ha estado sintiendo? Sé que está estresado y cansado, puedo verlo todo el tiempo, pero no imaginé que mis acciones tuvieran algo que ver. No puedo evitar sentirme culpable por mi ignorancia. Actué inocentemente y no salió bien.
Si, no le mostré la ropa que compré para el bebé, ¿y qué? Lo olvidé y, honestamente, no tuve oportunidad. Estuve fuera de casa, al igual que él.
Si, decidí el diseño perfecto para su habitación, pero la habitación no está hecha. No es como si mi collage estuviera grabado en piedra.
Si, dejé de tomar vitaminas porque me hacían sentir como la mierda, ¿y? Me hacían sentir mal a mí, no a él.
Es una situación tan jodida.
Y ahora él cree que soy este tipo de bruja que tomará a su bebé recién nacido y no bautizado y se lo llevará a la oscuridad del bosque.
Estoy demasiado vulnerable ahora, apabullada, cansada. El estómago se me comienza a revolver y trago las náuseas. Mis lágrimas se acumulan en la almohada y las dejo ser. No tengo la energía para ahogar mis emociones ahora ni para pensar en mi siguiente movimiento, sólo quiero llorar porque sus palabras me lastimaron, fueron directo a mis inseguridades y rascaron la herida, enterrando el dedo y haciéndolas sangrar.
Ha pasado un rato antes de que mis ojos se abran pesadamente al sentir un movimiento en la cama. Edward se acerca a mí y me rodea con su brazo.
—Hey—susurra. Aleja el cabello de mi cuello y apoya su frente en el hueco—. Bell.
Frunzo el ceño y veo la televisión, un poco desorientada, dándome cuenta de que me quedé dormida. No debió haber sido mucho tiempo, puesto que el documental sobre osos pardos en National Geographic todavía no termina.
—Bell—repite en voz baja—, lo lamento. Lamento haber dicho eso. No es lo que creo.
—Lo crees—acepto.
—No…—se detiene y desentierra su rostro, mirándome—si pensé en eso, pero sé que eso no pasará. Sólo tenía miedo.
Me encojo y él me aprieta contra él.
—Perdóname, por favor.
Le doy otro encogimiento de hombros, pero me giro para tirarme sobre mi espalda.
—También quiero disculparme. No creí que te haría sentir excluido, es lo último que quería y quiero hacer.
Me da una pequeña y media sonrisa que ni siquiera le llega a los ojos. Acaricia mi sien con su índice.
—Lo sé—murmura—. Tal vez debí decírtelo desde el principio, cuando la primera situación me molestó.
—Mm-hm—asiento, sólo queriendo dejar esto atrás y rodearlo con mis brazos.
—¿Está bien? ¿Estás bien con esto?
—Si, creo—rasco su mejilla y gira la cabeza para besar mi palma.
—En verdad lo siento, fue algo horrible por decir. No debí hacerlo—gime.
—Ya está, sólo… no vuelvas a decirlo.
—No lo haré—sacude la cabeza.
—Pero… ¿estás seguro de que no piensas eso? Porque nunca lo haría, no lo haré. Estás tan metido en esto como yo.
Edward sonríe y entierra su rostro en mi cuello por un segundo, antes de volverme a mirar.
—Si, estoy seguro. Estuve pensándolo. Además, prometimos hacerlo funcionar.
—De acuerdo.
Él asiente y me contempla, pasa su palma por mi mejilla humedecida y me besa la frente.
—Te quiero.
Le sonrío levemente y alcanzo a besar su barbilla antes de que él se aleje.
—Yo también te quiero.
—Vi lo que quieres hacer con su habitación—anuncia.
—¿Husmeaste en mi iPad? —le alzo las cejas.
—Seh—me sonríe—. Y sólo tengo una sugerencia.
Lo atraigo por la nuca para besarlo brevemente antes de hablar contra sus labios.
—¿Quieres una puta cuna de Hot Wheels?
Edward ríe y sus dientes se tallan con mi boca.
—No, aunque no podría oponerme.
—¿Qué sugerencia?
—Verde olivo, cortinas verde olivo y una alfombra.
—¿Una alfombra verde olivo?
—No, una alfombra blanca con patrones y un tapiz.
—Dijiste que era una sugerencia.
Edward pellizca mi costado y sonríe.
—Una sugerencia dentro de otras sugerencias.
—¿Qué tipo de tapiz?
—No lo sé, no estoy seguro, pero quiero comprarle una jirafa.
—Tendremos que buscar un jardín más grande entonces.
Él rueda los ojos, aún sonriente y apoya su frente en la mía.
—Un peluche de jirafa—aclara.
—Eso funcionaría mejor.
—Aunque tal vez podamos pintar las paredes de color verde, tal vez lima o pera, ya sabes, un pastel—ofrece.
—Bien, haremos lo que tú quieras—beso su barbilla.
—No seas condescendiente.
—¿Quieres que te incluya en los planes o no?
Me entrecierra los ojos y estira el brazo, alcanzando mi iPad.
—¿Quieres ver más colores? —pregunta, desbloqueándola.
—¿Cómo sabes mi contraseña?
—Tal vez verde y blanco y un marrón cobrizo—me ignora.
Se tira a mi lado, apoyándose en los codos y me giro para ver la pantalla junto a él. Lo observo mientras busca el tono perfecto de verde, tiene el ceño fruncido y chasquea la lengua.
Le sonrío a ese hermoso y estúpido rostro suyo.
—¿Quieres un niño o una niña?
—Oh, sé que es niño—asiente, demasiado seguro—. Y se llamará Grogdu.
Me carcajeo a su lado y me mira como si en realidad hablara enserio.
—¿Qué?
—¡No se llamará Grogdu! Suena como a un personaje que pudiera aparecer en Star Wars o en El Señor de los Anillos.
—Son buenas franquicias—señala.
—Suena a elfo. A alguien verde.
Edward ríe.
—¿Tan verde como esto? —me muestra una fotografía de un verde moco.
—Exacto.
—Mmm—asiente, contento—. Es por eso que su habitación será verde.
—¡Edward! —golpeo su hombro desnudo—. Hablo enserio, ¿niño o niña?
—Ya te lo dije. Es un niño.
—Pero no se llamará Grogdu.
—¿Quieres apostar? —me alza una ceja y me muerdo la lengua.
—No lo permitiré.
—Bien, ¿qué tal…—parece pensarlo—Eighmey?
—¡Por Dios! ¿No quieres llamarlo Gollum?
Edward trata de mantenerse serio y mueve los ojos, como si estuviera contemplándolo.
—Es una buena opción también.
—De acuerdo—acepto. Él suelta una risa y continúa deslizando su dedo por la pantalla de la tableta—. Esperemos que no sea tan feo.
—Pff, ¿cómo podría serlo? Me tiene a mi como padre—responde, antes de guiñarme.
¡Hola! Espero que les haya gustado.
Nos seguimos leyendo.
