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Bella
Es increíble lo rápido que las personas pueden cambiar de opinión.
Hace apenas unas semanas, Edward estaba completamente cool y zen respecto al bebé. Ahora está en el sofá, gimiendo y revolviéndose el cabello mientras sostiene su teléfono con su otra mano.
Hay una mueca de preocupación y pesar perpetua en su rostro.
Lanzo una risa cuando entro a la sala, cargando mi tazón de palomitas y él parece no escucharla.
—Jesús—musita entre dientes.
Le doy una ligera patada a su pierna cuando me siento a su lado.
—¿Qué tanto estás viendo? —apoyo mi espalda en el reposabrazos.
Él sacude la cabeza, apesadumbrado.
—Es… es demasiado todo esto—responde—, cada vez hay más vídeos relacionados.
—¿Qué es demasiado?
—El mundo de los bebés. Pueden pasarles muchas cosas…—se detiene—, ¿qué mierda es esto? ¿muerte de cuna? ¡oh, no! ¡mierda no! —arroja el teléfono lejos y se frota los ojos con los talones de sus manos.
Sonrío.
—¿Qué pasó con el asunto de estar totalmente calmado?
—Mmm, eso fue antes de siquiera googlear algo—me mira consternado, sus cejas nada de eso, apenas y puedo cuidar de mí mismo—. Y te mentí antes.
—Demasiado tarde para arrepentirse—musito, llevando mi vista a la televisión.
Yo también estoy espantada y nerviosa, pero si pienso demasiado en eso volveré a ser una masa voluble y explosiva y después del evento de la ropa, no puedo regresar a eso.
Esa noche, ya en la cama y a oscuras, Edward dijo que estaba preocupado, pidió expresamente que episodios como esos no se repitieran.
—Estaba pensando…—dijo—que cuando discutimos, siempre caminamos por los bordes, siempre estamos a nada de cruzar la línea entre un "lo siento" y algo que puede volverse feo.
Dije que sí, que tenía razón y volví a disculparme.
—Y en Nueva York prometimos ya no pelear.
Fuimos estúpidos al pensar eso.
Me quedé despierta pensando en sus palabras, mientras escuchaba su respiración acompasada y concluí que tiene razón, por supuesto que la tiene. Él suele tener la razón en muchas ocasiones.
Edward es estable. Es raro que haga cosas sin antes haberlo pensado, no importa si no son la cosa más inteligente por hacer o que no tenga muchas ventajas.
Sólo lo piensa.
Yo no.
Es un buen balance.
—Guardaré todos estos vídeos en una playlist—dice él—. Bebés 101.
—¿Quieres tener tu crisis en pequeñas dosis?
—Es una buena manera de verlo—acepta, curveando los labios hacia abajo—, ¿te sientes con ganas de arruinar tu día con todo esto? Puedo ponerlo en la televisión.
—Mmm—lo considero—, no es como si estuviéramos haciendo algo—resuelvo con un encogimiento de hombros.
—Iniciemos con el de los pañales.
Él se levanta a buscar el control remoto y lo observo mientras echo palomitas a mi boca.
—¿Qué quisiste decir? Dijiste que me habías mentido.
Él encuentra el control en el suelo y tararea.
—Eso. Te mentí todo este tiempo respecto a estar tranquilo. He estado teniendo una crisis como desde marzo, desde que decidimos decirles a mis papás.
—Ah, me preguntaba cómo es que lo lograbas… estar tranquilo.
Él finalmente toma asiento y me mira.
—Me funcionaba no pensar en las cosas, eso es lo que he hecho toda mi vida, pero al parecer ya no está funcionando.
Le doy una pequeña sonrisa y acomodo la manga arrugada de su playera.
—Ya me di cuenta de que no debería dejar que la vida se encargue del resto. Eso debería estarlo haciendo yo.
—Ah, no seas tan duro contigo mismo. No eres el primer papá primerizo que tiene una crisis.
Él ya no dice nada. Observa su regazo, sé que está pensando algo, pero no quiere decirlo. Puedo ver los engranes en su cabeza.
—Yo también tengo miedo—murmuro—. Tengo que ser responsable de un ser indefenso que, de alguna forma, saldrá por mi vagina y que llorará y comerá todo el tiempo. ¿Podré amamantarlo? No lo sé. ¿Tendrá hambre? Si. ¿Dejaré de divertirme por un tiempo? Si. ¿Estoy casada? No, no tengo ni un año de conocer al papá. ¿Lo intentaré? Tengo que.
