78


Edward

Estoy camino a la cocina cuando escucho a Bella regresar de su prueba de maquillaje. Ella abre la puerta que conecta al garaje. Lleva el cabello ondulado y con una trenza y su maquillaje raya en lo perfecto.

—Hey—le sonrío—, ¿cómo estuvo? Luces preciosa.

—Gracias—murmura y su ceño fruncido cambia brevemente a una sonrisa antes de que regrese—. Estuvo bien, pero estoy enojada.

—¿Qué? ¿Por qué? —reanudo mi camino y ella me sigue, dejándose caer en un taburete.

—¡Odio estar embarazada! —chilla, estampando sus manos en la isla.

Me giro para entrecerrarle los ojos.

—Te dije que no dijeras eso frente a Charlie.

—Lo siento—susurra—, odio estar embarazada.

Oculto una sonrisa.

—¿Por qué? —le susurro de vuelta.

—¡Ellas tendrán una despedida de soltera! ¡Sin mí! ¡Soy la dama de honor, por el amor de dios!

Le frunzo el ceño y ladeo la cabeza.

—¿Qué? Ya habían tenido una antes. ¿Seattle?

Bella viene a mi lado y me observa lavar el cuenco en donde comí helado.

—Esa es diferente, al parecer. Dijeron que esa fue la despedida de soltera "patética" y ahora tendrán una real, ya que la boda está a la vuelta de la esquina—dice con voz lamentada y un puchero en su boca.

—Aww, lo siento—agito su hombro.

—Si, yo también—se mira las manos—, así que ahora estoy toda arreglada para nada, ¿podemos ir a cenar? —me sonríe, alzando las cejas, expectante.

—Lo siento, nena. Tengo que ir al bar.

—¿Toda la noche? —gime.

—Nah. Sólo un rato. Paul me quiere ahí para una tontería—agito mi mano.

—¿Podemos ir entonces? —pregunta, separando las palabras con pausas.

—¿Quieres cenar a las 9?

—Eso es perfecto—me sonríe, asintiendo.

—Bien. Pasaré por ti. Iré a cambiarme.

—¿Un lugar lujoso?

—Mmm.

—¡Si! —me grita a las espaldas.

—Si, Bella—resuelvo. Ella chilla, contenta.

xxx

Tan pronto como entro a One Eyed, Seth me hace una seña para que no haga ruido. Él, Laurent y Kate están detrás de la barra, sólo ahí, sin hacer nada. Le frunzo el ceño y me acerco.

—Mejor vete, hombre—Seth me susurra.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Está encabronado—resuelve, señalando hacia la bodega. Laurent y Kate intercambian una mirada incómoda.

—¿Por qué?

Los tres se encogen de hombros.

—¡Maldición! —Paul grita—¿por qué nadie ha sacado la basura?

Camino hasta la bodega, ignorando las señas de Seth de que me quede con ellos.

—¡Seth! —Paul grita otra vez—¡Ven aquí!

—Mierda—él susurra, pasando a mi lado—Voy—dice en voz alta.

—¿Qué es todo este desastre? —Paul está señalando al montón de cajas atrincheradas en un rincón.

—Dijiste que esa mierda iba a ser reciclada—Seth masculla.

—¡Llévalo al contenedor de reciclaje, entonces! —le ladra Paul.

—¡Con un carajo, Paul! —Seth refunfuña, tomando lo que puede en sus brazos—. Al menos "por favor" y "gracias."

—¿Qué rayos pasa contigo? —le pregunto.

Paul me mira sobre el hombro brevemente. Hay una mueca permanente de enfado en su cara.

—Nada—espeta.

—Bueno, entonces si no es nada no deberías de gritarle a Seth de esa manera.

Seth está mascullando bajo su aliento mientras lidia con el cartón, lo arroja afuera y deshace cajas, sosteniendo la pesada puerta de metal con su espalda.

—¡Pero mira todo esto! —Paul sigue gritando y yo sólo quiero golpearlo fuerte.

—¡Puta madre, Paul! Discúlpate—ordeno.

—¡No voy a disculparme! Él no ha estado haciendo sus tareas.

—¡Discúlpate!

Él rueda los ojos y mira hacia Seth.

—¡Hey, Seth! —lo llama. Seth lo mira mal—. Lo lamento, hombre.

—¡Ah, vete al infierno, idiota! —Seth responde, saliendo y dejando ir la puerta.

—¿Lo ves? —Paul inquiere.

—¿Qué mierda está pasando?

Paul no responde. En su lugar, continúa arrojando cosas y mascullando bajo su aliento. Hay ruido viniendo del bar, probablemente Laurent y Kate comenzaron a hacer cosas con tal de que la furia de Paul no recaiga en ellos.

Lo sigo alrededor de la bodega, presionando meramente con mi presencia. Su molestia crece más.

—¿Qué pasa? —repito en voz baja.

Luego de un rato, Paul suspira.

—Renata y yo lo terminamos—murmura entre dientes, apenas y puedo entenderlo.

—¿Qué? ¿Por qué?

Paul sólo se encoge de hombros, como si no fuera la gran cosa. Me apoyo en la estantería, haciéndole saber que no tengo intenciones de irme luego de esa revelación.

