71


Edward

Estaba en lo correcto.

Sigo medio dormido cuando noto el dolor en mi garganta y mi nariz está congestionada. Carraspeo, deseando quitar la incomodidad, pero no funciona.

Así que llamo a papá.

Como el pequeño niño que soy.

Él contesta luego del tercer timbrazo.

—Edward, ¿qué ocurre? —y se escucha acelerado. O un poco asustado.

Salgo de la habitación para no despertar a Bella, aunque ella sigue noqueada por la medicina.

—¿Está Bella bien?

—Si—lo aplaco—, pero desperté enfermo.

—Ah—él murmura, realmente aliviado—, de acuerdo, eh…

—¿Estás en casa? ¿Puedo ir?

—Estoy saliendo rumbo al hospital. ¿Te veo ahí?

—¿No puedo tomar lo mismo que Bella?

—Claro, pero nunca está de más una revisada—él murmura.

Le ruedo los ojos a su dramatismo, lo que hace que me duela la cabeza. Aún más.

—De acuerdo. Ahora voy.

Termino la llamada y me lavo los dientes y la cara antes de vestirme con unos pants. Bella sigue dormida y antes de irme, reviso su temperatura. Raya en los 38 grados, así que me apuro en colocarle la compresa en la frente y esta vez la desvisto completa.

Más le vale no tener fiebre para cuando regrese.

Ella gime, en molestia y la aplaco al acomodar su almohada correctamente. Sonrío al ver su barriga. Se hace más grande cada día y salgo de la habitación rápidamente.

Cuando llego al hospital, papá ya está ahí, de pie en la estación de Urgencias y no pierde tiempo en seguirme a alguno de los cubículos disponibles.

—Edward, tienes la gripe—anuncia luego de sus examinaciones.

—¡Vaya! ¿Enserio? ¿Cómo no se me había ocurrido? —me burlo, cruzándome de brazos.

Él me da una mala mirada y luego sacude su cabeza mientras escribe en su tablilla.

—Un diagnóstico bastante inesperado, debería decir—agrego.

Papá suspira y me tiende su prescripción.

—Sólo toma la medicina y ya.

—¿Qué hay del descanso y de las duchas? ¿Debería mantenerme hidratado?

Él sostiene su tablilla contra su pecho y me entorna los ojos.

—¿O sólo porque no soy Bella y mi vida no corre peligro no puedo tener un buen descanso?

—Eres demasiado hablador como para estar enfermo y sentirte "como la mierda"—me imita.

—Es injusto. ¿Qué pasa si muero de fiebre? —agito la prescripción frente a su cara—. Mi hijo crecería sin un padre.

Mi papá ríe entre dientes y se pasa el dedo índice por la nariz.

—Déjate de chistes y ve a casa, Edward.

Pego un salto, bajando de la camilla.

—Me alegro que mi muerte y el futuro inestable de mi hijo te parezcan algo gracioso.

—Estoy seguro de que Bella podrá encontrar a alguien más—finaliza con una sonrisa y palmea mi hombro antes de salir del cubículo.

Mmm, desdichado.

Para cuando regreso a casa, Bella está despertando, tanteando la cama y frunciendo el ceño mientras enfoca la vista.

—Hey—la saludo desde el otro lado de la habitación—, ¿cómo te sientes?

—Mmm—gime, dejando caer su cabeza contra la almohada otra vez—, mal.

—¿Muy mal? —le frunzo el ceño al tiempo que sorbo mi nariz.

—No como ayer—dice—, ¿por qué estás vestido? ¿y por qué estoy desnuda? —agita las piernas entre las sábanas—, ¿acaso nos pusimos divertidos anoche? —arrastra las palabras, intentando sonar coqueta.

Me río.

—Tu temperatura estaba subiendo—señalo con la barbilla la compresa a su lado. Ella la toma y la vuelve a colocar sobre su frente—. Y tomé precauciones antes de salir.

—¿A dónde fuiste? —se aclara la garganta y cierra los ojos.

—Al hospital. Estoy enfermo.

Ella me mira rápidamente y curvea sus labios.

—Oh, ¿te enfermé? Lo siento.

Me encojo de hombros.

—Era lo que iba a pasar—murmuro—. Mi papá me dio algo de medicina.

