De lo que Estoy Hecho.
El murmullo se esparce entre la multitud, sin embargo, hay dos personas cuyos testimonios podrían confirmar mis palabras.
—Está diciendo la verdad —afirman al unísono Reinhard y Crusch.
El asombro se apodera de todos, incluso Julius me mira con sorpresa. Los sabios exigen explicaciones, ansiosos por conocer el alcance de mi conocimiento sobre la situación.
Es hora de soltar una revelación.
—Como bien saben, las noticias sobre los miembros del culto ya se habían extendido. El día del ataque, fuimos advertidos por una persona, pero sin tiempo suficiente, decenas de cultistas lanzaron sus ataques.
Bajo mi cabeza con pesar.
—Masacraron a todos los pueblos en su camino, pero gracias a mi gente logramos plantar cara y aniquilar a todos los cultistas. —Sonrío con determinación mientras me pongo en pie—. La candidata al trono, Emilia, y yo personalmente luchamos contra el arzobispo. Gracias a que este tenía un medio para evitar la muerte, tuvimos que emplear un método diferente.
Justo cuando estoy a punto de continuar, uno de los sabios me interrumpe.
—Dices que fueron pueblerinos contra cientos de cultistas, personas sin experiencia en caballería y que tú mismo nunca practicaste esgrima.
Asiento con sinceridad.
—Es cierto. Hace apenas unos meses comencé a practicar la magia.
Crusch me mira con asombro, percibiendo que mis palabras son veraces.
—Si desean comprobarlo, pueden ir a Irlam. A pesar de haber pasado tres días desde el ataque, aún conservamos todas las armas y túnicas de los cultistas como prueba de nuestros actos. Además, si desean ver los cuerpos, también puedo mostrarlos.
Uno de los sabios se levanta con aire molesto, mientras los caballeros me observan con rabia contenida. La tensión en la sala es palpable.
—Construimos nuestro propio ejército, en apenas un mes y poco más desde su creación, fuimos capaces de acabar con un arzobispo y cientos de miembros del culto. Una hazaña que ni el imperio había logrado, pero nosotros, simples pueblerinos, lo conseguimos —mis palabras resuenan en el silencio, y el asombro se apodera de todos.
Crusch y Reinhard asienten, apoyando mis afirmaciones, lo que aumenta la incredulidad en los presentes.
—Además, estamos investigando los motivos detrás del ataque, buscando fugas de información u otras posibilidades. Cuando tengamos pruebas, cumpliré mi deber como ciudadano de Lugunica y las presentaré ante el mundo —con estas palabras, sus rostros se desvanecen, saben que he sembrado la semilla de la inquietud entre los altos mandos.
Mi bomba ha sido plantada, y ahora ellos también saben lo que se oculta tras el ataque.
Si fuera necesario, incluso haría un contrato de alma para respaldar mis palabras.
—Seguiremos creciendo y avanzando, si alguien muestra interés en Irlam, en la máquina a vapor o en cualquier proyecto que tengamos, no dude en contactarnos. En Irlam, seguimos la palabra de la candidata Emilia, a quien profeso un profundo respeto desde el alma.
—Está diciendo la verdad, cada palabra que dijo es absolutamente cierta —añade Crusch, cuya integridad es incuestionable.
—Lo que Marco ha dicho es cierto en su totalidad —concluye Reinhard, quien es conocido por su sinceridad y honor.
La razón por la que Crusch no podría mentir es evidente por la existencia misma de Reinhard, y sé que él no se prestaría a engaños por beneficios personales. Así que, por fortuna, me ahorro tener que recurrir a un contrato de alma.
Ahora no solo hemos limpiado nuestro nombre, sino que Emilia ha demostrado de lo que está hecha. Hemos identificado a nuestros posibles aliados y, tal vez, también a nuestros enemigos.
Las miradas de todos siguen puestas en mí, incluso Priscilla ha dirigido una pequeña ojeada hacia mí. Ahora que todos conocen nuestras capacidades, la verdadera competencia comienza.
La lucha por el monopolio de la industria se inicia con esta declaración.
—Puedes volver a tu posición —ordena Gildark, a lo que asiento y obedezco, regresando a mi lugar con la cabeza en alto.
