Capítulo 7

Cuando por fin llegó a los primeros árboles del espeso bosque, Sakura lanzó un largo suspiro. Por fin estaba fuera del alcance de la vista de los Uchiha, ya que aunque era de noche, había temido que estos pudieran descubrirla en su huida tras reconocerla bajo la capa. Pero no. Había logrado escapar de ellos por delante de sus narices, especialmente de Itachi. Estaba segura de que cuando al día siguiente se dieran cuenta de que no estaba, el guerrero se encolerizaría con ella, pero ya no debía importarle. ¡Estaba libre al fin! Y aunque no sabía a dónde ir ni tenía dinero para comenzar una nueva vida, prefería mendigar en los pueblos antes que regresar a las garras de su odioso padre.

Sakura comenzó a caminar más deprisa hasta que sus pies corrieron rumbo al centro del bosque. La espesura de este impedía que la luz de la luna se colara entre las ramas y le indicara por dónde seguir, pero al menos podía distinguir los troncos de los árboles para sortearlos en su huida. La sombra de estos se elevaba tanto por encima de ella que casi resultaba aterrador, pues parecían gigantes a punto de cobrar vida y atacarla, pero se dijo que no debía tener miedo. La nueva sensación de libertad la animaba a seguir adelante mientras que el sonido de las ramitas bajo sus pies era lo único que rompía el silencio de la noche.

Corrió como pudo entre la oscuridad, pero cuando había recorrido un centenar de metros, escuchó algo de accionarse al poner ella el pie y un terrible dolor en su pierna la recorrió por completo. El aire pareció fallarle y escapó de sus pulmones por completo. Sakura trastabilló y cayó al suelo, pero con la pierna atrapada por algo que no sabía qué era en un primer momento. La joven gimió de dolor al intentar mover la pierna y entre la poca luz existente vio brillar el hierro de un cepo.

—Maldita sea... —gruñó.

Sakura llevó las manos a ambos lados del cepo e intentó abrirlo, sin éxito. Apenas tenía fuerza para moverlo unos centímetros y solo consiguió que los dientes del mismo se clavaran más en su carne. A pesar de todo, tuvo la enorme suerte de que por un lado, la ropa se quedó atrapada entre su carne y el hierro, por lo que los dientes del cepo no lograban clavarse por completo en su pierna. Sin embargo, en el lado que quedó descubierto sí pudo ver un líquido oscuro corriendo su pierna abajo hasta perderse entre sus botas.

No sabía qué hacer en ese momento y cuando pensaba que todo no podía ir peor, el sonido de una voz ronca y aterradora le hizo dar un respingo, quedándose quieta al instante:

—Vaya, vaya... —dijo Itachi con voz calmada, pero llena de contención—. ¿Necesitáis ayuda?

Sakura estuvo segura de que el guerrero la había escuchado de tragar saliva ruidosamente. Lentamente, la joven giró la cabeza en su dirección y lo vio de pie a tan solo un par de metros de ella. Desde el suelo, la inmensa mole del guerrero parecía aún mayor e Sakura sabía que se había metido en serios problemas. Sin embargo, se vio con la energía suficiente como para no mostrar miedo y le espetó:

—¿A quién se le ocurre poner cepos en el bosque? ¿Y si un niño los pisa?

Itachi se acercó a ella e Sakura sintió un temblor. El guerrero se agachó frente a ella y la miró directamente a los ojos. En ese instante, la joven pudo ver brillar sus ojos, tal vez por la ira al descubrirla en su fuga y por su mente cruzó la idea de que tal vez a partir de ese momento su dormitorio sería la mazmorra.

—Los niños tienen más disciplina que vos —le soltó—. Y en cuanto a los cepos, si no hubierais caído en uno de ellos, tal vez ahora os estaría comiendo un lobo.

Sakura frunció el ceño y volvió a sentir un escalofrío, pero se mantuvo en silencio.

—Y ahora, si a la prisionera no le importa, debo quitaros esto, así que espero que os mantengáis quieta.

¿Podréis hacerlo?

La ironía en sus palabras no pasó desapercibida para Sakura, que se limitó a asentir en silencio y dejar que Itachi le quitara de encima el hierro para dejar de sentir aquel dolor sordo que recorría su pierna arriba.