—¿Te sientes bien? —ella se incorpora lentamente, la sábana cae en su cintura y no se molesta en cubrirse. Por mí está bien, podría ver sus tetas 24/7.

—No en realidad. Voy a bañarme, ¿quieres venir?

Bella gime, pero sale de la cama patosamente. Arroja la compresa lejos y bosteza.

—Claro.

Le digo que no deberíamos de usar el agua fría, pero ella no obedece. Abre el grifo y se coloca debajo de él, echándose el cabello hacía atrás y alzando el rostro hacia el agua.

—Aahh—gime—, se siente muy bien.

—Se ve muy bien.

Ella rueda los ojos y alcanza su champú, ignorándome. Estamos demasiado enfermos como para hacer algo, pero eso no evita que me la coma con los ojos. Especialmente cuando la espuma le recorre todo el cuerpo.

xxx

Yo no me siento tan mal como Bella, así que ella se queda en cama, dormitando y viendo televisión.

Mi mamá vuelve a hacer su aparición y ahora trajo más sopa. No me quejo, ella sólo nos cocina y la mayor parte del día se queda quieta, viendo televisión en la sala.

Revisa constantemente a Bella y por la tarde se va, dejando cena atrás y comida para el día siguiente.

—Ya no vengas—le digo al despedirla—, vas a enfermarte.

—No pasa nada, Edward—agita su mano—, estás enfermo, no iba a dejarte así.

—Bien. Gracias, mamá.

Ella palmea mi hombro y espero a que suba a su camioneta antes de cerrar la puerta.

El miércoles llamo a Paul porque necesito de su ayuda. Él tiene que ayudarme a arreglar la camioneta de Bella y él acepta sin necesidad de que yo tenga que rogarle demasiado.

Bella se siente mejor y ahora me acompaña en el comedor mientras ella también trabaja desde casa. Le digo que se lo tome con calma y ella acepta, diciendo que, de todas formas, le duele la cabeza a ratos.

Saluda a Paul a la distancia y él y yo nos entretenemos durante mi hora de comida para arreglar su camioneta.

Bella nos observa ausentemente desde la ventana de la sala.

Caius me anima a trabajar desde casa la semana completa luego de que le digo que también yo caí enfermo y Heidi es una buena líder, como lo prometió, y se queda a cargo.

—Vaya semana piloto, eh—me dice mientras hablamos por teléfono para ponernos al corriente.

Recibo mensajes de Eric y de Victoria, diciendo que Heidi los tiene hartos.

Eric: Me dice que tengo que pedirle permiso para ir al baño. Jódeme.

Victoria: Se apoderó de tu cajón. No quiere compartir los dulces.

Eric: Dice que ahora tiene el poder. Ha elegido las comidas de estos últimos dos días. Comienzo a oler a césped.

Victoria: Es una Mussolini, Edward.

Eric: O una Hitler.

Victoria: Estamos subyugados.

Y, finalmente, ambos envían el mismo mensaje.

Victoria y Eric: Heidi me la suda.

Heidi: Estoy en este grupo, por si no lo sabían.

Victoria: Lo sabemos.

Eric: Cállate, Conejo.

Heidi: Ya pasaron cinco minutos desde que fuiste al baño, Yorkie. Deja de mensajear y sube tu bragueta.

Victoria: Ugh, por favor. Nadie quiere ver eso.

Eric: No lo están viendo.

Heidi: Gracias a dios.

xxx

El lunes siguiente sé que es un mal día incluso antes de despertar del todo. Irónicamente, despierto antes de que la alarma suene, como si el universo me estuviera dando tiempo para prepararme. La desactivo y voy hasta el baño.

Estoy cepillándome los dientes cuando Bella apaga su alarma y luego le sigue silencio. Su cara lo dice todo al colocarse a mi lado.

No me saluda, ni me mira. Sólo se lava las manos y alcanza su cepillo de dientes.

—¿Por qué no te bañas mientras yo preparo el desayuno? —le ofrezco.

Ella asiente en silencio, con una mano en su cintura y sus ojos puestos en el lavabo.

Es el aniversario luctuoso de Charlie y sé que ella no estará nada feliz hoy. Lo menos que puedo hacer es prepararle unos wafles como le gustan, con nueces y crema batida.

