gracias a CBT-1996 por sus reviews. Si me la quitan, quedo sin nada.
La tensión en la tienda de bicicletas era palpable Inuyasha se encontraba tecleando en su teléfono chateando con Sango mientras Aome no sabía ni dónde esconderse, finalmente en la esquina apareció una figura de sexo no definido, aparentemente con androginia vestida con un suéter gris y pantalones de mezclilla azules y calzando unos tenis blancos.
Finalmente aquella figura llegó al lugar encontrándose directamente con Bankotsu, los dos estaban hablando en secreto alejados de los hanyōs y finalmente se acercaron a los dos chicos, del susto Aome clavó sus garras en la puerta rompiéndola.
—Lo...lo siento — susurró la chica.
—¿Tú eres la chica? — la voz del andrógino sonó grave hasta que aclaró su garganta y se volvió aguda —. Perdón, ando resfriado. Me llamo Jakotsu
—¿Eres hombre o mujer? — Aome le preguntó directamente.
—¡Aome! — Inuyasha la regañó.
—No tienes pelos en la lengua, querida — el joven la miró sonriendo —. Pues soy ambas, en apariencia pero... bueno... Cómo sea, digamos que soy un hombre con apariencia femenina. Es todo.
—Entiendo — mencionó la hanyō.
Aquel chico, sin embargo, estaba intrigado por la apariencia de Inuyasha le recordaba de cierta manera alguien aunque cuando Aome le mostró los pedazos de su patineta ella casi echa a llorar. Jakotsu entendió, de inmediato, el valor sentimental de aquella tabla para Aome; debajo de la caja donde los clientes pagan sacó una llave cuyo llavero mostraba la foto de un hombre de cabello negro corto y rizado con un bigote frondoso.
—Es una pena que tu patineta se haya roto — Jakotsu mantuvo su mirada tranquila —. No hay forma de repararla porque se partió, querida. ¿A ti te la regaló una chica pelirroja que vino aquí hace como tres años?
—¡Sí! ¿Cómo lo sabes?
—Conozco a los chicos de los deportes extremos — él mencionó con calma —. Te haré una rebaja porque es algo importante para ti.
En otro punto de la tienda Inuyasha quitaba las ruedas con ayuda de las herramientas que Bankotsu le había proporcionado, si quería que su bicicleta volviera a estar como antes debía hacerlo por su cuenta, tras darle un sorbo a su soda y tomarse los dedos procedió a reparar su amado caballito de acero. Gracias a su fuerza sobrehumana separó con pasmosa facilidad la llanta del rin, allí introdujo un nuevo neumático posteriormente para inflarlo. Bankotsu estaba de pie observando al joven peliblanco con su cabellera atada en una coleta inflar nuevamente la rueda pinchada de la bici.
Al darse la vuelta Bankotsu notó que Inuyasha ya no estaba ¿cómo había salido de allí sin que el joven de la trenza se diera cuenta? Y al volver la mirada al patio lo vio con varias calcomanías de llamas y algunas calaveras que usó para decorar el marco.
—Listo como nueva — dijo el Taisho limpiando sus manos.
—Quedó mejor que nueva — Bankotsu sonrió burlesco —. Para ser una bici del siglo pasado está en excelentes condiciones.
—¿Dónde está Aome? — Inuyasha preguntó.
—¿Aome? — indagó el dueño de la tienda arqueando una ceja —... no sé... Qué nombre tan raro.
—El burro hablando de orejas con el conejo — el hanyō se mofó.
Bankotsu se rio en voz baja escuchando la broma de su amigo, más bien del hermano menor de su amigo, estaba tan sorprendido por la manera en la que el hanyō se completaba. Nada que ver con su clásico malhumor que se cargaba en el verano sino más parecía un chico que había vivido bien toda su vida.
Sin siquiera darse cuenta Bankotsu estuvo por dos minutos viendo a Inuyasha hasta que este se empezó a sentir incómodo por la mirada penetrante del de la trenza. El hanyō aclaró su garganta llamándole la atención al muchacho que se sobresaltó de inmediato.
—¿Qué tengo una pulga en la cara? — Inuyasha preguntó.
—No, no es eso — afirmó el chico —. Es solo que estás muy cambiado, recuerdo que tenías el pelo negro y no tenías esas orejas.