Edward no alza la vista, permanece en silencio.
—Creo que eso es en lo que se resume mi vida. Tener que intentarlo. Tener que hacerlo—murmura.
—No puedes esperar a no tener miedo. Nunca dejarás de tenerlo. Sólo tienes que hacer las cosas, aunque estés asustado, Edward, eso es lo que significa ser valiente. Así es como se lidia con los miedos.
—No me siento valiente a veces, Bell—susurra.
¿Hace cuánto tiempo que ha querido decirme esto? ¿Por qué no lo había dicho? Se está abriendo, así que aprovecho la oportunidad para tener la conversación que necesitábamos tener.
—Pero lo eres, Ed. Puedo verlo.
—Me dirás cuándo la cague, ¿verdad? Cuando esté siendo un idiota… con todo esto. Con nosotros y con el bebé—me mira. Sus ojos lucen atormentados—. Cuando empiece a cerrarme y a alejarme.
El pecho se me aprieta.
—Dijiste que no lo harías—le recuerdo.
—No quiero hacerlo—arquea las cejas—, pero… no lo sé. Intentaré no hacerlo.
—Gracias por querer intentarlo.
—Prometí que lo haría—me entrecierra los ojos, regresándome el comentario. Pues más le vale.
—Bien—murmuro—. Te amo.
Edward medio sonríe con ojos derretidos. Se inclina a besarme brevemente.
Le doy dos besos antes de que ponga su mano en mi barriga.
—Yo también te…—Charlie lo interrumpe con una patada. Su sonrisa crece—te amo.
Me río, picando mi panza con el dedo índice, justo donde Charlie pateó.
—También a ti Charlie.
Dos movimientos más. Edward frota y le da un beso.
El resto de la tarde la tomamos como una larga e interminable clase. Intercambiamos una mirada de disgusto cuando hablan de posibles evacuaciones explosivas y luego sin decir nada, Edward salta el vídeo sobre muerte de cuna, así que continuamos con el de "los bebés también pueden hacer ejercicio."
—Esperemos que tenga abs luego de eso—comenta Edward.
—Eso o nos vomita encima.
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Nuestra sesión educativa termina cuando tengo que prepararme para la cena de ensayo. Edward dice que los videojuegos son una buena forma de bajar los nervios, así que él se queda frente al televisor mientras yo voy a la habitación.
Dejo mi cabello suelto y lacio y uso un nuevo vestido. Es negro, corto y con escote de corazón. Me gusta la manera en la que se ajusta a mi barriga y le doy una palmadita a Charlie cuando se mueve.
—¿Estás feliz? —pregunto—, ¿o estás preparándote para dormir?... espero que sea lo último—digo entre dientes.
—¿Con quién hablas? —Edward entra a la habitación, preguntando y se interrumpe para lanzar un chiflido bajo su aliento—¿ese vestido es nuevo? Te ves sexy. ¡Oh, tengo una idea! Quedémonos aquí—dice, apretando mi trasero.
—Con Charlie.
—Aww—sonríe y su mano traviesa se desliza hasta mi abdomen—, ¿cómo está?
—Moviéndose.
—Yo creo que está de acuerdo con que nos quedemos aquí.
—No…
—Suele moverse, ¿recuerdas? —me alza las cejas, interrumpiendo—, como que le gusta. Se pone feliz.
Si, Charlie se mueve cuando Edward y yo hacemos el amor. Él lo ve como él siendo feliz, yo lo veo como un "¡deténganse, par de locos! Un poco de respeto, por favor." Lo imagino golpeando el interior de mi barriga con el puño y con el ceño fruncido, como quien golpea una puerta.
—Ugh, enfermo—lo empujo lejos.
—¿Qué? ¡Tú eres la enferma! Yo sólo estoy diciendo que le gusta quedarse en casa.
—Eso no tiene sentido—resuelvo, yendo hasta el baño para iniciar con mi maquillaje—, a donde quiera que vaya está, técnicamente, en casa.
—Pasémoslo a "literal."
—Cierra la boca y comienza a vestirte.
Edward se ve delicioso en su camisa azul bebé y estoy tentada a tomarle la palabra de quedarnos en casa, pero un mensaje de Rosalie me detiene.