Ella se viste mientras yo tomo mi ducha y, contrario a otras ocasiones, no se cuela al baño para peinarse o maquillarse. Sólo se cepilla el pelo y se aplica su inmensidad de cremas caras.

Mientras desayunamos, ella se encoge cuando ofrezco calentar sus wafles.

—Están bien así—murmura antes de beber de su jugo.

—¿Estás bien? —le pregunto luego de un rato de silencio. Sé que no está bien, quiero que me lo diga, pero ella sólo suspira y gira su cuello.

—Cansada. Tal vez la gripe—resuelve.

Antes de salir de casa, la beso por un buen rato y le doy un abrazo, frotándole la espalda y apretándola contra mí.

—Te amo, Bell—murmuro contra el nacimiento de su cabello.

Ella rompe el abrazo.

—Yo también te amo, Cullen—dice, alcanzando su bolso.

La cara larga la acompaña hasta que trepa a su camioneta y sale del garaje.

Más tarde, durante mi hora de comida, interrumpo mi rollito primavera para responder su mensaje.

Bella: Iré al cementerio luego del trabajo. Con mis tíos y Emmett y Rose.

Que ella no haya mencionado el aniversario de su padre antes de ese mensaje dice mucho. Quisiera que ella hablara al respecto, que me contara de su padre, lo que sea.

Suspiro.

Edward: Bien. ¿Quieres que vaya contigo?

Ella tarda un rato en responder, a pesar de que vio el mensaje tan pronto como lo envié. Las burbujas del chat aparecen y desaparecen por un rato, hasta que su contestación llega.

Bella: Si, eso me gustaría.

Bella

No puedo respirar muy bien. Parece que el oxígeno ha desaparecido desde hace un rato. Mi familia está adentro mientras yo espero a Edward en la entrada del cementerio. Está comenzando a llover, así que mi paraguas está abierto sobre mi cabeza mientras cavo un pozo con mi pie.

Los neumáticos de un auto llaman mi atención y miro hacia allá. Es él. No tarda mucho en salir del auto y en caminar hacia mí.

—Hola, ellos están adentro—murmuro, incluso antes de que llegue a mí.

—Bien—responde, tomando el paraguas de mi mano—, vamos entonces.

Caminamos en silencio hasta allá. Envuelvo mi brazo en el de Edward para cuidarme del camino inestable de césped.

A la distancia, veo que Rosalie y Eleazar mantienen los paraguas sobre la tumba de mi padre mientras Carmen y Emmett están arrodillados, alejando algunas ramas y acomodando las flores que compramos camino aquí.

Trago, incómoda, deseando que el nudo en mi garganta se vaya. Las piernas comienzan a temblarme y mis pies se hacen pesados, como si miles de rocas se apilaran sobre ellos. Quieren alejarme de aquí mientras mi corazón se retuerce en dolor.

No he estado aquí desde hace un año. Cuando el cuerpo de papá, almacenado en una caja de madera, bajaba lentamente. Poco supieron ellos que una parte de mí también se quedó ahí, entre la humedad y la tierra, entre las ramitas y la lluvia que le cayeron encima.

Hoy llueve, como lo hizo hace un año.

Lo sé, universo, lo sé, no necesitas recordarme que tengo que estar triste.

Había estado contando los días en el fondo de mi mente desde que mayo comenzó. A decir verdad, y por mal que suene, agradezco haber estado enferma la semana pasada. La medicina y el sueño inducido mantuvieron alejados el dolor y el miedo por largos ratos.

Ojalá pudiera tomar una pastilla para dejar de recordar.

No noto la mano de Edward trazando patrones sobre la mía hasta después de un rato.

Pasamos el rato ahí. No sé qué estamos haciendo, no sé por qué nos estamos quedando. ¿Acaso no les duele? Ellos hablan de algo, pero no los estoy escuchando.

Tampoco escucho el discurso de Eleazar, ni las palabras de Emmett, ni de Rose y tampoco sé lo que está diciendo Carmen.

Sólo hay una lápida con el nombre de mi padre grabado en ella. El cincel que lo grabó me parte el corazón también.

El roce de Carmen en mi brazo me saca de mis cavilaciones. Ella me está mirando, así como el resto.

Trago, pero no hay alguna diferencia.

