Los personajes principales le pertenecen a Stephanie Meyer la historia es mía queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización.


Capítulo 3.

Esperanza

" El más terrible de los sentimientos es tener la esperanza perdida".

—Federico García Lorca

La ciudad de San Francisco era enorme, los edificios se levantaban como estatuas invisibles, indestructibles e intimidantes, casi tanto como lo era la mujer que llevaba a su lado. Estaban atascadas en el tráfico incesante de esa enorme ciudad. La gente parecía estarse moviendo al mismo ritmo, nunca deteniéndose, siempre avanzando, como si el reloj no marcara una hora.

Rosalie pudo ver el puente Golden Gate mientras lo atravesaban. El auto negro en el que iban era obstentoso y estaba polarizado de tal forma que apenas se podía ver fuera. Imaginó que las personas que intentaban mirar hacia adentro tampoco podían ver nada. Habían estado viajando sin detenerse desde que salieron del Balltown y en ningún momento Rosalie habia visto a Isabella siquiera ir al baño o parpadear, aunque llevaba los lentes negros y no los habia removido ni una vez desde que subieron al avión. La señora apenas si había tomado un té. Era una mujer demasiado críptica. De ninguna manera ella podía leerla. Siempre se le había hecho sencillo, pero siendo honesta consigo misma, no podía. Isabella Cullen era una mujer que no podía ser leída por nadie, ni siquiera ella. Quien en su inocencia estaba tratando de ver más allá de esos oscuros lentes de sol que siempre escondían sus ojos.

Suspiró e intentó mirar hacia afuera de nuevo. Silicon Valley estaba lleno de demasiadas personas adictas, personas sin sentido del tiempo o una vida propia. Se permitió extrañar Iowa, ese pueblo perdido con personas cálidas y luego escuchó a Isabella hablar por teléfono.

—Lauren necesito que hables con Jullian y me digas si los últimos contratos que me mandó están sellados y firmados por Jhonson, estoy por llegar a mi casa.

Lauren Mayori, la única chica que había podido soportar el carácter voluble y bipolar de la señora, llevaba trabajando para ella casi seis años. Era una mujer que había salido en las portadas de las revistas, una rubia despampanante con piernas kilométricas y una eficacia que daba demasiado miedo, pero se decía que tenía una lealtad y una tenacidad increíble. Era una mujer que había evadido ágilmente las preguntas que Alistair Tax le había hecho sobre su jefa, sobre la señora. Ella había leído esa entrevista con atención y no había encontrado nada importante, solo preguntas estúpidas, mal hechas y hasta mal redactadas. Nada que pudiera valer la pena. Todo hecho por uno de los mejores periodistas de Nueva York para una revista de finanzas.

Los portones negros gigantes se abrieron y una inmensa mansión con un jardín hermoso se abrió paso frente a Isabella era una casa hermosa un lugar…

—Es un lugar hermoso para tener una familia —dijo sin pensárselo un segundo.

Isabella se bajó de la limosina y se quitó los lentes respirando el aire fresco mientras veía su mansión parada desde allí. Por un momento se permitió recordar cuando era una adolescente y limpiaba esa casa en la que ahora vivía como dueña y señora. Se permitió estirarse un poco, lo necesitaba. El viaje había sido largo y la había dejado cansada.

Un lugar hermoso para tener una familia; era irónico que Rosalie hubiera tenido el mismo pensamiento que él.

Sintió el dolor que laceraba su corazón así que se puso los lentes y ocultó sus ojos, pero Rosalie estaba demasiado interesada en el enorme jardín para ver la agonía que le distorsionaba el rostro, por lo que cuando Rosalie volvió a enfocarse en la señora, su mirada estaba en blanco, ella solo miraba su casa aún con los lentes puestos sin siquiera una expresión. Nada. Aunque por dentro la melancolía la estaba haciendo sentir vieja.

—¿Desde hace cuánto vive aquí? —preguntó, pero Isabella la ignoró caminando hacía la casa a través del jardín. No era el momento de las preguntas, aún no; además eso era algo que el mundo sabía. Ella llevaba en esa casa casi nueve años. Aún recordaba lo que había sido comprarla, la felicidad que eso le había producido en su momento y lo difícil que le era ahora mismo pensar en lo que estaba pasando. En lo difícil que era vivir bajo ese techo.