Está nerviosa, como esperaba y ahora está cohibida y no quiere dar el discurso que preparó para la cena de ensayo. La animo, aunque no logro mucho. Todo parece apuntar a que tendré que abofetearla cuando la vea. Es demasiado extraño presenciar a una Rosalie que no quiere ser el centro de atención.
Edward conduce hasta el recinto y lo observo mientras tamborilea los dedos en el volante al ritmo de la música. Es tan guapo. Podría mirarlo todo el tiempo y ni siquiera me cansaría de hacerlo. Todas esas obras de arte exhibidas en los museos parecen tan insulsas en comparación a él.
Mi cuerpo comienza a hormiguear, de la cabeza a los pies y la salvaje necesidad de tocarlo se vuelve cada vez mayor. Él me mira por el rabillo del ojo brevemente y asiente en reconocimiento con su barbilla, lo que hace que mis ojos se queden pegados a su quijada. Quiero besarla y morderla.
¿Siquiera sabe del efecto que tiene en mí? Si lo supiera, si él viviera en mi mente, probablemente se asustaría y huiría. Sabría que quiero apretarlo y sostenerlo incluso más de lo que podría, más de lo sano. Tal vez me daría una sonrisa nerviosa e incómoda cuando vea que los escenarios en donde él se pone en una rodilla se están manifestando cada vez más en mi cabeza. Y finalmente correría cuando vea que tengo una especie de altar a él en mi mente.
—¿Qué? —pregunta en un murmullo—, ¿qué me estás viendo?
—Nada—respondo rápidamente, dejando su fotografía, sobre la que babeo todo el tiempo, en un rincón de mi mente.
Hora de actuar normal. La niña idiota de doce años puede esperar.
—¿En qué estás pensando entonces?
—En nada—miento y me inclino a cambiar la canción, a la que apenas le he puesto atención.
—Yo si pensaba en algo.
—¿En qué?
—En que tus tetas se ven bien—me da una sonrisa ladeada, pasando sus ojos de mi rostro a mi escote.
Mis piernas tiemblan, aunque estén firmemente apoyadas.
—Mmm—musito, porque no puedo hablar, me ha dejado sin palabras… y demasiado caliente.
Él ríe entre dientes y avanza cuando la luz del semáforo cambia.
—Lo que me hace preguntarme si sería tan malo volverte a embarazar tan pronto como Charlie nazca.
De acuerdo, eso fue como una cubeta de agua fría.
—Si, sería malo.
—Mm-hm—él asiente, feliz.
—Además, hay algo por hacer antes del segundo.
—¿Qué? —frunce ligeramente el ceño, aunque su sonrisa sigue ahí. Desliza la mano por el volante, dando una vuelta.
—Tienes que darme un anillo.
—No tengo dinero para un anillo. Pañales o anillos.
—Uno de papel también funciona—le sonrío y miro por la ventanilla. Es un pesado. Y un dramático.
Edward ríe entre dientes.
—Increíble lo mucho que puedo equivocarme—dice, refiriéndose a aquel comentario lejano de que comenzaría a tirar indirectas dentro de tres años. Oh, Edward, eres tan crédulo.
—Supéralo—murmuro—. Te lo recordaré cada vez.
—Y yo recuerdo que dijiste que te conformarías con lo que fuera.
—Había dos opciones no lo olvides.
—Ninguna de ellas era casarse.
—Está implícita en una.
—Estás loca.
—Ya sabíamos eso.
—Me manipulaste la otra noche.
—Bueno, vete acostumbrando—finalizo, inclinándome para subir el volumen de la música. Edward no agrega nada más.
Cuando llegamos a la cena, los padres de Rosalie ya están ahí. Al igual que Eleazar, Carmen, Jessica y Ángela. Emmett no se ve por ningún lado y Rose está riéndose de algo que Jessica dice.
Se pone de pie cuando nos ve en la puerta y mientras saludo a Eleazar y a Carmen a la distancia, ella bloquea mi vista, dándome un abrazo.
—¡Qué guapos están! Pasen, pasen.
Edward corresponde su beso en la mejilla y el perfume caro de Rosalie nos envuelve. Ella está usando un vestido dorado que hace que su cabello rubio brille increíblemente.
—Iré a saludar a Eleazar y a Carmen—le digo.
—Claro.