Al llegar, un ominoso silencio me rodea, Reinhard parece a punto de decir algo, pero opta por el silencio. Yo, en cambio, permanezco imperturbable, satisfecho por haber alcanzado mi objetivo.
—Entonces, finalizaremos la ceremonia con el juramento a la piedra dragón —anuncia Gildark con voz poderosa.
El eco de su voz se desvanece en el aire, y uno por uno, cada candidata toca la piedra dragón y pronuncia su juramento.
En ese instante, se desencadena un resonar profundo que parece emanar de lo más profundo de la tierra, como si el espíritu mismo de la piedra respondiera a sus promesas.
Todos comprenden la solemnidad del momento, cada una de las cinco ha sido seleccionada por el dragón.
Finalmente, las candidatas son citadas por los sabios, y el resto de nosotros nos dispersamos. En compañía de mis soldados, me dirijo hacia un amplio pasillo que se abre a un balcón con vistas al exterior.
Una vista majestuosa y grandiosa se extiende ante mis ojos.
Algún día, espero que Irlam alcance tal grandeza.
—¿Lo escucharon? —pregunto a mis soldados.
Como un añadido, abrí el comunicador y compartí con todos el discurso de Emilia, para que mis hombres en Irlam también lo escuchen.
—Fue un magnífico discurso, sin duda, posee las cualidades de una gobernante —admite Lucas con una sonrisa de aprobación.
—Su interrupción fue impactante, como si el frío de la montaña se hubiera colado hasta aquí —añade Lessed con una sonrisa.
Solo el ejército ha sido testigo del discurso hasta ahora; pronto, Emilia lo repetirá en Irlam para todos, sin excepción. Así, todos comprenderán mejor su situación y empatizarán con ella, ya que ha estado ayudándolos e incluso salvando sus vidas.
Beatrice sostiene mi mano mientras contemplamos el paisaje, y puedo notar que ella no se siente mal por haber intervenido. Más bien, su inquietud proviene de creer que ha arruinado mi reputación. Tendré que consolarla y obsequiarle muchos libros para animarla.
En el pasillo, varios nobles y caballeros desfilan, arrojándonos miradas despectivas o simplemente ignorándonos. Pero no importa, nuestro propósito y lealtad están firmes, y eso es lo que verdaderamente importa.
Uno de los nobles se detiene, y aunque no lo reconocí a simple vista, su apariencia es común. Sus rasgos normales no destacan entre la multitud, pero algo en él llama mi atención. No son sus facciones, sino más bien sus ojos. Su iris no tiene la profundidad característica de un iris humano; en cambio, parece un iris gatuno.
—Me disculpo por la actitud de estos sabios nobles —dice el hombre con una ligera inclinación antes de extenderme su mano—. ¡Mucho gusto! Mi nombre es Lancaster; es un honor conocerle, señor Marco.
Al escuchar su voz, lo reconozco al instante.
«Lancaster... Uno de los primeros en brindar su apoyo a Emilia», pienso para mí mismo mientras estrechamos nuestras manos.
—El placer es mío —respondo con sinceridad—. Ver que hay personas como tú entre los sabios me tranquiliza profundamente.
En ese momento, Lancaster saca una carta de su bolsillo. Parece tener prisa por tratar otro asunto.
«¿Qué será?», me pregunto intrigado.
—Yo trabajo y tengo una propiedad donde cultivamos diversos productos —explica Lancaster—. Escuché que has creado una procesadora de trigo con tu máquina a vapor y estoy interesado en adquirir algunas para mejorar nuestra producción.
Sonrío ante la perspicacia del hombre. La máquina a vapor tiene usos ilimitados y estoy seguro de que podemos encontrar el mecanismo adecuado para satisfacer cualquier necesidad agrícola.
—Claro que sí —respondo entusiasmado—. Podemos establecer un contrato ya sea por una parte de tu producción o simplemente por dinero.
Actualmente, Irlam está en pleno crecimiento, por lo que pronto necesitaremos alimentos en abundancia. Nuestros cultivos no están dando la talla y eso hace de la comida una prioridad urgente.
La mayoría de las personas me buscan principalmente por cuestiones relacionadas con la minería, pero sin duda alguna, el abastecimiento de alimentos es fundamental para el desarrollo sostenible de cualquier comunidad.
—Entiendo tu situación —responde con seriedad—. En ese caso, ¿qué te parece si...