Itachi dirigió entonces la mirada hacia el cepo, levantó ligeramente la falda de Sakura y vio que una parte de la ropa había parado la mordedura del hierro, algo que en parte lo alivió. El guerrero respiró hondo. Sabía que iba a hacerle daño, pero hasta entonces la joven apenas se había quejado del dolor que le producía el hierro, haciéndole ver que era más valiente de lo que parecía en un principio.

Itachi la miró e intentó hacer que la joven desviara la atención de su pierna y el dolor que sentía, por lo que mientras sus manos se colocaban en la postura necesaria para abrirlo de un tirón, le habló:

—¿Qué pensabais al escapar?

Sakura lo miró, sorprendida por aquel tono en voz ligeramente conciliador. Después respiró hondo y se limitó a decirle la verdad:

—No estoy dispuesta a dejar que me cortéis la cabeza.

Itachi levantó la suya y la miró con una ceja levantada.

—¿A qué os referís? Hasta ahora no os hemos hecho daño...

—Pero pensabais hacerlo. Ella me lo ha contado.

Itachi había tomado impulso para abrir el cepo, pero aquellas palabras de Sakura lo sorprendieron tanto que volvió a mirarla.

—¿Ella? ¿Quién?

—La doncella pelirroja que se cruzó con nosotros cuando llegamos al castillo.

—¿Karin? —exclamó entre sorprendido e iracundo.

La rabia que sintió en ese momento dentro de él le hizo abrir el hierro en un instante, liberando así y sin que apenas se diera cuenta, la pierna de la joven. Sakura se arrastró hacia atrás para alejarse del cepo y en su rostro se reflejó una expresión de dolor. Era tanta la cercanía que tenía con el guerrero y sintió tanta intimidad en ese momento que apenas se había dado cuenta de que la había liberado hasta que no escuchó el hierro volver a cerrarse a un lado.

Itachi suspiró con fuerza, lo cual le indicó a Sakura que estaba realmente enfadado, aunque no estaba segura de si era por haberse escapado o por lo que le había contado. Lo vio arrancar un trozo de tela de su kilt y con cuidado comenzó a enrollarlo alrededor de su herida.

—Jamás he pensado eso, muchacha —confesó tras un largo silencio—. Nunca he matado a ninguna mujer, aunque ahora mismo no me importaría hacerlo.

El ímpetu con el que habló el guerrero la sorprendió y este sintió el escalofrío que la recorrió por completo. Itachi frunció el ceño y, aunque no se refería a ella al decir aquellas palabras, tal vez era mejor que pensara que sí. Al menos si sentía miedo no trataría de escapar de nuevo...

Cuando Itachi anudó la venda provisional alrededor de su pierna, suspiró y entonces Sakura se animó a preguntar:

—¿Entonces por qué la doncella me ha dicho eso?

Itachi la miró a los ojos. Estaban demasiado cerca el uno del otro y desde allí la joven podía olerlo mientras un intenso calor emergía de lo más profundo de su ser para después instalarse en la parte inferior de su vientre.

—No lo sé —respondió Itachi en un susurro con la voz casi atascada en la garganta—, pero pienso averiguarlo. ¿Podréis levantaros?

Aquella pregunta hizo que Sakura volviera a la realidad y saliera de los pensamientos impuros que, sin saber por qué, pasaban una y otra vez por su mente. Si la madre se enterara, la tendría encerrada en su celda durante un mes obligándola a rezar día y noche.

Reaccionando, Sakura apoyó la pierna en el suelo y, tras aceptar la mano que el guerrero le tendía después de haberse incorporado, intentó ponerse en pie. Sin embargo, un intenso dolor la sorprendió, provocando que de sus labios se escapara un gemido en forma de queja y perdió el equilibrio. Pero Itachi fue más rápido que ella y logró cogerla entre sus brazos antes de que la joven volviera a chocar contra el suelo.

En ese instante, Sakura dejó escapar otra exclamación, aunque esta vez de sorpresa y vergüenza al verse entre los brazos del guerrero, que la apretó con fuerza contra su cuerpo sin saber las extrañas e intensas sensaciones que experimentaba la joven.

—Esto... no es decente —tartamudeó Sakura intentando desviar la mirada.

—Si lo preferís, puedo dejaros aquí sola mientras voy a pedir ayuda... —dijo con cierto tono burlón.