Edward no suelta mi mano mientras vamos hacia allá y Rose se queda en la puerta, saludando a alguien más, pero no me giro para indagar quién es.
Carmen frota mi abdomen y su brazalete hace ruido mientras lo hace.
Finalmente, tomamos nuestros asientos frente a Jessica y a Ángela.
Rosalie designó los asientos también, dejando a los adultos de verdad en un extremo de la mesa, mientras que nosotros, los que fingimos ser adultos, nos quedamos del otro lado.
Más tarde, con las primeras bebidas siendo servidas, apoyo mis brazos en la mesa para inclinarme y escuchar la conversación de Ángela y Jessica. Hablan de las tareas que tenemos para el próximo sábado: El Gran Día.
Edward se pone de pie y lo encuentro saludando a Seth y a Paul. Hay alguien más, pero no puedo ver quién es.
Ángela codea a Jessica y ella se atraganta con su vino. Mira atentamente el intercambio y pronto me doy cuenta de que Paul está con Renata, con manos entrelazadas y toda la cosa.
Estoy a punto de ponerme de pie para saludar también, pero Seth ya está sobre mí, sosteniendo mi cabeza contra su abdomen antes de dejar un beso en mi mejilla. Diego está a su lado.
—¡Hey, Seth! —le sonrío—, ¿cómo estás?
—Feliz—acepta y mira alrededor—. Es lindo aquí, eh.
—Si, lo es.
Rose eligió una decoración exquisita para el evento, con arreglos florales, velas que dan una vibra romántica y mágica y cortinas de cristales.
Diego me da una sonrisa educada y señala mi barriga con su barbilla.
—Se nota más, ¿cómo estás?
—Estoy bien—me encojo de hombros—, ¿tú? ¿cómo van los tatuajes?
—Genial. Y ya tengo uno nuevo.
Le alzo las cejas y hablamos brevemente de su nueva tinta.
—Supongo que también ya conoces a Renata—me dice Paul cuando Diego y Seth finalmente toman sus asientos. Edward se apoya en el respaldo de la silla, para no entrometerse en la conversación.
—Algo así—respondo, mirándola.
Ella asiente ambiguamente.
—Lo tengo borroso—confiesa, tocándose la sien con su índice.
No me sorprende. Estaba borracha cuando nos encontramos en la fiesta de aniversario de One Eyed. Me doy cuenta de lo genial que es ser la única sobria, ves y recuerdas todo. Tienes el poder.
Asiento.
—Lo supuse—acepto—. Es bueno verte de nuevo… o por primera vez, si es el caso.
Ella sólo lanza una de sus risas roncas y nuestra conversación se interrumpe por los chicos Le Monde llegando.
¿Acaso es el día de las sorpresas y del amor? Un guapo rubio de facciones afiladas y angulares, camina junto a Heidi, que luce genial en su vestido azul oscuro escotado.
Edward y yo tenemos nuestras manos entrelazadas por debajo de la mesa, así que cuando deja su asiento me lleva con él.
—Edward, Bella, este es Demetri—presenta Heidi, agitando su mano entre nosotros. No incluye nada más. ¿Es él su novio? Tiene que serlo. Uno no trae una cita de una sola vez a una cena de ensayo.
Ella y Edward intercambian una mirada luego de los saludos y Edward se muerde la boca para ocultar una risa. Heidi le rueda los ojos.
Los amigos de Emmett, Alec, Félix y James también llegan y ellos saludan a Edward, a Paul y a Seth como si fueran grandes amigos o conocidos de toda la vida.
Maldita despedida de soltero.
Rose rueda los ojos en molestia cuando nuestras miradas se cruzan.
Es una fiesta agradable. La comida es deliciosa y ellos se divierten bebiendo mimosas y vino mientras yo juego en el área segura de las piñas coladas sin alcohol. Edward y Paul tampoco beben, se limitan a las sangrías.
Mientras la noche avanza, la mesa se convierte en un hervidero de conversaciones. Convencemos a Rosalie de que su discurso es importante, así que ella lo hace. Emmett también se pone de pie y dice algunas palabras, al igual que Eleazar y la madre de Rose.
La noche llega a su fin y antes de que Edward y yo nos vayamos, Rosalie me detiene, diciendo que estará en mi casa mañana por la mañana.
Las personas nos rodean, tratando de llegar a ella para despedirse y Edward jala mi mano, sacándome del congestionamiento, así que nunca conozco las razones de Rose.