Todo se está moviendo a mi alrededor. El brazo de Edward envuelto en el mío me mantiene quieta.

—¿Quieres decir algo, Bella? —ella pregunta.

No, no quiero. No sé qué decir. No puedo abrir la boca, si lo hago moriré justo aquí.

Carraspeo.

—Ah, yo… no pensé en algo—resuelvo con palabras atropelladas. Mi voz sigue sonando enferma, así que agradezco eso.

—No tenías que pensar en algo—intercede Emmett, con voz dura, aunque baja, mientras se mira los pies.

Rose jalonea la manga de su camisa en un gesto nada sutil.

—Está bien—Carmen dice rápidamente, con una sonrisa—. Tal vez la próxima vez—frota mi hombro y asiente efusivamente.

Es tan doloroso y horrible ver cómo todos pretenden estar bien.

Mascullo a medias el Padrenuestro que Carmen decide orar y la mano de Edward, que sube y baja por mi espalda, me relaja un poco. Me apoyo en él y él me sujeta fuertemente antes de dejar un beso en mi sien.

Mi familia lanza despedidas y no me pasa desapercibido que Emmett no me mira ni se despide. Sólo comienza a caminar lejos y ni siquiera espera a Rose. Ella me da una sonrisa, me pregunta cómo me siento luego del resfriado (porque supongo que preguntar cómo estoy justo ahora es demasiado) y luego se va junto a Eleazar y Carmen.

No quiero irme, pero al mismo tiempo muero por hacerlo.

No he hablado con papá en mucho tiempo. No sé qué decirle. ¿Qué puedo decir? ¿Que todo va bien? No, no todo va bien. Casi todo, pero no todo. ¿Que estoy feliz de que él esté en paz? No, no lo estoy. Lo quiero aquí, conmigo.

¿Qué mierda puedo decirle? No encuentro las palabras.

Así que no digo nada.

Dejo que mis rodillas tiemblen y me balanceo en mi lugar.

Edward tampoco dice nada. Él sólo me deja un momento para acercarse a la tumba y acomoda un girasol que está por caerse. Suspira y entierra una mano en su bolsillo cuando está junto a mí otra vez.

Papá, te siento tan vivo y tan cerca. Y al segundo siguiente te siento tan lejos. ¿A dónde te fuiste? ¿En dónde rayos te has metido? Ya no te encuentro en ningún lado. No estás en tu habitación, ni en tu oficina.

Y si me escondo en los gabinetes de la cocina, no vendrás en mi búsqueda.

Ya no vienes.

Y yo no puedo ir.

¿Es lindo en dónde estás? ¿O hace frío?

Quisiera sentir tus brazos una última vez. Quisiera escuchar tu voz… que a veces siento que estoy a punto de olvidar.

¿Cómo puedo mantenerte en mi memoria si no quiero pensarte?

Me dueles tanto, papá. Me dueles como un carajo.

—Bell…—la voz rasposa y pesada de Edward me hace abrir los ojos. Me limpio la mejilla antes de verlo. Él observa la lápida de mi padre, su rostro está apagado y su boca está curveada hacia abajo.

—¿Mmm?

Él inhala profundamente antes de responder. Su pecho se expande y entonces me mira.

—¿Qué tal Charlie como nombre?

—¿Eh?

—El bebé. Creo que tuviste muy poco tiempo con tu padre, ahora podrás pasar un poco más con otro Charlie.

No puedo responder, sólo puedo asentir y las lágrimas recorren mi barbilla.

Edward me jala a sus brazos y finalmente puedo respirar cuando un sollozo se me escapa.

xxx

Nos detenemos en el camino a casa para conseguir algo de cena y espero a Edward en el sofá mientras él se encarga de dejar su auto en el garaje.

Entra por la puerta principal y lo puedo escuchar dejar las llaves y sacarse los zapatos.

Aparece en el umbral a la sala y trae la bolsa de comida con él.

Continúo viendo ausentemente Instagram y en silencio, se acerca.

—¿Cómo estás?

—Mmm—bajo mi pierna del sofá para dejarle espacio.

Él se sienta.

—Nada bien y tengo hambre—murmuro, estirándome para alcanzar la bolsa de papel.

Edward detiene mi mano.

—Quiero hablar de esto. Quiero saber cómo estás.