—¿Eh?

Derrotado, golpea su pequeña libreta con su pluma.

—Dijo que era demasiado, que no podría lidiar conmigo.

—¿Qué mierda? No estoy entendiendo nada.

Él suspira, fingiendo estar harto, pero lo conozco y sé que quiere hablar de esto. Quiere que alguien lo escuche.

—Dijo que era demasiado frío y enojón.

Me muerdo la boca para no reír.

—Bueno, si eres demasiado frío y gruñón. Si eras tú el que estaba aquí hace un momento, ¿verdad?

Él golpea mi pecho con su libreta y se gira para reanudar su recorrido.

—Olvídalo y después vete al diablo.

Me río entre dientes y palmeo su hombro, alcanzándolo.

—No, enserio, Paul, lo eres.

—¡Ya sé que lo soy! No puedo controlarlo.

—Yo creo que si—refuto—. No solías ser así.

—Si, bueno, la gente cambia.

—Ay, vamos, Paul.

—Jódete.

Le ruedo los ojos.

—Bien. Estás diciendo que la gente cambia, ¿no te parece que podrías cambiar para volver a ser como antes?

—No—resuelve.

—¿Acaso no te estaba importando Renata? Se ven bien juntos.

—Pero ya no hay nada de eso, hombre.

Detengo sus incesantes pasos con un golpe en el pecho. Él se apoya en la pared y finalmente me presta atención.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

—¿A qué te refieres? Ella lo terminó.

—¿Y la quieres de vuelta?

Él tarda en responder y por su expresión puedo prever su respuesta.

—¿Podrías dejar de pretender ser cool?

Paul me entorna los ojos y se encoge.

—¿Lo ves? Eres frío.

—Ya sabíamos eso.

Golpeo su frente y él intenta detenerme, pero no lo logra. Me golpea el pecho de vuelta.

—Vamos, Paul, ¿la quieres de vuelta?

—Ella fue quién lo terminó. No importa lo que haga.

—Voy a darte otro golpe.

—Vete al diablo. ¿Tú qué sabes de eso?

—Ehh, ¿demasiado? La tuve difícil con Bella incluso antes de comenzar a salir con ella y luego como que lo terminamos en noviembre y no me rendí.

Paul frunce el ceño.

—¿Terminaron? ¿Y por qué no supimos eso?

—Ahora lo sabes.

—Mmm—me entrecierra los ojos.

—Mi punto es que, si la quieres de vuelta, deberías cambiar… y no sólo por ella, sino por ti. Tal vez te cueste trabajo al inicio, pero es mejor vivir con emociones, Paul y, honestamente, no creo que ella esté pidiendo demasiado.

Otro encogimiento.

—El mundo no se va a acabar si muestras algo de sentimientos—finalizo.

xxx

No tengo ni idea de a dónde llevar a Bella. Está toda maquillada y es obvio que también estará toda vestida. Dudo que ahora me pueda salir con la mía para llevarla a McDonald's.

Además, sé muy bien que le prometí hacer algo para nosotros… cosa que no he cumplido en estos dos meses. Diablos, tengo suerte de no haber despertado desollado en todo este tiempo.

Golpeo el volante con mi pulgar mientras pienso en las opciones. Bajo el volumen de la música y miro el estacionamiento del bar por mi ventanilla.

Logré escaparme, así que sigue siendo relativamente temprano. Tal vez pueda llevarla a ese restaurante que está hacia el norte. Ya hemos ido al restaurante italiano del centro en dos ocasiones, así que esa no es una opción.

Sin pensarlo más, lo que se traduce en perder tiempo, saco mi teléfono y busco el número en internet.

No tardan en responder.

—Mesa para dos—le contesto a la Maitre cuando me confirma la reservación—. A nombre de Edward Cullen.

—¿Terraza, común o privado?

—Privado, por favor.

—¿Te gustaría tener una botella de tinto, blanco o champagne lista?

Hago una mueca. Maldición, tendré que rechazar un delicioso vino tinto.

—No, nada de alcohol, por favor.

—Oh, de acuerdo.

Suena decepcionada, así que se apura en terminar la conversación y en el camino a casa, me detengo en la florería. Supongo que un ramo de flores está bien para iniciar esta cita improvisada.

Ugh, me estoy poniendo nervioso. Ignoro mis nervios mientras garabateo en la tarjeta.

Cuando entro a casa, todo está en silencio. Hasta que escucho la cadena del baño de arriba.

Entro a la habitación, que ya huele a perfume y sonrío. Golpeo la puerta del baño dos veces.

—Estoy aquí.

—Si, te escu…—Bella se detiene cuando abre la puerta y ve el ramo de flores que le tiendo. Sus ojos se suavizan y ya está sonriendo. Y si, está toda vestida—. ¡Wow!

—¿Te gustan?

—Ya sabes que si—lo toma de mis manos y antes de sacar la tarjeta, las olfatea—. Amo el olor de las flores. Gracias, amor.

—Y tenemos una reservación para cenar, así que mejor me doy prisa.