Pero antes de que pueda terminar su frase, un grupo de hombres nobles se acerca a nosotros con miradas amenazantes. Hacen señas y unos caballeros les siguen sigilosamente desde atrás.
«Se tardaron» pienso molesto mientras los observo acercarse rápidamente hacia nosotros.
—¡No hagan más el ridículo! —exclama Lancaster con voz firme y autoritaria—. Esta persona es un socio comercial de una de las candidatas al trono del Dragón. Es inaudito que intenten interrumpir nuestra conversación tan descortésmente.
Los nobles parecen sorprendidos ante esta revelación repentida e importante.
Lancaster intenta interponerse entre ellos y yo, pero es inútil tratar de razonar con personas de tan poca inteligencia. Lo sabía, tarde o temprano esto sucedería.
Es otro cliché más en la vida.
—¿El ridículo? —responde uno de los nobles con sarcasmo— Nosotros fuimos ridiculizados por esa gente. Además, afirma haber acabado con un arzobispo, pero no parece ser alguien poderoso. Lo único peligroso en él es su espíritu arrogante.
Beatrice aprieta mi mano con fuerza, yo suavemente su palma con mi dedo para indicarle que no haga nada precipitado. Mi nombre ha sido limpiado ante estos despreciables individuos, pero siempre habrá gente así dispuesta a sembrar discordia.
—Parece que he herido su orgullo. —Me inclino ligeramente hacia ellos con una sonrisa burlona—. Es una verdadera lástima perder aliados tan ilustres como ustedes.
Los nobles se sorprenden ante mi respuesta insolente y al ver la pequeña sonrisa en el rostro de Lancaster, sus miradas se transforman en un odio profundo e irracional.
Uno de los caballeros avanza hacia mí y se coloca frente a mi figura desafiante, mirándome con desprecio.
Pero yo no retrocedo ni un centímetro; no le tengo miedo a ningún caballero, al menos mientras no sea alguien como Julius o pertenezca a su rango.
—No lo entiendes, nadie cree que hayas logrado hacer eso. —El hombre me toma de la chaqueta, y mis soldados apuntan sus armas a todos—. ¿Qué van a hacer con miserables palos? Son meros pueblerinos que no saben dónde están parados.
El hombre es más alto que yo, y su mirada condescendiente intenta desestabilizarme. Pero sé cómo hacerle frente.
«Es momento de mostrarles la verdad, de hacerlos ver que somos capaces de más», pienso para fortalecer mi resolución.
Con una decisión firme, pongo mi mano en su hombro y, en un instante, uso vita. Una leve onda recorre el ambiente y el hombre cae arrodillado al suelo, sorprendido por mi magia.
—Gracias por mostrar respeto a un héroe —pronuncio con calma, ocultando mis emociones tras una sonrisa cálida—. Se nota el gran entrenamiento de los caballeros.
En mi interior, la incomprensión y frustración me embargan. La gente a menudo se deja llevar por prejuicios y se cierra a nuevas posibilidades, incapaz de ver más allá de sus limitaciones autoimpuestas.
Un segundo caballero intenta desenvainar su arma, pero su acto es interrumpido por Julius, quien toma de la muñeca al hombre y lo regaña con severidad.
—¡Es suficiente! —proclama Julius con autoridad—. Deberían tener vergüenza de manchar el nombre de los caballeros imperiales con sus actos irrespetuosos.
Julius se muestra como un escudo protector, defendiéndome de aquellos que intentan menospreciar mis logros y mi valía. Su apoyo silencioso me da fuerzas para mantenerme firme.
Los ánimos se calman momentáneamente, y yo, consciente de mi poderosa magia y de la confianza que han depositado en mí, desactivo mi hechizo.
Lancaster, preocupado, me mira, pero yo le devuelvo una sonrisa serena y coloco mi mano sobre su hombro, reconfortándolo con un gesto afectuoso.
«Espero que él, al menos, pueda comprender la importancia de la verdad y la justicia», reflexiono con esperanza en el corazón.
—Tranquilo, será mejor que hablemos en otro momento. Si deseas ir a Irlam, serás recibido con los brazos abiertos —ofrezco con amabilidad, mostrando que hay una acogedora bienvenida esperándolo en mi hogar.
Los nobles, ante la falta de argumentos, evitan pronunciarse y quedan en silencio. Pero uno de ellos, incapaz de contener su orgullo, grita desafiante.
