66
Bella
Camino con paso nervioso por el pasillo, no muy segura de cómo hacer esto. Y lo odio porque las personas me están mirando dos veces, para cerciorarse. Me observan de la cabeza a los pies y sus ojos se detienen en mi barriga.
Al parecer sólo era necesario que Gomita encontrara un buen sitio para ponerse cómodo porque me parece que no ha dejado de crecer desde entonces.
Esta mañana desperté dispuesta a abrazar esta situación luego de caer en la cuenta de que ya no se lo estoy ocultando a nadie que importe. Todas las personas que quiero que lo sepan están al tanto, así que elegí unos jeans de tiro alto y una blusa ajustada. Los holanes y ropa holgada se quedarán atrás.
Y parece que cumplí mi cometido.
No es como si quisiera que los desconocidos lo noten, simplemente puedo ser libre ahora, pero me imagino sus pensamientos.
Los amigos se inclinan en sus cubículos, otros deslizan la silla para hablarles al oído y otros más comienzan a teclear incontrolablemente, seguramente poniéndose al corriente en sus grupos de chat.
"¿Bella está embarazada?", "oh, dios, ¿quién crees que sea el padre?," "¿es Jake el padre?," "ya era hora," "¿ya la viste? ¿cuánto tendrá?," "deberías preguntarle tú."
Le doy una sonrisa a la primera chica que se atreve a cruzar una mirada conmigo y ella sólo asiente con su barbilla, incómoda de ser atrapada mirando y regresa la vista a su monitor.
¿Otra desventaja? Tengo que pasar la oficina de Jake para llegar a Eleazar y Carmen.
Y, para mi mala fortuna, él está saliendo de ella y sostiene su termo de café. Se detiene abruptamente frente a mí y sus ojos van instintivamente a mi abdomen por un segundo.
—Bella—me reconoce, tensamente.
—Jake—mascullo, pasando de largo.
Ya casi llego.
"Imposible que Jake sea el padre, ¿acaso no habían terminado?," "definitivamente ya no están saliendo," "¿viste eso? Ya ni siquiera se hablan," "¿estará Jake celoso?"
Siento los susurros en mi nuca. Agito mis hombros, deseando sacarme la incomodidad de encima y con un toque en la puerta de roble, entro a la oficina de Carmen, sin esperar a que ella diga un "adelante."
Ella sonríe tan pronto como me ve.
—¡Bella! Nena, ¿cómo estás?
—Genialmente—respondo y señalo con mi pulgar sobre mi hombro—. Debiste estar en mi lugar ahí afuera.
Frunce el ceño.
—¡Me dieron miradas! Apuesto a que cuando salga de esta oficina todo Swan Crops sabrá que estoy embarazada.
Ella ríe, cubriéndose la boca con la mano.
—Pues claro, nena. Si lo llevas como una bandera en desfile, ¡mírate! —se levanta y viene hasta mí. Sus manos se van a mi abdomen—. Amo tus pantalones, te lo acentúan perfectamente.
—Por eso los usé—asiento y jalo las pretinas, dejándolas ir—. Y mi trasero luce genial—lo palmeo ligeramente y Carmen lo pellizca, con un guiño.
—¿Sabes? Todo el mundo dice que los bebés apagan el fuego en la relación, pero yo creo que Edward debe estar más que babeando por ti justo ahora.
—¡Ugh! —la empujo por el hombro—. No hables de eso.
No hay necesidad de decirle que el rapidito de la mañana fue una buena manera de comenzar el día. Ni que él mordió mi trasero cuando me vio con los jeans puestos, ni que tomó una fotografía de mi barriga… y de mi culo.
Tampoco tengo que contarle sobre el sexo en el bosque de ayer por la noche.
Carmen chasquea la lengua y le resta importancia con un gesto de mano.
—Vengo a hablarte de algo—la corto—. Deberías decirle a Eleazar que venga.
—¡Oh! —ella chasquea los dedos, como recordando algo—. Que bueno que elegiste esta hora. Tenemos reunión en 30 minutos—explica, acercándose al teléfono.
Me siento en la silla frente a ella y saco mi celular del bolsillo. Tengo un mensaje de Edward.
Edward: ¿Estarás ocupada esta tarde?
Bella: No. Iré a casa, ¿por qué?
Edward: No voy a ir al gimnasio.
Bella: ¿Y? ¿Por qué?
Edward: Quiero estar contigo.
Sonrío.
—Viene en camino—Carmen murmura, colgando el teléfono. Le asiento distraídamente.
Bella: Aww.
Le añado un corazón.