Sakura negó desesperadamente y vio que en los labios del guerrero se intentaba dibujar una sonrisa, que al instante modificó por una mueca de enfado. Cuando el joven comenzó a caminar rumbo de nuevo al castillo, Sakura pasó las manos alrededor de su cuello y, mientras sentía el dolor en su pierna, apoyó la cabeza en su fuerte hombro. En ese instante, el guerrero se tensó bajo ella, pero no dijo nada que pudiera indicarle que le molestaba su cercanía. Sakura respiró hondo y después dejó escapar el aire lentamente, relajándose, para su sorpresa, entre los brazos de Itachi. Sabía que después tendría que rezar más de una oración para pedir perdón por sus pensamientos, pero en ese momento se veía incapaz de mantener una actitud decente.

A pesar del frío de la noche, tuvo la sensación que de Itachi manaba una chimenea, haciéndola entrar en calor y provocando que se sintiera a gusto. Demasiado. Pero se acomodó mejor y acercó el rostro al fuerte cuello del guerrero, al que escuchó lanzar una maldición antes de apretar con fuerza las piernas de Sakura. Esta pensaba que un extraño hechizo se había cernido sobre ella en ese momento, pues jamás se habría dejado hacer por un hombre como él, y menos teniendo en cuenta que la tenía prisionera, pero no era capaz de erguirse y mantenerse alejada. Al contrario, su olor, su calor, su fuerza... todo parecía atraerla irremediablemente hacia él. Y eso la turbaba.

Sakura no era consciente de la distancia que habían recorrido, pero tiempo después se encontraban de

nuevo frente al castillo, y en ese momento, sí sintió que la vergüenza subía a sus mejillas. Miró de soslayo a su alrededor y vio que los hombres de Itachi seguían apostados en la muralla mientras que otros tantos esperaban impacientes en el patio de armas.

Sakura levantó entonces la mirada y descubrió, a la luz de las antorchas, el rostro iracundo de Sasuke, que la observaba como si quisiera atravesarla con la espada. Entonces, la joven intentó que Itachi la soltara, pero él la mantuvo sujeta contra su pecho.

—Tal vez debería ir caminando... —sugirió en apenas un susurro. Itachi negó con la cabeza en silencio y la aferró con más fuerza.

—¿Qué ha pasado? —preguntó su hermano.

—Uno de los cepos que colocamos para los lobos se ha activado cundo lo ha pisado —le explicó pasando por su lado en dirección al interior del castillo. Sasuke lo siguió—. No es una herida muy profunda, pero hay que curarla para evitar que pierda más sangre.

Sakura sentía sobre ella la mirada iracunda de Sasuke, lo cual la hizo encogerse. Al llegar al castillo había vuelto a sentirse débil y vencida por ellos, por lo que se hizo pequeña a su lado. Creyó sentir que Itachi apretaba sus piernas en ese momento para reconfortarla, pero no podía evitar el sentimiento de nerviosismo que le oprimía el pecho.

Al cabo de varios minutos, el calor de los muros del castillo los recibió y Itachi le pidió a su hermano que le llevara un cuenco con agua caliente, whisky y unas vendas limpias para anudar su pierna. Este obedeció de mala gana y antes de marcharse le dedicó una mirada cargada de odio a la joven.

Con paso firme y sin apenas aparentar cansancio por el peso de Sakura, Itachi se encaminó hacia las escaleras. Las subió deprisa y después fue directamente al dormitorio que le habían ofrecido a la joven. Abrió la puerta con fuerza y la llevó hacia la cama. Las mejillas de Sakura se tiñeron de rojo con la intimidad que ofrecía ese momento e intentó desviar la mirada hacia otro lugar cuando el guerrero la depositó con suavidad sobre las sábanas.

La joven se acomodó en silencio y en cuestión de segundos apareció Sasuke con todo lo que le había pedido su hermano. El joven se quedó en el quicio de la puerta mirando lo que sucedía, hasta que Itachi se giró hacia él y le pidió que se marchara. Este, de mala gana, lo hizo y cerró la puerta tras de sí, dejándolos completamente solos.

Sakura estaba nerviosa. Su madre siempre le había advertido que estar con un hombre a solas en su cuarto era una indecencia y su virtud y honor podían verse amenazados por esa inconsciencia. Sus manos se aferraron con fuerza a las sábanas por la vergüenza y nerviosismo que sentía, pero al mismo tiempo que una extraña excitación cuando sus pensamientos volaron a lo que sucedía entre una pareja en la intimidad de una alcoba.