Las puertas se abrieron y Rosalie siguió a la señora al interior de la vivienda. Una mujer de unos cincuenta años de edad estaba parada, mirándolas a las dos con seriedad. Su cabello estaba fuertemente amarrado en un moño y su frente marcada por su ceño fruncido, llevaba un uniforme gris y sus ojos eran oscuros. Parecía que sus rasgos estaban pulidos en piedra. Tenía una mirada fuerte mientras evaluaba a Rosalie de pies a cabeza con el rostro distorsionado como si algo ácido estuviera de forma permanente en su lengua.

—Creí que no volvía hoy —dijo y su voz fue seca, dura. Isabella se quitó los lentes y los puso en su chaqueta, la que le dio a la mujer, quién se giró con las cosas para ponerlas en un perchero antiguo. La mujer espeluznante era bajita, mucho más bajita que cualquiera, pero daba miedo; parecía una mujer sacada de una película de terror. Un viejo fantasma.

—Solucioné los negocios antes Grace —la mujer tenía un nombre demasiado suave para sus rasgos —. Ella es la señorita Hale. Dale la habitación de invitados de los pisos de abajo y trátala bien, estará aquí por un tiempo —expuso Isabella caminando, seguida por Grace, quién ni siquiera volteó a ver a Rosalie por educación.

Rosalie miró a su alrededor era una casa enorme con un amplio recibidor. El piso brillaba bajo sus pies y las escaleras a la segunda planta eran de mármol, pero estaban cerradas por unas puertas pequeñas como si fuesen anti-niños. Había fotografías por todo el salón, de Nueva York, Londres, Tokio y Seúl; había jarrones que parecían valer una fortuna y también una pared llena de cuadros cerrada tras una vitrina.

—Sí señora —respondió firme Grace obligando a Rosalie a poner atención. Isabella se detuvo y Grace desapareció rápidamente por un pasillo largo de la planta baja dejándolas solas en un abrir y cerrar de ojos. Luego de eso Isabella la miró.

—Hay algo de lo que debemos hablar antes de comenzar, pero si estás muy cansada puedo pedirle a Grace que te lleve a tu habitación.

Rosalie la observó asustada de que estuviese sugiriendo que descansará de una forma tan humana. Isabella levantó las cejas esperando una respuesta y Rosalie, aunque estuviera cansada, estaba más ávida de información. Ella necesitaba saber que pasaba por la cabeza de la Señora, todo su mundo enigmático, oscuro, porque lo sabía, sabía que era un mundo oscuro; un mundo preparado a descubrirse, para abrir sus puertas ante ella era su caja de pandora.

—Estoy bien —puntualizó y se sorprendió de que su voz fuese tan monocorde y segura. Isabella asintió, se giró y empezó a caminar hacia unas puertas de madera que había en el salón, que se encontraban cerradas. Eran enormes y parecían antiguas.

La vio teclear una clave, demasiado rápido, en un tablero sin ninguna letra o número y las puertas se abrieron. Era un estudio, un hermoso estudio; había más fotos allí, fotografías grandes del tamaño de un plasma de 60 pulgadas, pero hubo una que le llamó la atención una pareja se veía con un amor incomparable. Eran jóvenes, había inocencia, una inocencia que quitaba el aliento, había algo entre ellos en la manera de mirarse que parecía melancólico ¿Por qué una mujer tan dura tendría fotografías de partes del mundo que parecían contar una historia?

Rosalie no reconocía los lugares de esas fotografías ¿Por qué una mujer que decía no tener alma tenía a una pareja de jóvenes viéndose de una forma tan familiar? Era como si estuviesen reconociéndose, era algo tan puro que tuvo ganas de llorar.

Era romántico y agónico.

Y en algún punto, la pareja parecía estar mirando el alma de cada uno.

—Las fotografías son hermosas.

Isabella se sirvió un vaso de brandy y se lo bebió de un trago sin saber que responder, sirvió otro trago y se sentó en su escritorio para observar a Rosalie, quien parecía una niña pequeña viendo todo a su alrededor haciendo preguntas por todo, preguntas que llevaban una historia envuelta como respuesta. Aún así respondió sin mirar tras ella reconociendo el trabajo de esas fotografías

—Sí, son hermosas.

La curiosidad le ganó y se giró para mirar con atención las fotografías. Una fotografía de un amanecer en Nueva York tomada desde el puente Manhattan. Sonrió cuando un recuerdo maravilloso invadió su mente y luego volvió su mirada a Rosalie, quién ni siquiera lo había notado. Muy pocas personas miraban más allá de la fotografía, muy pocas personas reconocían esos rostros allí grabados. No queriendo perder más el tiempo la llamó.