Edward: No puedo dejar de pensar en ti. En lo de ayer, ni en lo de hoy.
Bella: Detente. Estoy a punto de decirle a Eleazar y Carmen.
Edward: Ni en tus pantalones.
Y él, por supuesto, me ignora completamente.
Edward: Y, en que claramente, dijiste ayer por la noche que debería follarte por detrás más seguido.
Bella: No dije tal cosa.
Edward: ¿Es ese un "no"?
Bella: No, por favor hazlo.
Edward: Ay, Bell. De acuerdo, te amo.
Bella: También te amo.
Edward: Estoy yéndome a una reunión. Hazme saber cómo va lo del bebé.
Bella: Lo haré.
Eleazar ya está sentado a mi lado y no sé qué cosas está diciendo. Lo estoy ignorando completamente. Mi mente está llena de Edward y mi cuerpo tiembla de ansias. Froto mis palmas en las rodillas. Ese bastardo. Ahora no podré dejar de pensar en él tampoco.
—¿Y bien? ¿Es sobre el bebé? —Carmen me mira, alzando las cejas.
Eleazar deja su celular a un lado y entrelaza sus dedos, observándome.
—Si—les sonrío e inconscientemente llevo mis manos a mi barriga—. Ayer tuvimos una cita.
Carmen se cubre la boca con ambas manos, emocionada. Eleazar sonríe.
—¿Está todo bien? —él cuestiona.
—Si, perfectamente. Yyy… nos dijeron algo más—les alzo las cejas.
—¡Es una niña! —Carmen exclama, apoyando las manos en la mesa—¿es un niño? ¡Dios!
Ambos nos reímos con ella.
—Si les revelaron el sexo, ¿verdad? —interviene Eleazar.
—Así es—asiento, tamborileando mis dedos en mis muslos—. Y…—ellos alzan las cejas. Espero que estén tan felices como nosotros—es un niño.
—¡Aahh! —Carmen grita, echándose hacia atrás en la silla.
—¡Niño! —Eleazar exclama—. ¡Maravilloso! Bella, ven aquí.
Me saca de mi asiento rápidamente, llevándome a sus brazos.
—¡Oh, nena, es asombroso! —besa mi cabeza—. ¡Un niño, Carmen!
Los ojos de ella están llenos de lágrimas y sigue sentada, con las manos todavía en su boca. Las lleva al pecho y me da una sonrisa llorosa.
Ellos me llenan de abrazos y palmadas en la espalda.
—Tu padre estaría tan feliz—dice ella—. Sería muy, muy feliz—asegura.
Le sonrío. Si, él estaría feliz. Cómo quisiera que estuviera aquí.
—Si, lo sería—acepto.
—Apuesto a que Edward está maravillado—comenta mi tío.
—Está en la novena nube—confirmo—. Él quería un niño y, al parecer, simplemente fue a hacer uno.
Ellos ríen y Eleazar me frota el hombro.
—Serán geniales juntos. Lograrán muchas cosas con él.
Si, tío, eso espero, porque si no es así, no sé qué voy a hacer.
—Ah—me detengo cuando estoy saliendo de la oficina un rato después—. No pueden, bajo ningún motivo, decírselo a Emmett.
—¿Por qué? —Carmen se lleva las manos a las caderas.
—Hay una apuesta de por medio—finalizo.
Carmen me mira mal. Eleazar sólo se ríe, haciendo sus hombros temblar.
—¡Bella! —me reprende ella—¡eso es horrible! No deberían apostar sobre esto.
La aplaco con un gesto de mano.
—Está bien. ¡No se lo digan! —amenazo, incluso los señalo con el dedo.
El camino de regreso es más de lo mismo. Las personas me miran, pero ahora, todos lo hacen. No sólo los miembros de la oficina principal.
Y ya ni siquiera se detienen a mirarme el rostro. Sus ojos van directo a mi barriga.
Sip, hay un chisme jugoso en Swan Crops hoy.
xxx
Edward se coloca sobre mí luego de las respiraciones pesadas y los corazones acelerados. Se sostiene con sus antebrazos y su dureza se talla en mi abdomen.
—Dime si te lastimo—murmura antes de ayudarse con su mano para guiarse a mí.
—Mmm—gimo, pretendiendo disgusto—. No ha pasado ni un minuto.
—Seguro ya pasaron dos—me sonríe y embiste lentamente. Su abdomen se talla contra mi bulto y cierro los ojos de placer.
Deslizo mis pies por la cama, dándole todo el espacio que necesite. Edward se desliza lentamente dentro y fuera, como un vaivén.