Sakura sintió que la garganta se le secaba y carraspeó con incomodidad, algo que a Itachi no le importó, pues se sentó a su lado en la cama y le subió, sin preguntar, parte de la falda de su vestido. La joven dio un respingo y llevó su mano al bajo de la tela para devolverlo a su lugar. El guerrero la miró con una ceja levantada y descubrió que sus mejillas estaban teñidas en un fuerte color carmín.

—No os preocupéis, muchacha. Vuestra virtud está a salvo conmigo —le dijo con rudeza. Sakura negó y siguió aferrando el vestido.

—Un hombre no puede ver las piernas de una mujer que no es la suya. Itachi suspiró, cansado.

—¿Eso es lo que os dicen en el convento?

—Sí.

El guerrero soltó el aire de golpe y se pasó una mano por el rostro.

—¿Ni siquiera puede apartar la falda para curar una herida?

—Sigue siendo una indecencia.

—¡Por dios, mujer! Solo voy a curaros, no a violaros. Además, si os sirve para tranquilizaros, no sois el tipo de mujer con la que me acostaría.

Sakura sintió que su estómago se encogía, pero no supo acertar por qué.

—¿Y eso por qué? —Se golpeó mentalmente por haber puesto en palabras sus pensamientos.

—¿Que un hombre os vea el tobillo es una indecencia pero preguntarle por qué no se acuesta con ella no lo es? —preguntó burlón.

Las mejillas de Sakura volvieron a teñirse de rojo y carraspeó, incómoda. Desvió la mirada hacia sus manos y finalmente se dejó caer contra la almohada, cediendo el paso a Itachi, que se dispuso a curarla con una sonrisa en los labios que la joven no acertó a ver debido a la vergüenza.

El guerrero estuvo a punto de lanzar un suspiro de alivio cuando Sakura se calló, pero logró contenerse. Se dispuso a apartar la venda provisional que le había anudado y vio que la herida aún sangraba un poco. La vio contener un gemido de dolor, pero se obligó a sí mismo a mantenerse frío y pensar únicamente en la herida.

La joven tenía razón, aunque no quiso dársela, pues dejaría al descubierto lo que le hacía sentir, pero al apartar la tela y verle parte de la pierna sintió un tirón en su entrepierna que estuvo a punto de hacerle resoplar. La piel de la joven era suave, tersa y caliente y aunque intentó concentrarse, no podía, pues su cuerpo pedía ver y tocar más. Pero ¿qué demonios le pasaba? ¡Era su prisionera!

Con cuidado, limpió la sangre seca y la poca que manaba de la herida para después mojar con el alcohol un paño limpio y pasarlo por la herida. Sakura se quejó e intentó apartar la pierna, pero la mano de Itachi fue más rápida y apretó con fuerza el muslo de la joven contra el colchón, algo que hizo que su excitación fuera en aumento. Itachi lanzó una maldición en voz alta e Sakura pensó que era por su herida.

—¿Voy a perder la pierna?

Itachi la miró con el ceño fruncido y negó con la cabeza, incapaz de lanzar sonido alguno.

—Es una herida superficial —le indicó tras un largo silencio.

Itachi vendó con cuidado la pierna de la joven mientras sentía sobre él la mirada perturbadora de esta. Las manos del guerrero parecieron temblar un segundo, pero logró reponerse al instante e hizo una lazada a la venda para evitar que se le cayera. Y para sorpresa de ambos, Sakura dejó escapar un suave:

—Gracias.

Itachi levantó la mirada y la observó durante unos instantes. Ambos parecieron perderse en la mirada del otro, pues ninguno dijo nada ni se movieron para alejarse. Sakura observaba aquel rostro varonil y por primera vez en su vida sintió algo demasiado fuerte por un hombre. Ningún chico de su clan le había llamado tanto la atención como Itachi Uchiha desde que lo había conocido. Este había traspasado todas las barreras que ella había levantado para protegerse de todo y de todos, y parecía haber secuestrado también sus pensamientos y sentimientos.

Itachi observaba aquel rostro angelical y dulce. Se sentía imbuido en una especie de embrujo del que no podía salir y su mente únicamente deseaba atrapar aquellos labios voluminosos hasta hacerla perder el sentido y hacer que olvidara cualquier pensamiento sobre escapar, provocando que se quedara para siempre en el castillo, junto a él...