—¡Que luche! Para demostrar que es capaz, debe luchar.
Julius, imperturbable, observa la escena con seriedad, sabiendo que la tensión no se disipará hasta que alguna resolución sea alcanzada.
«Aunque los ánimos se agiten y la batalla sea con palabras y convicciones, yo estoy listo para enfrentar este desafío», pienso con determinación.
El momento de demostrar mi valía ha llegado, y no descansaré hasta que cada corazón aquí presente comprenda la verdad que resplandece en mi alma.
«El poder del conocimiento y la confianza son mis armas, pero no por ello seré débil en combate», me prometo a mí mismo mientras mi corazón se prepara para enfrentar la tormenta de incredulidad y desprecio.
«No me rendiré, porque sé quién soy y lo que he logrado. Y en esta lucha, estoy dispuesto a enfrentar todo lo que sea necesario para proteger el honor de Irlam y de aquellos que creen en mí».
—Ninguno de los caballeros normales podría siquiera atisbar la grandeza de enfrentar a un arzobispo —proclamo con firmeza, sosteniendo mi compostura ante la molestia que crece en todos los presentes—. El nivel de un arzobispo está más allá de lo que ustedes puedan imaginar; compararlo con meros caballeros normales sería un desatino.
La tensión se palpa en el ambiente, mis soldados comparten mi molestia, mientras que los nobles incapaces de comprender la magnitud de nuestros logros se sienten irritados.
«Esta es la oportunidad de demostrarles lo que somos capaces de hacer, y no la desaprovecharé», me prometo a mí mismo.
Entonces, un caballero se adelanta, desafiante, y me señala con el dedo, como si quisiera humillarme públicamente.
—¡Te reto a un duelo! —exclama con arrogancia— Si eres tan poderoso como dices, no deberías tener problema.
Una sonrisa confiada se dibuja en mi rostro, pues se ha presentado una oportunidad que esperaba con ansias.
Julius observa la situación con expresión imperturbable, pero yo le devuelvo una mirada segura y decidida.
—Aquí y ahora, el primero en tocar al otro gana —propongo, seguro de mis habilidades y de que la victoria está de mi lado.
El hombre se muestra aún más seguro de sí mismo y sugiere un lugar para llevar a cabo el duelo: el coliseo, donde se llevan a cabo las batallas oficiales.
—Está bien, pero como me has insultado, tengo el derecho a decirlo. Será una batalla real, con nuestras armas de verdad.
Un murmullo recorre la audiencia, sorprendidos por la osadía de mi propuesta.
«He investigado sobre las batallas aquí en Lugunica, y conozco las reglas», reflexiono mientras el desafío es aceptado
—Solo soy un pueblerino, lo único que tengo es el palo en mi espalda.
Pero bajo mi aparente calma, mi corazón late con emoción y nerviosismo.
Sé que esta batalla determinará mucho más que mi habilidad en el combate; será una prueba de nuestro valor y un enfrentamiento directo contra la ceguera de aquellos que se niegan a reconocer nuestro poder y nuestra valía.
«En este duelo, lucharé no solo por mí, sino por todos los que creen en nosotros, una muestra del poder en mis manos», pienso mientras mis pensamientos se mezclan con la impaciencia por el momento cumplir mis objetivos.
Mi provocación es efectiva, pues el caballero lanza su guante directo a mi pecho. Sonrío con cierto deleite, ya que estas situaciones de desafío son comunes en las historias de mi mundo.
Sin embargo, siento que algo en mi interior se agita, como si una fuerza desconocida quisiera explotar desde lo más profundo de mi ser.
«Hacer esto solo tiene sentido si es con alguien realmente fuerte», reflexiono, mientras acepto el guante y devuelvo la mirada desafiante al caballero.
—¡Es un duelo entonces! —declara con cierto aire de superioridad, alejándose de su grupo y dejándonos solos.
Julius me toma del hombro con expresión ligeramente preocupada, aunque trata de disimularlo.
—Un duelo con armas reales es sumamente peligroso —comenta el caballero imperial con sinceridad—. Como caballero, me disculpo por la actuación de mis compañeros, pero no necesitas arriesgarte.
Pero sé que no puedo dar marcha atrás, la oportunidad de demostrar la fortaleza de Irlam es demasiado valiosa para desperdiciarla.
