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El Ascenso de un Científico Loco
¡Descubriré como funciona el mundo!
SS Verónica.
A pesar de ser hija de una amante, su padre la había bautizado cómo hija de su Diosa de la Luz, de ese modo, Verónica había subido su estatus por medio de sus esfuerzos en los estudios y mostrando un buen comportamiento, librándose así de una vida como doncella del santuario.
Desde su bautizo como hija de Aub Ahrensbach la criaron para ser una primera dama intachable. Perfecta en cada situación y ella cumplió cada lección, cada expectativa y cada prueba asignada.
No todos sus hermanos corrieron con la misma suerte, siendo educados para ejercer como ministros al ser simples hijos de segundas y terceras damas. Tampoco había rencor entre ellos. Subir o mantenerse en alto estatus era solo una consecuencia de sus propios esfuerzos.
La pequeña niña pronto entró a la Academia Real donde mostró interés en la medicina y excelentes calificaciones, apoyando a sus hermanos y primos más pequeños y de menor estatus cuando le era posible. Nada la enorgullecía más que ayudar a que su Ducado siguiera estando entre los diez más altos de Yurgenschmidt.
Verónica era refinada, hermosa, inteligente. No era un secreto que estudiaba el curso de eruditos con sus compañeros de dormitorio en sus ratos libres aun cuando solo tomaba el curso de Archiduques, así como no era ningún secreto la cantidad de proposiciones que tenía para ser llevada como Diosa de la Luz a otro Ducado.
Cuando fue momento de escoger un marido, su padre le dio una rara oportunidad. Ser ella quien escogiera a su futuro Dios Oscuro.
Y eso hizo.
Adelbert de Eisenreich era un joven amable que conmovió su corazón casi desde que lo conoció. Nunca pensó que se casaría por amor, en su mundo, el matrimonio era un negocio, una transacción hecha entre los padres de uno con beneficios claros. Tal vez fuera por notar que Bluanfah bailaba para ambos que pensó que su suerte era demasiada.
Pero la bendición venía junto con una maldición que los matrimonios políticos evitaban de forma eficiente.
Su amor era tan grande que incluso el compartirlo con otras esposas era terriblemente doloroso.
Cuando Adalbert subió al trono del archiduque de Eisenreich, aún sintiendo que ella misma estaba lastimándose llegó a un acuerdo con su esposo. Decidieron que el tomaría a otra mujer. Solo una más por el bien del ducado, pero no una tercera como era común.
Para suprimir cualquier reclamo de los nobles de su ducado, Verónica tuvo hijos, varios, de los cuales solo tres lograron sobrevivir. Ellos eran sus tesoros más preciados, no solo objetos políticos para que la familia archiducal creciera. Con ayuda de la segunda esposa escogida por ella, otros niños llegaron a la casa archiducal, así que la necesidad de una tercera esposa jamás fue siquiera mencionada.
Verónica amaba a su esposo, a sus hijos y a su nuevo ducado que le había dado tanta felicidad y sentido a su vida. Eisenreich se volvió su Geduldh y el amor que profesaba por el bienestar de su gente le fue siempre devuelto por cada uno de ellos. Ella era, después de todo, una dama amable y perfecta.
Su único defecto, que reconocía solo en la privacidad de su cuarto oculto, era su posesividad para con su esposo. A pesar de los años que había pasado desde su segundo matrimonio, aún le dolía en el alma cuando Adalbert pasaba la noche con su segunda esposa o cuando debía presentarse con ella a reuniones donde la segunda esposa estaba encargada. En días o noches así ella se encerraba en su cuarto oculto a solas por largas horas para observar el cuadro de su esposo y recordarse que era por el bien de su ducado y la paz en su familia.
Sabía que no estaba bien, por eso ocultaba este acto de los ojos de todos. Jamás le mostró este lado de ella a nadie. ¿Pero estaba mal está actitud?
A pesar de ser la primera dama de Eisenreich, hija de Ahrensbach, ella era solo una mujer enamorada, así que se permitió este capricho, solo este capricho.
Adalbert lo comprendía y siempre que volvía a ella la abrazaba diciendo que era tan adorable como una niña pasando varias noches en los aposentos de ella en compensación por dejarla sola. Si, quizás era caprichosa, pero a pesar de eso era feliz y era amada. Eso es lo que le permitía ser feliz a pesar de esos momentos de tristeza.