—¿Usarás una camisa? —ella abre mucho los ojos.

—¿Sí? —respondo, más como en una pregunta.

—Sí—ella asiente incluso con su cabeza.

Estoy rebuscando en el clóset cuando ella suelta una risita detrás de mí.

—"¿Señora Cullen?" ¿En dónde está mi anillo? —ella me golpea la espalda con la tarjeta.

Sonrío, jalando una camisa.

—Ese no es el punto de la tarjeta, Bella.

—Conservaré mi apellido, muchas gracias—dice, petulante.

Mientras me visto, ella se sienta en la cama, todavía admirando las flores y cuando estoy terminando de abrochar mis pantalones, la veo releer la tarjeta mientras la acaricia ausentemente con su índice. Estoy aliviado de que haya entendido la razón de esto y que lo tome como una disculpa.

"Tal vez nunca pueda pasar mucho tiempo contigo tanto como me gustaría, pero siempre podré darte flores. Te amo, señora Cullen," le escribí.

—¿Estás lista?

Parece salir de su ensoñación y me sonríe.

—Si, andando.

La detengo antes de salir de la habitación para besarla brevemente y finalmente nos ponemos en marcha.

La maître nos dirige hasta nuestra mesa y parece entender la ausencia del alcohol cuando ve la barriga de Bella.

Bella se ve feliz, mira alrededor y toma una foto del centro de mesa mientras esperamos al mesero. Juego con sus dedos al leer la carta en silencio.

Ordenamos pollo, pasta, lasaña y ensalada. Bella pide también algo de puré y se entretiene con una tira de pan por el momento.

Pospongo el breve discurso que intenté preparar lo más que puedo, sintiéndome nervioso, así que cuando Bella comienza una plática trivial, la sigo.

El mesero retira nuestros platos y se va con la promesa de traernos más bebidas.

—¿Te gustó la comida?—pregunto.

Ella termina de alisarse su vestido y asiente, con una pequeña sonrisa bailando en sus labios.

—Si, todo estaba muy rico. ¿A ti?

Asiento distraídamente.

—Está bien hacer esto, ¿no? Salir, tener citas…

Entrecierra los ojos y asiente lentamente con su cabeza.

—Si, es lindo.

—Quería…—carraspeo—quiero disculparme…—su ceño se frunce—ya sé que te había prometido hacer algo para nosotros desde hace un rato.

Bella no responde a eso y su silencio me hace mirarla. Ella lleva las manos al regazo y se inclina en la mesa.

—Está bien, supongo, sólo…—sacude la cabeza, deteniéndose.

—¿Qué?

—Nada, está bien.

La observo, preguntándome ligeramente si tenía algo importante qué decir. No me sostiene la mirada, lo que me confirma mis sospechas.

—¿Qué ibas a decir? —presiono.

—No quisiera discutir.

Oh oh. Mi corazón se acelera en anticipación.

—¿Por qué discutiríamos?

Ella se encoge de hombros y no agrega nada más mientras el mesero deja nuestras bebidas frente a nosotros.

—¿Gustarían algo de postre?

Bella no lo mira. Ella observa sus manos, que ya están sobre la mesa y juega con sus anillos.

—Eh, si, seguro—le murmuro—. En un momento más.

—De acuerdo—el hombre se va, dejándonos solos otra vez.

Bella aprovecha la oportunidad para entretenerse con su bebida.

—¿Vas a elaborar en eso? —cuestiono, alzándole la ceja.

No me apetece discutir tampoco, claro que no, tenía un discurso algo cursi, pero si algo le está molestando, será mejor que lo diga de una vez. Esta puede ser más que sólo una cita. Recuerdo las palabras de mis compañeros de trabajo y resuelvo que este encuentro puede ser tan catártico como se necesite.

Bella inhala lentamente y exhala antes de hablar.

—Sólo… me preguntaba si siempre será así—dice en voz baja, moviendo su popote—. ¿Siempre vas a prometer cosas y no…? ¿y tardarte siglos en cumplirlas? —reformula.

Mierda.

Sus ojos ya no brillan y ya no parece tan contenta como parecía. ¿Me pasé de idiota esta vez? ¿Por qué no me lo dijo antes?

—Lamento eso, Bella, he estado ocupado.

Ella resopla por la nariz y alza los ojos al cielo.

—Siempre estás ocupado—no me está mirando, sus ojos cafés tristes siguen pegados al rojo de su limonada de fresa.

—Ya no estoy tan ocupado como antes—ofrezco.

Ella vuelve a quedarse en silencio.

—Sólo estoy tratando de hacer mis cosas, tengo algunos pendientes, las fotos, el bar. Son cosas que quiero hacer—estoy tratando de entenderla, pero yo creí que estaba bien con eso. Claro, siempre he sabido que "mi productividad tóxica" le molesta, pero…

—¿Y pasar tiempo conmigo es algo que no quieres hacer?

Le frunzo el ceño. Ahora si me estoy molestando.

—¿Qué? ¿De qué hablas? Claro que quiero pasar el rato contigo.

—Es sólo que… sigues teniendo esta molesta actitud de…—suspira, como cansada—a veces se sigue sintiendo que estoy más adentro que tú.