—Rosalie.

Ella saltó como si la hubiesen abofeteado y la miró sonrojándose.

—Lo siento —susurró incómoda. Isabella se recostó en su silla antes de comenzar a hablar.

—Si necesitas algo quiero que vengas y me lo digas; si alguien te molesta quiero que me lo digas, si algo te incómoda también me lo dices. Quiero que te sientas agusto aquí, y también hay algo que quiero a cambio, por supuesto —Rosalie asintió sin saber que decir e Isabella continuó extendiendo unos papeles sobre el escritorio —. Este es un acuerdo de confidencialidad. Quiero que te tomes el tiempo de leerlo. Si tienes alguna duda puedo tener a mi abogado o puedes elegir un abogado tú y yo me encargaré de los honorarios. La segunda planta de la mansión está prohibida, nadie sube a menos que lo haga conmigo y eso te incluye ¿Tengo que ser mas especifica?

Rosalie frunció el ceño y negó, pero no iba a quedarse con la duda.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo. Lee el acuerdo por favor —respondió Isabella sin dar más explicaciones y luego agregó —. Ahora ve a tu habitación, ponte cómoda y mañana temprano te espero en este mismo estudio. Para empezar.

Rosalie se levantó y salió del estudio, saltando asustada al ver a Grace tras la puerta junto a Emmett, quién solo le dirigió una mirada extraña antes de desaparecer en el estudio sin decirle nada.

—¿Puedo preguntar qué te traes entre manos? —preguntó Emmett cuando estuvo frente a Isabella ,quien revisaba unos papeles concentrada, mientras tecleaba en su computadora, sin mirarlo siquiera.

—¿Por qué te interesa tanto lo que yo haga con esa chica? Estoy pagándole una fortuna. Puedo hacer lo que quiera con ella. —replicó Isabella. Emmett palideció.

—Es una niña, ella no está preparada para lo que tú y yo somos. De todos modos ¿Por qué la has traído? ¿Qué propósito puede haber tras todo esto?

Isabella levantó la mirada, en ella no había nada, jamás, desde hace ocho años, había habido en sus ojos un solo signo de algún sentimiento. Ella no sentía, no desde hace demasiado tiempo. El dolor era lo único que la mantenía en pie viva pero en su mirada nunca había nada.

—Quiero que escriba mi historia

El mundo se detuvo. Emmett negó fervientemente, tanto que le dolió la cabeza. Se levantó de la silla en donde estaba sentado demasiado afectado por lo que Isabella acababa de decirle mientras miles de alertas resonaban en su cabeza todas las voces gritándole al mismo tiempo.

¡No!

—Isabella… —comenzó a decir, y el hecho de que la estuviese llamando por su nombre no la hizo inmutarse, detenerse a pensar. Llevaba exáctamente un año haciéndolo y su opinión no iba a cambiar. Era momento de sacar sus secretos al sol, de dejar de lucir como un enigma para el mundo cuando no lo era.

Isabella no se inmutó, ella solo levantó el rostro con condescendencia y lo interrumpió.

—Nadie se mete con la chica, Emmett, y eso te incluye. Es mi decisión. No voy a repetir esto dos veces.

—Tu historia me incluye y lo sabes, no puedo permitir que…

Emmett estaba alterado. Sus manos temblaban por la furia contenida, furia que hace años escondía tras la fachada de un abogado experto en inversiones y en temas financieros. Era un detective magnífico, inteligente y aplicado, pero estaba furioso. Abrió y cerró sus manos intentando que estas dejaran de hormiguear porque estaba asustado.

Había secretos demasiado grandes tras la historia de Isabella Cullen, secretos que daban miedo, cosas que habían tenido que hacer que seguramente los llevarían a ambos al infierno. Cualquiera que supiera la magnitud de esos secretos los encerraría y se tragaría las llaves. Y el hecho de que ella quisiese hablar de eso con alguien que no era él o alguien de su círculo lo puso nervioso.

—¿Qué….? —se burló Isabella levantándose de su silla mientras miraba los ojos de Emmett oscurecerse. Isabella no se detuvo. Ella no iba a detenerse jamás, no ahora que sabía que era lo que necesitaba —. Hay demonios que necesito liberar. El infierno abrirá sus puertas Emmett y quiero ser yo la que las abra antes. Felix va a pagar todo lo que me hizo y solo hay una forma de hacerlo salir de su agujero negro. Aún no lo encontramos, pero si él escucha su nombre saldrá.