Lo miro mientras el miedo y la ansiedad crepitan debajo de mi piel y hacen que mi pecho se oprima.

Sus ojos son intensos, su mirada certera. No va a rendirse. Y tal vez no quiero que lo haga, tal vez quiera desgarrarme esta noche, como me desgarré en Nueva York.

El rostro de Rosalie, en aquel día tan lejano en que vino a casa y me enfrentó respecto a mi padre, aparece en mi mente. Edward tiene la misma mirada que ella tenía, decidida y desnuda, transparente.

No seas cobarde, pienso.

—Estoy mal, Edward—murmuro, regresando a mi lugar. Apoyo mi espalda en el sofá—. Se siente… horrible.

—¿Cómo puedo hacerte sentir mejor?

—No puedes—resuelvo—. Nada me hará sentir mejor. Nunca.

Él permanece en silencio un momento, viendo a la nada y luego sus ojos suaves caen en mi rostro.

—¿Quieres hablarme de él? Me vendría bien saber una que otra cosa ahora que mi hijo llevará su nombre.

El pecho se me calienta, algo aletea en mi estómago. Le sonrío levemente.

—¿Qué quieres saber? —decidida, me inclino a alcanzar la comida y esta vez él no me detiene. En su lugar, alcanza la suya también.

—Cualquier cosa, ¿qué le gustaba? ¿quién era Charlie Swan?

—Amaba pescar—respondo, abriendo el papel de mi hamburguesa—. Él y mi tío iban seguido a hacerlo. Eleazar no lo ha vuelto a hacer desde entonces.

Edward usa sus dientes para abrir el empaque de cátsup. Le acerco mi hamburguesa y le coloca el sobre entero.

—¿Qué más?

—La cerveza. Olía a madera y a perfume. No le gustaba la barba, sólo el bigote. Íbamos juntos a los sembradíos. Le horneaba pays.

Él sonríe ladinamente.

—Hace mucho que no me haces un pay.

—Mañana—prometo—. ¿Quieres ver fotos? —ya estoy alcanzando mi teléfono de vuelta y él asiente luego de dar una mordida a su hamburguesa.

Luce guapo, con las aletas de su nariz dilatadas. Me hace sonreír y me acerco a besarle la comisura de la boca, en donde hay cátsup y mayonesa.

Sus ojos brillan cuando me alejo.

Me deslizo para estar cerca de él y más animada, abro el álbum de fotos que no he abierto en un buen rato.

La última vez que lo vi fue el día que les dimos la noticia del bebé a nuestros amigos.

—Esta fue una de las últimas veces que fuimos a los sembradíos.

Es una selfie. La tomé con Charlie al fondo mientras él hablaba con los agricultores.

—Esta otra fue en el lago. Ese día atrapó un gran pez y lo cocinamos ahí mismo. Fue la primera fogata que Emmett logró hacer. Tenía 13 y Emmett 15. Mira, Carmen está al fondo.

Él observa y me escucha atentamente, pero también me anima a comer. Como un trozo que me tiende con sus dedos, los lamo.

—Esta…—me río—preparándonos para Halloween. Ese año Emm y yo fuimos piratas. Nos llevaba a una fiesta de la preparatoria. Tenía 16.

—Diablos, Bella…—él usa sus dedos para hacer zoom sobre mí—incluso a los dieciséis estabas que te caías de buena.

Su comentario me toma desprevenida y me saca una carcajada. Su pecho retumba con una también.

—Dios, tu abdomen—se saborea, lo que hace que mi cuerpo entero vibre de emoción—. ¿Por qué rayos tuviste que ir a esa escuela de ricos? Si hubieras ido a Forks High nos habríamos divertido.

—No lo sé, Ed. Tendrás que mostrarme una foto tuya a los 16 para discutirlo.

Él pica mi costado con su índice.

—Cierra la boca.

Me río entre dientes y giro mi cabeza para besarle la mejilla.

La siguiente foto es especialmente dolorosa. Trago.

—Esta es la última foto de nosotros dos juntos. Fue una semana antes de que…—carraspeo—, más o menos. Pasamos el día entero en su casa, viendo películas.

Emmett la tomó. Me dio un aventón cuando lo harté de mi plática sobre Jake, había estado lamentándome por mi terrible situación y corazón roto. Tomó la foto y se fue.