Me mira a la cara y sus ojos son tan suaves. Dios, es tan guapo. Es como una obra de arte que no puedes dejar de ver.
Paso mis manos por sus sienes y trazo sus cejas con mis pulgares.
—¿Cómo estuvo esa reunión? —le pregunto.
—Bien—se inclina y deja un beso en mi cuello—. Tengo ligeras sospechas.
—¿De qué?
—Creo que habrá algún reacomodo de posiciones.
Me las ingenio para fruncirle el ceño entre los nudos que está causando en mi vientre bajo.
—¿Y eso es algo malo?
—Creo que no—resuelve—. No voy a hablar de trabajo mientras hago esto—se ríe entre dientes y lo acompaño en su diversión.
Acaricio su espalda, rascándola ligeramente y él gime contra mi oído. Beso su mejilla.
—Me gusta hacer esto—anuncia mientras sopesa sus caderas con movimientos circulares.
—Mmm—suspiro, enterrando mis uñas ligeramente en su piel—. Se siente bien. Me gusta cuando das embistes profundos.
—¿Así?
—Mm-hm, pero más lento.
Edward me obedece, aminorando la marcha.
—¿Así?
—Justo así.
—¿Y qué si hago ambas cosas? —y él lo hace. Entra, dando estocadas, y luego gira sus caderas.
—Aahh, mieeerda.
—Te sientes muy bien, bonita—gruñe contra mi frente, antes de dejar un beso ahí.
—Tú te sientes bien—señalo—. Dios, hazlo más rápido.
Él aumenta el ritmo y muerdo su hombro con fuerza. Edward gimotea. Entonces enreda su mano en mi cabello, haciéndose espacio en mi cuello.
Edward espolvorea besos ahí hasta llegar a mis clavículas y me mira entre sus pestañas.
—¿Puedo tener estos? —murmura contra la piel de mi escote.
—Si, sólo…—pero su boca ya está rodeando mi pezón y su otra mano ya está apretando el otro pecho suavemente—. Sé gentil—balbuceo.
Él no es muy gentil, pero noto que está controlándose. No lo hace como antes, pero la línea entre el dolor y el placer se mezcla en ocasiones y pronto me siento cerca, así que llevo mi mano a mi centro.
—Ah, nena…—él gime contra la punta—no he terminado contigo, sólo para que lo sepas—me da una sonrisa torcida y revuelvo su cabello.
—Pero estoy cerca.
Me frunce el ceño. Carajo. ¿Cómo es posible que él sea tan sensual y peligroso?
—Nunca dije que no podías terminar—lleva su mano hacia abajo, colocando sus dedos sobre los míos, animándome a continuar—. Ese es el punto.
Nos movemos, ansiosos, hasta que la cabecera está golpeándose contra la pared… otra vez y muerde mi boca cuando gimo triunfante.
—¿Ya tuviste suficiente? —me pregunta.
Sólo atino a asentir en mi garganta y me cubro la cara con la almohada, dejando salir una risa débil. Él ríe y pasa una mano por mi vientre. Se queda quieto a mi lado, apoyado en su codo, mientras me recupero.
Arrojo la almohada lejos cuando mi respiración está acompasándose. Él aleja mechones de cabello de mi rostro.
—Tu maquillaje se corrió—nota.
Gruño en respuesta y cierro los ojos, concentrándome en la sensación fantasma que sigue recorriendo mi cuerpo.
Movimientos ligeros a mi lado y luego escucho la cámara de su celular. Lo miro.
—¿Tomaste una foto?
—Tienes un perfil bonito—resuelve, tirándose sobre su espalda y pasando el dedo por la foto—. ¿Te lo habían dicho antes?
—No, pero ya sé que toda yo soy bonita.
Él ríe y deja su celular sobre el buró. Se gira en su costado y su mano ya está de vuelta en mi barriga.
—Es cierto—dice.
Resoplo una risa y vuelvo a cerrar los ojos. Edward traza patrones ausentes en mi piel y después de unos minutos habla en un murmullo.
—Quería hablarte de algo—dice.
—¿De qué?
Tarda en responder y su duda me hace querer verlo. Sus ojos están pegados a mi bulto y luce pensativo.
—¿Mmm? —presiono.
—Puedes decir que no—comienza—. Podemos llegar a un acuerdo, es sólo que me pareció… no lo sé, de alguna manera conveniente y al mismo tiempo no.
—¿Qué? —le frunzo el ceño y me giro sobre mi costado.
Él gime y alcanza la almohada desechada.
—Pongamos esto aquí porque de otra manera no podré concentrarme—explica, enterrando la almohada entre nosotros, cubriendo mis pechos.