—Ese hombre desapareció Isabella ¿Qué te hace creer que saldrá de donde esté para que tú lo hagas mierda? Puede estar muerto. Realmente espero que esté muerto y pudriéndose en el infierno. Lentamente.

Isabella sonrió y su forma de sonreír le dio a Emmett miedo. El conocía esa mirada, la había visto a través de los años, era la mirada de medusa, la sonrisa de la hija de Lucifer, era el rostro perfecto del mal, era el rostro perfecto de la cazadora que está dispuesta a matar a su presa, era la forma en la que Isabella Cullen, la señora, miraba cuando estaba segura de que todo saldría como ella quería, y Emmett lo sabía. Él sabía que cuando ella sonreía así era porque se avecinaba una tormenta, un hecatombe, una tempestad, capaz de destruir todo a su paso. Destrucción era una palabra pequeña al lado de la sonrisa maléfica de Isabella y nada ni nadie podía detenerla, no había nadie que estuviera vivo que pudiera hacerlo. Nadie en sus cinco sentidos lo haría.

—Felix no está muerto, estoy segura. El maldito bastardo saldrá, Emmett, yo misma me encargaré de obligarlo. Y cuando esté afuera lo mataré. Y el infierno abrirá sus puertas en San Francisco para mí, y, personalmente, lo llevaré de la mano. Me encargaré de ser quien baile sobre su maldita tumba una y otra y otra vez.

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—Servimos la cena a las ocho, si eso está bien para usted señorita yo la busco para acompañarla al comedor.

Rosalie asintió mirando la hilera de puertas que habían por toda la planta baja. Grace sacó un aro lleno de llaves y abrió una puerta que daba paso a un pasillo largo, lleno de más fotografías. Vio a una mujer alimentando palomas en Central Park, el puente Manhattan, la Estatua de la Libertad, hermosas imágenes. Muchas de ellas llenando el pasillo.

Grace se detuvo y abrió otra puerta dando paso a una hermosa y cómoda habitación, en la que su maleta era la intrusa. Y se preguntó, por millonésima vez ¿En que me he metido?

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Jasper Withlock siempre fue un doctor de alta categoría, y, aunque fue difícil para él, terminó especializado en traumatología encefálica y el sistema nervioso. Dirigió, desde que su padre se jubiló, el mejor centro médico de todo San Francisco, tenía dinero para lanzar hacia el cielo solo por diversión, aunque esa no había sido su vida desde siempre. Su tecnología avanzaba conforme los años, ayudaba al mundo a encontrar la cura para enfermedades que podrían dejar al mundo sin seres humanos.

Había conocido a su esposa, Alice Masen, una famosa actriz y hermosa mujer cuando había llegado con un trauma después de un accidente de auto y amaba con devoción a sus dos hermosos hijos, Jace y Marie.

Había secretos escondidos tras sus ojos azules. Él no era ningún santo, secretos que sólo conocían dos mujeres, una de ellas era su esposa Alice, y la otra Isabella Cullen, la señora.

Aún recordaba haberla conocido y era un poco difícil no pensar en las veces en que se había negado de una y mil maneras a aceptarla como parte de la familia, la había rechazado. En ese entonces su mejor amigo habría dado su vida por ella. Y ahora lo sabía con seguridad.

Él había dado todo por ella.

Había estado apunto de perder a su familia, pero Isabella lo había ayudado con los ojos cerrados, sin preguntar y luego la moneda había dado vuelta. Ella necesitaba su ayuda y él no se la había negado, ni lo habría hecho jamás. No por lo que en ese momento estaba pidiendo. Todo se paga en esta vida y él pagaba sus deudas siempre. Aún así le molestaba no poder terminar de pagar la suya.

Caminó por el recibidor de aquella enorme mansión tras Grace, quien era como el tenebroso fantasma de una sirvienta maligna que iba con un candelabro en una oscura mansión embrujada. Sonrió, debería dejar de ver tanta televisión con su hijo Jace, quién pasaba por la etapa de las películas de terror y suspense a pesar de tan solo tener doce años. Sus hijos eran inteligentes para su edad, sabía que un día serían grandes seres humanos. La melancolía lo llenó. Deseaba poder contarle a su mejor amigo su día. Eso seguro iba a relajarle.