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Claro, el vestido.
Rosalie no viene por la mañana, sino por la tarde. Mientras Edward y yo estamos tirados en el sofá, continuando con nuestros vídeos educativos.
Rose llama a la puerta y Edward estira el cuello, tratando de ver por la ventana.
—Es Rosalie—murmura con un suspiro, luego de ver su camioneta.
—Mmm—gimo en disgusto por tener que dejar mi lugar cómodo entre sus piernas—. Pretendamos que no hay nadie en casa.
Rose golpea la puerta fuertemente con su puño.
—¡Abre la puerta, Bella! ¡La jodida lluvia está helada!
Edward y yo reímos entre dientes y abandono lentamente el sofá.
—¿Tengo que vestirme? —Edward pregunta, dejando caer su cabeza en el respaldo.
—Si. Ella no puede verte sólo en boxers.
—Mmm—él también gime en molestia y se va por las escaleras. Cuando ya no está a la vista, abro la puerta.
—Finalmente, idiota—Rose masculla. Lleva el cabello recogido en una coleta y carga con su bolso, otro bolso de algodón y un vestido en su funda—. Necesitamos hacer los últimos ajustes a tu vestido.
—Oh, cierto—chasqueo los dedos y me hago a un lado para que ella pase libremente por el pasillo.
Rose camina hasta la sala y arroja sus cosas al sofá.
—De acuerdo. Quítate la ropa.
—No estoy usando un sostén—respondo al tiempo que sostengo mis pechos con ambas manos.
Rose me rueda los ojos.
—Apuesto a que ni siquiera estás usando nada debajo de esa playera—me señala despectivamente—. Aquí apesta a sexo.
De acuerdo. Ella está llena de mierda. Primero, si tengo ropa interior puesta y segundo, el sexo lo tuvimos en la habitación. Hace como una hora, pero estoy super segura de que la sala no apesta a sexo.
—Estás llena de mierda.
Ella me alza una ceja, retándome a corregirla. Finjo demencia.
—¿Querías que me midiera el vestido?
—Asqueroso—musita y se detiene de sentarse en el sofá—. No fue aquí, ¿verdad?
—Es mi casa. Yo puedo tener sexo en donde yo quiera—espeto, tomando con más fuerza de la necesaria la funda de mi vestido.
—De acuerdo—ella muestra las manos, pero no se sienta—. Vamos, quítate eso—jala el hombro de la playera de Edward que estoy usando.
—No me siento cómoda mostrando mis pechos.
—Bella, la mitad del mundo los ha visto, vamos.
Jadeo.
—¿Me estás llamando…
—Si, si—ella me aplaca con un gesto de mano—, ¡vamos!
Con un gruñido, me giro y me saco la ropa. Ella no se queda detrás de mí, en su lugar, me ayuda a colocarme el vestido, subiendo los tirantes y acomodando la parte trasera, profesionalmente.
—Gracias por no verme los senos—musito en voz baja.
Ella resopla una risa.
—Suelo ver muchos… no porque yo quiera—añade cuando la miro con ojos bien abiertos.
En ese momento, Edward entra a la sala.
—¿Qué hay? —saluda, retomando su lugar en el sofá. Él ahora usa shorts y playera.
—Hola, Edward—Rose le sonríe—. Estoy haciéndole algunos ajustes al vestido de Bella—dice, como si él hubiera preguntado en primer lugar.
—Si, lo veo—pero él parece interesado. Me mira de los pies a la cabeza y le doy una sonrisa. Me sonríe de vuelta—. Es lindo. Te ves hermosa.
—Mmm, gracias—respondo, algo sonrojada. No estoy acostumbrada a las demostraciones públicas de afecto frente a conocidos y un cumplido es mucho de eso.
Rose ignora el intercambio. Demasiado concentrada a mis espaldas, ajustando y soltando.
—Esto aprieta—le digo sobre mi hombro luego de un rato.
Los ojos de Edward ahora están pegados a la televisión, ignorándonos.
—Pues claro que aprieta, Bella—dice ella—. Estas eran las medidas de la Bella no embarazada.
—Uh, ¿engordé?
—¿Tú qué crees? Sostén aquí—ella me instruye y la observo maniobrar a mi alrededor, demasiado cerca. Su frente está en mi barbilla y seguro que puede sentir mi respiración en el nacimiento de su cabello.