Me paso la mano por el pelo en un gesto frustrado. ¿En verdad estamos hablando de algo que pasó en noviembre del año pasado? Dame un jodido respiro.

—¿A qué te refieres? ¿Más adentro que yo? ¿Qué con Char…?

—Es diferente. Simplemente parece que no me entiendes del todo.

Si. Ella está en lo correcto. No la entiendo.

—Sip, no te estoy entendiendo.

—No quieres entenderme—me corrige, señalándome con el dedo—. Desde el principio, desde que quisiste ir al bar todos los días te lo dije. Te dije que no era necesario hacerlo…

—Quería…

—Sé lo que querías. Y lo entiendo, pero creo que te excediste. El bebé llegó para quedarse, Edward—ahora si me mira, incluso se envara en su asiento—. No porque nazca quiere decir que todo se arreglará, al contrario, todo, absolutamente todo empeorará. Y por eso tengo miedo. Me estresa esta situación, ¿empeorará junto con él? Él no llora ahora, no necesita baños ni cambio de pañales. Me dejas sola todo el tiempo—se rinde, arrojando la servilleta a la mesa—. Y ya… me cansé—suspira, al tiempo que se observa el regazo.

Y ahora me siento como el idiota más grande del mundo. Duele. Duele saber que mis esfuerzos no fueron suficientes, que, una vez más y de todas formas, volví a hacer todo mal.

Me pellizco el puente de la nariz por unos momentos, tratando de enfriar mi cabeza para poder responderle algo.

—Pero ya estaré libre, Bella. Ya no tengo que ir al bar—ofrezco—. Y claro que no te dejaré sola. Es por eso que también acepté que Paul contratara a más gente.

Ya no sé qué decirle. Podría disculparme, pero parece molesta. No sé qué espera que le diga.

—Lamento haber hecho mal las cosas. Ya sabía que te molestaba que nunca estuviera, pero también te pregunté desde el principio si estabas bien con eso…

—Aunque te hubiera dicho que no, lo habrías hecho.

—Podría haberlo reconsiderado—ella bufa. Me muerdo la lengua para ahogar mi molestia—. Como dije, sabía que te molestaba, pero no creí que de esa forma. No creí que te haría pensar que te dejaría sola o que no estoy interesado en esto… de alguna manera. Si preparar la habitación de Charlie y conseguir otro trabajo no fue prueba suficiente, entonces no me imagino qué cosa puedo hacer para comprobártelo.

—Estás disfrazando tu disculpa con un reclamo.

Cierro los ojos. Me estoy desesperando.

—Ya está, Bella, lamento haberlo hecho mal y que no haya sido suficiente—mascullo.

Me voy a la mierda, supongo. Todo un puto año de trabajo extra y esfuerzos se van a la basura. No soy suficiente y no lo seré, será mejor que me vaya haciendo a la idea.

—Quiero ir a casa—dice.

No le respondo, sólo llamo al mesero y pido la cuenta.

Abro la puerta del restaurante para ella, pero no espera a que le abra la del auto.

El camino a casa es silencioso, sólo con la música de fondo. Hasta que Bella se inclina a alcanzar un pañuelo y sé que ya está llorando.

Me lo hace saber muy bien al lanzar un suspiro cortado.

Inhalo, cansado, sin saber muy bien qué decir.

Al diablo la cita, al diablo la cosa esa de pasar el rato juntos, al diablo mi estúpido discurso cursi que ya ni siquiera puedo recordar.

Bella se encierra en el baño una vez que llegamos a casa y yo me desvisto, tirándome en la cama después.

Observo el techo, preguntándome por qué pareciera que siempre tenemos que discutir cuando intentamos hacer algo para nosotros, como si el mal augurio nos persiguiera una vez que salimos de casa.

Bella sale del baño ya usando su pijama y con el cabello recogido. Se detiene al llegar a la cama, junto a mí. Tiene los brazos cruzados y me mira.

—Dije que no quería pelear—dice.

La miro brevemente antes de regresar mis ojos al techo.

—No lo hiciste mal. Gracias por haber hecho todas esas cosas, es sólo que siempre esperé que encontraras un balance, pero no lo hiciste y sólo me asusté. Estoy muy emocional por el embarazo y parece que tampoco entendiste eso. No porque dejé de vomitar o porque aún no se me hinchan los pies quiere decir que soy la Bella de siempre. Puede que creyeras que no me afectaba tanto, que podría entretenerme con otra cosa, que "soy Bella Swan"—se imita pobremente—, pero sólo quería tu compañía y que mostraras algo de interés. En nosotros. Como pareja. No como padres. Y no quiero que, una vez que él esté aquí, acapare toda la atención. No quiero que te olvides de nosotros… como lo hiciste en todo este tiempo.

Absorbo sus palabras y entiendo que quiere reconectar de alguna manera. Ahora entiendo su punto.

Me siento al borde de la cama y la miro.

—¿Entonces todo esto fue porque simplemente te hubiera gustado más compañía? ¿Querías mimos y cursilerías? ¿Quieres que haga todas esas cosas ahora?