No obstante, no todo podía ser perfecto. Su bien ordenado mundo fue invadido por la misma Chaosipher sin piedad ni miramientos. Qué ingenua había sido cuando pensó que sufría porque su esposo se marchaba con su segunda esposa. Ni todas las noches en vela, durante todos estos años la preparó para ese fatídico día, cuando el único hombre al que amaba llegó con una niña pequeña.
"¿Y esta criatura? ¿La recogiste en el bosque, Adelbert?" Había dicho, quizá más duro de lo que quería, pero su mente intentaba negar la realidad de lo que la niña implicaba.
"No, querida. Ella es Rozemyne. Mi hija. Devuelta a mi por la guía de los dioses." Respondió con voz suave el amor de su vida. El rostro de Adelbert teñido de culpabilidad le partía el corazón y le desgarraba el alma.
En ese momento algo se apoderó de Verónica. El dolor y la ira chocando sin control, intentando dominarse la una a la otra, mientras el sentimiento de amor que tenía por él se enjaulaba muy profundo, intentando esconderse y salvarse del daño que esas palabras infringieron en ella. Pensamientos corrosivos danzaron en su mente.
'¿Es que acaso no fui suficiente? ¿habré cometido algún error que justifique su engaño? ¿dejó de amarme? ¿por qué venir a restregarme su traición? ¿qué hice mal para soportar está tortura?'
Quería que se arrodillara. Que le pidiera perdón… Quería que le dijera cuánto la amaba… Quería perdonarlo y que le amara, a ella, solo a ella. Pero a pesar de todo, no parecía que él fuera a disculparse o a tratar de consolarla, haciendo que la ira fuera instigada por el dolor.
Las cosas se salieron de su control. Con apenas un par de gestos hechos sin pensar, los tres tuvieron tanta privacidad en la sala de té del Aub cómo si estuvieran en su habitación oculta.
El brazo de Verónica se elevó formando un arco elegante que terminó estrellando su mano enguantada en la cara del hombre que amaba. El miedo y el horror de su acto debieron hacerla retroceder un paso, sin embargo, su orgullo herido no pudo contenerse. Ella había hecho sangrar a su Aub, ¿qué más daba hacerle saber lo que pensaba de todo el asunto?
Estaba tan dolida que no fue capaz de aceptar sus disculpas y como resultado, él solo ocultó a la niña de manera protectora tras su capa. El gesto cálido y protector la hicieron sentirse asqueada de ambos. Esperaba una reprimenda, un castigo, algo… al fin y al cabo, había golpeado a Aub Eisenreich, su esposa o no, esto se consideraba traición. Por el contrario, lo que recibió fue una mirada llena de culpa y compasión. Él, quien la engañó, la miraba con compasión y no solo eso. Sino que defendió a la niña.
"Verónica, entiendo que estés furiosa. Tienes derecho a estarlo, pero te ruego que guardes tus palabras hasta que estemos solos. Puedes desquitarte conmigo todo lo que quieras. Concentra tu odio en mí y solo en mí. Esta niña no estaría en Eisenreich… de no ser por mí."
Fue en ese momento que la miró de verdad. Era una niña hermosa, con su cabello azul medianoche parecido al tono de su querido Sylvester, pero más oscuro, y con expresivos ojos dorados que refulgían con miedo incluso desde el interior de la capa del Aub.
Verónica sabía que aquella criatura no tenía la culpa, era solo una víctima indefensa en la decisión de los adultos, una pequeña a la que habría puesto a prueba y posiblemente aceptado bajo su tutela si las cosas hubiesen sido distintas, si no fuera el fruto de un engaño. Pero el dolor en la primera dama no le dejaba recapacitar.
Apenas terminó la reunión se dio media vuelta, necesitaba salir de allí. Cómo si Steiferise le hubiese dado su bendición sus pies se movieron con rapidez por los pasillos. En su cabeza solo veía la mirada compasiva de quién juró respetarle toda su vida. No sabía cómo ni cuándo llegó a su dormitorio, pero cuando volvió en sí, estaba sentada en el piso, rodeada de polvo de oro. El espejo frente a ella reflejaba una mujer destruida, vacía y sola. El maquillaje se había deslizado junto a sus lágrimas derramadas.
La única certeza que tenía era que el hombre a quien tanto amaba la traicionó por qué ella no fue suficiente. Un vistazo más y vio a la mujer débil y desamparada en que parecía haberse convertido.
'¿Será que estoy muy vieja para él? Los hijos pasan factura al cuerpo femenino, aunque no es muy notorio, pequeñas arrugas han comenzado a salir en la comisura de mis ojos, y mi piel ya no es tan tersa como cuando nos casamos… ¿Por eso busco a otra mujer? ¿Sera acaso que me descuidé demasiado? ¿Fui tan arrogante como para dar por hecho que jamás me engañaría? Si… es mi culpa que me haya sido infiel.'