—¡Edward!
Se revuelve el cabello mientras ríe y finalmente suspira antes de mirarme a la cara.
—Estaba pensando en que, tal vez, sería una buena idea vivir juntos.
Pasa un segundo antes de que me ría. Él me mira mal.
—Eehh… prácticamente lo hemos estado haciendo desde el inicio de los tiempos—golpeo su pecho con mi pulgar e índice y él se frota el área.
—No hablo de eso—rueda los ojos—. De acuerdo, sé que prácticamente lo hemos estado haciendo, pero hablaba enserio… es decir, hacerlo bien, de verdad.
—¿Por qué crees que no sea una buena idea?—le frunzo el ceño.
Se encoge.
—No lo sé. Tal vez ponga más presión en nosotros. El bebé es suficiente presión, ¿sabes? Y no quiero condenar esto de esa manera. Es decir, tan increíble como suene, apenas está iniciando.
Entrelazo nuestras manos y beso sus nudillos.
—Si, lo entiendo.
—Y tal vez no sea buena idea estar probando con nuestra… con mi economía justo ahora—se corrige—, porque recordemos que tú te quedaste con el árbol de dinero.
—Cierto—acepto, conciliadora.
Edward sonríe y echa mi cabello hacia atrás.
—¿Probando? —pregunto.
—Si. Es decir, tendremos que hablar sobre gastos y luego está el enorme y eterno gasto del bebé. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Lo hago—acepto—. Pero… ¿en dónde vamos a vivir?—me siento estúpida haciendo esa pregunta.
—Creí que tu casa es la mejor opción—dice—. Yo apenas y tengo tres cucharas. Tú tienes la vajilla completa e incluso tienes esas mierdas de azucareros y especieros. Y toallas para secarse las manos.
—Y portavasos—le recuerdo.
—¿Lo ves? —alza las cejas—. Eres la mejor opción. Y como viviremos en tu casa, no pagaremos dos cuentas de gastos. Apenas y usaré la luz aquí.
—Mmm, en verdad pensaste en esto.
—Si—confiesa, dejando caer su cabeza en la almohada, poniéndose cómodo.
Luego de un rato en silencio, él agrega: —Recuerda que puedes decir que no. Si no quieres llevar esto a otro nivel, podemos seguir como estamos y sólo compartiremos los gastos del bebé. Podemos hacerlo tan informal como quieras que sea.
Noto el trasfondo de su idea. Él en verdad está pensando en hacer de esto un gran compromiso. Quiere colocar la primera piedra y quiere probar límites. Me quiere con él y para él y me está dando la oportunidad de elegir. Estará satisfecho con ambos resultados.
Me acerco a él. Edward me rodea con su brazo.
—¿Por qué haces esto?
Su ceño se frunce ligeramente en confusión.
—¿Estás intentando decir que quieres una familia conmigo?
Él suspira en rendición, su postura incluso se relaja.
—Creo que eso ya empezó desde hace tiempo—nota. Su comentario me hace sonreír, me calienta el pecho.
—Sabes de lo que hablo.
—Mmm…—él lo piensa, mirando ausentemente a la almohada entre nosotros—supongo que sí.
—¿Supones? No puedes proponerme algo como eso y luego no querer decir las palabras, bebé—le digo con voz pequeña.
—De acuerdo. Si—asiente con su cabeza—. Eso quiero.
—¿Entonces qué es lo que te gustaría escuchar? ¿A mí diciendo que si o a mí diciendo que podemos mantener esto "tan informal como yo quiera"? —hago las comillas en el aire.
—Quiero escucharte decir lo que tú quieras. Eso es lo que me hará feliz—resuelve.
Me deslizo incluso más cerca. La almohada estorba, así que la arrojo lejos y pego mi pecho al de él.
—Sabes que soy tuya, ¿verdad? —pregunto en un murmullo contra su boca.
Edward pasa su mano por mi espalda, de arriba abajo.
—¿Es esta tu manera amable de comenzar a negarte?
Ahogo una risa, pero la sonrisa se me escapa.
—No. Es mi manera de decirte que no importa qué tan formal o informal llevemos esto. Soy tuya, estoy demasiado metida en esto, soy la madre de tu hijo y tu novia… o lo que quieras que sea… aunque creo que el título de "el amor de tu vida" me queda mejor.
Él sonríe perezosamente contra mi boca.
—Dejémoslo en "conocida."
Pellizco su costado y él pega un brinco.
—Dijiste que lo que quisiera que fueras—se defiende.
—Voy a picarte las costillas—lo amenazo.