Bella no asiente, sólo hace un mohín con sus labios y sus mejillas comienzan a ponerse rojas, así como su frente.

Ay Bella. Tan cabezona y hermosa y boba y asombrosa y loca y toda mía.

Me pongo de pie y ella hunde su barbilla, como no queriendo verme.

Tomo su rostro entre mis manos y lo alzo. Está increíblemente caliente y ella está roja como un tomate.

—Bella, sin ofender, pero tienes una manera muy cruel de decir las cosas que quieres.

Esconde su labio inferior.

—Lo lamento—susurra.

—Si, claro que puedo hacer eso. Y te sigo debiendo las palabras cursis, aunque seguiré intentándolo. Te amo, Bell, enserio—no puedo contenerme, así que la abrazo. Ella no pierde el tiempo y me devuelve el gesto también—. Tanto.

Se relaja contra mí.

—Te amo también, Edward. Soy muy feliz contigo y lo sería más si fueras más empalagoso.

—Lo intentaré—apoyo mi mejilla en su cabeza, cuando se me ocurre algo—. Después de la boda de Rosalie, ¿podríamos darnos una escapada? Aunque no sé qué tan conveniente sea.

Ella aleja su cabeza para verme.

—Pensé que dirías que seguíamos nosotros.

Le sonrío con una esquina de mi boca.

—No me presiones.

Ella rueda ligeramente los ojos.

—Es sólo que…

—¿Qué qué?

Sus ojos bailan alrededor.

—Que en verdad me quiero casar contigo.

Alzo las cejas.

—En verdad me equivoqué al apostar que en tres años.

Ella pica mi espalda con su dedo.

—¡Edward!

Me río y beso su frente.

—Yo también quiero casarme, Bella, pero también quiero darte un anillo bonito y bailar contigo en nuestra boda, pero dudo que puedas bailar con dos semanas post parto y, además, no podemos dejar a un recién nacido atrás para irnos de luna de miel.

Sus ojos brillan.

—¿Quieres una luna de miel?

Asiento con mi garganta.

—Aunque no sé cómo sería dejar a Charlie atrás…—me estremezco—, dame tiempo.

—Está bien—ella apoya su rostro en mi pecho—. Tampoco me urge. Tengo que perder el peso que gané para entrar en un vestido. Sólo estaba buscando una confirmación.

—Eres una loca, Nappy.

—Ya lo sé—canturrea.

—Y sólo para que conste…—la agito, haciendo que vuelva a verme—si creía que "eras Bella Swan"—la imito, ella ahoga una risa—, pero sólo porque sé que eres la más loca, maquiavélica, maravillosa, sexy y más hermosa chica que existe en este mundo.

—Y no sabes ser romántico, eh—me sonríe antes de alzar la barbilla para besarme.

xxx

Es algo loco cómo todos estamos metidos en nuestros asuntos. Es loco cómo Paul está intentando llegar a Renata de nueva cuenta (sí, lo vi mientras le escribía un mensaje), cómo Heidi sigue fingiendo que no está enamorada de Demetri, cómo Rosalie y Emmett están a nada de casarse y cómo, Bella y yo, nos estamos preparando para Charlie.

Heidi me rueda los ojos cuando le digo que deje de pretender que no va enserio con Demetri.

—Sólo porque haya estado tonteando con él como por tres meses no quiere decir que es enserio.

—Si, claro, sigue diciéndote eso. Pásame el azúcar.

Ella refunfuña y deja dos sobres en mi palma. Estamos frente a las máquinas de café de Le Monde y mientras veníamos hacia acá ella comenzó a hablarme de Demetri, así que es su culpa.

—Sólo me gusta. Es guapo… y bueno en la cama.

—Si, ya me has dicho eso antes—la corto.

Resulta que ella y yo probamos la puerta trasera el mismo día. Ella lo llamó "el hilo rojo del anal," yo lo llamé conveniencia y calentura. "Somos almas gemelas, Edward," escribió "experimentamos cosas al mismo tiempo."

Le dije que sólo había sido una cosa.

"No te olvides de la vez que probamos los dulces de anís al mismo tiempo."

Le dije que se callara, que mi alma gemela era Bella, luego dijo que no, que ella era mi "llama gemela." Y luego me llamó romántico. Le arrojé un dulce desde mi lugar para hacerla callar. No es como si estuviera hablando, pero al menos dejó de teclear por un rato.

—Como sea, ¿cómo está Bella? ¿Ya tienen la carriola?

—Está genial. Si, la compramos la semana pasada. Falta la cuna y el asiento para auto… y más ropa.

Heidi está a punto de decir algo, pero alguien la interrumpe.

Maggie.

Ugh.

—¿Serás papá? —pregunta, anonadada, tocándome el brazo.

Miro a Heidi rápidamente, en busca de ayuda, pero ella está igual de sorprendida que yo. ¿Cómo es que no la vimos antes?

—Eh… si—respondo, lamentándolo de inmediato.

Su boca se abre. Está sin palabras.

—Eso es… ¡es genial! Felicidades, Edward.

Asiento, incómodo. Heidi ahora está ahogando una risa.

—Gracias, Maggie.