—Si te sientes mal, hay algo que puedes hacer por mí —respondo con determinación, dejando claro que ya he tomado mi decisión.
Una vez finalizo la charla con Julius, me dirijo con mis soldados al coliseo. A diferencia de ellos, no siento miedo ni incertidumbre, sino una confianza inquebrantable.
Los soldados a mi alrededor, en lugar de mostrar preocupación o sorpresa, ansían la paliza que recibirá el caballero arrogante.
«Normalmente, hacer esto iría en contra de mis ideales», medito mientras entro en el coliseo y observo los camarines repletos de armas de todo tipo.
Beatrice me mira impaciente mientras coloco la bayoneta en mi rifle.
«Mostrar el poder de fuego no estaba en mis planes», admito en mi interior, pero sé que es necesario. Si no lo hago ahora, los nobles podrían urdir artimañas para arruinar nuestra reputación, valiéndose de su poder y posición.
«Darnos tiempo es el mayor error», concluyo mientras me preparo para el duelo, dispuesto a demostrar que Irlam no es una fuerza a la que puedan subestimar.
—Entiendo tus motivos para pelear, pero lo veo innecesario, supongo —expresa Beatrice con su dulce voz, mientras acaricio su cabeza para reconfortarla.
—Son ellos quienes me buscaron, incluso aquel hombre se atrevió a insultarte señalándote —respondo, inmutable.
En este mundo, el estatus lo es todo.
«De todas formas, no podrá hacer mucho, es solo un caballero común y corriente», pienso con seguridad, sabiendo que mi habilidad supera con creces la suya. Podría eliminarlo con facilidad, pero esta pelea es solo un calentamiento.
Tras unos veinte minutos, recibo una llamada en mi metía, un dispositivo que, similar a un teléfono, vibra al recibir mensajes. Al abrirlo, me encuentro con el sorprendido rostro de Emilia.
—¿Una pelea? Estoy yendo hacia el coliseo. ¿Te metiste en una pelea? —su tono denota molestia y asombro, no me sorprende, pues le había dicho que debíamos mantener la calma
—Te explicaré cuando termine. ¿Cómo salió todo? —pregunto, sintiendo el deseo de abrazarla y explicarle que todo está bajo control.
Emilia continúa caminando mientras consulta su propio metía, y vislumbro el halo de sus característicos cabellos verdes, lo que sugiere que Crusch está a su lado.
—Tenemos que hablar de algo muy, muuuy importante —insiste, su mirada cargada de preocupación—. Creo que entiendo el motivo de la pelea, pero aun así tendrás que darme explicaciones.
Asiento con seriedad y cierro el metía. La actitud de Emilia ha cambiado desde la selección, y puedo comprender su inquietud.
Sin darle más importancia, avanzo junto a Beatrice hacia la entrada del campo de pelea. Es un amplio espacio abierto, cubierto de tierra, donde la luz del sol ilumina con esplendor cada rincón.
En apenas unos minutos, el coliseo se llena de nobles, caballeros y sirvientes, todos ávidos por presenciar el enfrentamiento.
—¡Marco! —exclama Emilia, atrayendo mi atención hacia su dirección. A su lado se encuentran Crusch y Felt. Esta última me mira con una sonrisa pícara, como si ansíe presenciar el combate.
Crusch mantiene una expresión seria, mientras Félix parece susurrarle algo al oído. Todo parece indicar que esta pelea ha generado gran expectación y que debemos enfrentarla con determinación.
Beatrice suelta mi mano y vuela hacia Emilia, cumpliendo las reglas del torneo.
Reinhard me mira con preocupación, pero sé que nada puedo hacer para cambiar esta situación. Mi mirada se posa en la figura que esperaba encontrar.
Inesperadamente, Anastasia entra acompañada de Julius, quien me lanza un gesto de aprobación al que respondo con un asentimiento. Pero lo que más me sorprende es ver a Gildark ingresar, seguido por tres de los sabios del consejo.
«Los viejos que más insultaron a Emilia», pienso con amargura.
Esta reunión no es más que un circo en el que desean verme masacrado, tal como en aquella novela de antaño. El estadio rebosa de voces y ruidos confusos, dificultando la comprensión de las palabras.