—¿Entonces? ¿Es ese un sí o un no?
—Es un "no importa qué pase en el camino, estaré satisfecha con lo que decidas,"
—Eso no tiene mucho sentido—señala—, porque yo te estoy haciendo una pregunta. Tienes que responderla, no puedes dejar que yo decida. Además…—alza su dedo—yo dije que estaría feliz con lo que tú decidieras—pica mi hombro.
Ruedo los ojos.
—Me exasperas.
—Tú también. Más de lo que me gustaría.
—Estaré feliz con el nivel de formalidad que quieras manejar—lo corto.
—Mmm—él piensa en voz alta—. No lo sé, Bell.
—¿Qué?
Aleja su rostro del mío para mirarme.
—No pareces ser el tipo de chica que se conforma con cualquier cosa…
—No estamos hablando de cualquier cosa—lo detengo—. Las opciones son dos: novia o el amor de tu vida—enumero.
Él sonríe.
—Eres el tipo de chica que no soporta ser la novia de alguien por mucho tiempo—continúa, ignorándome—. Eres de las de todo o nada. Eres de las que quieren que les digas "eres mi novia" y que se lo digan a todo el mundo. Y eres de las que después están lanzando indirectas sobre anillos de compromiso.
Me río, golpeándome la frente. Ese idiota.
—Claro que no. Puedo ser tan adaptable y volátil como yo quiera.
—Si, claro—agita su mano.
—Claro que sí.
Me entrecierra los ojos.
—Si esto sale bien apuesto que dentro de… tres años vas a querer casarte. Incluso comenzarás peleas por eso—me señala despectivamente con su dedo.
Abro la boca, ofendida.
—Y no pretendas lo contrario.
—Bueno, ¿y si eso pasará qué? ¿sería tan malo? Dijiste que estarías satisfecho con lo que yo quisiera.
—Y lo estaré—promete.
Lanzo una pedorreta.
—Ya veremos… espera, ¿estás diciendo que quieres casarte conmigo?
—¿Lo ves? —chilla—. Ya estás comenzando.
—Es sólo un comentario.
—Yo sólo pregunté si querías que viviéramos juntos.
Lo agito por el hombro y me siento en la cama, mirándolo desde arriba.
—De acuerdo, Edward.
—¿De acuerdo qué?
—Hagámoslo.
Él se muerde la boca para ocultar una sonrisa.
—¿Qué? ¿El sexo?
Aaaghh.
Es tan exasperante.
—Seguro—me encojo—. Incluso estoy dispuesta a hacer "la vaquera al revés."
—¿Enserio? —él no pierde el tiempo porque pronto está posicionándose cómodamente sobre su espalda.
—Claro.
Sonríe.
—Ven aquí entonces—me toma de las caderas y me giro en mi lugar, colocando mis rodillas a sus costados.
Lo tomo en mi mano, pero me detiene, tomándome por la muñeca.
—¿Quieres hacerlo? —pregunta y sé a lo que se refiere.
—Si, Edward. Quiero—le sonrío sobre mi hombro antes de enterrarlo en mí.
xxx
Los últimos dos días han sido lluviosos, lo que no es extraño, pero Edward y yo tenemos que ingeniárnosla para que once personas en mi sala no sean demasiado.
Seguro, no es un lugar diminuto, pero aun así. Y no tenemos asientos.
—Pueden sentarse en el piso—él ofrece, mirando alrededor, con las manos en las caderas.
Le ruedo los ojos desde mi lugar en el sofá.
—Tal vez mi sala sería más grande si no hubieran dividido la propiedad—murmuro y él me entrecierra los ojos.
Pasan dos segundos antes de que me señale con el dedo.
—Podría ofenderme, pero estoy feliz de que no tuve nada qué ver con esa decisión.
Le ruedo los ojos otra vez.
—Mmm…—se golpea la barbilla con el dedo—esto es lo mejor que podemos hacer—acepta, mirando el sofá, el pequeño sillón de la esquina y mi puff (que estaba en la que solía ser mi oficina).
—Mm-hm—asiento, regresando mi atención al tazón en mis manos.
—O podría ir a casa y traer mi sillón hacia acá—murmura—. Combina y cabe perfectamente ahí—señala la esquina—. Y tal vez ya deberíamos dejarlo aquí.
—Está lloviendo. Se mojará.
—No si soy listo—me sonríe y camina al pasillo—. Ya vuelvo.
Suspiro y decido regresar a la cocina.
Tengo que darme prisa. Edward decidió ayer a mediodía que sería mejor traer a nuestros amigos a casa para darles la respuesta a su famosa apuesta. Así que después del increíble sexo, él fue al bar y yo fui a hacer las compras.