Ella me sonríe, todavía aturdida y se va, mirando sobre su hombro de vez en cuando.

—Mierda—resoplo—, ¿de dónde rayos salió?

Tomamos nuestros vasos y avanzamos.

—Bueno, Edward, dale 10 minutos.

—¿Para qué?

—Para que le haga saber a todo Le Monde que vas a ser un padre. Felicidades.

—Ugh, maravilloso—farfullo y luego la miro—. Debimos seguir hablando de Demetri.

—Nop—agita su cabeza—, no quiero ser envidiada, si ella hubiera escuchado eso toda la compañía sabría ahora lo bien que me lo está dando.

—Demasiada información, Heidi—gimo.

Ella sólo ríe antes de darle un trago a su café.

—¡Llámenlo Rompecorazones! —anuncia tan pronto como entramos a la oficina.

—¿Qué? ¿Por qué? —Eric inquiere, alzando su cabeza sobre su monitor.

—Maggie escuchó nuestra plática de bebés. Y para el final del día toda Le Monde sabrá.

Victoria y Eric ríen, con ganas.

—En efecto, muchos corazones se romperán hoy—acepta Eric.

—Cierren la boca. A partir de ahora, trabajaré desde casa.

—Quisieras—Victoria murmura bajo su aliento.

Más tarde, luego de que ellos se han terminado las bromas de papá primerizo y de meterse con mis nervios, Heidi viene a mi escritorio.

—Ven conmigo.

—¿A dónde? No saldré de esta oficina.

Ellos ríen.

—Apuesto a que si van a la oficina principal ya habrá una gran foto de Edward con un letrero de "felicidades, papá"—. Ríe Eric.

—La foto en donde usa bigote—Heidi se carcajea.

—Váyanse al diablo.

—¡Vamos, Edward! Tengo que visitar a Trevor—Heidi hace una mueca—. Y no cargaré nada si hay alguien que lo haga por mí.

Miro a Eric.

—¿Por qué no…

—Paso—él se apresura a contestar.

—Ahí está Vic…

—Eh, ¿hola? Soy una frágil y necesitada dama también.

Le ruedo los ojos y salgo de mi asiento.

—Es increíble cómo de pronto son frágiles y nada independientes cuando les conviene.

—Pues claro—ambas dicen.

Caminamos por los pasillos y miro a mi alrededor, demasiado temeroso de que alguien más escuche nuestras conversaciones. Tan pronto como entramos a la oficina principal, todas las miradas se posan en mí.

—Te lo dije—Heidi canturrea junto a mí.

—¿Por eso me hiciste venir?

—No—resopla—, te hice venir porque es Trevor.

Trevor está sacándole punta a un lápiz cuando nos acercamos y tiene una caja sobre su escritorio. Esa es nuestra caja con utensilios de papelería.

—Trevor—Heidi lo reconoce.

—¡Hey, chicos! —sonríe nada natural—. Su pedido está justo aquí—palmea la caja.

—Bien—Heidi responde.

Me apoyo en la mampara, esperando que ellos terminen con sus firmas y toda la mierda que hacen. Trevor le tiende unos papeles a Heidi y ella se apoya a mí lado para firmar. Trevor desliza su silla lejos del escritorio, siendo nada sutil, para verle el trasero.

Ni siquiera se inmuta cuando nuestras miradas se cruzan.

—Escuché que eres líder de equipos ahora—le dice, tomando las hojas que Heidi le regresa.

—Sí.

—Era hora—comenta él, haciéndose a un lado, así que tomo la caja en mis manos—. Debiste haber comenzado a usar pantalones ajustados desde hace un tiempo.

Uuhh, él no dijo eso.

Miro a Heidi. Ella está fulminándolo con la mirada y le tiende su pluma de mala gana.

—Y me parece que ya va siendo hora de que tú comiences a usar el cerebro—le responde.

Trevor musita un "uuhh" con una sonrisa come mierda en su cara.

—Andando, Heidi—intercedo y dejo que ella se aleje primero, antes de seguirla.

Y ahora ella está enojada.

Su quijada está tensa y mira al frente, ni siquiera le sonríe a Cyndi, la chica de IT, a quien nos encontramos llevando una laptop. Cyndi frunce el ceño ante el rostro molesto de Heidi, pero continúa su camino.

—Heidi…

—Lo odio, Edward. No es la puta primera vez.

Ahogo un suspiro y tamborileo mis dedos en la base de la caja.

—¿No es la primera vez?

—No. Todo el tiempo me ve el culo, por eso siempre me llama a mí para que firme y me preguntó también cuándo iba a usar una blusa escotada. "Ese día te llamaré para que firmes lo que sea, Heidi,"—explica ella, imitándolo pobremente.

Ay Trevor. Ese imbécil.

—Mal día para Trevor hoy. Escribiré un reporte para Recursos Humanos.

—¿Qué? ¿Sí? —sus pasos se detienen.

—Claro. No debió haber dicho eso frente a mí. Y debiste haberme contado antes.

Hace un puchero, pero luego sus ojos se suavizan lentamente y una sonrisa trepa por su rostro.

—¿Podemos estar presentes cuando lo regañen?