Pero su mente lo hizo reaccionar al instante. ¿Para siempre a su lado? ¿Qué demonios estaba pensando? Su mirada voló hacia los labios de la joven y, cuando sintió el impulso irrefrenable de besarlos, se apartó de golpe, como si de repente algo lo hubiera quemado. Se levantó de la cama con el ceño fruncido y enfadado consigo mismo y con ella por provocarlo de aquella manera.

El guerrero recogió todo de nuevo y, tras dirigirle una mirada cargada de odio, le espetó:

—Espero que no volváis a intentar escapar.

Y dando un portazo, se marchó, dejándola sola y aturdida por lo que acababa de suceder.

Fuera, Itachi endureció más su rostro para dirigirse a Sasuke, que lo miraba fijamente. Este lo conocía muy bien y sabía que podía descubrirlo en cuestión de segundos, por lo que le explicó lo sucedido:

—Ha intentado escapar delante de nuestras narices.

—De eso ya me había dado cuenta, hermano —le dijo el joven lentamente—. Lo que no sabía era lo que esa muchacha te hace sentir.

Itachi levantó una ceja.

—¿Cómo dices?

Sasuke apretó los puños alrededor de la empuñadura de su espada y tras suspirar largamente, volvió a hablarle:

—Te conozco. Y esa no es la mirada que le dedicarías a una prisionera cualquiera. Estoy de acuerdo en que es bonita, pero no puedes dejar que tus instintos se interpongan a tu clan y a nuestro hermano.

Con rabia, Itachi se acercó a Sasuke y lo agarró de la solapa de la chaqueta.

—¿Qué estás diciendo? Jamás dejaría que sucediera algo así —le dijo a solo un palmo de su rostro—. Mi familia y mi clan son los únicos que me preocupan. La Haruno no es nada para mí.

Después lo soltó y dio un paso atrás. Sasuke lo miraba en silencio y sin moverse un ápice. No obstante, abrió la boca para decirle:

—Eso espero, hermano.

Itachi tragó saliva y cuadró los hombros.

—Dile a Kisame que suba y se aposte en esta puerta hasta nueva orden. —Sasuke asintió—. Y ordena a

Karin que venga a mi dormitorio. Tengo que hablar con ella...

Su hermano asintió y le dio la espalda para ir a cumplir su cometido. Y solo entonces, el guerrero se permitió soltar el aire contenido. Sabía que su hermano tenía razón. Aquella muchacha le estaba robando los pensamientos y el tiempo que debía emplear en su clan y en hacer lo posible para traer de nuevo a su hermano al castillo. Lo que no pensaba era que cualquiera pudiera darse cuenta de ello, como su hermano. Y era algo que no podía permitir. El joven miró hacia la puerta, que se mantenía cerrada y escuchó el silencio tras ella. Después lanzó un suspiro y se dirigió a su propio dormitorio, jurándose a sí mismo no caer en la tentación.

Cerró la puerta con un sonoro portazo y camino de un lado a otro con enfado. No solo se sentía iracundo por lo que había intentado hacer Sakura, sino también por la mentira que Karin le había contado a la joven, especialmente por haber hablado en su nombre sin haber contado con él. ¿Quién demonios se creía que era para hacer aquello? Acostarse con ella no le daba derecho a hacer lo que había hecho, pero ¿por qué? No lograba entender el motivo que la había llevado a hablar con Sakura y contarle semejante barbaridad. Ella solo era una de las criadas y contar mentiras en nombre del laird era un delito demasiado grave como para dejarlo pasar como chiquillada.

Al cabo de diez minutos, unos nudillos llamaron a la puerta y esta se abrió lentamente tras darle paso desde dentro. Itachi se giró hacia la recién llegada y apretó los puños con fuerza cuando en los labios de Karin se dibujó una sonrisa amplia, como si no hubiera ocurrido nada, algo que lo enfureció aún más. Sin embargo, logró contenerse y esperó a que Karin cerrara la puerta tras ella.

—Vuestro hermano me ha dicho que requeríais de mi presencia, señor... —dijo arrastrando las palabras para intentar seducirlo.

Pero Itachi se mantuvo hierático ante el despliegue de los encantos de la doncella.

—¿Ocurre algo? Estáis muy frío.

El joven carraspeó y finalmente habló con voz contenida.