De vuelta al interior de la tienda Jakotsu, a ritmo de Elton John, copiaba el diseño hecho a mano en la nueva tabla de Aome. Este se trataba de líneas, a simple vista, no tenían ningún tipo de sentido pero realmente para un artista como lo es Jakotsu significaban mucho.
Sus delicados trazos hicieron una imagen hermosa, eran Aome y Sayuri juntas en la mitad de un campo de notas musicales tocando el violín y la flauta traversa respectivamente. La hanyō no pudo evitar el desliz de una lágrima por su mejilla ante el hermoso detalle que Jakotsu le había dado en la parte que daba a las ruedas.
(...)
A las afueras de la escuela donde estudiaba Aome, un grupo de tres jóvenes formado por Ayumi, Eri y Yuka; las nuevas mejores amigas de la hanyō estaban buscando algo en un gabinete meteorológico. Con su gran olfato, superior en todos los aspectos al de sus amigas, Ayumi buscaba con ímpetu en todo el lugar hasta que en la base de un árbol, semiexpuesto a la luz del sol y el agua de la lluvia, un cajón viejo de madera de abeto rojo con acabados en hierro tallado con forma de serpiente. Sobre la tapa del baúl cubriéndolo estaba un pergamino ofuda amarillento por el paso del tiempo.
—No estoy muy segura — murmuró Ayumi levantando la caja —, ¿están seguras de eso?
—Vamos — Eri sonrió levemente —, creería yo que es falso.
—Todo esto me da mala espina — Yuka no se veía confiada —, Eri a ti te van más las cosas oscuras.
Sakura, aquella chica de trenzas que tanto le agradaba a Aome, había llegado con cosas para un picnic; era una chica dulce que siempre andaba positiva, no sabía nada del plan de las amigas e ignoraba cualquier cosa que estuviera pasando.
Todas se reunieron bajo la sombra de un árbol y se sentaron alrededor de la caja que encontraron casi enterrada bajo un árbol, el viejo pergamino ofuda se hacía notar encima de la tapa del baúl, un escalofrío recorrió la espalda de Sakura.
—Chicas esto no me agrada — temblorosa la chica de trenzas observó el artefacto —, no soy supersticiosa ni nada por el estilo pero... no quiero abrirla.
—Vamos, no va a pasar nada — mencionó Eri.
Cuidadosamente con su uña Eri rompió el sello lentamente, la espera parecía eterna, ella estaba ciento por ciento segura de aquella caja era solamente un mito y por eso no creía que nada malo le fuera a pasar a ella y sus compañeras.
Al abrir la caja solo encontraron una piel de serpiente, y aunque momentánea, la paz llegó a las demás jóvenes. Eso fue todo, momentáneo, porque después de un instante de la caja emergió una enorme luz blanca que comenzó a materializarse en una enorme serpiente blanca de ojos rojos.
—¡¿Qué es eso?! — chilló Sakura.
—¡Salgamos de aquí! — Ayumi corrió junto a las chicas fuera de la escuela mientras esa serpiente estaba inmóvil.
No obstante con una gran velocidad aquel animal golpeó a Ayumi quien con el impulso salió volando a estrellarse contra una de las paredes de la escuela. Luego el demonio serpiente escupió su veneno, las chicas lograron esquivarlo aunque sus uniformes fueron dañados levemente.
—Carne fresca — masculló aquella criatura ofidia —. Disfrutaré comiéndomelas.
Yuka lloró y corrió con todas sus fuerzas lejos de allí a esconderse esperando que la criatura no la viera, realmente no había lugar a dónde ir pues el olfato de la serpiente ubicado en su lengua bífida fácilmente la encontraría escondida o no.
(...)
En la tienda de bicicletas y patinetas tanto Inuyasha y Aome sintieron esa presencia abrumadora. Sus olfatos no podían negárselo, los dos salieron como alma que lleva el diablo persiguiendo el olor a sangre en el ambiente. Las orejas de Inuyasha se movían al tiempo que buscaban el sonido de algo o alguien que estuviera en riesgo, tras desparecer al doblar en una esquina Bankotsu se quedó observando lo que cayó de las manos del albino, su celular.
—Son muy raros — murmuró Jakotsu.
—Tengo un mal presagio — murmuró Bankotsu —, Inuyasha... si de verdad tienes mucha fuerza cuídate.