Le ruedo los ojos y le sonrío.

—No.

—Hmpf—gruñe.

—Y ya no es necesario que tú vengas por estas cosas—agito la caja en mis manos.

Ella frunce el ceño.

—¿No se supone que la persona que hace las solicitudes tiene que firmar esos papeles?

—No si yo lo digo.

—Uuhh—canturrea—. Te queda bien el papel de jefe.

—Y podemos enviar a alguien más.

Ella mira al frente y reanudamos el camino.

—Eric—coincidimos al mismo tiempo.

Él no va a estar muy contento, pero ¡a quién le importa!

Heidi se detiene antes de abrir la puerta de la oficina, su mano queda suspendida en el pomo.

—Eres un ángel, ¿sabías eso? —murmura entre dientes.

Finjo pensarlo.

—Seh, ya me lo habían dicho antes.

Ella rueda los ojos y abre la puerta.

—Cierra la boca… Papá.

xxx

El asunto con Trevor pareció resolverse más tarde. Caius, siendo el chismoso que es, me hizo ir a su oficina y dijo que Nadia, de Recursos Humanos, había requerido su firma para el reporte de mala conducta, también dijo que la firma de la jefa de Trevor ya estaba en la hoja.

Después mandó llamar a Heidi y los dejé solos por un rato. Ella regresó y estuvo callada luego de eso. Contestó con un "claro" mi mensaje de "¿estás bien?" y luego de un rato ella y Victoria salieron de la oficina, seguramente para tener una de esas "charlas de mujeres."

Eric quiso saber qué ocurría y lo aplaqué, diciendo que no era algo que yo debería decir. Me rodó los ojos y tengo la gran sospecha de que mensajeó a Heidi para conocer los detalles jugosos.

Y no, no estuvo contento con su nueva tarea de visitar a Trevor.

—Huele a desodorante barato—arrugó la nariz.

—¿Se dan cuenta de que todos huelen a algo aquí? —opinó Victoria.

—Definitivamente. Sólo nosotros olemos bien, a "brisa primaveral con toques de lavanda"—murmuró Eric, leyendo la etiqueta de nuestro aromatizante.

—No debería llamarse Le Monde. Debería llamarse L'odeur—rió Heidi.

Cuando llego a casa, Bella no está por ningún lado, así que sin pensarlo mucho comienzo a poner algo de orden alrededor. Ahora que mis noches ya no son de bar, comienzo a creer que tengo demasiado tiempo libre. Debería de retomar el gimnasio… otra vez y ahora, afortunadamente, sin interrupciones.

¿El asunto sobre ir a Le Monde, luego al gimnasio, luego al bar y luego venir a casa? Si, no funcionó. Apenas y logré hacerlo por dos semanas y media.

Inicio el ciclo de la lavadora mientras descargo el lavavajillas. Estoy sacando la basura cuando escucho la puerta del garaje.

Luego de un rato, Bella entra a casa, cargando las bolsas del super.

—Eh, algo de ayuda—gruñe.

Voy hacia ella rápidamente y las dejo sobre la isla de la cocina.

—Oye, no deberías cargar esto.

—Si, si—ella me aplaca—. Todavía hay más.

Ella se encarga de la cena mientras yo echo la ropa recién salida de la secadora en un cesto.

—¿Dónde se supone que guarde todo esto? —le pregunto, agitando el cesto—. Apenas y hay espacio en el clóset.

Bella me mira mal y me arrepiento de mi pregunta rápidamente. Me imagino lo que está a punto de decir.

—Si, ya me había dado cuenta—masculla—. Y ya te lo había dicho.

—¿Entonces? —me balanceo en mi lugar, esperando que ella me dé una respuesta de verdad.

—Te dije que deberías llevar tu ropa de vuelta a tu casa.

Ahogo un gruñido y dejo el cesto en el suelo.

—No voy a llevarme mi ropa. ¿Tendré que ir a vestirme allá y regresar?

Bella se encoge de hombros y regresa su atención a la cena.

—Si quieres.

Le entrecierro los ojos a su espalda.

—Pero claro que no quiero hacer eso.

—Es lo más fácil. No hay espacio en mi clóset.

—Si movemos…

—No vas a mover mi ropa—se gira, poniendo las manos en sus caderas.

—¿Entonces qué pretendes que haga, Bella? —mascullo, recogiendo el cesto y saliendo de la cocina.

—¡Tu clóset! —grita desde adentro.

—¡No me llevaré mi ropa! —finalizo.

Ya en la habitación, voy al clóset y miro alrededor, encontrando la forma de encajar toda la ropa ahí. Por un momento creí que si cabría, pero sólo porque había un montón que no había sido lavado en eras.

Resuelvo que los jeans de Bella pueden apilarse sobre los míos y comienzo a doblar la ropa del cesto.

Ella no tarda mucho en venir.

—¡No saques mi ropa! —advierte.

Le ruedo los ojos.

—Ay vamos, Bella, no hay otra forma.

—Claro que la hay.

—No estaré yendo y viniendo todo el tiempo.