—¿Y cómo quieres que esté contigo después de lo que has hecho? Karin mostró una expresión dulce.

—No sé a qué os referís.

—Déjame que te lo recuerde... —dijo antes de dar un paso hacia ella y mirarla fijamente a los ojos—.

¿Acaso yo te he dado algún permiso para decirle a la prisionera que tengo intención de cortarle la cabeza?

El rostro de la doncella se puso aún más pálido.

—No, mi señor —tartamudeó—. Yo solo quería dejarle clara su postura en el clan.

—¿Y por qué le dices eso a Sakura cuando tú desconoces la tuya? Eres una doncella, Karin, no mi esposa. Pero me da la sensación de que al yacer conmigo te has tomado demasiadas libertades que yo no te he dado, y una de ellas es hablar en nombre del laird.

Itachi vio cómo los ojos de la joven se llenaban de lágrimas y se acercó a él para acariciarle el brazo.

—Lo siento, sé que me he equivocado, pero no quería que ella pensara que estaba aquí como una invitada.

—Podrías haberlo hecho sin poner mi nombre en ello. ¿Sabes qué es lo que has conseguido? Que escape.

Y tras esa revelación, Itachi tuvo la sensación de que por el rostro de la joven cruzó una expresión de alivio.

—Lo que no entiendo es por qué te gustaría que escapara...

—¿Yo? Jamás querría eso —se hizo la sorprendida—. Adoro a vuestro hermano, mi señor. Por nada del mundo querría que le hicieran daño esos malditos Haruno.

—Si no quieres que Sakura esté en este castillo, ¿por qué me sugeriste que fuera a por ella? —preguntó desviando el tema de nuevo al principio.

Karin se notaba visiblemente acorralada.

—Yo... No sabía que fuera tan hermosa —reconoció en apenas un hilo de voz.

—¿Y qué ocurre si lo es?

La joven intentaba disimular la rabia que le daba aquella conversación.

—No quiero que poséis vuestros ojos en ella.

—En caso de que así fuera, ¿qué ocurriría? Te recuerdo que no somos nada, Karin. La joven frunció el ceño y lo encaró, incapaz de seguir manteniendo la compostura.

—Somos amantes.

—¿Y? ¿Qué derechos tienes?

La joven puso los brazos en jarras en lo miró a los ojos.

—Hablas como si ya hubieras puesto tus ojos sobre ella —le reprochó tuteándolo—. ¿Qué pasa, se te puso dura al verla?

Itachi necesitó de todas sus fuerzas para no abofetearla y, aunque le estaba costando, logró contenerse.

—Lo que tu laird haga o deje de hacer, no es asunto tuyo, a no ser que quieras dejar este castillo y buscarte la vida en cualquier taberna de mala muerte donde seguramente harás tu trabajo mejor que entre estos muros —le espetó el guerrero—. No habrá una nueva advertencia, Karin. Si vuelves a hacer algo semejante, desobedeces mis órdenes o me tratas de la misma manera que hace unos segundos, estarás fuera de este lugar inmediatamente. Y espero que no vuelvas a intentar acercarte a Sakura Haruno.

—Pero yo os quiero, mi señor —le dijo con suavidad de nuevo.

Karin intentó acercarse a Itachi, pero este se cruzó de brazos y dio un paso atrás antes de señalarle la puerta con la cabeza.

—No volverás a este dormitorio jamás. Así que espero que te limites a hacer tu trabajo y a obedecer a Shisune en todo lo que te mande.

Por las mejillas de la doncella corrían las lágrimas, pero Itachi se mantuvo impasible. Debía hacerse respetar entre la gente de su clan y, aunque no quería hacer sentirse mal a nadie, no podía dejar que una doncella hablara por él.

—Márchate, ya hemos terminado.

Karin tragó saliva y asintió con fiereza. Se giró hacia la puerta y salió por ella, dando después un sonoro portazo. La joven respiraba fuerte en el pasillo, donde intentaba contener la frustración y la rabia. Apretaba los puños contra su vestido y miró hacia la puerta del dormitorio de la prisionera. La odiaba. Maldijo el momento en el que le sugirió a Itachi que fueran a por ella y mientras miraba hacia el lugar donde se encontraba Sakura, susurró:

—Has hecho mal con cruzarte en mi camino, maldita zorra, y pagarás las consecuencias.