—¿Tiene arreglo?
—Seh—masculla, frunciendo el ceño.
—¿Qué hay de los vestidos de Ángela y Jessica? —pregunto luego de un rato.
—Ah, esos ya están listos. Ellas no necesitan modificaciones de último momento—me reprocha.
—Lo lamento.
—Si, deberías.
—¡Ssshhh! —Edward lanza, mirándonos mal y subiendo el volumen de la televisión.
Rose jadea, mirándolo sobre su hombro, con boca abierta. Él la ignora. Dejo que Rosalie se concentre y aunque la miro mal cuando da tirones y me hace tambalear, ella me ignora. Entonces suspira y se pasa una mano por la frente.
—¡Dios, Bella! ¿Cuánto más vas a crecer?
—¿Qué? ¿Por qué?
—A este paso tendré que usar una carpa.
—¡Disculpa! —jadeo y atino a golpearle la frente con mi pulgar e índice.
Edward se ríe entre dientes y lo miro con ojos entrecerrados. Él me regresa la mirada.
—Este programa es gracioso—miente, señalando la televisión con la barbilla.
Veo la pantalla.
—Es un partido de fútbol.
—Es gracioso—resuelve con un encogimiento.
—Enserio, Bella, si en una semana creces más, voy a golpearte. Y fuerte.
—No puedo controlarlo—me defiendo.
—Seguro que puedes.
—Cierra la boca.
—Ya lo dije. Tienes prohibido crecer… ¿escuchaste? —Rose pica mi barriga y le grita a Charlie—. Sólo una semana, aguanta ahí. Ya después puedes crecer todo lo que quieras—finaliza.
—No le grites.
—No me entiende.
—¿Entonces por qué le das órdenes?
Edward lanza otra risa. Rose me mira desde abajo con ojos entornados.
—Sigue exasperándome y haré que en verdad uses una carpa.
Me encojo de hombros.
—Ay, por favor, Rosalie, me veo bien incluso en una bolsa de basura.
Ella exhala entre sus dientes.
—Estoy a nada de pincharte con mi alfiler.
—No lo harías.
—Claro que sí, tal vez y así adelgaces un poco.
Ella logra esquivar mi golpe, pero de igual forma, cae sobre su trasero.
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Afortunadamente, tenemos un par de días libres.
Bendecido sea el 4 de julio por los siglos de los siglos.
Despertamos tarde, pero no tan tarde como me hubiera gustado. Cuando regreso a la habitación, con una gelatina en mi mano, Edward está despertando. Gira su cintura mientras sigue dentro de la cama, deseando tronar su espalda. Lo logra y luego finaliza con su cuello.
—Hola—saluda con voz ronca, revolviéndose el cabello.
—Hola—le sonrío y me tiro a su lado. Edward rebota ligeramente.
—¿Cómo estás? —pregunta, estirando los brazos para alzar mi playera, que en realidad es su playera, y frotar mi barriga. Sus manos son cálidas.
—Hambrienta—sonríe sin mostrar los dientes—, ¿quieres desayunar huevos?
—Claro—responde, alejando las mantas y yendo hasta el baño.
Raspo el fondo de mi gelatina con la cuchara y cuando escucho que Edward está cepillándose los dientes, me acerco a la puerta del baño, en donde me apoyo.
—Feliz 4 de julio, por cierto.
Él escupe antes de responder. Me mira con expresión pensativa.
—Hace un año te dije lo mismo y respondiste con un "si, supongo"—asiento y vuelve a sacar el cepillo de su boca—, ¡nos conocimos hace un año!
—En realidad, ayer se cumplió el año.
Edward me frunce el ceño y se apresura a enjuagarse la boca para rebatir.
—¿Qué? Claro que no, fue el 4 de julio. Me gritoneaste en la puerta de mi propia casa, no podría olvidarlo.
Me río entre dientes y él me sigue de regreso a la habitación.
—No, lo de los gritos fue un día antes. El 3. Lo recuerdo porque fue sábado y la linda Lauren salió de tu casa antes de que yo llamara a tu puerta.
Él se ríe entre dientes y me arroja la almohada. Alcanzo a atraparla antes de que me golpee la cara.
—Cierto. Mierda…—dice bajo su aliento, mirando a lo lejos—, ¿entonces por qué no dijiste nada ayer?