—¡Silencio! —grita uno de los caballeros desde la tarima, bajando de inmediato—. ¡Daremos inicio a la batalla entre el caballero imperial, Kus Sidmuth! —la multitud aclama a Kus, quien exhibe una armadura ligera en su figura, protegiendo estratégicamente su pecho, canillas y antebrazos.
Con una confianza desbordante, Kus se muestra complacido ante el público, sus ojos paseando por la muchedumbre que lo adora.
Se posiciona a unos escasos metros de mí.
—Y, por otro lado, la persona que fue retada, Marco Luz.
Un silencio abrumador se cierne sobre el coliseo, roto únicamente por el insulto de una persona, seguido por una lluvia de ofensas. Sin embargo, entre todos esos improperios, un grito singular me sorprende.
—¡Patéale el trasero a ese bastardo! —exclama Felt a todo pulmón, demostrando una inesperada y valiosa muestra de apoyo.
Levantando el pulgar en señal de agradecimiento, le hago saber que todo estará bien. No obstante, mi confianza parece molestar a mi oponente.
—Deberías rendirte —me provoca con desdén—. No sé cómo lograste que Reinhard y la otra candidata velaran por ti, pero tu engaño quedará al descubierto hoy.
La expresión del hombre solo podría describirla como la de un loco, con un profundo deseo que elimine toda señal de razón. Le miro fijamente a los ojos, pero él no parece estar viéndome, sus miradas vagan erráticas.
Es extraño.
No pronuncio palabra, sino que tomo mi posición, el dedo en el gatillo y la mirada inamovible en mi oponente.
—¡Así no se sostiene una lanza! —gritan y ríen los espectadores, pero eso no me preocupa en absoluto. Mi objetivo es eliminar a este hombre lo más rápido posible.
El caballero que hace de juez me mira con cierta preocupación, pero le hago un gesto de confianza. Con un suspiro, declara:
—¡Inicien!
Es hora del espectáculo.
Kus me lanza una sonrisa y se abalanza hacia mí.
Por lo general, cuando se lucha con una lanza, hay un rango de ataque específico que es mortal y otro que resulta inútil. Sus pasos son rápidos, acortando la distancia entre nosotros rápidamente.
Será peligroso si logra entrar en el alcance de mi lanza.
Aunque cierto, esto no es una lanza.
¡BANG!
Un estruendo resuena en todo el lugar, llamando la atención de todos. En cuestión de instantes, su avance queda opacado, cayendo al suelo sin entender qué ha sucedido.
Una bala es más rápida y pequeña que cualquier proyectil, y no todos pueden verla o desviarla como Wilhelm, Julius o Reinhard podrían.
Es un poder que solo algunos poseen.
El coliseo se sume en un silencio abrumador mientras el caballero yace en el suelo. La sangre brota de su pierna derecha en cantidades preocupantes, y él comienza a jadear mientras intenta ponerse de pie.
—¡Ahg! —Kus retrocede rápidamente, pero su pantalón blanco se tiñe de rojo, evidencia de que he alcanzado una arteria.
Peligroso.
Las emociones en la multitud se tornan tumultuosas, algunos gritan, otros contemplan la escena en silencio, y algunos parecen emocionados ante la sangre derramada.
Pero en mi interior, siento una extraña mezcla de satisfacción y pesar.
Esto era lo que quería, sí, pero de alguna forma sé que no es lo correcto.
Aunque nos permita tomar el logro por nuestra cuenta, hará que estemos a la vista de todos nuestros enemigos.
Mi mente y mi corazón están envueltos en una tormenta, mientras trato de mantener la compostura y seguir adelante con este enfrentamiento.
El coliseo se ha transformado en un campo de batalla, donde las miradas y las emociones chocan violentamente.
La atmósfera está cargada con una tensión palpable y todo parece en pausa, expectante ante lo que pueda ocurrir a continuación.
No obstante, lo único en lo que puedo centrarme es en la figura de Kus, tendido y herido, sufriendo las consecuencias de su provocación.
Si quiero proteger a Emilia y a quienes me importan, si quiero cumplir mis ambiciones, debo seguir adelante y enfrentar las consecuencias de mis acciones.
—¿¡Qué fue lo que hiciste!? —Kus me lanza una mirada cargada de odio mientras presiona su pierna herida.