Por suerte, Jessica está libre hoy.
Comeremos hot dogs, pero decidí preparar fajitas de pollo también. Ahora que lo pienso, simplemente debí haber comprado boneless.
El pastel está en el refrigerador y el helado de Heidi en la nevera.
Todo va bien.
A menos que las fajitas decidan no freírse correctamente al último minuto.
Pasa un buen rato antes de que la puerta de la entrada se abra de golpe.
—¡Te dije que sería listo! —Edward grita, esforzándose. Supongo que está cargando el sillón.
Voy hacia allá para confirmarlo. Él está subiéndolo por los escalones del porche y su sillón verde olivo está cubierto por toallas.
—¿Lo ves? —me sonríe—. Ni una gota de lluvia sobre él—dice, pero él es el empapado.
—Mmm, eres demasiado brillante—asiento.
—Traeré también mi silla otomana… la de mi oficina
—Genial.
Él pasa el rato en la sala, yendo y viniendo y después viene a la cocina.
—¿Necesitas ayuda con algo? —pregunta mientras lleno las fajitas con la mezcla. Su pelo está empapado y se lo aleja de la frente. Su playera está mojada también.
—Los platos.
Y, como es usual, Rosalie y Emmett son los primeros en llegar. Él hace ruido desde el momento en que cruza la puerta.
—¡Jodida lluvia, hombre! —grita, palmeándole la espalda a Edward. Emmett se revuelve el cabello y Rose le arruga la nariz, alejándose de las gotas.
—¡Bella! —ella me sonríe sobre su hombro mientras agita su paraguas en el porche, huyendo de la lluvia lo más que puede.
—¿Por qué siempre tienen que llegar temprano?
Ella rueda los ojos y le entrega su paraguas a Edward, quien lo deja en la cesta junto a la puerta.
—Lo lamento. Es mi puntualidad enfermiza—resuelve ella—. Eso y que Emmett quiere llevarse toda la buena comida.
Caminamos a la cocina con ellos detrás de nosotros y para desdicha de Emmett, él aún no puede comer nada, así que ayuda a Edward a preparar los utensilios.
Rosalie me ayuda con las fajitas y después con las salchichas.
—¿Por qué estás siendo tan extrañamente servicial?
Ella se encoge de hombros.
—No lo sé. Milagro de primavera o algo así. Por cierto, ¿qué tan grande crees que vayas a estar para julio? Necesitaré ajustar tu vestido.
—Yo qué sé, Rose.
Ella bufa y se sienta en un taburete, observándome llevar las fajitas a la freidora de aire.
—Gracias por embarazarte—continúa—. Llamarás la atención.
—¿Más que tú? —me burlo sobre mi hombro.
Jadea, obviamente.
—¡Te mataré, perra! ¡No lo harás!
Edward entra a la cocina, con Emmett detrás.
—Hey, Edward, te necesito—le dice ella—. Requiero de tus servicios.
—¿Cuáles servicios? —él abre el refrigerador y le pasa una cerveza a Emmett.
Rose simula tener una cámara en sus manos y hace ruidos de flash.
—Antes de la boda. Queremos fotos. Nuestras últimas fotos como novio y novia.
—Quiere—Emmett corrige, entre dientes.
Intercambiamos una risa y él acerca la botella de cerveza a mi boca. Lo alejo con un golpe. Rose ya lo está taladrando con la mirada.
Edward se encoge de hombros, dándole un primer trago a su bebida.
—Claro. Sólo di cuándo. Y que sea sábado, por favor. Por la tarde—la detiene con la mano.
Rosalie se cruza de brazos, apoyando su espalda en el respaldo de su taburete.
—¿Así es como le hablarías a un cliente de verdad?
—Ehh… ¿sí? —Edward finge pensarlo—porque sólo estoy libre los sábados.
Ella bufa.
—Además eres un cliente de verdad, Rose—la animo.
—Muy real—coincide Emmett—. Sólo espera al infierno por el que te hará pasar—le masculla a Edward.
Rosalie suspira en molestia y luego me quita la bandeja, en la que planeo poner las fajitas, de las manos.
Para cuando todo el mundo está ahí, la comida está casi lista y Edward se encarga de entretenerlos en la sala. No es que le sea muy complicado. Usualmente su cara sirve para atontar a las personas.
Eso y las ruidosas carcajadas de Emmett me indican que todo está bajo control.
Rose y Seth me ayudan en la cocina y él es lo suficientemente maduro para controlarse de no mordisquear las fajitas, aunque si las manosea, apartando las que considera mejores y las coloca en su plato.