Esos pensamientos se arraigaron tan profundo en Verónica, que un sentimiento de inseguridad desconocido hasta entonces se formó en su interior. Al no saber lidiar con ello, lo transformó en rabia, una emoción que si podía controlar y mantener bajo control como uno de esos canes que los nobles en Dunkelfelger entrenaban cómo guardianes y mascotas.
Su esposo respetó su decisión de no entrar a sus aposentos por una temporada entera. En cuanto a la niña, debía recibirla una vez por temporada para supervisar sus modales durante una fiesta de té.
La hermosa niña incluso había robado el aliento del príncipe Galtero, quién insistía en tratar de colarse a dichas reuniones con tal de ver a la pequeña, quién a pesar de su corta edad, hacía hasta lo imposible por comportarse de modo adecuado. Si al menos su corazón no doliera ante el recuerdo de su origen…
Los años pasaron y la hija de Adelbert cumplió los siete años. Una flor delicada en plena primavera. Eso era la pequeña, cuyos rasgos eran cada temporada más refinados y diferentes de los de sus hijos y los de la segunda esposa, haciéndole doler el corazón al darse cuenta que esos rasgos cargados de belleza debían provenir de la madre de la criatura… la mujer que sedujo a su esposo, por eso estalló en furia cuando Adelbert se atrevió a pedirle lo impensable, pisoteando sus sentimientos y su corazón destrozado.
"Yo no quiero lastimarte Verónica. Pero Rozemyne es mi hija. Te lo pido por favor. ¡Ella necesita una madre!"
'¿Qué no quiere lastimarme? ¿La niña necesita una madre? ¿Qué hay de mi? ¿Qué hay de mi dignidad y mi orgullo?'
"Entonces debiste dejarla con su madre, ¿Por qué…?"
"¡Porque su madre es una princesa colateral!" gritó Adelbert con desesperación dentro de la habitación oculta donde se encontraban "Nadie puede saberlo, Verónica. No puedo arriesgarla así."
'¿Una princesa? ¿Sangre real? ¿Cómo? ¿Cuándo?'
Verónica lo miró con horror. El engaño no había sido con cualquiera, sino con alguien peligroso, alguien cuya mera existencia podría destruir todo lo que ellos protegían, ¡todo por lo que se habían esforzado!
La guerra actual era entre el cuarto y quinto príncipe, Rozemyne podía llevar al país a una nueva guerra civil, solo para ponerla en el trono. La hija de una princesa tenía una sangre más espesa que la de los dos príncipes sobrevivientes juntos.
"¡¿Hija de una princesa?! ¡¿En qué pensabas al traerla aquí?!" gritó sin poder contenerse, sintiendo como la correa de su rabia era liberada en ese momento contra el hombre que más amaba… el hombre que más odiaba "¡Estamos en guerra, Adelbert! ¡Eisenreich debe mantenerse neutral! ¡¿Por qué nos hiciste esto?!"
"¡Porque es mi hija, Verónica! ¡Ella debe estar aquí! ¡Así lo decidieron los dioses!"
Los dioses de nuevo. Los dioses no existían. Los dioses no tenían una voz ni una voluntad.
Furiosa, miró los ojos dorados de su marido, el rasgo más sobresaliente que solo Rozemyne había heredado.
"¡NO.LA.BAUTIZARE! ¡Hija de una princesa o no, es el resultado de tu infidelidad! Si quieres bautizarla, bautízala solo. No puedes obligarme a ser su madre. ¡No puedes lastimarme así, Adelbert!" Ni siquiera esperó una respuesta, solo salió de ahí con rapidez, tirando por la ventana el decoro.
Algunos días después, su marido le pidió disculpas, ofreciéndole joyas, finas telas y algunos aceites provenientes de su Ducado natal… todo para apaciguarla antes de darle una orden. La única que se dignó darle a lo largo de su matrimonio.
"Educa a Rozemyne para que pueda ser una fina dama de la alta sociedad igual a ti."
Y eso hizo.
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Notas de una de las Autoras:
Bien nos dijo Ferdinand en el canon "Toda historia tiene diferentes puntos de vista" y pues aquí el de uno de nuestros secundarios que tiene bastante peso en el desarrollo de un modo o de otro.
Esperamos que les haya gustado y nos leemos el próximo martes.
SARABA