Isabella se giró cuando él entró. Lo había estado esperando desde hacía rato, parecía impaciente de noticias y eso lo hizo sentirse deprimido, pues las noticias no eran diferentes a las que le daba a diario. Las noticias seguían siendo las mismas.

—Señora —la saludó y se sentó, ella lo miró esperando que él hablará.

—No han habido reacciones nuevas, lo siento, su cerebro aún está vivo por lo que aún podemos tener esperanza. Pero seguimos sin muestras de cambio. Sus órganos funcionan como si estuviera despierto…

Se hundieron en una conversación médica, la misma conversación desde hace ocho años y por alguna razón cuándo salió se sintió más preocupado que de costumbre. Era siempre así, Isabella nunca mostró un solo sentimiento desde aquella fatídica noche, ella solo asentía y hacía las mismas preguntas de siempre.

Como médico él se sentía un fracaso cada vez que la veía, se había vinculado de una forma demasiado anti-profesional con ese caso. Suspiró mientras arrancaba su auto y miró de nuevo la mansión antes de irse. Si hace nueve años le hubiesen dicho que él sentiría algo por Isabella Cullen, algo más que aprensión, se habría reído afirmando que eso era una vil mentira. Antes él no la toleraba.

Pero por un pequeño momento se permitió escuchar aquella voz por la que rezaba todos los días y esperaba un día volver a oír:

" Ella es tan fácil de leer, me ama Jasper. Me ama tanto como yo la amo a ella, lo sabrás."

Y en ese entonces él se había burlado de él. Ahora, con seguridad, podía afirmar que esa mujer daría su vida para traer de regreso a su mejor amigo. Pero no podían hacerlo y eso los tenía a ambos al borde del abismo.

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Cuándo estuvo sola, Isabella se quitó sus zapatos, guardó sus anillos y sus aretes, quitó su maquillaje mientras se miraba en el espejo.

Es un buen lugar para tener una familia.

Los resultados son los mismos, no hay cambios.

Esperanza.

Palabra cruel que la obligaba a ver el jardín que estaba tras ella en su estudio como se mira a un laberinto sin salida. No había forma de que ella tuviera una familia, era imposible, si su alma estaba postrada en una cama desde hacía demasiado tiempo.

Esperanza, palabra estúpida que para ella significaba fracaso. La esperanza no existía, era una falacia, una palabra maldita que la mantenía atada al mundo, a su vida.

Esperanza, era como hablar de fe, esa palabra decía que debía creer. Ella creía, sabía, que había un infierno, un infierno que la esperaba. Su alma estaba perdida y el alma de aquel que intentara salvarla se perdía también. No hay forma de salvar algo que está tan perdido, tan perdido en un mundo oscuro que abrió sus puertas desde hace demasiado tiempo, demasiado años, demasiado mal hecho, demasiado dolor infringido, demasiada agonía y tristeza infundada en el camino en el que ella se cobraba todas y cada una de las cosas malas que le habían hecho. Justicia. Justicia que había tomado por su propia mano.

El reloj del recibidor marcó las doce y, como un ritual o una mala costumbre, Isabella salió de su estudio, lo cerró con llave y luego caminó hacia las compuertas que cerraban la segunda planta, subió las escaleras y tecleó la clave para poder acceder a un pasillo oculto tras un armario. Había más fotografías allí y era un pasillo cálido, a pesar de tener cámaras escondidas en las lámparas que alumbraban sobre su cabeza. A plena vista la segunda planta solo tenía tres habitaciones vacías y al final del pasillo estaba aquel enorme armario que escondía su vida.

La puerta estaba entreabierta, como siempre. No entró, ella no podía hacerlo, solo miró su cuerpo inerte, sin moverse. Saludó al dolor, su fiel amigo, lo respiró.

Esperanza, maldita palabra, maldito Felix, maldita ella y su mundo lleno de mierda y maldito su corazón débil, ese que estaba encerrado en el cuerpo en coma en esa cama, porque ese hombre con cabello castaño, encerrado tras ese armario con seguridad, era eso, su mundo.

Pero no estaba vivo y tampoco estaba muerto.


Quiero darles a todas las gracias por leer esta hermosa historia, estoy emocionada de leer sus reviews! ¿Quién es el hombre encerrado en el segundo piso? ¿Qué hay escondido allí? Quiero leer sus teorías! Joana cómo siempre, eres un cielo, sin ti está historia no sería posible. Gracias a todas por leer.

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