—¿Tienes un marcador? —me pregunta luego de un rato.
—¿Un marcador? ¿Para qué? En el cajón de la esquina.
Entonces descubro que incluso escribió su nombre en el plato de papel.
Edward espera a que terminemos en la cocina para servir las botanas y pronto mi alfombra está llena de migajas y Cheetos a medio morder.
El mundo se apretuja en la sala. Los afortunados alcanzaron asientos y el resto está diligentemente sentado alrededor de la mesa de centro.
—¿Bromeas? —Ángela me dice cuando me disculpo por su asiento nada cómodo—. Estoy en primera fila…—dice, llevándose un puñado de Lays a la boca—es como si todo esto fuera para mí—asegura al rodear los tazones con sus brazos.
—Tengo una ligera y gran sospecha de que ganaré algo de dinero hoy—Paul dice en voz alta un rato más tarde y hace ese viejo truco de estirar los brazos en el respaldo para abrazar a Heidi y a Jessica, que están a su lado.
Heidi se aleja, haciendo una mueca de disgusto, pero Jessica le sonríe, batiendo sus pestañas. Paul le menea las cejas.
Me rasco la frente. Por favor no, ya no más, pienso.
—Entonces, Jessica, ¿cómo va lo tuyo con ese tipo… Mike? ¿Ese es su nombre? —lanzo, inclinándome para tomar un Cheeto.
Ella me da una mala mirada.
—No lo recuerdo—soluciona, levantándose molesta y saliendo por el pasillo.
Paul la sigue con la mirada, pero pronto pierde el interés cuando Emmett continúa su plática sobre autos.
De todas formas, ¿acaso él no había tenido una cita?
Luego de un rato, cuando regreso a la sala con un par de vasos más, todo el mundo está mirando a Paul y él sólo ríe, incómodo.
—De acuerdo, ¿qué tal si digo todo el abecedario y me detienes cuando llegue a la letra correcta? De esa manera, no tendrás qué decir su inicial—Seth ofrece.
Ellos ríen, al igual que Paul y él agrega un "vete al diablo" mascullado antes de beber de su cerveza.
—Bien…—Seth carraspea y comienza, analizando el rostro de Paul en busca de alguna pista.
No entiendo muy bien qué ocurre, pero me quedo como espectadora.
—¿I? Es I, ¿verdad? —Seth lo señala—. ¿No? Bien… olvidé la siguiente.
—J—le sopla Heidi.
—¡J!
Pero Seth está llegando al final del abecedario y Paul aún no lo detiene. Lo mira divertido.
—Es I. Tiene que ser I—Seth se rinde.
—¿De qué están hablando? —intercedo.
—Él tuvo una cita y queremos saber el nombre de ella—Heidi lo señala con el pulgar.
—Bien—Rose dice—. Es R, su inicial es R—bebe de su vaso—, luces como el tipo de chico que saldría con alguien cuyo nombre inicia con R.
Edward y Seth intercambian miradas. Paul sólo continúa sonriendo y golpea distraídamente su puño en su rodilla.
—Uuhh…—Seth chifla por lo bajo.
—Regina. ¿Es Regina?
Seth y Edward comienzan a chasquear la lengua, intentando detenerla.
—No… no decimos esa palabra aquí—Seth la aplaca con un gesto de manos.
Paul suspira, rodando los ojos y se inclina en su asiento para golpearlo en el hombro.
¿Regina? ¿Es ese el nombre de la ex misteriosa de Paul?
—Silvia—dice Heidi—, ¿se llama Silvia?
—De acuerdo, ¿Bella? —Edward me llama en voz alta—¿podemos comer ya?
Me río.
—Claro—asiento—. Vengan a la cocina si quieren comer.
La cocina pronto se llena de conversaciones y todos se pelean por los aderezos para colocar en sus salchichas.
—¿Dónde están mis fajitas? —Seth grita—. Oh, las encontré.
Ellos beben cerveza con sus hot dogs y yo tomo algo de limonada. Todos hablan de lo genial que sería que la lluvia se detuviera y de lo genial que sería que el bebé fuera un niño.
—Hey, hey—Heidi los detiene—. Eso no da gracia, es una niña.
—¿Cuándo van a decirnos la respuesta? —Ángela nos entrecierra los ojos. Edward sofoca una risa antes de morder su hot dog—. Sé hacer cálculos, eh, sé que ya lo saben.
—Si, por eso estamos todos aquí—coincide Rose.
—Si, dudo que estén interesados en crear lazos de amistad—masculla Eric.