Edward besa mi cabeza y me rodea con su brazo. No paso la foto, me quedo viéndola por un rato.

Él espera y terminamos de cenar mientras le muestro más fotografías y le hablo de mi padre.

Se siente bien, correcto, liberador.

Rosalie tenía razón. No resultó tan malo y a pesar de que fue doloroso, también fue como un ungüento a mi corazón.

Momentos después, cuando estamos en la cama, Edward enreda sus piernas con las mías y besa mi frente en la oscuridad.

—¿Qué se siente? —él pregunta en un susurro.

—¿Que ellos mueran?

—Sí.

—Se siente como… como si no supieras qué hacer en la vida, aunque eres una persona funcional, te sientes completamente inútil, como desamparado y horriblemente solo, como si hubieras salido de la nada y de pronto apareciste aquí. ¿Y ahora qué?, te preguntas. Algo se rompe dentro de ti y duele demasiado, más que cualquier cosa y sabes que lo que se rompió nunca podrá repararse. Y luego es peor cuando la cabeza se te llena de cosas que no hicieron juntos, cosas que nunca le preguntaste, que nunca te dijo.

—Bell…

—Soy toda él—lo interrumpo—. Te das cuenta de que eres su hijo y estás como… cubierto de él, pero está tan lejos. Me sentía dividida, estando aquí y allá. Y todo lo que siempre detestaste, está sobre ti y entonces caes en la cuenta de que no era tan malo. Tienes que resignarte a que tú también eres igual y tienes que lidiar con ello y a que perdiste mucho tiempo quejándote y odiando sus facetas.

—Eso me hace tener miedo—dice en voz baja.

Me acerco más a él y acaricio su mejilla.

—No lo tengas. Seguro falta mucho para eso. Además, estaré contigo y te ayudaré y todo estará bien.

Él inhala, siento su pecho expandirse.

—Espero que te estés escuchando—susurra.

Él está conmigo y me ayudará y promete que todo estará bien.

Coloco mi boca frente a la suya mientras las lágrimas pican en mis ojos.

—¿Ed?

—¿Mmm? —su mano pasa por mi espalda.

—Estoy tan triste.

Su nariz se talla con la mía y mi lágrima se desliza hasta él. Me aprieta fuerte.

—Lo lamento, Bell, lo lamento tanto.

—Yo también—atrapa mi labio tembloroso entre los suyos brevemente.

—¿Cómo puedo hacerte sentir mejor? —insiste. Su voz es apenas un hilo.

Su cuerpo sujetando el mío me mantiene entera, compuesta. Llevo mi mano por su cuello y juego con el cabello en su nuca.

—No sé, tal vez… ¿puedes hacerme el amor? —susurro contra su boca—. No quiero terminar, sólo quiero que me beses, quiero sentirte. Sólo… ¿podrías… amarme esta noche?

—Ah, Bell—dice antes de dejar un breve beso en mi boca—, podría hacerlo siempre.

Estira su brazo y enciende la lámpara en su buró. Sus ojos están derretidos y su boca roja entreabierta mientras me saca la blusa.

Es tan maravilloso, todo lo que siempre quise.

Esta noche, a media luz, quiero que me ame, quiero su boca y sus manos en cada centímetro de mi cuerpo, quiero relajarme debajo de él mientras me hace sentir mejor.

Más tarde, despierto perezosamente mientras me remuevo en mi lugar.

Edward yace a mi lado, con su pecho subiendo y bajando lentamente, la sábana cubre la parte inferior de su cuerpo y me pego a él.

Lo hizo a la perfección. No terminé, él sólo me besó y acarició tan deliciosamente hasta que caí dormida.

Lo abrazo y el se remueve, medio despertando.

—Sshh—susurra, tranquilizador, alcanzando la sábana y cubriéndome junto a él, como si necesitara otro abrigo más que sus brazos.


¡Ay que capítulo tan triste! Recuerdo haber llorado mientras lo escribía jaja.

Y lo que me gusta es como Bella le dice a Edward que no puede hacer algo para hacerla sentir mejor, que nada funcionará y al final cede, decidiendo que tal vez si pueda hacerla sentir mejor.

Gracias por leer. Nos seguimos leyendo.

Por cierto, ya quedan 10 capítulos para terminar :(