—Porque ayer creía que era hoy.
—Oh—acepta y luego me toma por la cintura, llevándome con él hasta la cama. Me coloco sobre Edward, apoyándome en mis rodillas y sus manos viajan a mi trasero—. Quién lo diría. Un día como ayer de hace un año estabas maltratándome sin razón alguna y ayer, por la mañana, te estaba haciendo gritar de placer.
Me río con ganas. Me ha tomado por sorpresa.
—Mmm, es cierto eso que dicen que en un año las cosas pueden cambiar drásticamente—respondo, frotando mi boca contra la de él.
—Tenías que ser tú, Bell.
—Pues claro. No hay nadie más para ti—me encojo de hombros.
—Tal vez…—se detiene para sonreír—si me hubieran dicho que iba a enamorarme de la gritona de al lado y que tendría un hijo con ella, no lo hubiera creído.
Me río contra su boca y él le da un apretón a mi trasero.
—Si lo pones de esa manera…
—Te amo—dice con voz pesada. Sus ojos están casi cerrados y hay una sonrisa perezosa en su boca.
—Te amo también—finalmente dejo un pequeño beso en sus labios—. Vamos a comer.
—¿Quieres recolectar fruta antes de eso?
—Suena bien—él me sostiene por la cintura, ayudándome a mantener el balance mientras bajo de la cama.
Me detiene y presiona su mejilla en mi barriga brevemente antes de alzar mi ropa y dejar un par de besos ahí.
—Andando—resuelve, poniéndose de pie.
Edward alcanza su canasta de la fruta, que aún tiene sus listones y recolectamos fresas y algunas manzanas. Él usa mi pequeña escalera para alcanzar los duraznos, ya que nos hemos terminado los de las ramas bajas y finalmente vamos a la cocina.
Preparo nuestros huevos revueltos mientras él pica la fruta y cuando tenemos nuestros platos frente a nosotros, lo observo.
Él está sirviéndose su café y luego sirve algo de jugo para mí.
No puedo creer el giro de los acontecimientos.
Hace un año, me encontraba deprimida, de vuelta en mi hogar vacío y aniquilado, sola y desconsolada. Edward estaba del otro lado de la pared, escuchando música con el volumen demasiado alto mientras trabajaba, luego de haber despedido a la chica no indicada.
¿Esas cosas que hacíamos nos estaban llevando al otro? ¿Estábamos trazando el camino? No lo sé, pero mi vida ahora es mucho mejor. Las piezas están cayendo en su sitio. Lo tengo a él, estamos construyendo algo, ambos tenemos a Charlie y Charlie nos tiene a nosotros. No todo es perfecto, me falta alguien que nunca dejará de faltarme, pero estamos intentándolo, estamos haciendo una perfección de las imperfecciones.
Edward me sonríe y desliza el vaso de jugo hacía mí.
—Come, bonita.
Estoy sin palabras y si continúo pensando en esto, comenzaré a llorar, así que sólo lo obedezco, pinchando el primer trozo de durazno.
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—Miren quién apareció finalmente—es lo primero que dice Emmett cuando Edward y yo salimos al jardín. Él está usando unos lentes ridículos patriotas.
—Cállate—le respondo—, sólo venimos por la comida.
—Lo supuse. Nadie puede resistirse a mis habilidades de asador.
—Espero que te quemes.
Edward ríe a mis espaldas.
—Espero que se te atore la carne.
—¡Emmett! —Carmen le grita al escucharlo—, discúlpate.
—¡No! ¡Ella empezó!
—¡Emmett! —Carmen insiste, pero es interrumpida por Rosalie que le está preguntando algo sobre la comida.
Le lanzo una pedorreta a Emmett y él me hace una mueca.
—Meh—luego mira a Edward—¿qué hay, hombre?
—¡Bella! —Rose viene hacia mí y me coloca una diadema con pompones del color de la bandera—, ¿qué con tu atuendo nada patriótico?
—Hace un año me dijiste lo mismo—le respondo, observando su vestido veraniego rojo. Ella también está usando una diadema.
—¿Ah sí? Bueno, debiste haberte puesto algo patriótico entonces.
—No, gracias, no deseo festejar la independencia de un país cuyos cimientos están manchados de injusticia y trabajo forzado de esclavos.
Rose me entorna los ojos.