No tiene sentido hacerlo en realidad. Desde que vine a vivir con Bella no he ido a mi casa, salvo para traer papel higiénico y pasta dental que dejé allá, o alguna otra cosa completamente irrelevante. Ella no puede estar hablando enserio.

Bella se cruza de brazos y me observa doblar ropa.

—Esto no estaría pasando si esta casa no hubiera sido dividida y los enormes armarios no fueran ahora clósets—murmura, arrojando su ropa interior limpia al cajón.

—No es mi culpa.

—No te estoy culpando—masculla.

—Bien.

Una de sus tangas se enredó con uno de mis calcetines y ella la arrebata de mis manos cuando estoy quitándola de en medio.

Ugh. Ya comenzó su actitud.

—¿Enserio te estás enojando por simple ropa?

—No—pero su tono dice todo lo contrario.

No añado nada más porque esto es demasiado estúpido y si lo hago, se meterá con mis nervios. Me limito a alcanzar mis playeras y continúo doblándolas.

Un golpe y un quejido detrás de mí llaman mi atención, pero no antes de que Bella ya esté refunfuñando.

—¡Maldición, Edward, nunca cierras los cajones!

—¡Estoy colocando ropa ahí! —me giro, sólo para encontrarla con ambas manos presionando el costado de su barriga—, ¿qué? ¿estás bien? —manoteo a su alrededor, sin saber muy bien qué hacer.

Su cara tiene una mueca de dolor y aleja mis manos de un golpe mientras gruñe. De acuerdo, eso es grosero y yo sólo estoy preocupado por Charlie.

—Al diablo—finalizo, girándome y arrojando otra vez mi ropa al cesto.

—¿Qué? —pregunta con voz adolorida.

—Me llevaré esto. Y toda la otra mierda que tengo aquí.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—Me llevo mis cosas.

—¿Vas a irte? No puedes irte.

Tomo el cesto y voy hacia la puerta, pero ella se interpone.

—Bella…

—Sólo tu ropa—comienza—, haremos un espacio después.

—Dijiste que no moveríamos la tuya—señalo. Ella abre la boca para refutar, pero la cierra rápidamente.

—Bueno, tendremos que hacerlo—se encoge de hombros.

—Hazte a un lado.

—No vas a irte—se planta ahí, cruzando sus brazos.

—Sólo llevaré esto, ¿sí?

Sin estar muy convencida, se mueve ligeramente y me escabullo por el pequeño espacio.

Gruño en mi habitación, mientras arrojo mi ropa a mi clóset y con un suspiro derrotado, bajo las escaleras. Voy hasta la sala, en donde me dejo caer en el sofá, malhumorado y deseando estar solo.

No podemos pelear de esta forma cada vez que nos metamos en los nervios del otro. Siempre caminamos en el borde, jugando con la línea entre un "lo siento" y algo que puede ponerse feo.

Y no puede ponerse feo. No ahora.

Bella deshaciéndose de la casa de su padre me da un poco de consuelo. Al menos no correrá hacia allá en medio de una crisis, dijo que ya no tenía nada de lo que huir. Tengo la esperanza de que, si se requiere, podremos resolver las cosas cara a cara, en el momento.

Pero, otra vez, no quiero tener que arreglar cosas. Nada puede salir mal.

Decido que tengo que aprender a elegir mis batallas. No puedo ceder cada vez que Bella comience a actuar de esa forma. Alguien tiene que ser el cuerdo aquí. Y ella tiene que controlarse, por Charlie.

La gatita enojona que conocí hace casi un año no me parece tan agradable ahora.

No sé cuánto tiempo paso ahí, a media luz, mirando por la ventana, pensando en la mejor forma de actuar, pero mi celular vibrando en el bolsillo de mis shorts me saca de mis cavilaciones.

Es Bella.

—¿Qué?

—¿Tienes hambre? —pregunta con voz pequeña—. La cena está lista.

Me paso una mano por el cabello, rindiéndome. Si hablara siempre con esa voz, otra cosa sería.

—Ya voy.

—Bien.

Ella está sirviendo los platos cuando entro a la cocina.

—Lo siento—dice entre dientes y sin mirarme cuando me tiende el mío.

—¿Qué? —finjo no escucharla.

—Lo siento—dice un poco más alto—. Soy una loca.

Si, lo es.

—Digamos que exageraste un poquito.

Me da una sonrisa pequeña y enredo mis dedos en su muñeca antes de que se aleje.

—Yo también lo siento. Lo del cajón… ¿estás bien?

—Si, sólo… dolió como la mierda.

—¿Él está bien?

—Yo creo que sí. Será mejor que se acostumbre, a veces la vida da golpes muy duros—bromea, pero su voz suena triste.

Bufo una risa por la nariz y la atraigo por el cuello, dejando un beso en su frente.

—Lo lamento.

—Yo también, Edward—apoya su frente en mi pecho y me enreda con sus brazos.

—Te amo.

—¿Incluso loca? —pregunta contra mi playera.

—Pues ya qué.


¡Hola! Perdón por la tardanza, pero aquí tienen un nuevo capítulo.

Espero les haya gustado. Pasaron... muchas cosas en este.

Nos seguimos leyendo.