Un relámpago ilumina la habitación y Seth gime.
—Opino que no deberíamos abrir One Eyed hoy—señala a Paul con su fajita—. Demasiada lluvia.
—Es Forks, mierda—Paul le gruñe.
Mientras comemos, pareciera que Emmett y Paul han hecho una apuesta sobre quién puede comer más fajitas. En resumidas cuentas, el resto sólo los observamos mientras las fajitas continúan despareciendo.
—Debieron guardar unas cuantas—susurra Seth en voz alta, dándole un mordisco a la suya.
Cuando es hora de comer pastel, ellos recuerdan su apuesta y luego de Emmett mostrándose 100% seguro de que el bebé es un niño, Rose intenta cambiar su opinión.
—No puedes hacer eso—Ángela finaliza—. Eso es trampa.
—No es trampa sin dinero—dice Rose—. ¡Aún no han dicho la respuesta!
—Veamos lo que tienen por decir—Jessica se frota las manos—. ¡Vamos!
—De acuerdo, pero primero… el pastel—voy hacia la cocina, con quejas y gritos a mis espaldas.
Edward se me une mientras me inclino para sacar el pastel y palmea mi trasero antes de darle un apretón.
—Vas a decírselos tú, ¿cierto? —murmura.
—¡No! —le pico el pecho—. Tú lo harás. Yo les di la noticia.
Él rueda los ojos y comienza a ordenar la encimera y el desayunador, recogiendo aderezos y llevando utensilios sucios al fregadero.
—Sólo tienes que decirles que tenían razón—continúo, tomando los platos más pequeños para el pastel—. ¡Es un niño! —susurro.
—¿Y qué hay de los que decían que era una niña? —me frunce el ceño, divertido.
—Bueno—me encojo—. Alguien tiene que tener la razón en esto—resuelvo.
Él me sonríe y se acerca. Toma mis manos y se inclina a besarme.
—Es un niño—canturrea contra mis labios.
Me río en su boca.
—Bien, ya estás practicando. ¿Me ayudas con esto? —señalo el pastel con la barbilla.
Edward se hace espacio entre las piernas de nuestros amigos y deja el pastel en la mesa de centro.
—¿Ya vamos a saber la respuesta? —Seth se inclina para murmurarle.
—Cállate—Edward le gruñe.
Ellos me hacen un espacio en el sofá y mientras las porciones de pastel pasan de mano en mano, Heidi se concentra en abrir su helado.
—Es un niño, ¿cierto? —me pregunta—. Maldición, perderé dinero.
—Quién sabe—me encojo—. Tal vez puedas ganar un poco.
Me entrecierra los ojos, intentando leerme el rostro, pero me río y alejo mi mirada de ella.
—Bien, eh…—Edward carraspea, sosteniendo su rebanada de pastel—ya sabemos por qué estamos aquí.
—¡Si! —ellos corean. Algunos alzan los puños y otros aplauden, emocionados.
—Gracias a todos por venir—continúa, agitando su postre en un gesto nervioso—y por estar emocionados por esto, porque nosotros estamos… emocionados—agrega, patosamente.
Ellos se ríen de él y Edward rasca su cuello, nervioso.
—Bien—dice y luego se palmea los bolsillos de su camisa—, tengo algo aquí…
—Oww, preparó un discurso—Seth gime.
—No es un discurso, estúpido—Edward le gruñe—. Es una foto… o algo así—me da una mirada breve.
Lo animo con una sonrisa. Edward los señala con su índice, en un gesto calculador.
—¿Niño? ¿Niña? —aventura.
Rose le rueda los ojos y se lleva la cuchara llena de pastel a la boca bruscamente, en gesto molesto.
—Es un niño—anuncia con una sonrisa.
—¡Si! ¡Si! —Emmett grita—¡Se los dije! ¡Si!
La sala está llena de gritos y conversaciones bulliciosas. Se ríen y se restriegan la victoria en la cara.
—¿Es enserio? —Heidi grita, con las palmas en los muslos y una sonrisa en la cara—. ¡Dijiste que podría ganar! —me jala del brazo.
—Si, era una posibilidad, ¿no?
—¡Aahh! —grita al cielo.
Ellos continúan peleando e intentando defenderse, diciendo que en realidad pensaban en un niño cuando es hora de pagar el castigo.
Edward viene a mí y me palmea el hombro.
—Mira—noto—. Eres de los que les gusta ver el mundo arder.
—No me digas, Bella, no me digas.
¡Otro de mis capítulos favoritos!
Espero les haya gustado. Gracias y nos seguimos leyendo.