—Bella, si el mundo pensara de esa forma, nadie celebraría la Independencia de su país. Y lo estás festejando, al venir aquí y usar tu diadema.
—Tú me colocaste la diadema y sólo vengo por la comida.
—Comida que existe como festejo por la Independencia.
—Cállate y sólo dame un canapé—le digo cuando nos estamos acercando a la mesa.
—¿Quieres venir con nosotros a Dakota del Sur? —se burla.
—¿Y celebrar a los Confederados tallados en ese enorme monte? No, gracias.
Rose se ríe y alcanza un prendedor, se lo tiende a Edward.
—¿Tú también te vas a poner todo loco respecto a los inicios de los Estados Unidos de América?
—No, simplemente me parece algo contradictoria la afirmación expuesta en la Declaración de Independencia que decía que "todos los hombres son creados iguales" y la simultánea existencia de la esclavitud en el país—dice él casualmente mientras se coloca el prendedor en su camisa—, claro, sin mencionar el hecho de que uno de los hombres que firmó dicha Declaración poseyó más de 600 afroamericanos durante toda su vida.
—¡Ugh! —Rose gime, lanzando los brazos al cielo—. ¡Son tan molestos!
—¿Qué ocurre? —Carmen pregunta, acercándose y besa mi mejilla.
—¡Ellos! —Rose nos señala—, restriegan los grandes defectos de la nación justamente hoy.
—Sólo digo que es un buen día para crear consciencia—comento casualmente, tomando asiento.
Carmen se ríe entre dientes.
—Bien—Rose resuelve—, pero no quiero hablar del país mientras comemos, si lo hacen, Eleazar nunca cerrará la boca y comenzará a criticar a demócratas y republicanos por igual y no estoy dispuesta a escucharlo. ¡Mejor hablemos de mi boda! —aplaude.
—De acuerdo, novia, ¿por qué no me ayudas a traer otra bandeja de canapés? —Carmen la interrumpe, tomándola por los hombros y girándola.
—El año pasado extrañamos tus comentarios descarados, Bella—Emmett me señala con sus pinzas. Ya está usando un mandil—, ¿quién lo diría? Viniste a gritar y te fuiste encabronada.
—¡Emmett! —Carmen vuelve a gritarle.
—Perdón, molesta.
Le ruedo los ojos y miro a la distancia. Edward lleva mi cabello hasta detrás de mis hombros.
—Tú eres el molesto—le respondo.
—Es increíble cómo pueden cambiar las cosas en un año—finaliza, guiñándome.
No puedo evitar esbozar media sonrisa.
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Estamos terminando el día en casa de los Cullen.
Los abuelos están ahí y Alice y Esme hornearon un pastel rectangular, decorado como la bandera de Estados Unidos.
Alice roba las fresas del pastel antes de siquiera partirlo y es cierto lo que había dicho sobre tener un tatuaje. Se tatuó un corazón con espinas en el antebrazo.
Edward lo nota y le pregunta por él, lo que causa que Carlisle comience otra plática sobre la Hepatitis.
—Gracias, idiota—Alice golpea a Edward en la nuca cuando va a la cocina, en busca de más cucharas.
—De nada—él le responde cuando regresa y le mete el pie, haciéndola tropezar.
La abuela Hope nos tiende una brocheta de fruta a cada uno. No tenemos mucha hambre, pero comemos galletas y pastel.
Finalmente, nos dirigimos a casa.
Caminamos por la acera luego de dejar el auto de Edward en su garaje y él toma mi mano cuando subimos los escalones de mi porche. Los fuegos artificiales comenzaron desde hace rato, así que nos quedamos ahí, en el aire fresco, mirando hacia el cielo.
—¡Oh, ese es lindo! —señalo.
—Mm-hm—Edward asiente.
Permanecemos en silencio, observando el espectáculo y luego Edward habla.
—Para esta hora, hace un año, estaba intentando hacer conversación y fuiste jodidamente grosera—se ríe.
Mis labios se parten en una sonrisa y me apoyo en él.
—Está en mi naturaleza—resuelvo. Edward besa mi sien.
—No tienes qué decírmelo.
—Si hubiera sido amable, tal vez Charlie ya habría nacido.
Él me responde con una risa que interrumpe la quietud de la calle Camelia.
¡Hola! Espero les haya gustado. Dos capítulos más y será todo de la historia de Edward y Bella como la conocemos.
Saludos y muchas gracias