—Simplemente utilicé mi arma. —Camino hacia él con calma, mientras observo cómo adopta una postura defensiva. Sin embargo, al alejarse unos metros, cree estar fuera de mi alcance.
—¡Eres un tramposo! —exclama el hombre desesperado mientras me ve acercarme.
¡Bang!
La bala atraviesa el arma de Kus, obligándolo a soltarla y sujetar su mano herida. Su mano exploto por el impacto, varios de sus dedos salieron volando, dejando solo un cargo de sangre.
—¡Ahg! —Kus se desespera y, en un instante, grita— ¡El dona!
Del suelo emergen espinas de piedra que se disparan hacia mí. Rápidamente, se extienden y obligan a retroceder usando murak.
El hombre jadea agotado, mientras me observa con un profundo odio.
Es sorprendente cómo el nivel de un caballero común puede ser tan bajo.
Pero ¿acaso hay algo más detrás de su feroz resentimiento? Los caballeros tienen fiereza con la espada, cabe decir que la razón de la situación es debido a que es una batalla con un arma desconocida para ellos.
Aunque, no dudo dar una buena pelea con mi propia magia.
Ignorando sus intentos desesperados, dirijo mi mirada hacia el público y, con mi voz imbuida de maná, grito con determinación:
—¡Este es el poder que poseemos en Irlam! ¡Todos mis soldados son capaces de esto! Con estas armas, hemos logrado acabar con los cultistas sin necesidad de usar espadas.
Un silencio sepulcral se apodera del lugar mientras los murmullos persisten. Las personas parecen no comprender del todo lo que está sucediendo, pero hay unos pocos que sí lo captan.
—¡Nuestro poder es innegable! Por lo tanto, es hora de poner fin a esto.
Inmediatamente, canalizo mi magia espiritual. El efecto de la gravedad sobre mí disminuye y, cuando menos se lo esperan, grito con fuerza y determinación.
—¡Fura!
Una ráfaga de viento me impulsa a gran velocidad hacia Kus, tomando al caballero desprevenido. En un abrir y cerrar de ojos, estoy frente a él, lanzando un gancho derecho hacia su rostro. Él bloquea el golpe con su brazo, pero eso no me detiene.
Rápidamente, lanza una patada hacia adelante para alejarme.
Colocándome de lado, agarro su pierna izquierda, haciéndolo perder el equilibrio. En ese preciso instante, aprovecho la oportunidad y clavo mi puño en su nariz, sintiendo cómo la sangre brota al impactar.
Si bien no soy un experto en esgrima, en el combate cuerpo a cuerpo soy implacable. Kus cae al suelo y enseguida crea una barrera de piedra entre nosotros. Desde un lado del muro, se lanza hacia mí con una mirada colmada de odio.
—¡Muere! —grita mientras se abalanza para apuñalarme.
A esta distancia, mi rifle carece de poder, y sus heridas son evidentes. Si hubiese actuado de esa forma desde el principio, habría sido un rival más peligroso.
Pero ahora es demasiado tarde.
Sostengo su mano con firmeza, deteniendo su avance. Él me mira con palidez en el rostro y jadea con dificultad. A pesar de que está al borde del colapso, no quiere aceptar su derrota.
—Al menos, acepta tu derrota —susurro antes de descargar otro golpe en su rostro. Con facilidad, utilizo murak para levantarlo y mostrarlo ante todos los presentes.
Las expresiones de las personas se tornan más temerosas que sorprendidas. La sangre de Kus cae mientras él apenas tiene fuerzas para jadear.
Si esta situación continúa, es probable que muera.
Tomo impulso y, con magia de viento, lo hago volar por el lugar. Se arrastra hasta chocar con el muro donde se encuentran las candidatas, quedando exhausto y maltrecho.
El coliseo se sume en un silencio tenso mientras todos observan el resultado de la intensa batalla. La victoria ha sido mía, pero no siento regocijo en este momento, fue demasiado fácil. La violencia y la sangre derramada no son dignas de celebración.
La sombra de la batalla se cierne sobre mí, recordándome que la fuerza no es la única respuesta en este mundo tumultuoso.
Pero a veces es necesaria.
Miro al caballero que funge de juez, y el silencio se vuelve abrumador en la habitación mientras espero su veredicto. Pasan unos segundos eternos antes de que finalmente reaccione.
—¡El ganador es Marco Luz! —anuncia el juez.
